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CAPITULO 5: Perdido en otro mundo

—¿Qué cosa? — Gustavo quedó atónito ante mi pregunta.

—Pregunté: ¿dónde encuentro la salida?— repetí.

Gustavo arqueó una ceja.

—¿Es en serio? Creí que me ibas a preguntarme más cosas del tema. ¿Ya acabamos?

—Pues, por ahora— respondí, dejando escapar un suspiro. —Me encantaría saber más cosas, de verdad, pero creo que ya tuve suficiente. Aunque gracias de todas formas.—añadí rápidamente para no ofender.

Gustavo suspiró con desánimo, pero luego sonrió y respondió:

—Ok, no hay problema—

Nos pusimos de pie

—Aunque, si quieres, podemos seguir hablando del tema— le dije

Gustavo no dijo nada y, medio sonriendo un poco, caminó hacia donde había dejado la cubeta de madera y la recogió. Acto seguido, empezó a caminar hacia mí, pero en vez de detenerse frente a mí, se siguió de frente. Lo seguí rápidamente, esperando que no me dejara.

Antes de abandonar finalmente la habitación, eché un último vistazo hacia la jaula del Pegaso, quien solo estaba viendo cómo nos íbamos, pero en especial, a mí.

Durante los siguientes minutos, Gus y yo estuvimos platicando. La caminata no se sintió tan pesada, más que nada porque por primera vez se sentía bien el tener a alguien con quien hablar. Entre las cosas que pude saber acerca de Gustavo, era que sus padres habían sido unos investigadores que intentaban averiguar acerca de los tecnomagos. Según Gus, era una antigua civilización que vivió en Arcana hace muchos años y agregó que la tabla que colgaba de su cintura es una reliquia antigua que solía pertenecer a dicha civilización, aunque todavía no sabía cómo usarla o estaba seguro si todavía funcionaba o no.

Cuando le pregunté cómo fue que terminó aquí, agachó la cabeza y respondió que era una larga historia y que, por ahora, no quería hablar del tema. No quise insistir.

Tras una larga caminata (que, en realidad, no fue tan larga que digamos) nos detuvimos en medio de un pasillo, con unas escaleras que iban en espiral a la izquierda. Gus me dijo que, para salir, solamente tenía que subir las escaleras, girar a la izquierda y seguir de frente hasta encontrar la salida. Intente memorizarlo, pues no tengo una buena memoria que digamos. Una vez que me lo aprendí, le di las gracias y pude ver como Gus se dio la vuelta y se fue.

Que tipo tan agradable— pensé mientras lo veía irse.

Una vez que se fue, subí por las escaleras y di vuelta a la izquierda, tal como Gus me había indicado. Justo antes de seguir de frente por el pasillo, pude ver una gran puerta de madera que llamó enormemente mi atención. Mi mente me decía que la ignorara y que siguiera de frente, pero no lo pude evitar y me acerque a la puerta.

Justo cuando estuve a punto de abrirla, me detuve. Duda de si Valía la pena ver lo que había adentro.

Sacudí la cabeza y me alejé. Salir de aquí era mi prioridad, y no necesitaba perder mi tiempo en dejar que mi curiosidad me ganara. No valía la pena.

Con eso en mente, me alejé de la puerta y proseguí con el plan, siguiendo las indicaciones que me dio Gustavo.

El camino hacia la salida prosiguió sin muchas complicaciones; lo curioso era que no me había topado con alguien. Y menos mal porque necesitaba salir de ahí lo antes posible y lo último que me faltaba era toparme con alguien y meterme en otra bronca.

Tras otra larga caminata, por fin, llegué a la salida.

Una vez afuera, pude contemplar mejor el exterior. Estaba caminando a través de un enorme y angosto corredor al aire libre. La salida detrás de mí había sido parte de un enorme castillo cuyas torres casi tocaban el cielo. Jamás había visto un castillo tan grande como este en mi vida, o al menos, no en persona.

Salí del castillo y me adentré en la ciudad.

Pude ver un poco de la ciudad durante mi caminata. Las casas eran de madera, con tejas en sus techos. Algunas eran de dos pisos o tres, mientras que otras tenían una sola planta. La calle que recorrí era estrecha y de piedra lisa. En fin, fuera de todo eso, era la típica ciudad medieval genérica que aparece en toda historia de fantasía.

La calle, por cierto, se encontraba casi desértica, y de no ser por la luz de la luna que iluminaba el sitio y una que otra antorcha que alumbraba por ahí, no había sido capaz de ver nada. El frío adormecedor era más fuerte aquí afuera que adentro del castillo, y sin saber que hacer o a donde ir, seguía vagando por la ciudad.

De pronto escucha una serie de pasos que venían en mi dirección. Eran pesados y sonaban como si llevaran metal encima, por lo que debí insinuar que, sea quienes sean, debían llevar armaduras. Con el corazón latiendo con fuerza y la piel de gallina, corrí lo más rápido que pude.

Los pasos se iban acercando cada vez más y tuve que acelerar. En medio de mí "escape", logre ver un curioso edificio. Por la forma que tenía, debía tratarse de una especie de almacén.

Sin pensármelo dos veces, corrí hacia allí y, agachándome, me infiltré por un enorme agujero en la puerta.

Los pasos se acercaron cada vez más, y contuve la respiración, tapándome la boca justo cuando se detuvieron cerca de mí. Cerré los ojos, con la esperanza de que no me descubrieran.

—Aquí no hay nadie —dijo una voz detrás de la puerta

—Me pareció escuchar algo— respondió otra voz.

Las voces se iban alejando y no pude escuchar lo que decían. Solté un suspiro de alivio y me dejé caer al suelo.

Eso estuvo cerca — pensé.

Me levanté y, sacando mi celular, escondí la linterna. El lugar parecía una especie de establo, de esos en donde se guardan a los caballos, y se veía bastante viejo y abandonado. El viento se infiltraba a través del agujero del techo y de la puerta detrás de mí. Al caminar por el lugar me topé con un montón de paja acumulada en una esquina.

Me acosté encima de la paja, usando mi mochila como un cojín, y miré hacia arriba. Podía ver el cielo a través del agujero del techo. El cielo azul oscuro encima de mí brillaba con la luz de mil estrellas, rodeando la esfera blanca luminosa que era la luna llena. Todo estaba en calma, y una sensación de paz flotaba suavemente sobre el lugar. Por no mencionar que el aire que respiraba, era más fresco y hasta más limpio que el de mi mundo. Al menos eso es lo que pensaba.

El contemplar el cielo nocturno, me trajo muchos recuerdos. Tanto buenos como malos. Siempre me había gustado quedarme despierto durante la noche y ver las estrellas, pero comparado a esto, las estrellas que solía ver no era nada. Aunque también había una sensación amarga al momento de contemplar la luna. Coloqué mi mano sobre mi estómago, en el mismo lugar de la cicatriz y suspiré con fuerza. Todavía recuerdo la noche en la que fui asesinado, y aún conservo la imagen de la luna al momento de morir, grabada en mi mente.

Escuche una ligera risa a mi izquierda. Giré mi cabeza y, casi para mi sorpresa, pude ver unos ojos púrpuras que me observaban a cierta distancia de donde estaba yo. Se trataba de Dracarys, quien estaba sentado y dejaba escapar un gruñido prolongado y entrecortado. Sus escamas negras podían mezclarse perfectamente con la oscuridad del lugar.

—¿Cómo te fue?— preguntó Dracarys, sonriendo de manera burlona.

Me levanté nuevamente y lo miré. Ese maldito me abandono por quien sabe cuánto tiempo y ahora se le ocurre aparecerse en el peor momento.

—¿Y tú dónde estabas?— pregunté irritado.

—Nunca me fui— respondió Dracarys, alzando sus alas y volviendo a flotar. —Siempre estuve contigo en todo momento, observando todo lo que hacías. —

—Pero si yo vi que...—

—Qué me hayas visto desaparecer no significa que me fui. Solo me muestro cuando se me dé la gana, y como querías que te dejara solo, pues así lo hice. Me volví invisible ante tus ojos, me quedé callado y... ¡Puf! "me fui"—

Quise decir algo, pero al final no dije nada. Estaba demasiado cansado como para discutir con esta lagartija. Así que me volví a acostarme y simplemente me quedé viendo el cielo.

Perdido en mis pensamientos, me coloque los audífonos y deje que la música me relajara. Quizás mi plan no salió tal como lo esperaba, pero no importaba ahora. Mañana volveré a intentarlo.

Con eso en mente, cerré los ojos y me quedé dormido.

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