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36 | Fin del legado.

Melanie.

Mi hermano respiró, tomó mi mano y la alzó junto con la de él frente a la multitud.

—¡HIDFORTH ES LIBRE!

Todos aplaudieron eufóricos. 

Yo me encontraba en medio de las dos filas de nuestros hombres, quienes guardaban un minuto de silencio por todos los que se fueron.

Por él.

—Tú vas a dejarme...

Mis fatigados ojos volvieron a cristalizarse.

Tuviste tanto miedo de que te abandonara, así que preferiste abandonarme tú.

A partir de ese día odié el silencio.

Estar entre esas filas, viendo el ataúd ser enterrado, tragándome las lágrimas, evitando mirar a alguien, con su nombre y su rostro en cada lugar al que dirigía mis ojos y la sensación de un vacío que parecía ser un hoyo negro dentro de mí. Todo eso me hizo odiar el silencio.

Ya no existía. Si yo caía, él no iba a sostenerme, porque él ya no estaba, y ningún infierno podría hacerme sufrir tanto como ese.

Ni siquiera podría ir a visitarlo en su tumba, su cuerpo se había pulverizado y lo último que quedó de él fue el reloj. Su reloj. El mismo que atesoré en mis manos en esos momentos.

Quise desahogarme de alguna manera, pero nada habría podido descargarme lo suficiente. Lo que yo quería no lo iba a tener, no volvería de ninguna forma, ni siquiera cuando gritara mil veces que sí me casaría con él.

Acabar con algunos integrantes de la Parvada tampoco ayudó, tal vez al mundo sí, pero no a mí.

Los meses avanzaban. No me recompuse y me vi en la obligación de buscar fortaleza al ver que, finalmente, David junto a un grupo de sus secuaces eran los únicos que quedaban.

Acabar con él era otra tarea imposible. Solo era un niño que no pidió esa vida, no la merecía, pero no había escapado de ella.

A sus cortos diez años ya había ordenado la masacre en un bus de transporte en donde murieron más de quince funcionarios del gobierno. No comprendía la razón que tuvo, pero ninguna iba a justificarlo. Él se estaba convirtiendo en un asesino, incluso en algo más que eso.

Pronto llegaría a la etapa final y lograría ser como su padre; un Cuervo de alas negras y brillantes que arruinaría la vida de todos los que estén en su contra y también de los que no.

Después de la tormenta, hubo buenas noticias. Marina y Raúl esperaban un bebé, en dos meses se podría saber si sería niño o niña.

Aurora consiguió hacerse cargo de la fundación que Marina inicialmente había creado y la dirigió con esmero, logrando destruir diferentes redes de trata con la ayuda de nuestro equipo.

Edwin siguió sirviéndome, ejecutó muchos de mis planes y formó parte del mismo equipo.

Kevin se incorporó a las fuerzas armadas del país gracias a mi hermano.

Este último conservó su cargo de alcalde, el pueblo lo apoyaba y nosotros también. Mejoró el lugar, volvió a hacerlo reaparecer en los mapas y los habitantes aumentaron en número.

Su vida iba en orden a excepción de un tema: Nora.

En secreto, él también la había estado buscando, solo era cuestión de tiempo para que la volviera a encontrar.

Y yo...

Volví a rechazar el trato de Yakov. Oculté los registros de mi padre y acepté lo que la vida me tenía preparado.

Existen muchos rumores sobre la muerte. Mi falsa abuela solía decir que, cuando alguien muere, es recibido en el cielo por la persona a quien más amó en el caso de que ella también estuviera muerta.

Jamás creí esa teoría. 

Solo seguiríamos el ciclo de la vida:

Nada somos, nada seremos.

Pero Fabio era la excepción. Él era todo.

Mis ojos se nublaban cada vez que oía su nombre y me fue imposible ahorrar mis lágrimas un solo día desde que se fue.

Busqué maneras para cumplir y olvidarme de él. Probé en odiarlo, pero solo logré que invadiera mi mente cada vez más. Probé infinidad de cosas, y él no se iba. Así que me resigné.

Durante mis sueños a veces escuchaba su voz, como si se encontrara durmiendo a mi lado, igual que meses atrás, y cuando despertaba solo quería volver a dormir para oírlo.

—En el lado oscuro, yo ofrezco ser tu luz.

Las noches se volvieron aterradoras con su espesa oscuridad aprovechando que mi luz no estaba.

Antes de dormir solía examinar sus cosas. Olía su ropa y evitaba a toda costa que su armario fuera abierto, con la esperanza de que solo de esa manera su olor pudiera conservarse.

Esa noche me propuse satisfacer mi curiosidad y revisar el reloj a detalle.

Cerré la puerta y me senté cerca de una lámpara hasta que obtuve resultados.

Italia. S1.

Mis ojos no estaban secos ni un solo segundo.

—Si un día yo muero, me gustaría que me olvides. Quisiera que borres de tu mente mi existencia y sigas con tu vida, ya sabes, siendo feliz. Pero antes quiero que vayas a Italia.

—¿Italia?

—Sí, Italia. Pasé varios años de entrenamiento ahí y fue el último lugar que vio morir a un Fabio inocente, al que alguna vez quisiste. Cuando muera por completo ve ahí y despídeme, estoy seguro de que encontrarás muchas pistas sobre mí, oirás muchas de mis historias, conocerás lo que yo conocí.

Llevé el reloj junto con el anillo a mi pecho y lo presioné.

No quería ir a Italia. No quería despedirme de él. No estaba lista para dejar que se vaya por completo. No estaba lista para aceptar que fue él quien se fue.

El cristal del reloj se iluminó reflejando un conjunto de símbolos inentendibles, robándose mi atención.

—Es extraño —manifestó Raúl revisando detalladamente el reloj.

—¿Por qué? ¿Qué significa?

—Este tipo de relojes tiene múltiples funciones, generalmente los usábamos con el principal fin de detectar a los agentes de EEIM cerca de nosotros y evitar que nos ataquen. Sin embargo...

—Sin embargo, ¿qué?

—Saravia una vez me habló sobre una función extra. Una función de mensajería.

—¿Mensajería? ¿Mensajes a través de estos relojes?

—Exacto. Él creía que podía conseguir enviar mensajes de un reloj a otro del mismo tipo. Y estos símbolos que ves aquí son coordenadas.

—¿Quieres decir que esta luz significa que alguien envió un mensaje con unas coordenadas?

—No estoy muy seguro. El código es incierto.

No hice caso y le quité el reloj para volver a mirar los datos.

—¿A dónde llevan esas coordenadas?

—Eso es lo extraño, Mel. Las coordenadas apuntan a la base central de EEIM, en Italia.

Me petrifiqué.

—No me explico por qué.

—Entonces alista tus cosas —establecí—. Nos vamos a Italia.

No dejé que la esperanza me consumiera.

El dolor que yo sentía era el mismo al que él le temía. En el fondo, estaba feliz de que no lo haya pasado, aunque eso solo demuestra lo egoísta que fue, y me siento terrible al llamarlo «egoísta» ya que la forma en la que se sacrificó no merece ser denominada así.

Mi plan no era ir y buscarlo. No esperaba encontrarlo.

—Melissa Vercelli.

—Capitán.

Él me tomó la mano en forma de saludo.

—Estoy al tanto de los motivos de su visita en esta base, Melissa. Lamento mucho su pérdida.

—Aún no evidencio ese lamento de su parte.

—No estoy muy seguro de cumplir su petición.

Con un par de dedos acerqué el cheque que minutos antes yo había llenado con una cantidad considerable de dinero.

—Fabio Saravia cumplió todas las misiones que le encomendaron en esta base. Seguro o no, él las cumplía. Lo menos que merece ahora es un reconocimiento, ¿no le parece?

Él se detuvo a ver la cifra que ofrecí.

—De acuerdo. —accedió.

Tuvieron que pasar un par de días para comprobar que él cumpliría.

Sería una ceremonia modesta, aunque Fabio merecía más que eso, pero me era suficiente para hacer lo que de verdad quería hacer.

—No creo poder tener el honor de encontrar un agente como lo fue Fabio Saravia.

—De eso estoy segura. Entre EEIM y Fabio, fue su escuadrón quien perdió más al traicionarlo.

—¿Por qué está acá, Melissa? —me preguntó aprovechando que estábamos solos—. Volar desde Hidforth hasta aquí por un simple reconocimiento para un muerto me parece poco creíble.

—Códigos de honor, Capitán. Defiendo y defenderé el honor de Fabio frente a cualquier entidad, frente a cualquier base.

Él esbozó una media sonrisa.

—¿Por qué no es directa y me confiesa que ha venido a buscarlo?

Sonreí también sin animarme a contestar.

—Fabio Saravia está muerto, Melissa. —resaltó él.

—Está todo listo. —se anunció uno de sus hombres apareciendo en la puerta de aquella oficina.

—Perfecto.

El Capitán me dio el pase para salir primero y lo hice, encontrándome con Raúl y Kevin, quienes se posicionaron a mis extremos mientras nos encaminábamos al enorme patio en donde todos los agentes en entrenamiento habían formado filas para ser espectadores de la ceremonia.

—Señores, estamos aquí reunidos para recordar a uno de los nuestros. Alguien que dio su vida para salvar a su nación. Alguien que, al igual que ustedes, formó parte de estas filas, convirtiéndose en uno de los mejores agentes del cual este escuadrón se enorgullece.

El Capitán me dio una mirada rápida y siguió:

—Fabio Saravia merece mucho más que una placa; sin embargo, con ella buscamos recordarlo, reconociendo su causa y respetando su honor. Me honra contar con la presencia de, quien fue, su prometida; Melissa Vercelli, que le dedicará unas palabras.

Me vi en la obligación de avanzar hacia el micrófono mientras mis ojos eran testigos de cómo la placa era colocada sobre una de las paredes de reconocimiento.

Hicieron silencio, provocándome unas ganas terribles de llorar.

—Fabio ya se hizo pasar por muerto una vez. Siempre hay la posibilidad de que lo vuelva a hacer.

Quizá Gabriel tenía razón. Quizá no.

Recuperé la compostura.

Si él estaba vivo. Si él estaba viéndome. Quería que supiera que todo estaba bien, que fuera cual fuera su propósito, podría cumplirlo sin preocuparse por mí. Porque a diferencia de la primera vez, yo lo esperaría.

—En realidad, a quien quiero dedicarle mis palabras es a usted, Capitán —articulé con una media sonrisa—. Me parece correcto que lo sepa...

Miré a la cantidad de filas que tenía en frente y concluí:

—Nadie puede matar a Fabio Saravia.

Y era verdad.

Nadie puede matarte.

No en mi corazón.

Fui valiente durante la primera fase del veneno, la cual duró aproximadamente cinco meses.

La segunda fase provocó que mi cabello empezara a caerse por lo que opté en cortarlo para dejarlo a la altura de mis hombros y disimular de esa manera.

Gabriel lo sabía. Había movido cielo y tierra para conseguir alguna otra cura, pero de nada servía, las respuestas eran las mismas.

«Hay un elemento que no podemos descifrar, por lo cual, es imposible elaborar una cura».

Saber que lo iba a dejar me remordía el alma, y, en compensación, luché con todas mis fuerzas para que mi decaimiento no me venciera, no hasta el gran día:

Caminé con seguridad llegando a la entrada del aeropuerto con Edwin y otros dos hombres cuidando mis espaldas.

Me dirigí hacia una de las oficinas de la administración. Mis manos temblaron incontrolablemente y, por un microsegundo, dudé.

Por mi cabeza pasaron todos los momentos que viví junto a él. Las veces que lo cuidé, el tiempo en el que fuimos hermanos y lo mucho que lo llegué a querer.

Recibí una fotografía. David y lo que quedaba de su Parvada estaban dentro de ese avión, el cual iba a despegar.

Los habíamos chantajeado durante demasiado tiempo hasta que decidimos terminar con todo de una vez.

Me senté frente al micrófono y los vi avanzar unos metros para tomar altura.

—Damas y caballeros, no les habla su capitán; sin embargo, durante este vuelo soy yo quien está al mando. Y me complace comunicarles dos noticias, una buena y una mala.

Respiré e intenté tranquilizarme antes de seguir:

—Iniciaré con la buena, y es que todos los videos comprometedores que pueden destruir sus vidas serán eliminados.

Por medio de una cámara de video los vi sentirse aliviados, aunque la extrañez permanecía en sus rostros.

—Sí, celebren un poco antes de recibir la mala. ¿Listos? Bien, no se molesten en asegurar sus cinturones, no griten más de lo debido, en el cielo nadie escucha. Y quiero que mentalicen a todas sus víctimas, ¿ya las tienen? Perfecto. Es un enorme privilegio que mi voz sea lo último que van a oír durante este viaje, porque ninguno de ustedes llegará a su destino. Disfruten sus últimos diez segundos de vida, señores. Buen vuelo, David. Se despide Melanie Ávalos.

Volví a observar la fotografía, y, al minuto, una bola de fuego se dispersó en el aire.

Recordé las palabras de aquella mujer el día en el que supe la verdad:

«En medio de la Parvada, los cuervos aleteaban; dos niños habían llegado y el legado se había estropeado».

Gabriel terminó con Dante. Era mi responsabilidad terminar con David.

El avión había explotado. La Parvada estaba cazada. Y el Cuervo estaba muerto.

Así pasó medio año lleno de dolor, pero también valentía, la misma que a mi padre le hubiera gustado ver, la misma que Fabio habría querido darme, la misma que FRYM habría temido.

—Yakov Romani está muerto, señora.

Aunque me hubiera gustado matarlo con mis propias manos, me complacía saber que ese parásito no existía más en la faz de la tierra.

Mi misión terminó. Una semana después, la tercera etapa comenzó y las ramificaciones en mi espalda, cuello, brazos y piernas empezaron a notarse.

Veía a Gabriel llorar y me sentí una de las peores personas que han conformado su vida por hacerlo sufrir de esa manera, pero intenté consolarme en que él ya estaba preparado, yo lo había preparado, y cuando me vaya estaría bien. Él continuaría con todo lo que pudiera surgir, estaba segura.

Más meses pasaron hasta que, finalmente, se completó el año desde que fui envenenada, y tal como Yakov lo predijo, la tercera etapa iba consumiéndome.

Estaba tranquila respecto a eso. Si mi estancia en el mundo terminó, nada podría hacer para impedirlo, aun así, mi ciclo no fue como el de todos, que se basa en llegar de improviso e irse de la misma manera.

Yo llegué de improviso, pero me iría mediante una muerte anunciada.

A veces prefería no haberlo sabido, mientras que otras veces agradecía estar al tanto. Ambas opciones tenían distintas ventajas, pero compartían una: La vida es absurda y relativa. Basta una noticia para amarla u odiarla.

Yo la amé hasta el último momento. Hasta que mis días en cama terminaron y fue mi hermano el único que estuvo a mi lado. Hasta que perdí poco a poco los sentidos.

Primero fue la audición. No voy a mentir, me desesperé demasiado al no poder oír su voz.

Segundo fue el gusto. Mi propia saliva tenía un sabor amargo que me provocaba ganas de vomitar.

Tercero fue el tacto. Sabía que Gabriel sostenía una de mis manos, pero no podía sentirlo. Mis piernas se debilitaron y caí al piso, siendo sostenida por él.

Cuarto fue el olfato. Traté de mantenerme tranquila, pero mis ojos no dejaban de llorar, y, por suerte, el aroma de Fabio fue lo último que inhalé. Aunque no se disipaba, sabía que tarde o temprano lo haría.

Por último, fue la vista. Mis ojos ya estaban borrosos a causa de las lágrimas y, poco a poco, todo fue oscureciéndose.

Ambos sabíamos que ese día iba a llegar, y llegó. La muerte me visitó en medio de mi habitación, impidiéndome salir por última vez de ella.

Estaba satisfecha de no oír a mi hermano llorar, de lo contrario, mi alma se habría ido intranquila.

Creo recordar haber mencionado que el propósito de la vida es estar listos para morir. Desgraciadamente, y a pesar de todo lo que había pasado, yo seguía sin estar lista.

Un particular calor creció desde mis adentros, parecía remover todos mis órganos como si los fuera a hacer explotar.

El aroma de Fabio desapareció hasta que su rostro fue lo último que vi. Entonces dudé respecto a la teoría de mi abuela.

Él fue una de las personas a las que más amé.

Él fue quien me recibió.

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