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35 | Cinco segundos.

Omnisciente.

Martes, veinticinco de enero

—Según fuentes confiables, los rehenes que se encuentran dentro del instituto superan la cifra de ochenta jóvenes, quienes fueron secuestrados en horas de clase por un conjunto de hombres de negro que se encargaron de rodear el perímetro de la institución, evitando el ingreso de cualquier autoridad de Hidforth, pidiendo solo la presencia de dos personajes muy sonados durante los últimos meses en este pueblo: Gabriel y Melanie Ávalos. Los habitantes en estos momentos se encuentran desesperados debido a que no han tenido respuesta de ninguna parte, padres lloran a sus hijos a las afueras del instituto y exigen la presencia de las personas solicitadas quienes, hasta ahora, no se han pronunciado. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Dónde está el alcalde? ¿Dónde está la policía?

Nadie lo entendía. Nadie lo aceptaba.

El caos se había desatado. Más bien, estaba a punto de desatarse.

Ellos habían esperado el primer golpe, y lo tuvieron. Esperaron que ataquen sus tierras, y lo hicieron. Tenían esperanza, y la perdieron.

—En una última nota, se exige la presencia de una última persona: Fabio Saravia.

Había llegado el fin. Ojalá pudiéramos saber los medios que Fabio usaría.

Así pasó un par de horas hasta que, bajo la presión del pueblo y una decisión tomada por los tres, se presentaron.

—Un momento... Un momento... ¡Llegaron! ¡Son ellos!

Los tres muchachos aparecieron frente a la entrada del instituto, sin armas, sin nadie que los resguarde.

Algunos suspiros de alivio se pudieron escuchar mientras la reportera corría hacia ellos intentando hablarles, obteniendo solo la respuesta de uno.

—Hoy no vengo como su alcalde. Hoy soy Gabriel Ávalos y haré todo lo que esté en mis manos para manejar esto, les doy mi palabra de que antes de que termine el día todos los rehenes serán liberados.

Tanto Melanie como Fabio seguían ensimismados, observando el enorme lugar y a los hombres de negro.

Casi la mayoría de los presentes aplaudieron, como si se tratara de superhéroes, pero ellos estaban seguros de que, aunque lo fueran, resolver un problema de esa magnitud no sería sencillo.

Caminaron con seguridad, abriéndose paso entre todos los habitantes que se acercaban a dar nombres, características y un sinfín de súplicas relacionadas con los jóvenes cautivos.

Ellos evitaron hablar y continuaron su camino. Todos compartiendo el mismo sentimiento. El mismo pesar. Pero no la misma suerte.

Ella se detuvo frente a la puerta principal custodiada por los sujetos de negro que la abrieron.

Y aunque contaban con refuerzos propios de un alcalde, propios de la hija de Alejandro Vercelli y propios de un exagente de la EEIM, sabían que era inútil, la mente desquiciada de Dante Ávalos los había obligado a renunciar a todo lo que les costó conseguir.

Los tres regresaron a mirar atrás por última vez, solos, como al inicio.

Volvieron a caminar y, después de tres pasos, estuvieron dentro del lugar, rodeados por aproximadamente diez hombres que los apuntaban a cada uno. Los separaron unos metros para ser revisados, asegurándose de que no llevaran ningún arma.

Mantenían las manos arriba y la respiración entrecortada. Una vez que los sujetos estuvieron seguros de que no había riesgo, los escoltaron hacia la oficina del director, pasando por medio de dos filas de estudiantes que se encontraban de rodillas, quienes reconocieron a los hermanos.

Los tres iban con la cabeza en alto. Recibieron miradas tristes, enojadas, alegres, etcétera, pero a ninguna prestaron atención, su objetivo estaba enfocado en esa gran puerta corrediza que dejaba ver al director, un hombre robusto con corbata.

Se adentraron en la oficina y finalmente lograron encontrarse con el responsable. El Coronel Ávalos se hallaba sobre el sillón del director, bebiendo un poco de agua, acompañado por incontables hombres que no se atrevían a despegarse de él.

—Bienvenidos. —los saludó.

Antes de terminar su oración esbozó una pequeña sonrisa, examinando a los hermanos de pies a cabeza.

—Sobrinos.

Regresó a ver a Fabio en tanto buscaba la forma en cómo debía llamarlo, terminando por alzar unos cuantos dedos a su frente e imitar el saludo militar.

—Teniente.

El hombre se acercó a ellos sintiendo seguridad, sabiendo que apenas alguno hiciera un movimiento, los aniquilarían.

Llegó hasta Melanie, quien también lo miraba fijamente, y llevó una de sus manos a su rostro, paseando su pulgar por los lugares en donde terminó herida la última vez que estuvo en la Casona. Con cinismo, adentró la misma mano detrás de su suéter, acariciando su espalda y viendo que las cicatrices ya no estaban.

Fue alejado por Fabio, y, en respuesta, este recibió los golpes de cinco hombres que lo llevaron al piso.

La cantidad de seguridad que el Coronel optó por usar era demasiada; sin embargo, él sabía que diez u ocho hombres no serían suficientes para sentirse protegido.

—Secuestrar a un instituto entero es una de las peores ideas que has tenido para llamar nuestra atención. —dijo ella con bastante tranquilidad.

El Coronel le dio la espalda y regresó a su asiento, desde ahí volvió a observarlos.

—Era la única manera.

—¿Qué es lo que quieres? —cuestionó Gabriel impaciente.

—Quiero tener de vuelta a mi familia. —respondió el hombre con una tierna voz fingida que dejó mostrar una sonrisa macabra.

—Deja ir a estos chicos, pediste que viniéramos y aquí estamos. Es tu turno de cumplir.

—Iba a hacerlo. Hasta que su prestigioso director intentó jugar mal y decidí que el intercambio no era justo —señaló al hombre robusto, también arrinconado—, nadie saldrá.

—No puedes romper tu palabra.

—No me digas, ¿según tú? O, ¿según el alcalde?

—Según el honor. Cualquiera que lo tenga sabría que, lo que se promete, se cumple.

La manipulación era un factor muy común en Gabriel, no obstante, había olvidado que Dante estaba preparado para eso, y, sobre todo, el honor no era un tema que le preocupara demasiado.

—¿Cuál es tu nuevo trato? —cuestionó Melanie.

—¡Eso! ¡Mujer de negocios! ¡Directo al grano! ¡Dame esos cinco! —El Coronel se puso de pie y estiró su mano, pero no tuvo ninguna respuesta—. Es simple, demasiado simple, mi respetado alcalde firma estos documentos y todos regresan a sus vidas cotidianas.

Le estiró las hojas a Gabriel y tanto él como su hermana las estudiaron. A medida que lo hacían, sus ojos iban abriéndose más y más, hasta que su ceño estuvo completamente fruncido.

—¿Quieres los derechos de todo este pueblo?

—Indefinidos, sí.

—Por dios...

—Solo se trata de devolver lo que me pertenece.

La sangre de ambos fue calentándose poco a poco.

—De lo contrario, ¿qué pasará?

—Nada. Me adueñaré de esto de todas formas, solo intento ser un buen tío, ya saben, darles oportunidades antes de desatar el desastre —miró a la chica y sonrió—, así como te las di a ti.

—Este pueblo ya te conoce, estamos hablando de un poco más de cien habitantes que no van a permitir que vuelvas a tu cargo.

—Ingenua. —escupió con desprecio—. Nadie está hablando de permitir o no. ¡Este es MI pueblo! ¡Es MI gente! ¡Es MI lugar! —colocó su rostro muy cerca y siguió gritando—. ¡QUIERAN O NO!

El enojo no pudo controlarse y, como resultado, Mel estrelló su frente en la nariz del hombre, rompiéndosela. Otros cuatro hombres fueron a ella, sosteniéndola por los brazos mientras intentaban engrilletarla, así como lo hicieron con Fabio.

A pesar de que Gabriel se interpuso, pudieron reducirla mas no engrilletarla.

Pasaron varios minutos y en las afueras del colegio todos seguían desesperados, pero avivando la llama de su esperanza en el interior.

Cuando el Coronel estuvo completamente recuperado, regresó a la conversación y miró a los tres chicos con furia.

—Llévatela. —le pidió al hombre que sostenía a Melanie.

—¿Llevársela? ¿A dónde? ¿Qué estás haciendo? —le reclamó Gabriel.

Dante ni siquiera se molestó en contestar, después de todo, ellos ya sabían la respuesta.

El hombre acompañado de otros dos sujetos salió del lugar junto con Mel, siguiendo las órdenes de su señor, las cuales eran claras: Matarla apenas llegaran al gimnasio.

Entraron al lugar en el cual también había un grupo de estudiantes acurrucados entre sí. Todos regresaron a verla aterrados, pues los golpes que iban dándole indicaban que nada estaba bien.

En la oficina del director, Dante seguía jugando con los nervios del señor robusto y los otros dos chicos, intentando convencer a Gabriel para que firmara los papeles ya que, aunque se apodere del lugar, debería tener esas firmas y lograr estar amparado por la «ley».

El cuerpo de Melanie fue debilitándose, pero ignorante de ello logró liberarse de sus opresores al atacarlos uno por uno frente a la mirada atónita de todos.

Robó las armas de los tres y se encaminó a las puertas, ocultándose en una de las paredes laterales al oír pasos acercándose, cuando tuvo a una corta distancia a ese hombre de negro logró noquearlo, fue ahí en donde supo que no había vuelta atrás.

Con cautela, dirigió a todos los jóvenes al salón de computación, en donde les ordenó esperar hasta que el camino estuviera libre. Cerró la puerta y empezó a caminar mientras sostenía las dos armas, una en cada mano.

Usó su conocimiento de la infraestructura a su favor, escabulléndose por algunos pasadizos, acabando con unos cuantos enemigos sin llamar la atención gracias al silenciador de las pistolas.

Finalmente llegó a los corredores principales, encontrándose con el grupo que la recibió.

Hizo señales de silencio y se acercó al hombre que se encontraba de espaldas, rompiéndole el cuello. Dos hombres la notaron y volvió a lo mismo, matándolos a ambos frente a las miradas de todos.

Abrió las puertas y, en silencio, dejó que todo ese grupo escapara, corriendo a las afueras para encontrarse con sus familias.

—Los rehenes están escapando, repito, los rehenes están escapando.

El rostro del Coronel enrojeció al escuchar la noticia.

Tomó el radio y gritó:

—¡MÁTENLOS!

Fue entonces que los francotiradores que se encontraban camuflados en los últimos pisos empezaron a disparar a los jóvenes. Los cuerpos de estos iban cayendo a mitad del camino, algunos murieron inmediatamente mientras que otros siguieron arrastrándose con sus pocas fuerzas.

La policía también respondió los disparos, pero no fueron impedimento para que estos cesaran.

Gabriel aprovechó sus distracciones e inició una pelea seguido por Fabio, quien, a pesar de estar engrilletado, se las arregló para acabar con los hombres vestidos de negro, por su parte, el director se valió de los trofeos que se encontraban sobre una repisa, usándolos para romper las cabezas de los enemigos.

Melanie regresó al salón de computación, volviendo a guiar a los estudiantes hacia las afueras, fue ahí en donde notó a los francotiradores así que no lo pensó dos veces y llegó a ellos, acabando con cada uno sin darse a notar hasta que fue descubierta, volviendo a recurrir a las peleas, pero esta vez atacada por cinco hombres que, de no haber sido interrumpidos, habrían logrado su objetivo.

Ver el rostro de Nicolás acompañado de sus demás compañeros la dejó perpleja.

—¡¿QUÉ ES LO QUE ESTÁN HACIENDO?! —reclamó la chica al ver que ellos no habían escapado.

Una de las muchachas se posicionó frente a ella y alzó los hombros, como quien dice, «no tengo ni la menor idea».

Cuando creían haber terminado con todos, uno de los tipos, casi moribundo, les lanzó una granada que cayó frente a ellos, dejándolos estáticos por microsegundos, pero obligándolos a correr.

El Coronel y Gabriel se enfrentaban cuerpo a cuerpo en una pelea que parecía no tener fin; sin embargo, se vio interrumpida por la explosión, la cual rompió vidrios y ventanas.

La gente en el exterior huyó a excepción de algunos policías, quienes seguían disparando a los hombres de negro y atendiendo a los heridos con la ayuda de ambulancias, unos cuantos incluso habían tomado la valentía de ingresar también en el instituto.

Los reporteros tampoco huyeron, se dedicaron a registrar cada acontecimiento que empeoraba la situación.

De alguna forma, Fabio se quitó las esposas y salió del despacho para buscar a su novia, encontrándose con un nuevo grupo de hombres que lo estaban esperando, por suerte, desarmados.

Fue en su contra repartiendo golpes junto con el director que no soltaba en ningún momento los trofeos que sostenía y que lograban acabar con el enemigo de tres golpes.

Continuar con su búsqueda era difícil ya que en cada pasadizo se encontraba con pelotones de los mismos hombres, hasta que, a lo lejos, vio que los suyos iban acercándose.

Él junto con el director llegaron a la puerta.

—Váyase. —le ordenó abriéndola.

—Gracias... ¡Gracias! ¡Saravia!

El hombre robusto pronunció su apellido y escapó corriendo hacia la policía, pero antes de llegar a ella, su cuerpo cayó a mitad de la autopista, recibiendo más disparos de los que se pudieran contar.

Al instante, el sonido de una nueva explosión lo aturdió llevándolo al piso. Volvió a reincorporarse y siguió el eco, quedando en el cuarto nivel del lugar, viendo a Mel acompañada de otros muchachos, todos corriendo en su dirección.

Ella le gritaba algo, pero el ruido le impedía entender, no fue hasta que estuvieron cerca que lo sostuvo del brazo y lo empujó a la derecha, cayendo sobre él, y un segundo después, una bola de polvo salió disparada, rozándole los pies a la muchacha. Con ello, finalmente comprendieron que ese lugar no solo estaba lleno de hombres con granadas, también había bombas en cada rincón.

Más tropas de hombres de negro llegaron al sitio, atacando a todos con armas y explosivos, pero fueron contrarrestados por los hombres de los tres, incluso por algunos habitantes del pueblo, todos unidos.

El equipo de ocho tomó todo lo que estuvo a su alcance e iniciaron lo que parecía no terminar nunca.

—¡BASTA! —gritó uno de los hombres alzando la mano, la cual sostenía una de las granadas—¡NADIE SE MUEVA O LOS VOLARÉ EN PEDAZOS!

—¡CIERRA LA BOCA! —le gritó una de las jóvenes y fue contra él, logrando que suelte la granada, pero, por desgracia, no logró tomarla a tiempo.

Fabio abrazó a Melanie y la ocultó debajo de su barbilla, formando un escudo con su propio cuerpo para ella. Después de un segundo, todo el piso explotó.

Varios cuerpos salieron disparados por las ventanas cayendo sobre algunos autos de los policías y en una que otra ocasión, sobre ellos mismos.

Apenas el fuego se controló, Fabio se puso de pie junto con Mel para correr antes de que el suelo termine de colapsar y los arrojara al vacío. Conforme daban un paso, las grietas iban abriéndose más y más hasta que él se abalanzó encima de la espalda de su novia, llevándola a una superficie segura.

Los policías empezaron a correr evitando ser aplastados por los enormes bloques de cemento que impactaban con fuerza en las calles.

El polvo se fue difuminando y dejó ver las siluetas de un grupo de muchachos recién llegados.

Marina. Raúl. Edwin. Rodrigo. Y Kevin.

Todos dirigiendo a las enormes tropas que Fabio vio previamente.

—¡Ahora partámosle el trasero al Coronel!

—No, no, no, fue suficiente —interrumpió Melanie a la muchacha que preparaba sus puños—. ¿Por qué están aquí? ¿Qué están haciendo?

—Ustedes lograron destronar al coronel —argumentó Nicolás—, es lo menos que podemos hacer...

El silencio fue interrumpido por más disparos.

—¡Vayamos por el Coronel!

—¡Basta! ¡Ustedes se me van! Nosotros los sacaremos —intervino la joven.

Quisieron protestar, pero de nada sirvió. Bajaron las escaleras y todos se reencontraron con su antiguo equipo.

No había tiempo de hablar. Las razones que existían para que estén ahí eran demasiado obvias.

Marina y Raúl no los dejarían solos en una guerra como esa. Edwin estaba muy bien instruido para atacar cuando fuera el momento. Rodrigo no permitiría que la muerte de su hermano haya sido en vano.

Y Kevin...

Kevin prometió alejarse del riesgo. Bueno, él nunca cumplía sus promesas.

Acordaron sacar al grupo de estudiantes puesto que ya habían terminado con los demás. Se distribuyeron de manera estratégica para cubrirse entre todos y llegaron a las puertas; sin embargo, el camino estaba bloqueado por los gigantes pedazos de construcción.

—¡Usemos el túnel! —gritó Nicolás.

Todos corrieron siguiendo al muchacho hasta llegar a un par de puertas rojas, al abrirlas, se encontraron con más hombres de negro.

De nada sirvió pelear, pues lograron capturarlos, y, como las órdenes indicaban, estuvieron a punto de matarlos, hasta que la voz de Gabriel los interrumpió.

El joven llegaba acompañado del Coronel, sosteniéndolo del cuello en tanto apuntaba a su cabeza.

—Si alguien se mueve, el Coronel se muere.

—¡No se muevan, bastardos! ¡No se atrevan a moverse!

Todos permanecieron estáticos, oyendo atentamente el trato de Gabriel: Sus amigos por el Coronel.

Los hombres accedieron dudosos, soltando a los muchachos mientras el Coronel también era liberado.

Fueron segundos de lentitud.

—No estoy listo. —le suplicó Dante a su sobrino en un murmullo, sabiendo las intenciones de este.

—Nosotros tampoco lo estábamos. —contestó Gabriel.

El Coronel bajó la mirada y un particular escalofrío recorrió todo su cuerpo. Cerró los ojos. Supo que nada podía hacer. Y cuando el disparo hizo un estruendo, maldijo por última vez al ave negra que lo controló por todos esos años y lo mantuvo sumergido en su propio lado oscuro.

Gabriel juró vengarse por todo el sufrimiento causado por la familia Ávalos. Lo hizo.

El cuerpo del Coronel cayó muerto, desatando una ráfaga de disparos que los obligó a escapar por los túneles.

Todos se calmaron en cuanto llegaron hasta unas puertas secundarias, las cuales daban paso a un cuarto de seguridad elaborado precisamente para evitar ese tipo de ataques, cerraron las primeras puertas y continuaron huyendo, pero la silueta de un hombre los detuvo. Este se encontraba de pie, sosteniendo una pequeña caja.

Y cuando Melanie identificó al hombre, su mente viajó aquel día en el que Bryan y ella fueron atacados.

—¿Qué es eso?

—Una bomba.

La respiración se les cortó a todos al saber que no podían volver a retroceder.

—Manuel... —lo llamó Fabio—. Tranquilo, hablemos...

—Solo hay una cosa de lo que tú y yo tenemos que hablar, Saravia —le encaró—. ¿Por qué mataste a mi hijo?

Fabio volvió a ser atormentado por sus recuerdos.

Por años, Manuel creyó que Vidal había muerto a manos de un narcotraficante enemigo. Pero la realidad era que quien asesinó a Vidal fue su mismo compañero.

Fabio había matado a Vidal y Manuel ya lo sabía.

—No pude escoger. —admitió Saravia, captando la atención del hombre para que este no notara los movimientos de los demás.

—¡Mentira! ¡Pudiste escoger no quitármelo! ¡Pudiste escoger abandonar la misión! ¡Tú pudiste escoger!

—No hagas esto, Manuel, fue por el bien de todos.

—No te engañes, Fabio, nadie estará bien mientras sigas aquí.

—Deja que ellos se vayan. Me quedaré contigo, te doy mi palabra.

Melanie se puso en alerta ante la afirmación de su novio.

—Por favor —insistió este último—. No tienen culpa alguna.

—Con o sin culpa, la tregua ha terminado.

—Él prometió cumplir la tregua. Él te dejará en paz. Indiferente a las puñaladas que yo reciba, será así.

—Solo se trata de nosotros —se entrometió ella—. Por favor, deje que los demás...

—¡Nadie se irá! —vociferó el hombre—. Nadie que esté cerca de un hombre como Fabio Saravia es bueno. Nadie va a irse. ¡Y aquí nos morimos todos!

Cuando estuvo a punto de activar la bomba, Fabio se abalanzó sobre él.

—¡CORRAN! —ordenó Raúl abriendo paso a los demás muchachos, aprovechando la distracción.

La salida no estaba demasiado lejos, todos intentaban cubrirse entre sí y apenas pusieron un pie en las calles notaron la ausencia de tres personas.

Dentro, Melanie se enfrentaba con Manuel, quien había logrado herir a Fabio, obligando a que Gabriel regresara por ella.

Aunque eran tres contra uno, el hombre guardaba un rencor que lo fortalecía, así que usó todo ello a su favor para tirar a la muchacha hasta un montón de rocas, debilitándola.

Presionó el botón rojo y empezó la cuenta regresiva de cinco segundos. Fabio tomó al tipo antes de que este lanzara el objeto hacia la chica, y, junto con él y el aparato, se encerró en el cuarto de seguridad para sellar todas las puertas de este con la esperanza de que eso contenga el fuego y los otros dos jóvenes pudieran escapar.

Hizo todo frente a los ojos de su novia, quien intentó arrastrarse a él mientras lloraba y le suplicaba regresar, pero, aunque hubiera querido hacerlo, el sello ya estaba cerrado.

Gabriel recogió a su hermana y dejando la impresión de lado inició una carrera contra el tiempo, la misma que acabó cuando el oscuro túnel se vio iluminado por la explosión.

Ambos lograron salvarse por milésimas de segundo, llegando hasta las afueras del instituto, en una calle contraria.

Cada uno seguía perplejo frente a lo que había pasado.

Cuando ella reaccionó, su nombre fue lo único que le vino a la mente.

—¡FABIO! —comenzó a llamarlo intentando regresar por él, pero fue detenida por su hermano debido a que el edificio estaba a punto de desmoronarse—. ¡FABIO!

Sus piernas dejaron de responder y no pudo seguir de pie. Expulsó el llanto amargo sobre el pecho de Gabriel quien la abrazaba con fuerza, queriendo consolarla de alguna forma.

Había terminado. Parte de su vida ya no existía más y el simple hecho de no haber tenido una despedida digna le arrebató todo el aliento, asfixiándola.

Lloró. Lloró tanto que sintió un sabor metálico en la garganta, como si estuviera sangrando.

Fue así hasta que, al igual que el día de su reencuentro, empezó a perder sus fuerzas y se dejó debilitar por completo.

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