34 | El tiempo no perdona.
Desperté en medio de los brazos de Fabio, él también tenía los párpados caídos, el sueño quería vencerlo, pero de rato en rato se reincorporaba para sostenerme con más fuerza.
Con desesperación vi mis manos, dándome cuenta de que estaban totalmente normales, y supuse que lo que vi solo fue una alucinación.
Gabriel estaba sobre la esquina inferior de la cama, leyendo un libro.
Ambos dirigieron sus ojos a mí apenas me vieron consciente.
—No soy experto en embarazos, pero esto como que no es muy normal, ¿no?
—Vete, tengo que hablar con Fabio.
—Pero Mel...
—Dije que te vayas.
—No puedo dejarte así, me preocupas.
—Claro que puedes. No hay nada que nos una. Largo.
La mirada de Gabriel mostró tristeza y eso fue lo que menos me importó.
Se levantó y caminó a la salida para cerrar la puerta con fuerza, llevándose uno de mis suspiros.
—Lo que yo tengo es un suero. Fue Yakov quien me lo puso.
—¿Yakov? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—No tengo idea. Él dijo que me queda exactamente un año hasta que... —tragué saliva y bajé la cabeza—. Hasta que muera.
—¿Dijo? ¿Hablaste con él?
—Me llamó por teléfono.
Él dirigió sus ojos al aparato destruido en el piso y lo entendió.
—Me está chantajeando, Fabio. Él tiene la cura, está dispuesto a dármela, pero entonces yo debo darle algo a cambio.
—¿Qué quiere? —cuestionó ansioso—. ¿Qué te pidió?
—Los contactos de mi padre.
Cerró los ojos y frotó su rostro con ambas manos.
—¿Un año? —cuestionó volviendo a mirarme—. ¿Eso dijo? ¿Un año?
Asentí y bajé la mirada, secando algunas lágrimas mías que lograron salir. Él me rodeó con sus brazos y volvió a acostarme encima de su cuerpo.
—Yo no quiero morir. —rogué entre sollozos.
—No. Tú no te vas a morir. Conseguiremos la cura, como sea, y vas a estar bien.
Me dio un beso y siguió abrazándome con fuerza.
Evitar a Gabriel y sus preguntas las siguientes semanas fue fácil, aunque todo cambiaba durante las campañas. En ellas seguíamos siendo dos hermanos intentando ganarse la simpatía del pueblo.
Las encuestas se realizaban cada semana, en todas ellas él lideraba los resultados, pero la diferencia con el segundo candidato era mínima.
En las elecciones anteriores, la falta de coeficiente intelectual era demasiado notoria, usualmente los habitantes elegían al menos ignorante, pero, en esa ocasión, tanto Gabriel como el candidato Torres, su rival, eran igual de competentes. Así que, mientras los demás candidatos se atacaban entre sí sacando trapos sucios al aire, esos dos se atacaban presentando discursos y propuestas, unas más impecables que las otras.
De tantas temporadas de elecciones, ¿por qué en esta tiene que aparecer un candidato digno?
Parte de la espera iba acortándose, ya todos habíamos votado y los resultados tardarían en salir por lo menos un día.
Ese día fue acabando poco a poco hasta que me encontré frente al espejo de mi habitación mientras terminaba de arreglarme para la cena que el concejo organizó con el fin de unir a los candidatos y que estos pudieran ver los resultados todos juntos, lo cual beneficiaría a la prensa, ya que esta también podría ingresar y capturar los rostros de los perdedores, y, quién sabe, uno que otro pleito.
Gabriel apareció detrás de mí y colocó una caja negra de terciopelo en la mesita que estaba a mi costado.
—No son robados y no vale medio millón de dólares. Solo es lo que, en mi pobreza, puedo darte.
—Gracias.
Ni siquiera la abrí. Continué retocándome el labial, esperando que se fuera.
—¿Algo más?
—No... Solo eso.
Dio media vuelta y empezó a caminar hacia la puerta. Iba a detenerlo, hasta que él volvió a mirarme.
—Escucha, Mel, fui un completo idiota, no tengo cara para pedirte perdón, tampoco encuentro las palabras para hacerlo, y eso no es nada con lo que quiero comprarte —señaló la caja negra—. Yo solo intento buscar las formas de demostrar que estoy arrepentido. No he sido un buen hermano, ni siquiera he sido un verdadero hermano, jamás en mi vida te hubiera lastimado, quiero decir, no a menos que lo hubieras hecho tú primero.
La sombra de una sonrisa se mostró en sus labios, pero volvió a su seriedad.
—Han sido muchos los sentimientos que he experimentado desde que esto inició. Primero pierdo a David, después te pierdo a ti y finalmente pierdo a Nora. Ella... Ella era lo único real que yo tenía. Y la perdí.
Antes de que su voz siguiera debilitándose me lancé a él, rodeando su cuello con mis dos brazos.
Me correspondió y escondió su rostro entre mi cabello.
—Por favor, no dejes que me siga consumiendo. Por favor, Mel. Por favor.
Seguí abrazándolo.
—Mel, ¿estás...?
Fabio interrumpió su pregunta al ver las lágrimas que caían por mis mejillas.
—Te lo advertí, Gabriel. —recriminó mientras tomaba a mi hermano por el cuello.
—¡No, espera! —lo detuve antes de que diera el primer golpe—. Solo hablábamos, no me hizo nada...
—Estás llorando por su culpa.
—Son tantas cosas, Fabio, estoy llorando por todo lo que ha pasado.
—Está bien, Mel —interrumpió Gabriel—. Deja que tu novio se desahogue. Merezco al menos un golpe por lo que te hice.
—Gracias. —gesticuló Fabio con una sonrisa fingida para después impactar uno de sus puños contra el abdomen de su rival repetidas veces.
—¡Alto! ¡Dije que solo un golpe! —se quejó mi hermano logrando distanciarse.
—¡Sabes bien que mereces más que golpes!
—¿Y qué mereces tú después de haber embarazado a mi hermana a los dieciocho años? ¿Eh? ¡Dieciocho años, desgraciado! Mel todavía es una niña, ¿cómo pudiste?
—Gabriel, yo no estoy...
—Un hijo tuyo es una condena, Saravia —siguió él más recuperado—. ¿Te has puesto a pensar en la vida que llevará esa criatura? Todos tus enemigos vendrán por él apenas sepan de su existencia, así como pasó con mi hermana.
—¿Y piensas hacer algo al respecto? —encaró Fabio.
Gabriel ni siquiera necesitó tiempo para pensar su respuesta.
—Es mejor que vayas a comprar cigarrillos y no regreses nunca más.
—Gabriel...
—Ese bebé puede estar perfectamente bien con Melanie y conmigo.
—Uno: Dudo mucho que mi hijo se saque la lotería contigo como tío, teniendo en cuenta que como hermano eres un desastre. Dos: Mi hijo me tendrá a mí, día, tarde y noche, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, dedicaría mi vida entera para protegerlo, así como voy a proteger a su madre. Y tres: Lo último que haría es dejar que mi hijo pase más de treinta segundos a tu lado.
—Oigan...
—Ah, ¿sí? ¿Y qué hay de su futuro? ¿Será igual a ti?
—Bueno, es suficiente.
—Mi hijo no será como los niños ordinarios. —afirmó Fabio.
—No, teniendo en cuenta a los padres, claro que no lo será.
—¿Qué quieres decir?
—Que...
—¡Ya basta!
—Señorita —Robert interrumpió el sermón que iba a darles a esos dos.
—¿Sí?
—Está todo listo, los autos esperan.
—Gracias, Robert, en un minuto vamos.
Él asintió y salió de la habitación, dejándonos solos de nuevo.
Me coloqué las joyas que trajo mi hermano, viendo cómo ambos se asesinaban con la mirada. Di media vuelta y simultáneamente los dos me ofrecieron sus brazos, empezando otra pelea.
—Yo soy su hermano.
—Yo soy su novio.
—Es MI noche.
—Es MI novia.
—No deberías ser grosero con el alcalde.
—¿O qué? ¿Me mandarás a decapitar?
—Esterilizarte me parece una mejor idea.
Gruñí y salí del lugar siendo seguida por ellos que no dejaban de discutir.
Subí hasta el auto de en medio y este arrancó, escoltado por uno delante y resguardado por otro detrás.
—¿Pueden callarse? —pedí frotándome la cabeza.
—Sí, cierra la boca, Gabriel. —ordenó Fabio dejándome apoyarme en uno de sus hombros.
—Te estás ganando un buen puñetazo, hermano.
—Cuando quieras, hermano.
Dirigí mi mirada a Robert apenada, pero este solo se mantenía divertido a la insignificante pelea.
Hundí mi rostro en el cuello de Fabio y cerré los ojos, inhalando el perfume que le regalé semanas atrás.
—Lo mandé a hacer con un amigo de mi padre que es perfumista, es un olor personalizado, nadie más que tú podría tenerlo.
Él continuaba en su contienda contra Gabriel, sin notar que yo lo observaba con demasiada minuciosidad, intentando memorizar cada facción de su rostro, esas que no olvidaría en ninguna circunstancia.
—Mel...
—¿Mmm?
—Ya llegamos.
Me vi obligada a apartarme de él y decenas de cámaras y luces blancas me recibieron.
—¿Ya pensaron el nombre? —volvió a cuestionar mi hermano en susurros solo para nosotros.
—Sí... —contestó Fabio llevando una de sus manos a la altura de mi vientre—. Se llamará «Queti».
—¿Queti?
—¡QUETIMPORTA, PEDAZO DE NADA, DEJA DE INSISTIR!
Una risa se dibujó en mi rostro, pero estaba demasiado cansada para seguir en el juego de nombres y falsos bebés.
Caminamos por medio de un pasillo hasta llegar a la entrada del concejo, en donde vi a quien menos quería ver.
—Soy Adriana Montes, transmitiendo en vivo desde el concejo municipal de Hidforth y tengo conmigo a uno de los primeros candidatos en llegar a la ceremonia. Christian Vercelli. —volteó hacia mi hermano y dejó que la cámara lo enfocara—. Bienvenido, señor Vercelli, es un placer volver a verlo.
—Igualmente.
—Cuéntenos, ¿cuáles cree que serán los resultados de esta noche?
—Prefiero reservar mis expectativas.
—¿Cree que usted ganará?
—Será lo que el pueblo decida.
—Vemos que viene acompañado de su familia.
La cámara se dirigió a nosotros y tanto Fabio como yo nos esforzamos en mostrar un rostro amable.
—Qué gusto encontrarnos de nuevo, señora Vercelli. —me saludó con evidente desagrado.
¿Señora?
—Díganos, ¿cree que su hermano ganará?
—Al igual que él, prefiero no opinar.
—¿Qué tan difícil fue para usted organizar las campañas electorales?
—Nada difi...
—Teniendo en cuenta su embarazo, claro.
Se me bajó la presión.
—¿Cuántos meses tiene? ¿Usted no sólo tiene dieciocho años? Ah, perdón, en la identificación falsa que su padre tramitó indica que ya pasó de los veintitrés, imagino que no hay problema, ¿no? ¿Qué me dice de la reciente explosión que hubo? En ella murió un importante funcionario, aquel que le permitió la inscripción de su hermano en las elecciones, muchos dicen que usted tiene algo que ver, ¿eso es cierto?
Antes de contestarle se escuchó el inicio de una discusión entre dos candidatos que estaban cerca.
Su camarógrafo avanzó hacia ellos y ella se vio obligada a ir tras él.
Tomé del brazo a mi hermano y lo acerqué hasta nosotros con enojo.
—¿Cómo demonios sabe sobre mi embarazo?
—¿Por qué me lo preguntas a mí?
—Porque aparte de Saravia tú eres el único que está al tanto.
—¿Y crees que iría por el mundo gritándolo a los cuatro vientos?
—Y la explosión... Algo sabe de eso.
Fabio y yo nos miramos, y supe que ambos teníamos al mismo sospechoso.
—¿Por qué te preocupas? Tarde o temprano iban a saberlo —se excusó Gabriel.
—No, mi señor alcalde, da igual lo del embarazo, es solo que esto significa que alguien está filtrando información a la prensa —contestó mi novio observando su reloj—. Solo nosotros tres lo sabemos. Nadie, repito, nadie más lo sabe.
—Espías. —susurró mi hermano haciendo la forma de pistolas con las manos.
Evidentemente no se lo estaba tomando tan en serio.
—¡Candidato Vercelli!
Ay, no.
—Candidato Torres.
—Qué gusto verlo.
—Lo mismo digo.
El hombre dirigió sus ojos a mí, mirándome de pies a cabeza.
—Señorita Vercelli —tomó una de mis manos y besó el dorso—. Es un honor contar con su presencia.
—Gracias.
Llegó hasta Fabio, quien lo veía con cara de pocos amigos.
—Fabio Saravia —articuló el hombre—. El inmortal Fabio Saravia.
Mi novio lo miró con su usual desprecio.
—¿Nerviosos?
—No, ¿y usted? —le contestó mi hermano con el rostro divertido.
—Mi rival es apenas un joven de veinte años, por supuesto que no.
—No veo a ningún joven de veinte años por aquí.
—Yo sí. Lo tengo justo enfrente.
Uno de los encargados hizo el llamado para que cada quien vaya a las mesas que se le habían designado, y, curiosamente, Torres y su equipo estaban junto a nosotros.
—Quiero sacarle los ojos. —me dijo Gabriel sin dejar de sonreír para disimular.
—Yo quiero hacer lo mismo, pero con la reportera.
—Apenas gane te la traeré. Será como un regalo.
—¿De verdad?
—Claro que sí, tú me llevaste a Erick, esto es lo menos que puedo hacer.
—Qué tierno, hermanito.
—A cambio, pido ser el padrino.
—Por favor...
—Nadie mejor que yo para serlo. Soy gracioso, me gusta comprar regalos y adoro a los niños.
—No puedes ser padrino de un bebé que no existe, Gabriel, yo no estoy embarazada.
—Mentir es malo, sobre todo cuando quieres evadir mi oferta.
—Hablo en serio, no hay nada dentro de mí, solo órganos.
Su rostro se puso serio.
—Entonces, ¿por qué has actuado extraño?
—Por cosas que te explicaré, pero no ahora.
—¿Cuándo?
—Apenas salgamos de aquí hablaremos.
Él asintió y volvió a enfocar sus ojos en su rival, quien lo observaba con altanería.
Fabio había ido a solucionar el problema del espía y cuando regresó me hizo una señal de cumplimiento.
Esa iba a ser una noche muy larga.
—¿Qué diremos sobre el embarazo?
—Nada, no responderemos a ninguna pregunta, ni la afirmaremos ni la negaremos —ordené—. Intenta actuar normal, como si yo no estuviera muriendo.
Él me observó con un poco de molestia, tomó una copa y bebió por completo su contenido.
Tuvo que pasar más de una hora para que todo comience y el conteo de los votos vaya mostrándose en la enorme pantalla que teníamos enfrente.
Cuando el contador fue deteniéndose, el rostro de Torres encabezaba la lista. Mi hermano buscó mi mano con desesperación, apretándola por la ansiedad que sentía.
Era un juego que podría alterar los nervios de cualquiera. En un segundo Torres era el principal, pero en el otro, mi hermano lo sobrepasaba.
Fue así por casi un minuto hasta que el rostro del enemigo permaneció estático, provocando que él y todo su equipo se pusieran de pie, aplaudiendo e iniciando la celebración.
Gabriel estuvo a punto de sacar su arma y darle un tiro sin importarle los presentes, pero el movimiento de la pantalla lo detuvo.
De nuevo, Torres fue desplazado.
Mi hermano se convirtió en el ganador con el cincuenta y tres por ciento de votos.
Todos empezaron a aplaudir y él se puso de pie, ocultando la emoción que, estoy segura, sintió.
Ese mismo día se llevaría a cabo la juramentación, evadiendo ciertas reglas del protocolo que, al verlo convertido en lo que debía ser, me dio exactamente igual.
Una vez que la ceremonia terminó, regresamos a casa victoriosos.
—¡Vamos a brindar!
—Adelántate, ahora te alcanzamos.
Gabriel asintió y fue hasta la bodega de mi padre mientras que Fabio y yo fuimos a uno de los cuartos escondidos que funcionaban como calabozos.
Nada de traición, sea quien sea.
—¿Fue ella quien te contactó o tú la buscaste?
—Fue ella...
—¿Qué más le dijiste sobre nosotros?
—N-nada.
Fabio mostró una maleta y de ella sacó infinidades de papeles que tenían nuestros datos privados y unas cuantas fotografías que Robert había tomado durante nuestras torturas.
—¿A dónde pensabas huir después de vendernos?
—Al sur.
—Al sur. —mofó Fabio.
Sacó su arma y la cargó.
—Ahora irás al cielo.
—Yo tengo información importante —se excusó Robert temblando—. Es sobre Ávalos, el Coronel...
—¿Cómo es que lo conoces? —cuestioné sintiéndome cada vez más desconfiada.
—Es una larga historia. Pero créame, el hecho de que su hermano sea el alcalde ahora no le ha gustado para nada al Coronel. Él vendrá aquí y acabará con todo.
—¿Cuándo? ¿Cómo? Di todo lo que sabes.
—¿Y me dejará vivir?
Fabio colocó la mano en uno de los hombros del tipo, como si estuviera afirmándolo.
—Bueno, el Coronel sabe que ustedes querían adueñarse de este pueblo para que él no se atreviera volver. Los tienen en la mira, los ha vigilado todo el tiempo, y, no sé cuándo, no sé cómo, no sé dónde, pero va a atacar, y no pacíficamente.
—¿Eso es todo?
—Sí, es todo lo que sé.
Mi novio volvió a acercarse a él y volvió a palmear su hombro.
—¿Cuándo me dejarán libre?
Terminó de hablar y cayó muerto.
Mi cuerpo no resistió seguir de pie y me senté de golpe sobre una de las sillas.
—Mel...
—Él ya viene. —articulé pensando solo en David.
Me solté de su agarre y me puse de pie para salir del lugar en tanto Edwin se deshacía del cuerpo. Fabio me siguió y ambos llegamos hasta Gabriel, quien estaba bebiendo solo.
—Debe haber maneras para resguardarnos; leyes, estrategias, personas, algo.
—Ellos no respetan leyes, pueden evadir estrategias y, ¿personas? Las matarán con facilidad.
—¡¿ENTONCES DE QUÉ SIRVE HABER GANADO SI NO NOS BENEFICIARÁ EN NADA?!
—Cálmate...
—¡No me calmo! —volví a gritar—. Ellos vendrán dispuestos a matarnos y nada de lo que hemos hecho habrá servido.
—Entonces dejemos las tontas estrategias y los golpes indirectos a un lado —contestó Gabriel—. Si quieren guerra, guerra van a tener. Hace meses no nos habríamos atrevido a hacerlo, pero ahora tenemos más recursos, a la policía, a este pueblo, y podemos pedir apoyo a otras ciudades, así que, si ellos insisten, obtendrán lo que quieren.
—No es fácil, aún no sabemos de qué manera atacarán, y, peor, pueden estar haciéndolo ahora y ni siquiera lo estamos notando.
—Si hubiera algo anormal aquí ya lo sabríamos.
—Mañana mismo tomaré medidas —me tranquilizó mi hermano—, estás hablando con el alcalde.
Tanto él como Fabio tomaron unas cuantas copas, a mí tan solo me dieron agua, hasta que amaneció y tuvimos que volver a nuestras rutinas.
Fallé a mi promesa. Evité hablar con Gabriel sobre el suero y me dediqué a organizar un plan para conseguir la cura.
—No hay otra opción que darle a Yakov lo que quiere.
—¿De qué sirve? Vendrá por nosotros ayudándose de lo que conseguirá y nos matará a cada uno.
—No lo entiendes. Me refiero a ir un paso adelante, él va a buscar a los socios de papá guiándose de los registros, según he oído, ellos nunca buscan, siempre esperan, ¿qué pasaría si no son encontrados?
—Te refieres a...
—Matarlos.
—Quieres darle los contactos, pero antes de que los encuentre, ¿vas a matarlos?
—Exacto.
—No es muy fácil, Mel, estamos hablando de hombres poderosos, de esos a los que no se les puede acercar ni siquiera una mosca.
—¿Qué más opciones tenemos? El tiempo corre y yo tal vez empeore, no se me ocurre nada más.
Fabio se acercó a mí y me acarició.
—Seguiremos invirtiendo en los estudios, un día pueden encontrar algún tipo de tratamiento y esto pasará.
—¿Mientras qué hago yo?
—Yo sé que sabes lo que debes hacer —aseguró confiado—, quizá deberías empezar casándote conmigo.
Sonreí y le seguí el juego, estirándole la mano derecha. Él la beso y sin aviso sacó una cajita pequeña, dejándome helada.
Tomó el anillo y lo acercó a mi dedo anular.
—¿Te casarías conmigo, Mel? —me preguntó con los ojos brillosos.
La voz se me ausentó y una extraña sensación se hizo presente. Abrí los labios, comenzando a percibir ardor en todo mi cuerpo.
—Sí.
Su sonrisa fue ensanchándose poco a poco y apenas terminó de colocarme el anillo me dio un beso.
El ardor no desapareció, sobre todo cuando volví a llorar como una niña en tanto él se detenía a abrazarme. Ya ni siquiera me importaba la edad ni las circunstancias, incluso pude haberme casado con él en ese preciso momento, pero solo me quedaba aumentar la lista de razones por las que no debía resignarme a morir dentro de un año.
Las semanas siguientes fueron tranquilas, aún no había noticias de Marina ni de Raúl. Kevin desapareció como lo prometió, Rodrigo hizo lo mismo, así que durante ese momento solo éramos tres.
Gabriel, Fabio y yo.
El gobierno de mi hermano se diferenció de los demás, dejó que las personas salieran del pueblo y se esforzó en alejarse de las polémicas al cumplir con sus roles, a veces solía frustrarse, pero yo siempre estaba ahí, para frustrarlo más.
La supuesta «enfermedad» que iba consumiéndome tuvo que esperar, al menos hasta que consiguiéramos la cura.
Pero tanto Fabio como yo olvidamos que el tiempo no perdona a nada ni a nadie.
Él no nos perdonó. Y nuestros enemigos tampoco.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro