Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

33 | En mi sangre.

Melanie.

Semanas después

He vivido lo suficiente para saber que el tema del tiempo es relevante. De igual forma, creo saber que aquí, en el mundo real, llegar un segundo antes o llegar un segundo después significa el cambio de toda una línea temporal.

¿Qué pasa cuando la línea temporal de dos personas coincide? Se forma un conjunto de situaciones que las obligan a convivir. Eso hasta que vuelven a separarse.

Ignorando el tema de que nada, absolutamente nada puede alterarse, durante las últimas semanas he deseado encontrar la máquina del tiempo y regresar al día en el que Culebritas rompió nuestra línea temporal. Es decir, lo obligaron a romperla.

—Lo que me estás obligando a hacer debería considerarse explotación.

—Mi padre fue claro, Gabriel. Si no queremos que la Parvada vuelva a estas tierras, debemos adueñarnos de ellas.

No dijo nada.

Me acerqué a él y le acomodé la corbata.

—No estoy dispuesta a perderlo todo de nuevo.

Y sabía que él tampoco lo estaba, sus ojos me lo decían.

—Por favor.

Analizó mi mirada. Entonces juntos nos encaminamos dentro del edificio crema hasta quedar ante la recepcionista que nos dejó pasar luego de revisar nuestras identificaciones. Avanzamos por el corredor, terminando frente a la oficina de aquel hombre.

—Tienes mi lealtad, Mel. —escuché decir a mi hermano antes de entrar—. Pero esto no es bueno.

—Te has preparado durante muchos meses, puedes hacerlo.

—Entiéndelo, hay inconsistencias, no parezco ser un hombre de veinticinco años.

—Aunque no lo parezcas los documentos no mienten, tú tienes veinticinco años, eres abogado y el hombre más influyente de este lugar.

—Pero nadie me conoce.

—Solo tú y yo sabemos eso. Camina.

—Él va a notarlo...

—No me digas que tienes miedo.

—¡Claro que tengo miedo! Lo que tú quieres que yo haga es riesgoso y humillante, no tengo experiencia haciéndolo y si sale mal iré a la cárcel.

—No te angusties —lo calmé—. Si eso pasa, te visitaré todos los días.

Lo oí gruñir y me apresuré en abrir las puertas de esa oficina, quedando a la vista de un anciano calvo, dueño de esas miradas que tienen el poder de rebajar a quien sea.

—Buenos días.

—Que sea rápido —advirtió él—. ¿Qué es lo que quieren?

—Sabes perfectamente lo que queremos.

Saqué los documentos y los coloqué sobre su escritorio.

—Tu firma. —ordené.

—Es imposible que engañen al pueblo.

—El pueblo no nos conoce.

—El pueblo sabe quiénes son ustedes, han pasado toda su vida aquí.

—Corrección, Melanie y Gabriel Ávalos vivieron aquí. Y nadie los ha visto desde el juicio en donde el Coronel escapó.

—¿Por qué hacen esto? ¿Tus millones no son suficientes, Melissa? ¿Ahora quieres robar al pueblo?

—He acabado con más de la mitad del concejo. ¿Alguna vez te has puesto a pensar en el por qué te mantengo vivo? —cuestioné.

—Porque quieres algo de mí, pero escúchame bien, no pienso ser parte de esta farsa.

—No sirve de nada que emplees tu respeto por la ley, todos saben que desde siempre has sido un corrupto. Dejaste que los de tu especie se apoderaran de este lugar, dejaste que el Coronel nos destroce la vida, tú eres igual a él...

—Me están haciendo perder el tiempo.

—Y si no firmas estos papeles perderás algo más.

—¿Van a matarme? Esa amenaza ya no es muy intimidante.

—¿Cómo está Jazmín?

Mi pregunta lo dejó paralizado.

—Mi hermano y yo fuimos de paseo ayer y nos encontramos con ella. —agregué—. Ni siquiera parece ser tu hija, ella sí que tiene modales. Felicita a su madre de mi parte, estoy segura de que todo el crédito le pertenece.

Su mirada flaqueó y aproveché en estirarle los documentos.

—Tu firma.

—Yo no lo veo tan convencido —comentó mi hermano.

Hundió una de sus manos en el bolsillo de su saco y reveló un conjunto de fotografías.

—Aquí tienes, para más motivación.

—Tres amantes en una semana. Impresionante.

—¡Eso es falso!

—Estuviste al mando por muchos años, todo el pueblo está cansado de ti. No pasa lo mismo conmigo, demostré que soy inocente, ellos saben que voy a ayudarlos. Es tu palabra contra la mía. Pero, sobre todo, es tu hija o tu firma. Tú escoges.

No tuvo con qué más atacar.

—Qué desgracia. —me despedí al ver que no iba a firmar.

Gabriel y yo dimos media vuelta para caminar a la puerta, pero antes de abrirla lo tuvimos enfrente otra vez con los documentos ya firmados.

—Vas a pagar por esto, Melissa. Lo vas a pagar en el infierno. —me amenazó antes de entregar los papeles.

—Gracias por tu colaboración, no la olvidaré.

—¡Lo vas a pagar! —siguió gritando con resentimiento al tiempo en el que mi hermano y yo nos alejábamos—. ¡Lo harás con lágrimas de sangre, Melissa! ¡Te harán pagar!

Cruzamos la recepción de nuevo en donde solo estaba la secretaria, quien sabía nuestro propósito al estar ahí. Le hice una seña indicándole salir y obedeció abandonando el sitio casi corriendo.

Nosotros nos tomamos un poco más de tiempo, y apenas estuvimos a una calle y media del lugar, oímos la explosión.

—¿Crees que esto le afecte a su hija?

—No. Cuando estaba vivo ni siquiera le ponía atención, ahora al menos hay una razón para justificar su ausencia.

Llegamos al auto mientras bomberos y policías iban corriendo a ofrecer ayuda.

Hidforth cada vez estaba siendo limpiado solo para abrir paso a una nueva contaminación: La nuestra.

Una vez que hayas terminado con las rutas, encárgate de lo tuyo. El plan que tenías respecto a tu hermano y el pueblo no me pareció tan descabellado como al principio, de tener buenos contactos y una asesoría ventajosa, puedes hacerlo.

Robert te ayudará, podrá dirigirte en todo lo que quieras hacer respecto a la política.

—Quiero afiches por todas las avenidas, en cada poste de luz, en cada pared. La cara de mi hermano debe estar por todo el pueblo, sus campañas deben ser impecables, sin disturbios.

Robert iba tomando nota.

—¿Algo más, señorita?

—Sí. Manda esta carta a la dirección que tiene anotada.

Le estiré el sobre y él asintió.

—Si muero, asegúrate de que Rodrigo siga recibiendo las cartas.

—En primer lugar, no vas a morir, y, en segundo lugar, cuando mueras me aseguraré de decirle toda la verdad.

—Me odiaría por eso.

—No, va a entenderte, tal vez le duela durante un tiempo, pero te perdonará.

—Da igual, ya estaré muerto.

Nunca imaginé que perder a Santiago sería doloroso; sin embargo, su muerte me demostró que durante todo ese tiempo me equivoqué.

Un ser sí puede morir por amor. Él murió por amor; por amor a su hermano, al recibir el disparo que iba directamente hacia este último.

No se despidió. No agonizó. Solo se fue, rápido y sin sufrir, evitando ver que el cuerpo de Mabel también cayó muerto un segundo después.

—Lo hicimos.

—No tan rápido, Zorranie, aún debemos ir por Dante.

—Será fácil.

—¿Más fácil que tú? No lo creo.

—Cretino.

Él sonrió y le devolví la sonrisa.

—Gracias por ayudarme.

—¿Solo eso? ¿Ni un abrazo?

Me acerqué a él y lo abracé con fuerza. Sonreí, viendo que él me correspondió la sonrisa.

Lo solté y fui con Fabio, sin saber que, al regresar, Culebritas ya no estaría nunca más.

El tema de su madre y las cartas fue un verdadero dilema y solo pude solucionarlo de una forma, tal vez la más apropiada.

A esas horas de la noche, Rodrigo ya debería estar leyendo la supuesta carta que su hermano iba a darle antes de morir. Al día siguiente sabría su reacción, y, no mentiré, me daba cierto temor verla.

—Aquí está tu sopa de fideos, los tres kilos de papas fritas y la torta de chocolate.

—¡Gracias!

—No, no, no —Fabio interrumpió mi camino—, esto es lo primero.

—¿Una prueba de embarazo? ¿Es en serio?

—Tus antojos no son normales.

—Estoy hambrienta.

—Además, has tenido mareos y vómitos las últimas semanas.

—Eso no significa que esté embarazada.

—Ve, por favor.

—Es ridículo.

—Mel...

—No tiene caso, la comida se enfriará y...

—¿Te la haces tú o te la hago yo?

—La segunda opción suena bien.

—Ve. Ahora.

Resoplé, le quité la pequeña caja y fui hasta el baño. Hice todo el procedimiento, esperé unos cuantos minutos siguiendo las instrucciones hasta que volví a salir.

—¡¿Y?! —me cuestionó él apareciendo delante de mí para mostrarme sus ojos iluminados.

Le estiré el objeto y su rostro desilusionado me dio lástima.

—Hemos hecho el amor cientos de veces, no es posible que en ninguna haya logrado dejar algo dentro de ti.

—¿Por qué te estresas por eso? Tenemos menos de veinticinco años, los hijos a esta edad son un dolor de cabeza. Y no hables como si esto fuera tu culpa.

—Ningún método anticonceptivo es cien por ciento eficaz.

Me recosté sobre la cama, cerrando los ojos.

—¿Y si lo hablamos después de casarnos? —propuse.

—Aunque fuera así, ¿cómo explicas los mareos y los vómitos? ¿te sientes enferma?

—He perdido a dos seres cercanos a lo largo de este mes, llevo días sin dormir y a veces no tengo tiempo para comer, imagino que eso solo es un reflejo.

—Y, ¿podemos ir al doctor?

—Después de las campañas iremos.

Él asintió y se recostó a mi lado, permitiendo que me pegue a su pecho, sintiendo sus latidos sincronizados con los míos.

—Todavía no puedo creer que sigas aquí.

—¿Por qué no lo estaría?

—Porque te conozco, no es nuevo saber que prefieres estar solo, vivir solo, incluso respirar solo. Te gusta la soledad y eso es lo que no vas a tener si estás conmigo.

—El amor no se trata de tener o no tener, Mel, se trata de sentirse completo y así me siento cuando estoy contigo, así es como también te quiero hacer sentir.

Nos quedamos en silencio unos segundos hasta que él siguió hablando, o tal vez, soñando despierto.

—Tú y yo nos casaremos, tendremos muchos hijos y tal vez un perro, solo uno, viviremos en una casa lejos de este pueblo y lejos de la ciudad.

—¿Sí? ¿Qué más? —cuestioné alzando mi rostro para dar con el suyo.

—Haremos el amor apenas despertemos y antes de dormir, es más, no me quejaría si tomara el lugar de las tres comidas al día. Renovaremos nuestros votos cada año, y, como tus padres, ordenaré que, cuando dejemos de vivir, nos entierren juntos para que nuestros espíritus sigan haciendo el amor cada que quieran.

Comencé a reír y me acerqué a darle un beso.

—¿Y dónde está el anillo, galán?

—Escondido, por ahora.

—¿Cuándo lo pondrás en mi mano?

—Más pronto de lo que crees.

—Si está en medio de esos fideos o esas papas sería una de las propuestas más extrañas que habré tenido a lo largo de mi vida.

—Ve y búscalo.

Me levanté de un saldo de la cama. Abrí todos los empaques y regresé a mirarlo con decepción.

—Mentiroso.

—No soy tan idiota para poner un anillo ahí, conociéndote tal vez te lo hubieras comido sin notarlo.

Desgraciado.

Se detuvo a mirar mi ceño fruncido junto con mis brazos cruzados.

—Sería interesante que me cojas estando enojada.

—No querrías eso.

—Sobreviviré.

—¿Estás seguro?

—Ven aquí.

—Oblígame.

—No querrías eso.

—Sobreviviré. —lo imité.

En sus labios se dibujó una sonrisa.

Se puso de pie y llegó hasta mí para tomarme en brazos, dejando que rodee su cintura con mis piernas mientras empezaba a besarlo. Me apegó a una de las paredes, quitándome la blusa, exponiendo mis pechos al aire y recorriéndolos con sus labios para después llevarme a la cama.

Terminó de desnudarme, permitiendo que hiciera el mismo trabajo con él hasta que volvimos a unirnos. Pasó una de sus manos detrás de mi cintura y me apegó a su abdomen, adentrándose.

Continué rodeando su cuello de tal manera que, inexplicablemente, siempre coincidíamos en el ritmo de nuestros movimientos.

Todo mi cuerpo se adormecía con placer. Si hubiera podido pagar para que ese momento no termine bajo ninguna circunstancia, lo habría hecho; sin embargo, tuve que conformarme con retenerlo para traerlo a mi memoria cuando busque razones por las que debía sobrevivir.

Terminamos en medio de la bañera, él recostado sobre la tina y yo recostada sobre su pecho mientras jugaba con las burbujas, volviendo a ser su niña pequeña e inocente.

—Es impresionante.

—¿Qué cosa?

—No hay ningún rastro de las cicatrices en tu espalda.

—Es una suerte.

—No es suerte, las cicatrices no habrían significado nada en ti, y quien haya dicho lo contrario es un imbécil.

Me dio un beso en el hombro y reposó su barbilla en él.

—Eres preciosa con o sin cicatrices.

—Ya lo sé.

—Qué nivel de humildad. —masculló.

Comencé a reír y me di vuelta quedando frente a él, besándolo cada vez que podía.

Nuestros dedos se arrugaron y solo así decidimos salir para comer.

—¿Ciao? (¿Hola?) —Contestó la llamada—. Sì. (Sí.)

Cerró los ojos y se llevó una de las manos a la frente.

—¡Dannazione! Dimenticavo... Sto arrivando, non sono in ritardo. (¡Maldita sea! Lo olvidé... Voy en camino, no llego tarde.)

Colgó el teléfono y empezó a vestirse con rapidez.

—¿Qué pasó?

—EEIM tiene un nuevo Capitán y ha solicitado una reunión conmigo.

—¿Necesitas el arma para eso? —cuestioné viendo que colocó el objeto detrás de su espalda—. ¿Es peligroso?

La respuesta que obtuve fue un nuevo beso, era más lento que los anteriores. Era un beso de despedida.

—No tardo. —me prometió.

—Ten cuidado.

Dejó un último beso en una de mis manos y salió de la habitación casi corriendo.

Fui hasta una de las ventanas y vi su auto desaparecer entre las calles a una velocidad poco común.

Van a traicionarte, cielo, no te confíes, acaba con ellos apenas lo hagan. Acá los recibiré, en el infierno.

—Suéltalo. —le ordené a Edwin, quien dejó tranquilo al hombre completamente ensangrentado.

—Señorita...

—¿Sí, Otho?

—Por favor...

—Por favor, ¿qué?

—¡Yo no fui quien le dio la ubicación de su casa a Morana!

—Ah, de eso estoy segura, todo el mundo conoce la casa de mi padre, así que no estás aquí por eso.

—¿E-entonces?

—¿No lo sabes? O, ¿ya no lo recuerdas?

Tomé las cartas viendo el nombre de la persona a la que iban destinadas.

Yakov Romani.

Qué dolor de cabeza con ese malnacido.

—Estuviste informándole sobre todos mis movimientos durante este tiempo —le encaré—. Me traicionaste.

Agachó la cabeza, entendiendo que eran inútiles todas sus súplicas.

—¿Tus últimas palabras? ¿Frase? ¿Advertencia? O ¿Chiste? —pedí apuntándolo.

—Yakov está cerca. Va a destruirla.

Abrí los labios, fingiendo sorpresa.

—Adiós, Otho.

Quise dispararle a la cabeza, pero no podía ensuciarme. Diez disparos perforaron su cuerpo, haciéndolo caer muerto.

—Deshazte del cuerpo. —volví a ordenarle a Edwin.

Era un muchacho extraño, me obedecía sin protestar a menos que estuviera en juego la vida de un inocente, él sacaría la cara y arriesgaría todo con el fin de evitar injusticias. Aunque había diferencias enormes, a veces me recordaba a Melanie, esa que no podía siquiera escuchar la palabra «asesinar».

Pensar en que si Melanie Ávalos y Melissa Vercelli se conocieran me hacía suponer que no se llevarían nada bien.

Salí del lugar y me dirigí hasta la mansión de papá, encontrando a Rodrigo en el camino.

Ya había leído la carta, ya sabía la verdad, y, como lo supuse, aprendió a aceptarla.

Ambos compartimos un abrazo que necesitábamos. La ausencia de Santiago era pesada, demasiado pesada, y pensar en él me causaba cierto remordimiento debido a que no fue el tiempo suficiente en el que lo abracé.

Rodrigo se iría del pueblo, me encargué de cambiar todos sus datos, incluyendo su nombre y edad. Preferí no saber su destino, pero eso no disminuyó el dolor que sentí al ver a la última parte de Santiago alejarse.

Retomé el camino a casa. Cuando llegué me detuve a observarla por fuera, los jardines estaban más verdes, el color blanco había sido cambiado por un perla que mi hermano eligió. Después de eso, todos los salones del señor permanecían intactos, en especial su biblioteca y el estudio en donde me refugiaba para pensar en él.

Hasta aquí llegué.

Cuídate mucho, cielo, en el fondo, muy en el fondo, desearía que jamás tengas que escuchar este mensaje, pero es necesario.

Estoy orgulloso de ti. Estoy orgulloso de todo lo que hiciste antes de conocerme y estaré orgulloso de lo que harás en mi ausencia.

Me gusta creer que nos volveremos a ver, si es así ten por seguro que me encargaré de atribuirte todo el tiempo que perdimos, pero si no, solo espero verte, desde donde quiera que esté, siendo feliz, porque lo mereces, mi niña, no lo dudes nunca.

Mis sentimientos hacia mi padre no habían desaparecido del todo.

Le lloraba. Mucho.

Nuestro tiempo fue demasiado corto, pero me consolaba saber que, hasta en sus últimos días lo hice feliz. Y volvería a hacerlo cuando nos volvamos a ver.

—Señorita... —me llamó Robert—. Su hermano está listo, vámonos.

Observé de nuevo la casa de mi padre y jamás estuve tan segura de haber tomado una decisión tan absurda como aquella.

En cuestión de minutos llegamos a la entrevista. Gabriel iba nervioso, en el fondo yo también lo estaba, pero me esforcé en aparentar tranquilidad para calmarlo.

Todo dependía de esa entrevista. El pueblo nos conocía, tuvimos la oportunidad de hablar frente a ellos, sabían sobre nuestras identidades, sabían lo que pasó en nuestra vida y sabían de la mentira de Dante.

Después del asesinato del juez frente a sus ojos, no dudaron más; sin embargo, la desconfianza de algunos de ellos nos obligó a realizar ciertas acciones que se rigen bajo una sola frase:

Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

Decidí seguir una de las tantas reglas que mi padre tenía: Dejar que el enemigo venga a mí.

Así que, si Dante y su organización querían atacarme, lo deberían hacer en mi territorio.

—Usted y su hermana se han visto involucrados en numerosos acontecimientos que han significado la muerte de muchas personas inocentes, ¿qué puede decir sobre eso, candidato Vercelli? Oh, disculpe, ¿prefiere que lo llame por su apellido falso? ¿O por el verdadero?

—¿Quién es esa? —cuestioné, ofuscada por la pregunta.

—Adriana Montes, señorita, es una de las periodistas más reconocidas de este pueblo —me respondió Robert.

Mi cuerpo empezó a calentarse por la rabia.

Apellido falso. Apellido verdadero.

Gabriel no solía tener mucho autocontrol así que lo mínimo que esperé que hiciera era abandonar el lugar, dando por terminada la entrevista. Pero él había cambiado.

Desde que le propuse mi plan, hace varios meses, cuando solo era una broma, decidió prepararse día y noche, a veces no comía, incluso abandonó su búsqueda sobre Nora, y, con la ayuda de unos cuantos asesores respecto al tema de la política, dio una respuesta clara que resumiré como:

Eso no te importa, siguiente pregunta.

La mujer entendió que era inútil tratar de hacerle perder los papeles ya que eso era muy común en los candidatos cada vez que había elecciones y pasaban por ese tipo de entrevistas en donde se les preguntaba hasta el tema de la virginidad.

¿Quién demonios hace eso?

Adriana Montes.

Esta última ya había terminado la entrevista y al ver que mi hermano se dirigió a mí, lo siguió.

—¿Cómo estuvo? —me preguntó él.

—Excelente.

—Apoyo a su hermana, señor Vercelli, fue muy agradable —comentó. Regresó a mirarme y me saludó—. Es un placer conocerla, Melissa, he oído mucho de usted.

—Gracias.

—Me gustaría hacerle una entrevista. —pidió interrumpiendo mi paso.

—Esta no es mi campaña, es la de mi hermano, todo lo que quiera saber puede preguntárselo a él. —ofrecí resaltando la palabra «hermano».

—Ustedes ahora son una gran incógnita para el pueblo, ambos son igual de interesantes, con un buen empujón de popularidad podrían asegurar el puesto.

La molestia empezó a sentirse acompañada por la ofensa.

—Con todo respeto, quiero que tengas claro que, si gano, será por mis propuestas, no por convertirme en el objeto de admiración, desprecio o lo que sea de los demás. Aun así, agradezco tu interés, Adriana, me agradaste.

Cuando mi hermano usaba esa frase, «me agradaste», es porque en realidad también quería matarla.

Ambos llegamos hasta la salida y una tropa de muchachas se acercó a nosotros, específicamente a él, diciendo ser... ¿Admiradoras?

Dos de nuestros hombres se encargaron de controlarlas evitando que se acerquen para pedir autógrafos y saludos, como si ese hombre fuera una celebridad importante.

Entramos al auto y dejamos atrás a las adolescentes.

—Si las niñas de catorce, quince, dieciséis y diecisiete años pudieran votar, ten por seguro que ganarías. —le dije cerrando las ventanas.

—Ponte seria, ¿te has puesto a pensar en lo que pasará si no gano?

—Yo tengo todo bajo control.

—Nadie tiene todo bajo control.

—Perdón, ¿qué te picó ahora? Hace horas estabas seguro de que ibas a ser el mejor en esto y lo fuiste. ¡Eres el único que no causó escándalos!

—Pero esto no está bien. No todos creen que tengo veinticinco años, muchos aquí nos conocen, incluyendo los del instituto.

—Me he encargado de eso, bajo la ley tú eres Christian Vercelli, veinticinco años de edad...

—Ahí está el error, yo no soy Christian Vercelli, y tanto tú como yo sabemos que tampoco soy Gabriel Ávalos. No soy nadie, solo soy lo que todos quieren que sea.

—¿Esto es por lo que esa tipa dijo? —cuestioné con enojo.

Él permaneció sin ganas de responder, con la mirada puesta sobre sus zapatos. Robert no pronunció ninguna palabra y decidí no insistir.

Llegamos a casa, todos regresaron a sus asuntos a excepción de nosotros.

—Iremos a buscarlos.

—¿A quiénes?

—A tus padres —contesté—, a los verdaderos.

—Ah, ¿sí? ¿cómo? ¿tienes pistas? —interrogó burletero—. Yo no tengo la misma suerte que tú, Mel. No resultaré en casa de mi padre en un abrir y cerrar de ojos como si esto fuera una estúpida novela, tú no sabes lo que es la vida en realidad, nunca lo has sabido y crees que puedes acomodarla a tu manera con la excusa de que tienes todo bajo «control».

—Solo quiero ayudarte...

—No quiero tu ayuda.

—Cálmate.

—¿Por qué no haces esto tú? ¿Eh?

—Porque...

—Oh, lo olvidé, estás demasiado ocupada convirtiéndote en una criminal.

—Gabriel...

—No me llames así. Yo no soy Gabriel ni Christian, solo soy un arrimado más aquí.

—No digas eso, ya te dije que lo solucionaremos, soy tu hermana y voy a...

—¡TÚ NO ERES MI HERMANA! —escupió con enojo, acercándose a mí violentamente.

—¡GABRIEL!

La voz de Fabio detuvo lo que fuera que estaba dispuesto a hacer.

Mi novio se colocó delante de mí.

—¡¿Qué estás haciendo?! —le reclamó este último con voz ronca, apartándolo de un solo empujón, pero recibiendo otro por parte de mi hermano.

—¡No!

Me interpuse entre los dos, viendo el pecho de Gabriel subir y bajar de forma desesperada.

—Si vuelves a levantarle la mano... —lo amenazó Fabio usando su dedo índice para señalarlo.

—¿Vas a matarme igual que a tus padres? —completó mi hermano con rabia.

—Gabriel, estás alterado, es mejor que descanses...

—¿Alterado no te sirvo, Melissa?

—Gabriel...

—¡YO NO SOY GABRIEL!

Mi hermano se acercó a mí otra vez, pero Fabio usó más fuerza en su empujón, haciéndolo chocar con una pared.

Tardó en reincorporarse y regresarnos sus ojos, los mismos que contenían una rabia indescriptible.

—Váyanse. —advirtió.

No hizo falta que lo repitiera, tanto Fabio como yo decidimos dejarlo solo para ir a nuestra habitación. Aseguró el pestillo y comenzó a revisar mi cuerpo por algún motivo.

—Estoy bien.

—Pero él no.

—Solo está estresado.

—Esa no es excusa, Mel. Él iba a golpearte.

Me encogí de hombros.

—Quería asustarme...

—Si yo hubiera llegado un segundo después sabrías que no solo quería asustarte.

—Hemos pasado por mucho, está cansado, pero...

De un momento a otro, sentí sus manos alrededor de mi cuerpo, evitando mi caída a causa de otro mareo.

—¿Estás bien?

No contesté, mantuve los ojos cerrados creyendo que la cabeza me explotaría.

—Toma tus cosas, iremos al doctor.

No protesté, mi salud también me preocupaba, así que ambos nos encaminamos hasta su auto, consiguiendo ser atendidos por uno de los doctores de cabecera más confiables de mi padre.

—No sé cómo decirle esto...

El rostro del hombre indicaba que no había buenas noticias. Tomó asiento frente a nosotros, en sus manos sostenía un sobre con los resultados de las pruebas a las que me sometí.

—Usted está muriendo, Melissa.

—¡¿QUÉ?!

Fabio se exaltó mientras que yo dejé que aquella palabra empiece a aturdir mi mente.

Muriendo.

—Hay algo en su sangre que la está debilitando. Algo venenoso.

—Pero ¿cómo es posible?

—No tengo idea de cómo es que está ahí ni lo que es. A todas luces, parece ser mortal.

Ambos empezaron a hablar en tanto yo me mantenía en silencio, y por más que quise oír su conversación, mis sentidos no despertaban.

—Haremos más análisis, no se preocupen...

—Mi novia está muriendo y ni usted ni nadie tiene idea del por qué, ¿cómo se atreve a pedirme que no me preocupe?

—Entiendo el impacto de la noticia...

El hombre colocó una de sus manos en el hombro de Fabio, pero él la apartó de inmediato.

—Apresuraremos las pruebas, tendremos respuestas pronto junto con la solución —prometió el sujeto.

—"Pronto" no es suficiente. Hay algo en su sangre que la está matando, algo mortal, usted lo dijo, mañana ella puede...

—Fabio...

—Debe haber respuestas ahora.

—Fabio.

—Yo entiendo su angustia y le aseguro que haré todo lo que esté en mis manos para saber con exactitud lo que está pasando en su cuerpo. Les doy mi palabra.

El doctor no dijo más, se puso de pie y salió, dándonos un momento a solas.

Él seguía ensimismado, como si no terminara de creerlo. Lo tomé de la mano, esperando que reaccionara de alguna manera.

—No es cierto. —articuló.

Regresó a mirarme, mostrándome su piel pálida y los ojos llorosos. Tomó mis mejillas con ambas manos y me examinó el alma con su mirada.

—Tú no, Mel.

Perdió la voz y me apegó a él, abrazándome, logrando que mis ojos se humedecieran.

—Tú no.

Mis manos estaban sobre su pecho, arrugando inconscientemente su ropa.

—¿También vas a dejarme? —reclamó con la voz ronca.

—No, mi amor, claro que no.

Sus ojos buscaron los míos con la desesperación que poco a poco iba transformándose en dolor.

—Yo estaré aquí contigo, siempre. Y voy a curarme, ya verás.

Era como hablarle a un niño al borde de la histeria que solo esperaba ser calmado, y la única manera de hacerlo era prometiendo cosas que no estaba segura de cumplir, las mismas que él, bajo su poca humanidad, se convenció de creer.

Alguna vez le pregunté sobre sus miedos y supe que no teníamos ninguno en común, no hasta ese día.

Acordamos mantener todo entre nosotros, al menos hasta tener claro qué era lo que pasaba y las formas de solucionarlo; sin embargo, Fabio no podía disimular su preocupación.

«Abrígate, puedes empeorar».

«No pases mucho calor, puedes empeorar».

«No respires, puedes empeorar».

Cuando solía levantarme a media noche para ir al baño, él me seguía por miedo a lo que me pudiera suceder. Se tomó el trabajo de acompañarme durante mis baños y asegurarse de que comiera bien, cumpliendo una dieta provisional que el doctor me dio hasta que sus sospechas sean claras.

—¿Ya pensaron el nombre?

—¿Qué?

—Para el bebé, ¿ya pensaron el nombre?

—¿Qué bebé?

—No soy tonto —se quejó Gabriel—, han actuado muy raro últimamente, tus antojos no han parado y Fabio está demasiado atento a ti, como si fueras una muñeca de cristal.

Su comparación me hizo sentir extraña, pero no para bien.

—Dime, ¿cuántos meses tiene mi sobrino?

—¿Cómo quieres que actuemos si por poco me golpeas? —le encaré.

Él se encogió de hombros, quiso decir algo, pero no se lo permití.

—Mi bebé no es ni será tu sobrino —advertí poniéndome de pie—, yo no soy tu hermana.

Imagino que fue doloroso, pero lo fue más para mí.

Me encerré en la habitación posponiendo mis asuntos para el día siguiente, Fabio llegaría en algunas horas así que solo me dediqué en esperarlo, recordando la frase con la que Gabriel me llamó.

Tal vez había algo de razón en sus palabras, pero las razones que mi novio tenía para cuidarme eran mucho más profundas, e hirientes.

—Melissa Vercelli. —la voz rasposa de un hombre me erizó la piel.

—¿Quién eres?

Se quedó en silencio por unos segundos, pero contestó antes de que le colgara el teléfono.

—Un viejo amigo de tu padre.

—Mi padre no tenía amigos.

—¿Socios?

—Si no me dices quién eres voy a...

—¿Te gustan las adivinanzas?

—¿Qué quieres?

—Juguemos una —propuso y, antes de que pudiera cortar, dijo algo más que me dejó petrificada—. Si logras adivinar quién soy y lo que quiero, puedo desaparecer lo que corre por tus venas en estos momentos.

—¿Qué...?

—Te daré una pista: Has escuchado mi nombre más de una vez.

No fue una tarea difícil. Un solo nombre se me vino a la mente:

Yakov Romani.

—Lo sabes, ¿no es así? —inquirió con fingida alegría.

Pero cuando Romani esté cerca y te sientas desprotegida, corre. No importa a dónde, no importa con quién. Corre.

Corre tanto como puedas hasta que estés lejos, hasta que formes nuevos lazos, hasta que estés segura de que puedes vencerlo, y, si no es así, sigue corriendo, hija, él no debe alcanzarte.

—¿Qué quieres?

—Así que, ¿ya sabes sobre el suero?

—¿Es eso? ¿Suero?

—¿Cómo te sientes? ¿Eh? Las personas que lo recibieron no han vivido más de un año.

—¡¿Tú me lo pusiste?!

Volvió a quedarse en silencio, empezando a desesperarme.

¿Un año? Debe ser una maldita broma.

—No fue difícil introducírtelo.

—Sí, fuiste tú. —dije en un hilo de voz—. ¿Por qué?

—Ya veo que el cinismo es hereditario —comentó con el mismo tono tranquilo—. Mataste a todos mis socios, destruiste mis rutas, te adueñaste de mis cargamentos, me amenazaste. ¿Te parece suficiente?

—Tú mataste a mi padre.

—Ese es otro detalle. Dejaste que los conflictos que tuve con tu padre te embarren a ti también, grave error, tú y yo podríamos haber hecho negocios y evitado esto.

La cabeza comenzó a dolerme con demasiada intensidad.

—Es muy simple lo que ofrezco —dijo aclarando más la voz—. Tu vida a cambio de los contactos de tu padre.

—¿Qué?

—Sus agendas, los nombres de sus compradores, TODO.

—Pero... Yo... Él...

—Es lo único que te pido. Si me los das, te daré la cura.

—¿Cura?

—Yo creé esa sustancia, yo te la suministré, yo tengo la cura.

Mi respiración se aceleró.

—Algo así como un intercambio. Yo tomo el lugar de tu padre y tú sigues viva.

Cuando Yakov tome el control destruirá el pueblo y luego irá por el país entero. Está unido con grupos terroristas, sus alianzas van más allá de las mafias y cárteles.

—Puedes tomarte el tiempo antes de contestar, un año si quieres. —bromeó.

—No. —dije segura.

—¿No?

—La muerte de mi padre no es en vano, él quiso detenerte y tú... Tú lo mataste.

Mi voz se quebró.

—Él era lo único que yo tenía. ¡Y tú me lo quitaste! —exclamé con rabia.

—Sigo disponible por si cambias de opinión. Y, para que veas que no hay rencores, ahorraré tu visita al doctor —añadió con bastante tranquilidad—. Experimentarás vómitos, insomnio y mareos en la fase uno, no te asustes si tienes sangrados, es normal. En la fase dos, tu sangre empezará a cambiar de color, a uno más oscuro, casi negro, mientras tus tejidos van muriendo lenta y dolorosamente. Por último, está la fase tres, no dura más de unos cuantos meses, imagino que es el tiempo suficiente para que te despidas. Ah, no te preocupes, no es contagioso bajo ninguna vía —dejó salir una leve risa—. Disfruta tu último año, Melissa, me saludas a tu papá cuando lo veas.

—Cállate... —Sentí las mejillas mojadas en tanto el pecho comenzaba a arderme—. ¡CÁLLATE!

Él colgó y yo continué gritándole mientras destruía el teléfono, viendo que en mis manos aparecieron pequeñas ramificaciones negras que iban agrandándose poco a poco, lo que provocó que mis gritos aumenten.

Y lo último que vi fue el rostro de Gabriel junto con el de Fabio frente a mí, diciendo cosas que, por más que quise, no logré escuchar, hasta que me desmayé. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro