31 | ¿No hemos tenido suficiente?
Melanie.
—¿Señorita Vercelli?
—Soy yo.
El hombre me enfocó con sus ojos oscuros.
—Estoy al tanto de lo que pasó con el señor. De verdad, lo lamento.
Un dolor interno me impidió contestar.
—Mi nombre es Otho, soy el encargado del lugar y la acompañaré en este viaje —concluyó.
—Acompañarme no es una decisión muy cuerda, Otho. Muchos vienen por mí ahora.
—Se lo prometí a su padre, Melissa. Fue una promesa que hice con voluntad propia.
—Bien.
—¿El joven viene con nosotros? —inquirió mirando fijamente a Santiago.
—Él tiene mi confianza. Al menos por ahora.
Culebritas entrecerró los ojos.
—Lo entiendo.
—¿Qué sabe hasta ahora sobre las rutas del señor, Otho? ¿Por qué los hombres que él cuidó lo traicionaron? ¿Por qué no las están vigilando?
—FRYM ha ganado mucho terreno durante las últimas horas, señorita, nuestra gente se vio acorralada. Las rutas volverán a abrirse mañana antes de que salga el sol, nadie de ahí podría evitarlo.
—¿Cuántos hombres pondrá a mi disposición?
—¿Cuántos quiere?
—Con cien me conformo.
—Cien hombres serán. Síganme, por favor.
Los tres caminamos dentro del avión privado que mi padre solía usar. Santiago tomó asiento frente a mí mientras que Otho decidió ir junto al piloto.
Creo saber la cantidad de enemigos que están detrás de mí, así que cuando escuches este mensaje significa que ya estoy muerto.
Antes que todo, entiérrame junto a tu madre, de esa forma te será más fácil visitarnos a ambos, y, aunque no quieras verme, tendrás que hacerlo si quieres ir con ella.
No debería bromear en un momento así, pero ¿qué puedo hacer, niña? Tú le regresaste el sentido del humor a este casi anciano.
Después de encajonarme hay mucho por hacer.
Envíales un presente a mis verdugos, Alejandro Vercelli habrá sido de todo, pero siempre dejó huella en todo aquel quien lo conoció. Asegúrate de que esa «huella» sea algo especial, inolvidable, podría decirte qué mandar exactamente, pero quiero que uses tu creatividad.
Quien me mate lo habrá hecho por una razón, sé que puedes imaginar cuál es y sé también que antes de que se hayan cumplido las setenta y dos horas de mi muerte, ya habrás ido por él.
Otho será la primera persona que te mandaré.
Él te guiará en el manejo de mis bienes, te dará las coordenadas de mis rutas y te entregará las claves de todo lo que yo solía esconder, depende de ti destruir mi imperio o fortalecerlo, no importa, pero hagas lo que hagas, esas rutas deben ser destruidas. ¿Lo entiendes? Esas rutas deben convertirse en NADA.
—¿Estás bien?
—¿Eh?
—Que si estás bien.
—Sí.
—¿No comerás?
—Más tarde.
Santiago levantó una ceja, se rehusó a aceptar mi respuesta y me alcanzó un poco del maní que había en un pequeño envase.
Se lo recibí viendo que no tenía más remedio.
—¿Crees que ya notaron tu ausencia? —me cuestionó.
—Hace una hora debieron haberla notado.
—¿Qué harán?
—Estoy segura de que Saravia enviará a sus perros guardianes para que sigan mi olor.
—Si se lo hubieras dicho, tal vez...
—Tal vez me habría dado más pastillas, o tal vez me habría encerrado con cadenas, o tal vez me habría enterrado junto a mi padre.
—O tal vez te hubiera entendido.
—Intenté decírselo, Santiago, y sus palabras fueron las mismas. «No harás nada sin mi consentimiento».
—Y tiene razón.
—¿Tú también crees que no puedo hacerlo?
—No dije eso. Tu padre murió hace menos de dos días, no deberías estar aquí.
—Estoy donde debo estar. Y estoy bien.
—No lo parece.
—Mejor preocúpate por Rodrigo, tal vez lo obliguen a decir la verdad y si mi hermano y mi novio se enteran de que él sabe todo lo que haremos, le romperán cada uno de sus huesos.
—Mi hermano sabrá manejarlos.
—¿Y qué hay de Mabel? ¿Ya has pensado en lo que harás con ella? La tenemos con nosotros desde hace meses sin ningún propósito.
—Yo tengo un propósito, Mel, ella va a...
—Nadie cambia, Santiago, absolutamente nadie, los únicos cambios que notarás en un ser humano nunca serán buenos.
Se encogió de hombros.
—Yo sé lo doloroso que es abrir los ojos, Santi, pero si no lo haces ahora todo acabará muy mal.
—Yo la amo.
—El amor no te debilita.
—Pero perdona, ¿no? Puedo perdonarla.
—Ese es el único gesto que merece de tu parte, no más.
—No podría matarla.
—Puedo hacerte el favor.
—No, no, no, no podría verla muerta.
—Te estás quemando la cabeza por una mujer que no vale la pena, yo puedo presentarte a algunas amigas, claro, si es que salimos vivos de aquí.
—¿Me trajiste aquí para morir?
—Te dejé en claro los riesgos y tú los aceptaste, es tarde para que te arrepientas ahora.
—¿Por qué no se lo pediste a tu amigo el de ojos verdes? Él es más decidido que yo.
—Europa te espera.
—Sí...
—¿Vendrás a visitarme?
—Claro, cuando las probabilidades de morir bajen al noventa y ocho por ciento.
—Qué gracioso.
Él sonrió, yo hice lo mismo solo para después abrazarlo.
—Voy a extrañarte.
—Me siento terrible por esto.
—No tienes por qué, me has ayudado lo suficiente, mereces ir por lo tuyo ahora.
—Lo mío es...
—Europa.
—Y, ¿lo tuyo?
—Esto.
—¿Muertes, balas y secuestros?
—Un poco de todo.
Él me sonrió y tomó su maleta.
—Te enviaré algunas fotografías, espero que no las rastreen.
—Me conformo con señales de humo.
—Tendré que quemar una ciudad entera para que puedas verlas.
—Quémala.
Volvió a sonreír.
—Adiós, Mel.
—Adiós, Kevin.
—Se fue.
—Traidor.
—¡No es un traidor!
—Cálmate, solo decía...
Recosté la cabeza sobre la pequeña ventana y vi las nubes. Deseaba que el nudo en la garganta desapareciera, pero tenía claro que ese sentimiento me iba a perseguir el resto de mi vida.
—Lo siento mucho, Melissa.
—Este es el error que usted esperaba, Eleazar. Mataron a mi padre y yo no pude hacer nada. Imagino lo que hará ahora.
—Lo que usted imagine es errado —desmintió—. Si Alejandro Vercelli dejó todo lo que tenía en manos de su hija, no puedo hacer nada más que confiar en ello. Confiar en usted. Solo quiero verla enfrentando a FRYM de la misma manera que enfrentó al asesino de su padre.
Me desconcerté.
—Encárguese de las rutas. Lo demás lo hacemos nosotros. —concluyó.
Asentí.
—Y... ¿Melissa?
Volví a mirarlo.
—Seguiré esperando el mínimo error.
Bajé del avión puesto que ya habíamos llegado.
—Pueden descansar aquí, antes de la medianoche vendré por ustedes y nos encaminaremos a la selva.
—¿Está muy lejos?
—Solo a tres horas.
—Entiendo.
—Con permiso. —se despidió Otho dándonos un par de llaves.
La mía fue la primera habitación que encontramos.
—Dormirás aquí conmigo hasta que nos vayamos.
—Al menos invítame un café primero, yo no soy un hombre fácil.
Revolví los ojos y le tiré una manta con la que él se cubrió luego de acostarse en el mueble.
—Buenas noches.
—Buenas noches, miedosa.
—Yo no soy miedosa.
—Ajá, y ¿por qué quieres que me quede?
—Por seguridad.
—Sí, eres miedosa.
—Cierra la boca.
—Es curioso, ¿no te parece? Hace meses intentábamos matarnos el uno al otro y ahora parecemos ser... ¿Amigos?
—Me caes mal para ser mi amigo.
—Entonces, ¿qué somos?
—Socios. Yo te cuido, tú me cuidas.
—De acuerdo. Buenas noches, socia.
—Buenas noches.
Cerré los ojos e intenté dormir.
—Me atribuyen el asesinato de mis padres, pero ellos ya habían muerto. La Parvada acabó con su humanidad. Mi madre solo me entrenó para matar. Mi padre no me quería. Yo no tuve una familia.
Finalmente entendí el sentimiento de Fabio.
¿Es que acaso no hemos tenido suficiente?
Estaba sola. Mi familia ya no existía. Papá se había ido, me lo habían quitado, así como me quitaron la falsa vida que tenía antes.
Y todo por la misma causa: La Parvada.
—Mel, despierta... —me llamó Santiago.
No habían pasado ni siquiera treinta minutos desde que cerré los ojos.
—Es hora de irnos.
No había otra opción.
Era hora.
Tomamos nuestras cosas y subimos a una camioneta negra, iniciando el camino de tres horas entre las calles solitarias de aquella ciudad desconocida.
Aunque el clima en ese territorio siempre fue cálido, esa noche el frío me dio el placer de acompañarme.
Era un campamento al que nos dirigíamos, había aproximadamente ochenta hombres pertenecientes al señor en él, los mismos que se encargaban de cuidar las rutas, y los mismos que estaban preparando todo para que estas volvieran a funcionar.
—Hay un problema, señorita.
—¿Cuál?
Se acercó a mi oído y pronunció uno de los nombres que he escuchado más de una vez.
—Según me informan, él está ahí.
—¿Y qué?
—Nuestros hombres no son suficientes...
—Pues consigue más.
—¿A las dos de la mañana?
—Si mi padre te dejó a cargo es por una razón, Otho, tal vez porque te creía capaz de seguir mis órdenes, demuéstrame que no se equivocó.
Él asintió y volvió a hacer un par de llamadas.
Llegamos hasta una enorme cochera en donde estaban agrupados los hombres. Después de dar las últimas indicaciones, Edwin, su líder, Santiago y yo subimos a una nueva camioneta, encaminándonos esta vez al campamento.
—Lleven esto —dijo Otho dándonos una radio a cada uno—, será útil si quieren comunicarse cuando haya problemas.
—Gracias por ayudarme, Otho. Te veré después.
—Es lo que espero, Melissa.
Asentí y seguí en silencio.
Mi hija no es débil. Mata a quien tengas que matar. Los traidores no van a servirte.
—Si muero, asegúrate de que Rodrigo siga recibiendo las cartas.
—En primer lugar, no vas a morir, y, en segundo lugar, cuando mueras me aseguraré de decirle toda la verdad.
—Me odiaría por eso...
—No, va a entenderte, tal vez le duela durante un tiempo, pero te perdonará.
—Da igual, ya estaré muerto.
—No vas a morir. No voy a dejar que nadie se me adelante en matarte.
—No me obligues a recordar las razones por las que yo quería matarte también, Zorranie.
Edwin siguió observándonos y solo se limitó a sonreír.
Como estrategia, descendimos de las camionetas y continuamos a pie para llegar hasta el campamento, teniendo que cruzar entre los árboles y plantas llenas de lodo.
—Súbete a mi espalda.
—¿Perdón?
—Vas a ensuciarte, ¿cómo quieres dar miedo a tus enemigos si llegarás llena de lodo?
—Eso no importa.
—Se le llama presentación, Mel, y nunca nadie la olvida.
Me hizo una nueva señal.
—Júrame que nadie va a enterarse de esto.
—¿Por qué? ¿Fabio me mataría?
—Fabio no es celoso. Lo hago por dignidad.
—Dignidad. —mofó.
—Sí, lo que perdiste al creer que Mabel puede cambiar.
—Voy a soltarte.
—No me importa.
—Bien.
—¡NO!
—Yo tengo el poder sobre ti ahora, así que cierra el pico y trágate tus comentarios estúpidos.
Revolví los ojos y continuamos caminando junto a Edwin.
—Tengo una pregunta —dijo este último hablando por fin—. ¿El pago será después de esto o debemos esperar un tiempo?
—Apenas terminemos les pagaremos a todos.
—De acuerdo.
—Cuéntame, ¿por qué estás aquí? No pareces ser un matón —interrogué.
—Con todo respeto, señorita, usted tampoco parece la hija de uno de los narcotraficantes más peligrosos del continente.
—Entonces, ¿qué es lo que parezco?
—¿De verdad quiere oírlo?
—Sí.
—¿No me matará después?
—No, tal vez no.
—Bueno, colgada de esa forma parece un chango, pero basándonos en su aspecto físico, parece ser una niña normal, de esas que creen que los bebés son traídos por la cigüeña y apuesto a que también cree en Santa Claus.
—Te humilló. —se burló Santiago.
—Yo no creo en Santa Claus.
—Bueno, pero ¿cree en la cigüeña?
—¿Saben qué? Mejor continuemos en silencio.
—Bien.
Seguimos caminando hasta que llegamos a un terreno mucho más firme, en el cual pude caminar libremente.
Edwin verificó la posición de sus hombres y me dio la señal que marcó la continuación de la guerra que mi padre tuvo alguna vez.
—¡Santo cielo! —El sujeto se llevó un susto al verme parada frente a él en medio de su solitaria carpa—. ¿Qué haces aquí?
Saavedra es uno de los débiles, tan débil como Edquén. Apenas escuche tu nombre y tu historia te implorará cierto tipo de misericordia que, me gusta pensar, no tendrá.
—Imagino que te llegó mi paquete, Saavedra —supuse después de amarrarlo en una de las sillas.
Él dirigió sus ojos a una caja azul que estaba en la esquina del lugar, afirmando lo que dije.
—Y aún lo conservas, eso es muy tierno.
—Tú no puedes ser su hija...
—Créeme, a veces pienso lo mismo.
—No sabes en lo que te estás metiendo, Melissa. Antes de que puedas hace algo, estarás muerta.
—¿Serás tú quien me mate o los tres hombres que tengo detrás de mí?
—Cualquier método cuenta.
Me di vuelta, viendo que los tres fueron en mi contra simultáneamente.
Puedes pasar toda tu vida creyéndote incapaz respecto a ciertas cosas que nunca has experimentado; sin embargo, cuando llega la hora de hacerlas, vas a sorprenderte.
Yo me sorprendí al ver a los tres sujetos sobre el piso, derrotados.
—Por favor... —se alteró Saavedra—. Yo no estuve de acuerdo en la muerte de tu padre... ¡Morana! Ella junto con Yakov planearon todo.
—Entonces imagino que está aquí por una visita. ¿No piensa recibir ciento veinte kilos de cocaína en diez minutos?
—Yo solo sigo órdenes.
—Un líder siguiendo órdenes, ¿de quién?
—Yakov. Él...
—¿Recibes órdenes de quien está en la cárcel?
—No lo entenderías.
—Entiendo que esto es un verdadero circo, Saavedra. Estuvieron fuera del mapa por décadas, y regresaron solo para quitarme lo único que yo tenía.
—Yo no maté a tu padre, Melissa, lo juro...
—Pero celebraste cuando murió. Estuviste presente en la llamada que Morana y yo tuvimos, así que no entiendo tu sorpresa, ¿no me creían capaz de cumplir mi palabra?
—Apenas tienes diecinueve...
—Dieciocho.
—Estoy seguro de que no quieres convertirte en alguien como tu padre.
—¡Deja de nombrarlo!
—Puedo ayudarte a ir por Morana, ¿qué dices? Te daré su ubicación y la ubicación de Yakov.
—Puedo encontrarlos yo misma.
—Entonces puedo... Puedo... Puedo destruir estas rutas, ¿eh? Nadie nunca ha podido destruirlas, ¿quién mejor que yo para hacerlo?
—Las rutas serán destruidas por mí. Estoy segura de que tienes más ingenio, te escucho.
—Yo... Yo... Puedo informarte sobre los golpes que Morana está planeando, hoy dará uno, podrías ir por ella.
—Ya tengo un informante respecto a eso.
O, más bien, Fabio era quien lo tenía.
—Puedo convencer a Yakov para que deje de perseguirte, él confía en mí, yo fui el primero en saber de tu existencia hace años y...
—¿Años?
—Yo... Yo sabía que tú eras hija de Vercelli, y Yakov también, por eso envió a Morana a matarte en la hacienda, la que fue de su padre. Yakov confía en mí, lo convenceré de...
—Por eso Morana quiso matarme, ¿ella lo sabía?
—No, ella se enteró cuando tú se lo dijiste, nosotros queríamos... Queríamos mantenerlo en secreto.
—¿Cómo lo supiste?
—Erick, él y yo nos conocíamos desde hace años. Él me contó que Melanie Ávalos era la hija de Alejandro.
Cerré los ojos e intenté respirar.
—No me mates.
—¿Qué me darás a cambio?
—Puedo... Puedo trabajar para ti el resto de mi vida.
—Para que cuando uno de mis enemigos te capture, ¿le des mi ubicación? No, estoy bien así.
—Yo...
—Se te acabó el tiempo, Saavedra.
Cargué el arma y le apunté a la cabeza.
—¡No, espera!
—Saludas a mi padre de mi parte.
—¡NO!
El estruendo volvió a llenarme de sangre, aunque en menor cantidad. Y escuché la entrada de los míos, quienes llegaron con nuevos disparos.
—¡Nos atacan, repito, nos atacan!
Después de dar la noticia, el tipo también cayó muerto a causa de un balazo proveniente de mi dirección.
Volví a adentrarme en la carpa de Rommel y encontré fotos de mi familia.
El rostro de mamá había sido marcado con una cruz roja, el rostro de papá igual. Solo faltaba el mío.
Mi visión se nubló. La rabia dominó mi cuerpo y provocó que saliera a matar a diestra y siniestra, dejando a un lado mis arrepentimientos.
Edwin estuvo a punto de morir de no ser porque acabé con quien iba a terminar con él antes.
Todo terminó cuando los hombres se rindieron al ver el cuerpo de su señor destrozado.
Los agruparon a todos frente a mí.
—Mátenlos.
—Pero...
Regresé a mirar a Edwin con enojo.
—Mátenlos. —le repetí.
Ignoré las súplicas de ellos y me alejé para retornar a la carpa de Saavedra. Volví a examinarla a detalle acompañada de Santiago, quien solo había resultado con unos cuantos rasguños.
El teléfono de Rommel se iluminó, recibiendo una llamada.
—Oh, no...
—¿Contestamos?
—Es Morana, va a reconocer mi voz.
—Deja que la envíen al buzón.
Ella insistió unos cuantos segundos más hasta que decidió enviar un mensaje. Eran coordenadas y debajo de estas había una hora:
Siete en punto de la mañana.
—No entiendo.
—Tú nunca entiendes, dame eso. —se quejó Culebritas quitándome el teléfono.
Edwin asomó la cabeza y me hizo una señal para salir.
—¿Qué pasa?
—Debo hablar con usted.
—¿Sobre qué?
—Son más de cuarenta hombres los que sobrevivieron, no puede matarlos, tienen familia.
—Recuérdame, ¿quién te pidió tu opinión?
—Despídalos si quiere, pero no los mate, solo siguieron órdenes.
—Órdenes que estuvieron esperando apenas mi padre murió. Eso es traición y nadie de mi familia la tolera.
—Los amenazaron...
—Me agradas —admití, colocando una mano encima de su hombro—, pero si insistes en sacar cara por ellos, te convertirás en uno más, estoy segura de que no quieres eso.
Tragó saliva y agachó la mirada.
—Ve a dar la orden.
Me vio por última vez y asintió, alejándose.
—¡MELANIE! —Santiago llegó hasta mí, desesperado—. ¡EL REFUGIO! ¡ES EL REFUGIO!
—¡¿QUÉ?!
—¡ATACARÁN AL REFUGIO DE MARINA!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro