29 | ¿Papá?
Durante los siguientes días todo lucía tranquilo. El sentimiento de derrota era compartido por todos, pero la celebración en el pueblo nos daba cierta motivación.
Dante se había ido y Hidforth podría seguir con una vida normal. Dimos como cerrado el asunto de la Parvada, al menos hasta que volviéramos a tener alguna señal de ella.
—¿Usted cree que ese niño llegue a convertirse en un criminal?
—¿Quieres que te sea sincero?
—Por favor.
—Bueno, según lo que me has contado sobre David, su carácter agresivo y violento será algo que Dante aprovechará, ahora mismo ese niño está sumido en un ambiente en donde todo tipo de actitudes psicópatas están normalizadas.
—¿Qué debo hacer?
—Por ahora ellos están lejos de tu radar, no te conviene salir de este pueblo, aquí estás protegida. Deja que ellos regresen, solo ahí podrás atacar, claro, si es que te atacan primero.
Asentí y bajé la mirada, permaneciendo recostada a su lado en medio de esa habitación de la clínica.
—Debo irme. Tengo que prepararme para la boda de Raúl y Marina.
—Sí, y no puedo ir. Gracias por recordármelo.
—Le traeré un pedazo de pastel. Ah, casi lo olvido, usted no puede comer nada dulce.
—Agradece que estoy débil, niña, de lo contrario ya estarías castigada de nuevo.
Sonreí, tomé mi bolso y me acerqué a darle un beso.
—No se quede viendo televisión hasta tarde.
—Trataré.
—Adiós, papá.
—Adiós, hija.
Salí del cuarto, me despedí de Céspedes y llegué a casa para hacer todo lo que tenía que hacer.
—¿Quién te enseñó a ser demasiado puntual, Adham?
—Prefiero no contestar.
Fabio sonrió y terminé de subir en el auto para recibir su mirada.
—Te ves tan tierna... —me dijo sin dejar de sonreír, provocando que yo lo hiciera también—. Nadie creería todo lo que me hiciste en el baño.
Sentí mis mejillas calentarse en tanto alguien aclaró la garganta, sobresaltándonos.
—¡Gabriel! —me exalté—. ¡¿Q-qué haces aquí?!
—Voy a una boda. Creí que mi decente cuñado y mi tierna hermana me harían el favor de llevarme.
—¿Cuánto tiempo llevas...?
—Lo suficiente como para tener traumas con los baños el resto de mi vida.
Mi rostro enrojeció otra vez y no pude disimularlo.
—¿Nos vamos?
Fabio asintió despreocupado y nos dirigimos a la iglesia.
El camino estuvo silencioso. Apenas llegamos, Saravia se adelantó y mi hermano salió del auto, yendo hasta la ventana que estaba a mi par. Colocó las manos en ella y apoyó su barbilla encima del dorso aparentando ser buen hombre, pero evidentemente solo era eso, apariencias.
—¿Qué le hiciste en el baño?
—¿Tienes noticias de Nora?
—¿Qué pasó en el baño?
—¿Qué pasó con Nora?
—El baño...
—Nora.
—¿Qué tiene que ver ella en esto?
—Es tu novia, han pasado muchos meses, no pudo haber desaparecido.
—Pues lo hizo.
—¿No vas a buscarla?
—No.
—Dijiste que lo harías cuando todo estuviera tranquilo, ahora lo está.
—¿Tranquilo? ¿Ahora? Aún somos extraños en este pueblo a pesar de haber vivido en él toda nuestra vida.
—Pero ahora nos creen, Gabriel.
—No es suficiente.
—¿Sabes? Hoy prometí que sería un buen día, así que dejemos esto para mañana.
—¿Mañana me contarás lo que Fabio y tú hicieron en el baño?
—Si tanto te interesa, pregúntaselo a él.
—Don caballero jamás me lo diría.
—Entonces mal por ti.
Entrecerró los ojos y me abrió la puerta.
Caminé hacia la iglesia con un idiota a mi derecha y otro más idiota a mi izquierda, viendo el lugar perfectamente decorado, tal como Marina lo quería.
Pensé en Nora todo ese tiempo, y estaba segura de que Gabriel hizo lo mismo, aunque se esforzó en negarlo. Él no podía olvidarla de la noche a la mañana, así que, si mis sospechas eran ciertas, también la estaba buscando.
Las manos de Fabio se pasearon por mi cintura para pegarme a su cuerpo.
—Aquí no.
—¿No qué?
—No muestras de cariño o lo que sea que esto signifique.
—¿Por qué?
—Creí que querías conservar tu fama de hombre insensible, incapaz de querer y sentir algo que no sea ganas de matar.
—¿Sabes de qué tengo ganas?
—¿Puedes comportarte?
—De champagne. —completó divertido—. Ganas de tomar champagne.
—El champagne lo sirven después de la ceremonia.
—Entonces, ¿sabes de qué más tengo ganas?
—¿De qué?
—De quitarte el vestido y...
—Fabio.
—Y cambiártelo por uno blanco. Aprovechar esta iglesia y mandar por el caño los tres años que acordamos.
—Nuestros acuerdos no deben romperse.
—Siendo así, espero que recuerdes los demás y los cumplas.
—Claro que sí.
Él volvió a mirarme desafiante y le seguí el juego.
—Te amo. —articulé acariciándolo.
—Me dan asco.
—Gabriel...
—Envidioso.
—¿Yo tener envidia de ustedes? Por favor.
—No encuentro otra explicación que fundamente el hecho de que afirmes tu interrupción en nuestro matrimonio.
—Es difícil aceptar que mi hermana piensa casarse con un hombre como tú, cualquier hermano en mi lugar actuaría de la misma manera.
—Gabriel...
—¿Con qué cara dices eso? ¿Eh?
—Oigan, no empiecen...
—Tú eres más radioactivo que cualquier planta nuclear y no me he quejado por eso. —agregó mi novio.
—Y este radiactivo no dejará que esa niña pase más traumas por tu culpa. —respondió mi hermano, se acercó a mí y me habló al oído—. Yo te ayudaré a escapar de la iglesia si te arrepientes al último momento.
—Qué considerado.
—Dudo mucho que ella esté mejor contigo que conmigo.
—Basta...
—Lo estará.
Mi teléfono empezó a sonar, salvándome de oír otra de sus peleas infantiles.
—Papá...
—Hola, cielo, ¿cómo va todo?
—Bien, muy bien. ¿Ya tomó sus medicinas?
—Medicinas, medicinas, estoy cansado de eso.
—No va a recuperarse si no lo hace.
—¿Sabes lo que me animaría?
—¿Qué cosa?
—Ópera.
—No puede salir de la clínica.
Lo escuché toser y después quejarse.
—Me escaparé antes e iré a verlo, ¿qué le parece?
—Entonces, ¿prefieres estar con un anciano moribundo y no consumiendo drogas y alcohol como cualquier adolescente normal?
De verdad siento que, de tener a mi familia completa, yo sería la oveja blanca en el rebaño negro.
—Es un matrimonio, ¿cómo demonios va a haber drogas? Da igual. ¿Quiere que le lleve algo? Papas, pollo frito, chocolates, fresas...
—Qué graciosa. Me conformo con unas fresas.
—De acuerdo, estaré ahí antes de las once de la noche.
—Aquí te espero, quietecito.
—Y... ¿Papá?
—¿Sí?
—Deje de ligarse a las enfermeras.
—Son ellas quienes me persiguen.
—Sí, seguro.
—Estoy demasiado decepcionado al ver que no reconoces mi potencial como hombre.
—Bueno, señor, deje de hablar que se le cae la prótesis, debo irme.
—Qué grosera.
—Mire quién habla.
—Vete pues, pero estás castigada.
—¡Usted siempre me castiga y nunca me dice en qué o con qué! Solo sé que estoy castigada y ya.
—Ah, entonces, ¿quieres un verdadero castigo?
—No, no dije eso...
—Pues a partir de ahora, Melissa Vercelli, te prohíbo quedarte despierta hasta después de las doce de la noche, ¿eh? ¿qué te parece?
—Terrible.
—¿Lo ves? Ahora sí puedes quejarte.
—No dude que lo haré.
—Adiós, Melissa.
—Adiós, papá, nos vemos en la noche.
—Oye, y solo por casualidad, ¿podrías camuflar una botella de cerveza?
—Adiós, papá.
—¡Una botella de...!
Corté. Ese hombre iba a volverme loca.
Busqué al otro hombre que también me sacaba de mis casillas y solo encontré al tercer hombre que tenía el mismo don, hablando con Kevin y Santiago.
—Y pensar que esto no habría pasado si no hubieras conseguido ese anillo.
—¡Raúl!
Lo abracé evitando arrugar su traje.
—¿Viniste caminando?
—Sí.
—Pero ¿por qué? Habríamos buscado alguna movilidad para ti.
—Esos son lujos que no necesito.
—Tienes un anillo de medio millón de dólares, claro que no los necesitas.
Él sonrió y sacó un cigarrillo que le quité de inmediato.
—Es de mala suerte fumar antes de tu boda.
—¿Según quién?
—Según yo.
—Qué convincente. ¿Fabio te dijo que ustedes sostendrán los anillos?
—No...
—Bueno, ahora ya lo sabes.
—Pero ¿tus padres no vendrán?
Me miró extrañado, como si no creyera lo que acabo de decir.
—A mis padres los mataron hace tres años.
—Lo siento... Perdón...
—Está bien, Mel, no te mortifiques. Algún día te contaré mi historia completa.
—Eso espero.
Raúl me dio una sonrisa.
—Fabio me comentó que, luego del matrimonio, tú y Marina se irán de la mansión de Alejandro.
—Es lo correcto. Entenderás que un matrimonio necesita su independencia, su privacidad. Marina ha soñado toda su vida con tener una familia, estoy agradecido de que sea conmigo. También sé que anhela vivir una vida diferente a la que antes tuvo y yo dedicaré mi existencia únicamente a cumplir sus deseos.
—Estoy muy feliz por ti y por ella.
—Gracias por conseguir el anillo, sin él no habría podido hacerlo.
—No digas tonterías, Marina te habría aceptado incluso si se lo proponías con una liga.
—Y tú crees que YO, Raúl Elyar, ¿iba a proponer matrimonio con una liga o esas baratijas de diez mil dólares? Cómo se nota que no me conoces.
—Qué humilde.
—Me lo han dicho muchas veces.
—Fuera de este tema, tengo una pregunta que he querido hacerte desde hace mucho tiempo.
—¿Cuál?
—En el día del juicio, Fabio presentó un conjunto de fotografías en donde Williams se mostraba junto a mis padres haciendo, ya sabes, cosas malas. Supe que esas pruebas se las diste tú.
—Sí.
—¿Cómo las conseguiste?
—Hace meses, cuando lo matamos, ¿por qué?
Me petrifiqué.
—Oh, no... —se lamentó mi amigo cuando vio mi rostro.
—Ustedes... William... Ustedes... ¿Lo mataron?
—Escucha, juguemos un juego, ¿qué te parece si olvidamos lo que dije después del anillo?
—¿Ustedes lo mataron?
—No indirectamente... Solo... Solo queríamos...
—¿Cómo lo mataron?
—Acepta jugar ese juego. —me rogó—. Ya sé, un truco de magia. A partir de hora tienes amnesia, no recuerdas nada de lo que pasó. Uno... Dos...
—Fabio dijo... Dijo que lo quemaron vivo. Ustedes...
—¿Todo bien?
Regresé a mirarlo con cierto temor.
—Ustedes mataron a Williams. —susurré.
Los ojos negros se direccionaron hacia su amigo, queriendo asesinarlo.
—Joven Elyar —El padre se acercó a nosotros—, entremos de una vez.
—Ah... Sí. Claro.
El señor se dirigió al lugar y él lo siguió.
—Hay una explicación —se excusó Saravia.
—No. —me negué a seguir cerca para huir de él al adentrarme en la iglesia.
Fue detrás de mí, pero entendió que, si rompía mi espacio personal, yo me iba a tomar la libertad de romper otro tipo de cosas.
Llegué hasta el lugar lateral de las banquillas, dejando que Raúl tenga su propia entrada como solo él solía hacerlo.
Todos se pusieron de pie para recibirlo. Terminó posicionándose a mi par y vi claramente cómo las manos le seguían temblando.
Marina llegó y el Raúl serio y sarcástico que conocí desapareció, pues había tomado forma de una magdalena, derramando lágrimas por montones.
Después de que ambos dijeron «sí», todos sonreímos. Desde hace varios días nada bueno había pasado, pero la boda compensó nuestros malos momentos.
El salón en donde sería la fiesta era enorme y, al igual que la iglesia, estaba perfectamente decorado. Los nuevos esposos se posicionaron alrededor de la pista de baile, sus miradas no se separaban en ningún momento, solo en algunas excepciones, cuando mi amiga se apoyaba en el hombro de su esposo.
Dirigí mis ojos a mi hermano, él también veía la escena con total indiferencia. Al notarme, alzó su copa de champagne sonriendo con tristeza y volvió a ignorarme.
—Aún no creo que hayas podido intercambiar ese anillo, ¿Me ayudarías cuando busque uno para mi Nora?
Él no bromeaba cuando dijo eso, y a pesar de contar con mi ayuda, cumplir su propósito sería muy difícil. Su Nora ya no estaba.
—Tuve que hacerlo. Él era peligroso.
La voz de Fabio me sacó de mis pensamientos.
—Tú tuviste esas pruebas desde el principio y esperaste varios meses para sacarlas a la luz, dejaste que nos rompamos la cabeza buscando formas de...
—Las mostré en el momento indicado.
—Yo sabía... Yo sabía, Fabio, ¡te lo pregunté! Y tú me hiciste ver como una loca.
—Él sabía que tú no eras hija de esa familia. No podía dejar que te enteres de esa manera.
—Pues me enteré de una mucho peor, me torturaron con eso, Dante se complació cuando me vio llorar.
—Iba a decírtelo...
—No, no lo ibas a hacer, estoy segura, siempre ha sido así, priorizarás tus planes antes que a quienes quieres. Y lo peor es que todo esto es mi culpa.
—No, no es tu culpa.
—Sí lo es, William me advirtió, y aún sabiendo que hablaba de ti decidí quedarme contigo, volviendo a la rutina. Tú me mientes y yo siempre te voy a creer.
Le di la espalda e intenté ir con mi hermano.
—Somos una pareja, Melanie, deberías confiar en mí. Esto no significa nada.
—Yo confié en ti... Con lo que Dante dijo, con lo que todos dijeron... No les creí.
—No, no, no, y no tienes que creerles. Tú conoces mi historia, no volvería a...
—¡Mel! —Marina alzó una de sus manos, pidiendo que me acercara.
Me esforcé en sonreír, le di una última mirada de decepción a Fabio y me aparté para llegar hasta la bonita muchacha vestida de blanco. La abracé con fuerza, sintiendo profunda emoción por verla así de feliz.
—Raúl me contó que fuiste tú quien consiguió el anillo. ¡Gracias!
—No es nada...
—¿Estás bien?
—Yo... Sí...
—¿Quieres que te lance el ramo?
—¿Ramo? No, ni se te ocurra... —manifesté, esperando que mi voz no se debilitara—. ¿Cuánto tiempo estarán lejos?
—Unos meses, pero apenas volvamos de la luna de miel regresaremos a la acción, así que no empiecen sin nosotros.
—No, claro que no, voy a esperarlos.
Ella me dio un último abrazo y caminó de nuevo hacia el centro del salón.
Gabriel llegó a mi lado y con discreción me empujó hasta el círculo de mujeres, todas ansiosas por tener en sus manos el conjunto de flores.
Marina empezó a contar junto con los demás invitados igual de emocionados.
El ramo pasó muy cerca de mí, sólo tuve que mover ligeramente mi cuerpo para que no me tocara.
Salí del grupo y llegué con el cretino traidor que se hacía llamar mi hermano. Tomé otra copa y de un solo sorbo terminé el champagne.
—Nos embriagamos o ¿qué?
—Lo necesito, pero debo ir con papá. ¿Me acompañas?
—No, yo beberé por ti.
—Bueno.
Gabriel no dio mayor importancia y, como lo prometió, inició su noche de embriaguez.
Me alejé de él y volví hasta el par de recién casados, lista para despedirme.
—Debo irme, tengo que hablar con mi padre. Tu boda fue muy bonita, te deseo todo lo bueno que hay en el mundo y...
Marina me abrazó al notar mi voz quebrada.
—¿Qué pasó?
—Nada, de verdad, solo necesito irme.
—Bien, hablaremos cuando regrese, ¿de acuerdo?
—Claro.
Me dio un beso en la mejilla, le tomé la mano a Raúl y me aparté.
Revisé mi teléfono.
Diez y media de la noche.
Temía salir sola y tanto Santiago como Kevin estaban en el auge de su diversión, no quería interrumpirlos. Tomé mis cosas y salí del lugar, siendo su silueta lo primero que vi en la acera.
—¿A dónde vas?
—¿Me seguiste?
Eso es más que evidente.
—Quiero que me escuches, Mel.
—Sólo contéstame esto, ¿hay más cosas que yo no sé?
Inconscientemente inclinó la cabeza e inconscientemente el corazón me dolió.
Di un par de pasos, pero él se interpuso en mi camino.
—¿A dónde vas? Yo te llevaré.
—Tu rostro es lo que menos quiero ver en estos momentos. Así que, si me permites...
—Melanie...
—Melanie no, Fabio, ella ya no existe para ti.
—De acuerdo, haremos una cosa. Me escucharás esta noche y para el día siguiente habré desaparecido, no me verás hasta que quieras hacerlo.
Lo observé con duda, él solía cumplir su palabra; sin embargo, temía que eso también hubiera cambiado.
No le contesté, caminé hacia la puerta del copiloto y la abrí, de igual forma él subió y nos encaminamos a la clínica.
—Tenía miedo de tu reacción...
—Entonces esperaste más de tres meses para decir lo que sabías.
—Sólo intenté cortar todo de raíz.
—¡Murieron personas en ese lapso de tiempo! Habríamos evitado más desapariciones, este pueblo no estaría en ruinas...
—Yo no pensé en el pueblo, pensé en ti, en lo que era mejor para nosotros.
—Y llegaste a la conclusión de que mentirme era una muy buena alternativa.
Se quedó en silencio y lo obligué a detenerse frente a un supermercado.
Apenas bajé, él me siguió. Caminé entre los pasillos buscando las fresas y cuando las encontré me animé a agregar un par de botellas de cerveza.
—Quería quitar nuestros obstáculos, William era uno de ellos. Por favor... Debes confiar en mí.
—Cuando estaba empezando a confiar en ti aprovechaste eso y colocaste tres pastillas en mi desayuno —argumenté dejándolo sin habla.
La garganta volvió a arderme y él no dijo más.
—Me gustaría confiar en ti, Fabio, pero sé que voy a resultar herida si lo hago. No puedo pasar por eso otra vez.
Acarició mi rostro reflejándolo en su mirada triste. Lo evadí y fui hasta el muchacho que atendía para pagar todo lo que iba a llevar.
—Dame un minuto, no tengo cambio. —me pidió.
Asentí y se apartó.
Un mensaje de voz de mi padre volvió a llegar a mi teléfono, evité escucharlo, después de todo, cumpliría su deseo respecto a la cerveza.
—Mi intención nunca fue lastimarte. Creí que de esa manera iba a protegerte.
—Ahí tienes tu segundo error: No confiaste en mí. Subestimaste mis habilidades y me aislaste del mundo, como todos.
—El mundo iba a hacerte daño.
—Y pese a tus esfuerzos terminó haciéndomelo.
—Mel...
—No me molesta que hayas matado William, después de todo, no soy nadie para reclamarte por eso. Me molesta que hayas esperado tanto para mostrar esas pruebas, pudieron acabar con todo más rápido, incluso nos habríamos ahorrado la muerte de Matteo y de... Sophia.
Se encogió de hombros.
—¿A dónde demonios fue ese tipo? —me quejé observando la hora.
—La muerte de Matteo y de Sophia es un hecho que va a doler siempre, y que, aunque hubiera querido, no habría podido evitar. Antes no teníamos lo que tenemos ahora, de haber presentado esos archivos nadie los hubiera tomado en cuenta. Además, eso fue hace mucho tiempo, apenas nos habíamos reencontrado y yo no... No confiaba en ti por completo
—Y aparentemente sigues sin hacerlo.
—¡Listo! Aquí tienes. —exclamó el muchacho llegando a nosotros.
Salí de la tienda para volver al auto y Fabio me siguió.
Nos detuvimos en un semáforo en rojo.
—Vamos a casarnos, Mel, eso no solo es un acto simbólico, es una muestra de confianza, quiero pasar el resto de mi vida a tu lado porque confío en ti.
—Lo sé, pero no quiero que cada día hagas planes diferentes a mis espaldas y que, cuando los descubra, me vuelvan a hacer dudar.
—Estoy acostumbrado a mi soledad, Mel, a mis planes propios, a no compartirlos con nadie más, a no dar avisos. —comentó dejando que todo se ilumine de rojo y azul por las luces de los patrulleros que pasaban por nuestros alrededores—. Si tú llegaras a saber todo lo que he planeado y todo lo que planeo, no volverías a dormir tranquila.
Abrí los ojos tanto como pude.
—Se supone que debes alentarme, no darme más razones para evitar casarme contigo.
—Te estoy diciendo la verdad, si después de ella llegas a la conclusión de que no quieres casarte, lo entiendo.
—¿En serio?
—En serio.
—Y, ¿me dejarías ir?
—Solo si quieres irte. ¿Quieres hacerlo?
El semáforo cambió a verde y volvimos a estar en camino.
—Si cometes un error más, Fabio Saravia, uno solo, voy a freírte los dedos y luego desapareceré de tu radar por el resto de mi existencia.
—Creí que te gustaban mis dedos.
—¿Por qué habrían de...?
Hizo movimientos con ellos y lo entendí.
—Y, ¿qué haré yo cuando tú cometas un error? —me preguntó.
—No lo sé, tienes tiempo para pensarlo, aún no nos casaremos.
—¡Ya lo tengo! —dijo sin apartar su mirada del camino—. Si cometes un error, Melissa Vercelli, te freiré la lengua.
—No diré nada más, porque no quiero sonrojarme ahora.
Él sonrió.
Me acerqué y apoyé mi cabeza en uno de sus hombros sintiéndome con más tranquilidad, viendo avanzar el horizonte que aún se iluminaba de rojo y azul, especialmente la clínica en la que estaba mi padre.
Ambos bajamos del auto y sin buscar explicaciones me adentré en el lugar para llegar hasta la habitación de él, la misma que también estaba rodeada de policías.
Miré a los alrededores y encontré el cuerpo inerte de Jesús, su guardaespaldas.
Di pasos largos, pero lentos, y cuando llegué a la puerta lo vi recostado sobre su cama, tranquilo, con los párpados cerrados. Ignoré lo que un par de oficiales me dijeron, me abrí camino y resulté frente a él.
Tomé una de sus manos y lo llamé:
—¿Papá?
No contestó.
—Muerte por asfixia, el sospechoso escapó.
Eso fue lo único que escuché. Me acerqué más a la cama sin dejar de observarlo.
Despierta, papá. Estoy aquí.
Fabio llegó a mí y me sostuvo por los hombros.
Una pequeñísima luz roja llamó mi atención, dándome cuenta de que era una cámara de seguridad.
—Quiero ver los videos. —ordené.
Uno de los oficiales me dirigió hasta el cuarto de seguridad y reprodujo el metraje.
Once de la noche. Sábado, treinta de noviembre.
Jesús Céspedes, el hombre de seguridad, aparecía frente a la cámara caminando de un lado a otro, asegurándose de que nadie ingrese.
Un enfermero llegó a la puerta de la habitación y fue interrogado antes de que entrara, pero logró burlar al sujeto, lo aprisionó del cuello y lo arrastró dentro, saliendo del ángulo.
—Quiero ver el video del dormitorio.
—No tengo la autorización de hacerlo, ninguna persona extraña puede tener acceso a...
—Yo era su hija. —lo interrumpí viéndolo con rabia.
Terminó aceptando y colocó la cinta.
El de seguridad fue degollado apenas entró en la habitación. Acto seguido, el hombre se acercó a mi padre, quien dormía, pero despertó sobresaltado.
Vio al tipo y ambos hablaron por unos cuantos minutos. Este tomó una de las almohadas que se encontraban cerca y la colocó encima de su rostro. Papá ni siquiera se defendió.
—Aún no hemos identificado al sujeto, pero tenemos la descripción que una enfermera hizo, ella logró verlo. —comentó el señor.
Me estiró un folder y sobre él estaba una hoja de papel que mostraba el rostro del asesino.
—La mantendremos al tanto de lo que encontremos, señorita Vercelli. —prometió el oficial—. En unos minutos harán el levantamiento del cadáver.
Con duda, apoyó una de sus manos sobre mi hombro derecho.
—Lo siento mucho.
Salí del lugar negándome a escuchar más.
—Me llevo tu auto. —le dije a Fabio.
Él asintió sin hacer más preguntas, entré en el auto y conduje sin tener una idea clara de a dónde dirigirme.
—Todos mis hombres suelen tener rastreadores en partes del cuerpo que no podrías imaginar.
—¿Por qué recién me lo dice ahora, señor?
—Dijiste que no querías que te facilite las cosas.
—Y, ¿cómo hace para ubicarlos con exactitud?
—Presiono este botón en mi teléfono y ¡Zaz! Los tengo.
Dirigí mis ojos a su teléfono, viendo la ubicación exacta de mi objetivo.
Regresé la mirada al camino y aceleré, sintiendo mi corazón encogido, arrugado, roto.
Hotel «Las estrellas».
Tomé el arma con silenciador que Fabio solía usar y bajé del auto, llegando hasta la recepción.
—Buenas noches, señorita, ¿la están esperando? ¿busca a alguien?
El rostro del hombre se horrorizó al ver la pistola.
—¡Por dios! E-es mejor que se vaya... Llamaré a la policía... ¡¿Me oyó?! ¡Llamaré a la policía si no se va!
Con un disparo evité que hiciera sonar la alarma. Su sangre empezó a manchar la alfombra blanca, estaba inconsciente, o tal vez muerto.
Seguí el rastro que había en el teléfono y llegué a su habitación.
No me fue difícil abrir la puerta. Apenas entré vi el sitio vacío, como si nadie estuviera en él, pero el ruido de la ducha indicaba otra cosa.
Tomé asiento en un pequeño mueble, no esperé mucho, después de unos cuantos segundos tuve a sus ojos grises frente a mí.
—Tú...
Con la mirada buscó algún objeto con el que pudiera defenderse, pero fue en vano, nada ni nadie estaba cerca de él.
—¿Qué haces aquí?
—Así que aquí te ocultaste después de dispararle a mi hermano.
—Yo no me oculto de nadie.
En esos precisos instantes me sentía como en un sueño, en donde todo parecía pasar con lentitud.
—No quiero hacerte daño. Es mejor que te vayas... Lo de tu hermano fue... Un accidente.
—¿Por qué estás tan nervioso? Creí que me odiabas, no que me temías.
—¿Temerte? ¿Yo? —sonrió con altanería—. El hecho de que seas hija de mi señor no significa que debo temerte.
Su valentía se esfumó cuando me puse de pie.
—¿Por qué estás aquí, Melissa?
—Mataron a mi padre.
Ninguna de las noticias lo sorprendió. Erick sabía que ese hombre era mi padre y sabía que estaba muerto.
—¿Ya sabes quién fue?
—Sí.
Mis ojos seguían sobre los suyos.
—Estoy yendo a buscarlo, pero antes quise pasar a visitarte. —agregué.
—¿Cómo sabías que yo estaba aquí?
—Intuición.
Él soltó una risa y caminó hasta la puerta.
—Vete, ¿quieres?
—Oí que tú y FRYM han creado lazos muy... Cercanos.
—Ellos me dieron protección cuando tu padre me dejó desamparado.
—Entiendo.
—Escucha, no sé qué es lo que buscas aquí, pero te aseguro que pierdes el tiempo.
—Ato cabos.
—Atas cabos. —repitió con ironía—. Tu padre tenía muchos enemigos, más de uno es responsable de su muerte.
—No lo dudo.
Caminé hacia la puerta, él la abrió, invitándome salir, y lo hice.
—Una vez alguien me dijo que un hombre despechado es peligroso. —expresé, deteniéndome para examinar mis alrededores, viendo los pasadizos solitarios—. Imagino que un hombre desheredado lo es más, ¿no te parece?
Regresé a mirarlo y me encontré con su arma direccionada a mí.
—Sí, tal vez lo es.
De uno de mis bolsillos saqué la hoja de papel con su rostro, la que me habían dado en la clínica, y se la estiré.
—Hablaste con mi padre antes de matarlo. ¿Sobre qué?
—Es mejor que te vayas. —amenazó.
—Me odiaste desde que llegué a la mansión. ¿Tú sabías que yo era su hija?
—Por supuesto que lo sabía. Desde que supe de tu existencia no dejé de buscarte, y mira cómo es la vida, fuiste tú quien terminó llegando a mí.
—Buscarme. ¿Para qué?
—Yo nunca quise deshacerme de tu padre, tú siempre fuiste mi objetivo, pero él te protegió —respondió—. FRYM me hizo un trato que no pude rechazar: Matar al señor a cambio de sus tierras.
—Habría sido un buen plan de no ser porque ahora todo lo que era de él, es mío.
—¿Quién crees que es la siguiente? —cuestionó esbozando una sonrisa.
Antes de que pudiera disparar, hice que tirara el arma, empezando una de las tantas peleas que habíamos tenido.
El odio que sentía por dentro era demasiado a tal punto que me permitía doblegarlo en fuerza y agilidad.
—¡No te muevas! —me gritó cuando me acorraló contra una pared.
El frío fierro estaba cerca de mi cuello, impidiendo que hiciera algún movimiento.
—Sé que vas a dispararme.
—No te equivocas.
—Pero te ahorraré tiempo. —dije en tono amigable. Sus ojos comenzaron a descentralizarse, como si sospechara lo siguiente—. Me tomé la libertad de quitar tus balas.
—¿Qué?
Impacté mi cabeza con la de él, tirándolo al piso, viendo su nariz llenarse de sangre.
—Ponte de pie —ordené—, iremos a dar un paseo.
Su mirada atemorizada buscó más explicaciones, pero yo no iba a dárselas.
Saqué el arma que tenía escondida y lo obligué a caminar llegando a la recepción, en donde se encontró con el cuerpo del empleado ensangrentado, lo que hizo que el miedo se apodere de él por completo.
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