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28 | Juicio.

—Acabo de recuperar a mi hija y ella ya se quiere casar.

—En tres años.

—No tienes permiso.

—Pregúnteme si me importa.

El señor hizo una mueca de disgusto y continuamos nuestro camino hasta la sepultura privada.

—¿Cómo recuperó su cuerpo? —pregunté refiriéndome a mi madre.

—Fue uno de mis hombres quien lo hizo. Inicialmente estaba enterrada en una fosa común y... —Una vena en medio de su frente comenzó a aparecer—. Perdón. —se disculpó—. Es que ella no merecía eso.

—Lo sé.

—Estoy feliz de que hayas aceptado venir a visitarla.

—¿Cómo no iba a hacerlo? Puedo morir esta tarde en medio de la cirugía, al menos debo irme habiendo visto el rostro de mi madre de nuevo.

—No digas tonterías, niña, ese doctor es uno de los mejores del país, te dejará como nueva, además, él sabe que si no hace un buen trabajo deberá despedirse de su familia.

—Ahora entiendo por qué es que se lleva demasiado bien con mi novio. Entre psicópatas se entienden.

Él negó con la cabeza y siguió caminando hasta que estuvimos frente a una puerta transparente que dejaba ver la lápida con el mismo rostro de la mujer que vi ser asesinada por Darío Ávalos.

El señor abrió la puerta, me dio el pase para que entrara, me siguió, volvió a cerrarla y finalmente estuvimos frente a mi madre.

Los ojos de él comenzaron a cristalizarse e intentó disimularlo al agacharse para colocar una rosa que ambos habíamos llevado.

Con dos de sus dedos acarició el mármol.

—La familia está completa, Sara.

Ella no podría contestarle.

—Lo está, papá.

Se reincorporó a mi par y rodeó mi espalda con uno de sus brazos, apegándome a sus costillas, contemplando en silencio la tumba de mi madre.

La visita fue corta, pero significativa. Hablamos sobre ella, coincidimos en que ambas teníamos mucho parecido, pues había heredado sus rasgos físicos, pero las actitudes... Esas tenían nombre y apellido:

Alejandro Vercelli.

—Ve y prepara tus cosas para tu cirugía, Fabio se ofreció a acompañarte.

—¿Usted no irá conmigo?

—No, cielo, tengo unos cuantos asuntos de los que debo encargarme, pero llegaré antes de que te anestesien, ¿de acuerdo?

—¿A cuántos matará?

—No me gusta presumir.

Resoplé y le di la espalda para ir a mi habitación con el fin de preparar un pequeño bolso con un par de prendas.

Amarré mi cabello y me miré al espejo. Las cicatrices formaban parte de mí, de mi historia, por tanto, la decisión era mía.

—¿Lista?

Fabio apareció detrás de mí.

—Sí.

Regresé a mirarlo, recibiendo un beso de su parte.

Me dio el paso y juntos fuimos hasta su auto. Acomodó mis cosas en el asiento trasero, me abrió la puerta del copiloto y llegamos a la clínica privada en la que estaría al menos un día.

—¿Señorita Vercelli?

—Sí, soy yo.

—Ya puede pasar.

Me giré a ver a Fabio, viendo su mirada melancólica.

—Estaré aquí cuando despiertes. —prometió besando el dorso de mi mano derecha.

Acaricié su rostro y cuando estuve a punto de darle otro beso, la voz de mi padre me interrumpió.

—Tengan decencia.

—¡Papá!

Fabio sonrió frotando brevemente la punta de su nariz, permitiendo que Vercelli se acercara a mí para abrazarme.

—Te extrañaré.

—¿Pero por qué dice eso? Serán apenas dos días. Ha pasado dieciocho años lejos de mí, dos días no es nada.

—Qué graciosa. Bueno, pues vete ya.

Di media vuelta y caminé hasta uno de los cuartos en donde iban a prepararme.

Cuando estuve lista me colocaron sobre una camilla para después dirigirme a la sala en donde se realizaría el procedimiento.

—Hola, Melissa, quiero que estés relajada, ¿de acuerdo?

—Claro.

El doctor me colocó la mascarilla transparente y volvió a conversar conmigo.

—¿Podrías contar hasta diez?

—Uno... Dos... Tres...

Mi mente comenzó a quedarse en blanco.

—Seis... Siete...

Sentí la misma debilidad que me había acompañado durante varios meses, y hasta los últimos instantes tuve miedo.

—Ocho...

El riesgo que corría era mínimo, pero algo dentro de mí empezó a angustiarme, como si fuera un mal presentimiento.

—Nueve...

Mis párpados cada vez estaban más pesados, y, finalmente, no pude terminar de contar.

***

Cuando desperté comprendí la mala sensación que me había incomodado.

—Morana está aquí.

—Por dios...

—Solo queda distribuirnos.

—Pero ¿cómo? ENJAMBRE es un solo equipo y tenía un solo plan.

—No podemos atacar solo a uno para después ir por el otro —refutó Fabio—, debe ser en conjunto. Simultáneo.

—Entonces nos dividiremos.

Todos asintieron.

—Un grupo para FRYM y un grupo para la Parvada.

—Bueno, se distribuirán de acuerdo a...

Tomé a mi padre del brazo y lo posicioné en medio de todos, colocándome a su par.

—Quienes quieran ir en contra de la Parvada y el Coronel, colóquense detrás de mí. Quienes quieran ir en contra de FRYM y la muchacha esa, colóquense detrás del señor.

Este último me observó con desacuerdo.

—Es la forma más rápida para resolver una situación así. —me excusé.

Él hizo un arco con los ojos y se cruzó de brazos, al instante, Abelardo Túllume, quien también estaba presente, caminó con lentitud y se posicionó detrás de mí. Fue seguido por Santiago y mi hermano.

Otro hombre, aparentemente amigo de Fabio y Vercelli, caminó hasta este último, colocándose detrás.

No llevó mucho tiempo, después de cinco minutos ya tenía a Marina, Raúl, Santiago, Rodrigo y Kevin a mis espaldas, mientras que Alejandro tenía a Fernando y todo el equipo que estuvo involucrado en el robo de la piedra.

El último que quedaba era Fabio.

Solo le tomó dos segundos decidir y resultar del lado de mi padre.

Qué novedad.

—¿Y si hacemos una competencia?

—Gabriel...

—¡Para dar motivación! —fundamentó él—. Véanlo así, quien derrote primero a sus enemigos puede llevarse algún premio.

Lo tomé del brazo y salí del lugar junto a todo nuestro equipo.

Llegamos a la habitación roja y nos colocamos alrededor de una mesa en donde había unas cuantas hojas de papel en blanco.

No sabía por dónde empezar debido a los nervios que la presencia de Túllume me provocaba.

—Por ahora, Dante es el objetivo.

—¿Qué planeas hacer con él? —me preguntó el hombre.

—Debemos dejar que todo el pueblo empiece a revelarse.

—Ya está pasando, hay marchas, pero nadie los escucha.

—Usted puede hacerlo —lo interrumpí—, es el alcalde.

—Provisional.

—Provisional o no, se supone que debe proteger a su pueblo.

—¿Y terminar muerto por hacerlo?

—No terminará muerto, ¿no nos está viendo? Vamos a apoyarlo.

—Pero tampoco es como que pueda hacer mucho.

—Usted solo hará una cosa y será suficiente.

—¿Cuál?

—Ordenar una investigación.

—¿Contra el Coronel?

—Exactamente.

—¡Eso es imposible!

—¡Su tarea no es imposible! ¡Maldita sea! ¡Solo tendrá que hablar! —le grité a punto de perder el control—. Somos nosotros quienes tendremos tareas imposibles para conseguir las pruebas que su gente no es capaz de encontrar, así que cierre la boca y haga lo que le digo.

—No tienes idea de lo que me pides hacer. Apenas diga un par de palabras en el micrófono tendré una bala destrozándome el cráneo.

—Y si no se anima a hacerlo tendrá la misma bala, pero en este momento.

Lo escuché resoplar.

—Mañana anunciaré todo. —prometió.

Tomó su maletín y salió del sitio siendo acompañado por Issac y otros tres hombres.

Una vez que lo escuchamos abandonar la casa, mi equipo y yo planeamos todo. Marina y sus chicas harían uno de los trabajos más arriesgados en toda la operación. Santiago y Rodrigo se encargarían de divulgar los videos que Matteo logró encontrar antes de ser asesinado y que, por suerte, Fabio logró esconder. Por último, Raúl y Kevin controlarían las protestas que se originaban cada día, brindando protección a los habitantes.

Todo eso mientras que Gabriel y yo nos preparábamos para, después de tantos meses, dar la cara. Paralelamente, este último también estaba en busca de Erick, porque no hay ser humano en la tierra que sea más vengativo que mi hermano.

Al día siguiente, todos fuimos testigos de que Abelardo cumplió su palabra.

—... y es por eso que, a partir de hoy, exijo al Coronel Dante Ávalos que presente la renuncia temporal a su puesto hasta que la investigación termine. De ser hallado culpable se tomarán las medidas correspondientes, de lo contrario, podrá volver a sus ocupaciones.

—Le doy dos días, a lo mucho tres antes de que aparezca ahorcado. —comentó Fabio mirando la televisión, atento al comunicado del alcalde.

—¿Dudas de la eficacia de tus hombres?

—No precisamente de eso.

Terminé de vestirme y me acerqué al espejo, cubriendo mis labios con un labial de tono granate. La reunión a la que tenía que asistir sería en un par de horas, pero preferí arreglarme un poco antes.

Fabio me examinó de pies a cabeza, paseando su mirada por mis botas, los pantalones negros y la caffarena que llevaba puesta.

Con un solo movimiento mi cuerpo resultó presionado contra una de las paredes. Él sostenía con fuerza mis muñecas mientras que sus labios devoraban los míos. Le respondí los besos, entonces él liberó mis muñecas y se apoderó de mi cintura para acercarme más hacia el bulto tan marcado que sobresalía en sus pantalones.

—Fabio... —apenas pude pronunciar su nombre—. Acabamos... Acabamos de hacerlo...

Se apartó un segundo para quitarse la remera, una vez que lo hizo regresó a mí, tomando mi cuello como nuevo objetivo.

—Nunca me es suficiente cuando se trata de ti. —reveló marcando mi piel con besos.

Debido a que no había percibido mi total aprobación, no me desvistió, así que se las arregló para adentrar sus manos por debajo de mi ropa.

—Cada vez que me besas, cada vez que me haces el amor me reafirmo a mí mismo que soy tuyo. —continuó.

Detuvo sus besos y alzó la mirada hacia mí, esperando una respuesta.

Rodeé su cuello con ambos brazos, sin apartar mis ojos de los suyos. Y con un beso di permiso para que siguiera.

Besó mis labios con unas ganas apasionadas en tanto me ayudaba a deshacerme de mi ropa, una vez que me desnudé por completo se tomó el tiempo de apreciarme. Al final, los segundos de calma no duraron mucho, él volvió a acorralarme contra la pared y, como si supiera que había despertado mi impaciencia, me llevó hasta la cama, abrió mis piernas y se hundió en mi interior.

Su espalda terminó marcada por mis rasguños, mi cintura adolorida y las sábanas vueltas un desastre.

Vi la hora en un reloj y supe que iba tarde, tuve que salir de la cama para caminar como loca de un lado a otro en busca de mi ropa, todo frente al rostro divertido de Fabio.

—¿Vendrás conmigo?

—Iré, pero llegaré un poco tarde junto con Raúl, tenemos un par de cosas que hacer.

—Bien. —me acerqué para darle un beso corto como despedida, pero él consiguió intensificarlo hasta casi hacerme montar sobre su cuerpo todavía desnudo—. Debo irme...

—Vete. —encaró riendo, sin parar de besarme.

—Hablo en serio, Fabio.

—Yo también.

Reuní la fuerza suficiente para empujar su pecho y apartarlo, aunque si soy sincera me habría gustado quedarme.

—Te veo allá.

Él asintió y me alejé para ir con Kevin, Marina, Santiago y Rodrigo, quienes me acompañarían a la reunión programada con invitados ciertamente especiales.

Mi hermano se había encargado de que no hubiera ningún riesgo respecto a ese encuentro. Para bien o para mal, los esfuerzos de Johnny por demostrar mi inocencia en el instituto habían dado resultados, tarde, pero los había.

Desde mi secuestro, no volví a verlo. No estaba segura de perdonarlo ni mucho menos podría olvidar todo lo que viví debido a su traición. Abrí los ojos, supe la verdad, pero estuve a punto de morir.

Observé por una pequeña abertura viendo a todos los que habían asistido.

—Por dios...

—¿Qué pasa?

—Nicolás, mi exnovio está ahí.

—Y Fabio no tarda en llegar. —comentó Santiago—. Esto será divertido.

—Cállate.

—¿Por qué «exnovio»? ¿Por qué terminaron? —me cuestionó Marina.

—La engañó —respondió Kevin ya que él había sido testigo de esa época del romance—, con su mejor amiga.

—¡¿Te engañó con tu mejor amiga?!

Los ojos de mi amiga casi salen de su rostro por la sorpresa.

—Desgraciado.

—Y durante seis meses. —contestó Kevin.

—¿Puedes callarte, Velarde?

—Yo lo descubrí. —presumió ignorándome—. Melanie solo puso los ovarios para terminarle. ¡Es más! Tengo una foto...

—Creo que ya no necesito enemigos si te tengo a ti. —me quejé.

—¡Ah! La secundaria. ¡Tiempos inolvidables!

—No puede ser, no puede ser...

—Ese hombre está acabado apenas Fabio ponga un pie dentro.

—Iré a ponerme algún chaleco y alejaré las armas de todos ellos.

—¡No la abrumen! —se quejó mi amiga—. A Saravia no va a importarle.

—No, no le importará, solo iniciará una masacre. Lo normal.

—¡Él no es así!

—Tiene razón, lo mínimo que hará es explotar todo, según sé, le gustan las explosiones.

—Tranquilízate... —volvió a decirme Marina—. Fabio no es un troglodita como estos bastardos, ya lo verás.

Kevin y yo volvimos a quedarnos solos. Le pellizqué en un brazo y él solo pudo quejarse, mas no arrepentirse.

Mis ojos no mantuvieron contacto visual con ninguno de los presentes durante mi entrada, hasta que me armé de valor y me atreví a mirarlos.

Todos intentaban digerir mi presencia, evitando acercarse.

—Hola... —saludé temblorosa al grupo de ocho personas que tenía enfrente.

—Hola. —la respuesta fue emitida en una sola voz.

—Me dijeron que querían verme. —articulé sintiendo un vacío por dentro.

Era extraño no verlos en medio de las aulas, y, no voy a mentir, estar cerca de ellos me provocaba ansiedad al recordar la vida que tuve antes.

—Hemos estado al tanto de todo lo que ha pasado en los últimos meses —dijo Mario, un compañero—. Yo... Seré sincero y es que, por un momento, creí que ustedes sí lo hicieron...

La mirada de mi hermano empezó a intimidarlo.

—Descuida. —respondí.

—El video del alcalde... Bueno, del ex alcalde. Sabemos que fueron ustedes quienes lo divulgaron, y la noticia de que Hidforth pertenece a un hombre poderoso ha corrido por todos lados... ¿Eso es cierto?

—Sí, es cierto.

—Pues... Nosotros...

—Queremos que nos ayuden. —dijo Nicolás finalmente.

Marina le dirigió una mirada enojada puesto que la historia no le había parecido nada agradable.

—Ustedes han sido los únicos que han logrado hacerle frente al Coronel, él está detrás de todo esto, lo sabemos.

—Ayudarlos... ¿Cómo?

—Nuestras familias están aquí, no podemos dejar que algo le pase a este pueblo, nos están tratando como ratas de laboratorio, hay más desapariciones, un día será uno de nosotros quien ya no esté.

—No somos la policía, no podemos brindar protección.

—Pero están en contra del Coronel...

—No por el pueblo, no por ustedes —intervino mi hermano—. Nuestra intención no es liberar a Hidforth.

—Entonces, ¿por qué razón irían en contra de él?

Gabriel y yo nos miramos un poco incómodos debido a que no sabíamos qué excusa usar.

—Si los ayudamos, ¿qué obtendremos a cambio? —cuestioné.

—Nosotros no tenemos dinero, así que...

—No, no queremos dinero.

—¿Qué es lo que quieren?

—Nada, ustedes no pueden darnos nada que no tengamos ya.

—Pero necesitamos ayuda —protestó una de las muchachas que también estaban presentes—. Nuestras familias están en peligro, nosotros estamos en peligro...

—Todos estamos en problemas, cada uno intenta sobrevivir sin depender de nadie. —respondió mi hermano.

—No pueden negarnos protección, no pueden ser egoístas.

—Hace mucho tiempo involucramos a un hombre que terminó traicionándonos y provocó la muerte de una familia entera, eso no volverá a pasar. No es egoísmo, se trata de precaución.

—¡Nosotros no vamos a traicionarlos! —refutó Nicolás—. Melanie... —El muchacho se acercó a mí, mostrándome su mirada suplicante—. Por favor.

—Perdón.

No iba a arriesgarme más.

—Mel, por favor...

Di media vuelta y di esa conversación terminada; sin embargo, sentí claramente cómo él me tomó por uno de los brazos, obligando a que mi hermano, Santiago y Kevin intervengan con sus armas.

—Lo siento, lo siento... —se disculpó soltándome de inmediato.

—No somos egoístas, Nic —argumenté haciéndoles señas a los demás para que guardaran las pistolas—, ustedes no tienen idea de todo lo que ha pasado. Hemos perdido mucho, amigos, familia, ellos ya no van a volver por culpa de nuestros errores —añadí—. Nosotros intentaremos acabar con Dante, pero no podemos darles la seguridad de que así será y, sobre todo, no podemos darles protección porque nadie en este pueblo la tiene. Ustedes ahora pertenecen a un niñ... A un hombre...

—A ese que llaman «Cuervo», ¿no?

—Sí. Ese.

—¿Por qué creen que no lo pueden derrotar? Si todos nos unimos lo haremos pedacitos.

—No es tan sencillo —intervino mi hermano—, ese tipo tiene a la policía, a algunos políticos, incluso al presidente mismo. Él los domina a todos.

—Es como una mano negra —resumí—. No hay poder en la tierra que lo destrone.

—Pero no podemos permanecer sometidos durante toda nuestra vida.

—No hay nada más que se pueda hacer. El Coronel es nuestro primer y último objetivo, acabaremos con él y de esa manera tal vez ustedes puedan huir de aquí a la ciudad, pero solo eso, el jefe seguirá presente durante mucho tiempo.

Gabriel me observó con melancolía, pues sabía que David apenas estaba iniciando esa vida y de no detenerlo pronto ocurrirían grandes atrocidades.

Él era el nuevo Cuervo, y no estábamos seguros de poder hacerle daño. Tampoco estábamos seguros de poder convencerlo de terminar todo. No obstante, para hacer lo que queramos hacer con él, primero debíamos encontrarlo.

—No quiero que tengan esperanzas con lo que les diré —pedí. Los ojos de todos se iluminaron—. Existe una posibilidad de que podamos encontrar al Cuervo y logremos terminar con todo, de raíz.

—Pero es muy mínima. —resaltó mi hermano.

—¿Qué necesitan para que las probabilidades aumenten?

—No...

—Por favor. Piénsenlo al menos un momento.

Gabriel volvió a mirarme, dejando todo el peso en mis hombros.

—De acuerdo, lo hablaremos. —accedí tomando del brazo a mi hermano.

Marina, Santiago, Kevin, Gabriel y yo formamos un ruedo, compartiendo el mismo sentimiento de lamento.

—No podemos decirles que todo saldrá bien, Mel, porque no es así, nunca ha sido así.

—Lo sé.

—¿Y si les decimos que accedemos a darles protección? De esa forma se van y ya no molestan.

—Eso es mentir y yo no mentiré más.

—Pero tampoco podemos arriesgarnos por unos cuantos mocosos.

—Están confundiendo todo —interrumpí—. Lo que nosotros hagamos les va a afectar indirectamente. Si derrotamos a Dante, si acabamos con la Parvada, nos beneficiará y también a ellos.

—¿Qué sugieres?

—Podemos pedir que hagan cosas mínimas y de esa forma despistarlos, pero no nos comprometeremos mucho con ello.

—Creerán que todo lo que hacemos será por ellos.

—Sí. De todas maneras, no importa, ellos no deben integrarse a esto, ¿entendieron?

—Entendido.

Todos dimos la vuelta y, al instante, vimos la silueta de dos hombres acercarse.

Ay, no.

Fabio llegaba junto a Raúl, pasando en medio de los estudiantes visitantes.

La mirada de Saravia se mostró indiferente al verlos; sin embargo, esa misma mirada cambió cuando se chocó con el rostro de Nicolás. Este último también se inquietó al verlo.

¿Ellos se conocen?

Mi hermano y yo dimos un paso al frente, y él inició.

—No es mucho lo que vamos a pedirles, y no son hazañas arriesgadas.

—Solo queremos que capten la atención de los medios de comunicación de las grandes ciudades.

—¿Cómo?

—Ahí está la magia del trabajo, ustedes solitos deberán buscar formas.

—Y, ¿nos protegerán?

—Nosotros haremos todo lo que esté en nuestras manos para hacerlo, pero nada es seguro, solo queda tener esperanza y creer...

—No eres pastor de iglesia. —le murmuré a Gabriel, viendo que intentaba usar la labia que siempre lo caracterizó.

Volví a mirar al grupo y alcé la voz.

—No nos exijan más de lo que podemos darles, los protegeremos, pero eso no significa que estarán cien por ciento seguros. ¿Pueden conformarse con eso?

—Sí...

—Bien. ¿Es todo?

Hicieron un gesto afirmativo.

—Bueno, supongo que pueden irse.

Todos asintieron y fueron retirándose.

Marina y yo los acompañamos hasta la salida, despidiéndonos de todos.

—Melanie... —Nicolás se detuvo frente a mí para observarme de pies a cabeza—. Gracias.

—No es nada.

—Es bueno saber que estás bien.

—Sí, es bueno.

Sonrió y nos quedamos en silencio unos cuantos segundos.

—Escucha, yo solo quiero disculparme por lo que pasó, por lo que te hicimos...

—Está bien, no hace falta.

—¿No hay rencores?

—Claro que no.

—Gracias.

Me estiró la mano y se la tomé.

—Mel, vámonos, tu novio nos invitó a cenar.

—¿Novio? —cuestionó Nicolás al escuchar a Marina.

—Claro, su novio, el de allá. Ese que parece mafioso y que puede matarte solo con la mirada, pero no te creas, no es mafioso. Aunque sí puede matarte.

—¡Marina! —la detuve.

—Pues... Me alegra... Me alegra que hayas encontrado a alguien... —me dijo el joven empezando a enrojecer.

—¿No es lindo? Finalmente Mel encontró a alguien que no sería capaz de engañarla usando a...

—Adiós, Nic, gracias por venir. —me adelanté.

Él asintió y en menos de un parpadeo desapareció.

—¡Estás loca!

—Debía humillarlo de alguna forma, y merecía más.

—¡Me humillaste a mí también!

—Tonterías, el maldito infiel fue él.

—Fabio no puede enterarse de esto.

—Creo que ya lo sabe.

—¡¿QUÉ?!

—Ya no está.

—Por dios...

—Apuesto a que fue tras él y mañana me pedirá ayuda para enterrar el cuerpo, ¿dónde te gustaría que fuera? ¿Tirarlo a un río, a una laguna o triturarlo?

La dejé atrás y comencé a buscar a Fabio, después de todo, la posibilidad de que él lo sepa y haya ido a hacer alguna tontería no quedaba totalmente descartada.

—Mel...

—¡Aquí estás! No hiciste nada malo, ¿cierto? A nadie...

—Debo decirte algo.

—Dime que no le hiciste daño...

—¿Daño? ¿A quién?

—Al muchacho que...

—No, no, no, es sobre tu padre.

—¿Mi papá? ¿Qué le pasó?

Tomó mi antebrazo y fuimos hasta el auto.

Cualquiera que fuera la noticia, no era buena.

***

—¿Va a recuperarse?

—Su edad no ayuda, pero si mantiene reposo y lleva una buena dieta, estará bien.

—Gracias.

—Con permiso. —dijo el doctor.

—Lo acompaño. —contestó Fabio.

Ambos salieron de la habitación dejándome junto a Vercelli, quien estaba recostado encima de esa cama, dentro de la clínica.

—A partir de ahora Fabio se encargará de todo respecto a FRYM.

—No estoy moribundo, niña...

—No, pero está débil, y pasarán muchas semanas hasta que vuelva a recomponerse, mientras tanto quiero que se mantenga alejado de estos asuntos.

—Quieres que me aleje de mis propios planes... Poco factible, ¿eh?

—¿Factible? ¿Ya se vio? Está con un pie en el más allá y con el otro aquí, una complicación más podría matarlo.

—Yo soy inmortal...

—No es momento para sus bromas.

—Tampoco es momento para que yo deje a un lado mis propósitos, niña, hemos avanzado mucho, no puedo detenerme ahora.

—Ya le dije que mi novio va a encargarse, ¿no confía en él?

—Tu novio no es precisamente el hombre en el que quisiera confiar.

Me crucé de brazos.

—He esperado toda mi vida para esto, hija, no puedo abandonar mis objetivos ahora.

—Y si sigue tras ellos va a abandonarme a mí. Otra vez.

—No voy a abandonarte...

—Entonces hágame caso y descanse. Usted va a volver, pero cuando esté sano.

Negó con la cabeza y cerró los ojos.

—¿Qué voy a hacer contigo? —se quejó.

—Me esforzaré en traerle buenas noticias, Fabio hará lo mismo y cuando se recupere por completo, usted dará la estocada final.

—¿Qué otra opción tengo?

—Buscar otra hija.

Él sonrió.

—Regresaré a verlo mañana.

—¿Con buenas noticias?

—Con excelentes noticias.

—De acuerdo.

Me puse de pie y salí de la habitación.

—Señorita Vercelli. —Un hombre corpulento vestido de negro se me acercó—. Mucho gusto, soy Jesús Céspedes, seré el guardaespaldas de su padre.

—¿Me permite su identificación?

Me estiró una tarjeta que comprobaba la información y la pequeña fotografía coincidía con su rostro.

Treinta años, soltero y completamente capacitado para cumplir una función como esa.

—¿Quién lo contrató?

—Yo. —Fabio apareció detrás de mí—. Céspedes es un viejo amigo de tu padre, ya hablé con él y sabe su rol.

—Bien.

Le entregué la tarjeta y di media vuelta, dejando al hombre fuera de la habitación, recalcando que ningún extraño podía entrar.

—Necesito a dos francotiradores.

Fabio regresó a mirarme sorprendido.

—¿Por qué?

—Mañana se evidenciarán las pruebas que se hallaron en la investigación que Túllume ordenó, Dante estará presente. Será en el juzgado y lo trasmitirán por televisión.

—Y, ¿quieres matarlo frente a todos?

—Me hubiera gustado torturarlo un poco antes de verlo morir, pero es mejor que apresure todo.

—Bien, te los conseguiré.

—Gracias.

Llegamos a casa. Los asuntos mínimos ya estaban siendo resueltos, entre ellos Mabel, quien permanecía cautiva, sin que nadie más que Marina o Santiago sepan de su presencia. Este último intentaba acercarse a ella, pero los rechazos eran constantes, y solo hablaba para pedir que la liberemos.

A diferencia de ella, yo nunca la torturé, aunque tenía demasiadas ganas, pero por respeto a mi amigo intentaba controlarme.

Para el día siguiente, todo mi equipo tenía conocimiento sobre el plan.

—Está tardando...

—En un segundo debe aparecer.

—Esto debió haber iniciado hace media hora.

—Ve a buscarlo, Velarde.

Kevin obedeció y se apartó de nosotros en dirección a la casa del alcalde, acompañado de otros dos hombres.

Dante se encontraba tranquilo, como si supiera que su destierro nunca llegaría.

—Túllume está muerto. —La voz de Kevin proveniente de la radio me erizó la piel—. Repito, Abelardo Túllume está muerto.

Todos nos miramos con desesperación y un sentimiento identificable se apoderó de mi alma.

—... así que, debido a la ausencia de la parte demandante...

Abrí las puertas del lugar con fuerza, ignorando a la seguridad.

—¡LO MATARON!

Todos voltearon a mirarme, viéndome caminar entre las filas de los presentes hasta llegar ante el tribunal.

El juez me observó fijamente, intentando entender mis palabras.

—Abelardo Túllume fue asesinado antes de que pudiera presentar las pruebas.

—Disculpe, ¿quién es usted?

—Melanie, señor. Melanie Ávalos.

Los murmullos de los presentes obligaron al hombre a pedir guardar silencio.

—Señorita Ávalos, tal vez no lo sabe, pero está prohibido entrar de esa manera a la sala de...

—Vengo en representación de Túllume.

—Y no puede tomar el lugar de otra persona sin previo aviso.

—¿Cómo quiere que lo haga? Esa persona está muert...

—Además, señorita Ávalos, según tengo entendido, usted está con una orden de captura.

—Captúreme, pero no me puede negar el derecho de dar mi testimonio y presentar las pruebas que debieron presentarse en su momento.

—El juicio está a punto de terminar...

—Pero no ha terminado.

El sujeto desvió su mirada a Dante, como si esperara que este le dijera qué hacer, pero su atención estaba enfocada en mí.

—Por mi parte no hay problema en dejar que la señorita muestre sus pruebas y dé su testimonio —dijo el Coronel finalmente—. Pero es su decisión, señor.

El hombre me hizo una señal para que empezara a hablar, sin seguir ningún protocolo.

—Durante mucho tiempo, Hidforth ha sido testigo de los rumores que corren —articulé con las piernas temblando, pero con la voz fuerte y segura—. Yo voy a demostrar que no solo son rumores. Es la verdad.

Los murmullos volvieron a oírse.

—El pueblo pertenece al líder de una organización criminal que es la responsable de las desapariciones, secuestros y asesinatos en estos últimos años.

Miré a Dante y continué.

—Su Coronel la conoce muy bien y la denomina «Parvada».

—¿Cómo puede fundamentarlo?

—Estuve presente durante una actividad realizada meses atrás en una de las mansiones del Coronel.

—¿Qué es lo que hacía ahí? ¿Acaso también fue integrante de dicha organización?

—Nunca tuve ningún vínculo. Fui secuestrada y torturada durante días, el propósito del Coronel era matarme; sin embargo, antes de hacerlo decidió mostrarme parte de la organización durante una fiesta. A ella acudieron personas influyentes y poderosas, alcaldes, ministros, regidores, todos iban acompañados de múltiples mujeres, las mismas que iban a ser usadas para fines sexuales durante una noche y asesinadas a la mañana siguiente.

—¿Está hablando de una red de trata?

—La Parvada no solo se dedica a la trata. Está involucrada en narcotráfico, alianzas gubernamentales y...

—¡Señoría! —intervino Dante ignorando a su abogado, quien intentaba hablarle al oído—. Exijo que la señorita presente evidencias de lo que...

—¿Evidencias de lo que afirmo? —completé sintiendo mi sangre hervir—. Permita el ingreso de un testigo, señor.

—¿Cuál es el nombre de su testigo?

—Fabio Saravia.

El rostro horrorizado del Coronel fue digno de fotografiar.

Apenas las puertas se abrieron, su silueta se dejó ver. Fabio recorrió el mismo camino que yo seguí, enfocó su mirada en la del Coronel y a partir de ese momento no la apartó.

Ambos parecían dos tigres que, si no tuvieran a nadie más cerca, iniciarían su propia contienda.

—¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad? —le preguntó el fiscal.

—Lo juro.

—¿Qué es lo que sabe sobre la Parvada que nosotros no hayamos oído ya?

Saravia volvió a mirar a Dante, esbozando una pequeñísima sonrisa.

—Pertenecí al Escuadrón Élite de Inteligencia Militar del gobierno, se dedicaba a investigar los lazos negros que movían el país, todos ellos pertenecen a esa organización, y, en ese entonces, el líder y tres de sus reconocidos miembros tenían contacto muy cercano al Coronel.

—¿Quién era el líder?

Fabio desvió sus ojos a los míos y lo dijo.

—Darío Ávalos.

—¿Darío Ávalos? ¿El hermano del Coronel?

—Él mismo.

—¿Quiénes eran los otros tres miembros que tenían vínculos con él?

—Daysi Ávalos, Eduardo Saravia y Alina Saravia.

—¡Objeción, señor! Todos los involucrados que este hombre menciona están muertos. Y el hecho de que uno de ellos haya sido mi hermano no me involucra directamente.

—¡Claro que lo involucra! Una vez que Darío Ávalos murió, el Coronel se hizo cargo de la organización durante cuatro años hasta que el primogénito de los Ávalos alcanzó una edad consciente.

—¿El primogénito? ¿Gabriel Ávalos?

—No, señor. —desmintió Fabio—. Gabriel y Melanie Ávalos son los hijos adoptivos de esa familia.

Los murmullos se manifestaron, pero se callaron apenas el juez ordenó silencio.

—David Ávalos, de diez años, es el primogénito y nuevo líder de la Parvada, la misma que se ha adueñado de este pueblo y sus habitantes. La misma que fue dirigida por el Coronel durante los últimos años en los que las supuestas investigaciones sobre las personas desaparecidas avanzaban, pero solo estuvo mintiendo.

—¿A usted le consta que el Coronel y su sobrino estén involucrados en la organización?

—Si no fuera así no estaría aquí, ¿no le parece?

—Por favor, sea preciso con su respuesta.

—Me consta.

—¡Objeción, señoría! —volvió a interrumpir Dante—. Los testimonios provienen de criminales que actualmente están siendo buscados por todo el pueblo, ¡y tienen el cinismo de presentarse en medio de la corte!

—¡Nuestra culpabilidad aún no está demostrada!

—Pero no negarán que la muerte de mi hermano y la de su esposa fue responsabilidad de un hombre —refutó Dante, helándome la sangre—. Gabriel Ávalos.

—Eso es una acusación muy grave, señoría.

—¡Esa explosión no fue un accidente, señor! —gritó el Coronel—. ¡Fue provocada por él!

—¡Basta de interrumpir! —se quejó el juez—. Y basta de solo dar testimonios, necesito pruebas...

Me puse de pie y caminé hasta la muchacha que se encargaba de registrar toda la audiencia, entregándole un USB.

—Dudo mucho que necesite más pruebas después de esto, señor.

La mujer empezó a reproducir los videos que Marina y sus chicas habían logrado obtener de formas, me duele decir, poco correctas, pero necesarias.

Fueron diez minutos de sorpresas para el pueblo, incluso para el Coronel mismo.

Los reporteros presentes no dejaban escapar ni un segundo de los metrajes, mostrando su asombro.

—¡BASTA! —gritó el Coronel—. Ninguna de esas pruebas es cierta, esos videos no son míos, no conozco a esa gente... Ellos... Ellos quieren inculparme... ¡Es un complot!

—¡Orden! —exclamó el juez—. ¡Silencio todos!

Dante tomó asiento, intentando controlar su histeria.

—Las pruebas parecen ser contundentes, así que, basándome en ellas...

—No, señor, aún no puede dar un veredicto. —interrumpió el abogado de Dante.

—¿Perdón?

—Hay un testigo que puede respaldar mi inocencia —aseguró la rata volviendo a colocarse de pie—, permítame hacerlo pasar.

El juez asintió y, de inmediato, las puertas volvieron a abrirse, dejando ver el pequeño cuerpecito de un niño.

—David Ávalos.

Por dios.

Estaba acompañado de dos hombres que parecían ser sus guardaespaldas y fue conducido hasta el lugar que Fabio había desocupado minutos antes.

Nada estaba bien en ese desordenado y poco profesional juicio, y con la presencia de él todo empeoró.

Dirigió sus ojos a mí y el único sentimiento que pude descifrar en su mirada no se alejaba del desprecio y rencor.

Juró decir la verdad. No supe con claridad si en sus respuestas mintió.

—¿El Coronel Dante Ávalos te ha obligado a hacer cosas que no quieres?

—No.

—¿Te ha involucrado en acciones que te disgustan?

—No.

—¿Qué sabes sobre la Parvada?

—¿Qué es eso?

El juez miró a todos con cierta desconfianza.

—Te haré una última pregunta —le dijo a mi hermanito—. ¿Tu tío es malo?

—¡Él no es malo! No sé por qué está aquí. Él es bueno, me ha cuidado desde que mis dos hermanos me abandonaron.

—¡Nosotros no te abandonamos! —exclamé poniéndome de pie.

—¡Orden! —protestó el juez.

—Un niño de diez años puede ser perfectamente manipulado para decir esas mentiras.

—¡YO NO MIENTO! —me gritó David—. ¡Son ustedes los que mienten! ¡Ustedes no son mis hermanos!

—¡Tú no tienes idea de todo lo que este hombre ha hecho! —respondí señalando a Dante—. Él va a arruinarte. ¡Nos matará a todos! ¡Te obligará a que tú lo hagas!

—¡No puede hablarle de esa manera a un niño!

—¡Este tipo no es inocente, señoría! ¡Este tipo condenó a todas estas personas!

—¡Solo son mentiras! ¡Esta muchacha busca inculparme de delitos que son su responsabilidad!

—¡SILENCIO! —ordenó el señor de traje—. El jurado va a deliberar, pueden tomarse unos minutos.

Dejé que mi cuerpo cayera en el asiento otra vez, empezando a sentir una nueva desdicha.

David estaba tan cerca de mí, pero no podía ir con él. Sus guardaespaldas no me lo permitirían y él no querría tenerme cerca porque, después de todo, también sabía la verdad.

—¿Estás bien?

—¿Tienes idea de quién está frente a nosotros? Mi hermano, y me odia, ni siquiera voltea a verme.

—Es porque tiene ideas erróneas.

—Pronto será un asesino, Fabio, de la talla de su padre, de la talla de Dante, incluso de la tuya, o tal vez los llegue a superar.

—Eso no pasará.

—¿Por qué estás tan seguro?

Él regresó a mirarme, y desde siempre tuve la capacidad de saber lo que diría incluso sin pronunciar ninguna palabra:

Tengo un plan.

—Todos de pie para escuchar el veredicto. —pidió el asistente del juez.

Obedecimos y nos pusimos de pie.

—El desorden provocado por su presencia ha sido bochornoso —me dijo este último—. Usted y su acompañante han sido rechazados como testigos.

Mis manos se helaron y sentí deseos infinitos de llorar, estaba cansada de retener mi llanto.

—Sin embargo, las pruebas presentadas no pueden negar lo que es cierto. —añadió avivando la última llama de esperanza que había muy dentro de mí—. La corte superior de Hidforth halla al Coronel Dante Ávalos culpable de los siguientes delitos: Crimen organizado, privación de la libertad individual, asesinato en primer y segundo grado, conspiración, narcotráfico, trata de personas, violación a los derechos humanos...

El juez no pudo terminar de hablar, pues su cuerpo cayó después de que todos oímos el disparo.

—¡Una ambulancia! ¡Dios mío! ¡Llamen a una ambulancia! —gritaba su asistente.

Todo el mundo tardó en reaccionar del shock que la acción del honrado y respetuoso Coronel dejó.

Este último se deshizo de los reporteros, obligándolos a huir frente a toda la gente aterrorizada, pero esta solo se vio amontonada en las filas de las puertas debido a que estaban cerradas.

—¡¿ESTO ES LO QUE QUERÍAN?! —reclamó él mirando fijamente a las cámaras que, aunque no estaban siendo manejadas por nadie, seguían transmitiendo todo para el pueblo—. ¡¿QUERÍAN OÍRLO?! —volvió a preguntar—. Sí, soy culpable. Me declaro culpable, pero ¿qué les parece? ¡No se me da la gana ir a la cárcel!

Todo el mundo estaba horrorizado y nadie se atrevía a ir en su contra.

—¡Y tú! —me señaló usando su pistola—. ¡Estás muerta!

Dio pasos alargados a mí y quiso sostenerme, pero Fabio se interpuso apuntándole sin miedo.

—Quitarme el ojo no te bastó, ¿eh? —le recriminó a este último—. Lo justo es dejarme a mi sobrina.

—¡YO NO SOY TU SOBRINA! —Me posicioné frente a él dispuesta a encararle todo—. ¡Yo nunca fui tu sobrina! Me apartaron de mi familia, mataron a mi madre, separaron a Gabriel de sus padres —vociferé—. Y si quieres venir por mí, puedes hacerlo ahora. Dije que iba a destruirte y lo cumplí. ¡Mátame si eso quieres! Moriré tranquila, ya todos conocen tu verdadero lado, ¡incluyendo ese niño!

Fueron segundos de agonía hasta que oí un segundo disparo. No tenía idea si fue eso o el peso que el cuerpo de Fabio ejerció sobre el mío lo que me desestabilizó, pero ambos terminamos en el piso, ilesos.

Dante no fue quien disparó. El ángulo de la bala había provenido de otro lugar.

Por un momento me empeñé en creer que fue alguno de sus guardaespaldas quien lo hizo, pero la verdad estuvo frente a mis ojos cuando lo vi empuñando un arma con demasiada seguridad.

Él. Un niño de diez años. Él había intentado matarme.

Las puertas fueron abiertas por Gabriel y el resto de mi equipo, logrando liberar a las personas para empezar algunas peleas en contra de los hombres de Dante.

Tardé en reaccionar y volver a ponerme de pie.

Cuando lo hice, vi a David ser llevado por sus guardaespaldas a un lugar más escondido. Gabriel llegó a mí, me alcanzó un arma y seguimos el plan que Fabio propuso minutos antes.

Dejamos atrás a toda la sangrienta corte, pasando sobre el cadáver del juez. Seguimos el camino por el que David salió, intentando buscarlo; sin embargo, parecían haber desaparecido, hasta que usamos una de las muchas estrategias que mi hermano era capaz de idear.

Gabriel levantó unos cuantos dedos en forma de señal y ambos atacamos, uno para cada hombre.

Apenas los derrotamos volví a encontrarme con la misma aterradora imagen de él empuñando su arma para alejarnos.

—¿Qué estás haciendo? —le reclamó Gabriel.

—Bajen sus armas.

—Venimos por ti... A rescatarte...

—¡Bajen sus armas!

Gabriel hizo caso y lentamente dejó la pistola en el suelo, esperando que yo hiciera lo mismo.

—Está asustado, Mel, es normal.

David puso sus ojos en mí con la intención de usar el método de la intimidación. Era demasiado parecido a su padre, tanto que ni siquiera parecía un niño, había perdido todo rastro de ternura o inocencia.

—Baja tu arma. —me repitió.

—Melanie... —insistió Gabriel.

—Él no está asustado. —desmentí—. Él quiso matarme.

—¿Matarte? ¿De qué hablas?

La confusión de mi hermano mayor era mucha y justificable, en su lugar tal vez habría estado igual o peor que él.

—Ustedes no son mis hermanos. —dijo David. El odio en sus palabras se fundamentó cuando terminó de hablar—. ¡Ustedes mataron a mis padres!

—Tiene una explicación... —se excusó Gabriel.

—¡Me dejaron solo! ¡Me abandonaron!

—¡No te abandonamos! Dante te apartó de nuestro lado e intentó matarnos, después de eso te ocultó...

—¡Ustedes mataron a mis padres!

—Ven con nosotros, te lo explicaremos todo.

Negó con la cabeza y aumentó la presión con la que empuñaba el peligroso objeto.

—Yo no iré con asesinos —se negó—. Yo... Yo los voy a matar.

—Tú no puedes matar a nadie.

Dio un disparo que pasó rozándome la piel.

—¡USTEDES MATARON A MIS PADRES Y YO LOS VOY A MATAR A USTEDES!

—¡ESTA NO ES LA FORMA! ¡TÚ NO QUIERES SER UN ASESINO COMO ELLOS! —argumenté sintiendo un terrible ardor en los ojos—. Nosotros te queremos... Te amamos, hemos pasado toda una odisea para llegar a ti, para mantenerte a salvo. Somos tu familia... Yo te conozco, ¡cuidé de ti!

Las lágrimas comenzaron a nublar mi visión e intenté no llorar.

—Por favor...

—Baja el arma.

—Ven, David...

—¡Baja el arma!

—¡Nadie va a quererte tanto como nosotros! —me sentí terrible al usar la manipulación, pero, al fin de cuentas, no funcionó.

—¡BAJA EL ARMA!

—¡NO!

Creí que iba a dispararme, pero una voz extraña lo interrumpió.

—Baja el arma. —me ordenó obligándome a dar vuelta y ver que sostenía a mi hermano, apuntándole a la cabeza.

No estaba segura de obedecer.

—Suéltalo.

—Primero baja el arma.

La piel de Gabriel fue tornándose morada mientras mi desesperación iba descontrolándome.

El ruido extraño en la parte superior del edificio distrajo al hombre, por lo que aproveché en ir contra él, liberando a mi hermano.

Tiré su arma lejos y cuando logré reducirlo, el chasquido que hizo David al intentar dispararme me trasladó unos segundos a mis recuerdos, los más felices que tuve con él.

Pudo matarme, pero ya no le quedaban balas.

Gabriel se paralizó al ver todo.

El hombre me dio un golpe a la altura del abdomen y logró zafarse de mi agarre, peleó con Gabriel, pero también lo derrotó. Tomó a David por uno de sus brazos y ambos corrieron escalera arriba.

Mi hermano y yo les seguimos el paso, viendo que el ruido era provocado por las hélices de un helicóptero al cual subieron con rapidez.

—¡DAVID! —le grité corriendo detrás, creyendo que podría alcanzarlo. Mi garganta fue atravesada por cuchillos invisibles, pero eso no impidió que siguiera gritando—. ¡DAVID! —volví a llamarlo, empezando a llorar desgarradoramente.

Volvió a elevarse en el aire.

Una ráfaga de disparos fue lanzada hacía mí. Vi los brazos de Fabio tomar mi cuerpo y arrastrarlo, mientras que Gabriel intentaba cubrirme.

Logramos ocultarnos detrás de uno de los muros y me aferré a mi hermano, volviendo a llorar con rabia.

Después de varios minutos, me solté, tomé su arma y regresé a la sala del juicio en busca de Dante, con ellos detrás de mí.

Había unos cuantos policías dentro de ella. El resto de mis amigos se encontraban retenidos por los uniformados que les hacían preguntas incoherentes.

—¿Dónde está? —pregunté refiriéndome al Coronel.

Todos se miraron y ninguno contestó. Iba a volver a preguntar, pero logré oír a un reportero que se encontraba transmitiendo todo.

—Escapó. —fue lo único a lo que puse atención.

Creí que iba a explotar.

Dirigí mi mirada a los policías que seguían interrogando a mis amigos y llegué hasta ellos consumida por la impotencia.

—¡UNO DE LOS CRIMINALES MÁS PELIGROSOS DE ESTE PAÍS ACABA DE ESCAPAR Y USTEDES NO HICIERON NADA PARA IMPEDIRLO! —les grité con rabia.

—Mel...

—¡ES AFUERA EN DONDE DEBERÍAN ESTAR! ¡DETRÁS DE ÉL!

Por arte de magia, todos dieron un paso atrás y dejaron que Marina, Raúl, Kevin y Santiago se colocaran detrás de mí.

No entendí lo que ellos iban diciendo. Caminé a la salida y me siguieron, viéndome ser recibida por las blancas luces de las cámaras, y arrinconada por los micrófonos que eran estirados hacia mi rostro.

Fabio no permitió que nadie más se me acercara. Me abrió paso entre todos sin decir una sola palabra y caminé a los autos, ordenando a todos los míos seguirme para regresar a casa.

Dejé que todos se tomaran el día, después de todo, lo necesitábamos más que nunca, al menos yo.

Mi hermano y yo nos encerramos en su habitación. Se sentó en la cama y agachó el rostro, aceptando su derrota.

Me senté a su par y permanecimos en silencio, intentando asimilar lo que había pasado y convencernos de que era real. Tomé una de sus manos, él me correspondió el gesto con más fuerza regresando a mirarme, mostrándome su rostro lastimado y sus ojos llorosos.

Escondió la cabeza en uno de mis hombros y liberó su llanto. Habíamos intercambiado nuestros lugares, esta vez era él quien se desahogaba conmigo, mientras que era yo quien intentaba fortalecerlo.

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