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27 | ¿Quién fue?

—No estoy muy segura de esto, señor. Usted dijo que todo debería mantenerse en secreto, si hacemos lo que planea hacer, la voz va a correr y...

—No te preocupes por eso, ahora dame una cara seria.

—Esto es demasiado.

—No vas ahí a hacer amigos ni a caerle bien a nadie, así que no hace falta que entres saludando a todo el mundo y mostrando tu sonrisita de castor.

—¡Oiga!

—Prepárate, ya llegamos.

Respiré, relajé los hombros y juntos bajamos del auto, siendo recibidos por uno de los asistentes de los presentes, quien nos dirigió hasta el lugar en donde un grupo de sujetos estaban reunidos.

—Lamento la tardanza. —se pronunció el señor captando la atención de todos, quienes enfocaron sus ojos en mí apenas me vieron.

—No, no, no, tantos años de juntas, Vercelli, y en ninguna ha estado presente una mujer, ¿qué intentas hacer?

Alejandro ignoró la protesta de ese hombre y me acercó para quedar frente a la mesa ovalada que era rodeada por cuatro personas, todos varones eventualmente.

—Las cosas cambiarán a partir de ahora. —afirmó el señor—. Esta niña es parte de...

—¡No te atrevas a decirlo! —volvió a intervenir el mismo tipo—. Los acuerdos fueron claros, ninguna mujer ordinaria puede formar parte de nuestras alianzas, no te atrevas a romper el trato.

—Ella no es una mujer ordinaria.

—Con todo respeto, Vercelli, ya eres mayor para involucrar a tus amantes en nuestros asuntos. Chiquitas como ella solo buscan una cosa en ti: Tu dinero. Nada más. —lo interrumpió—. Así que hazme el favor y dile que se retire o yo mismo la sacaré.

—Nadie sacará a nadie.

—El hecho de que seas el jefe no te da derecho a hacer y deshacer lo acordado durante años, esto no es un maldito juego, y, de serlo, yo también habría traído a mis zorras aquí.

El caos se desató cuando Vercelli y yo sacamos nuestras armas para apuntar directamente al tipo.

—¡Yo no estoy aquí por haberme acostado con nadie! —aclaré en voz alta.

Fue una cadena muy bien ensayada. Yo apuntaba al hombre. Su guardaespaldas me apuntaba a mí. El señor apuntaba al guardaespaldas. Y así sucesivamente.

—Estoy aquí porque, bajo la ley, es mi derecho, y como tal será cumplido. Mi nombre es Melissa Vercelli, primogénita de Alejandro Vercelli, sucesora de mi padre y próxima dirigente de su organización.

Todo el mundo bajó sus armas.

—No me molestaré en preguntar sobre los acuerdos que todos ustedes han establecido antes de mi llegada, porque a partir de hoy van a cambiar, les guste o no.

—¡Imposible! —me contradijo aquel hombre—. Ella no puede tomar un lugar, no puede hacerlo porque es una...

—¿Mujer? —me adelanté—. Ni siquiera me tomaré el tiempo para protestar por su evidente sexismo. Solo les aconsejo acostumbrarse, porque desde este momento y por primera vez estarán bajo el mando de quien han subestimado durante todos sus años de «juntas».

No dejé que mis piernas temblaran, pero perdí poder en ellas y en cada una de mis extremidades cuando uno de los hombres rodeó la mesa para llegar a mí.

Me miró fijamente y habló:

—Leonel Caraveo, señorita Vercelli. Bienvenida.

Me extendió la mano y se la tomé.

—Ignacio Gaete, a sus órdenes.

—Francisco Peña. Bienvenida.

Terminaron de presentarse y volví a enfocar el rostro del individuo que me había rechazado en primera instancia, a quien llamaban "Eleazar".

—Esperaré al primer error, Melissa —me amenazó—. Esperaré.

Todos volvimos a tomar asiento para iniciar la reunión programada, la misma en la cual el señor se negó a participar, dándome toda la responsabilidad.

Supe las alianzas entre ellos eran inquebrantables. Supe que aquella organización en la que me encontraba había sido creada exclusivamente para protegerse de manera mutua. Supe que FRYM no era el único enemigo que mi padre tenía, que las rutas eran objetivos demasiado importantes y la principal razón por la que los cinco seres estábamos reunidos ese día.

Y supe también que el legado que Alejandro Vercelli dejaría apenas muriera iba a arrastrarme hasta el lado más oscuro de mi existencia.

***

—¿Entonces el señor resultó ser tu padre biológico y me adoptó con el nombre de «Christian Vercelli»?

—En resumen, sí.

—¿Y ahora eres multimillonaria?

—No me gusta presumir, pero sí.

—Dios santo, estoy inconsciente durante unas semanas y cuando despierto mi hermana es millonaria, tengo una nueva familia y me falta un riñón.

—No te falta un riñón...

—Lo sé. Es que la lista era muy corta.

Sonreí y Gabriel también lo hizo.

—He intentado buscar a Nora.

—Maldición, Melanie...

—Esto no puede terminar así para ustedes, ella merece despedirse de ti.

—Nos despediremos, pero cuando todo acabe.

—¿Y si nunca acaba?

—Acabará.

—Debe estar sufriendo, tú también lo haces, no creas que no me he dado cuenta.

—Escucha, Mel, tienes que entender que, a veces, por mucho que dos personas se quieran, no terminarán juntos.

—Si los dos quieren siempre se podrá.

—Pero cuando las circunstancias no nos favorecen es imposible.

—Nada es imposible para ti. ¡Regresaste de la muerte!

Me acerqué más y parecía que volvería a llorar.

—Creí que de verdad ibas a dejarme...

—Jamás voy a dejarte.

—Entonces no vuelvas a salvarme de nuevo.

—Eso hacen los hermanos. —argumentó—. Porque aún somos hermanos, ¿no? ¿Aún quieres ser mi hermana?

—Yo siempre seré tu hermana, tonto. Y mi padre también te ha reconocido como su hijo, así que abandona esos pensamientos que, estoy segura, vinieron a tu mente. No me pienso separar de ti y aunque no seamos hermanos de sangre, yo también daría la vida por ti, tú también eres primero, cruzaría el infierno y el cielo por mi hermano.

Bajó la mirada y sonrió triste.

—Gracias. —articuló sin soltar mis manos.

—Debo salir, mientras tanto descansa, y no te atrevas a levantarte de esa cama, si necesitas algo toca el botón que tienes a lado.

—No me digas que preparará carne asada si lo toco.

—Duérmete, ¿quieres?

Él me dirigió una mirada burlona y salí de la habitación.

Tendrían que pasar varios meses para que ese hombre esté como nuevo, pero verlo con los ojos abiertos y tenerlo cerca me era suficiente.

—Señorita Vercelli.

—¿Dónde te habías metido, Adham?

—Fui a esconder la escopeta de tu padre.

Mi risa interrumpió nuestro beso.

—Aunque dudo mucho que la llegue a usar —continuó—. Ya ha empezado a fantasear con ser abuelo.

—Líbrame, señor.

Fabio me abrió la puerta de la camioneta para subir, él hizo lo mismo e iniciamos el camino al lugar en donde se encontraban todas las mujeres que Marina cuidaba, incluyendo Aurora.

—¿Qué harás cuando todo termine? —me preguntó.

—Hay muchas cosas que quiero hacer. Me gustaría ir a la universidad, también quisiera viajar por todo el mundo, conseguir un trabajo, sabes bien que no pienso vivir del dinero que Vercelli me dejará. Quiero hacer muchas cosas por mi cuenta.

—Quiero verte haciéndolas.

—¿Qué hay de ti? ¿Qué harás cuando todo esto acabe?

—Me gustaría regresar a EEIM, pero ya no como un agente, solo como un excombatiente. Quisiera cambiar su organización, priorizar a quienes sirven en él para que...

—Para que no pasen por lo que tú pasaste.

—Sí.

Acaricié una de sus manos así como su nobleza acarició mi corazón. 

Llegamos al lugar y juntos caminamos hasta la enorme puerta que no dejaba ver ni siquiera un poco de lo que había dentro.

—¿Por qué no le cumplimos el deseo a tu padre?

—¿El de usar su escopeta o el de darle nietos?

—El de darle nietos.

—¿Un hijo a los dieciocho años? —articulé con espanto—. Ni hablar.

—¿Y si el hijo también es mío?

—Con más razón. —mofé—. Además, la idea de llevar algo dentro del vientre durante nueve meses y que cuando salga me deje medio muerta no es muy agradable.

—Yo estaré contigo, te atenderé durante y después del embarazo, también atenderé al bebé. Y si me faltan manos, obligaré a Gabriel a ayudarme.

—No es tan sencillo.

—No hay nada que yo no haría por ti y por mi hijo, Mel.

Le di un beso y decidí no continuar con aquella conversación.

—¿Marina consiguió todo esto?

—Sí.

—¿Sola?

—Sola.

—Es increíble...

—¡Ya lo sé! —Ella apareció detrás de nosotros con el rostro feliz.

Se acercó a darme un abrazo para después llevarnos a recorrer el lugar. Cada muchacha tenía su propio dormitorio, la casa contaba con una cocina enorme, una sala de igual tamaño y un patio de entrenamiento.

—¡Melanie!

Reconocí su voz. Alcé la mirada y la fuerza que usó al envolver mi cuerpo con sus brazos por poco nos hizo caer.

Le correspondí el abrazo, sintiendo mis párpados llorosos.

—¡Viniste!

—¿Cómo no iba a hacerlo?

Sus ojos también estaban húmedos y sin previo aviso se posicionó detrás de mí para tocar mis cicatrices.

—¡Aún no sanan! —exclamó Aurora con preocupación.

Fabio regresó a mirarme extrañado, igual que Marina.

—A mí también me azotaron —agregó con pesar—. Fue mi castigo por haberme entrometido.

—Pero ahora estás bien, ¿no?

—¡Muy bien! —afirmó volviendo a sonreír—. Desde que él me rescató.

El rostro de Fabio se mantuvo serio.

—Estoy feliz por ti...

—¿Nos dan un minuto? —impuso él con voz gruesa, provocando que mi cuerpo empiece a sudar.

—Acompáñame, Aurora, ¿ya hiciste tus deberes? —dijo Marina, quien claramente sabía las intenciones de nuestro acompañante.

Las dos muchachas salieron, cerrando la puerta.

—Creí que...

—Quiero verlas.

—¿Qué?

—Las cicatrices, quiero verlas.

—He programado una cirugía para el siguiente mes, me las quitarán.

—Muéstramelas.

—No.

Regresó su mirada a la mía y me tomó por los hombros con delicadeza.

—Por favor.

—Fabio...

—Muéstrame.

Tragué saliva y descubrí mi espalda dejándola a la vista de él, logrando que, finalmente, haya silencio.

No podía ver su rostro, pero sabía que seguía detrás de mí, examinando mi piel.

—¿Quién fue?

—Fabio...

—¡¿QUIÉN FUE?!

—No los conoces...

—¡¿Los?! ¡¿Cuántos fueron?!

—No quiero hablar de esto.

—Por eso no querías tener intimidad conmigo. —dijo de repente—. Por eso no me dejaste quitarte la blusa aquel día en el cuarto de entrenamiento.

—No quería que las vieras, de esa forma nos hubiéramos ahorrado...

—¿Fue el Coronel?

—No, él...

—¿Johnny?

—No lo he vuelto a ver desde que...

—¡¿ENTONCES QUIÉN?!

—No fue ningún hombre...

—¿Una mujer?

Agaché la cabeza y empecé a abotonar mi blusa.

—¿Una mujer te hizo esto?

—Sí.

—¿Quién?

—No recuerdo su nomb...

—¡NO TRATES DE ENCUBRIRLA!

—¡No la encubro! Yo... Olvidé su nombre, Aurora parece saberlo, pero... ¡Fabio!

Me dio la espalda y fue en busca de la muchacha, encontrándola acompañada de Marina, Santiago y el hermano de este último.

—¡¿QUIÉN LE HIZO ESO?! —le preguntó gritándole.

—¿Qué...?

—¡¿Cuál es el nombre de esa mujer?!

—¿Qué mujer?

—¡LA QUE LA AZOTÓ!

—Fabio, tranquilízate...

—¡¿CUÁL ES SU NOMBRE?!

—¡MABEL! —vociferó Aurora—. Su nombre es Mabel...

Santiago dejó caer el vaso de cristal que sostenía.

—¿Mabel? —repitió él desconcertado, acercándose también a Aurora—. ¿Qué Mabel?

—De... De ojos azules...

—¿La has visto? ¿Dónde?

—Ella... Ella se encargaba de nosotras...

—¡¿DÓNDE ESTÁ AHORA?! —cuestionó Fabio.

—¡No lo sé! Se fue antes de que destruyeran la Casona...

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Marina confundida.

—Voy a matarla. —susurró Fabio tomando las llaves de su auto, pero Santiago logró oírlo.

—¡Estás hablando de mi novia!

—¡TU NOVIA CASI MATA A LA MÍA!

—¡ELLA NO SERÍA CAPÁZ!

—¡PREGÚNTALE A ESTA NIÑA TODO LO QUE SUFRIÓ A MANOS DE ELLA!

—¡Deténganse! —pidió Marina colocándose en medio de los dos.

—Si le tocas un pelo. —amenazó Santiago.

—No solo será eso. —aseguró Fabio.

Esquivó el golpe que Santiago quiso darle y comenzó a alejarse.

—No puedes conducir así, estás muy alterado. —le advertí, pero ninguna de mis palabras lo hizo entrar en razón.

Abrió la puerta del conductor y antes de que se fuera subí también, recitando unas cuantas oraciones para desalojar al demonio que llevaba dentro y que había logrado asustarme.

—No pudiste poner a Santiago en nuestra contra.

—¡Ahora resulta que esto es mi culpa!

—No dije eso, yo solo creo que debemos hablar con él...

—Eso no solucionará lo que te hicieron.

—¿Quieres vengarte acaso? —inquirí empezando a sentirme molesta—. No vas a hacerlo, no ahora, no es tu responsabilidad, ¿comprendes? Es mía, yo me encargaré.

—¿Cuándo? ¿Cuándo sanes? ¡Esas marcas nunca van a borrarse!

—Con o sin marcas voy a solucionarlo.

—¿Y quién te quita la experiencia? No trates de minimizar lo que te pasó, Melanie, nadie se recupera fácilmente de algo como eso.

—¡Deja de tratarme como a una bebé! ¡Estoy bien! Han pasado varios meses y he podido reponerme.

—¿A qué costo? ¿Durante cuánto tiempo tuviste pesadillas?

—Es normal.

—¡NO ES NORMAL! —vociferó—. ¡LASTIMARON A LA MUJER QUE YO AMO! ¡ESO NO ES NORMAL PARA MÍ!

Me quedé en silencio, intentando contener mis lágrimas.

—¿Y sabes qué es lo peor? —me cuestionó con más debilidad—. Yo no estuve cerca, como si no hubiera regresado después de tantos años.

—Entiendo...

—No, no lo entiendes.

—¡Claro que lo entiendo! Imagino cómo te sientes, pero estoy viva...

—Y lastimada.

—Voy a quitarme los rastros que me dejaron. —lo calmé apenas detuvo el auto.

Sostuve una de sus manos, viendo que su sangre estaba hirviendo.

—Hace mucho tiempo dijiste que me querías ver como una sobreviviente. Lo soy, estoy aquí, escapé. Y esto no es nada.

Acaricié una de sus mejillas y lo acerqué para darle un beso. Él me correspondió y atesoró mi rostro entre sus manos, su respiración seguía agitada, veía su pecho subir y bajar, pero cada vez con más lentitud.

Una vez que estuvo tranquilo lo convencí de regresar al lugar y hablar con Santiago, pero este ya no estaba; sin embargo, su hermano se ofreció en acompañarnos a buscarlo.

El día estaba por terminar, recorrimos muchos lugares y no lo encontramos. Rodrigo insistió en que él regresaría y le creímos, aun así, al día siguiente yo seguiría tras él, aunque no tuve que investigar mucho.

Colina menor, cuatro de la mañana.

Att: 🐍

Su mensaje fue claro.

Debe estar loco.

Al verme despierta a media madrugada supe que la loca era yo.

Con cautelo, quité el brazo de Fabio que rodeaba mi cintura y me aparté en silencio, viéndolo dormir. Su alarma sonaría en diez minutos debido a que él acostumbraba a despertar muy temprano, así que mi tiempo se iba acabando poco a poco.

Me cambié, tomé mis llaves y apenas crucé la sala una voz me estremeció.

—¿Qué horas son estas de llegar?

—Señor...

Él estaba sentado frente a la chimenea.

—En realidad voy de salida.

—¿De salida? ¿A esta hora?

—Es importante...

—Oh, ¿verás a alguien?

—A un amigo, sí.

—Tus amigos no duermen o ¿qué?

—Aparentemente este no.

—Puede acompañarte uno de mis hombres si quieres, salir sola en plena madrugada es como aventarse a un acantilado.

—No, está bien.

—Bueno, entonces llévate esto. —ofreció aventándome las llaves de su auto.

Escuché pasos acercarse y no tuve más remedio que tomar las llaves.

—Nunca me vio. —terminé de decirle al señor.

Él asintió y me alejé.

Subí al auto, encendí el motor y conduje por medio de la autopista solitaria con el cielo aún oscuro.

Llegué en un abrir y cerrar de ojos hasta el estacionamiento. La colina era un lugar turístico muy antiguo; sin embargo, se encontraba en uno de los sitios más peligrosos de Hidforth. Mientras iba subiendo a la cima sentí que la oscuridad volvía a atraparme.

Terminé en el punto más alto, recibiendo el viento helado que lograba ingresar a mis huesos. Me senté sobre un pequeño muro y volví a revisar el teléfono que Vercelli me había conseguido días atrás.

Tres y cincuenta de la madrugada.

—Una mujer, sola, en medio de la oscuridad a estas horas... Eso puede ser peligroso.

Di media vuelta y lo encontré parado detrás de mí, fumando un cigarrillo. Se acercó y tomó asiento a mi lado para contemplar la vista de un pueblo aún dormido.

—Perdón por la hora, imaginé que era la única forma de asegurarme de que no vinieras con Saravia, de lo contrario no podríamos hablar.

—¿De qué quieres hablar? —le pregunté evitando desvíos.

—Sabes de qué, o, mejor dicho, «de quién».

—Tu novia.

Asintió. Parecía estar tranquilo, pero no sabía durante cuánto tiempo mantendría la misma actitud.

—¿Por qué querrías hablar si a pesar de lo que te diga no vas a creerme?

—Lo siento. —se disculpó—. Mi comportamiento durante esta mañana no fue el correcto. La noticia me tomó por sorpresa y...

Suspiró antes de tirar el cigarrillo a una pileta de agua.

—Ella fue mi novia, Melanie, la conocía... La quería. No pudo haber cambiado de la noche a la mañana, y, mucho peor, no pudo ser capaz de hacer todo lo que dicen.

—Aurora no tendría por qué mentir.

—Me he negado a hablar con ella, quería hacerlo primero contigo.

—Soy la menos indicada, créeme, apenas estuve dos días en sus manos, pero esa niña tuvo que aguantar más de dos años junto a ella.

—Puede existir una posibilidad y ustedes tal vez estén confundidas... ¡No! ¡Yo! Yo puedo estar confundido. En este pueblo hay muchas muchachas llamadas Mabel y con ojos azules, ¿no?

—Los ojos azules no son muy comunes en este lugar, pero de todo corazón espero que sea así, y, si no lo es, debes aceptarlo, es lo mejor.

—Debo aceptar que mi novia explota a otras mujeres. —repitió irónico.

—No ganarás nada si te ciegas en la idea de que no es ella. —argumenté—. Míralo de esta forma, si te convences en creer que se trata de la misma mujer de la que estamos hablando, será más fácil sobrellevarlo cuando veamos que sí lo es, pero si resulta siendo una persona distinta, estarás en calma.

—¿Debo convencerme de que es ella para que el golpe no sea tan doloroso?

—Exacto.

Recostó su espalda en medio del césped y lo imité, adquiriendo una nueva vista del cielo.

—No es tan simple —desmintió—. Ver a la persona que tú amas ser alguien muy diferente... Eso puede destruirte por muy preparado que estés.

—Todos tenemos un lado que nadie terminará de conocer jamás, Santiago, a veces ese lado suele ser dañino para los demás, y lo único que queda hacer es alejarse.

—Yo no podría.

—Escucha, si ella se fue es porque tal vez también te quería y quiso evitar que ese lado te dañara.

—¿Y eso es bueno?

—En una parte es bueno porque te evitó algo que tal vez no mereces, y malo porque nadie debe ser esclavo de su lado oscuro.

—Si estamos hablando de la misma mujer que te torturó, ¿crees que ella podría dejar atrás su lado oscuro?

Tragué saliva y no quise responder.

—¿No te has puesto a pensar en que, quizá, ella solo siguió las órdenes del Coronel y te maltrató?

—Es muy difícil saber por qué lo hizo.

Él restregó sus ojos con ambas manos. El cielo azul marino fue dorándose, dándole la entrada a algunos rayos de sol que iniciaban el día.

Mi teléfono comenzó a sonar, oblígame a ver de quién era la llamada.

Fabio.

—¿Él sabe que estás aquí?

—No.

—Contéstale.

—No quiero hablar con él ahora.

—¿No? ¿Por qué?

—Debemos solucionar este problema primero, de lo contrario nos mantendrá tensos y todo lo que hagamos contra Dante se estropeará debido a nuestra mala concentración.

—¿Cómo planeas solucionarlo?

—Aún lo estoy pensando.

—No es necesario.

—Dije que iba a ayudarte a buscarla, yo cumplo mis promesas.

—¿Aunque eso signifique ir tras la mujer que estuvo a punto de matarte?

—Lo hago por ti, no por ella.

Él bajó la mirada, sacando un nuevo cigarrillo.

—Pero deberás hacerme una promesa también. —condicioné.

—¿Cuál?

—Lo que sea que descubramos, no dejarás que te afecte.

—Estamos hablando de mi novia...

—Si tu novia es aquella de la Casona, no te merece, no merece a nadie. Y deberás aceptarlo.

—¿Aunque sufra?

—No sufrirás toda la vida, Santi. De amor nadie se muere.

—Se nota que no conociste a Bécquer.

—Bécquer murió por una enfermedad.

—Enfermedad causada por un desamor.

—Claro que no.

Él revolvió los ojos y no siguió discutiendo. Después de unos cuantos minutos el día ya nos había alcanzado y cada cierto tiempo mi teléfono recibía una llamada de él.

—La agonía durante estos días va a matarme. —comentó.

—Estoy segura de que has pasado por cosas peores.

—Bueno, mis padres se encuentran en otro país, tuve que hacerme cargo de Rodrigo cuando se fueron, así que la vida no ha sido fácil.

—En teoría, ¿Rodrigo solo te tiene a ti?

—Sí, pero no te atrevas a tocarle el tema de nuestros padres, él cree que se acuerdan de nosotros.

—No comprendo.

Apretó los labios e inhaló una vez más.

—Te parecerá estúpido, y pobre de ti que te burles.

—No voy a burlarme.

Él tragó saliva y dirigió sus ojos a los míos.

—Todos los meses le encargo a un amigo mío que escriba cartas haciéndose pasar por mi madre.

Abrí los ojos sorprendida.

—¿Y tu hermano se lo cree?

—Con preocupante facilidad.

—Tiene dieciséis años, ¿cómo...?

—No lo juzgues, Melanie, tú eres mayor, pero sigues siendo igual de ingenua que él.

—¿Por qué no le dices la verdad?

—Porque él es frágil. Lo ha sido durante toda su vida y siento que, al decírselo, va a decepcionarse, tanto de mí como de la supuesta familia que tenemos.

—No puede vivir en una mentira para siempre.

—No lo entenderías, Mel, tal vez Gabriel pueda entenderlo, él es el mayor de ustedes.

Y vaya que te entendería.

—¿Se lo dirás algún día?

—Planeo hacerlo cuando terminemos con esto.

—¿Y si nunca terminamos con esto?

—Tú eres la primera en decir que sí lo haremos.

—Él no merece que le mientas de esa forma. Mi consejo, como hermana menor, es que le digas la verdad por muy dolorosa que sea, y si crees que aumentará su fragilidad, tú puedes ayudarlo y demostrarle que no está tan solo como cree, te tiene a ti.

—Es extraño escucharte darme consejos después de que quise matarte.

—Sí, también es extraño para mí. No suelo perdonar a mis enemigos fácilmente.

Ambos sonreímos y vimos al pueblo iniciar una más de sus rutinas matutinas.

—¿Qué haremos ahora?

—Ya te lo dije, buscaremos a esa mujer.

—¡¿Hoy?!

—Yo sé lo angustiante que es la espera, así que lo haremos hoy.

—¿Pero cómo?

Fui imaginando el rostro de una sola persona en mi mente.

—¿Sí?

—Hola, Issac.

—Lo siento, ¿con quién hablo?

—Soy Melanie Ávalos, la novia de...

—¡Señora! ¿Está bien?

—Estoy bien, te lo agradezco. Pero necesito tu ayuda.

—¿De qué se trata?

—Es confidencial, Fabio no puede enterarse de nada, ¿lo entiendes?

—Yo... No lo sé. El señor no permite que nosotros operemos a sus espaldas.

—Por favor, Issac, esta será la excepción y, si nos descubre, hablaré con él.

Siguió pensándolo.

—Yo sé lo que te digo, Issac, es mejor que me ayudes. Si me pasa algo, su enojo será mucho peor.

—De acuerdo, ¿qué quiere que haga?

—Necesito que localices a una mujer, no tengo muchos detalles sobre ella, solo sé que su nombre es Mabel y tiene los ojos azules. Trabajaba en la Casona, donde me tuvieron secuestrada hace un tiempo.

—De acuerdo. Le enviaré en un mensaje todo lo que encuentre.

—Gracias, Issac.

Corté y regresé al auto en donde Santiago esperaba impaciente. Después de unos minutos, el mensaje de Issac llegó a mi teléfono, detallándome una ubicación.

—¿Y?

No contesté. Culebritas golpeó su cabeza con el asiento al ver por sí mismo el lugar del que se trataba.

—Los disfraces son ridículos.

—Cállate.

—Esto no es una película de agentes secretos, Melanie, y de ser así ellos jamás usarían lentes rosados.

—¿Te los cambio por los míos?

—¡NO! Hablo de que en lugar de pasar desapercibidos estamos llamando la atención.

—Tonterías.

—Me largo.

—Quieres descartar tus dudas, ¿o no?

—Sí, pero también quiero conservar mi dignidad.

—Tonterías. —repetí.

—Prométeme que nadie va a enterarse de esto.

—Tú ganas, lo prometo.

—Falta mucho para la salida, Melanie, ¿por qué no mejor damos una vuelta y regresamos?

—Porque estoy segura de que ella también está esperando en un lugar específico.

—¿No sientes nada al saber que puedes volver a ver a quien te quiso... Matar?

—Seré sincera contigo y te lo diré de una vez porque de todas formas vas a enterarte —contesté—. Si estoy aquí, buscándola, no es para saludarle y desearle feliz día.

—¿Quieres vengarte?

—Es lo mínimo que puedo hacer y lo que merece. Así que, como tu amiga, te sugiero que no interfieras.

—¿Es una amenaza o advertencia?

—Es un consejo.

Su rostro molesto se negó en seguir mirándome y por un momento se me revolvió el estómago al recordar todo lo que ella me hizo pasar.

—¿No puedes perdonarla?

—Melanie tal vez la habría perdonado. Pero dejé de ser ella hace mucho tiempo.

—Es mi novia...

—Tu novia es una maldita proxeneta, y espero, por tu bien, que después de confirmarlo te alejes.

—No será sencillo.

—Lo prometiste.

—Lo prometí, pero ya te dije que no es fácil.

—Y yo ya te dije que de amor nadie se muere.

—Algunos estudios han comprobado que una persona puede morir por tener el corazón roto, hay ligamentos que debido a la tristeza pueden romperse y...

—¡Allá está! —exclamé señalando a una mujer de cabello castaño oscuro, casi como el chocolate, piel blanca y los ojos, como ya lo sabemos, azules.

Parecía esperar a que alguien saliera del colegio, lo cual era poco común debido a que apenas eran las once de la mañana.

Mi cuerpo se escarapeló. Sentí ganas de ir y volarle la cabeza.

—No te dejes llevar por los impulsos, ¿escuchaste?

Nadie me contestó.

—¿Santi?

Giré la mirada para ver que Santiago ya no estaba a mi lado, pues se encontraba a muchos metros mientras caminaba directamente hacia Mabel.

La tomó por los hombros, y al ver su rostro toda su piel palideció, comprobando que siempre fue la misma persona. Ella se soltó y comenzó a hablar con él, diciendo palabras que yo no alcanzaba a escuchar.

Mi teléfono me sobresaltó de nuevo, mostrándome el nombre de Fabio en la pantalla.

—¿Qué quieres, Saravia?

—Qué humor.

—No puedo hablar ahora...

—Dime dónde estás, voy por ti.

—¡No! —me alteré. Por un momento sí quise pedirle ayuda, pero habría más problemas—. Quiero decir, ¿no tienes cosas más importantes que hacer en lugar de estar pendiente de mí?

—¿Acaso hay algo más importante que mi novia?

Mis mejillas se calentaron.

—Solo llamaba para pedirte que estés alerta. Hace unas horas fueron filtrados unos videos que comprometen mucho al Coronel Ávalos respecto a los secuestros. Debes ver a la gente, está como loca. Por otra parte, Edquén acaba de morir.

—Por dios...

—¡Es un gran paso! Vayamos a celebrar.

—¿Celebrar? No, ahora no puedo.

—¿Por qué sospecho que estás haciendo algo malo?

—Tu fe en mí es muy desalentadora.

—¿Estás sola?

—No.

—¿Con quién estás?

—Con un amigo.

—¿Amigo?

—Amigo, Fabio, las personas normales tienen amigos. ¿Podrías darle a tu novia un poco de espacio?

—Acabo de rastrearte hace media hora, si no te diera espacio ya habría ido por ti.

—¡Ay, no me digas! Qué detalle.

—Por esta vez confiaré en ti y creeré que no estás en problemas, Mel. Si estás en las calles evita ir por la plaza mayor, hay varios disturbios debido a las protestas y puedes salir herida.

—Bien, debo irme —me despedí al ver a dos hombres acercarse hasta Santiago y su acompañante—, te veré al anochecer.

—De acuerdo.

Colgué el teléfono y me liberé de los lentes junto con el saco para caminar discretamente hacia ellos.

Los tipos parecían incómodos con la presencia de mi amigo a tal punto de tocar las armas que tenían detrás de su espalda, obligando a acercarme cada vez más.

—¿Lo conoces? —le preguntó uno de los hombres a la mujer.

—No...

—Sí.

—¿Sí o no?

—Mabel... —Santiago intentó tocarla, pero uno de los hombres sacó su arma.

—No queremos problemas. —amenazó este último.

—No habrá problemas, solo necesito un minuto.

—Ni un segundo.

—No puedes seguir con esto. —le reclamó mi amigo a la mujer.

—No sé de lo que hablas.

—Por favor... —tomó una de sus manos, pero al instante uno de los sujetos le dio un empujón.

Santiago se puso de pie y arremetió con este, iniciando una pelea que llamó la atención de los curiosos, los mismos que se alejaron cuando vieron las armas de los dos hombres apuntando a mi amigo, dejándolo inmovilizado.

Lo obligaron a levantar las manos mientras su cabeza era encañonada por el primer hombre, sin importarle que alguien más lo estuviera observando.

—¡Baja el arma!

Se dieron vuelta ante mis palabras para verme sostener a la mujer por el cuello, apuntándola también.

Sus rostros mostraron una pequeñísima sonrisa, obligándome a disparar al aire, logrando que su actitud seria regrese.

—¡Bajen las armas, inútiles! —exclamó ella alterada.

Liberaron a mi amigo y este aprovechó en despojarlos de sus pistolas en tanto retrocedíamos nuestro paso con dirección al auto, ignorando el caos que algunas personas desataron al oír el estruendo.

—¿Quién...? ¿Quién eres? —me preguntó Mabel debido a que no podía ver mi rostro.

—¿Cómo puede ser posible que no te acuerdes de mí? —me quejé sin detenerme—. Estuvimos juntas hace varios meses en la Casona.

—¿Compañeras de trabajo?

—¿Qué manía tienen con llamarle «trabajo» a lo que alguien como tú hace? —protesté molesta, siguiendo los pasos de Santiago—. Secuestras a niñas y las obligas a prostituirse, las alejas de sus familias sin importarte el daño que pueden pasar, eso no es un trabajo.

—¿Eres policía?

—La policía está de tu lado, ¿crees que soy policía? Por favor.

—¿Quién demonios eres?

—Memoriza mi voz.

Se quedó en silencio mientras evitaba ser arrastrada, pero por alguna razón mi fuerza era mayor a la de ella.

—Soy la misma muchacha a la que le destrozaste la espalda a latigazos, a quien tiraste frente a un hombre, pidiéndole que abusara de ella.

—¡TÚ!

Tomé la parte trasera de su cabello y la obligué a mirarme.

—Sí. Yo.

Sus ojos quisieron salir y no tuvo más remedio que usar su última opción.

—Santi... —su voz ya no era indiferente al hablarle—. ¿Por qué estás con ella? ¡Va a hacerme daño!

Él la ignoró y abrió las puertas del auto, permitiéndonos subir.

Sus hombres no se atrevían a acercarse, así que fueron llenados de insultos por ella. Ya casi no quedaba gente en el lugar debido a que todos huyeron, lo cual nos permitió irnos con facilidad; sin embargo, otra persecución inició cuando un segundo auto negro apareció detrás de nosotros.

Empezaron a disparar y solo pude pensar en el castigo que me esperaba por entregarle el auto lleno de orificios a mi padre.

Mabel no dejaba de gritar, así que no tuve más remedio que golpearla, provocando que se desmaye.

Me dediqué en mantener a distancia al auto, logrando perderlo después de varios minutos. Llegamos al lugar en el que Marina tenía a las muchachas, y, aunque no era el más indicado para retenerla, no había alternativa.

Esperamos unos cuantos minutos hasta que despertó para continuar con sus gritos. Marina y yo decidimos darle espacio a solas tanto a Santiago como a la mujer por lo que salimos del lugar.

Fuimos a la sala y ella solo pudo abrazarme, lamentando todo lo que sufrí en la Casona.

Una hora después vi a Santiago salir como alma que lleva el diablo y fui tras él.

—¿Qué pasó?

Se negó a responder y siguió caminando.

—Asegúrate de que ellas no sepan que Mabel está aquí —le pedí a Marina.

—Descuida.

No me despedí, aceleré mi paso y logré alcanzar al muchacho que respiraba fuego.

—No es ella. —articuló subiendo al auto.

—¿Cómo que no es ella? Tú la reconociste...

—¡Me refiero a que no es mi novia! ¡No queda nada de ella! No la conozco.

Ese día fue el día del silencio, al menos para mí.

Él no quiso hablar más y lo respeté. Dimos vueltas por todo el pueblo y solo me dediqué a escuchar sus quejas. Nos detuvimos a comer en un restaurante, aunque en realidad ninguno de nosotros tenía hambre, continuamos ensimismados hasta que llegamos frente a un bar en donde, sin pensarlo dos veces, él bajó para pedir de tomar.

—Le arruinaron la vida.

—Nadie la obligó a involucrarse en esto.

—Fue su madre quien lo hizo. No tuvo otra opción.

—Nada la justifica, Santiago.

Bebió su copa entera y la dejó con fuerza sobre la mesa, pidiendo otra con rapidez.

—Vas a matarla. —aseguró temeroso.

—No quiero hablar de eso.

—Bueno, ¿de qué quieres hablar? Tengo toda la noche para escucharte.

—Solo quiero que dejes de beber. Me prometiste que ibas a tomarlo con calma.

—Calma. —repitió con sarcasmo—. ¡¿Tú tomarías con calma algo así?!

—Yo sé que no es fácil, pero no puedes atormentarte toda la vida.

—Entonces, ¿qué? ¿quieres verme riendo?

—Quiero verte siendo valiente.

Su sonrisa irónica desapareció.

—Yo no soy valiente.

—Eres valiente, Santiago —desmentí—. Fuiste valiente cuando me secuestraron y fuiste valiente cuando estuvimos en la mansión de Vercelli, incluso fuiste valiente hace unas horas.

Negó con la cabeza y resopló, viendo a la camarera acercarse con un nuevo trago.

—Deja de pensar en ella.

—¿Cómo?

—Distráete. Ve a algún lugar.

—¿Qué lugar?

Me puse de pie y le estiré la mano invitándolo a seguirme. Bebió su copa y la dejó a un lado para llegar hasta el auto.

—¿Un parque?

—Los parques de diversiones curan.

—Tal vez a los niños.

—En el fondo tú aún eres un niño, ambos lo somos.

Él me miró extrañado.

—Anda, camina.

—No...

—Sí, camina.

Subimos a la primera atracción de dudosa procedencia que tuvimos enfrente, empezando a mecernos en el aire mientras nuestras inquietudes nos hacían peso.

—No quiero bajar. —dijo él como si temiera que nos fuéramos pronto.

—Pues no bajes.

—No me entiendes. No quiero bajar y volver a mi vida.

—Tampoco puedes quedarte aquí para siempre. Sé fuerte.

—No puedo.

—Sé fuerte.

—¿Ese es tu consejo? ¿Ser fuerte?

—Es lo último que te queda.

—Creo que mi corazón está roto y tu consejito no me ha ayudado en nada, ¿eh?

—Tal vez mi consejo no, pero sé que este juego sí.

Él me miró con la sombra de una sonrisa en sus labios.

—Sí, creo que el juego es de más ayuda.

Volvimos a dirigir nuestros ojos a la altura que íbamos tomando mientras el viento parecía ahogarnos.

Era demasiada adrenalina.

—¡Ya me arrepentí! —exclamó él.

—Muy tarde, no podemos bajar.

—No, no, no...

—¡Sostente!

Santiago cerró los ojos, se aferró a mí y sentimos a la gravedad hacer su trabajo.

Mi cabello se alborotó y mi respiración volvió a acelerarse. Un minuto después regresamos a la calma.

—Maldición... ¡ES EL MEJOR JUEGO DE ESTE LUGAR! ¡Vayamos otra vez!

—Estás loca...

—Dime, ¿ya te sientes mejor?

—Define «mejor».

—¿Tu corazón ya no está roto?

Él se encogió de hombros, evitando responder.

—Descuida, llevará tiempo, pero va a sanar. —lo animé.

—¿Y si no sana?

—Tarde o temprano lo hará.

—Este ha sido el peor día de mi vida.

—Bueno, entonces resume este día con el recuerdo del juego, olvida lo demás.

—¿Y hacer como que nunca pasó?

—Yo sé que suena absurdo, pero sí.

—Vaya mierda de consejos que das, Zorranie.

Me crucé de brazos y lo ignoré mientras íbamos de regreso hasta el auto.

Cuando llegué a los callejones en donde nos conocimos, apagué el motor y volvimos al silencio.

—Deberías decirle a tu hermano...

—Ahora no.

—Entonces, ¿cuándo? —encaré—. No puedes mantener esa mentira toda la vida, un día va a enterarse y créeme que es mejor que lo haga por ti.

—Tal vez se lo diga, ¿de acuerdo? Cuando todo se calme se lo diré.

—Bueno, pero no lo olvides.

—No lo haré.

—Adiós.

Él abrió la puerta y bajó.

—Adiós, y gracias.

—De nada.

—Sí, literalmente «de nada».

—Grosero.

Sonrió y se perdió entre la oscuridad.

Podía percibir su tristeza, era contagiosa y sería difícil de quitar.

—¿Dónde estabas?

—Por ahí.

—Esa no es una respuesta concreta, niña. ¿Quién te rasguñó?

Me toqué el antebrazo, viendo un par de rasguños en ellos.

—Tuve una pelea.

—¿Cómo quedó el otro? —me preguntó Gabriel emocionado.

—La otra. —lo corregí.

—¡Wow! ¿De cuántas uñas rotas estamos hablando?

—No me quieran cambiar de tema —volvió a reclamar Vercelli para mirarme fijamente—. Desapareciste todo el día y traes mi auto con seis marcas de balas, además de que...

—Me distraje.

—¿Te distrajiste por veinticuatro horas? Mientes demasiado mal.

—No es una mentira, de verdad me distraje.

—Desgreñando a una mujer —completó mi hermano—. Qué intenso.

—No necesito la ayuda que me das. —mascullé logrando que cierre la boca.

—Dime la verdad, ¿qué estabas haciendo?

—Voy a contarle todo, señor, lo prometo, pero cuando haya dormido al menos un par de horas.

—De acuerdo, pero estás castigada.

—¿Perdón?

—Lo que escuchaste. Estás castigada.

—¿Qué implica el castigo?

Vercelli pensó un momento.

—Ya se me ocurrirá lo que implica, pero estás castigada.

Gabriel me miró de reojo con el rostro divertido. Di media vuelta y salí de la habitación llegando hasta la mía.

Dejé caer mi cuerpo sobre la cama con la espalda hacia arriba.

—Hola...

—Hola.

Fabio se acercó a darme un beso en la cabeza, recostándose a mi lado.

—He reprogramado tu cirugía.

—¿Para cuándo?

—En dos días.

—¡¿Dos días?!

—No puedes seguir así, Mel.

—¿Me veo menos bonita?

—Tú siempre te ves bonita.

—¿Entonces?

—No quiero ningún rastro que te recuerde lo que pasaste.

—¿Estás celoso de que una mujer pudo azotarme y tú no?

—¿Puedes ser seria por un minuto?

—Lo siento.

—Hablé con el doctor, dijo que el tiempo de recuperación no sería largo.

—¿Vercelli lo sabe?

—Sí, él está de acuerdo.

—Imagino que es mejor hacerlo ahora antes de que las cosas se compliquen.

—Hablando de complicar, ¿viste las protestas?

—No.

—Todo se está yendo de las manos, Mel. La policía está en contra del pueblo, han matado a un par de hombres en medio de otro disturbio frente al departamento policial y nadie puede ayudarnos, quiero decir, ayudarlos.

—Podemos aprovechar eso para ofrecerles unirse a nosotros.

—No lo sé. Comprometernos con todas estas personas es complicado.

—No es complicado.

—Solo es un pueblo, no tiene más de cien habitantes, ¿crees que podrán enfrentarse contra toda la civilización de allá afuera?

—Pero no es justo dejarlos a la deriva.

—Nada en la vida es justo.

—Tú lo has dicho, solo es un pueblo, Fabio, ellos no tienen la culpa de vivir aquí.

Él negó con la cabeza y apoyó su espalda en el respaldo de la cama.

—Tengo una idea —dije posicionándome a horcajadas sobre él—. Tal vez no debamos enfrentarnos con los malos, pero podemos dejar que los menos malos se vayan.

Empecé a acariciar su rostro, no obstante, él era demasiado listo para notar mis formas de convencerlo.

—Buen intento. —aprisionó mis manos y las alejó de su cuerpo, colocándolas detrás de mi cintura—. ¿Por qué crees que puedes chantajearme de esta manera?

—Porque te conozco.

—Yo quiero seguir conociéndote. —expresó quitándome la blusa para dejar besos por mi piel.

De igual forma, me tomé la libertad de apartarlo de su remera y recorrer su abdomen marcado hasta que regresé a sus labios. Nuestras posiciones cambiaron, haciéndolo quedar encima de mí.

—Debo hablarte de Santiago...

Cerró los ojos y las letras salieron en un jadeo.

—¿Ahora?

Comencé a reír y permití que sus labios continuaran descendiendo por mi cuerpo, después de todo yo tampoco quería tocar el tema en ese momento.

Una de sus manos masajeaba mis senos mientras la otra era humedecida por mi intimidad. Deposité besos en sus clavículas, sin dejar de aferrarme a él, sostuvo mi espalda con delicadeza luego de quitarse los pantalones, evitando hacer presión en mis cicatrices, y de un solo movimiento lo sentí dentro de mí.

Mis pechos iban chocando con su torso a medida que las presiones tomaban rapidez. Me acomodé sobre él y dejó de tocarme para apoyar las manos en la cama. Tomé su rostro y lo acerqué al mío, besándolo con desenfreno, intentando ahogar todos los ruidos que podían llamar la atención de quienes estaban fuera. 

Seguí acariciándolo, manteniendo la secuencia que nuestros cuerpos compartían. Él también se esforzaba en conservar silencio y era una verdadera agonía no poder oírlo.

—Necesito que te recuperes rápido de esa cirugía. —me dijo con la voz cansada y más ronca de lo normal.

—¿Por qué?

—Después de esto no creo poder seguir en abstinencia por más de dos días.

—Has estado en abstinencia durante meses.

—Y por tu culpa no ha sido fácil. —se quejó sin detenerse.

—¿Mi culpa?

—Tú... —la voz se le fue, pero logró recuperarla con un par de suspiros—. Tú me adentraste en este mundo de perversión y morbo.

—Pobre niño inocente —ironicé—, quedaste indefenso ante una mujer que te desvirgó, eso es una barbaridad.

Lo escuché reír, intentando reprimir los mismos gemidos que yo buscaba controlar durante eternos minutos. La rapidez aumentó y sentí el sudor en mi cuerpo debido al cosquilleo en la parte baja de mi abdomen.

—Cásate conmigo.

Sus ojos atraparon a los míos y después de que ambos alcanzáramos el límite caí rendida sobre su abdomen.

—¿Casarnos?

—Yo dije que estaba completo y el asunto del matrimonio me tenía sin cuidado. Pero lo admito, soy joven, no tengo ni la menor idea de lo que algo como eso implica, solo sé que sea lo que sea, signifique lo que signifique, quiero que tú y yo lo hagamos.

Me miró fijamente con sus ojos negros, haciéndome saber que no era ninguna broma.

—He sido un mentiroso —admitió—. Ambos lo hemos sido al asegurar que lo que tenemos no es amor, porque lo es. Yo te amo. Eres la única persona con la que estaría dispuesto a compartir mi café el resto de mi vida.

—Qué romántico...

—Y déjame preguntar, ¿alguna vez he roto mis promesas?

—Si contesto vamos a terminar peleando, así que...

—Se supone que debes apoyarme y decir que no.

—Bueno. No, jamás has roto ninguna de tus promesas —contesté fingiendo.

—Muy bien. ¿Sabes lo que prometí cuando era niño y te vi por primera vez con tu vestido blanco en medio del escenario?

—No.

—Prometí que serías mi esposa. Y que un día ibas a usar otra vez un vestido blanco, y yo te lo iba a quitar, pero esa es otra historia. El caso es que hay muchas razones para aceptarme, puedo escribir un ensayo si quieres, y puedo ir ahora mismo con tu padre, arriesgándome a que él, su escopeta y toda su gente salgan detrás de mí.

Empecé a reír.

—Lo de quitarme el vestido me gustó, pero si eso le dirás a mi padre, dudo mucho que te dé la posibilidad de tener hijos a futuro.

Él me devolvió la sonrisa sin dejar de sostenerme.

—Tú eres la prueba viviente de que hay finales felices para los condenados, Mel. Eres mi final feliz. Me has traído de vuelta y yo quiero recompensarte amándote hasta que mis átomos se desintegren, hasta que cualquier rastro de mi existencia desparezca de este mundo. —añadió con firmeza—. ¿Es suficiente razón para pedir que te cases conmigo?

—Yo también te amo.

Volvió a besarme y un segundo después se apartó.

—Aquí viene el «pero», ¿no?

—No hay ningún "pero", Fabio. Me quiero casar contigo.

Sus ojos comenzaron a transmitir indicios de euforia que me vi en la obligación de detener.

—Solo te pido que esperemos, al menos tres años, cuando seamos más maduros y cuando esto se haya calmado.

—¿Tres años?

—Sí.

—¿Tres años completos?

—Incluyendo feriados.

—¿Debemos esperar hasta el tercer veinte de noviembre a partir de hoy?

—¿Podrías?

Volvió a besarme con delicadeza.

—No puedo.

—¡Fabio!

—¡Bromeaba! —se excusó sonriendo.

Me apegó a su pecho y permanecimos recostados.

—¿Pero sí te casarás conmigo? ¿O sólo estás diciendo esto para despistarme?

—¿Cómo es que te volviste tan inseguro? —me quejé—. Esperé diez años por ti, porque quiero que tu cara sea lo primero que patee mientras duerma.

—Lamento haberte hecho esperar.

—Es lo de menos. Te esperaría otra vez incluso sabiendo que no vas a volver.

—Yo siempre volveré por ti.

—Promételo.

—¿Cómo se te ocurre que voy a dejar sola a mi chica?

—Solo quiero asegurarme.

Él me miró a los ojos.

—Lo prometo.

Volví a besarlo, buscando grabar cada detalle de uno de los momentos más sublimes en mi existencia.

—¿Lista para un segundo round?

—Vas a matarme.

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