26 | Melissa.
Melanie.
—¿Qué estás haciendo?
No estaba solo, algunos de los hombres que, creíamos, nos servían, nos apuntaron a mí y a todo lo que tenía detrás.
—¿Qué es lo que tú estás haciendo? ¿Defiendes al hombre que te secuestró?
—No entiendo nada. —manifestó Vercelli confundido.
Con desesperación, le dirigí una mirada a Gabriel, suplicando que no se atreva a hacer alguna tontería. Y él la ignoró.
—¿Con qué mentiras te tienen aquí? —me cuestionó.
—Estoy aquí porque quiero, y eso no es de tu incumbencia.
—Vendrás conmigo. Ahora.
—Estás loc...
Dio un disparo al aire, sobresaltándonos.
—¡VIENES CONMIGO! —me gritó.
—No quiero hacerte daño —amenacé.
—Melanie, este hombre te ha retenido en contra de tu voluntad durante más de un mes, ahora puedes...
—¿Melanie?
Maldición.
—¿Quién demonios es Melanie? ¿Quién demonios eres tú? —cuestionó Vercelli.
—Señor, ordene que bajen las armas, yo arreglaré esto. —le pedí.
—Bajar nada, ¡ahora mismo me explican qué está pasando! ¿Quién es Melanie? ¿Quién es este tipo?
—Gabriel Ávalos. —se presentó el idiota desquiciado.
—¡ÁVALOS! —El señor sacó su arma y apuntó directamente a nuestro oponente—. Sobrino del Coronel.
—Él mismo.
—¡¿CÓMO TE ATREVES A ESTAR AQUÍ?! ¡¿QUÉ DERECHO TIENES PARA AMENAZAR A MI GENTE?!
—¡¿QUÉ DERECHO TIENE USTED PARA SECUESTRAR A MI HERMANA?!
—¡¿Qué?! —La voz de Vercelli casi se arrancó apenas escuchó a Gabriel—. ¿Hermana?
—Melanie Ávalos. Mi hermana.
Apenas terminó de hablar, hice estallar una de las copas que estaba en medio del sitio.
—¡Tu hermana no está aquí! —exclamé con el corazón en la garganta.
—¡NO MIENTAS!
—¡ERES TÚ QUIEN MIENTE!
—Melanie Ávalos. —repitió el señor—. Tú... Eras tú. Siempre fuiste tú.
—Es un error, le aseguro que puedo explicarle.
—Ávalos. —negó con la cabeza—. ¡Tenía un Ávalos en mi propia casa!
—Señor...
—¡EN MI PROPIA CASA!
—No es así...
Vercelli dejó de apuntar a Gabriel y me apuntó a mí.
—Me mentiste.
—Señor...
—¡ME MENTISTE!
Poco a poco me vi en la obligación de retroceder mi paso hasta quedar del lado del demente, y, sin más remedio, también tuve que apuntar a Vercelli.
Su respiración estaba acelerada y mantenía los ojos bien abiertos, como si le costara creerlo.
Busqué visualmente a Fabio, viendo que ya no estaba.
—Podemos hablarlo, señor, le aseguro que todo...
—¡DIME QUIÉN CARAJOS ERES TÚ!
—¡MELANIE ÁVALOS! —vociferé.
—¡TRAIDORA! —me gritó Erick apuntándome—. Yo siempre lo supe.
—¡Pero fuiste tú quien me dijo que la tenían secuestrada! —le encaró Gabriel al de ojos grises, logrando confundirnos a todos—. ¡También me advertiste sobre el seguimiento que me estaban haciendo!
Dejé de apuntar al señor y dirigí mi arma a Erick, posicionándome delante de Gabriel al ver que todas las pistolas estaban en dirección a él.
Lo que dijo tenía sentido, él no estaba tan loco, debía haber alguna razón por la que estuviera haciendo lo que estaba haciendo y era culpa de una sola persona.
El grupo de hombres al que yo dirigía también se colocaron a mis alrededores, imitándome.
—Tú planeaste todo esto. —concluí en voz alta a punto de disparar en contra de Erick—. Eres un desgraciado.
Y antes de poder hacerlo, el cuerpo de Vercelli cayó en el piso, haciendo un ruido estremecedor. Llegué a pensar en que le habían disparado, pero su color de piel no indicaba eso.
Hice cálculos de los horarios y supe que debió inyectarse la insulina hace horas.
Las medicinas y todo lo que necesitaba estaban en uno de los autos. Erick dio la orden de que las trajesen; sin embargo, ninguno de ellos sabía cómo suministrarlas.
Aproveché sus distracciones para arrancharle el maletín, corriendo el riesgo de que me disparen. Él también fue rápido y logró tirarme al piso, buscando reducirme, aunque la intervención de Kevin hizo que yo pueda liberarme.
Me acerqué hasta el señor, descubrí partes de su piel y hundí la corta aguja en ella, logrando que el líquido ingrese.
—Señor, ¿me escucha?
Esperé que despertara, pero no lo hacía, lo cual comenzó a angustiarme; sin embargo, lo que me aterró mucho más fue oír el ruido de un balazo que hirió a mi amigo.
—¡Kevin!
Quise ir con él hasta que sentí el brazo de Erick alrededor de mi cuello. Me obligó a levantarme en tanto me apuntaba a la cabeza, empezando a amenazar a Gabriel y sus hombres.
—Bajen las armas. —les ordenó.
Nadie hizo caso.
Dio un nuevo disparo al aire y aumentó la presión con la que me sujetaba.
—¡BAJEN LAS ARMAS!
Busqué con mis ojos la mirada de quienes estaban a mi cargo y les hice una señal para que hicieran caso a la orden.
Con duda, colocaron las pistolas en el piso y se quedaron quietos, salvo Fernando, quien se acercó a Kevin para vendar su herida y ayudarlo a ponerse de pie.
Gabriel y sus hombres eran los únicos que se negaban a obedecer, incluyendo a Marina y sus bailarinas.
—Ya escucharon, bajen las armas. —articulé intentando respirar.
Pasaron cinco minutos y, finalmente, todos accedieron.
Tres de los hombres pasaron recogiendo las pistolas y otro grupo se encargó de retener a todos para llevarlos dentro de las furgonetas.
—Te dije que me iba a desquitar de todo lo que me has hecho. —resaltó Erick tomándome por la barbilla.
—Sí, lo recuerdo. —respondí viendo que el cuerpo de Vercelli era retirado por sus hombres—. Pero ahora serás tú quien deberá recordar mis palabras. —le advertí—. Saldré de esto y cuando lo haga, te mataré. Sin piedad.
—Tal vez en otra vida.
Me llevó hasta uno de los autos y me aventó dentro de él.
—Te vas a arrepentir.
—Me arrepentiré sobre tu tumba, a más tardar mañana al anochecer. —contestó y cerró la puerta.
El aire retenido en mis pulmones se me escapó.
Una mano se apoyó en mi hombro derecho y con rapidez la aparté, yendo en contra del dueño.
—¡Espera!
—¿Santiago?
—Imagino que esta no es la mejor idea que ha tenido tu hermano.
—¡FUE SU PEOR IDEA! ¡¿Por qué estás aquí?!
—Creí que de verdad te habían vuelto a secuestrar.
—¡Dios! Quiero matar a ese malnacido. —mascullé refiriéndome a Erick—. ¿Dónde está mi hermano?
—En la otra furgoneta.
—¿Pero cómo se le ocurre? ¿Por qué le creyó a ese bastardo?
—Por el sencillo hecho de que parecía confiable, yo lo vi confiable...
—No, no, no, esto es malo, Santi, estamos en graves problemas. Vercelli odia con todas sus fuerzas a mi familia y nos matará apenas despierte.
—¿Crees que Saravia lo incentive a no hacerlo?
No quise contestar. La ubicación de Fabio era incierta.
—No debiste venir aquí —le reclamé—. Ni tú, ni Marina, ni mi hermano ni nadie más.
—Necesitábamos algo de acción... —La voz femenina que provino de la oscuridad me hizo reconocerla de inmediato.
Gracias a la iluminación de un poste logré verla.
—¿Cómo es que se infiltraron aquí? Y tú, mujer, ¿has empezado a criar niñas sanguinarias? —cuestioné.
—Sí... Algo así.
Mis cejas volvieron a su lugar.
—No te atrevas a reprocharme —se quejó.
—¿Reprocharte? Estás entrenando a niñas para defenderse en la vida. ¡Me encanta!
Ella sonrió y escuché a Culebritas resoplar.
—Sabía que tú serías la única que iba a apoyarme, porque otros... —alargó la última palabra viendo a nuestro acompañante—. Solo se dedican a criticarme, pero si no hubiera sido por nosotras ni tu hermano ni sus amigos se habrían podido infiltrar en esto.
—¿Dónde está Raúl?
—Aquí.
Su voz estaba cansada.
—¿Así que te infiltraste en la seguridad?
—¿Olvidas que fui tu guardaespaldas, Mel?
Sonreí, pero después de unos cuantos minutos el auto se detuvo, poniéndome los pelos de punta.
No estábamos en la mansión, el camino hacia ella era más corto.
Solo había un único lugar en el que podíamos estar.
—¿Qué es «El Hueco»? —le preguntó uno de los hombres a Santiago.
Este último pareció sospecharlo y optó en mentir.
—Celdas en donde nos mantendrán hasta que todo se solucione.
—Si es que se soluciona, lo cual veo muy difícil —advirtió un muchacho.
—Va a solucionarse. —lo callé, evitando que pusiera más nerviosos a sus compañeros.
Toda la calma que fui adquiriendo se perdió al ver que cada uno de mis amigos eran encerrados en celdas individuales.
Yo no voy a morir.
Esas cinco palabras se adueñaron de mi mente durante toda esa noche y esa madrugada.
Había sido un plan muy bien elaborado y por un momento creí que Fabio estaba detrás de todo. De ser así, no me sorprendería, pero al mismo tiempo me empeñé en creer lo que dijo.
Él va a volver. Él tiene que volver.
Cuando el sol se asomó por unas rejillas, escuché la voz del bastardo que nos tendió la trampa.
—¡Juguemos a las adivinanzas! —exclamó Erick empujando la corta abertura de la puerta, mostrándome su rostro alegre—. Vercelli ya despertó, ¿a quién crees que mandará a fusilar primero?
—¡¿FUSILAR?!
—Ese es el castigo que él le da a traidores como tú.
—Yo no soy una traidora.
—Claro que lo eres. Mentiste sobre tu nombre, mentiste sobre tu origen, me quitaste mi puesto. ¿Qué querías? ¿Eh? No creo que hayas permanecido aquí por nada.
Le di la espalda.
—No importa. —añadió con indiferencia—. Tu juego se acabó.
—No —lo interrumpí—, mi juego recién empieza.
Él sonrió ocultando su molestia. Alzó la muñeca izquierda y miró el reloj que llevaba.
—Se acabó el tiempo —anunció sin dejar de sonreír—. No adivinaste quién sería el primero en irse, así que, para que veas que no soy tan malo, te daré una pista —sostuvo las rejas y se acercó más para que pudiera escucharlo—. Tu hermano.
—Mátalo.
Su rostro se desconcertó.
—¿Piensas torturarme con eso? Por favor. No tienes idea de todo lo que he pasado, así que perder a mi familia o a mis amigos no es una de las peores desgracias que tendré.
Apretó los labios ahogándose en la decepción.
—Bien, espero que cuando escuches el ruido de los disparos tu pensamiento no sea el mismo —amenazó—, y espero que la actitud que tienes ahora no te abandone cuando me tengas enfrente, a punto de matarte.
Lo tomé de la chaqueta para pegarlo a mí, logrando que su respiración diera directamente a mi rostro.
—Tú no vas a matarme —aseguré con una media sonrisa—, quieres hacerme de todo, menos matarme.
—¿Cómo puedes saber lo que quiero?
—Conozco a los hombres como tú. Te esfuerzas en convencerte de que me odias, pero en realidad me deseas.
Él comenzó a reír.
—Tú no tienes nada de lo que yo deseo.
—Repítelo hasta que te lo creas.
Lo solté y me alejé.
Escuché cómo volvió a cerrar la abertura. Fue entonces que descubrí la pequeña cuchilla que le robé.
Idiota.
Me daba igual si lo que afirmé era cierto, su poco nerviosismo me hizo creer por un momento que lo era.
Sería imposible abrir la cerradura con solo una cuchilla, así que no tuve más remedio que empezar a cortar la madera que la rodeaba.
Cuando logré abrir la puerta por completo sentí cómo mi cuerpo estaba empapado debido al sudor, y al instante el pecho se me endureció al ver la celda de Gabriel vacía.
Un hombre de negro se cruzó por mi camino, lo dejé inconsciente y le quité el arma, dirigiéndome hasta los lugares en donde mis amigos estaban. Los ojos verdes de Kevin se iluminaron al verme, lo mismo pasó con Santiago. Este último se encargó de ir por los demás.
Kevin y yo nos acercamos al campo descampado en donde varios hombres estaban listos para disparar. Como Erick dijo, Gabriel estaba ahí, se había rehusado a usar la venda en los ojos y estaba preparado para morir.
—¿Qué hacemos?
—Lo único que se me ocurre es peligroso, al menos para ti.
—¿Para mí? ¿Por qué para mí? —cuestionó Kevin asustado.
—Porque vas a tener que correr.
—Ay, no...
—Sí.
—No.
—Sí.
—¡No!
—Bueno, ¿cuánto quieres?
—Diez mil y me convierto en un rayo.
—Bien decía el señor, el dinero mueve a la gente —me quejé—. Pero de acuerdo, trato hecho.
Él tragó saliva y se apartó de mi lado.
Caminó detrás de un muro y desde él debería buscar alguna manera de...
¿Una piedra?
El hombre que fue alcanzado por la roca dio media vuelta y Kevin se dejó ver.
—¡OYE! —le gritó apuntándolo.
—¡Se está escapando!
Todos sus compañeros lo ayudaron y fueron tras él.
Me acerqué hasta Gabriel, quien seguía amarrado a uno de los palos de madera.
—Melanie...
—Debería dejarte aquí por todo lo que hiciste.
—¿Y por qué no lo haces?
—No lo sé, estaba aburrida en mi celda y no tuve mejor idea que venir.
Terminé de desatarlo. Estaba muy golpeado, sus pasos apenas podían ser rectos por lo que se apoyó en mí y llegamos hasta el mismo muro en el que Kevin se ocultó, este último aún se mantenía corriendo, teniendo a más de cuatro hombres detrás.
—Van a matarlo. —dijo Gabriel en un hilo de voz muy débil.
Lo ignoré, me dediqué en buscar a Santiago y a Raúl, viendo que también habían cumplido su tarea y habían liberado a Marina y a todos los hombres y mujeres.
—Debemos ir con ellos. —ordené retomando nuestro camino.
—No. No puedo correr...
—Debes poder.
—No...
—No vas a rendirte tan fácil. —amenacé con enojo.
Él no siguió contestando, solo asintió y apresuramos el paso hacia nuestros amigos.
—Perdón. Perdón por mentirte...
—Ahora no.
—Yo solo quería darte una buena familia...
—Sigue caminando.
—Creí que yo podría ser tu familia.
—Gabriel...
—No quería perderte, tenía miedo. Si te lo decía tú te habrías ido, como lo hiciste hace dos meses.
—No podía estar cerca de ti.
—Sí, yo lo entiendo, de verdad lo entiendo, y ahora solo quiero... Quiero saber si puedes perdonarme...
Tragué saliva.
—Yo...
—¡CORRAN! —La voz de Kevin era desgarradora—. ¡CORRAN, PUTA MADRE!
El número de hombres había aumentado, ya no podían contarse.
Mi amigo tomó el brazo libre de Gabriel y los tres intentamos avanzar mientras Santiago y los demás iban a nuestro encuentro.
Los disparos se detuvieron cuando los dos bandos estuvieron frente a frente, con nosotros en medio. Apenas uno se atreviera a dispararnos se desataría una completa masacre.
—¡¿Qué demonios?! —Erick llegó para ver más de cerca todo el alboroto.
—No dispararemos si ustedes no lo hacen. —amenazó Santiago.
—¡Qué tontería! ¡Disparen! —ordenó el de ojos grises.
—Nosotros no somos enemigos, no vamos a matarlos.
—¡DISPAREN!
Algunos recargaron sus armas y me vi en la obligación de ponerme de pie.
—¡Este miserable no es su jefe, no deben obedecer sus órdenes! —encaré—. Los está obligando a morir. Sabe que morirán y no le importa, ¿eso es un jefe?
—¡No le hagan caso!
—¡Yo nunca arriesgué a mis hombres! —exclamé con enojo—. Si se unen a mí, estarán protegidos.
—¡SI NO HACEN LO QUE LES DIGO, YO MISMO VOY A MATARLOS!
—¡YO LOS VOY A PROTEGER!
—¡NO VAN A CONFIAR EN UNA TRAIDORA COMO ELLA! ¡ENGAÑÓ A VERCELLI! ¡FIRMÓ SU SENTENCIA DE MUERTE!
—Habrá una alianza con él —refuté insegura de que fuera así—, una en donde todos estemos protegidos y compartamos los mismos objetivos. En donde sean tomados en cuenta. En donde no sólo recibirán órdenes, sino que también podrán hacer oír sus opiniones.
—¡VERCELLI JAMÁS SE UNIRÁ A UN ÁVALOS!
—¡YO NO LLEVO LA SANGRE DE LOS ÁVALOS! —grité con todas mis fuerzas.
Todo el mundo se quedó atónito.
—Este hombre y yo fuimos adoptados cuando éramos bebés, creíamos pertenecer a esa familia, pero no es así. Tenemos el apellido, mas no los lazos.
—¡MIENTES! —vociferó Erick apuntándome.
—¡NO MIENTE! —intervino Gabriel colocándose también de pie—. Hay pruebas que lo certifican. Nosotros no pertenecemos a los Ávalos, solo fuimos criados por ellos, pero no somos iguales.
Los rostros confundidos de todos nos daban cierta esperanza.
—Yo escuché que Gabriel Ávalos mató a su familia, a sus padres... —comentó un muchacho extraño que se encontraba en el lado enemigo.
—Sí, los maté —admitió—. Y fue porque ellos eran los líderes de la Parvada en ese entonces.
—Es por eso que estamos aquí —añadí—. Por la Parvada, para deshacernos de ella porque nos ha hecho daño a todos.
Los hombres agacharon la mirada y algunos de ellos empezaron a dejar sus armas, negándose a seguir peleando.
—¡QUÉ TONTERÍA! —reclamó Erick—. ¡ELLOS MINTIERON! ¡ELLA MINTIÓ! ¡VERCELLI JAMÁS VA A PERDONARLA! ¡Y MATARÁ AL QUE SE ATREVA A HACER LO MISMO!
—¡No es así! —desmentí—. Todos conocemos al señor, él sabrá escucharnos.
—¡ÉL ORDENÓ MATARLOS! —dijo el de los ojos grises.
—¡HABLARÉ CON ÉL!
—¡NO! —se negó—. No lo harás.
Percibí cómo el peso del cuerpo de Gabriel se recargó en el mío y al instante oí el disparo.
Mis ojos comenzaron a nublarse y mi mente quedó aturdida por el impacto. Con lentitud, el rostro de mi hermano se despegó del mío para mirarme por unos cuantos segundos hasta que la mancha de sangre en medio de su abdomen se fue agrandando.
Sostuve sus mejillas mientras mi respiración se aceleraba al ver cómo iba desangrándose.
Cayó de rodillas al piso, llevándome junto a él.
Tomé su cabeza y la recosté sobre mis muslos.
Vi las siluetas de los demás moverse por nuestros alrededores, en medio de un caos al cual me mantuve ajena.
—No. No... No... Por favor. Por favor... —dejé escapar entre suspiros—. Está bien... —articulé intentando detener su sangrado—. Vas a estar bien...
Él no contestó, limpié sus lágrimas e intenté levantarlo.
—¡No cierres los ojos! —le prohibí cuando sus párpados se debilitaron—. ¡NO TE ATREVAS A CERRAR LOS OJOS! ¡NO VAS A DEJARME!
Las lágrimas hicieron que mi visión se distorsionara.
—¡TÚ NO PUEDES DEJARME!
Me desesperé al ver que la sangre no dejaba de salir de su interior, manchando mis manos.
—Mírame, no cierres los ojos, vas a estar bien...
Mi voz se fue haciendo cada vez más fina.
—Por favor...
—Me... ¿Me perdonas?
—Sí, te perdono, perdono todo, pero tú debes estar bien... No puedes dejarme sola. Te necesito.
El llanto empezó a ahogarme.
—Quédate aquí. —le rogué hundiendo mis ojos en su pecho—. Quédate.
—Lo siento...
Luchó por seguir consciente, pero poco a poco sus párpados fueron cubriéndole los iris marrones.
***
—... y no descartamos el daño que pueden haber sufrido algunos órganos.
—Pero va a estar bien.
—No se lo quiero asegurar.
Froté mi rostro con ambas manos mientras Vercelli se acercaba al doctor.
—Haga lo que tenga que hacer. —le dijo.
Este asintió y se retiró.
El señor había llegado junto a Fabio minutos después de que mi hermano fuera herido.
Supe que la supuesta orden de matarnos nunca había sido decretada y todo fue excusa de Erick. Este último fue despedido y antes de que pudiese hacer algo en su contra, escapó.
Los hospitales eran lugares en los que me incomodaba estar, solo causaban que mis nervios se siguieran desequilibrando, y, a pesar de que Vercelli se había encargado de ocultar nuestras identidades, sentí como si todos allí supieran quién era yo. Y la angustia de saber que Gabriel podría morir no me dejaba tranquila ni por un segundo, hasta que los ojos negros estuvieron frente a mí.
—¿Dónde estabas?
—Demostrando tu inocencia.
Agaché la mirada y percibí los brazos de Fabio rodearme, provocando que mi visión vuelva a distorsionarse.
—Ya hablaremos. —dijo el señor haciendo que nos separemos.
Dio media vuelta y se alejó ordenando a tres de sus hombres para que se quedaran a cuidarnos.
—Debes ir a descansar, llevas mucho tiempo aquí. —me pidió Fabio a lo que me negué y le di la espalda—. Ellos no dejarán que lo veas, aún está en operación y cuando termine tendrá que pasar al menos un día para saber si va a recuperarse...
—Él va a recuperarse.
—Y cuando lo haga debe verte bien.
—No voy a moverme de aquí.
—Estos lugares me ponen nervioso...
—Puedes irte si quieres.
Lo escuché resoplar en tanto me seguía el paso. Llegué hasta la cafetería y me serví un poco de café para luego regresar a la sala de espera.
—¿Solo eso? ¿No vas a comer? —me preguntó.
—No tengo hambre.
Agaché la mirada y me concentré en el líquido oscuro que tenía unas cuantas burbujas sobre la superficie.
—Oye...
Él buscó mis ojos al agachar la cabeza para quedar frente a mí.
—¿Y si te consigo un pastel? —me negué—. ¿De chocolate? —seguí negándome—. ¿Bizcochos? —La respuesta fue la misma—. ¿Empanadas? ¡Ajá! Ya vi que sonreíste —exclamó sonriendo también—. No me tardo. —terminó de decir y se perdió entre los pasillos.
No me resignaba a imaginar siquiera una vida en la que Gabriel no estuviera. Él no podía irse. No merecía irse de esa ni de ninguna manera.
Después de varias horas la operación terminó, pero los resultados no eran claros, y como Fabio predijo, debíamos esperar.
No tuve remedio y acepté regresar a la casa de Vercelli, encontrando a Marina, Kevin, Santiago y Raúl dentro de ella.
Todos me recibieron intentando animarme.
—Vivirán aquí a partir de ahora. —dijo el señor con una sonrisa enorme.
—¿De verdad?
—Estas serán sus nuevas identidades —añadió entregándoles pequeños carnets a cada uno—. Úsenlas cuando crean tener problemas, nadie puede dañarlos con esto.
Llegó hasta Fabio y se la dio.
—Después te daré la tuya. —me dijo.
Uno de sus cocineros comunicó que la cena estaba lista y todos pasamos al comedor.
Vi el asiento vacío perteneciente a Gabriel y volví a sentirme frágil; sin embargo, la confusión que me causaba la actitud de Vercelli era mucho mayor.
No parecía resentido por lo que hice.
Y, ¿nuevas identificaciones?
¿Él sabe quiénes somos?
—Melanie... —La voz del señor interrumpió la concentración que tuve al ver a mis amigos estar bien y tranquilos—. Me gustaría que tengamos una cena privada.
—¿Privada? ¿Usted y yo?
—Sí, tú y yo.
—Estoy en problemas, ¿no es así?
—No, niña. Bueno, tal vez un poco.
Mi presión bajó y estoy segura de que el color de mi piel fue degradándose.
—Acompáñame. —pidió.
Le di una mirada rápida a Fabio y este solo asintió con la cabeza, como si me dijera que todo estaba bien.
El hombre y yo llegamos hasta una terraza con tan solo dos asientos.
—Adham... Quiero decir, Fabio, él me dijo que te gusta la lasaña.
—Sí.
Descubrió los platos y, efectivamente, la cena era lasaña.
—¿Por qué está haciendo esto?
Me invitó a sentarme y él hizo lo mismo.
—Hace mucho tiempo perdí a dos elementos fundamentales en mi vida.
—Oh, lo siento, no quise...
—No, no, no, está bien, de eso quiero hablarte.
Asentí y luché contra el cansancio para escucharlo, viendo lo impaciente que estaba, y en medio de un impulso, lo dijo.
—He encontrado a mi hija.
—Ah, hace poco me contó sobre eso. Entonces el bebé que le quitaron, ¿era niña?
—Sí, era niña.
—¿Y dónde está?
—Eres tú.
Un nuevo balde de agua fría hizo cortocircuito en mi mente. Mi rostro se adormeció y creí que todo era un sueño o simplemente lo imaginé.
—Tú eres mi hija, Melanie —repitió con más debilidad.
—Pero... Cómo...
Me estiró un sobre blanco, dándome a entender que ahí estaban todas las posibles respuestas.
—Es una prueba de ADN que Fabio hizo. —comentó mientras lo abría.
Probabilidad de paternidad: 99.9%
—Eres mi hija.
—Soy su hija...
—Eres... —se limpió unas cuántas lágrimas sin dejar de sonreír—. Sí, eres mi hija.
Tragué saliva, sin saber qué decir o cómo actuar.
—Y... ¿Es necesaria la música de suspenso de fondo?
—¿Eh? No. Dame un momento —tronó dos dedos y la melodía se detuvo.
—Pero entonces, cuando llegué, ¿usted no lo sabía?
—No, no lo sabía.
—¿Fabio sí?
—No lo sé, él investigó por su parte, imagino que también tenía sospechas.
Estás muerto, Saravia.
Un suspiro de sorpresa se me escapó, haciéndome recobrar la conciencia y darme cuenta de que mis ojos también se estaban humedeciendo.
—Usted es mi papá...
—Yo soy tu papá.
Se puso de pie abriendo los brazos, me pegué a él y presionó mi cuerpo contra el suyo.
—¡Ya soy papá! —volvió a decir—. ¡Uno de los capos de la droga es papá!
—Excapo.
—Excapo. —admitió con recelo sonriendo igualmente.
Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas y volví a abrazarlo.
Lloré al haberlo encontrado incluso sin buscarlo. Lloré también al saber que mi madre estaba muerta y su asesino era quien fue mi padre durante los dieciocho años de mi vida.
Era la misma mujer que vi ser asesinada a manos de él. Era la misma mujer que hablaba de Melissa y rogaba por ella.
—Sara, tu madre, era la hija de uno de mis enemigos. Su padre jamás aceptó nuestra relación, cuando me capturaron no sabía que ella estaba embarazada de ti. Mi suegro se encargó de ocultármelo y el día que naciste te entregó con Darío Ávalos, haciendo creer a todos que habías llegado muerta al mundo. Tuvieron que pasar cuatro años para que Sara supiera la verdad, ella fue a buscarte, pero los Ávalos ya te tenían como suya junto a Gabriel, y no estaban dispuestos a dejarte, así que tu madre los amenazó con contármelo, es por eso que la mataron.
Frente a mí.
—Me la mataron y... —su voz se quebró e intentó acomodarse en el asiento para disimularlo—. Me destrozaron. Ella era el amor de mi vida.
Bajé la mirada.
—Salí libre tres años después y aún seguía sin saber de ti, tampoco sabía sobre quién era el asesino de tu madre y los Ávalos me mintieron inventando una historia que no perderé el tiempo repitiendo.
—Por eso los odia.
—Sí, por eso.
—¿Cuándo se enteró de mi existencia?
—Hace apenas dos meses.
—¡¿Dos meses?! Dios mío...
—De haberlo hecho antes me habrías visto mover mar, cielo y tierra.
—¿Por eso buscaba a Melanie Ávalos y a Gabriel Ávalos?
—Sí, tenía ciertas sospechas de que uno de los dos era mi hijo, pero todo se descontroló cuando Dante los acusó de ser los responsables de los secuestros, llegué a creer que era cierto, aunque al mismo tiempo me convencí de que no.
—Supongo que fue gracias a su instinto de «padre».
—¡Tonterías, niña! Fue mi experiencia la que me ayudó a descartar esa estupidez, reconozco a un criminal cuando lo veo, por muy mínimos que sean sus delitos.
—¿Yo no parezco una criminal?
—No, no lo pareces, aunque ya llevas... ¿Cuántas víctimas? ¿Dos?
—Seis.
—¿Apenas?
Le dirigí una mirada molesta y él sonrió.
—Yo sé que tú ya tienes dieciocho años —dijo de repente—. Y solo han sido unos meses en los que hemos convivido, pero quería saber si... Tal vez, durante un tiempo más, tú quieras quedarte a, ya sabes, vivir aquí con este viejo enfermo.
—¿Vivir con usted aquí?
Asintió.
—Y cuando mi hermano se recupere, ¿puede...?
—¡AH! —exclamó él antes de que yo terminara—. Por supuesto que sí. ¡Ese hombre salvó tu vida! Puedo mandar a hacer una estatua con su rostro ahora mismo.
—Gracias...
—Seremos una familia —afirmó acariciando el dorso de mi mano—. Me llevará un tiempo aprender a ser padre, pero ya verás que, como siempre, seré uno de los mejores.
—Tal vez también me lleve un tiempo acoplarme a esto —comenté con cierto nerviosismo—, hay muchas cosas que me han pasado...
—Yo lo entiendo y tendrás todo el tiempo que necesites. Si te preocupa el problema de Dante te ayudaré a resolverlo, si te preocupan tus amigos les daré de mi protección, si te preocupa tu hermano traeré a uno de los mejores médicos de la ciudad para que se encargue de él, tú no debes tener más preocupaciones, pequeña niña, tu padre ya llegó.
—Eso es lo que me preocupa.
—Esperaba un «gracias», pero imagino que debo acostumbrarme a tu rareza.
—¡Señor!
—Solo digo que ahora no estás TAN sola como creías.
—No, ahora usted y yo compartimos enemigos. Si FRYM se entera de que yo soy su hija resultaré en medio de un basurero.
—Sí, lo he pensado, es por eso que esto deberá mantenerse en secreto, solo lo sabremos Saravia, tú y yo. No hace falta que vayas presumiendo que tu padre es uno de los capos...
—¡Excapo!
Rodó los ojos y asintió.
—Y, ¿va a contarme sobre sus «aventuras»?
—Ay, dios mío, Fabio ya me había advertido de esto.
—Sea un buen padre y empiece a contarme.
—¿Qué quieres saber?
—No entiendo el conflicto con FRYM. ¿Por qué la rivalidad?
—Bueno, cuando yo solía estar en el narcotráfico tenía rutas muy...
—¿Específicas?
—¿Específicas? ¡No! ¡MAJESTUOSAS! Hice demasiado dinero con ellas. En fin, el caso es que, como todo villano, me tocó perder y fui encarcelado. Cuando salí, decidí dejar el narcotráfico y al mismo tiempo cerrar mis rutas, impidiendo que nadie se atreva a usarlas. Firmé un contrato con un cártel que, a pedido de una persona, no te diré el nombre...
—Apuesto a que esa persona tiene cabello negro y ojos negros.
—Me dio buenos argumentos.
Resoplé y dejé que continuara.
—FRYM también está involucrado en exportaciones de droga y más de una vez me ofrecieron alianzas para poder usar mis rutas; sin embargo, la sola idea de pensar en todos lo que se destruían la vida a causa de lo que yo contrabandeaba me hizo rechazarlas.
—No me diga que se arrepintió y se volvió embajador de la paz.
—Pues sí, aunque no lo creas.
—Si se retiró del narcotráfico, ¿cómo es que siguió con su fortuna? Y, sobre todo, ¿cómo logró involucrarse en la política con un historial criminal tan grande?
—Hice buenas inversiones, y, respecto a lo último, ¿por qué te sorprendes? No soy el único criminal que está en el poder.
Alcé una ceja y él hizo lo mismo, haciéndome reír.
—El caso es que FRYM sabe que podrá usar mis rutas cuando yo muera.
—¿Qué? —Mi sonrisa desapareció y, otra vez, experimenté angustia—. Eso significa que intentarán...
—Matarme.
—Pero...
—Quita esa cara, ya se me ocurrirá algo.
—No se lo puede tomar a la ligera.
—Y no lo hago. Luego de solucionar tus problemas me ocuparé de los míos.
—No, no me haga quedar como una inútil. Entiendo que quiere ayudarme, lo acepto y se lo agradezco, pero eso no significa que iré a dormir en mis laureles, yo también puedo ayudarlo de alguna manera. Podemos solucionar ambos asuntos juntos.
—Lo pensaré.
Me crucé de brazos fingiendo estar molesta.
Él lo aceptaría, estaba segura, y aunque no lo hiciera, buscaría formas de iniciar mis propios caminos.
—Casi lo olvido, debo darte tu identificación.
Sacó la tarjeta y me la estiró.
Melissa Vercelli.
—Melissa.
—Tu madre siempre quiso tener una hija llamada Melissa.
Las manos me temblaron mientras volvía a leer el nombre y mis ojos volvieron a humedecerse.
—Si resultabas niño te iba a poner Jackson, pero no importa. Usarás esta identificación luego de mi muerte.
—¿Por qué después de su muerte?
—Porque tendrás acceso a todos mis bienes.
Abrí los ojos sorprendida.
—Serás la mujer más importante de este país y seguirás mis pasos.
—Yo no quiero ser narcotraficante.
—No, niña, los buenos, los buenos.
—¿Cuáles?
—Luchar por la justicia de... Estoy bromeando. El primero, destruir mis rutas, el segundo, matar a cada integrante de FRYM, el tercero, terminar con la Parvada, el cuarto y más importante, dirigir todos mis negocios.
—Me cansé de solo escucharlo.
—Imagina cómo reaccionó Erick.
—¿Erick?
—Él iba a ser el heredero de todo lo que es mío.
—¡Así que por eso me odiaba!
—Probablemente.
—Pero señor, con todo respeto, sus enemigos no son los míos, puedo llevar la fiesta en paz.
—Ay, niña, has tenido tantos tropiezos y aún no aprendes —se quejó—. Mis enemigos tarde o temprano sabrán de tu existencia y vendrán por ti, ¿crees que podrás llevar la fiesta en paz?
—No...
—Deberás defenderte y si es necesario desatar una guerra a muerte, la desatarás.
Asentí y bebí de mi copa.
—Espere... —lo interrumpí—. ¿Me está diciendo que yo seré la heredera de...?
—Ya eres la heredera.
—¡Pero no me conoce! ¿Y si resulto ser una mala hija?
—Buena o mala, ¿qué importa? Yo ya estaré muerto. —argumentó despreocupado—. Lo que me tiene angustiado es que, ahora que sabes esto, puedes matarme para que heredes todo más rápido...
Arqueé los ojos y negué con la cabeza mientras él seguía divertido.
Cuando terminamos de cenar me propuso ir junto a los demás, viéndolos estar en medio de la enorme piscina.
—¿De verdad todos vivirán aquí?
—Bueno, no todos, el del tatuaje se negó, así que decidí no insistirle.
—Entiendo.
—Nunca había estado rodeado de tantos niños. —comentó.
—No creo que le sea fácil acostumbrarse, nosotros no somos ordinarios. Usted ve a un grupo de niños ahí, ¿sabe lo que yo veo? A un tipo de cabellera casi rubia que es experto en desaparecer cuerpos junto a la muchacha que está a su par, también veo a un joven con demasiados tatuajes que logró acabar con una pequeña red de trata en solo una noche, además está el de ojos verdes que fue capaz de enfrentar a toda una tropa de hombres más de una vez con el único fin de ayudar a sus amigos. Ya verá que no son solo niños.
—¿Y respecto a Saravia?
—¿Qué pasa con él?
—Es lo que yo quiero saber. ¿Quién es él en tu vida?
Un suspiro me delató.
—Iré por mi escopeta.
—El hombre que ha cuidado de su hija por años no merece conocer a su escopeta, señor.
Él se detuvo.
—Fabio es con quien quiero compartir mi vida.
—Todavía eres muy joven para pensar en compartir tu vida, Melanie.
—No imagino un futuro sin él. No me imagino al lado de otro hombre que no sea él.
—Ya habrá tiempo para hablarlo. Ve a descansar, mañana hay muchas cosas por hacer.
Di media vuelta para dirigirme al cuarto de enfermera, pero él me detuvo.
—¿A dónde vas?
—A mi habitación.
—No, niña, tu habitación está por allá —señaló la dirección contraria.
—Pero...
—¿Piensas que dejaré que mi hija pase la noche en ese cuartucho diminuto? Anda, sigue este camino y llegarás a tu nuevo dormitorio.
—No era necesario.
—Lo era para mí. Ve.
Le di la espalda y caminé por donde él me señaló hasta que llegué a una puerta de madera que fue abierta apenas sintió mi presencia. Un par de brazos me jalaron dentro de la habitación para luego cerrar con seguro.
—¿De verdad? —me preguntó con los ojos brillosos—. ¿De verdad quieres compartir tu vida conmigo?
—¿Escuchaste lo que dije?
—No tenía intenciones de hacerlo, pero él te lo preguntó y tú contestaste tan rápido que mi corazón...
—Quiero compartir mi vida contigo, Fabio —repetí y él jaló de mis mejillas para unir sus labios con los míos.
—¿Eso significa que aceptas nuestro futuro?
—No.
La mirada se le congeló.
—Tú me propusiste un futuro en el que todo es tal y como sueñas, una familia feliz, hijos, una casa. ¿Pero qué hay de tus enemigos? ¿Qué hay de mis enemigos? Ellos no van a desaparecer. No estoy dispuesta a aceptar ese futuro. No es correcto. Estaré agradecida con el que sea que tengamos porque será contigo, y tú... —sostuve su mano—. Tú me eres más que suficiente.
Acarició mi rostro, me dio un beso tierno y con ello terminé de saber que cumplió.
Había vuelto.
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