25 | Mentirosa.
Fabio.
Esa noche
—Mujeres como ella necesitan ese tipo de escarmientos para recordar su lugar. —afirmó Erick.
Me sentía sucio, decepcionado de mí mismo. No imaginaba cómo se sentiría ella habiendo creído mi mentira.
—Ven, te invitaré un trago, lo necesitas.
El tipo se adelantó hasta la bodega de Vercelli, sacó una de las llaves y abrió la puerta. Sirvió dos copas de ron y me alcanzó una.
La idea de matarlo con mis propias manos estaba apoderándose de mí cada vez más.
—Demente, eso es lo que es Vercelli, el hecho de haber perdido a su bebé hace años le ha dejado marcas y ahora todos las estamos pagando. Se ha encariñado irremediablemente con esa mocosa, apenas la conoce dos meses, es ilógico y no lo entiende.
—¿Nunca supo el género de ese bebé?
—Nunca.
Claro que no lo supo, él ni siquiera sabía que su mujer estaba embarazada cuando fue encarcelado, ella murió años después y esa niña o niño desapareció.
En el fondo, yo tenía mis propias sospechas y tomé mis propias medidas. La prueba de ADN aún llegaría en cinco días más, después de la fiesta de Fausto.
No fue fácil tomar un poco de su cabello, ni de ella ni de él, aun así, pude hacerlo.
Deseaba que el resultado fuera negativo, la idea de que ella terminara siendo la sucesora de Vercelli me daba cierta angustia.
Los ojos grises ya estaban débiles, intentó levantarse, pero se tropezó y cayó sobre uno de los muebles. Él odiaba a Mel y yo no me terminaba de creer el cuento de que solo lo hacía por un puesto. Había algo más a fondo.
Pude matarlo ahí mismo, pero mis planes aún no terminaban, y por desgracia, todavía lo necesitaba vivo.
Salí de la bodega y pasé frente a su habitación. Quise tocar, arrodillarme ante ella para pedirle perdón y confesarle que solo era parte de mi plan, que ella vivía en mi corazón, que haga lo que haga yo no dejaría de amarla.
Pero mi dolor seguía ahí. Ella me usó tal como me usó mi madre, tal como me usó EEIM.
Los días pasaron hasta que solo quedaron unas cuantas horas para estar en medio de la fiesta de Edquén. Desde el altercado en las afueras de la habitación roja ella me ignoró por completo, no soportaba verme, y no la juzgo; sin embargo, gané la confianza de ese hombre con ojos grises y me era más que suficiente.
—Tú eres... Eres...
Le hice una señal a Kevin para que se callara y nos ocultamos en medio de un corredor.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Tu hermana no te lo contó?
Agachó sus ojos verdes con evidente incomodidad.
—Yo participaré en esta misión, dirigiré mi propia tropa. —me animé a contestar.
—Ah...
—¿Por qué estás tú aquí? ¿Cómo llegaste? ¿Por qué la involucraste en esto?
—Espera, yo no la involucré en nada, fue una equivocación. No tuvimos más opción que quedarnos aquí.
—Irás cuidándola hoy, ¿no es verdad?
—Como siempre.
—Bien. ¿Puedo pedirte un favor?
—Si estoy en condiciones de cumplirlo, sí.
—Claro que estás en condiciones, tiene que ver con el muchacho de allá.
—¿Erick?
—Sí. Quiero que no dejes que por ninguna razón se le acerque.
—¿Por ninguna?
—Ninguna, la que sea, él no debe acercarse en los próximos dos días.
—Bien.
—Gracias. Ah, y soy Adam Casale para ti, olvida mi otro nombre.
—De acuerdo.
Asentí y me retiré.
El tiempo fue corriendo hasta que se detuvo cuando me encontré con Vercelli en medio de la sala.
—Casale, siempre voy a envidiar tu buen gusto. —me halagó observando mi traje.
—No es necesario que me agradezcas con cumplidos por ayudarte.
—Deja de creer eso, hombre.
—¿Dónde está la chica?
—No tarda...
—Ya estoy lista.
Ambos regresamos a verla.
Llevaba un vestido negro hecho a su medida que la cubría desde el busto hasta los pies, con una ligera cortada lateral, dejando ver la mitad de su muslo izquierdo. Al diablo con su cabello suelto y los accesorios plateados, se veía preciosa.
—¡Señor! —fue hasta Vercelli al ver que su cuerpo cayó de golpe sobre uno de los muebles—. ¿Se siente bien?
Él no contestó, solo se dedicó a observarla con minuciosidad. Tomó dos de sus pastillas y volvió a ponerse de pie.
—Ahora vuelvo. —articuló con debilidad, saliendo presuroso de la sala.
Ambos nos quedamos solos.
—Pareces estar segura.
—¿Por qué no lo estaría?
—Una vez que FRYM te conozca, irá detrás de ti.
—¿Quieres asustarme?
—¿Para qué? Nada de lo que diga hará que regreses a tu habitación y te quedes ahí.
Ella hizo un gesto que me dio la razón.
—Todo el daño que FRYM me haga no se compara al daño que me has hecho tú desde que te conocí.
—No quiero justificarme, pero...
—No tiene justificación, Saravia. Me lastimaste. Bajo todo este maquillaje aún siguen tus marcas.
Bajé la cabeza.
—Tú y yo no tenemos futuro —dijo en un tono uniforme—. No estaré a lado de un hombre que no conforme con mentirme, me maltrató.
—Si supieras por qué...
—No me interesa.
—Claro que sí.
—No, claro que no.
—Lo que hice es crucial para ti, si te tomaras un minuto para escucharme tal vez lo sabrías.
No dije más, Vercelli apareció y nos dirigimos a las camionetas en las que, por desgracia, la distribución nos jugó en contra, ya que tanto ella como yo iríamos en la misma.
A veces solía arrepentirme por ayudarla; sin embargo, todo estaba hecho.
Se puso la máscara, yo hice lo mismo y después de media hora, estuvimos frente a la mansión.
A diferencia de las ocasiones anteriores, su plan no se seguiría por completo. Yo también tenía el mío.
Éramos una pareja, falsa evidentemente.
Cuando estuvimos dentro del enorme salón, sentí cómo las miradas caían en nosotros. Ella no parecía nerviosa, actuaba con total normalidad en tanto veía a sus hombres posicionarse en los lugares designados. Revisé el perímetro, los míos también estaban cumpliendo sus funciones.
Vercelli permanecería en los autos hasta que todo se haya ejecutado.
La noche era fría, pero no parecía percibirla de la misma manera en la que yo lo hacía. Estábamos distanciados unos cuántos metros, la miraba de vez en cuando mientras que ella ni siquiera recordaba mi existencia.
Hasta que vi las intenciones de un hombre al ponerse de pie y caminar hacia su ubicación para bailar con ella. Si la peligrosidad de FRYM no estuviera de por medio, quizá habría dejado que aquel sujeto cumpliera su objetivo.
Suspiré.
¿A quién quiero engañar?
No lo habría permitido bajo ninguna circunstancia.
Caminé más rápido que él aprovechando los años que me llevaba. Le di el encuentro a Mel, quien también sabía de las intenciones del tipo de querer bailar con ella y retuve una de sus manos para acercarla a mi cuerpo, terminando en medio del salón mientras éramos rodeados por otras parejas.
—¿Qué haces?
—Eres una mentirosa.
—¿De qué me estás...?
—Hay un futuro. Un futuro que me mantuvo vivo todos estos años. Un futuro que nos pertenece.
No hizo nada por soltarse y yo aproveché.
—Fuiste tú quien me mantuvo vivo, Mel. Cada día, en cada uno de mis infiernos pensé en ti, en nosotros. Nos vi juntos otra vez, nos vi en medio de una familia, no como la que tuviste tú ni como la que tuve yo, una familia de verdad.
Una sonrisa se formó en mis labios al imaginarla junto a uno de esos seres que me llamaría «papá» y que llevaría una parte de ella y una parte de mí en su interior.
—Tomemos ese futuro, Melanie. Vuelve a confiar en mí. Perdóname por todo lo que he hecho y quédate conmigo. Quédate siempre.
Aunque sus ojos eran de diferente tono, parecían haber nacido de la misma fuente de la que nacieron los míos. Y vi esos ojos cerrarse antes de recibir un beso de su parte.
—Dañarte ha sido una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida, Mel. Yo no quería...
—Y, ¿por qué lo hiciste? —interpeló sin separar su frente de la mía.
—No falta mucho para que lo entiendas.
Estudió mi rostro con tristeza.
—Lo siento. —la oí decir—. Lo que te hice en el cuarto de entrenamiento estuvo mal. Lo siento.
Se pegó a mi pecho y dejó que la abrazara.
—Fuiste valiente aún en ese momento.
—Deja eso, yo no soy valiente.
—Has hecho cosas significativas, tú misma te rescataste y huiste del Coronel, ahora te has convertido en una mujer fuerte.
—Con la ayuda de varias personas, habría sido valiente si lo hubiera hecho sola.
—No, de eso no se trata la valentía. Toda decisión que has tomado, todo lo que has hecho, siempre ha dependido y dependerá de ti, solo de ti.
Se encogió de hombros y no siguió contradiciéndome. Quise besarla de nuevo, pero solo me limité a decirle lo que debía decir.
—Ahora mismo estoy orgulloso de mi chica. De verte aquí, a punto de romperle el cráneo a otro de sus enemigos.
Percibí sus manos cálidas por los extremos de mi rostro, recordé parte de la conversación que tuve con Erick hace días aprovechando su ebriedad y la confianza que me tomó después de verme maltratarla.
—He descubierto algo de ella.
—¿De Sophia?
—Ella no es Sophia, ese no es su verdadero nombre.
—¿No? Entonces, ¿cuál es?
—Tranquilo, luego de esta misión, todos lo sabrán.
—Quiero que continúes con esa valentía, Mel. No la pierdas. No ahora.
—¿Por qué siento que te estás despidiendo?
—No es una despedida —Besé el dorso de sus manos—. Yo volveré. Volveré por ti.
—¿Qué?
Me prohibí darle más explicaciones. Esperaba que ella solo se conformara con eso y esperaba aún más que mis suposiciones no se equivoquen.
A la vista de todos aparecieron las bailarinas de ballet vestidas de negro. No hubo tiempo de seguir hablando y ella lo entendió.
Con disimulo, la vi acercarse a Fausto, empezó por acariciar su rostro, logró ponerlo de pie para llevarlo hasta las bailarinas, siguiendo sus movimientos y alabándolo como si fuera un Dios, pero, como todo Dios, tuvo que descender.
Los gritos de algunas mujeres hicieron ruido en todo el salón al ver su arma. Unos cuantos intentaron acercarse, pero las mismas bailarinas estaban perfectamente instruidas para protegerla, siendo lideradas por Marina.
—¡Seguridad! ¡Seguridad!
Lo lógico era llamar a los hombres que cuidaban el lugar; sin embargo, gracias a Raúl, que se había infiltrado entre ellos y ofreció una paga mucho más considerable, esos hombres también eran nuestros.
Los invitados fueron arrinconados en un lugar apartado.
La mirada de Edquén se horrorizó al verme, él me conocía, y, por suerte, no sabía mi nombre real.
—Tú...
—Dejar que Morana Almagro se uniera a ti y a tus socios no ha sido la mejor de las ideas, Edquén.
—Por favor...
—Atacaron mi hacienda —susurré apegándome ligeramente a su rostro—, y estoy seguro de que sabes quiénes están detrás de esto —su piel comenzó a brillar debido al sudor—. Tú y la escoria de FRYM.
—No sabía que esa hacienda era tuya...
—¿Pero sí sabes lo que le pasó a la última persona que se metió con mi familia?
—S-sí...
—Entonces eso explica la razón por la que acabas de mojar los pantalones.
—Tranquilízate, hombre —lo consoló Vercelli entrando al lugar—. Solo estamos aquí para conversar, como en los viejos tiempos, cuando era a mí a quien servías antes de que me traicionaras, ¿lo recuerdas?
—Yo no... Yo no lo traicioné, señor.
—Mentir es malo, Edquén, irás al infierno si lo sigues haciendo.
—Yo les juro que nada es como parece, lo puedo explicar.
—A ver... —Vercelli también se sentó—. Empieza, tenemos toda la noche para escucharte.
—Morana... Morana sí es la hija de Almagro...
—¿Qué función cumple en FRYM?
—Por ahora está intentando liberar a Yakov y... Es muy probable que lo logre.
—Imposible, Yakov tiene una condena de cadena perpetua.
—Por favor, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Ella ha hablado con personas importantes, la salida de Yakov no está muy lejos. Créanme, cuando Romani sea libre, el baño de sangre se repetirá.
Vercelli y yo solo pudimos mirarnos y tragarnos nuestro desconcierto.
—Me dejarán... Me dejarán ir... ¿Verdad?
Mi mirada se enfocó en Melanie, estaba junto a Kevin y Marina en un reencuentro tierno, los tres parecían ignorar que estábamos en medio de un secuestro y solo se dedicaban a beber y comer los bocaditos de una mesa.
—¿Cierto, Casale?
Me deshice de mi pequeña sonrisa y regresé mis ojos a los hombres que tenía enfrente, adoptando un rostro serio.
—¿Ah?
—Se irá, pero no ahora.
—Sí, te irás, pero no ahora.
—P-pero yo no sé más...
—Oh, estamos seguros de que durante el camino irás recordando algunas cosas.
Lo pusimos de pie, pero la silueta de un hombre vestido de negro nos detuvo al apuntar con una de sus armas a Vercelli.
En un abrir y cerrar de ojos, ella se posicionó delante de su señor sin pensarlo dos veces, apuntando de vuelta al hombre, así que este se vio en la necesidad de revelar su identidad, dejando a todos sorprendidos.
Gabriel Ávalos.
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