24 | Desgracia la mía.
Melanie.
Esa misma noche
—¿Cuántos hombres perdimos?
—Uno.
—¿Cuántos policías murieron?
Esta vez Kevin se negó a contestar.
—¡¿Cuántos?! —volví a cuestionar.
—Tres.
Regresé mis ojos a Erick y de un solo puñete lo lancé al piso.
—Te dije que no debíamos aplastar ese botón y lo hiciste. ¡No te importó que hubiera personas inocentes!
—¡¿Y TÚ DE QUÉ MALDITO LADO ESTÁS?!
—¡NO LA TOQUES! —intervino Kevin colocándose delante de mí antes de que Erick me devolviera el golpe.
—¡Dejen de pelear! —interrumpió Vercelli—. Caminen. —ordenó señalando el cuarto rojo.
Antes de que yo entrase por completo me detuvo con su mirada enojada.
—Tenemos mucho de qué hablar, Sophia. —amenazó.
No estaba segura de a qué se refería, pero el temor me invadió.
Todos volvimos dentro de esa habitación y el señor habló después de un largo silencio.
—A partir de ahora, Velarde será la encargada y líder de todos ustedes.
Me petrifiqué.
—¡Señor! —protestó Erick—. Este es MI grupo.
—Tú cumplirás otras funciones, lo conversaremos luego.
—No estoy de acuerdo.
—Yo no te pregunté si estabas de acuerdo o no. Es una orden. —lo interrumpió el hombre con el rostro enojado.
Regresó su mirada a los demás y siguió hablando.
—Buen trabajo, muchachos, tómense la noche, los veré mañana.
Todos asintieron y comenzaron a retirarse.
—¿A dónde vas, Sophia? —me detuvo.
—Dijo que nos tomáramos la noche...
—Ellos, no tú.
—Señor...
Él negó con la cabeza y me indicó sentarme.
—No quise reclamarte delante de todos, pero Erick tiene razón, pusiste en riesgo todo solo por pensar en esos policías de turno y no está bien.
—Esos policías eran inocentes, solo habían atendido a un llamado de ayuda.
—Niña... —se me acercó—. Aquí ya nadie es inocente.
Tal vez tenía razón, pero le guste o no, mi lado humano no había desaparecido por completo.
—Si cometí un error, ¿por qué me puso a cargo de este equipo?
—Acaban de matar a unos cuantos de mis hombres en otra misión —argumentó—. Necesito a sus reemplazos, y ya que tú estás aquí...
—Será temporal, ¿no?
—Sí. No. ¿Quién sabe?
—Pero espere... Ser líder de este equipo me convierte en miembro...
—Miembro de ENJAMBRE, sí.
—¿De verdad?
—De verdad. Mañana tendremos una reunión y hablaremos de todo.
—De acuerdo, ¿puedo irme?
—¿Pero por qué tanta prisa, mujer? Pareces una niña ansiosa por salir a jugar.
Sonreí.
—No olvide sus pastillas.
Él asintió y salí de ese lugar en dirección al grupo.
Ya no estaban. Él ya no estaba.
Continué mirando hacia la salida sin ver rastros de Fabio, llegué a pensar en que lo imaginé y el hombre vestido de negro no era él, nunca fue él.
Fui hasta mi habitación y me dejé caer sobre la cama.
Recordé a los tres hombres.
Yo los maté.
Pensaba en que había otra manera de hacer temer a quienes estaban presentes, pero esa era la única que encontré y ni siquiera entendía por qué no estaba igual de afectada que en la primera ocasión.
Fui a un espejo para enfrentarme y reclamarme por lo que hice. Quise llorar, pero ya no sentía ni una sola lágrima en mis ojos.
Alcé mi mirada y me encontré con él.
Apenas abrí ligeramente los labios, él me los cubrió con una de sus manos.
Peleé, pero por la sorpresa misma mi cuerpo terminó de debilitarse.
—¡Sí eras tú! —le reclamé apenas me soltó, tomando centímetros de distancia—. ¿Cómo entraste? ¿Quién te dio el uniforme?
—Soy yo quien debe hacerte las preguntas.
—No, entre los dos tú eres el impostor.
Él negó con la cabeza y se acercó hasta la puerta, asegurándola con una silla.
—Nada es como piensas.
—Gabriel y tú me mintieron. ¿Dónde está el error?
—¡Para protegerte, maldición!
—Esa excusa ya está muy quemada.
Respiró hondo llevándose las manos a la altura del abdomen.
—¿Por qué estás aquí? —le cuestioné siguiendo inmóvil.
—¿Por qué estás tú aquí? ¿Tienes idea de quién es ese tipo? Es...
—Ex narcotraficante y ministro de Córmac. Sé quién es.
—¿Cómo es que estás cerca de él? ¡Te obligó a matar a tres personas hace unas horas! ¡A sangre fría!
—¿De cuándo acá te preocupas por quién mato o quién no?
—Tú no eres así...
—Ahórrate el drama, Saravia, tú querías que me convirtiera en esto.
—Yo...
—No deberías estar aquí y, por piedad, dejaré que te vayas, con la única condición de que desaparezcas de mi vida.
—¿Por quién me tomas? ¿Crees que accederé a algo tan estúpido como eso, Melanie? ¿O debería llamarte Sophia?
Tragué saliva.
—¿Quién es tu hermano? ¿Él te involucró?
—No te importa.
—Por favor —me cerró el paso—, debo sacarte de aquí.
—No voy a irme.
—¿Y te quedarás a matar? —cuestionó dejándome sin argumentos.
Su mirada estaba preocupada y el ceño levemente fruncido, deformando sus cejas.
—Te lo suplico —insistió—, no puedo verte convertida en alguien como yo. Mi Melanie no es así...
—Dejé de ser «tu Melanie» cuando me drogaste y cuando me ocultaste la verdad de mi familia. —desmentí sintiendo el pecho a punto de estallarme—. Se supone que confiabas en mí.
—Eso hice.
—Entonces no quiero tu confianza —lo aparté—. Si con ella voy a seguir decepcionándome, no la quiero.
—Te tenía confianza, pero también quería protegerte de todos...
—Y lo hiciste. Me protegiste de todos, menos de ti.
Cerré las ventanas junto con las cortinas, evitando que el frío siga ingresando.
—Yo te quiero.
—Aún no es hora de decir mentiras.
—¡No es una mentira! —me reprochó tomándome por los hombros—. Siento eso...
—¿Sientes que me quieres?
—Sí.
—Bueno, y, ¿qué quieres que haga?
—Que me quieras también.
—¿Quieres que te quiera después de lo que hiciste?
Su mirada triste fue su única respuesta.
Coloqué mis manos sobre las suyas y las aparté de mi cuerpo.
—Tienes que irte.
—No. No sin ti.
—Fabio...
—Ven conmigo, aquí no estás segura. Vámonos lejos y...
—No.
—Entonces, al menos dime cuál es la razón por la que estás aquí.
—¿Al menos? Yo no tengo por qué darte explicaciones, y sé que saldrás con el típico juego de que somos novios, pero no, ya no, dejamos de serlo hace mucho tiempo.
—Ser novios o no, ¿eso qué importa? Todo lo que hay dentro de mí; mis sentimientos, incluso mis pensamientos, todo eso te lo he entregado a ti. Es tuyo.
—¡¿Y cómo quieres que crea que esos sentimientos y pensamientos sí fueron reales?! —encaré—. Me expuse ante ti, Fabio. Te di mi confianza, te di mi lealtad. Y lo único que recibí fueron mentiras.
—¡No entiendes! —me gritó alterado—. Te mentí por una razón y era para cuidarte. Obviamente no sería para siempre, planeaba decírtelo cuando todo esto terminara, cuando tú estuvieras más tranquila, no quería desestabilizar... —se calmó y volvió a su voz tranquila—. Fue una mentira piadosa.
—No fue piadosa, no para mí. Me torturaron con eso, Dante me humilló frente a toda su gente, me llamó con infinidades de insultos, se deleitó al verme llorar y me hizo ver el destino de David. ¡Yo no estaba preparada!
—No creí que algo así pasaría.
—Y fui yo quien pagó por tus equivocaciones.
—Yo no me equivoco.
—¡Claro que te equivocas!
—¡Yo jamás me equivoco!
—¿Sophia?
La voz de Erick nos sobresaltó. Le hice una señal a Fabio para que cerrara la boca antes de responder.
—¿Sí?
—¿Con quién hablas?
Se me bajó la presión.
—Con nadie.
—Abre la puerta.
—Estoy...
—Abre la puerta ahora.
Fabio se dirigió hasta la cama y se ocultó debajo de ella.
Abrí la puerta y me encontré con los ojos grises.
—¿Qué quieres?
Él me empujó y resultó dentro de mi habitación.
—¿Con quién hablabas?
—Era la televisión.
—La televisión está apagada.
—La acabo de apagar.
—Ajá.
Intenté actuar con normalidad.
—Vete. No deberías estar aquí.
—Antes quiero darte un pequeño consejo, ya que ahora eres líder. —dijo regresando a mirarme.
—Qué generoso.
Él fingió una sonrisa y siguió paseándose por la habitación.
—No te acostumbres —advirtió—. Yo regresaré a mi puesto.
—Regreses o no, me da igual.
—No, no te dará igual. Cuando yo regrese lo primero que ordenaré será que te maten.
—¡Ay, no! ¿De verdad? No, por favor. Yo no quiero morir. Por favor... Lárgate ahora antes de que pierda la paciencia y termine con la poca dignidad que te queda.
—¿Tienes idea de con quién te has metido?
—Con un imbécil que cree tener el poder de asustarme, pero lo único que hace es quedar en ridículo una y otra y otra vez. Así que vete o te sacaré yo.
—Inténtalo.
Lo tomé por uno de los hombros y presioné su muñeca derecha sobre su espalda, arrastrándolo fuera del lugar.
Ignoré sus quejas, las mismas que siguieron a pesar de que cerré la puerta y volví a colocar la silla.
Me acerqué hasta la cama y, de nuevo, volví a tener el rostro de Fabio frente a mí.
—¿Quién demonios es ese patán?
—Erick, la mano derecha de Vercelli.
—Tuvo suerte de que lo hayas sacado, de lo contrario...
—No importa, ¿cómo es que conoces a Vercelli?
Se encogió de hombros, negándose a contestar.
—Déjalo así. No me interesa. —dije ignorándolo.
Desamarré mi cabello y dejé la liga a un costado.
Volví a mirarlo, viéndolo sentado en una esquina de la cama, como solía estarlo cuando algo le preocupaba.
Me acerqué lentamente para sentarme a su par.
—Por favor, dime que te irás. —pedí.
—Tengo razones para quedarme.
—¿Razones? ¿No estás aquí solo por mí?
Qué incoherencia la mía.
—No voy a explicártelo ahora.
—Nunca vas a cambiar.
—Solo quiero que me entiendas, Melanie, jamás quise que todo esto pasara como pasó, y... Ya lo dijiste, creí que podría controlarlo.
—Acepta por primera vez en tu vida que te equivocaste.
Se mantuvo en silencio y yo solo pude interpretarlo. Me puse de pie, lo rodeé, pero con una de sus manos me sostuvo.
—Me equivoqué.
—Bien, eso no cambia nada, pero supongo que es un avance.
—Debes volver conmigo.
—¿Es una orden o una pregunta?
—Es lo que yo quiero.
—¿Y piensas que lo haré solo porque tú lo quieres?
—Yo solo sé que eres una mentirosa y también me quieres. ¿Por qué no lo aceptas?
—Ni siquiera sé si lo que siento por ti es real, el tiempo que estuvimos juntos no fue suficiente.
—Una persona puede enamorarse en tan solo cuatro minutos, Mel, nuestro tiempo me fue más que suficiente.
—Entonces, ¿estás enamorado de mí?
—Si supieras todo lo que he hecho por ti ni siquiera te molestarías en preguntarlo.
—Me destruiste, Fabio.
—Fueron otros quienes lo hicieron.
—Lo que hicieron otros no duele de la misma magnitud a como me duele lo que tú hiciste, porque de ellos lo hubiera esperado, pero no de ti, de mi novio, con quien me sentía segura.
Mis ojos comenzaron a empañarse y tuve que tragar saliva para deshacerme del nudo en la garganta.
—No importa lo que hagas, no puedo dejar de verte como un traidor.
Él agachó la cabeza y asintió débilmente.
—Voy a irme después de que me respondas una última pregunta.
—¿Cuál?
—No quieres volver a ver a Fabio Saravia, ¿cierto?
Sonreí con desgana, limpiándome algunas lágrimas que habían mojado mis mejillas.
—No. —respondí deteniendo mi llanto—. No quiero.
Él volvió a asentir y se puso de pie.
—Adiós.
Evité mirarlo, tampoco contesté. Dio media vuelta y usó la ventana que daba a una de las calles para salir sin ser visto.
Apenas desapareció, el llanto volvió a ahogarme, logrando que replantee mis acciones y las razones que tenía para hacerlas.
Lo extrañaba más de lo que podía expresar, y, ¿para qué hablar de amor? Él también tenía el mío, seguía siendo suyo a pesar de lo que hizo.
Fue ese día en el que las palabras de mi madre tuvieron sentido:
El amor es el acto más caótico.
—Ayer por la noche sucedió un lamentable accidente que le quitó la vida a diecinueve personas, tres de ellas policías en guardia y quince policías en días de franco, entre estos últimos se encontraba el comandante antisecuestros, Theodor Greth.
—¿Por qué no menciona el video que enviamos? —pregunté desconcertada luego de escuchar la noticia en la televisión.
—¿Por qué crees, princesa? —me cuestionó Erick—. El Coronel tiene la prensa comprada, ¿supones que esa misma prensa va a sacar a la luz los vídeos que pueden hundirlo? Por favor.
—Entonces, ¿qué haremos?
—Tengo a uno de los mejores hackers conmigo, él se las ingeniará para revelar ese video —respondió Vercelli bebiendo un poco del té que yo le había preparado—. Pero mientras tanto, tú y yo debemos hablar —me señaló—. Sígueme.
Se puso de pie y dejó la mesa en donde también nos acompañaba Erick.
—De seguro ya lo sabe. —dijo este último captando mi atención para evitar que me apartara.
—Sabe, ¿qué?
—Que anoche estuviste acompañada de alguien.
—Yo no estuve acompañada de nadie.
—Claro, y el sol es verde.
—¿Qué es lo que quieres?
—Que me devuelvas el puesto.
—Aunque renuncie, él no va a regresártelo.
—¿Tienes idea de lo que me está obligado a hacer? Solamente quiere que sea un simple guardaespaldas, nada más, me mantendrá fuera de las operaciones y fuera de mi equipo.
—Lástima por ti.
Le di la espalda y seguí mi camino.
Si soy sincera, no me daba lástima, puesto que mientras más lejos estuviera de él, mejor.
—¿Melanie Ávalos me tiene lástima?
Su pregunta me hizo entrar en pánico.
Lo ignoré, seguí mi camino y escuché cómo comenzó a reír.
Avancé unos cuantos pasos más hasta que lo perdí de vista. Mi respiración estaba acelerada y la cabeza iba a estallarme.
Era hora de decírselo antes de que él o alguien más lo haga.
—Señor, debo decirle que yo no...
Recibí otro baldazo de agua fría al tener delante de mí su rostro.
—Buon giorno.
—Fabio... —su nombre se me escapó en un suspiro que, inexplicablemente, me hizo sentir segura.
—Ciao, Sophia.
—No me hables en italiano que no te entiendo.
—Solo te estaba saludando.
—¿Qué demonios haces aquí?
—Estoy...
—Dijiste que no volvería a verte.
—Dije que no volverías a ver a Fabio Saravia.
—Tú eres ese imbécil.
—¡Ah, Sophia! —Vercelli apareció detrás de mí, sosteniendo dos copas de champagne—. Ya conoces a mi nuevo socio.
Ay, no.
—Él es Adham Casale —lo presentó volviendo a dejarme helada—, acaba de llegar de mi natal Italia y se unirá a nuestra causa junto con el actual alcalde.
—Mucho gusto. —dijo Fabio estirándome la mano, fingiendo a la perfección no conocerme.
—Igual... Igualmente.
—¿Recuerdas al muchacho del que me hablaste? —me preguntó Vercelli—. Ese al que le gustaba La Bohemia y parecía interesante.
Trágame tierra.
—Me recordaba a este hombre —señaló al de ojos negros—. Casale, Casale, Casale. Él va a encargarse de difundir el video y de hacer que el alcalde confirme lo que se dice en él.
—Parece sencillo. —comenté muriendo por dentro.
—Lo es.
No me quitaba la mirada de encima y si yo hubiera podido lo habría asesinado con la mía. Sus labios formaban una sonrisa ladina que buscaban avergonzarme ya que sabía que yo había ido por el mundo hablando de él.
—Señor, debo hablar con usted.
—Después, ahora debemos hablar sobre lo que sigue.
La Manada: Políticos que apoyan a Dante.
—Imagino que luego de que todos vean el metraje tendremos al pueblo y al consejo político de nuestro lado. —supuso Saravia con despreocupación.
—No. —desmentí—. El pueblo no sabe que somos nosotros quienes están detrás de ello, y cuando lo sepan no creo que nos tomen como héroes. Hemos secuestrado y torturado a muchas personas, hicimos volar una casa matando a diecinueve, y usted, señor, con todo respeto, tiene fama de narcotraficante. Será muy difícil que nos apoyen.
Ellos se quedaron en silencio, pensando, aunque estaba segura de que Fabio ni siquiera se molestaba en pensar, lo único que hacía era mirarme.
—Eso podemos analizarlo más tarde, ahora debemos poner en marcha el siguiente paso —refutó Vercelli—. Túllume no estará en el poder más de tres meses, pronto se irá, y cuando lo haga deberemos buscar a su sucesor.
—¿A quien eligen como alcalde? —cuestioné.
—Sí.
Un par de ideas locas y descabelladas se cruzaron por mi cabeza, pero al instante las descarté.
—Eso significa que debemos hablar con los candidatos.
—¿Qué caso tendría? —intervine—. Debemos hablar con quien gane las elecciones, solo él.
—¿No escuchaste? Faltan tres meses para las elecciones.
—Nadie dice que nos quedaremos de brazos cruzados durante estos tres meses.
—Exacto. —me apoyó Vercelli—. Hay muchas cosas por hacer en estos tres meses —añadió—. Desintegrar FRYM es una de ellas.
Mis ojos inconscientemente buscaron a los de Fabio y él supo que yo no lo había olvidado.
—Debemos deshacernos de la hija de Almagro —dijo este sin dejar de mirarme—. Por el bien de todos.
—¿Por qué?
—Almagro fue el cabecilla de un cártel muy conocido en Italia, el nombre era...
—No importa el nombre —interrumpió Fabio—. El asunto es que esa muchacha está detrás de nosotros, y cuando logre desaparecernos todo el negocio del narcotráfico volverá a estar en marcha, en este pueblo y en este país.
—¿Por qué algo como eso les importa?
—Porque perdimos mucho cuando los detuvimos, y ese sacrificio no será por nada.
—Entiendo.
—Tendremos que ir a Córmac.
—¡¿Qué?! —me exalté.
—Ella está ahí, jamás vendría a este pueblo porque sabe que no es su territorio, estaría perdida por mucho que la cuiden.
—¿Entonces sugiere que los perdidos seamos nosotros?
—También conocemos ese territorio. —respondió Fabio.
—No estoy dispuesta a pelear en medio de las tierras del enemigo. Si esa mujer quiere enfrentarse con nosotros, deberá ser ella quien nos busque.
—¿Quieres que esperemos sentados?
—Es lo más lógico, Adham. —repetí su nombre con desprecio—. Solo queda prepararnos, aún no tenemos indicios de lo que vayan a hacer, pero cuando lo decidan estaremos listos.
—Tenemos un informante.
—Entonces usemos a tu informante para que la convenza de venir.
—No será tan fácil.
—Vercelli me habló mucho de ti, Casale, las expectativas que tenía eran altas, es una decepción oírte decir que nada es fácil para ti.
Fabio frunció el ceño lentamente sin quitarme los ojos de encima.
—No quiero más rivalidades aquí, ¿eh? Ya estoy cansado de eso, suficiente tengo con la pelea de esta niña y Erick.
—Estoy seguro de que ninguna rivalidad nacerá entre Sophia y yo. —comentó Fabio acercándose—. ¿Cierto?
—No prometo nada.
Los dos rieron y continuaron conversando sobre FRYM.
Saravia se fue después de unas cuantas horas, prometiendo regresar con noticias.
¿Quién me condenó con tan mala suerte?
El video fue esparcido por todo el pueblo y el caos que desató es difícil de describir. Las familias de las personas desaparecidas se manifestaron con protestas, exigían respuestas y, felizmente, ni siquiera las palabras de Dante los calmaron.
Abelardo Túllume, el alcalde de ese entonces, no se pronunciaba, pues la orden aún no había sido decretada, aumentando así la desestabilidad en los habitantes.
Mi culpabilidad y la de Gabriel ya se había puesto en duda. Al ir por las calles y oír algunas conversaciones me tranquilizaba mucho saber que cada vez eran más los que sospechaban de Dante.
Erick, por otra parte, insistía en llamarme por mi verdadero nombre y lo único que yo podía hacer era negar todo y actuar con normalidad, o al menos intentarlo.
Pensaba en lo que sucedería si se descubría mi verdadera identidad. Pensaba también en Gabriel, en Nora, en la familia que dejé atrás.
Llegué a sospechar que cada uno había tomado caminos diferentes ya que Fabio nunca hablaba de él cuando estaba cerca, ni mucho menos de Raúl o Marina.
Quería noticias de todos ellos, pero no me animaba a pedirlas.
Tuvo que pasar una semana para que las tenga, y para que lo inevitable sucediera.
—Es imposible que esos dos no hayan dejado rastro.
—Deben ser muy inteligentes... —respondió Erick a la queja de Vercelli, mirándome.
Hablaban de nosotros, quiero decir, de Melanie y Gabriel.
—Un hombre dijo haberlos visto, bueno, solo a él. —comentó otro tipo—. Podemos hacer un seguimiento.
—Sí, hazlo —accedió el señor—. No regresen hasta que lo encuentren.
El sujeto asintió y se retiró acompañado del anciano, dejándome sola con Erick.
—¿Tienes miedo? —me preguntó este en un susurro al saber que iban tras Gabriel.
—Para nada.
—¿Estás segura?
—Muy segura.
—Yo en tu lugar no lo estaría. Apenas el jefe encuentre a tu hermano, lo matará, y después vendrá por ti.
—¿Por qué no se lo dices de una vez? —encaré—. Dile que sospechas que yo soy Melanie Ávalos y dale tus razones, de esa manera podrás deshacerte de mí.
—Si te acuso sin fundamentos tendré problemas. Pero tarde o temprano vas a quedar al descubierto. —amenazó—. Ya verás.
Me acerqué sin apartar mis ojos de los suyos.
—Piensas que cuando yo ya no esté tendrás de vuelta lo que te quité —mofé sonriendo levemente—. No funciona así, Erick. Desde el día en el que te derroté delante de todos, Vercelli notó lo débil que eres y concluyó que no le sirves.
Su mirada enojada devoró a la mía.
—¿Por qué crees que te retiró de las misiones? Porque te vio como realmente eras. —argumenté—. Un estorbo.
Sin darme cuenta, su aliento dio a mi frente y en un acto violento me tomó de la barbilla, acercándome más.
—Yo volveré a mi puesto.
—Deberás deshacerte de mí primero.
Vercelli aclaró su garganta sobresaltándonos, logrando que él me libere y nos apartemos.
Fabio estaba detrás de él, con su mirada clavada en Erick.
—Pensé que había quedado muy claro el tema del romance entre el equipo. —se quejó el señor.
Erick no se molestó en desmentir nada, acomodó su chaqueta y salió del lugar siendo seguido por los ojos de Saravia que, apenas lo vio desaparecer, tomaron un nuevo objetivo: Yo.
—No es lo que parece. —me adelanté en decir.
—Creí que se odiaban.
—Y así es.
—Pues su forma de demostrarlo es... Extraña.
—Estábamos discutiendo...
—Y era necesario juntar sus narices o ¿qué? —habló Fabio en tono seco.
—Está bien, basta. —intervino Vercelli—. Casale prometió regresar con buenas noticias y lo ha cumplido —dijo dándole una palmada en la espalda—. Cuéntale.
—Cuénteselo usted.
—Pero qué humor, hombre —se quejó el señor y regresó a mí—. Tal vez tienes razón, Velarde. Debemos esperar a que el enemigo sea quien se acerque.
—Y, ¿lo hará?
—No...
—¿Entonces?
—No lo hará si no la provocamos.
—¿Cómo piensan provocarla?
—Matando a uno de sus socios.
—¿Socio? ¿Cuál de los tres?
—Fausto Edquén.
—¿Cómo piensan buscarlo?
—Nosotros no, tú lo harás.
—¡¿YO?! —me exalté, pero al instante regresé a mi frialdad—. ¿Cómo haré eso?
—Él está en Hidforth, organizará una fiesta un tanto... Peculiar. Aprovecharemos la oportunidad, será en tres días, el treinta y uno de octubre.
—¿Qué tipo de fiesta?
—La llama «Maskenball».
—Baile de máscaras en español. —tradujo Fabio.
—Y, ¿es probable que los demás socios también asistan?
—Aún no lo sabemos, de todas formas, estaremos preparados.
Asentí y antes de apartarme, Vercelli me retuvo, tomando cierta distancia de Fabio.
—No quiero involucrarme en tu vida personal —me susurró—, y no tomes a mal lo que te diré...
—Claro que no, señor, ¿qué pasa?
—Erick no es el indicado.
—Señor...
—Mereces algo mejor.
—Señor, por dios...
—Este hombre, el que está detrás de mí, ha quedado cautivado contigo —argumentó refiriéndose a Fabio—, me gustaría que lo conozcas más.
—No me diga que ahora usted es familiar de cupido.
—¿Puedes ser seria durante un minuto? —me reclamó—. Estamos hablando de tu futuro.
—¿Piensa que mi futuro depende de un hombre?
Esperé su respuesta, viendo su rostro enrojecer con el paso de los segundos.
—Ya no estamos en el siglo pasado, señor, no necesito que me consiga un esposo para «asegurar» mi futuro.
—Solo quiero que tengas una buena vida.
—Y si la tengo será por mí misma —aseguré—. Empiezo a creer que ya no tiene tanta esperanza en mí como antes.
—¿De qué hablas, niña? Claro que mi esperanza sigue intacta en ti, eres mi arma secreta.
—Gracias por eso.
Él asintió y me retiré. Llegué hasta la habitación roja que Vercelli había habilitado con sacos de boxeo y otras herramientas para mejorar mi entrenamiento.
Me sentía preparada para hacer lo que fuera a hacer en esa fiesta, pero los pensamientos en mi cabeza me impedían concentrarme.
A mi mente llegaba el rostro de David con una sonrisa macabra, era la misma imagen que me había causado pesadillas durante varias semanas, y sería la misma imagen que no podría soportar ver en la realidad.
—¿Aún tienes celos? —pregunté apenas sentí la presencia de Fabio.
—La verdad, sí.
Dejé de golpear el saco y regresé a mirarlo.
—Tú y yo terminamos. —le recordé.
—Eso no quita el hecho de que pueda ponerme celoso.
—Si estás aquí para hacer algún tipo de escena dramática, pierdes el tiempo.
—No hice mi escena dramática en ese momento, es muy probable que no la haga ahora.
—Y me sorprende mucho que te hayas controlado. Ya me veía embarrada de los sesos de ese tipo.
—El arte de sentir emociones negativas es saber controlarlas. Yo no soy impulsivo y no actúo sin pensar.
—Bien por ti. Ahora, dime, ¿por qué no te has ido?
—Porque viviré aquí a partir de ahora.
Tragué saliva y rogué desesperadamente que fuera una mentira.
—Así que me tendrás más cerca.
—Ya te tuve cerca y he desarrollado cierta inmunidad a tus... —lo miré de pies a cabeza, fingiendo indiferencia—. Maldiciones.
—Creí que dirías «encantos».
—Los encantos de un hombre como tú también son calificados como maldiciones.
—¿Te da miedo ser maldita por mí?
—Me derramaste tu maldición en Córmac, ya estoy maldita.
Él agachó la mirada para disimular su sonrisa.
—¿De qué te ríes? —le reclamé.
—Es curiosa la palabra «derramar», porque sé al tipo de maldición a la que te refieres, y, literalmente, yo derramé...
—No quieras presumir.
—Podría gritarlo a los cuatro vientos.
Lo admito, yo también quería reír, pero mi orgullo era más fuerte.
—¿Me aceptas una pelea? —me cuestionó después de estar en silencio.
—¿Quieres pelear conmigo?
—Solo quiero saber si has mejorado.
—Confórmate con saber que sí.
—¿Por qué no quieres pelear conmigo, Sophia?
—Porque sé que acabaré con tu hombría.
—Que me ganes no significa que acabarás con algo de mí.
—Bueno, ¿estás seguro?
Él asintió.
Me acerqué, esperé el primer golpe y de esa forma iniciamos. A pesar de todo, él no me dejaría ganar y yo no quería perder.
Aprovechaba la mínima oportunidad para apegarme a él, podrían ser simples coincidencias, pero todo se podía esperar de un hombre como Fabio.
Ni siquiera supe quién ganó ya que ambos resultamos sobre el piso, exhaustos.
—Maldición, sí has mejorado.
—¿Qué pasó después de que me secuestraron? —Era una de las múltiples dudas que no estaba dispuesta a seguir reprimiendo.
Él permaneció en silencio unos segundos, hasta que contestó.
—Estuve inconsciente un día. Cuando desperté fui con los demás, me enteré de que Dante había citado a Gabriel, pero en el fondo solo era una trampa de la que él salió bien librado. No quisimos esperar y buscamos un hacker que rastreó tu teléfono.
—¿Gracias a eso me encontraron?
—Sí. Fui a la Casona, pero yo... Llegué tarde. Diez minutos tarde. No te encontré. Dante se me había adelantado. Y ahora que te escapaste debe estar buscándote.
Tragué saliva.
—Por esa razón dejé que Vercelli se una a nosotros.
—Eso fue un error, él también está detrás de mí y de Gabriel.
—Es mejor tener al enemigo cerca.
—No me digas, entonces, ¿debería estar contenta con el hecho de que vivirás aquí también?
—Depende, ¿qué tan cerca me quieres tener?
Revolví los ojos y seguí mirando hacia el techo rojo.
—¿Qué pasó con los demás?
—Siguen ayudándonos. Raúl está infiltrado en un lugar...
—¿En qué lugar?
—No puedo decírtelo.
—¿Y Marina?
—Marina... Bueno, ella también se está ocupando de unos cuantos asuntos que no puedo revelar.
—Y, ¿Gabriel? Nora no ha vuelto, ¿cierto?
—Él parece estar, ya sabes, existiendo, permanece escondido en el búnker. El tema de Nora no lo tocamos, nadie la menciona desde que se fue.
—¿No se acuerda de mí?
—Es Aurora quien se encarga de hacer que todos nos acordemos de ti.
—¿Cómo está? ¿Ha mejorado?
—Sí, ha mejorado.
—Gracias por ayudarla.
Él asintió y permanecimos en silencio.
—¿Por qué los mataste? —pregunté temerosa.
Él sabía que me refería a sus padres.
—Quisieron vender a Liliana.
—¿Venderla? ¿A quién?
—No venderla en sí, más bien vender sus... Órganos.
—Pero tu madre... Yo la conocí, ella no hubiera sido capaz.
—También conociste a tus supuestos padres y resultaron ser líderes de la Parvada —encaró con disgusto—. No solo tú fuiste engañada, yo fui uno más.
—Entonces descubriste que la iban a vender y los...
—No, antes de eso yo ya tenía mis sospechas y esa niña también. Las cartas que leíste, las que ella me había mandado, no eran cartas comunes, los mensajes estaban ocultos. Tal vez no te fijaste, pero unas letras resaltaban más que otras y juntándolas formaban el verdadero mensaje.
Recordé las cartas, él tenía razón, no había notado esos detalles.
—De esa manera podía saber lo que pasaba. Con el tiempo, el trato que mis padres tuvieron hacia ella cambió, comenzaron a esclavizarla y nadie me quita la idea de que mi padre haya abusado de ella. Lili nunca quiso confirmarlo. —dijo con la voz ronca—. Conocí a Raúl y logré obtener una lista de los miembros de la Parvada. Sus nombres estaban ahí. No podía dejarme llevar solo de un papel, así que escapé del cuartel y llegué a casa, busqué en el despacho de mi padre y terminé de convencerme.
—¿Qué encontraste?
—Todo.
—¿Había algo de mis padres ahí?
—Sí.
Cerré los ojos y tragué saliva.
—Pero no tuve que preocuparme por ellos, cuando Gabriel descubrió eso no lo pensó dos veces y los mató.
—Tú lo ayudaste...
—Era necesario.
—¿Estás seguro de que eres el verdadero hijo de los Saravia?
—Muy seguro.
—Y, ¿no te dolió matarlos?
—Si hubieras encontrado lo que yo encontré, tal vez me entenderías.
—¿Fue muy malo?
Él se posicionó lateralmente, sosteniendo su cabeza con una de sus manos.
—¿Por qué crees que te lo ocultamos? —me cuestionó—. Era demasiado fuerte, apenas tenías catorce años en ese entonces. Solo quiero que nos comprendas, Melanie, lo único que tu hermano y yo queríamos era protegerte, esa siempre fue nuestra intención.
Quería seguir preguntando, pero sólo me reincorporé a su par para mirarlo a los ojos.
—¿Qué me hiciste, Saravia?
—¿De qué hablas?
—De que empiezo a creer que hablabas en serio sobre tus maldiciones. Ya he conocido tu peor lado, el más oscuro, al que debo temer, pero no es suficiente. Tus defectos solo me hacen interesarme en ti y a la vez me incentivan a vengarme. Eso no está bien.
—La venganza no siempre es mala.
—¿Así que no tienes problema con que me vengue de ti por lo que me hiciste?
Fabio volvió a sonreír completamente despreocupado.
—Dejaré que rompas mi corazón si eso te hace sentir mejor. —ofreció él.
—No quiero romper el corazón de nadie más.
Con lentitud, fue acortando la distancia entre nosotros para dejar expuestas sus intenciones de besarme.
—Rompe el mío —insistió—, solo así comprobarás que también tengo uno.
Continué mirándolo. Y cuando estuvo a punto de irse, atrapé su cuello con el objetivo de pegar sus labios con los míos.
Me respondió el beso con más intensidad. Lentamente fui bajando el cierre de sus pantalones hasta que él me interrumpió al levantar mi cuerpo con un solo brazo para tener más acceso por debajo de mi falda.
Toda su piel expulsaba enormes cantidades de calor que conseguí percibir cuando mi blusa fue desabrochada. Evité que me la quitara por completo para no dejar al descubierto las cicatrices de las torturas que recibí durante mi secuestro.
Envolvió mi cintura con el mismo brazo que me sostenía mientras que con el otro se adueñó de mis caderas. Me pidió permiso con una mirada y mi primer gemido se desvaneció en su cuello luego de que yo se lo concediera.
Hundió el rostro en medio de mis senos conforme iba acelerando nuestros movimientos.
El nivel de excitación que un Fabio más experimentado durante mi ausencia me hizo conocer ni siquiera dejó que pensara, y aunque la puerta de aquel lugar estaba asegurada, sabía que estar haciéndolo dentro de ese cuarto de entrenamiento no era lo más conveniente.
—¿Alguien más te ayudó a practicar? —cuestioné agitada.
Él alzó los ojos a mí, dejando que su barbilla se apoye entre mis pechos.
—Nadie más que tú tiene el derecho de tocarme, Mel. —contestó sin detenerse.
Todo mi ser vibraba en cada una de sus entradas y salidas.
—Fabio, esto...
—¿No está bien? —supuso, dando pequeñas mordidas en mi piel.
Sentí cómo sus músculos empezaron a tensarse y dudé en decirlo.
—¿Esto es suficiente para pedirte que te vayas?
Entonces el mundo se le paralizó, paralizando sus movimientos consigo.
—¿Qué?
—No podemos estar juntos —argumenté indecisa—, no después de todo lo que me hiciste.
Pareció no terminar de creer lo que dije.
—¿Es por eso que me has dejado tocarte? ¿Me lo ibas a pedir después de terminar?
—Fabio...
—¿Este es mi pago adelantado para acceder?
—Yo...
—¿Esperabas que aceptara?
—Escucha, es mejor así.
—¡Acabamos de tener...! —La decepción no le dejó terminar su reclamo.
Me soltó por completo y comenzó a vestirse.
—No vamos a funcionar. Después de lo que hiciste me es imposible volver a confiar en ti.
—Te amo, Melanie —aseveró callándome—. Lo que hice lo hice por ti. Siempre por ti. Daría mi vida, daría todo lo que tengo por ti. Pero comienzo a creer que nunca lo mereciste.
Tomó su saco, y antes de irse me estiró un fajo de dólares que sacó de su billetera.
—Al final, tener tu cuerpo entre mis manos solo se trató de un servicio, ¿no es así?
Tiró el dinero por mis alrededores al ver que no estaba dispuesta a recibirlo.
—Desgracia la mía al no dejar de pensar que ha valido la pena. —concluyó.
Ignoró las lágrimas que estaban a punto de abandonar mis ojos y siguió su camino hasta salir del cuarto.
—No, Fabio, espera...
Abrió la cerradura antes de que pudiera alcanzarlo y tomó mi cuello con una de sus manos para estamparlo contra una de las paredes. Todo frente al rostro incrédulo de Erick.
—Fui muy claro. —amenazó apuñalándome con sus ojos negros—. No vales nada. No mereces nada.
Su agarre era tan fuerte que me impedía pasar saliva o hablar.
—¿Lo entendiste, Sophia? Estás muerta. Estás muerta para mí.
Erick parecía satisfecho con la escena, tanto que ni siquiera parpadeaba.
—Lárgate. —me ordenó Fabio apenas me soltó.
No terminé de creer lo que hizo, parecía poseído, y solo pude mantenerme en silencio, sin nada más que decir.
Les di la espalda a ambos y fui a mi habitación. Cerré la puerta, me acerqué hasta un espejo para ver que las marcas de sus dedos aún no desaparecían y tardarían un buen tiempo en hacerlo.
Abrí la ducha, me metí bajo el chorro de agua sin quitarme la ropa mal puesta, tapé mi cara y rompí a llorar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro