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23 | Reprogramada.

Fabio.

—Pensabas que iba a morir.

—¡Fue espantoso! —me respondió Aurora de inmediato—. Si el Coronel Ávalos no hubiera llegado a tiempo, Mabel habría matado a Mel, estoy segura.

Mi corazón dolió. 

Si yo hubiera llegado diez minutos antes a la Casona...

Regresé mis ojos a Aurora, viéndola caminar con cierto temor a pesar de que sabía que yo estaba ahí.

—Volverá, ¿no? —me preguntó volteando a mirarme—. Melanie debe regresar.

Siempre creí que había sido demasiado frío para dar algunas respuestas.

—Sí, volverá. —Ese día comprobé que no.

Había ciertas partes de mí que no terminaba de conocer y temía hacerlo.

Regresamos hasta el refugio en donde Marina se encargaba de ella y otras de sus compañeras. Al principio eran treinta, siete de ellas regresaron con sus familias, tres decidieron alejarse del pueblo y una...

—No podemos pagar una tumba decente.

—Tampoco podemos tirarla como si fuera cualquier cosa.

—¿Entonces?

—Dejen de discutir —intervino Gabriel, quien había salido de su habitación después de varios días—. Consigan una buena sepultura, yo pagaré todo.

Zoe era su nombre. Estuvo cautiva por seis meses y a pesar de que físicamente era libre, su alma aún seguía encerrada en esa casona.

Después de todo, tal vez alcanzó lo que quería. No puedo juzgarla, y mucho peor, no puedo imaginar siquiera cómo se sentía antes de terminar con sí misma.

El funeral fue devastador. Aunque nadie lloró, todos compartimos el sentimiento de tristeza. Ella fue enterrada junto a las tumbas de Matteo y su familia. La tumba de Pipo estaba a un par de pasos, rodeada por un camino de piedras.

Todos sabíamos que ellos no serían los únicos que se irían, puesto que eso apenas comenzaba.

Aurora había mostrado fortaleza y ayudaba a Marina a reanimar a todas sus compañeras; sin embargo, también había desarrollado cierta dependencia hacia mí a causa del miedo que sentía.

Los dos años en los que la mantuvieron encerrada dentro de la Casona le habían dejado secuelas tanto físicas como psicológicas. No salía a las calles si yo no la acompañaba. Yo era el único hombre con el cual ella hablaba debido a que no se acercaba a los demás.

Era muy parecida a Liliana, pero claramente las diferencias que habían eran igual de enormes. Mencionaba a Melanie más de una vez, preguntando cuándo sería el día en el que ella regresaría, y yo siempre tenía la misma respuesta.

Pronto.

Primero de octubre.

Me preparé para el encuentro. Apenas llegué a la mansión en donde fui citado, me despojaron de mis armas; sin embargo, Gabriel podría escuchar todo lo que dirían gracias a uno de los micrófonos que usamos el día de la transmisión.

Me recibió un hombre de ojos grises. Estrechó su mano con la mía y me dirigió hasta la sala, pidiendo que espere.

Durante todo ese mes mis brazos no estuvieron cruzados, era imposible que lo estuvieran.

—Ahora mismo eres el hombre más buscado de Córmac...

—Por injusticias.

—No, Saravia, no puedo involucrarme en algo así.

—Una vez que aceptes tomar el puesto provisional de alcalde ya estarás involucrado. Irán detrás de ti no solo el Coronel, sino otros criminales.

—Así que tú aprovecharás en ser el primero para ofrecerme protección, ¿no es así?

—Soy el que más te conviene.

—Pero olvidas que también eres como ellos. ¿Cómo quieres que confíe en ti después de todo lo que has hecho? Tus padres, tu escuadrón, traicionaste a todos.

—No estamos aquí para hablar de mí, Abelardo —lo interrumpí impaciente—. Te ofrezco mi protección hasta que termine tu mandato, te aseguro que nadie podrá amenazarte o lastimarte, y quien lo intente...

—Lo matarás.

—La humillación es peor que la muerte, solo exhibiré a la luz pruebas que puedan hundirlo.

Él pensó un momento, mientras que, con disimulo, dirigí la palma de mi mano hasta mi arma, listo para escuchar un «no» como respuesta.

—Gabriel Ávalos está de tu lado, ¿cierto?

—Sí.

—Y él tiene los relojes del Coronel...

—Sí.

Bajó la mirada y siguió pensando.

Abelardo servía más de lo que creía. Una vez que acepte el cargo de alcalde y acepte estar de nuestro lado, ya habríamos ganado gran parte de lo que sea que nos esperase.

—Quiero escoltas conmigo las veinticuatro horas del día, también quiero entrevistarme personalmente con Gabriel, y, sobre todo, esto debe mantenerse en secreto.

—Ordenaré a siete hombres que cuiden de ti, hablaré con Gabriel y vendrá aquí para que puedan conversar. Y sobre la discreción, la tendré si tú la tienes. —prometí.

Ambos cumplimos. Thomás fue uno de los hombres que se ofrecieron a cuidarlo junto con otros seis. Habló con Gabriel y acordaron esperar unos días antes de que pueda revisar los relojes.

Todo comenzó a descentralizarse cuando supe quién más estaba tras Abelardo Túllume.

Alejandro Vercelli.

Días después, este mismo hombre había ido a verlo ofreciéndole lo que yo le ofrecí, y curiosamente, con los mismos objetivos.

Y muchos días después descubrimos que Melanie estaba junto a él.

Alejandro Vercelli era un italiano que solía dedicarse al narcotráfico hasta que por alguna razón decidió enfocarse en la política. Estuve presente en su captura, pero, más aún, estuve presente en su escape.

¿Lo conocía? Vaya que lo conocía.

—Adham.

—Alejandro.

Él se acercó a mí y me tomó la mano.

—Cuánto tiempo, hombre, ¿dónde habías estado?

—En muchas partes.

Me hizo una señal para sentarme y él me imitó.

—Cuéntame, ¿cómo es eso de que te aliaste con Túllume y no quieres que yo también sea uno más?

—¿Que no quiero? Por favor, Vercelli, si se tratara de deseos créeme que ya estarías dentro de ese círculo —mentí. No confiaba en él—, pero...

—Siempre hay un «pero».

—Son muchos los riesgos que corremos. Tú tienes enemigos que se convertirán en mis enemigos cuando nos unamos, y créeme que no necesito más de los que tengo.

—Adham Casale puede con todo —afirmó con seguridad—. ¡Destruiste a un cártel completo! Te enfrentaste con varias organizaciones y mírate, aquí estás.

—Fue pura suerte.

—Deja la modestia.

Se puso de pie y lo acompañé hasta una de las vitrinas en donde se encontraba la piedra que su esposa atesoraba.

—¿La recuperaste? —cuestioné refiriéndome al objeto, el mismo que había sido robado cuando mataron a la mujer.

—Me llevó mucho tiempo hacerlo.

—¿Quién la tenía?

Él regresó a mirarme y respondió:

—El Coronel Ávalos.

Algo en mi interior me generó ciertas dudas.

No puede ser.

En la misma vitrina también estaba el arma dorada de Almagro.

—Oí el rumor de que la hija ha decidido seguir el camino de su padre. —dijo hablando de este último.

—No solo es un rumor. Morana Almagro ahora pertenece a FRYM.

Su rostro se sorprendió y antes de que contestara, escuché la puerta abrirse.

—Es hora de que se inyecte la insulina, señor.

Mis latidos hicieron temblar a todo mi cuerpo.

Esa era su voz. Podrían pasar decenas de meses y su voz nunca se me iría de la cabeza.

—Olvidé decirte que no debes interrumpirme. —se quejó él.

—No importa, lo habría hecho de todas formas.

El hombre se dirigió a ella y se inyectó la insulina.

Tuve suerte de haber cubierto mi cabeza previamente con la capucha de mi chaqueta. Tuve suerte de tener suficiente autocontrol para no voltear a verla.

Estaba seguro de que Gabriel también la oyó y comprobó que las suposiciones que teníamos eran ciertas. Ella estaba con él y solo había una manera de saber la razón.

—Con permiso. —volvió a hablar estremeciendo hasta la última célula de mi cuerpo.

Asentí sin mirarla y la escuché retirarse.

Vercelli volvió a acercarse, mirando el arma de Almagro.

—No sabía que habías cambiado de enfermera.

—Ah, ¿Sophia?

Volví a helarme. Ahora él no sólo desconocía mi identidad sino también desconocía quién era ella.

—Es una buena muchacha, no es mi enfermera, solo una acompañante. —comentó—. Se ocupa de mi salud y hoy se unirá a mí.

—¿Cómo que se unirá a ti?

—Es privado, solo mis socios lo saben.

Sabía el punto. Él intentaba chantajearme.

—¿Por qué tu insistencia en establecer alianzas conmigo y con Túllume? —cuestioné.

—Túllume será el alcalde de este pueblo, es un arma importante para acabar con nuestros enemigos.

—Dudo que tengamos los mismos enemigos.

—Los tenemos, Adham.

—¿Te refieres a la hija de Almagro?

—FRYM querrá recuperar mis rutas ahora que está unido. No es algo que me conviene.

—¿Es la razón por la que estás reclutando gente?

—Solo forma parte del conjunto de razones, mas no es la única.

—¿Qué estás planeando? —comencé a impacientarme.

—Solo lo sabrás si aceptas mi trato. —condicionó.

Agaché la mirada sin poder pensar fríamente, buscando alejar la conmoción que me causó tenerla tan cerca.

—Piénsalo, Casale. Túllume, tú y yo unidos. Acabaremos con todos. Con esa mocosa, con el Coronel, con...

—¿Quieres ir en contra del Coronel?

Cerró los ojos notando que, sin querer, se había delatado. Esa era la posible razón por la que ella estaba ahí. Iría en contra del Coronel y nadie más que Vercelli podía ayudarla.

—Tengo muchos planes, y sí, uno de ellos es acabar con él. —aceptó sirviéndose otra copa.

—¿Por qué?

—No te interesa.

—Nos conocemos desde hace años, Alejandro, yo nunca te he traicionado ni he esparcido lo que me cuentas en confianza.

—Solo te diré que hoy daré un golpe, un gran golpe que acabará con los Ávalos. El Coronel y toda su familia.

—El Coronel ya no tiene familia.

—¿Cómo no? —inquirió—. Claro que la tiene. Gabriel, Melanie y David Ávalos.

Dejé escapar una risa que ocultó mi nerviosismo.

—Ellos no son importantes, son dos jóvenes y un niño, no tienen la culpa de...

—Llevan el apellido, es suficiente razón para estar muertos.

—No creí que mataras inocentes.

—No son inocentes.

—¿No estás al tanto de las noticias de aquí, Vercelli? David lleva desaparecido varios meses, Gabriel y Melanie son acusados de estar detrás de los secuestros y asesinatos, ¿tú crees eso? ¿Crees que ellos pueden ser capaces? ¡Jamás!

—Las nuevas generaciones siempre superan a sus antecesores.

—Ellos no te han hecho algo malo, Vercelli, no te ganes más enemigos.

—Es un milagro que te preocupes por mí.

—¿Cómo no lo voy a hacer? Somos amigos.

—Entonces, como amigo, deberías permitir que Túllume se una también a mí y formar nuestra propia organización.

—Nada de «organización» —interrumpí—. Túllume solo será temporal, no se quedará en el puesto de alcalde para siempre, y aunque así fuera, él no va a involucrarse en ninguna organización.

—No me digas.

—Está bajo mi mando y bajo mis medidas, yo soy la cabeza de esto, yo voy a dirigir todo, él solo modificará la política. Tus viejas mañas no serán bienvenidas aquí, no te hagas ilusiones con formar alguna organización, Vercelli, porque no será así, no mientras yo viva.

—Pero no te exaltes, hombre, solo era un decir.

Calmé mi respiración disimulando lo alterado que estaba.

—Lo que sea que harás esta noche, lo sabré de todas formas, así que me gustaría enterarme por ti. —añadí.

—Bueno, ¿por dónde quieres que empiece?

—¿Qué es lo que vas a hacer y contra quién?

—Iré por la Piara —dijo bebiendo de su copa—. Quince policías.

—¿Por qué?

—Porque se me da la gana.

—¿Y esa niña te ayudará?

—Dios mío, esa niña es increíble —respondió acercándose más—. Sabe pelear a la perfección, tiene mucha lógica, tanta que a veces es incomprensible, y una puntería excelente.

—Es una lástima que la involucres en algo como esto.

Él negó con la cabeza.

—¿Cómo la encontraste?

—La trajeron por equivocación, su hermano me ayudó en un robo y...

—¿Hermano? ¿Qué hermano?

—Uno de ojos verdes, hombre, no recuerdo su nombre.

Los ojos de Gabriel no son verdes.

—Pero dime, ¿cuándo decidirás? —me preguntó más ansioso—. Es mejor que nos unamos, Adham, te lo digo como amigo. Tú y yo no queremos tener conflictos entre nosotros más adelante, ¿cierto?

—¿Es una amenaza?

—Tómalo como lo que más te atemorice.

—Voy a pensarlo, pero no te prometo nada.

Esbozó una sonrisa y asintió.

—Yo sé que dirás que sí —supuso—. Pero no te sientas presionado, después de todo, también tengo mi gente y mis fuerzas aún no me han abandonado por completo.

—Ya veo.

—Ven, te presentaré a esa niña, se van a llevar muy bien, hace meses me habló de un amigo suyo, al parecer él le ha enseñado mucho.

—No, debo irme, así tendré más tiempo para pensar, ¿no es lo que quieres?

—Casale, Casale, Casale. Vete pues.

—Hasta otro día. —le estiré la mano y él se negó a recibirla.

Salí del lugar para cruzar el enorme jardín.

—Imagino que oíste todo. —murmuré para Gabriel.

—Ella estaba ahí y esta noche hará algo. Eso no es bueno. Y, ¿hermano? ¿Cuál hermano?

—Creo saber de quién habla —contesté recordando al joven que nos advirtió sobre la policía y el que nos ayudó a escapar.

Tenía ojos verdes, nadie más que él podía ser.

—¿Ahora qué?

—No me esperen.

—¡¿Qué?! ¿Te quedarás ahí?

—Nada está bien, ella se cambió el nombre, mintió sobre su hermano, debo saber por qué.

—Fabio...

—Llegaré al amanecer.

—¡Estás loco!

—Loco por querer hacer tu trabajo. Ah, casi lo olvido, esto no es tu trabajo, ella no es tu hermana.

Se quedó en silencio.

—Tengo un rastreador conmigo, no me pierdas del mapa, y si ves que desaparezco manda a buscarme en el lugar que estoy ahora. —concluí y me deshice del pequeño micrófono con solo aplastarlo.

Continué caminando hasta que desaparecí del ángulo de las cámaras, lo cual me permitió ir en contra de uno de los hombres vestidos de negro que iban ingresando a la casa.

Dejé el cuerpo inconsciente lejos del lugar, me vestí y, en menos de diez minutos, estaba dentro otra vez. Seguí al grupo llegando al patio trasero, en donde todos se formaron en filas.

Busqué al hombre de ojos verdes, pero las telas que nos cubrían no permitían que ninguna facción de nuestro rostro fuera identificable.

Esperamos unos cuantos minutos más hasta que Vercelli apareció acompañado de ella. Estaba vestida muy distinta a nosotros, no llevaba el traje ni la cara cubierta, usaba un par de botines negros con una falda hasta la mitad de los muslos, una caffarena que le cubría el cuello y una gabardina del mismo color.

El negro le quedaba bien aunque ella lo detestara.

Aproveché que nadie podía reconocerme para observarla con detenimiento. Su rostro estaba serio, rozando la línea de cansancio. De sus piernas habían desaparecido los rastros de los golpes, pero en la parte superior de la frente parecía reflejarse una cicatriz.

—Sophia Velarde dirigirá todo hoy. —dijo Vercelli señalándola.

Sophia Velarde.

—Pero antes deberá pasar una prueba. —añadió.

Pidió que acercaran a tres hombres con los ojos vendados y las manos atadas e hizo que los obligaran a arrodillarse ante ella.

Mi mirada buscó la de Mel. Noté su inseguridad, su miedo. 

Recordé aquella vez en la que ella prometió nunca quitarle la vida a una persona. 

Alejandro también percibió el miedo, y dispuesto a no verla rehusarse se colocó detrás de ella, consiguiendo acercar su rostro hasta su oído y murmurarle palabras que yo no pude descifrar. 

A medida que él le hablaba, la mirada de ella cambiaba hasta convertirse en una que nunca antes había visto. Así, el último rastro de inseguridad en los ojos de Mel terminó de desaparecer, el odio ocupó su lugar. 

—Apunta. —le ordenó el hombre y ella obedeció al sacar el arma que tenía oculta detrás de su cintura.

Me convencí de creer que no lo haría, que antes de apretar el gatillo iba a desistir, entonces tal vez sería castigada, pero yo estaría ahí.

—Dispara.

Vercelli terminó de hablar y tres disparos me hicieron abandonar los planes que hice en mi mente para protegerla.

Los cuerpos cayeron y todos se quedaron en silencio.

—¡Muy bien! —la felicitó el anciano acercándose a ella, quien no parecía estar afectada por lo que acababa de pasar.

Parecía ser una mujer extraña, lucía como si la hubieran reprogramado, ya no para ser buena, solo para ser una más de ese mundo.

Todos abrimos paso y ella caminó junto con el hombre en medio de nosotros, mostrando su mirada indiferente para pasar de largo, sin tener idea de mi presencia.

Terminaron de dar detalles, un hombre (también vestido de negro) se le acercó hablándole al oído y ambos se alejaron.

Él debía ser su supuesto hermano.

Por unos cuantos segundos ella dirigió sus ojos hacia mi lugar, eran fríos, como si nunca hubieran conocido el miedo, como hubiera dejado de ser Melanie Ávalos.

Se acercó hasta Vercelli, ambos conversaron, él le dio un pequeñísimo abrazo y se apartaron.

—¡Vámonos! —exclamó el de ojos grises, el mismo que me recibió cuando llegué como Adham, subiendo a una de las lujosas camionetas junto con ella y el de ojos verdes.

Todos los que eran como yo y yo subimos a una de las furgonetas negras, iniciando el camino sin hablar entre nosotros.

Cuando llegamos a las afueras de una elegante residencia, nadie se dispersó, lo cual me hizo entrar en un estado de nerviosismo ya que en todos los golpes que he dado mis hombres se han distribuido correctamente, pero olvidé que ese no era un golpe más de los míos, era el de ella.

—Disculpe, señorita, no puede pasar. —La detuvo un tipo de seguridad que se encontraba cuidando la puerta externa.

Este aún no nos había notado debido a que el traje y la noche nos favorecían.

Iba acompañada del hombre de ojos grises que estuvo a punto de sacar su arma.

—¿Ya escucharon? —preguntó ella hablando a nuestro escondite.

Está loca.

—No puedo pasar. —agregó.

Sacó su propia arma y le disparó al hombre sin dudarlo, sin pensarlo siquiera un momento.

La sangre se me heló. No era la primera vez que veía a un ser matar a otro, pero en esa ocasión, ese ser era mi novia.

El silenciador evitó que los otros hombres se dieran cuenta de lo que pasó. Fue así que tres filas comenzaron a desplazarse hasta ella para entrar a la casa.

Aguardó un momento conversando con el de ojos grises, aunque más parecía una discusión.

La fila en la que yo iba se encargaría de darle el pase cuando todo estuviera seguro. Dos minutos fueron suficientes para deshacernos de la seguridad, pero aún quedaban los invitados de la fiesta que se estaba realizando dentro.

El de ojos verdes caminó delante de ella sin bajar su arma, dirigiéndola a la sala principal en donde todos llegamos.

La vi apuntar a uno de los jarrones de porcelana que estaba al fondo del lugar y disparó, logrando romperlo. Todos notaron nuestra presencia, de inmediato, los sujetos por los que íbamos sacaron sus armas para disparar en nuestra contra.

Antes de que yo pudiera reaccionar y volver al presente, noté que ya todos se habían distribuido, no hizo falta que lo hicieran en las afueras.

—Buenas noches. —saludó ella aparentando amabilidad.

Analizó el lugar con la mirada para después enfocar sus ojos en los rostros asustados de los presentes.

—De acuerdo, busquen a quienes queremos y llevémoslos. —terminó de decir.

Se pusieron en marcha, ignorando las súplicas de algunas personas.

Unos cuantos mostraron rebeldía y comenzaron a atacar a todos, menos a ella debido a que el de ojos verdes estaba cerca, cuidándola.

Varias copas y botellas de vidrio saltaron por los alrededores; sin embargo, pese a toda la resistencia, logramos separar a quienes buscábamos de los que no. Estos últimos sabían la razón por la que estábamos ahí, y pronto la voz se corrió.

—¡¿Ves esto, maldita perra?! —le encaró una mujer poniéndose de pie—. ¿Sabes a quien tengo en la llamada? —volvió a preguntar acercándose—. La policía. ¡Ya viene hacia aquí! ¡Están acabados!

Ella esbozó una sonrisa, tomó una esfera de cristal viendo su reflejo y sin previo aviso se la lanzó a la mujer rompiéndole de cabeza, provocando que todos volvieran a alborotarse, fue hasta el teléfono y lo recogió. Entonces su media sonrisa desapareció.

—¡Dense prisa! —nos gritó.

Recogieron a los hombres y los llevaron a un ambiente diferente, dejando vigiladas a las demás personas.

Fui tras ella junto con unos cuantos compañeros. Su propósito no era matarlos, no en ese momento.

—Yo... Yo soy... Theodor Greth, comandante antisecuestros de Hidforth... Y... Hago este video para pedir perdón por lo que hice, por lo que el Coronel Ávalos me obligó a hacer... —dijo el hombre estando frente a la cámara—. Las desapariciones eran nuestra responsabilidad... Detrás de mí están todos quienes forman parte de la red de trata que el Coronel dirige —tragó saliva evitando no romper en llanto—. Yo... Lo siento... Lo siento mucho. —se le quebró la voz—. No existe ninguna investigación, nadie está buscando a nadie. Este pueblo está vendido.

La grabación terminó y por una de las ventanas vimos las luces que emitían las patrullas policiales.

Regresaron a los hombres hacia la sala y, al minuto, oímos la voz de uno de los policías a través de un megáfono.

—¡Están rodeados, salgan con las manos en alto!

Creí que no serían demasiado rápidos en entrar, hasta que los disparos se sintieron cada vez más cerca.

Inconscientemente me acerqué a ella y la tomé del brazo, sin dejar de disparar. Nos dirigimos a una puerta trasera desde donde se podían ver los autos.

—Todos están fuera. —dijo el de ojos verdes.

—¡Presiona el botón! —le gritó el de ojos grises apenas escuchó a su compañero.

Ella se negó y ordenó a todos que subieran a los autos.

Hicimos caso; sin embargo, los tres permanecieron aún fuera de la casa, ignorando que los policías se iban acercando.

Ella y el de ojos grises comenzaron a discutir hasta que él se abalanzó sobre su cuerpo, quitándole el aparato del botón rojo.

Antes de que pudiera presionarlo, una ráfaga de balas se vio venir.

Abrí las puertas y todos me siguieron para empezar a defender.

Volví a tomarla, subiéndola a la camioneta junto con el hombre de ojos verdes. Y apenas arrancó, el tipo presionó el botón rojo y lo último que vi fueron las llamas de fuego abrasando toda la casa.

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