22 | Venus.
—Ustedes están aquí para ayudarme a acabar con todos ellos.
—A ver —lo interrumpió un muchacho —, quiere decir que, además de haber robado una piedra valiosa, haber matado a algunos hombres del Coronel y haber explotado su casa, ¿tenemos más trabajo?
—Les pagaré muy bien.
—Y, ¿qué pasa si no queremos?
—Tendremos problemas —aseguró Vercelli dirigiendo sus ojos a las armas y a sus ayudantes —. Muchos problemas.
—No puede obligarnos a algo así, algunos tenemos familia.
—No los voy a retener conmigo para siempre. Trabajarán para mí hasta que acabemos con el último objetivo —añadió señalando a la Parvada—. Después de eso serán libres. Y ricos.
—¿Cómo sabemos que no miente?
—Les doy mi palabra.
—Yo dije eso y aun así usted no confió en mí —encaré con enojo—, quiso darme una prueba imposible de cumplir y debido a mis principios tuve que quedarme. Así que es el menos indicado para pedir confianza, tramposo.
En cierta parte, le devolví la ofensa con las mismas palabras que usó con Fernando.
El hombre me miró con enojo y empezó a caminar hacia mí.
—¿Cómo me llamaste?
—Tramposo.
—Señor... —intervino Kevin colocándose entre ambos, logrando que nuestras miradas dejen de asesinarse entre sí—. Perdónela, ella está conmocionada, ya sabe, esto es nuevo, no está acostumbrada...
—Dime, niña, ¿qué es lo que sugieres que haga para probar la veracidad de mis promesas?
Las ideas se me fueron y vi la peligrosidad en el asunto en el que acababa de involucrarme.
—Denos el dinero.
—¡¿Qué?!
—Se trata de confianza mutua. Si nos da el dinero por adelantado demostrará que confía en nosotros, y si mañana volvemos aquí, demostraremos que confiamos en usted.
—Estás loca.
—Esa es mi propuesta. —afirmé dando vuelta para mirar a todos quienes estaban detrás de mí—. ¿Qué opinan ustedes?
—Ya se lo dije, señor. —contestó uno de los muchachos—. Algunos tenemos familia, y si accedimos a participar en robar la piedra fue porque realmente necesitábamos el dinero. Ahora, si hacemos lo que esta chica propone, yo seré el primero en regresar, le daré el dinero a mi madre enferma y volveré a ayudarlo.
Regresé mi rostro satisfecho hacia el señor, viendo que su enojo aumentaba.
—Todos cumplimos con la piedra por necesidad, pero no nos quedaremos aquí si nos sentimos inseguros y desconfiados.
—Y, ¿qué hago si escapan?
—¿No es obvio? Nos mata.
—¡Sophia!
—¿Por qué tapar el sol con un dedo? —me quejé volviendo a mirar al hombre—. Todos los «jefes» son así. Si cometes un error, te matan, si hablas de más, te matan, si no obedeces, te matan, eso es lo que usted hará si no cumplimos con nuestra palabra. Va a matarnos.
El tipo continuó acercándose hasta lograr que su aliento diera a mi frente.
—Acabas de cometer un error, acabas de hablar de más y no has obedecido en mantener la boca cerrada —dijo con seriedad—. ¿Debería matarte?
—Si quiere demostrar que es como el jefe autoritario y sanguinario tradicional, sí, puede matarme.
—Señor... —Kevin estaba al borde del colapso; sin embargo, intentaba liberarme de todo lo que ocasioné—. Discúlpela. Por favor.
—¡Erick! —El sujeto ignoró las peticiones de mi amigo.
Al instante, un hombre de ojos grises (también armado) quien aparentemente llevaba ese nombre, se acercó a nosotros.
Muy bien, hasta aquí llegué.
Kevin comenzó a temblar y esta vez le seguí.
—¿Cómo es que eres tan testaruda? —me reclamó el señor, tomó un arma y la recargó.
Mi respiración fue abandonándome poco a poco. Tal vez lo merecía.
Era increíble saber que podía meterme en problemas graves solo por decir unas cuantas palabras.
Erick me apuntó con su propia pistola, haciéndome cerrar los ojos.
—No, no, no, ¿qué rayos haces? —le reclamó el hombre a Erick, haciéndole bajar el arma—. El dinero, tonto, trae el dinero.
La pequeñísima sonrisa de Erick desapareció, me miró con insatisfacción y, después de unos segundos, se fue.
—Cincuenta mil para cada uno —propuso el señor apenas su sirviente regresó—. ¿Están de acuerdo?
Todos asintieron sorprendidos, estaba segura de que esperaban menos.
—Bueno, quédense a cenar por...
—Espere, espere, ¿qué hay de mí? —le cuestioné deteniéndolo—. No me dará el dinero también.
—¿Por qué debería? Tú no estuviste involucrada en el robo, no vi tu desempeño, y no participarás en lo que haremos.
—Entonces, ¿qué haré? ¿me encerrará por siempre a causa de su desconfianza?
—No, trabajarás para mí.
Tragué grueso.
—Necesito a alguien que cuide mi salud. —agregó.
—Yo no soy enfermera.
—No, eso ya lo noté. —concordó mirándome de pies a cabeza con desprecio—. Mi enfermera fue despedida hace un par de semanas, era demasiado olvidadiza, suficiente tengo conmigo —se quejó—. Tú solo me recordarás tomar mis medicamentos a la hora, nada más.
—¿Solo eso?
—Solo eso.
—Y, ¿cuánto va a pagarme?
Comenzó a reír con fuerza, como si de verdad le hubiera hecho gracia escucharme.
—Tú no pierdes el tiempo, eh...
—Sophia.
—Ah, sí, Sophia —repitió—. Recibirás un buen monto, además de techo y comida.
—¿Cómo? ¿Insinúa que debo quedarme aquí?
—Tu trabajo debe ser bien hecho. No podrás cuidarme si estás lejos durante las noches o las madrugadas.
—Yo tengo una vida allá afuera, no puede encarcelarme aquí y obligarme a cuidarlo.
—No te encarcelaré, podrás salir cuando quieras y te pagaré, ¿eso es un encarcelamiento?
Agaché la cabeza, esperando que mi estúpida boca me saque del lío en el que me metió.
—¿Será por siempre?
—No, no será por siempre. Si después de acabar la operación en la que tu hermano está involucrado sigues insistiendo en irte, te irás y listo.
—¿De verdad?
—De verdad.
Miré a Kevin, este ya no quería entrometerse, estaba lo suficientemente molesto conmigo para hacerlo.
—Prométalo.
El señor soltó una nueva risa.
—Lo prometo.
Me extendió la mano y se la tomé.
Al minuto, un hombre vestido de mesero se acercó, diciendo que la cena estaba lista. El tipo nos hizo una señal para seguirlo, encontrándonos con un comedor reluciente, y en medio de la mesa un banquete completo nos esperaba.
—Siéntanse libres de comer lo que quieran. —dijo Vercelli.
Todos nos acomodamos indecisos ante cualquier movimiento. Kevin y yo nos miramos con desconfianza, evitando probar algo.
—¿Y si tiene veneno?
—Espera a que alguien coma primero, si no se muere es porque no tiene nada.
Me apoyó y nos dedicamos a ver quién era el primero en comer.
Fernando se animó a dar un trago en el chocolate caliente que todos teníamos.
Mi amigo y yo lo miramos atentos esperando algún efecto, pero nada parecía pasar. Fue entonces que también nos animamos a probar el chocolate, comprobando que estaba limpio de cualquier sustancia dañina.
El joven tomó uno de los panes que estaba en medio de la mesa, dándole un mordisco y la rutina fue la misma, nada pareció pasar, así que lo imitamos.
Terminamos la cena, e, inconscientemente, Kevin y yo hacíamos todo lo que Fernando hacía.
—Entonces, si yo me tiro de un puente, ¿ustedes también lo hacen? —nos enfrentó él murmurando, harto de tener nuestras miradas encima.
—Tal vez. —respondí—. ¿Tú lo harías? —le pregunté a Kevin.
—Sí, yo creo que sí. —me respondió.
—Sí, yo también. —añadí regresando a Fernando.
Resopló y continuó comiendo, tratando de ignorarnos.
—¿Vas a quedarte? —me cuestionó mi amigo.
—No tengo más opción.
—La tuviste, pero abriste la boca y...
—No me quieras culpar, si no hubiera estado cerca de ti jamás habría pasado esto.
—Tampoco es mi culpa.
—Claro que lo es, ¿quién te manda a robar una piedra?
—¿Sabes qué, hermana?
—¿Qué?
—Cósete los labios.
—Lo haré después de coser tu trasero.
—¿Cómo es que te has vuelto tan grosera?
Di esa pelea por terminada.
—No estoy tranquilo al saber que te quedarás a vivir con un desconocido, Mel.
—¿Y crees que yo sí? Me imagino estando muerta mañana.
—Eso pasará si descubre que tú eres la sobrina del Coronel.
—¿Por qué crees que mentí? Quién sabe qué le hizo Dante para que lo odie tanto. Si se entera de que yo soy su familia, va a matarme, no dudes de que lo hará.
—Pero ¿y si se unen? Tú quieres acabar con él, Vercelli quiere lo mismo, pueden hablar y unirse.
—¿Tú crees?
—¡Claro! De esa forma todo acabará más rápido.
—Quizá tengas razón, mañana se lo diré.
—¿Quieres que haga algo especial por si mueres?
—Vete al diablo.
Todos se estaban dirigiendo a la puerta acompañados por el señor y sus cuidadores.
—Los veré mañana temprano, muchachos, espero que vengan. Por su bien.
Las tres últimas palabras solo las murmuró, logrando que yo sea la única que las escuchase.
—Cuide a mi hermana, por favor. —le pidió Kevin antes de salir.
—Nos cuidaremos mutuamente, ¿no es así, Sophia?
Le dediqué mi ceño fruncido como respuesta.
Mi amigo dio media vuelta y desapareció entre la oscuridad de las calles, permitiendo que la angustia se apodere de mí al estar sola.
—Ven por aquí. —me pidió el hombre caminando por los pasillos.
Todo era silencioso, el único ruido que había era causado por nuestros pasos.
Quedamos frente a una pequeña puerta marrón, al abrirla me mostró una cama y una mesita, la habitación no era tan grande, estaba pintada de morado a excepción de la única ventana que tenía, la cual era blanca.
—Odio el morado.
—¡Uy! ¡La niña odia el morado! ¿Qué podemos hacer para que eso se solucione? Deberíamos mandar a construir otra mansión, ¿no le parece, señor? —exclamó Erick con sarcasmo.
—Voy a mandar a reconstruir tu nariz si sigues metiéndote conmigo.
—Quiero ver que lo hagas.
—Basta, los dos. —interrumpió el hombre—. Tú, ve a ordenar que cierren las puertas —le ordenó a Erick, este después de darme una mirada asesina, se fue—. Y tú, no seas malagradecida, esta es la habitación de quien era mi enfermera, es la única disponible para ti, así que no te quejes. Te veré mañana y te explicaré lo que debes hacer.
No contesté, él salió y cerró la puerta con llave.
—¡Espere! ¡Este no era el trato! ¡No puede encerrarme!
—Por hoy sí.
—¡No está cumpliendo su palabra!
—Jamás hablamos sobre encierros.
—¡Dijo que podía salir cuando quisiera!
—Y con mi consentimiento, pero hoy no te lo permito. Descansa.
Terminó de cerrar y lo escuché alejarse.
No había nada más que hacer. Era tarde para arrepentirme. Tarde para rectificarme. Tarde para volver.
Y aunque lo hiciera, tan solo me encontraría con dos hombres desconocidos que creí querer, y claro que los quería, o tal vez, los quise.
Gabriel fue mi compañero durante muchos años, cuidó de mí y de David hasta el último momento, pero, por desgracia, eso no podía disminuir el peso de su mentira.
No puedo decir lo mismo de Fabio. No puedo decir que lo amo, lo que teníamos no era amor y lo que él hizo terminó de confirmarlo. Un simple desliz pudo ser el causante de los encuentros que tuvimos.
Pero lo extrañaba, a ambos.
Pensé en Nora.
¿Qué pasará cuando despierte?
Sabría que mi hermano dejó que se fuera, se reencontraría con su madre y, quizá, iniciaría otra vida lejos de Hidforth. Esta última había abandonado nuestro caso, rehusándose a seguir tras nosotros con la única condición de que le regresemos a su hija.
Esperaba ver a Nora de nuevo, después de todo, ella siempre fue como una hermana. Y en esos momentos necesitaba a mi hermana, pero ya no estaba.
La iba a extrañar, de hecho, la empecé a extrañar apenas puse un pie fuera del hospital. Me dolía que no siguiera con nosotros y me dolía más pensar que nunca la volvería a ver. Al menos no si ella no lo quería.
Recordé a Matteo y su familia. De nada sirvió que escaparan de todo lo que Fabio me contó, de todas maneras resultaron muertos por mi culpa. Fui yo quien involucró a Johnny, fui yo quien lo dejó entrar y fui yo quien confió en él.
Sophia nunca pudo ir a la escuela. Pipo nunca pudo tener una buena familia.
No tenía claro cómo habían sido las cosas, pero sin importar eso eran tormentosas, y no estaba segura de poder vivir con ello.
—Te ves terrible.
—¿Cómo estarías tú? Me levantas a las cinco de la mañana tirándome agua en la cara solo para ver a este casi anciano dormir.
—Este casi anciano ya está despierto.
Erick sonrió con malicia al ver mi piel perder el color después de escuchar la voz de Vercelli.
—Buenos días, señor. —saludó el lame botas que tenía detrás—. ¿Cómo se siente?
—¿De cuándo acá te preocupas por mí, Erick?
Esta vez fui yo quien sonrió. El joven me miró con odio e intuí que desde ese día había iniciado cierto tipo de enemistad entre ambos.
—A ver si entendí. Debe inyectarse esa cosa rara cada cinco horas bajo la piel, de lo contrario se... ¿Desmayará?
—Morirá.
—¡¿Morirá?! —pregunté al escuchar a Erick.
—Probablemente. Ah, y también debo tomar cierto tipo de pastillas, las azules cada doce horas, las blancas antes del desayuno y las naranjas luego de la cena.
—¿Está demasiado enfermo?
Ambos se miraron.
—Se podría decir que...
—¿Eso qué importa? —interrumpió el hombre—. Tú solo memoriza lo que debo tomar y punto.
—Ya le dije que no soy enfermera, señor. No estoy segura, puedo equivocarme.
—No necesito una enfermera, solo...
—¿Qué pasa si lo mato?
—Te mataremos a ti.
—¿Lo ve? —encaré—. Su peón acaba de decirlo. Si cometo un error, me matan.
—Es bueno tener una motivación.
—Señor...
—Aprenderás.
Me dio la espalda y comenzó a caminar.
—¡Pero ya le dije que yo no soy enfermera!
—Y yo ya te dije que no necesito una enfermera.
—¿Entonces?
—Una acompañante.
Ew.
—No, no me malinterpretes, tú eres muy jovencita para mí, hasta podrías ser mi hija.
—Pero una muy fea.
—Erick, basta.
—Sí, ¿por qué mejor no vas y te arreglas el copete de gallo?
—Señor, puedo conseguirle a la mejor enfermera de este pueblo y podemos usar a esta como comida para los cocodrilos, usted solo...
—¡Maldita sea! Un poco de paz, sólo eso, ¿es mucho pedir?
El hombre se retiró enojado y tras él fue su sirviente, no sin antes maldecirme. Los tres llegamos al comedor, encontrándome con un nuevo buffet.
Él me invitó a sentarme, obedecí y, al instante, empezamos a comer. No parecía ser una mala persona, claro, desde mi perspectiva, y omitiendo a la muchacha que tenía cautiva cuando llegué.
Era extraño estar acompañada de personas extrañas, en un lugar extraño, en una situación extraña. Me parecía difícil aceptar la resignación y creer que me acostumbraría a esa vida, pero después de todo, estaba ahí por un solo propósito.
Alejandro Vercelli odiaba a Dante y yo debía saber por qué, para de alguna manera considerarlo un amigo o un enemigo más.
Durante toda esa mañana no dejé de pensar en Gabriel y Fabio. No sabía si me estaban buscando. No sabía si los volvería a ver. No sabía lo que haría.
—¿Para qué quieres esa libreta?
—Debo asegurarme de no olvidar lo que usted olvida.
—Siempre olvido felicitar a mis hombres el día en el que cumplen años.
—Me refiero a sus medicamentos, señor.
—Ah.
—Pero ¿de verdad hace eso? ¿felicita a sus hombres en sus cumpleaños?
—Sí.
—¿Les compra un pastel o le canta la canción de...?
—Con darles el día libre es suficiente.
—Es un bonito gesto de su parte.
—¿Tú crees?
—Claro que sí, para algunas personas su cumpleaños es importante, y saber que su jefe se acordó de ello puede darles cierta felicidad.
—Imagino que eso me hace un buen jefe.
—Sí, un poco.
El hombre asintió y dirigió sus ojos al jardín mientras continuábamos sentados.
—¿Siempre está encerrado aquí? —me animé a preguntar apenas terminé de escribir.
—¿Cómo que encerrado?
—Me refiero a que si nunca sale a pasear.
—Mi casa es lo suficientemente grande como para pasear durante horas.
—Lo he notado, ¿pero no le cansa ver siempre lo mismo?
—¿Los mismos lugares?
—Sí. ¿Se ha puesto a pensar en que tal vez está enfermo por esto? Porque se ha acostumbrado a la rutina.
—¿Quieres decir que tengo diabetes por no salir a pasear?
—Quiero decir que AÚN tiene diabetes por no decidir recuperarse.
—¿Y voy a recuperarme si salgo a pasear?
—Eso mejoraría su ánimo, así que, sí, es probable que lo ayude a mejorar.
El hombre me miró durante unos cuantos segundos.
—Qué tontería. —reclamó con indiferencia.
Se puso de pie y de inmediato uno de sus hombres llegó hasta nosotros para anunciar la entrada de Kevin y los demás, demostrando que habían cumplido su palabra al volver.
Seguirían la secuencia. Irían por el Rebaño: Adolescentes reclutados por el Coronel con el único fin de convertirlos en matones.
Vercelli los quería y el destino que tendrían sería semejante, así que no habría mucha diferencia.
—Ni un error. —amenazó el hombre.
Todos los muchachos asintieron y comenzaron a tomar sus armas.
—¿Sabes disparar? —le pregunté a Kevin, viéndolo alistarse.
—La pregunta ofende.
—Puedes morir...
—¿Y?
—Y dejarás sola a tu hermana.
—Yo no tengo herma... ¡Ah! Sí, yo... No me pongas más nervioso, he estado en situaciones peores.
—Pero en ninguna has tenido una hermana.
—No una tan desesperante.
—Me preocupo por ti y me llamas desesperante.
—Gracias por preocuparte por mí, Mel, pero volveré.
—¿Y qué pasa si no lo haces?
—Nada. Sé feliz por mí al saber que logré salir de este miserable y asqueroso mundo.
—Qué suicida te has vuelto.
Él rodó los ojos y se apartó para seguir a todos los demás mientras se encaminaban hacia una fila de camionetas negras.
Era probable que no volviera. Y aunque me asustaba, nada podía hacer para evitarlo, solo resignarme, como últimamente lo he hecho.
Fueron demasiado rápidos para planear todo y era cuestión de tiempo saber si serían igual de rápidos para regresar.
—Tal vez me has convencido y sí quiero ir a pasear.
—¿Mientras sus hombres arriesgan su vida? Muy buena distracción.
—Si valoras la tuya será mejor que te limites en decir cosas de más.
—¿Aunque sean verdad?
Resopló y me dio la espalda.
Antes de que se apartara por completo, un golpe de coherencia vino a mi subconsciente, recordándome lo que debía hacer.
—¿A dónde quiere ir? —lo interrumpí, logrando que vuelva a mirarme.
—¿Qué lugar según tú puede curarme?
En dos horas logró ver mi propuesta.
—La Bohemia.
—Es una buena ópera, era la favorita de un... Amigo.
—Imagino que tu amigo tenía gustos refinados.
—Todo su ser era refinado. Jamás creí que existiera una persona como él. —argumenté en tanto entrábamos al teatro—. Usted me recuerda mucho a él.
—¿A tu amigo?
—Sí.
—¿Cómo era él?
—Complejo de entender.
—Y, ¿yo soy así?
—Exactamente. —respondí.
—Háblame de él.
—Bueno, era dos años mayor que yo. Su escritor favorito es Nicolás Maquiavelo, imagine el tipo de hombre que era y los principios que tenía. Su frase favorita, y la misma que usaba para fundamentar sus acciones era «El fin justifica los medios».
—Esa frase fue usada por Bonaparte.
—Pero atribuida a Maquiavelo.
—Tan solo porque la usó en su libro.
—Da igual, el asunto es que usaba muchas frases filosóficas de ese señor, no tengo idea de si es el verdadero autor de ellas. —argumenté y continué con mi descripción—. Odiaba el ruido y también el desorden. Le gustaba mucho leer, solía ser muy calmado y no se dejaba llevar por sus impulsos, era inteligente, pero fingía no serlo solo cuando le convenía, hablaba italiano, de hecho, nació ahí, aunque vivió parte de su infancia aquí, en Hidforth. Y ayudó a mucha gente invirtiendo su dinero en ellos. Ah, y siempre tomaba al menos una taza de café al día.
—Suena como a un hombre muy serio.
—Así es.
Seguimos caminando hasta los asientos que habíamos reservado.
—¿Qué pasó con él? —me preguntó con curiosidad.
—Lo maté.
Vercelli regresó a mirarme con sorpresa.
—Quiero decir, maté esa parte de él, al fin de cuentas, nunca existió. Solo la distorsioné.
—¿Cómo pudiste distorsionarla?
—El ser humano suele ver lo que le conviene, a mí no me convenía ver su lado oscuro.
—¿Él tenía un lado oscuro?
—Todos lo tenemos. Y yo tuve la desgracia de conocer el suyo.
—¿Cómo?
—Conocí a sus víctimas.
—¿Ellas te dijeron algo respecto a eso?
—No podían hacerlo. Estaban muertas.
—¿Él las mató?
—Sí.
—¿Y sabes sus razones?
—No del todo.
—Hablas de él en tiempo pasado. ¿Qué pasó?
—Me alejé.
—Pero, ¿cómo es posible, niña? Dices que no estás segura de sus razones y aun así te alejaste, es ilógico e inmaduro.
—Piensa eso porque tiene cincuenta años más que yo, pero si le hubiera pasado algo parecido a mi edad, estoy segura de que habría reaccionado de la misma manera, o quizá peor.
—Claro que no.
—Claro que sí. La vaca no recuerda cuando fue ternera, los adultos no recuerdan cuando fueron jóvenes, es por eso que se sienten con mucha libertad de juzgarnos. Y es molesto.
—¿Es molesto que personas de mi edad juzguen a jóvenes como tú?
—Sí, nosotros merecemos consejos, no reclamos.
Él apretó los labios y no contestó, yo también mantuve silencio, hasta que la ópera comenzó. Parecía disfrutarla, pero al mismo tiempo parecía ido.
—El muchacho que describiste me recuerda mucho a un tipo que conozco.
—¿De verdad?
—Sí, su nombre era Adham.
—No conozco a ningún Adham.
—Claro.
Seguí en silencio, hasta que reuní el valor para decírselo.
—Señor...
—¿Sí?
—Debo hablarle de mí.
—Señor —Erick llegó a nosotros y le dijo algo en el oído, interrumpiéndome.
Vercelli se puso de pie, me tomó del brazo y salimos de la sala para ir a su auto y apartarnos de lugar.
—¿Pasó algo? —le cuestioné con nerviosismo, pensando en Kevin.
Él no contestó y su peón tampoco.
Llegamos hasta la casa encontrándonos con Fernando, quien se convirtió el líder del grupo. Era el único que se encontraba ahí.
—Todo salió bien, los muchachos están en donde usted me indicó —dijo este—. No dejamos rastros, pero sí dimos de baja a unos cuantos.
—¿Nuestros?
—No, enemigos.
—Bien, mañana mismo empezarán su entrenamiento, junto con ustedes.
—Sí, señor.
Dio media vuelta y se dirigió a la salida.
—¿Mi hermano está bien? —lo interrumpí.
El muchacho miró a Alejandro antes de contestarme.
—Sí. Velarde está bien, Sophia.
Asentí y él terminó de irse.
Al promediar las ocho de la noche, ambos estábamos en la sala frente a una chimenea que solo servía de adorno.
—¿Por qué no la prende? —le pregunté.
—Porque no hace frío.
—¿Por qué no prendemos la chimenea?
—Porque no hace frío.
—Yo tengo frío.
Gabriel me miró enojado y no tuvo más remedio que encenderla.
Ese día comimos malvaviscos hasta casi incendiar la sala. Y no entendí en qué momento dejamos de ser lo que creí que éramos: Hermanos.
Alcé mi mirada hacia el hombre, viendo que no había dejado de contemplarme.
—Es hora de que se inyecte la insulina, señor. —le avisé observando el reloj de pared que estaba al frente.
Él afirmó y le alcancé lo que necesitaba.
Evité mirar debido a que no soportaba estar cerca de objetos filosos ya que eran muy parecidos a los que la mujer de ojos azules usó conmigo.
—¿Es todo?
—Sí, puedes ir a dormir.
Me retiré y fui a mi dormitorio para sentarme sobre la cama ante la ventana blanca muy parecida a la que había en la casa que Fabio y yo compartimos en Córmac.
—¿Fabio lo sabía?
—Yo maté a nuestros padres. Él mató a los suyos.
De nuevo comenzó a llover en mi interior y mis mejillas volvieron a mojarse.
Eras mi único lugar seguro en el mundo, Fabio.
Fue amarga la manera en la que él y los demás me demostraron que era errónea la idea que yo preservaba.
—Todo será por ti y por él, siempre, óyelo bien, siempre, pese a todas las cosas, ustedes son primero para mí.
Nunca tuve un lugar seguro, y si lo tuve no fue real.
Me gustaba pensar que existían universos paralelos en los que a nuestro «yo» le suceden acontecimientos contrarios a nosotros, y de ser así, solo esperaba que esa Melanie fuera feliz, después de todo, la vida me lo debía.
Gran parte de mí se tranquilizó un poco al ver el rostro de Kevin aparecer en medio del jardín al día siguiente.
—¿Me dirás lo que están haciendo?
—No está permitido.
—Claro que lo está. Si lo piensas bien, ya sé parte del plan, así que no pasa nada si me lo terminas de contar.
—No.
—Por favor.
—No.
—Por favor.
—Sophia.
Le cerré el paso.
—Ya te dije que no. —estableció.
—Bueno, entonces olvídate de tu hermana falsa.
—Eso sería lo mejor que me puede pasar.
—Cretino.
Kevin sonrió, recibiendo mi pequeño golpe en el hombro.
No me lo contaría, estaba más que claro.
—Bien, ¿todos listos? Vám... ¿Sophia?
Me giré ante su llamado.
—¿Sí, señor?
—¿A dónde crees que vas?
—Con usted.
—Yo no te lo he pedido.
—No, pero debo hacerlo, de lo contrario puede sufrir una descompensación y si no estoy ahí para ayudarlo, van a matarme.
—El lugar al que vamos no es apto para mujeres. —protestó Erick.
—¿Y quién demonios te pidió tu opinión?
El peón me observó con más enojo, lo ignoré, di media vuelta y seguí caminando hasta el auto.
—Yo creo que debes quedarte aquí. —intervino Vercelli, deteniéndome.
—Puede confiar en mí.
—Ese lugar no es un campo de flores.
—Ah, y no espero que lo sea. Ya he visto todo, nada me sorprendería.
El hombre lo pensó un momento y finalmente accedió.
Guardé muy bien mi libreta y seguí mi camino, no sin antes dirigirle una sonrisa triunfante a mi rival.
Después de veinte minutos resultamos frente a un enorme portón negro. Este se abrió dejando que los autos pasaran en medio del camino de tierra rodeado por carpas verdes de las cuales varios hombres salieron para formar filas.
—Es muy parecido a un cuartel militar.
—¿Cómo alguien como tú puede conocer un cuartel militar? —me cuestionó Erick entrecerrando los ojos.
—Por películas.
—Ahora entiendo por qué eres tan tonta. Crees que todo pasará como en las películas, y, peor, crees que tu vida misma es una película.
—Si sigues molestándome...
—¿Qué harás? —me enfrentó apenas pusimos un pie fuera del auto.
—Basta ya. Compórtense. —advirtió el señor.
—Es él quien siempre inicia todo...
—Pues no le sigas el juego.
Resoplé y regresé la mirada a las filas formadas por los hombres vestidos de negro de pies a cabeza. Me pude dar cuenta de que los uniformes no eran iguales a los que los agentes de EEIM usaban.
Erick, quien era una especie de supervisor, empezó a detallar el rendimiento del grupo y lo que harían con los recién llegados, incluyendo a Kevin y sus compañeros.
—Ellos nos respaldan a cambio de protección, están dispuestos a entrenar día y noche.
—¿Protección? ¿Por qué? —pregunté curiosa.
—Los hombres del Coronel los están buscando. Antes eran suyos hasta que se rebelaron y lograron escapar.
—¿Ahora son de usted?
—Nadie es dueño de nadie. Ellos me ayudan y yo los ayudo.
—¿Esa es su retribución?
—Sí.
—Una vez un amigo me dijo que es mejor rodearse de gente agradecida y no de gente interesada, creo inferir que usted está aplicando eso.
—Adivinaré —comentó regresando a mirarme—, ese amigo es el mismo del que me hablaste ayer.
—Sí...
—Parece tener una filosofía interesante.
Me encogí de hombros y entendí que era mejor que mantuviera la boca cerrada.
Llegamos a un lugar apartado especialmente para él, en el cual tomó asiento y observó todo a su alrededor.
—¿Los está entrenando para que se enfrenten con el Coronel? —volví a preguntar.
—Algo así.
—¿Qué fue lo que él le hizo?
—Todo.
—¿Lo odia?
—A él y a todo el que lleve el apellido «Ávalos».
—¿Por qué?
—No terminarías de entenderlo.
No seguí preguntando, de lo contrario, habría sido muy sospechoso.
Me mantuve de pie a su lado viendo también el sitio. Estaba perfectamente organizado para ser un lugar de entrenamiento. A varios metros, vi a Kevin junto a sus acompañantes practicar disparos mientras que otros grupos se enfocaban en actividades diferentes, salvo uno en específico que, aunque se mantenía lejos, tenían los ojos puestos en mí.
—¿Lo ve, señor? —se quejó Erick al notar esto último—. Esta niña está distrayendo a todos.
—Pero aún no hago nada —me defendí.
—Tu sola presencia es suficiente.
Erick me miró de pies a cabeza y su ceño fue frunciéndose a medida que me escaneó.
—No puede llevar un pedazo de filete a una jaula de leones hambrientos y esperar que estos se mantengan calmados, señor —le encaró a Vercelli—, porque no será así.
—Puede solucionarse cortándoles la lengua a esos leones —propuse.
—Adelante —hizo una seña con uno de sus brazos, indicándome caminar hacia el mismo grupo de muchachos que me estaban viendo.
—Es ridículo, yo no estoy provocando a nadie, no es mi culpa.
—Culpa —mofó—. Eso soluciona todo, ¿no? Derramar la culpa sobre los hombros de los demás.
—Hasta donde yo sé, mi ropa es apropiada, y aunque no lo fuera soy capaz de alejar a cierto tipo de leones con solo chasquear los dedos —argumenté intentando no romperle la nariz—. Además, no es mi responsabilidad que esos leones sean débiles, como quien los dirige.
Su rostro se vio aún más molesto al recibir mi ofensa.
—Demuestra que puedes defenderte.
—Por dios...
—Señor —se dirigió al anciano que se había mantenido en silencio todo el tiempo—. ¿Le permitiría a su acompañante comprobar lo que asegura?
Alejandro volteó a mirarme y después regresó a los ojos de su peón.
—Solo si prometen que después de esto no volveré a presenciar más peleas de preescolares.
Ambos asentimos. Di unos cuantos pasos hasta quedar frente a él, observando su rostro divertido. Alzó las mangas de su chaqueta y colocó un pie detrás de otro.
Por mi parte, me mantuve quieta, analizando la magnitud del problema en el que acababa de adentrarme, otra vez.
Intentó atacarme con un puñete que logré esquivar perfectamente usando su fuerza a mi favor, dejándolo caer de espaldas. Su cuerpo haciendo contacto con el piso llamó la atención de algunos curiosos que se acercaron a ver la escena.
Erick volvió a ponerse de pie con el rostro enrojecido, tal vez por la rabia o vergüenza. Volvió a ir en mi contra, pero sus movimientos eran lentos, y me resultó increíble saber que a su cargo tenía la vida de Vercelli. Me sorprendía el hecho de que ninguno de los dos había muerto aún.
Continué esquivándolo durante varios segundos hasta que la presión de ser observado lo reconfortó y logró llevarme al piso, intentando someterme. Logró darme un par de golpes que Kevin presenció, pero dos muchachos no dejaron que interviniera.
Sentí claramente cómo la parte izquierda de mis labios empezaba a sangrar, lo cual hizo que él esbozara una sonrisa. Volvió a acercarse luego de que lo alejé, pero el enojo que llevaba acumulado dentro de mí se liberó de alguna manera y para ninguna buena razón.
Todo terminó cuando Kevin me sostuvo, impidiendo que quebrara el brazo de mi oponente.
—Pídeme perdón. —le ordené, negándome a soltarlo.
—¡¿Qué?!
—Si me pides perdón acabaré con la humillación que estás sufriendo ahora.
—¡Yo no...!
Aumenté la presión de mis manos, logrando que un pequeño grito se le escapara.
—¿Me pedirás perdón?
—Tú no mereces...
Estaba dispuesta a romperle el antebrazo hasta que...
—¡Perdón! —exclamó—. Perdón, perdón, perdón...
Lo solté y me aparté cruzando entre todos los hombres quienes habían dejado sus quehaceres solo para ver a su jefe ser derrotado por un filete.
Me limpié el rastro de sangre y regresé con Vercelli, encontrándolo boquiabierto.
—¿Cómo es que puedes hacer eso?
—¿Qué cosa?
—Pelear y ganarle a uno de mis mejores hombres.
—El mejor, lo que es «mejor», no es. He conocido a tipos que pueden derrotarlo con los ojos cerrados.
Fabio, Raúl y Gabriel eran tres de ellos.
—¿Quién te enseñó a pelear?
—Mi padre.
—Pues cuando lo veas felicítalo de mi parte.
—Gracias.
—Ven conmigo. —se puso de pie y todos sus males parecieron desaparecer ya que logró caminar más rápido de lo normal.
Nos abrimos paso entre todos los tipos que seguían en medio de la escena para llegar hasta los lugares de entrenamiento. Fui un conejillo de indias durante más de una hora, siendo observada por casi todos, y no podía estar más incómoda por eso.
Los ojos de Vercelli se abrían cada vez más frente a mis resultados en algunas pruebas.
—Excelente velocidad, tu cuerpo parece ser como una liga, tienes buena puntería y sabes pelear. Es impresionante.
El señor y sus acompañantes me miraban de pies a cabeza, algunos con inconformidad, otros con sorpresa y otros con desinterés.
—¿Sabes disparar?
—¿Disparar? No, eso nunca. Con permiso.
Salí de ese círculo y regresé al pequeño espacio habilitado para el señor.
A lo lejos, Kevin me reprendió con la mirada, se le veía molesto y no lo culpo, yo también lo estaría.
—Camina. —La voz del hombre era autoritaria y siniestra.
—¿Ya nos vamos?
Negó y señaló el lugar en el que Kevin y sus compañeros estaban disparando.
—Quiero ver si puedes hacer todo.
—No, no puedo.
—Camina.
—Me dan miedo las armas, señor...
—Tonterías.
—No son tonterías, ya le dije que me dan miedo.
—¿Qué caso tiene seguir con vida si no la usarás para enfrentar tus miedos?
—¿De qué otra manera se puede seguir con vida?
Ambos nos miramos. Éramos igual de obstinados, pero no había persona en la tierra que me superase.
Logré saber las partes iniciales del plan, «El Rebaño» se refería a los muchachos que logró convencer para que se nos unan, ellos entrenarían durante varias semanas hasta que el día llegue.
—¿Cuándo será el día?
—Puede ser mañana, hoy o en tres años.
—Así no funciona. —me quejé.
—¡No me digas! Ahora resulta que eres experta en conflictos.
—No, yo solo digo que no es conveniente esperar a que el enemigo ataque.
—Tampoco es conveniente atacar primero.
—¿Cómo lo sabe?
—Tengo más de cuarenta años de experiencia en enfrentamientos contra personas similares al Coronel y siempre es lo mismo, el enemigo esperará a que lo ataques para atacarte de vuelta, pero ¿Quién te garantiza que su respuesta no te desestabilizará? Es inútil atacar primero, solo te conviertes en un oponente más fácil de derrotar.
Agaché la mirada analizando la situación. No estaba de acuerdo por muchas razones, pero no estaba segura de que fueran las correctas.
—¿Qué opinaría tu amigo? —me preguntó sacándome de mis pensamientos.
—No lo sé.
—¿No lo sabes? Parecías conocerlo muy bien.
—Creí que había quedado claro el hecho de que nunca terminé de conocerlo.
—¿Qué tan malo fue lo que hizo? Hasta donde he escuchado de él, parece una persona agradable.
—Parece, pero no lo es.
Él tomó asiento.
A lo lejos, Erick me observaba cada vez con más odio, diciéndome con la mirada que se las iba a pagar.
Me gustaba pensar que gané cierto respeto en ese lugar. Ya no me miraban de manera inapropiada y ya ni siquiera hacían chistes que me subestimaban, después de todo, algo bueno sale cada vez que meto la pata.
—Es hora de su pastilla, señor. —le dije interrumpiendo su concentración.
Él asintió y le alcancé los pequeños botoncitos.
Ese hombre era como mi versión masculina, pero de alguna u otra manera, también me recordaba a Fabio. Eran iguales, demasiado iguales, y por un momento llegué a creer que juntos serían como padre e hijo.
—¿Usted tuvo hijos? —pregunté y el señor regresó a mirarme con inquietud.
—Un poco.
—¿Cómo pudo tener solo un poco de hijos?
—Es complicado, solo diré eso.
—¿Qué tan complicado?
—Lo suficiente como para no contárselo a una extraña.
Se puso de pie y se dirigió a los autos. Ese día logré obtener un gran avance sobre lo que vendría más adelante.
A la mañana siguiente septiembre dio inicio. Desayunamos y volvimos a ir hasta el campo de entrenamiento.
Nuestra convivencia armónica ya no era la misma desde que le hice esa pregunta, algo había cambiado entre nosotros, y eso solo logró ponerme la piel de gallina. Nada le impediría que me mate, ni siquiera el débil lazo de amistad que habíamos entablado.
—Aprenderás a disparar.
—No puedo, ayer...
—Ayer fui muy considerado, hoy no. Además, no te lo estoy preguntando.
Me dio la espalda y le ordenó a Kevin que me instruya.
Ambos fuimos hasta el ambiente entre las miradas de todos que volvían a ponerme incómoda y solo podía pensar en escapar de alguna manera.
—¿No podemos fingir?
—¿Y que nos maten por mentir? No.
—Es que tú no entiendes, no puedo sostener un arma por muy pequeña que sea...
—No hay de otra.
—Melissa necesita a su madre, Darío. Melissa me necesita. No me la quites.
Con el tiempo enterré el recuerdo de esa mujer en el lugar más oscuro y olvidado de mi alma, pero con lo que estaba pasando esos mismos recuerdos poco a poco iban volviendo a revelarse.
—De quince intentos tienes seis aciertos, no está mal.
Me quedé en silencio. Kevin intentaba animarme, pero de nada servía, yo no pertenecía a ese mundo.
—Sostén tu muñeca derecha con la mano izquierda, de esa manera la fuerza no golpeará tu cuerpo.
—No entiendo por qué me entrena, señor, usted dijo que estoy fuera de sus misiones.
—¿Ves a alguna mujer a parte de ti aquí? —me cuestionó Erick, apareciendo detrás—. No, y es por la sencilla razón de que solo causan problemas y son mucho más difíciles de domesticar. ¿Por qué tú estás aquí? Simple. Mi jefe se ha obsesionado en creer que puede hacer de ti una más de nosotros.
—Erick. —lo reprendió Vercelli.
El joven volvió a mirarme con desprecio y se alejó. Kevin hizo lo mismo a causa de las señales que el señor le dio, permitiendo que nos quedemos solos ante las miradas de los demás.
—Es una batalla —dijo tomando un arma para cargarla—. Todo ser que esté cerca de mí morirá, siempre ha sido así.
—¿Me está preparando para morir?
—No. Te estoy preparando para matar.
—Yo no puedo matar a nadie.
—La gente mata todo el tiempo.
—¡Pero es inmoral! ¡No está bien!
—Tampoco está bien robar y lo hacen, no está bien tener envidia y la tienen, no está bien mentir y mienten.
—Señor...
—Solo quiero que puedas defenderte de alguna manera, y, paralelamente, defenderme a mí si algo llegara a pasar.
—No estaré aquí por siempre.
—Bueno, cuando estés lejos al menos me recordarás por haberte enseñado a sobrevivir. —argumentó con una pequeñísima sonrisa.
Giró sus ojos y apuntó a los tableros con forma de siluetas de personas, logrando hacer un orificio perfecto en la altura de la cabeza.
—¿Qué hago si mi conciencia me atormenta luego de acabar con alguien?
—La conciencia no existe, solo es un rastro que tus supuestos «principios» dejan al saber lo que hiciste, y lo que, según ellos, está mal.
—¿Cómo sé que lo que haré está mal o no?
—Si te beneficia de alguna manera, no tiene nada de malo.
—Si lo mato a usted para poder escapar y beneficiarme, ¿no tiene nada de malo?
Él me observó durante un par de segundos con seriedad.
—No. No tendría nada de malo —respondió—. Solo debes medir las consecuencias de tus actos, no debes dejarte llevar por tus impulsos o deseos, por muy intensos que sean.
—¿No teme que alguien de aquí pueda hacerle daño?
—No.
—¿Ni siquiera yo?
—¿Insinúas que debería temer a una niña de dieciocho años que se la pasa haciendo preguntas incómodas y quejándose del morado? —comenzó a reír—. No. Además, eres inteligente, si quisieras escapar estoy seguro de que ya lo habrías hecho, a menos que estés esperando algo.
Tragué grueso y no pude mantenerle la mirada.
—La verdad es que sí. Espero algo.
—¿Qué cosa?
—Una razón concreta por la que odia a la familia Ávalos.
—Eso no te importa.
—Entonces a usted tampoco debería importarle si puedo sobrevivir o no.
—No me importa, yo solo quiero tener a personas preparadas que puedan cuidarme.
—Yo no estaría dispuesta a cuidarlo, ni arriesgaría mi vida por usted.
—¡SEÑOR! —Erick regresó sosteniendo un periódico—. ¡Vea esto! —se lo entregó y Vercelli fue leyendo cada palabra.
—¡Abelardo Túllume! —exclamó este último con rostro alegre—. ¡Él reemplazará al alcalde durante los tres meses que faltan para las elecciones!
—Al parecer, sí, señor.
—¡EXCELENTE! —volvió a decir, pero con un tono de voz más fuerte—. Ordena a mi abogado para que hable con él y programen una cita, si logro convencerlo para que se una a nosotros todo será más fácil.
—Acabo de hacerlo, señor, más tarde tendrá noticias.
Vercelli asintió y se apartó para celebrar, sirviéndose una copa de vino.
No entendí absolutamente nada de lo que pasaba, solo sabía que la muerte del alcalde había sido responsabilidad de una sola persona: Gabriel.
—Y bien, ¿el sapo ya logró convertirse en princesa y logró tener al menos doce aciertos? —me cuestionó Erick cruzándose de brazos.
—¿Por qué te caigo tan mal?
—¿Cómo quieres que te trate después de lo que me hiciste frente a todos?
—No, tú ya me odiabas incluso antes de eso —encaré—. ¿Por qué?
—Porque eres ideal para ser odiada.
—Imagino que tienes la cabeza igual de hueca que tus argumentos.
—Solo quiero que te vayas.
—Entonces dile a tu jefe que me libere.
—Él no accederá a menos que hagas algo malo y se apiade de ti.
—¿Algo malo?
—Sí, algo muy malo como para que te quiera lejos.
Sonreí y volví a mirarlo.
—¿Y crees que soy demasiado estúpida como para seguir tus consejos? —cuestioné viendo que su rostro empezó a ponerse serio—. Sé tus intenciones y sé las razones por las que quieres que haga algo «malo». Sabes perfectamente que, si lo hago, él me matará —me acerqué queriendo golpearlo otra vez—. Buen intento.
Di media vuelta y me alejé con la sangre hirviendo.
Antes creía que Culebritas era uno de los enemigos más arrogantes que podía tener, pero el tiempo me demostró que nunca fue así; sin embargo, siempre había alguien que estaba dispuesto a serlo.
Tuvo que pasar una semana entera para que Vercelli perfeccionara mis movimientos al momento de pelear. En ese tiempo no me libré de enfrentar mi miedo a las armas, así que todos los días, durante más de cinco horas, practicaba mi puntería que, a pesar de ser buena, fallaba al momento de apuntar a mi objetivo.
—No, no y ¡NO!
—Señor, cálmese...
—¿Cálmese? —encaró Vercelli al hombre de traje negro, quien era su abogado—. ¡ÉL NO ACEPTÓ! ¡¿CÓMO NO PUDO ACEPTAR?!
—Fue claro, señor, dijo que estaba siendo respaldado por nuevos aliados que...
Mi cuerpo se sobresaltó al oír el ruido que generó el impacto del vaso de cristal contra la pared.
El hombre de traje también se horrorizó al ver a Vercelli acercarse poco a poco con la mirada furiosa.
—Si mañana no traes buenas noticias, es mejor que no vuelvas.
—Pero señor...
—Lárgate.
—Señor...
Vercelli le hizo una seña a Erick y este se acercó para tomar al hombre de la parte trasera del cuello, obligándolo a retirarse.
Noté la agitación que tenía el señor en su respiración por lo que, con cierta duda me acerqué hasta él, alcanzándole una de las pastillas que controlaba su presión.
Él me la recibió y la ingirió inmediatamente, dejando caer su cuerpo encima del sillón mientras iba cerrando los ojos con el fin de calmarse.
—Señor, debo decirle...
—Lo que sea que quieras decirme, será después de la ópera.
—¿Ópera?
—Vayamos a la ópera, la última vez que fuimos logró reconfortarme.
—Pero las funciones son solo los jueves y hoy... Hoy es domingo
—¡Pues haré que hoy haya ópera! —me gritó para volver a ponerse de pie y salir de la sala.
Erick apareció cruzando la puerta, dirigiéndome una sonrisa que intentaba intimidarme aún más y, en cierta parte, lo logró.
Vercelli regresó arreglado, con el humor sin cambiarle. Me indicó seguirlo y juntos subimos al auto para llegar al teatro del pueblo que, sorpresivamente, sí había organizado una función especial.
No había nadie más que nosotros, por lo que el rostro de la intérprete se vio un tanto decepcionado, no obstante, debía iniciar.
—Ella no quiere estar aquí.
El hombre regresó a observarme con disgusto al ser interrumpido en su concentración.
—Quiera o no, debe estarlo, he pagado por ello. —argumentó.
—Usted tampoco está disfrutando esto.
—Estaba haciéndolo hasta que abriste la boca.
—No, no lo estaba disfrutando, de ser así su humor habría mejorado, además, sus ojos no estaban concentrados en la muchacha, usted solo está esperando que ella acabe de una vez por todas.
—¿Qué sabes tú?
—Más de lo que podría imaginar.
—Entonces, ¿quieres explicarme por qué esto no es igual a la primera vez que estuvimos aquí?
—¿A qué se refiere?
—¡Que esto es muy diferente! La primera vez fue más... Agradable.
—A ver si entiendo, ¿usted quiere que el ambiente de ahora sea igual al ambiente de hace más de un mes?
—Sí.
—¿Es por eso que me obligó a venir y obligó a esa pobre mujer a cantar para usted?
—¿No es obvio?
—No funciona así, señor, no puede forzarse a tener una convivencia agradable.
—¿Entonces?
—Simplemente pasa.
—La primera vez fuiste tú quien me propuso venir aquí.
—Usted lo ha dicho, porque se lo propuse mas no lo obligué. Además, yo no sabía que le había parecido agradable, no fue planeado, y es que sentimientos como la comodidad pueden conseguirse en situaciones repentinas, esas que no son planeadas.
—¿Debo no planear sentirme cómodo?
—Exacto, de lo contrario solo provocará que los demás compartan su irritabilidad, yo y esa mujer, por ejemplo. Eso no es lindo.
—¿Qué sugieres?
—En primer lugar, que pida perdón por su comportamiento.
—¡Por favor!
—Si pide perdón demostrará que se equivocó y demostrará que es humano.
—Los humanos se equivocan y son débiles, yo no quiero demostrar eso.
—Pero tampoco puede ocultarlo —lo interrumpí—. Si lo demuestra, sus enemigos sabrán que ha aceptado sus defectos y no podrán atacarlo valiéndose de ellos.
Él me observó como si estuviera convenciéndose.
—Pida perdón, señor. Y le prometo que lo llevaré a un lugar distinto, en donde pueda encontrar comodidad como la primera vez.
Vercelli dirigió sus ojos a la mujer, quien seguía intentando dar lo mejor de sí. Llamó a Erick y le dijo algo en el oído, haciendo que se retire y llegue hasta la parte trasera del escenario para hablar con uno de los encargados.
—¿Ya has estado aquí? —me preguntó el hombre viéndome caminar entre los camerinos del teatro.
—Más de una vez.
Me detuve frente al camerino número dos.
—Solía bailar una vez al año desde que era una niña. Este camerino me fue asignado desde siempre. Cuando bajaba del escenario encontraba flores por todas partes y a mi familia esperándome.
—¿Por qué no continuaste?
Alcé los hombros.
—La vida no me lo permitió.
Retomé la compostura y al cabo de diez minutos ya estábamos fuera del teatro. La mujer quedó agradecida por la generosa donación del señor con el fin de enmendar el mal momento que le hizo pasar, y, finalmente, terminamos en medio de una exposición de pintura.
«La bella dama sin piedad» de Frank Dicksee.
—¿Conoces la historia? —me preguntó Vercelli, viendo que mi atención fue captada por la pintura.
—No.
—Es una sucesión de inspiración. Dicksee se inspiró en la obra de John Keats y este se inspiró en Alain Chartier.
—¿De qué es lo que trata?
—Primero dime, ¿qué es lo que ves?
Regresé mis ojos a la pintura en óleo y la observé con detenimiento.
—Veo a una pareja.
—¿Qué más?
—Ella intenta darle un beso y él está a punto de recibirlo.
—¿Y?
Me quedé en silencio, sin más que agregar.
—Dios mío, niña, analiza bien.
Enfoqué mi mirada y seguí examinando la imagen.
—Él parece encantado. —comenté sorprendida al ver los ojos de aquel hombre enfocados en la mujer, pero estos no mostraban ningún sentimiento.
—¡Exacto! Ella lo encantó.
Tenía algo de sentido.
—Y él se entera por un sueño que tuvo. —agregó apreciando la obra con demasiada satisfacción.
Volví a observarla y mientras más la analizaba, más sentido tenía la explicación del señor.
—Ahora que entiendes eso, puedes entender lo que quiero hacer contigo. —reveló, continuando su paso alrededor de los cuadros.
—¿Cómo dice? —me desconcerté.
—Veía venir la humillación que le causaste a Erick, también intuía tu agilidad en los enfrentamientos, y según te he escuchado, tu forma de pensar es... Interesante. —continuó—. No suelo subestimar a las mujeres, pero me he rehusado en involucrarlas ante mis conflictos.
—¿Por qué?
—Porque no tuve la oportunidad. Hasta ahora. —intervino deteniéndose frente a una nueva obra—. Quiero saber qué debo hacer para merecer tu lealtad.
Mis ojos casi se salieron de sus órbitas.
—¿Piensa que yo puedo ayudarle a ganar esta «batalla»?
—Sí.
—Está equivocado, yo no soy la indicada, no sé lo que está haciendo, no sé cómo resultará, véame, ni siquiera puedo manejar un arma.
—Es que aún no naces —me interrumpió—, pero cuando lo hagas, vas a conseguir grandes cosas. Grandes cosas.
—No puedo fiarme de ello. Nadie me garantiza que esas grandes cosas serán para mi beneficio y no para el suyo.
—Ahora lo que sea mi beneficio también será el tuyo, solo si me dejas convertirte en lo que realmente eres.
—¿Y qué cree usted que soy?
Dejó de mirar el cuadro y giró ciento ochenta grados para mostrarme lo que en realidad apreciaba.
En la imagen se veía a una mujer de cabellos cobrizos sobre una concha mientras era admirada por ángeles.
—Venus.
Sus ojos brillaron, como los de un mago que está a punto de realizar su último acto.
—Es hora de que Venus vuelva a nacer. —concluyó.
Esa noche pensé mucho en sus palabras. Al menos alguien tenía esperanza en mis capacidades, esas mismas que perdí al ingerir tres pastillas para dormir.
Fabio.
Era difícil recordarlo y más difícil no poder odiarlo por lo que hizo, aun después de eso, había algo dentro de mí que me hacía pensar que lo quería.
Cuando octubre inició, ya me había enfrentado con más de la mitad de ENJAMBRE, incluyendo Kevin. No diré que gané todas las peleas, porque hubo algunas en las que no lo conseguí, la que tuve con este último era un claro ejemplo de ello y le gustaba presumir.
—Todos me conocen como el hombre que no pudo ser derrotado por una niña.
—No soy una niña.
—Da igual. Me están idolatrando.
—Por ahora.
—¿Me estás insinuando que quieres una revancha?
—Sí, no estaría mal.
Mi amigo puso los ojos en blanco y seguimos nuestro camino por las calles.
Vercelli no mintió, tenía permiso de salir cuando yo quisiera, pero siempre con una hora de llegada en específico.
—¿Cuándo le dirás?
—Si supieras cuánto tiempo me ha atormentado ese asunto.
—Y te va a atormentar hasta que se lo digas.
—Es riesgoso, Kevin, ¿qué tal si me mata?
—Yo estaré cerca.
—Qué consuelo.
—Te estoy ofreciendo lo poco que tengo y no noto mucho agradecimiento en tu respuesta.
—Cuando le toco el tema siempre lo cambia, si hace eso es por una razón, ¿cuál? ¡Pues no lo soporta! Y si hablaba en serio cuando dijo que odia a todos los Ávalos, va a matarme apenas sepa que yo soy una.
—Biológicamente no eres una, fuiste adoptada.
—Crecí con ellos y a él no va a importarle que no lleve su sangre. Me matará.
—Han pasado más de dos meses, te has ganado su cariño y él tiene cierta confianza en ti, quiero decir, en Venus.
—No te burles porque no estoy de humor.
—A lo que voy es que él no es como los demás jefes, va a escucharte antes de hacer algo en tu contra. Sabe que tiene mucho que perder si te mata.
—Solo soy su falsa enfermera.
—Deja la modestia, mujer. Mírate, has sobrepasado las expectativas de todos, y no te sientas especial por esto ¿eh? Pero también has sobrepasado las mías. Peleas, organizas redadas importantes, disparas a la perfección, hace meses ni siquiera podías hacerlo. No creo que lance la preparación que te dio por la borda, tú le sirves, quiero decir, nos sirves.
Y vaya que les servía al momento de distraer a sus enemigos para que ellos pudieran entrar a algún lugar y dar los golpes en los que poco a poco iban incluyéndome.
Ambos llegamos a una florería y de ella compró un ramo de margaritas.
—Aquí tienes. —me dijo estirándome una de las flores.
—Gracias.
Dio media vuelta y siguió su camino.
Fui detrás de él con lentitud, dándole el espacio que necesitaba para hablar con su madre.
Crucé varios pasillos hasta que lo vi a lo lejos, iniciando la conversación. Estaba feliz, visitar a su madre le provocaba ese sentimiento y esa era la primera vez que yo lo acompañaba.
Giró a verme y me hizo una señal para acercarme. Cuando estuve a una corta distancia, noté que los ojos verdes los había heredado de ella, al igual que su cabello castaño.
Nunca conocí a esa señora, no cuando estaba viva.
Él colocó las flores en un jarrón que estaba fuera de la lápida para después volver a ponerlo dentro.
—¿Ya sabe que tienes una hermana? —le pregunté, haciéndolo sonreír.
—Le habría gustado saber que tú eres esa hermana.
—¿De verdad?
—Claro, te quería mucho.
—Pero no me conocía...
—No, pero yo le hablaba de ti.
—Ah, ¿sí? —repetí mirándolo con picardía.
—Tuve que hablarle de ti, de lo contrario, ¿cómo le habría explicado sobre los libros que tú me ayudabas a conseguir de la biblioteca?
—Dios mío... ¿Ella lo sabía?
—Sí.
—Qué vergüenza...
—Descuida, ella no sabía que eran robados.
Murió hace un año mientras Kevin estaba en prisión. Él no pudo despedirse y ella no pudo verlo por última vez.
La fortaleza que mi acompañante demostraba al no llorar era increíble, tal vez yo en su lugar habría destrozado los oídos de quien estuviera cerca con mi llanto.
Nos pusimos de pie después de casi una hora y regresamos por el mismo camino. Hidforth se veía diferente, estaba más deteriorado, más solitario. Llegamos hasta la plaza mayor, los postes de iluminación estaban adornados con cintas negras debido a la pérdida del alcalde.
Las investigaciones que Dante y su equipo prometieron se habían prolongado. Aún no demostraban la culpabilidad del hombre y está de más decir que no lo harían, tarde o temprano inventarían alguna mentira para limpiar su nombre. Sin embargo, me sorprendía saber que tampoco habían encontrado pistas del asesino debido a que era lo que él más quería.
—Cinco disparos. Cinco aciertos. Cuarenta segundos. Estoy impresionado. —me dijo Vercelli.
Tanto Kevin como yo decidimos usar uno de los cuartos secretos que había en la casa para probar las nuevas armas con silenciadores que acababan de adquirir.
—Debe sentirse protegido.
—Un poco.
Sonreí y el señor me devolvió la sonrisa.
Mi amigo se apartó, pero antes me hizo una señal para aprovechar su buen humor y decírselo.
—Señor...
—¿Sí?
Mi voz comenzó a tartamudear.
—Debo hablarle sobre mí.
—Ah, yo también debo hablarte de ti.
—¿Qué?
—Tendrás tu primera misión.
—¿Yo? ¿Cuándo?
—Tú. Hoy, en tres horas. Lo hablaremos con los demás cuando lleguen.
—No, no, no, se está confundiendo, yo apenas...
—Has logrado mucho en muy poco tiempo.
—Pero no tengo...
—Hablaremos después.
No quiso seguir escuchándome y salió del lugar, pero lo seguí.
—Señor...
—No pierdas el tiempo, no cambiaré de opinión.
—¡Está cometiendo un error conmigo!
—Yo sé que no.
—Algo saldrá mal, se lo aseguro, voy a echar a perder muchos de sus planes.
—Señor —Erick lo interrumpió—, Adham Casale lo está esperando.
—Perfecto.
El peón asintió y se alejó, dejándonos solos de nuevo.
—No puedo hacer esto, es demasiado para mí.
—Sophia —me reprendió—, he sido demasiado generoso contigo, te he tratado como a una hija, esto es lo menos que puedes hacer por mí.
—Estaré arriesgando mi vida, señor...
—Tranquila, mujer, ¿crees que te mandaría a la boca del lobo? Lo que harás es sencillo, más tarde lo discutiremos.
—Dice que es sencillo, pero yo sé que miente.
—No miento, caray, solo serán unos cuantos policías.
—¡¿Policías?! ¿Quiere que vaya en contra de policías?
—Es lo mismo que ir en contra del Coronel.
—Esos policías pueden tener familia, señor.
Él regresó para acorralarme contra una pared.
—Yo nunca hago daño a quien no me hizo daño, al menos no uno muy grave —argumentó—. ¿Tienes idea de quiénes son esos policías?
Negué con la cabeza.
—Son los encargados de secuestrar a jovencitas como tú y desgraciar su vida por completo. —reveló—. Yo estoy en camino, lo que irás a hacer solo es una señal para el Coronel.
—¿Quiere que él sepa que ya está en camino?
—Quiero que él dé el primer golpe, y solo lo dará si lo provocamos.
Me quedé en silencio.
—Ya te dije que esto es una batalla, no todos van a sobrevivir. Demuéstrame que tú puedes hacerlo, de lo contrario, mi protección hacia ti terminará en menos de un parpadeo.
—Si fallo...
—Quien está conmigo nunca falla —aseguró sin apartarse—. Hoy tendrás una prueba sorpresa. Muéstrate fuerte ante todos, nadie debe volver a subestimarte, ni siquiera tú misma. Es mejor que dejes esa tontería de que no puedes, porque ambos sabemos que muy dentro de ti tienes la capacidad completa para hacerlo.
Tragué en seco evitando que note mi nerviosismo.
—¿Entendiste?
—Entendí. —respondí en tanto alzaba mi mirada a él, provocando que sus ojos molestos se vean sorprendidos.
Su rostro desconcertado me asustó. Se quedó en silencio varios segundos y se apartó sosteniéndose de las paredes.
Dirigí los ojos al reloj de pared y lo entendí. Era hora de su insulina.
Fui por ella y regresé hasta el salón en el que él estaba.
—Es momento de que se inyecte la insulina, señor.
—Olvidé decirte que no debes interrumpirme.
—Aunque me lo hubiera dicho lo habría hecho de todas formas.
Vercelli miró al hombre que estaba de espaldas y este hizo un gesto como quien dice: Descuide, hágalo.
Se acercó a mí y realizó el procedimiento.
—Con permiso. —me despedí apenas terminó.
Salí del lugar dejándolos nuevamente solos para llegar a la sala y encontrarme con Kevin.
—Debes saber algo. —me dijo alterado.
—Lo sé. Yo dirigiré la misión de hoy.
—¿Cómo lo sabes?
—Vercelli acaba de decírmelo.
—Y, ¿lo harás?
—No tengo opción, además, deshacerme de unos cuantos policías despiadados no creo que pueda engrandecer la condena divina que me espera.
—Ah...
No pareció sorprendido, pero al instante regresó a su actitud desesperada.
—¡Hay algo más!
—¿Qué cosa?
Examinó nuestros alrededores antes de hablar, asegurándose de que nadie pudiera oírnos.
—Te está siguiendo.
—¿A mí? ¿Vercelli me sigue?
—No, a ti no —respondió al instante—. Contrató un investigador privado para buscarlos...
—¿Buscar a quién?
—A Melanie y Gabriel Ávalos.
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