20 | La Parvada.
Melanie.
—Estarás bien.
No pude contestar.
El doctor me dirigió una última sonrisa e intentó apartarse. Con las pocas fuerzas que tenía sostuve su gabardina para llamar su atención, pidiéndole ayuda a gritos, los mismos que él no logró entender por completo debido a que Dante entró en el lugar.
—¿Va a recuperarse?
—En tres días estará como nueva. —volvió a afirmar el doctor.
—Gracias, ahora lo alcanzo en la sala.
El señor asintió y terminó de retirarse.
Dante y yo nos quedamos solos. No despegó sus ojos serios de los míos y tampoco pronunció ninguna palabra.
Se apartó de mí dejándome en medio de aquel cuarto en el que desperté el primer día. Había medicamentos al lado y tenía inyectado un delgado tubo transparente con el líquido que iba dirigiéndose a mis brazos por medio de los pinchazos que Leah me hizo días atrás.
Mi cuerpo parecía anestesiado, no sentía nada en él, ni siquiera podía moverme. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero sabía que estaba de nuevo en esa casa muy parecida a un castillo.
Pensé en Aurora y mis lágrimas se amontonaron en mis ojos, rodando hacia la parte trasera de mi cabeza.
El ruido de un balazo me sobresaltó. A los pocos minutos, Dante regresó con total tranquilidad, abriendo las ventanas para que el aroma a medicinas se difuminara poco a poco.
—Lo... Mataste...
Él regresó a mirarme, asintiendo con la cabeza, provocando que mis lágrimas siguieran saliendo sin control.
—¿Cómo te sient...?
—¿Por qué no me matas a mí también? —volví a preguntar con prolongadas pausas entre cada palabra.
Él ignoró el tema.
—Tendrás más sensibilidad hasta mañana, debes tomar las pastillas blancas antes de desayunar y las azules antes de dormir, las heridas de tu espalda ya han sido cosidas, así que trata de no moverte mucho, los puntos pueden reventarse. Llamaré a una de mis muchachas para que te atienda en todo lo que necesites.
—¿Por qué te preocupas por mi recuperación si de todas formas vas a matarme?
—Si te mato, quiero hacerlo cuando estés completamente bien. Y cuando conozcas la verdad.
Tragué grueso.
—Descansa, Melanie. —se despidió y fue a la puerta.
Antes de salir me dio una última mirada, no era amenazadora, pero tampoco amigable, tenía un sentimiento que en ese momento no supe descifrar.
—No lo olvides, las pastillas azules antes de dormir.
Y cerró la puerta.
Miré el reloj de la pared.
Seis y cuarto de la tarde.
A la mañana siguiente comprobé su predicción. Ya tenía más sensibilidad y los tubos transparentes me fueron quitados.
Logré mover la mitad de mi cuerpo, consiguiendo sentarme, aunque no podía hacerlo con total facilidad.
Me vi al espejo. Mis piernas parecían haber sido pintadas con tonos verdes y morados, al igual que mis brazos. Mi cuello tenía marcados los dedos de esa mujer. Mi espalda aún no podía adoptar una posición recta debido a las heridas, necesité más de dieciocho puntos en ellas. El doctor dijo que me quedarían cicatrices a menos que a futuro pueda realizarme una cirugía.
Apenas podía ver mi rostro.
Las heridas en mis labios no estaban totalmente cerradas, el corte en la parte superior izquierda de mi frente no era tan grande, pero sí profundo. Aún tenía un párpado hinchado, aunque después de eso, no había sufrido más daño.
Me deshice de todos los espejos que había en esa habitación. No soportaba verme. Era una verdadera tortura observar los restos de una Melanie derrotada y maltratada. Deseaba no estar en ese cuerpo. Deseaba no tener ese rostro. Deseaba no estar ahí.
Como lo prometió, Dante ordenó a una de sus trabajadoras para que me cuidara y me ayudara. Se aseguró de que esta sea asocial, a tal extremo de solo decirme dos palabras por día, sin iniciar algún tipo de conversación. Después de todo, todas mis actitudes amistosas se apagaron. Al igual que ella, yo tampoco quería hablar con nadie, ni siquiera ver a una persona externa.
Me sentí inapropiada para cualquiera que se me acercara, incluso para mi familia. Pensé en ellos. Solo habían pasado dos días desde mi secuestro. Confiaba que irían por mí. Confiaba que me encontrarían.
La inmoralidad y el desprecio pasaron de ser mis enemigos a las herramientas más utilizadas para alejar a cualquiera que se me acercara más de cinco metros.
Aunque mis heridas habían sanado y solo había ligeros rastros de ellas, no deseaba salir de esa habitación blanca.
Físicamente estaba recuperada. Emocionalmente, seguía destruida.
Cuando desperté en el tercer día, él ya estaba delante de mí. Usaba el mismo traje de siempre. Apenas levanté mi mirada me señaló un vestidor que estaba en una esquina del lugar.
—Vendré por ti a las ocho de la noche. Usa el vestido negro.
—¿Qué...?
—Ocho de la noche. —repitió sin darme más explicaciones.
Abrió el manojo de la puerta y salió.
Estuve encerrada de nuevo, aunque la habitación era grande, sentía que me asfixiaba.
Me animé a asomar la cabeza entre las cortinas, evitando que alguien me notara. La casa estaba rodeada de frondosos árboles que pertenecían a un bosque, no estaba segura de que estuviera dentro de Hidforth.
Vi a unos cuantos hombres de negro rodeando el perímetro con armas al hombro, ninguno hablaba entre ellos, es más, ni siquiera se miraban y mucho menos miraban a las muchachas de servicio que a veces se cruzaban por su camino.
La alcoba no estaba a una altura muy alta, podría saltar sin problema, pero intuía que Dante habría dado órdenes de dispararme sin piedad, además de que, al mínimo esfuerzo, los puntos que aún tenía en la espalda iban a colapsar.
La muchacha encargada de mí me sirvió de desayunar y horas más tarde también almorcé.
No estaba segura sobre lo que haría. Comencé dándome un baño. El agua caliente me reconfortó, mas no consiguió calmarme.
Las probabilidades de seguir con vida para el día siguiente eran mínimas. Lo mismo pasaba con las probabilidades de volver a ver a David.
Salí de la bañera. Mi cuerpo estaba limpio por fuera; sin embargo, por dentro ya había entrado en estado de putrefacción.
Vi la hora en el reloj de pared.
Siete y diez de la noche.
El tiempo había pasado muy rápido, como si el universo quisiera que la hora de mi muerte no tardara.
Tomé el vestido de terciopelo negro, parecía elegante, así que más preguntas vinieron a mi mente.
¿Qué pasaría? ¿Qué era lo que Dante quería? ¿Viviría para contarlo?
No había un espejo al que pudiese mirarme, por lo que usé mi mirada directa para intentar imaginar cómo me veía.
Mi cuerpo no era uno de los mejores, de hecho, ni siquiera sabía si existía un prototipo de belleza que debía cumplir, pero sea cual sea, el sentimiento de insuficiencia trajo a mi cabeza los peores insultos con los que pude calificarme.
Él apareció delante de mí, usaba su traje de gala y, al instante, la melodía de los violines llegó a mis oídos.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —le reclamé con cierta calma.
—Una fiesta.
—¿Por qué?
Soltó una risa y volvió a caminar hasta la puerta.
—No es por ti. —advirtió.
—¿Entonces?
—Te mostraré el mundo al que pudiste pertenecer.
—¿Yo?
—Tú, Melanie Ávalos. —pronunció mi nombre con ironía—. Te han mentido con facilidad. Todos.
—¡Tú fuiste el primero en mentirme! ¡Te mostraste como un manso cordero frente a mi padre! Pero mírate... ¡Mírame! Nos hiciste daño, me quitaste a David, me estás separando de Gabriel...
El aire pareció abandonar mis pulmones, obligándome a apoyarme sobre la pared para calmar mi respiración.
Él continuó mirándome sin benevolencia y sin maldad, así que continué sin entender.
Dobló el codo derecho invitándome a sostenerlo, caminé poniéndome a su par, pero sin tener contacto.
No insistió. Fue delante de mí y comencé a seguirlo.
Llegamos a un enorme salón. Había muchas personas, todas ellas con el mismo aspecto elegante; los hombres luciendo sus mejores atuendos y las mujeres sus mejores vestidos. Algunas con los rostros asustados, otras con altanería prepotente, y otras con la cabeza agachada.
Todos, absolutamente todos los hombres, iban acompañados de una sola fémina.
—Doncellas. —murmuró Dante, viendo mi mirada curiosa.
—¿Todas estas muchachas pertenecen a la Parvada?
—No. Ellas no pertenecen a la Parvada.
—¿Por qué están aquí entonces? ¿Saben lo que tú eres? ¿Conocen la organización?
—Tus preguntas son estresantes...
—Dijiste que moriría habiendo encontrado respuesta a todo.
Él resopló mientras continuaba con su lento paso alrededor del salón.
—Ellas lo saben. —respondió tomando dos copas de champaña que un muchacho de servicio le ofreció.
Me estiró una a mí y la recibí, evitando beber el contenido.
—Algunas lo aceptan con ambición, en tanto otras solo se someten por supervivencia.
—¿Son esclavas?
—Sí y no.
—Tus respuestas son vacías, no cubren ninguna de mis inquietudes.
Bebió un sorbo y esta vez aceptó dar más detalles.
—Imagino que sabes sobre los cuervos —antes de responder, él se adelantó—. ¡Pero claro que lo sabes! Conoces la Parvada y a algunos integrantes de ella.
Volví a encogerme de hombros.
—Durante un año, cada cuervo elige a una doncella. —confesó desviando sus ojos a uno de los relojes dorados colgados en la pared—. La investiga. La sigue. La acorrala. Y el día menos pensado —regresó a mirarme para mostrarme una sonrisa tenebrosa—. Se la lleva.
—La secuestra. —rectifiqué.
—Solo durante un par de días. Primero la luce frente a los demás, después la hace suya, y por último...
Con su pulgar trazó una línea imaginaria desde un punto de su cuello hasta otro.
La asesina.
Entré en una completa y agonizante desesperación.
—Eso... ¿Eso harás conmigo? —cuestioné con el corazón a punto de salirse.
Terminó el contenido de su copa, la puso encima de una mesa y volteó a mirarme. No parecía querer responder, es más, no lo hizo.
—Coronel —Un hombre de aproximados sesenta años nos interrumpió—, espléndida fiesta, como siempre. —añadió estirándole la mano.
—Regidor —Dante se la recibió, estrechándola con gusto—. Se hace más espléndida con su presencia.
Vi mi oportunidad y lentamente comencé a alejarme, pero mi cintura fue jalada con fuerza por él, quien se había dado cuenta de mis intenciones.
Continuaron alabándose solo por un par de segundos hasta que el supuesto regidor posó los ojos en mí.
—¿Quién es la dama? —le preguntó mientras me estiraba la mano.
No se la iba a recibir; sin embargo, terminé aceptando debido al empujón de mi tío. Aun así, no permití que la besara, tan solo se la tomé y me presenté.
—Melanie Ávalos, señor.
El hombre volteó a ver a Dante con extrañeza.
—Su doncella... ¿Es familiar suyo? —le preguntó.
—Soy su sobrina. —me adelanté intentando tornar incómoda la situación.
—¿Su sobrina?
—Mi sobrina, mas no mi doncella —intervino Dante.
—Ah... —El regidor sonrió un poco avergonzado.
Mi cuerpo dejó de estar tenso. Yo no era la doncella de ese puerco, eso significaba que no haría conmigo lo que un cuervo hacía con su presa.
De inmediato, uno de los sirvientes pidió a los asistentes ir a un salón muy parecido a un teatro, con butacas rojas alrededor de un escenario.
El regidor se despidió y adelantó su paso, Dante, por su parte, esperó a que todos los asistentes se acomodaran.
—¿Qué es esto? —le reclamé con más angustia—. ¿Ese hombre de verdad es un regidor? ¿De qué ciudad? ¿Una grande? ¿Él también hace lo que tú haces?
—Eres desesperante. —se quejó.
—Esto no es una fiesta normal. —deduje, aunque a todas luces se notaba lo raro de la situación.
—No, no es una fiesta normal.
—Tú la organizaste. ¿Por qué? ¿Desde cuándo lo has hecho? Las mujeres desaparecían por esto, ¿no es así?
—Aparentemente sí piensas —mofó dejando de beber su champán—. Esto es solo una pequeña recreación, se hace cada año y la organizan muchas personas, en este caso fue mi turno de preparar todo.
Dirigió sus ojos a la gente que iba entrando al mini teatro.
—Cada uno de ellos ha traído a sus doncellas para mostrar la cantidad de poder que tiene. Puedes encontrar de todo aquí, reinas de belleza, actrices, figuras importantes —esbozó una sonrisa y regresó a mirarme—. Para mañana verás sus mismos rostros, pero en las noticias.
Se detuvo a observar la escena con satisfacción, como un emperador ve a su imperio.
—Esta es mi Parvada, Melanie.
Por necesidad, bebí de mi copa. La garganta se me había secado y necesitaba recuperar la voz de alguna forma.
Las personas terminaron de ubicarse, Dante me tomó del brazo y fuimos hasta una puerta pequeña, al abrirla, nos encontramos con un camino que dirigía a dos asientos apartados de los demás.
Me indicó tomar uno, lo hice, él me imitó y ambos aguardamos a lo que sea que fuera a presentarse.
—Entonces no soy tu doncella. —manifesté ahogada por la preocupación.
Volteó a verme, su entrecejo se arrugó y comenzó a reír.
—¿Tú? ¿Mi doncella? —continuó riendo—. Jamás valdrías lo suficiente para presentarte como mi doncella. Ya has sido usada, puedo verlo.
Respiré con alivio, pero el sentimiento me duró muy poco.
—¿Y por qué estoy aquí?
—Sé paciente.
En el fondo, él también estaba ansioso. Eran muchas las razones que, supuse, explicarían su comportamiento, no obstante, ninguna se acercaba a la verdad.
Pasaron cinco minutos. Pasaron diez. Pasaron veinte.
—Me cansé. —alcé la voz—. Lo que sea que haya sido, no me quedaré un minuto más para esperarlo.
Dante abrió los labios, y cuando iba a hablar, los aplausos lo interrumpieron.
El telón del pequeño escenario se abrió. En escena estaba una mujer vestida de negro, sosteniendo unas cuantas hojas de papel.
El público guardó silencio de nuevo y ella aprovechó para iniciar.
—En medio de la Parvada, los cuervos aleteaban; dos niños habían llegado y el legado se había estropeado.
Eso fue lo primero que dijo, haciendo que mis nervios se pusieran alerta. Lo que fuera que estaba a punto de pasar, no era bueno, al menos no para mí.
A escena ingresó una joven pareja. Ambos con rostros tristes.
—Llevar el vientre vacío fue uno de sus martirios —explicó la mujer, quien cumplía el rol de narradora—. Las soluciones no siempre son buenas, y la que ellos tomaron significó su condena. Durante un tiempo tuvimos dos polluelos infiltrados. Durante un tiempo coronamos a los líderes equivocados. Ambos juntos, ambos «hermanos». Ambos de apellido Ávalos.
Mi respiración se aceleró.
—Hasta que el verdadero heredero llegó.
La pareja regresó sosteniendo un bulto muy parecido a un bebé cubierto con una manta azul. Una de las mantas que solían usar para dormir a David cuando él aún era un recién nacido.
Entonces recordé el día en el que nació.
—Es un niño.
Entendí el rostro preocupado de papá. Entendí que para él no había sido un trago amargo.
—La Parvada se hizo oír. El sucesor debía llevar la misma sangre que el líder. Debía ser engendrado por él.
De fondo se escuchó una baja música de tensión mientras los reflectores solo iluminaban el escenario
—La Parvada es la Parvada. Ella impone. Ella sentencia. Ella no perdona. —agregó—. Ella no perdonó el asesinato del líder. Ella reclamó a su verdadero Cuervo. Ella tiene ahora a su verdadero Cuervo.
A escena salió David. Mi David.
Quien nunca fue mi hermano. Quien nunca fue mi familia, no la real. Quien era en realidad el verdadero Cuervo.
Llevaba un traje negro que las luces hacían ver impecable. Su sonrisa era enorme al ser aplaudido por los presentes, más de uno se puso de pie, y si yo no hubiera estado sentada, me habría desmoronado en ese instante.
—¡¿QUÉ ES ESTO?! —le grité a Dante, sintiendo que mis ojos se iban llenando de lágrimas.
Él bebió de su copa antes de contestar.
—¿Gabriel nunca te lo dijo? —preguntó con un tono de sorpresa fingido—. Ustedes no son hermanos. Ustedes nunca pertenecieron a mi familia. Solo fueron unas aves provisionales.
—¡MIENTES!
Arqueó los ojos y me ignoró.
Nada de eso podía ser cierto.
¿Quién soy yo? ¿Quién es Gabriel?
—¡No tienes ninguna forma de demostrar esto! —le encaré con las lágrimas a punto de salir.
—Tengo más de una forma para demostrarlo.
—Mis padres no pudieron hacer algo así. Yo no puedo ser una extraña, Gabriel no puede llevar una sangre ajena.
Regresé mis ojos a David, viendo cómo seguía disfrutando.
—¡NO PUEDES HACERNOS ESTO!
—Así es como es. Gabriel y tú no pertenecen aquí. Tal vez lo habrían logrado si David no hubiera nacido, pero... —levantó los hombros—. No podemos alterar su destino.
—¡ESTE NO ES SU DESTINO! ¡Es apenas un niño!
Me ignoró.
—Dante... —sostuve una de sus manos—. Solo es un niño... —El llanto no me dejó hablar con fluidez—. Es tu sobrino. No le hagas esto a tu sobrino...
—Él no va a sufrir.
—¡Pero hará sufrir a otros! Matará, secuestrará, torturará... ¡No hay ninguna razón para que lo haga!
—Los Ávalos fuimos quienes dimos inicio a esto. Hay más de una razón para que él continúe con el legado.
Tapé mi rostro con ambas manos y seguí llorando sin consuelo, sin esperanza, sin familia, sin mi identidad.
—Lo siento. —articuló él.
Daba igual si era sincero o no, después de todo, sus condolencias ya no servían de nada.
Mis ojos desconocieron el límite ese día. Lloraron como nunca antes lo había hecho y mis mejillas me ardían por el desgaste de mi piel.
David no me notó. Pero yo sí a él. Quería ir y abrazarlo. Decirle la verdad, decirle que nada de lo que pasaba era correcto.
No pude.
Aunque quise, no podía escapar, y de hacerlo no llegaría a su lado con vida.
—¿De qué asesinato habla esa mujer?
El hombre regresó a mirarme, disfrutando cada facción de mi rostro.
—La explosión del yate de tus padres no fue un accidente, Melanie —aseguró. Y lo siguiente me hizo entrar en desesperación—, fue Gabriel quien lo ocasionó.
El dolor de cabeza me atacó con más intensidad a tal punto de no tolerar las luces. Recordé el día en el que recibimos la noticia de las muertes.
Entendí por qué él no lloró. Entendí por qué no solía visitarlos en el cementerio. Entendí por qué quiso que nos fuéramos.
—Él y yo no pertenecemos a los Ávalos —dije con un hilo de voz quebradizo—. Entonces, ¿quiénes somos?
—Mi hermano era el único que sabía quiénes eran. Y su secreto murió con él.
Esa noche deseé morir.
—¿Qué ave es esta?
—Un cuervo.
Verdaderamente nació un Cuervo aquel día, hace diez años. Pero no lo supe hasta ese momento.
No recuerdo nada más después de ver a David alejarse de mi rango visual. Desperté en la misma cama. Estaba desnuda. Mi cuerpo parecía haber sido golpeado durante horas, aunque no tenía ni un rasguño.
Como pude, me puse de pie y fui directo a la bañera, me quedé ahí hasta que mis dedos se arrugaron.
Me vestí. Salí a la alcoba y volví a observar el panorama, pero esta vez con una ideología diferente, como un ser diferente.
El día anterior vi el paisaje siendo Melanie Ávalos y ahora no era más que una extraña.
Vi la mentira de mi vida. Vi la forma en cómo Gabriel me ocultó la verdad.
El alma comenzó a dolerme junto con la conciencia.
—¿Tienes hambre? —La voz de Dante llegó a mis tímpanos.
No sentí miedo, solo dolor.
Quería abandonar el cuerpo en el que me encontraba encerrada. No era mío. Nunca fue mío.
No respondí. Solo volteé a verlo, él me hizo una seña para seguirlo y así lo hice.
Llegamos al jardín, en medio de él había una mesa blanca cubierta por una sombrilla. Mis ojos se encontraron con un bufet y aunque no tenía hambre, tomé asiento. Él hizo lo mismo.
Una señora de edad, vestida con el uniforme de servicio doméstico se nos acercó, a Dante le alcanzó el periódico y a mí me sirvió un vaso de jugo, después de eso le ordenaron retirarse y lo hizo de inmediato.
Al igual que los días anteriores, estábamos rodeados por hombres armados, pero en esa ocasión no iban vestidos de negro. Su ropa era casual, como una persona común, aunque las armas que llevaban los diferenciaban notoriamente.
—¿Dónde está él? —pregunté refiriéndome a David.
—Anoche regresó a casa.
—¿A casa? ¿En la que solíamos vivir?
—No. A una que está en otra ciudad.
Me encogí de hombros, sintiéndome más adolorida.
—Entonces, ¿él está siendo entrenado? —volví a cuestionar.
—Sí.
—Y, ¿está bien respecto a eso?
—Anoche viste que sí.
Cerré los ojos, estaban húmedos y mi garganta seca.
—Come, no puedes debilitarte. No más de lo que ya estás. —advirtió.
No parecía estar burlándose, su tono preocupado no indicaba eso. Tomé el vaso de jugo de naranja y di medio sorbo.
—¿Vas a matarme?
Al escuchar mi pregunta dejó a un lado su plato, fijó sus ojos en mí y su mirada pareció mostrar lástima.
—Si quisiera matarte lo habría hecho ayer. —aseguró estremeciendo mis nervios—. Te traje aquí porque quiero que entiendas que no soy un desalmado. Te he tomado cariño tanto a ti como a Gabriel. Así que esta es la última oportunidad que les doy. Ahora que sabes la verdad, estoy seguro de que lo convencerás para desistir en David. No hay razones por las que tienen que hacerlo, él no lleva su sangre, no es su familia, no es nada de ustedes.
Me encogí de hombros.
—Hagan una vida alejada de nosotros. Abandonen el Estado, cambien sus nombres y desaparezcan.
—¿Cómo sé que no es una trampa?
—Nada ganaría al deshacerme de ustedes, Melanie, he entendido que no tienen la culpa de esto. Mi cuñada no podía concebir, así que un día mi hermano solo llegó con dos bebés y dijo, «Estos serán mis hijos. Punto». Ustedes no pidieron llegar aquí y yo no podría hacerles pagar por eso.
—Entonces, ¿me dejarás ir?
—Mañana mismo te irás.
No le creí. No después de todo lo que pasó en la casona, pues, así como él había logrado conocerme durante el tiempo en el que vivimos juntos, yo había conseguido conocerlo también.
—Pero si vuelvo a tener noticias de ustedes, no tendré piedad, Melanie.
Agaché la cabeza.
Muchos eran mis pensamientos en esos instantes. Eran muchas cosas las que yo quería.
Después de veinte minutos, él se puso de pie, tomó su saco y sostuvo un maletín negro.
—Estás en tu casa. Siéntete libre de pasear o caminar por aquí. Las únicas dos condiciones son: no intentes escapar y no husmees en las habitaciones.
—Me dejarás ir, ¿cierto?
—Si sigues preguntando no lo haré.
Agaché la cabeza, él colocó una de sus manos en mi hombro para encaminarnos a la salida. Al abrir la puerta vi un enorme camión estacionado frente a ella, parecía ser de los de servicio de limpieza, quienes se encargarían de arreglar todo el alboroto que la fiesta dejó.
Dante hizo caso omiso, pero no fue tonto, se aseguró de que fueran los que él había contratado. Después de eso, volvió a despedirse.
Regresé hasta el jardín para sentarme y pensar en todo lo que había pasado. Pensar en abandonar a David. Entender las mentiras de Gabriel. Saber quién soy.
Volví a ponerme de pie.
Eran las ocho de la mañana, Dante fue a trabajar, eso significaba que aún me encontraba dentro de Hidforth, de lo contrario, él habría salido mucho más temprano ya que era demasiado puntual para todo.
Visualicé con disimulo los alrededores, encontrándome solo con árboles y arbustos.
El sonido de un helicóptero se fue acercando. Recordé el tema del helicóptero que consiguió Raúl. Podría ser el mismo, podrían ir por mí después de todo.
Alcé mis ojos al cielo con muy pocas esperanzas de ser vista.
—Señorita... —Un muchacho, tal vez de veinte años, me tomó del brazo para llevarme dentro de la casa—. Puede ser peligroso.
—¿Peligroso? No parecía estar querer estrellarse.
—No. No necesariamente por eso.
Entendí el punto. Dante tenía muchos enemigos, así que sus hombres eran muy desconfiados.
Volví a pasearme dentro de la casa, pero con el escolta siguiéndome.
—Puedes retirarte. Estoy segura aquí.
—El Coronel me ordenó estar pendiente de usted.
Era de esperarse.
La sala estaba llena de todo el personal que había llegado para limpiar el desastre.
Fui hasta el pequeño teatro recordando lo que pasó.
Los Ávalos nunca fueron mi familia, tampoco fueron la familia de Gabriel, solo nos usaron por si no llegaban a tener un hijo. Y lo tuvieron.
David era el verdadero primogénito, mientras que mi supuesto hermano y yo solo fuimos impostores.
¿Cómo Gabriel lo supo? ¿Por qué no me lo dijo?
No podía renunciar a mi hermanito tan fácilmente, y me rehusaba a vivir sabiendo que estaba adentrándose en un mundo que terminaría por convertirlo en uno de los criminales más peligrosos para la sociedad.
—¿Melanie?
Esa voz se me hizo familiar, demasiado familiar. Di media vuelta y me encontré con los alegres ojos verdes de Kevin Velarde, un antiguo compañero de la secundaria.
—¡Qué gusto verte! —intentó acercarse, pero el hombre que me acompañaba se lo impidió.
—No, está bien, es mi amigo —intervine.
—Las órdenes fueron claras, ningún extraño puede estar cerca.
Kevin me miró desentendido y yo no pude explicárselo. El tipo me tomó del brazo para alejarme de él. Como última alternativa, le dirigí una mirada suplicante que entendió, pues su rostro comenzó a mostrarse preocupado.
Mi amigo estaba vestido como todos los de limpieza, desvió su mirada y continuó levantando las enormes bolsas de basura, permitiéndome tener algunos recuerdos de años atrás, en donde tenía la misma labor, pero en el colegio.
El sujeto y yo llegamos a la cocina.
—¡Rápido! ¡Prendan ese aparato! —ordenó la ama de llaves a una muchacha, esta obedeció y fue hasta el televisor para prenderlo.
—Caos en Hidforth. Tras declarar como «falsa» la información que se transmitió en un video hace unos cuantos días, el alcalde de Hidforth fue hallado muerto en su domicilio. Aparentemente, el ex gobernador habría terminado con su vida a causa de un disparo en la cabeza. En una nota previa al acto, escrita con su puño y letra, reconoce haber cometido los actos de pedofilia de los cuales se le acusa, además, dejó una larga lista de personas implicadas en casos similares. Asimismo, el Coronel Dante Ávalos mostró apoyo a los habitantes del pueblo en la entrevista no planificada que brindó hoy a nuestro programa.
Al instante apareció Dante hablando.
—Esto no se quedará así. Los consejeros y yo tomaremos cartas en el asunto y llegaremos hasta las últimas consecuencias.
—¿Usted cree que el alcalde realmente era responsable de lo que se le acusaba?
—No puedo afirmar nada ahora, eso se verá cuando logremos tener resultados de las investigaciones.
—Las personas han empezado a hacer protestas en el pueblo, Coronel, exigen una investigación a fondo ya que la lista que el alcalde dejó está circulando por todos los medios, en ella hay nombres de personas importantes e influyentes, ¿qué puede decir sobre eso?
—Solo pido que la violencia no se fomente, nada es claro, así que mantengan la calma.
—En otras noticias, «El Cazador», una armería muy reconocida, denunció esta mañana haber sufrido un robo en el cual se perdieron valiosas armas, entre ellas escopetas e inclusive ametralladoras. La policía está haciendo las indagaciones correspondientes. Por otro lado, se han reportado la presencia de cuervos muertos alrededor de las calles que rodean el departamento policial, no hay explicaciones para este suceso. ¿Qué es lo que está pasando en Hidforth? ¿Algo o alguien ha despertado? Son muchas preguntas y muy pocas respuestas. Seguiremos informando.
No eran casos separados. Todo tenía relación.
Me están buscando.
—La que se nos va a armar cuando el patrón llegue. —La voz de la ama de llaves captó mi atención.
Estaba hablando con sus compañeras mientras que yo continuaba con mi mirada perdida, siendo observada por el hombre que no parecía querer despegarse de mí.
—Debe estar echando chispas... —agregó.
—Por suerte los limpiadores están aquí, así que, si se le ocurre romper todo lo que encuentre, el trabajo ya nos será para nosotras. —dijo otra.
—Amarren bien su cabello, muchachas, puede arrancárselos —bromeó la señora.
—¿Él las maltrata?
Todas se espantaron al oír mi pregunta, voltearon a verme y parecieron ver al mismísimo demonio.
—Señorita —El ama de llaves llegó hasta mí para tomarme de las manos—. Nosotras no hablábamos del Coronel... No sé lo que haya escuchado, pero debe ser un error, jamás haríamos...
—Tranquilícese —le pedí haciendo que se sentara—. Yo no diré nada.
Ellas se relajaron, pero de inmediato voltearon sus ojos al hombre que me acompañaba.
—Tú tampoco lo harás, ¿cierto? —le pregunté a él.
Este solo asintió y mantuvo silencio.
—Entonces, ¿él las maltrata? —volví a cuestionar.
—No...
—¿Qué dices, Romina? ¡Claro que nos maltrata! Somos como su cojín de la ira. Se desquita con nosotras cada vez que está de malas.
—¿Les pega?
—¡Eso y más!
—¿Y por qué no renuncian?
—¡Madre mía! De hacerlo tendríamos que irnos del pueblo también —manifestó el ama de llaves—. ¡Él es dueño de todo! Se aseguraría de que nadie más nos dé trabajo.
—Pero ustedes quieren dejar esto, ¿o no?
Miraron al tipo que seguía presente, sintiéndose inseguras, y no respondieron. Sus rostros se encargaron de contestar por ellas y volvieron a sus quehaceres.
Tan solo el ama de llaves, quien era Romina, se me quedó viendo.
—¡MELANIE!
La voz de Dante nos sobresaltó.
¿Qué hacía allí? ¿Por qué regresó?
Su ojo visible estaba inyectado en sangre, y apenas estuvo cerca de mí golpeó con fuerza una de mis mejillas, haciendo sangrar ligeramente una esquina de mi boca.
Me tomó del cabello para obligarme a mirarlo.
—¡¿QUÉ ESTÁN HACIENDO?! —gritó furioso—. ¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁN HACIENDO?!
—No lo sé...
Otro golpe fue a dar en el mismo lugar enrojecido.
—¡TÚ LO SABES! —afirmó—. ¡¿QUIÉN MATÓ AL ALCALDE?! ¡¿QUIÉN DIFUNDIÓ ESA LISTA?!
—No tengo idea de lo que me hablas...
No soltó mi cabello, al contrario, tiró de él para obligarme a salir de ahí.
—Señor... —Romina intentó acercarse, pero de un solo empujón la dejó en el piso.
Me llevó al jardín y me tiró encima del césped, le quitó el arma al sujeto que me custodiaba y me apuntó.
—Dante...
—¡¿QUÉ ES LO QUE SABES?!
—Nada... Yo no sé nada...
Recargó la pistola sin bajar el brazo.
—¡Te lo juro! —comencé a llorar—. Yo no sé nada...
—¡DEJA DE MENTIR! —reclamó empezando a patearme—. Iba a dejar pasar todo lo que hicieron hasta ahora. Mi ojo, el video del alcalde, incluso la masacre en La Casona. ¡Pero esto es demasiado! ¡¿CÓMO PUDIERON MATARLO?!
—¡NO LO SÉ! ¡Gabriel nunca me contó sus planes! ¡Me mantuvo apartada de todo! ¡Me ocultó lo de mi familia! ¡No confió...!
—¡CÁLLATE! —volvió a golpearme.
Permanecí inmóvil, escupiendo la sangre que brotaba en mis labios, y sentí cómo los puntos que tenía en la espalda fueron rompiéndose uno por uno.
¿La masacre en La Casona?
Mis ojos se vieron atraídos por todas las personas que observaban lo que pasaba, pero no se animaban a intervenir.
La silueta de un Kevin horrorizado me hizo entrar en profunda miseria.
Me miró con lástima. Sus ojos vidriosos me traspasaron y creí que esa sería la última vez que lo vería.
Quise arrastrarme hacia él, pero mi cabello volvió a ser retenido por Dante.
—Puedes hacerte la idea de que NUNCA volverás a salir de aquí. —sentenció después de tirarme dentro de la habitación a la cual me llevó a rastras.
—¡YO SALDRÉ! —le grité sin miedo—. ¡Y REGRESARÉ PARA MATARTE! —añadí dispuesta a cumplirlo—. Vas a arrepentirte. Vas a arrepentirte por todo.
Él solo sonrió con despreocupación, pero la ira seguía presente en sus ojos.
Dio media vuelta y cerró la puerta con llave.
Golpeé la entrada con rabia. Rompí cortinas, telas, muebles, rompí todo, no me importaba que él regresara. Si quería matarme no me iba a resistir.
Me arrinconé en una esquina del cuarto, desde ahí podía ver el sol ocultándose hasta que todo estuvo oscuro.
No dormí. No podía dormir.
La pared se manchó de la sangre que mi espalda expulsaba debido al contacto que tuvo con ella.
Sentía cómo moría lentamente, aunque mi alma ya estaba muerta.
El mismo sol volvió a aparecer frente a mis ojos cansados que lo recibían entreabiertos.
—Tiempo.
¿De verdad Darío Ávalos fue sincero y solo se trata de eso?
Tenía claro que nada ni nadie iba a convencer a ese hombre para que cumpla su palabra y me deje ir. Pero, sobre todo, tenía claro que no podía seguir esperando ser rescatada.
—¿Ven a esta ave? De no haber tenido el tiempo suficiente dentro del cascarón, ella habría muerto.
Mis reflexiones me llevaron a compararme con aquellas aves. Yo había sido obligada a romper el cascarón aún sin estar lista.
—De eso se trata. De tener tiempo para continuar sobreviviendo.
Mi tiempo me había sido arrebatado. Pero mis ganas de sobrevivir no.
Me armé del valor que no supe de dónde saqué y tomé una de las decisiones más significativas a lo largo de mi vida.
Debo escapar.
No.
Yo voy a escapar.
Planeé durante algunas horas la manera y le di inicio cuando alguien abrió la cerradura de la puerta. El sujeto que se encargaba de cuidarme asomó la cabeza, permitiéndome romper el último jarrón que estaba intacto sobre ella.
Cayó en el piso inconsciente, el ruido fue terrible, así que supuse que más de uno lo escuchó. Me apropié de su arma, que, para mi buena suerte, contaba con silenciador. Arrastré el cuerpo dentro de la habitación y antes de que pudiera salir, tuve a los ojos verdes enfrente.
—¡INOCENTE! —gritó deteniendo su paso al ver que lo apunté con la pistola.
—¿Qué estás haciendo?
—Iba... Iba a rescatarte.
—¿A mí?
—¡¿PUES A QUIÉN MÁS?!
Escuchamos pisadas, lo que nos obligó a encerrarnos en un cuarto paralelo. Era la biblioteca personal de Dante.
Mi respiración se agitó, pero estaba decidida a salir de allí cueste lo que cueste.
—Mel...
—Cállate, estoy pensando.
Fui a una de las ventanas, el cielo estaba nublado y pronto podría haber una tormenta. Nada conveniente.
—Melanie...
—Que te calles.
Caminé hasta el escritorio buscando algún tipo de información que fuera relevante, quizá un mapa.
—¡Melanie!
—¡¿Qué demonios...?!
El pestillo comenzó a moverse y mis nervios hicieron que todo mi cuerpo temblara.
Kevin me tomó del brazo y nos ocultamos bajo el pupitre.
—Iba a decirte que yo no soy limpiador.
—¡¿Qué?!
—¡SHHH! Baja la voz. —ordenó susurrando—. Mi equipo y yo estamos aquí por un robo.
—¿Un robo?
—Sí... Es que... Maldición, odio tener que contarte esto. Yo no soy un ladrón, ¿de acuerdo? Yo solo...
La puerta volvió a temblar.
—¿Tú solo...?
—Te lo explicaré después.
Sacó su propia arma y se puso de pie.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—¿Vienes conmigo? ¿O te quedas aquí?
No lo pensé dos veces. Me puse de pie y ambos caminamos hacia la puerta, apuntando a quien fuera que estuviera detrás.
Después de unos segundos, esta se abrió y cuando quise apretar el gatillo, el rostro de Romina aterrorizada me detuvo.
Kevin soltó un suspiro de alivio.
—¿Romina?
—Señorita...
—No entiendo nada.
—Después lo va a entender. Ustedes solo dense prisa, ya todos están listos.
—¿Todos?
Kevin me tomó del brazo y caminamos por el pasillo, llegando a la sala que estaba vacía.
El jardín estaba rodeado por la gente de Dante y salir sin ser vistos era una tarea imposible.
—Estamos listos. —Mi amigo habló por radio a quién sabe quién, y, con lentitud, fuimos acercándonos a la primera puerta.
Al abrirla, Romina salió con normalidad, pues nadie sospechaba de ella. Llegó hasta la segunda puerta y desapareció.
—¿Cuál es el plan? —le pregunté a Kevin, quien iba cargando su arma con más municiones.
—Si salimos ahora, nos matarán. Bueno, más a ti.
—¿Entonces?
—Espera.
Mi impaciencia fue atormentándome.
—Inicien. —ordenó mi acompañante, volviendo a hablar por radio.
—Cuenta regresiva. —Una voz salió del pequeño aparato—. Diez, nueve...
Kevin se adueñó de mi mano, me miró a los ojos y habló:
—Dispárale a todo el que nos siga.
—Siete...
—¿Disparar? ¿Por qué cuentan?
—Cinco...
Él me dio un último abrazo para después caminar hasta la puerta sin soltarme.
—Nunca te agradecí por todo lo que hiciste por mí —se lamentó.
—Cuatro...
—Gracias. —añadió ignorando mi rostro confundido.
—Dos...
—Es bueno volver a verte, Melanie.
—Uno.
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