19 | La miseria de mi conciencia.
Fabio.
—Nadie que acabe con sus propios padres tendría corazón.
—No lo tengo.
—Claro que lo tienes, Saravia, de lo contrario no podrías vivir.
—Entonces explícame por qué no siento que está dentro de mí.
—Se manifestará en cualquier momento frente a alguna circunstancia.
—¿Qué tipo de circunstancia?
—La misma que involucre sentir cariño por alguien alguna vez en tu miserable vida.
—¿Cuándo será eso?
—¿Yo qué sé? Imagino que cuando encuentres un amigo a quien querer o a una compañera a quien...
—No te atrevas a decirlo.
—Algún día ese órgano se hará presente frente a lo que sea que pase y verás que sí está ahí.
Alejandro Vercelli tenía razón. Ese órgano empezó a dolerme. Ese mismo órgano me hizo despertar.
—¿Fabio?
Abrí los ojos, encontrándome con los verdosos iris de Marina.
—¡Ay, dios mío! —se limpió la nariz—. ¡Despertaste!
Me reincorporé en la cama y me vi en medio de un... ¿Hospital?
Levanté las sábanas que me cubrían e intenté ponerme de pie.
—No, no, no, ¿qué estás haciendo?
—Se llevaron a Melanie.
—Sí, Santiago nos contó...
—¿Cómo está él?
—Bien, está en casa, recuperándose, no quiere que su hermano lo vea así... ¡¿Pero a dónde vas?! ¡No puedes levantarte, deben revisarte!
—Me siento bien.
—No importa, iré a llamar al doctor.
—No quiero sonar mal agradecido, Marina, pero no es muy inteligente traerme a un hospital teniendo en cuenta que soy un maldito prófugo.
—Y no es muy inteligente pensar que yo soy tan estúpida como para dar datos verdaderos de ti.
—¿No te pidieron mi identificación? ¿No te pidieron explicaciones de por qué tengo estas heridas?
—Pude arreglármelas junto con Raúl.
—Bueno, te lo agradezco. Ahora debo moverme por mí mismo.
—Deja al menos que te revisen, lo necesitas.
—Lo que necesito ahora está a kilómetros de distancia, no me hagas perder el tiempo.
La vi enfurecerse y adelantar su camino mientras yo terminaba de cambiarme.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me trajeron aquí? —le pregunté saliendo del lugar con rapidez.
—Un día.
—¡¿Un día?!
—Las heridas no son graves, fue tu culpa, tú tardaste en despertar.
Maldita sea.
Aceleré mi paso y llegué hasta la casa, encontrándome con los demás, quienes habían tomado «medidas» reteniendo a Johnny en un lugar apartado. No quise hablar con él, había cosas mucho más importantes en ese instante.
—¡¿Harás qué?! —cuestioné después de oír a Gabriel.
—Es Dante quien la tiene, Fabio. Lo dijo en televisión.
—¿El Coronel dijo en televisión que secuestró a su sobrina?
—No. No así —intervino su novia—. Sus palabras fueron: "Ven por lo que crees que te pertenece". Iban dirigidas a Gabriel y estamos seguros de que se refería a Mel.
—¿Así que por eso irán a buscarlo?
—¿Qué otra opción tenemos? Ni siquiera podemos seguir revelando más videos, él enloquecería y sería capaz de matarla para desquitarse.
—No pueden ir solos. A todas luces se nota que es una trampa.
—No iremos solos —desmintió Gabriel—. Raúl se dio la libertad de llamar a unos cuántos amigos tuyos.
—¿Amigos?
—¡Señor! —vi el rostro sonriente de Issac aparecer entre la cocina.
Colocó a un lado el plato de tostadas y se acercó a mí.
—Dejé instalados a los demás en un lugar seguro, vendrán apenas tengamos el plan listo. Ahora, dígame, ¿en qué nos estamos metiendo?
Todos me miraron y no supe qué responder.
—La última vez que estuvimos aquí perdimos a más de veinte hombres, ¿pasará lo mismo? —volvió a cuestionar.
Raúl regresó a mirarlo con cara de pocos amigos, obligándolo a notar mi incomodidad.
—Secuestraron a mi novia.
—Exnovia.
—Mi novia —repetí ignorando a Gabriel—. Fue hace casi un día.
—¿Sabe quién la tiene?
—El Coronel de este pueblo.
—Eso significa que están resguardados por los políticos y la policía.
—Descartemos al alcalde —intervino Gabriel—. Han abierto una investigación en su contra por el video que expusimos hace días. Es probable que lo destituyan y otro ocupe su lugar.
—Estamos a puertas de nuevas elecciones, no creo que uno de sus consejeros asuma su cargo, esperarán a que el gobierno termine para elegir a uno nuevo.
—Bueno y eso ¿qué? Un gobierno nuevo no acabará con lo que está pasando aquí, y, peor, no nos ayudará a ir por ella, así que no se desvíen del tema. —reclamé sintiéndome ofuscado.
Regresé a ver a Issac y tuve que asumir la responsabilidad de todo lo que había pasado.
—Siento mucho haberte quitado a tus amigos, jamás quise que murieran.
—Está bien, señor, no tiene...
—Y sé que lo que te doy no podrá compensar lo que has vivido.
—No diga eso, lo que me da es mucho más de lo que merezco.
—Aun así, mi cuñado tiene razón, esto no acabará nunca —volví a escuchar a Gabriel gruñir—. Solo quiero que tengas presente que tú no eres un simple trabajador. Eres mi amigo, tú y todos los demás somos amigos, por lo que voy a protegerlos en esta y otras desgracias que estén por venir.
—Señor, si sigue me hará llorar.
—Gracias por acompañarme en este tipo de circunstancias. —terminé de decir.
Él asintió y bajó la mirada.
Terminé de recordar el día en el que lo encontré. Fue un sicario desde siempre. Entrenado desde los doce años para servir a cierto narcotraficante que tenía a su familia.
Logré liberarlo, a él y a todos. Tenía razones para huir, pero decidió quedarse para permitir que su familia escape a otro lugar del continente, asegurándose de que no los siguieran.
Nunca me arrepentí por haber gastado ciertas cantidades de dinero ayudando a personas con las mismas condiciones, después de todo, lograban retribuirme de alguna manera. Tampoco hablaré de los tratos que tenía con ellos, pues sabían que, a comparación de un narcotraficante o un mafioso como jefe, yo era mil veces mejor y más piadoso. Aunque, en lo personal, no me auto consideraba de esa forma.
—¿Conoces el lugar en el que te citó? —le pregunté a Gabriel.
—Lo conozco. Está a las afueras de la ciudad, lo veré ahí mañana al anochecer.
—De acuerdo. No siempre existirá la posibilidad de que lleve a Melanie consigo, así que podemos usar eso como una distracción. Mientras tú estés con él, nosotros iremos por ella.
—Pero, ¿cómo sabremos dónde está?
—Yo me encargo.
Salí de la vivienda acompañado por Raúl, el cuerpo me dolía y las heridas me impedían desplazarme con mayor rapidez. Matteo podría rastrear el teléfono de Melanie, por suerte, su casa no estaba tan lejos, sentí que apenas di dos pasos estuve frente a ella.
Fui el primero en llegar dejando atrás a mi amigo. La puerta estaba entreabierta, la abrí por completo esperando ser recibido por Pipo o Sophia, pero ninguno se acercó.
Llegué hasta la entrada de la cocina y me encontré con los cuatro cuerpos.
Tuve la necesidad de apoyarme en el marco de la puerta para terminar de digerir lo que mis ojos veían. Raúl colocó la palma de su mano en uno de mis hombros, intentando fortalecerme, pero no sirvió de nada.
Mis ojos se humedecieron y los vi reflejados en el vidrio que protegía la fotografía familiar, la misma en la que yo también estaba.
—Usar mi apellido es una locura.
—Ninguna locura, señor, todos a los que usted ha ayudado y yo pertenecemos a la familia Saravia. Uccidi per lei. Morire per lei. (Matar por ella. Morir por ella.)
El lugar estaba destrozado, se habían llevado todo lo que Matteo ocultaba, todo lo que estaba dispuesto a, literalmente, defender con su vida. Incluyendo su familia.
Ellos muertos. Melanie secuestrada. Sin un rastro qué seguir. Sin más ayuda.
—Provocaste el asesinato de una familia inocente.
—Dijeron que nada pasaría...
—¡Idiota! —Gabriel golpeó a Johnny, haciéndolo caer de la silla en la que estaba amarrado—. ¡Mi hermana era tu mejor amiga! ¡Confiamos en ti!
—¡Ellos tenían a mi madre!
—¡Nosotros te hubiéramos ayudado!
—¡¿Ustedes?! ¡¿Qué hubieran podido hacer ustedes?! ¡Ni siquiera han recuperado a David!
—¡CÁLLATE!
Fue contra él otra vez desahogando su rabia, y no lo juzgo, yo también tenía ganas de hacerlo, pero no era el momento, no para mí.
Ella no estaba. Su voz irritable y desesperante ya no estaba.
Había silencio, pero ese tipo de silencios que duelen. Y tuve que dejar esa lucha interna que llevaba dentro durante varios meses para aceptar que no quería silencio, no de esa manera, no sin ella.
—¿A dónde vas?
—¡A buscar un maldito hacker!
Gabriel no protestó, me ignoró y siguió golpeando a John. Tomé las llaves y salí de casa para llegar hasta la acera en dirección al auto.
—Fabio...
—Tu novio está adentro, Nora.
—No, debo decirte...
—Ahora no.
—Es importante.
—Necesito buscar a alguien, hablamos después.
—Un hacker, ¿cierto?
—Sí.
Encendí el motor y me puse el cinturón.
—Vas a perder el tiempo.
—Con todo respeto, eres tú quien me está haciendo perder el...
—¡Descubrí algo!
—Díselo a Gabriel.
—¡FABIO SARAVIA! —me gritó con enojo—. ¡ESCÚCHAME AHORA!
Dejé el motor encendido y le presté atención.
—Hablé con Santiago, le conté sobre el teléfono y él puede ayudarnos, bueno, más bien su hermano.
—¿Qué puede hacer su hermano?
—Estudió algo relacionado a la informática, me dio su dirección, dijo que era muy bueno localizando líneas telefónicas.
—Y, ¿qué tal si es otra trampa?
—¿Qué otra trampa podría ser? Si quisieran traicionarnos lo habría hecho desde hace mucho tiempo, además, ¿por qué razón Santiago hubiera arriesgado su vida para defenderte a ti y a mi cuñada?
Desvié los ojos al camino. De no seguir su consejo lo único que habría hecho era vagar buscando a personas desconocidas, que posiblemente también me habrían jugado en contra.
—Dame la dirección.
—Te acompañaré.
—¿Por qué?
—¿Ya te viste? Pareces un zombie. Puedes matarte o matar a alguien.
Subió y al instante aceleré, siguiendo las indicaciones que ella me iba dando. Llegamos a un conjunto de callejones, eran los mismos en los que la volví a ver, cuando quisieron dormirla.
Arrinconé a Nora contra las paredes, evitando que alguno de los drogadictos que estaban en la zona la miraran siquiera. Seguimos caminando hasta que ella me señaló una pequeñísima puerta de madera que se encontraba al fondo del callejón.
—¿Él ya sabe que su hermano está herido?
—No, Santiago me pidió que se lo dijera.
—Bien, no lo harás.
—¡¿Qué?!
—Se lo dirás cuando termine de ayudarnos.
—¡¿Por qué?!
—Porque si se entera ahora tal vez enloquezca y perdamos más tiempo.
Ella estuvo de acuerdo. Se acercó hasta la puerta y dio tres toques, logrando que un muchacho delgado saliera.
—Buenas tardes.
—¿Rodrigo?
—Sí, soy yo.
—Venimos de parte de tu hermano Santiago, él dijo que tú podrías ayudarnos a rastrear un teléfono.
El joven asintió y nos indicó pasar.
—¿Qué tipo de teléfono?
Le di detalles, ahorré los percances de la situación y evité mencionar las circunstancias.
—¿Es urgente?
—Demasiado.
—Según dices, has perdido los registros en donde la información se almacenaba y conseguir nuevos va a ser muy difícil.
—¿Cuánto tardará? —le preguntó Nora.
—Tres o cuatro semanas.
Golpeé la mesa con enojo, haciéndolos saltar.
—Lo siento...
—Lo que pasa es que esto es una emergencia. De vida o muerte.
—Entiendo, pero estamos empezando desde cero, no tenemos nada, y, por lo que veo, el teléfono ni siquiera está encendido.
—Te pagaremos bien.
—No es por el dinero, yo podría hacerlo incluso gratis, pero la dificultad del asunto es un problema.
—¿Hay alguna forma de acelerarlo?
—Solo queda esperar a que alguien encienda el teléfono.
—¿Y si nunca lo encienden?
—Denme un día, buscaré maneras de poder rastrearlo aunque esté apagado, pero no les prometo nada.
—Gracias.
Él hizo un ademán y nos invitó a sentarnos.
—¿Cómo conocieron a mi hermano?
Nora y yo nos miramos, era hora de decírselo.
—Respecto a tu hermano, debemos llevarte con él.
—¿Llevarme? ¿Por qué?
—Es difícil de explicar. Acompáñanos.
—¿Quién me garantiza que no son asesinos seriales?
—Mírala —me quejé señalando a Nora—. ¿Le ves cara de asesina?
Él se quedó en silencio, agotando mi paciencia.
Me dirigí a la puerta con Nora detrás de mí, diciendo palabras que no entendí.
Jamás había sentido la ansiedad que tenía en esos momentos. Había muchas cosas que quería hacer, pero no sabía por dónde comenzar. Solo habían pasado dos días y parecían convertirse nuevamente en los años que pasé apartado de ella.
Subí al auto y, por sorpresa, Rodrigo accedió en ir con nosotros. Llegamos a la casa, el joven fue hasta Santiago y se enteró de todo.
—¡Ahora los recuerdo! —exclamó cuando se encontró cara a cara con Gabriel—. ¡Tú me disparaste!
Esperé un nuevo enfrentamiento, pero este nunca llegó.
El tiempo parecía transcurrir en cámara lenta, tanto así que volví a desesperarme.
—Si tú mueres primero, ¿qué quieres que yo haga?
—Perdonarme por no haberte esperado.
Muy pocas son las cosas que me han causado arrepentimiento, pero en esos instantes, me arrepentía de no haberlo matado cuando apenas lo conocí.
Regresé a él. La rabia parecía ahogarme y solo había una manera de deshacerme de ella.
Seguía tal como lo dejé, con el rostro herido a causa de los golpes de Gabriel y las manos atadas hacia atrás con cadenas.
Noté cómo su cuerpo volvió a tensarse apenas me vio, su respiración se aceleró observando a mis manos, las cuales jugaban con el mismo cuchillo que él usó.
—Yo no quería —se excusó viendo que me acercaba—. Dijeron que no la iban a lastimar. Solo hablarían con ella... La convencerían de parar esto. —agregó con más angustia—. Fabio...
Mis ojos estaban completamente enfocados en el cuchillo.
—No creí que esto iba a pasar —volvió a decir—. Podemos ir por ella, ¿eh? Puedo ayudarte a ir por ella, juntos...
El cuello se le dobló a causa de la fuerza de mi golpe.
Volvió a reincorporarse, escupiendo la sangre que salió por uno de sus labios.
—Dijiste que la querías —encaré—. Lo que le hiciste es una extraña manera de demostrarlo.
—Ellos... Ellos tenían a mi madre. No tengo a nadie más que ella en el mundo.
—No hay razón para justificar un tipo de traición como la tuya.
—¿Qué habrías hecho tú si tu madre estuviera en peligro? ¿La hubieras reemplazado por Melanie? ¿Habrías sido capaz?
—Mi madre me esclavizó toda mi vida para convertirme en lo que ella no pudo ser, me quitó mi infancia, mi adolescencia; me quitó el amor y ni siquiera me dio el suyo. Entonces soy el menos indicado para hablar sobre una madre —Me pegué más a su rostro—. Yo maté a la mía.
Sus ojos se horrorizaron y aumentó la desesperación con la que deseaba liberarse.
—Por favor...
—Le prometí a Gabriel que dejaría que él te mate.
—No... Te lo suplico...
—No creo poder seguir controlándome.
—Fabio... Podemos solucionarlo...
—Ella puso las manos al fuego por ti, Johnny.
—Fabio... —volvió a entrar en pánico al ver que le mostré un encendedor—. ¡Por favor!
—Te defendió de todos, incluso de mí —añadí perdiendo la calma—, y la traicionaste.
—Yo... No quería... Me amenazaron...
La pequeñísima llama de fuego se vio reflejada en sus ojos.
Su respiración seguía agitada. Sus ojos no se desviaban del encendedor, mientras que yo comenzaba a sentirme débil.
—Eres el primer hombre que ha logrado herirme sin usar algún tipo de arma.
Regresó a mirarme con miedo, el mismo miedo que yo solía disfrutar, pero que en esos momentos solo aumentaba mi frustración.
Me senté a su par como si fuéramos dos buenos amigos a punto de iniciar una charla. Volví a abrir el encendedor y lo llevé hasta la parte trasera de la silla, colocándolo debajo de sus manos.
Las cadenas se calentaron.
—¡FABIO!
—Si me das información valiosa tal vez te deje vivir.
—¿Qué...? ¿Qué quieres saber?
—Todo.
—Te contaré, pero... ¡ME DUELE!
—Habla.
—Me buscaron... Me buscaron cuando regresé del canal de televisión... Aquel día, cuando transmitieron el video y... ¡ARDE!
—Continúa.
—Primero fueron amables... Pero... ¡FABIO, POR FAVOR!
—¿Pero?
—¡Supieron que yo no los ayudaría por las buenas, así que me amenazaron!
—¿Con qué?
—¡Con mi madre, ya te lo dije! ¡QUITA...! ¡QUITAME ESO!
—Entonces de esa manera te convencieron.
—S-sí...
—Y luego, ¿qué pasó?
—La busqué, pero me dijeron que te la habías llevado fuera del pueblo... Intenté llamarla y su teléfono estaba apagado...
—Después, ¿qué hiciste?
—Yo... ¡ME ESTOY QUEMANDO!
—¡¿QUÉ HICISTE DESPUÉS?!
—¡ENTRÉ EN DESESPERACIÓN! Creí que tú ya sabías lo que yo planeaba y por eso te la llevaste.
Me sentí como un imbécil.
—Pero cuando lo intenté por última vez, ella contestó y quienes estaban conmigo rastrearon la llamada, dando con la casa de Matteo, fue ahí en donde ella me respondió.
—Entonces así llegaron hasta Matteo.
—No era mi intención, el objetivo era dar con la casa en donde ustedes se escondían... Yo no sabía... ¡YA NO PUEDO MÁS!
Le quité el encendedor.
La nariz comenzó a dolerme mientras mi garganta empezaba a formar un nudo que me impedía respirar.
—Por tu culpa mataron a una niña de siete años, a su madre y a su padre. Ellos eran parte de mi familia.
—Fabio...
—Habían logrado sobrevivir a la asquerosidad que una mafia les provocó e hiciste que los mataran.
—¡Yo no lo sabía!
—¿Y crees que eso disminuye tu responsabilidad?
Agachó la cabeza respirando lento. Vi sus manos, estaban rojas, como si en cualquier momento fueran a explotar.
—Ten piedad...
Bajé la mirada también, dejando escapar un largo suspiro.
—Entiendo lo que sientes, John. Ni yo mismo tengo idea de cómo he logrado sobrevivir tantos años alejado de ella —me sinceré mirándolo a los ojos—, pero estoy seguro de que tú no me entenderías a mí. Hace unos cuantos días pensé en lo que haría cuando no la tuviera conmigo y me sentí ridículo al creer que destruiría el mundo matando a todos, convirtiendo hasta la última piedra en polvo.
Respiré trayendo el recuerdo de su rostro.
—¿Qué crees que haré ahora?
—Fabio...
—No me pidas piedad —establecí volviendo a sentir la calidez de mi sangre en las manos—, es lo último que mereces.
Me puse de pie y llegué a la mesa que se encontraba al fondo del lugar.
—¡POR FAVOR! ¡FABIO! ¡TE LO PIDO!
No hice caso, me mantuve concentrado en observar los desarmadores, las agujas y las tijeras enormes que habían sido un regalo de Matteo.
—Usaste la lengua para delatarla.
—Tenían... Tenían a mi madre...
Tomé las tijeras y volví a acercarme.
—Y ahora tienen a mi novia.
—Tú puedes ir por...
Apreté su mandíbula en medio de mis manos y lo obligué a abrir la boca.
—¡NO! ¡FABIO! —intentó resistirse, pero estaba muy débil.
—Matteo era un buen hombre. Siempre fue leal a mí pese a todo.
Saqué su lengua y paseé los filos de la tijera en medio de ella
—Tenía una esposa que lo quería y permaneció junto a él, aunque su vida era un desastre. Sophia, su hija, iba a ir a la escuela como una niña normal y, por primera vez en mucho tiempo, dejaría de ocultarse de todo el mundo.
Siguió peleando, pero yo era mucho más fuerte al sostenerlo.
—Compré su uniforme. Compré sus cuadernos. Yo sería quien la acompañaría en su primer día. —Los ruidos que expulsó al sentir el primer corte fueron desesperantes—. Y el perro. Mi perro.
No. Nuestro perro.
La sangre empezó a manchar mis manos.
—Te quitaré la lengua, solo eso, y, para que no tengas miedo, te sugiero pensar en ellos. Piensa en ellos, John, imagina que Matteo, su esposa y esa niña no tuvieron miedo cuando los ejecutaron. Piensa en que Melanie no tiene miedo ahora, después de todo, estás muy seguro de que solo hablarán con ella. ¿No?
Las lágrimas cayeron por sus mejillas mientras tragaba parte de la sangre.
—Eso es lo que estoy haciendo contigo. Hablar y acordar que tú no tienes la culpa, es tu lengua sobre la que recae toda responsabilidad. —añadí.
Dejó de moverse, mas su llanto seguía ahí, hasta que la voz de Nora anunció su presencia.
Me había seguido. No mostró sorpresa ni miedo, solo estiró la cabeza tal niña curiosa, dirigiendo sus ojos a la boca del tipo.
—¿Cómo estás tan seguro de que no nos acusará? —me cuestionó.
—Porque se lo dejaré a Gabriel y dudo mucho que lo deje ir.
Fue entonces que mostró cierta inseguridad.
Me puse de pie, lavé mis manos y caminé fuera del lugar decidido a seguir con lo que faltaba.
Ella me acompañó después de cerrar todo y dejar al hombre dentro. Si se desangraba o logra estabilizarse, me daba exactamente igual.
—Fabio...
Volví a mirarla encontrándome con su rostro triste, recibiendo un abrazo que no sabía que necesitaba.
De esa manera entendí que no solo Gabriel y Nora habían perdido. Yo era uno más.
El corazón que creí inservible me dolía, me dolía de forma angustiante y fingir que no era así solo empeoraba la situación.
No entendía por qué no poseía la facilidad de llorar cuando algo me lastimaba. Llegué a odiar el simple hecho de no poder expresar mis emociones.
Pensé en lo que pasaría conmigo si ya no la volvía a ver, imaginándola muerta, similar a las visiones que tuve de ella cuando estuvimos en Córmac. Ni siquiera podía mirarla sin ver heridas inexistentes en su cuerpo.
—La vamos a encontrar. —me consoló Nora.
—¿Y qué pasará si no es así? ¿Qué pasará con Gabriel? ¿Contigo? —me detuve dando un respiro—. ¿Conmigo?
—No te adelantes a los hechos.
Negué con la cabeza. Hace mucho tiempo me adelanté a los hechos e intenté hacerme la idea de que algo así pasaría, pero nunca terminé de aceptarlo.
—¿Ella alguna vez te dijo si sentía cariño por mí? —inquirí.
—Llorar por alguien cuando te lastima, ¿significa que lo amas?
—¿No sabes qué es el amor?
—Sé lo que es el amor, Fabio, pero Gabriel nunca me ha hecho sufrir como tú hiciste sufrir a Melanie.
Sus palabras terminaron de hundirme en la miseria de mi conciencia.
—Él no me abandonó por diez años y tampoco me sedó, dejándome a merced del peligro.
—Yo no quería eso. He perdido tanto, Nora, no podía dejar que ella también se fuera. Por años estuve a su lado, esa niña significa mucho más para mí de lo que crees.
—Lo sé e intento entenderte, a ti y a ella. —aclaró con voz suave—. Vamos a encontrarla y va a perdonarte —volvió a decir buscando hacerme sentir mejor—. Melanie no es rencorosa, y si tú se lo explicas, lo entenderá.
Asentí, volví a encender el motor y regresamos hasta la casa. Ya no fuimos recibidos por Pipo ni por quien le salvó la vida. Los demás estaban dentro, pero había silencio otra vez.
El hermano de Santiago y Santiago los acompañaban. Este último no quiso tomarse días para descansar, aunque la herida que tenía no era mortal.
Rodrigo ya sabía todo, quiénes éramos, quién era Melanie y en qué estábamos metidos. Aun así, hizo lo que prometió.
Llamó, buscó y habló con muchas personas. Consiguió un par de ayudas, pero ninguna lograba localizar el teléfono.
Gabriel y yo fuimos por Issac y los demás. Durante todo el camino estuvimos en silencio, él aún seguía con cierto resentimiento por lo que hice y era justificable. Por mi parte, no podría fundamentar mis acciones si él me lo preguntaba.
Gabriel era una persona fría, nada parecido a Melanie. Jamás diría lo que siente, fuera bueno o malo. Evitaba relacionarse con más personas. Y, aunque pasó muchos años negándolo, claro que él tenía un temor y este se resumía en una sola palabra: Extraño.
Temía a lo extraño, no obstante, esa no fue la razón por la que él dejó su entrenamiento con EEIM, ambos sabíamos por qué lo hizo, es decir, por quién lo hizo.
Durante esa noche casi nadie durmió. Evidentemente, Gabriel y Nora eran los más afectados por lo que había pasado.
No puedo hablar de cómo me sentía en esos momentos ni de cómo me veían los demás porque no lo sé y tampoco importaba.
Suelo asimilar las cosas demasiado rápido. La velocidad con la que me recompongo frente a una pérdida es incomparable, quien no me conociera creería que yo nunca sentí ni el más mínimo aprecio por esa persona, pero ese día, durante toda la noche y toda la madrugada, solo pensaba en quienes se fueron, ella incluida.
Me dediqué a revivir lo que vivimos en esa habitación antes de que todo se arruinara.
—¿No has pensado en probar otros colores?
—¿Por qué debería?
—Porque con esto pareces la muerte andante.
No solo era una metáfora. A veces creía que, de verdad, yo era la muerte andante al ver que todo lo que se acercaba a mí, moría.
Reviví el momento cuando la besé por primera vez. Nos volví a ver encima de esa cama, hablando por horas sobre lo que habíamos pasado, escuchando los fracasos amorosos que ella había tenido, algunos la hacían reír, otros la hacían llorar, haciéndome ver que, en el fondo, aún era una niña inocente, mas no indefensa.
No se sorprendía con mis historias, pero siempre quería oír más, especialmente en las que yo era el héroe y no el villano.
Imaginaba que, con lo que hice, todo rastro de héroe que ella vio en mí, desapareció.
Nos volví a ver juntos, convenciéndome de no abandonar esos recuerdos, pues eran los únicos que me acompañarían cuando ella se fuera.
A la mañana siguiente, el ambiente seguía tenso, nadie comía, nadie hablaba. Nunca creí que les afectaría tanto.
Entendía el lamento de Gabriel y su novia, pero no entendía el de Raúl y Marina, ni mucho menos el de Santiago.
Melanie era el tipo de persona que podía sacar de sus casillas a cualquiera. Con su ausencia comprendí que ella formaba parte de nuestra unión.
Ella era ruido. Es por eso que nos inundaba el silencio.
Formaba parte de los cimientos de nuestra fraternidad y poco a poco, uno por uno, íbamos desplomándonos.
—Si me siguen mirando así me pondrán más nervioso. —se quejó Rodrigo al ver que todos, absolutamente todos, estábamos atentos a cualquiera de sus movimientos en la computadora.
Desviamos la mirada a otros puntos, intentando actuar con normalidad y no mostrar nuestra histeria.
—Estoy listo. —anunció Gabriel apareciendo ante nosotros.
—Issac te acompañará, permanecerá oculto junto a otros de sus compañeros en puntos específicos y nos informará de todo lo que vaya pasando.
Gabriel asintió.
—¿No llevarás tu arma? —le preguntó su novia.
—Es mejor no arriesgarme.
Ella lo miró por unos cuantos segundos hasta que rompió el contacto visual al abrazarlo.
—Te veré aquí en unas horas.
—¿Es una orden?
—Es una orden. —estableció ella.
Gabriel le dio un último beso. Caminó hacia la puerta junto a Issac y ambos desaparecieron.
—¿Qué haremos nosotros? —preguntó Marina en tanto se acercaba a Nora para darle cierta tranquilidad.
—Esperar. Necesitamos encontrar ese teléfono. —contestó Santiago.
La idea no era alentadora. Esperar debería considerarse una de las peores torturas para el ser humano.
—Mantén a los hombres listos —le ordené a Thomás, quien fue uno de los sujetos que Issac dejó a mi cargo.
Él obedeció y se fue.
Después de unas horas mi tensión aumentó.
—El Coronel llegó, señor. Pero no parece haber traído a su novia.
Dirigí mis ojos a Rodrigo y él sintió mi mirada ya que aceleró su trabajo.
—Dos hombres se han acercado a Gabriel Ávalos para revisarlo.
Nora tragó saliva.
—Están hablando. Esperaré alguna señal de su parte. —continuó Issac.
—Qué extraño —intervino Rodrigo.
—¿Qué sucede?
—El teléfono se encendió por unos segundos, pero volvió a apagarse. No me dio el tiempo suficiente para localizarlo con exactitud, solo sé que continúa dentro del pueblo.
Me empecé a sentir impotente.
—Confirmado, señor. Melanie Ávalos no está con el Coronel en estos instantes.
—¡Lo tengo! —gritó Rodrigo.
Anotó con desesperación en una hoja las coordenadas y Santiago se tomó la libertad de leerlas.
—¿Dónde está Mel? —inquirió Raúl.
—¿Dónde está? —insistió Marina al no tener respuesta.
E indispuesto a esperar, le arranché la hoja para verlo por mí mismo.
Todo se me juntó.
—¡Dios mío! —expulsó Nora cubriéndose los labios—. ¿Está en la Casona? ¿Ese miserable la llevó a la Casona?
—¡Thomás!
—Pero, ¿estás seguro? —le preguntó Raúl a Rodrigo.
—Es en donde el sistema me señala la ubicación.
Mis latidos no fueron los únicos que se dispararon.
—¡Es verdad! ¡Era una trampa! —gritó Issac con el sonido de varios balazos de fondo—. ¡Retirada! ¡Retirada!
—¿Una trampa? —se alteró Nora—. ¿Qué pasó? ¿Están bien? ¿Gabriel...?
—Los muchachos están listos para ir a donde usted diga, señor —me dijo Thomás.
—Fabio —intervino ella cortándome el paso—. ¿Qué sucedió? Necesito hablar con Gabriel. Quiero saber que está bien.
—No es posible.
—Por favor...
—Él te dijo que volvería, ¿no es así? Quédate aquí. No debe tardar. Dile a dónde fuimos. Dile que traeré a su hermana.
Ella no refutó. Asintió y me dejó seguir.
Tomé mi arma. Marina hizo lo mismo al igual que Raúl para ir y reunirnos con los demás hombres, siendo acompañados por Santiago.
—¿Solo quince? —cuestioné al verlos a todos.
—Fueron los únicos que aceptaron. Usted siempre dice que no debo traerlos en contra de su voluntad.
Unos cuantos se acercaron a saludarme puesto que ya me conocían, mientras que otros solo se mantuvieron en sus lugares, escuchando a Thomás hablar.
Este último me presentó, dijo el propósito por el que estaban ahí y negoció.
—Quince serán. —terminé de aceptar.
Conocían los riesgos y conocían el objetivo. La Casona estaba a las afueras de Hidforth, a unos veinte minutos de camino. Era el burdel preferido de todos los hombres poderosos, alcaldes, consejeros y oficiales.
Todo el mundo sabía de su existencia; sin embargo, nadie se atrevía a ir en contra de la inmoralidad que se cometía ahí. Nadie hasta ese día.
Planeamos todo en menos de media hora. Mis manos temblaban como nunca antes lo habían hecho. Mi respiración estaba agitada y tenía deseos de romper todo a mi alrededor de tan solo pensar en lo que le podrían estar haciendo.
Thomás y yo iniciamos el camino, siendo seguidos por los demás, llevando una carrera contra el tiempo.
—Señor, Gabriel Ávalos quiere hablar con usted.
—Ponlo en el altavoz.
Thomás hizo caso y, al instante, escuché la voz agitada de Gabriel.
—Él irá con ella. La matará.
Aceleré aún más, siguiendo la autopista rodeada de árboles que formaban un camino recto. Me detuve unos metros antes de llegar a esa casa, los demás hicieron lo mismo y, uno por uno, fueron bajando de los autos, tomando rumbos distintos para rodear el perímetro desde puntos invisibles.
Cada quien sostenía por lo menos dos armas, parecían estar seguros de que todo saldría bien; sin embargo, yo, por primera vez, me encontraba nervioso, indeciso y con un montón de emociones para nada convenientes.
Ejecutar un plan como este, con solo quince hombres.
Tal vez sí era muy descabellado.
Salí de mi auto también. No tenía idea de cómo había podido organizar todo eso en cuestión de minutos y tampoco tenía idea de lo que haría apenas esté dentro. Buscarla era la primera, segunda, tercera y última opción.
Caminé aparentando tranquilidad hasta que vi la fachada gris.
—Posiciones —pedí por radio a todos, sin detener mi camino.
Apenas yo entrara, el infierno iba a desatarse.
Nunca dejaba que alguno de mis hombres disparara primero, siempre era yo quien lo hacía, de esa manera cualquier enemigo que esté cerca pondría especial atención en mí, así que el primero en morir podría ser yo.
No recordaba de quién aprendí eso, pero se había convertido en una ley.
—A treinta metros. —me respondió Marina.
—A diez metros —le siguió Raúl.
—A quince metros. —se sumó Santiago.
Y así continuaron, hasta que oí la voz de Thomás, quien ya se había separado de mí.
—A siete metros.
Todos iban acercándose poco a poco, yo sería el último en dar mi ubicación y de acuerdo a eso cumplirían sus funciones.
Las manos comenzaron a sudarme. El conjunto de migrañas que había sufrido durante toda mi vida volvió a atormentarme en una sola, provocándome mareos y ganas de vomitar.
Continué caminando. El corazón iba rompiéndome el pecho, pero se calmó cuando saqué mi arma.
—A dos metros.
Dejé la radio encendida y apenas di el primer disparo contra uno de los cuidadores en la puerta, todos me siguieron, atacando desde diferentes puntos.
Liberé la entrada principal, permitiendo que los demás ingresen.
El factor sorpresa siempre era clave para que un ataque como ese resultase ganado; sin embargo, los hombres de esa casa también estaban muy bien armados y nos doblaban en cantidad. Los más jóvenes escaparon mientras que los corpulentos continuaron con su rebeldía, dando y recibiendo.
Santiago junto a Marina fueron abriendo el camino, permitiéndome buscarla al revisar cada habitación que había.
Raúl se encargó de las mujeres, protegiéndolas de la balacera y sacándolas del lugar.
Cuando casi todas las habitaciones habían sido revisadas y los disparos ya no eran muchos, llegué hasta el fondo de un pasillo, viendo los últimos cuartos vacíos.
Una de las paredes dejaba ver una grieta que evidenciaba una puerta oculta. Entre todos empujamos la barrera, quedando a nuestros ojos la silueta tendida en posición fetal de una temblorosa mujer desnuda y ensangrentada debido a sus heridas en la espalda.
Me acerqué y dirigí su rostro hacia mí para limpiar sus facciones e intentar reconocerla.
Estaba muy maltratada.
—¿Es ella, señor?
Me esforcé en evitar que mi voz se quebrara.
—No.
Volví a dejarla con delicadeza.
—Encárguense de ella. —ordené refiriéndome a la joven.
Di media vuelta, hasta que su hilo de voz me detuvo.
—¿Buscas a Melanie?
***
—Ya está dormida.
—¡Debiste preguntarle!
—¡¿Tienes idea de todo lo que ha pasado esa niña, Fabio?! ¡Lo menos que podemos hacer es dejarla descansar!
—¡NO TENEMOS TIEMPO PARA ESO!
—¡Mucho cuidado en cómo le hablas a mi novia! —me reprendió Gabriel.
—Tu novia —encaré con una sonrisa fingida—. ¡¿QUÉ HAY DE TU HERMANA?! Se llamaba Melanie, ¿la recuerdas?
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Tú no sabes...!
—¡Yo sé todo! —le recordé con más rabia—. Sé hasta el más mínimo detalle.
Él se acercó a mí con violencia, pero lo detuvieron a tiempo.
—Y sé también que no falta mucho para que Melanie sepa la verdad. —concluí.
Tomé mi chaqueta, tiré las llaves tanto de la casa como del auto y salí. Raúl y Marina fueron detrás de mí, pero logré perderlos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro