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18 | Perdiendo la fe.

Melanie.

Abrí los ojos y me choqué con un par de luces blancas sobre mí mientras sentía su cabeza dormida en uno de mis brazos.

—Gabriel... —lo llamé, pero no despertaba—. Gabriel. —repetí con voz más fuerte.

Alzó sus ojos claros y al instante me sonrió con un alivio que nunca antes había visto en él.

—¡Te dije que estaría bien!

—¿Leah? —Reconocí la voz de mi amiga, quien me doblaba la edad y tenía una farmacia en el pueblo.

—¿Qué intentabas hacer, niña malcriada? —me reclamó ella—. ¿Acaso querías dormir durante un mes?

Dormir. Dormirme. Las pastillas que Fabio tenía.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi respiración se agitó.

—Yo lo arreglaré. —dijo mi hermano dirigiéndose a mí, como si hubiera adivinado mis pensamientos—. ¿Ya puede venir conmigo? —le preguntó a Leah.

—Sí, trata de que no se agite y que no tenga emociones fuertes. Debe beber esto por las próximas dos semanas —indicó dándole un par de botellas con un líquido blanco.

Gabriel me ayudó a ponerme de pie y salir de esa camilla.

—Gracias...

—No es nada.

—Y tú no... No nos has...

—Yo no los he visto, sí, tu hermano me explicó, descuida. —se adelantó Leah—. Suerte, Mel.

—Gracias.

—¡Melanie! —Nora llegó hasta nosotros y se apegó a mí para abrazarme.

Sus ojos estaban fatigados y las ojeras se le notaban a lo lejos. Le correspondí el abrazo intentando no llorar.

Nos despegamos y ella fue a mi amiga para pagarle.

—Descuida, no tienes que darme nada. —dijo esta última negándose a recibir el dinero.

—¿De verdad? Al menos la mitad... —insistió mi cuñada.

—No hace falta.

Nora le sonrió y le agradeció, todos lo hicimos.

Los tres salimos de esa pequeña farmacia llegando a la acera, frente a ella estaba un auto al que entramos. Me esforzaba en mantenerme fuerte y olvidar lo que vi, lo que él hizo, lo que escuché.

—¿Hace cuánto llegué? —pregunté.

—Hace diez o doce horas.

Me encogí de hombros y vi a mi hermano por medio del espejo retrovisor. Su mirada de lástima me hizo sentir peor.

Llegamos a casa y al entrar fui recibida por Pipo acompañado de Marina y Raúl.

Apenas crucé de la puerta hacia la sala me choqué con su rostro descompensado.

—¡ERES UN MISERABLE! —le grité yendo contra él para golpearlo—. ¡ERES UN MALDITO DESGRACIADO! —continué, rompiendo a llorar sin dejar de lastimarlo.

Él no hacía nada por defenderse, ni siquiera retrocedía.

Mi hermano y Nora quisieron detenerme, pero la rabia era tan grande que me liberaba de sus agarres.

—Me mantuviste inconsciente para que no sea un estorbo, ¿no es así? ¡Iban a matarme y yo no podía defenderme porque estaba drogada! ¡Y FUISTE TÚ QUIEN ME DROGÓ! ¡YO VI LAS PASTILLAS! ¡LAS GUARDASTE! ¡LAS GUARDASTE EN TUS BOLSILLOS!

Llevé una de mis manos al lugar y encontré el frasco que todos vieron.

Gabriel regresó a mirar a Fabio y sin previo aviso le dio un golpe en la mandíbula, empezando otra pelea. Él siguió sin defenderse, e incluso le pidió a Raúl que no intervenga.

Mi cuñada, por otra parte, me llevó hasta su dormitorio para calmarme.

—Quiero que esto termine, Nora —le dije entre sollozos—. Creí que podría hacerlo, me convencí de que iba a poder resolverlo y mírame...

—Vas a recuperarte.

—¡No va a servir de nada! Seguiré siendo...

—Melanie. Seguirás siendo Melanie.

—Ese es el problema, Nora, soy una Melanie débil, inútil y desesperante...

—No. No eres débil. No eres inútil y no eres desesperante. Una muchacha promedio no habría podido pasar por lo que tú pasaste. Mírate, sigues viva. Eres más valiente de lo que crees.

—No intentes darme ánimos, yo no soy valiente, no quiero ser valiente, yo quiero... Quiero salir de aquí. Quiero estar en casa.

—Vuelve a dormir, Mel, necesitas descansar, cuando lo hayas hecho hablaremos.

No dijo más, me recosté sobre sus piernas y dejó que siguiera llorando para de esa manera desahogarme, hasta que volví a dormirme.

Pasé la noche en ese dormitorio. A la mañana siguiente, de nuevo me encontré a Gabriel acostado junto a mí.

—Se refería a él...

—¿Qué?

—William... Cuando hablamos me dijo que no debía confiar en los de aquí, lo dijo por Fabio... Él sabía cosas. Él mató a sus padres.

—Tranquila...

—Yo no le creí y ahora entiendo... Entiendo lo que Fabio dijo, estoy segura de que él quiso hacerme olvidar todo al enamorarme o algo parecido y...

—Ya no pienses en eso, Mel, te hace daño.

—Ya nada puede hacerme más daño. Y entenderé si quieres que me vaya, debí entenderlo al principio...

—Lo que tú debes entender es que nada de esto es tu culpa, y no eres una carga, cuando te recuperes lo demostrarás.

—No quiero demostrar nada, quiero estar tranquila, lejos de esto.

—¿Lejos de mí?

—No, tonto, jamás me alejaría de ti, eres el único en quien confío ahora, junto con Nora. Yo solo... No quiero más peligro.

—Va a acabarse cuando encontremos a David.

—Estamos tardando mucho en ir por él, Gabriel. Dante debe estar haciéndole cosas terribles, hasta ya pudo haberlo matado, no podemos seguir esperando.

—Descansa por hoy y mañana...

—No.

—¿No?

—No. —lo empujé lejos y me puse de pie—. Lo haré ahora.

—¿Estás segura? ¿Te sientes bien?

¿Qué importaba si aún me sentía como una pequeña mierda con patas? Había cosas que hacer y nadie las haría por mí.

Él me siguió y llegamos a la cocina vacía.

—¿Dónde están los demás?

—Nora fue por comida, Raúl y Marina fueron a arreglar todo sobre el helicóptero.

—¿Qué helicóptero?

—En el que llegaste.

—¿Llegué en un helicóptero?

Mi hermano asintió.

—Pero ¿Cómo lo consiguieron? ¿Dónde aterrizó y de dónde despegó?

—No tengo idea, no me lo han explicado y, la verdad, no me interesa, después de todo, lo consiguieron para ayudarnos.

No seguí preguntando.

—¿Y él?

—¿Cuál «él»?

—No me obligues a pronunciar su nombre.

Se puso serio al saber de quién hablaba.

—Se va muy temprano y llega muy tarde, ha conseguido más vídeos, planeamos revelarlos mañana. Hemos hablado y así será a partir de ahora, no tendrá ninguna comunicación contigo, ya no podrán verse y quizá vaya a vivir a otro lado.

—Siempre has arreglado mis problemas aislándome, es evidente que esta vez no será la excepción.

—No fui yo quien se lo pidió. Él lo propuso y acepté.

Bajé la mirada.

Yo no estoy enamorada. No lo amo. No siento nada.

Lo que sea que hayamos tenido no era amor. Estaba convencida.

Entonces, ¿por qué me duele lo que hizo?

El teléfono de mi hermano nos sobresaltó al sonar.

—¿Qué pasó, mi amor? Sí, entiendo, ahora salgo para allá. De acuerdo, no tardo. —colgó y regresó a mirarme.

—Puedo...

—No, no puedes venir.

—Dijiste que me dejarías ayudarte.

—En casos graves, esto no es un caso grave, solo intentamos hablar con una periodista que logró ver el video que transmitieron, es simple, así que te veo después.

—¿Y qué hago si él regresa?

—No lo hará. Sabe que se las tendría que ver conmigo.

Me dio un beso en la cabeza como despedida y se dirigió hasta la puerta.

—Ah, el hombre, el de Italia...

—¿Matteo?

—Sí, él. Me pidió que te entregara tu teléfono. —dijo estirándome el aparato.

—Creí que lo perdí.

—No. Resulta que lo dejaste tirado en el auto en el que iban y él lo encontró.

Eso no podía ser cierto.

Yo tuve mi teléfono incluso después de dejar el auto durante la balacera.

—Gracias. —me limité a contestar.

—También quería hablarte de Pipo...

—¿Está enfermo?

—Lo estará si sigue llevando esta rutina.

—¿A qué te refieres?

Volvió a acercarse.

—Nosotros no podemos darle una vida normal, Mel. Él merece más.

—Entiendo...

—Hablé con Sophia, la hija de Matteo, y con sus padres. Ellos están de acuerdo en quedarse con él.

—¿Y por qué no se lo diste?

—Quería hablarlo contigo y ver si también estás de acuerdo.

—Sí, claro, estoy de acuerdo.

—¿De verdad?

—De verdad. Yo misma iré a entregárselo.

—¿Hoy?

—Sí, hoy. ¿Dónde está su nueva casa?

—¿Irás sola?

—¿Dónde está la casa?

—¿Irás sola?

—¡Sí, maldición! Necesito caminar. ¿Dónde demonios está su casa?

—A dos cuadras de aquí.

—Está cerca.

—Sí, quise que se mantuvieran cerca.

—Bueno, iré a dejar a Pipo más tarde.

—¿Eso no te pone triste?

—Un poco, pero sé que estará mejor con ellos.

Gabriel se acercó otra vez y me dio un pequeño abrazo.

—Ya quita esa cara, estaremos bien, todo va a pasar. Yo estaré contigo, nadie más volverá a dañarte. Y sobre Saravia... Ya me las cobraré.

Asentí y se fue.

Me recosté encima de un mueble y cerré los ojos, el ardor que sentía en ellos era casi insoportable a tal punto de que me hacían expulsar lágrimas inconscientemente.

Con los ruidos de Pipo la casa no se sentía tan vacía, pero en unos cuantos minutos eso también habría cambiado.

Me vestí, lavé mi cara, le ordené que me siguiera y ambos salimos para ir a la dirección que mi hermano escribió en un papel.

Eran las ocho de la mañana, aún había neblina acompañada de una garúa que poco a poco fue humedeciendo todo lo que estaba debajo de ella. Ese día era muy parecido al de hace semanas, cuando todo empezó, cuando escuché las noticias de Dante, cuando Gabriel me contó los secretos sobre él, cuando la vil rata nos tendió una trampa.

Me sentía egoísta al desear volver a ese día y evitar que todo pase, prohibirle a mi hermano que se involucrara en ello y mantenernos ignorantes frente al tema, pero eso también significaría el sufrimiento de quienes tenían conocimiento de todo.

De todas formas, ya nada podía cambiarse.

Nada nunca pudo cambiarse...

—¡Melanie! —Culebritas evitó que mi cuerpo volviera a desplomarse e intentó sostenerme hasta que yo recuperara mi equilibrio—. ¿Estás bien?

—¿Me estás siguiendo?

—¿Por qué te seguiría? Estoy regresando de tu casa, fui a ver a los demás y no hay nadie. ¡Deberías agradecerme! ¡Estuviste a punto de romperte los dientes!

—Gracias.

Me solté y continué caminando, sosteniéndome de las paredes.

—¿A dónde vas?

—¿Por qué el interés?

—¡PORQUE NO TE VES BIEN!

—Estoy bien.

Alzó una ceja, señalando que no me creía, aunque no mentí, sí me sentía bien.

—¿Me dejas acompañarte?

—Se supone que me odias, debería darte igual si me pasa algo o no.

—El mundo no funciona así...

—Mi mundo sí. Así que adiós.

—¿Te estás drogando?

Detuve mi paso.

—No.

—Insisto, no te ves bien.

—Me siento bien.

—Pero no luces...

—Bueno y ¿qué te importa? Desde el primer día en el que nos conocimos quisiste hacerme daño. Ibas a entregarme a la policía, me golpeaste, golpeaste a mi hermano, tus perros sirvientes me quisieron dejar inconsciente valiéndose de lo que sea que hayan puesto en ese pañuelo. El día en el que fuimos por Flores no te dignaste a ir por mí hasta el baño —todo eso sin respirar, señores—. ¿Por qué quieres ser un buen samaritano ahora?

—Lo lamento. —articuló encogiéndose de hombros.

Le di la espalda y seguí mi camino, pero sabía a la perfección que él iba detrás.

—Yo también tengo un hermano y no me gustaría que anduviera por las calles así...

—¿Así cómo? —pregunté adquiriendo aires de ofendida.

—En ruinas.

Auch.

—Tú ganas. No iré tan lejos.

Él asintió y ambos continuamos caminando, viendo a Pipo correr y regresar unas cuantas veces.

Iba a extrañarlo, pero no podía retenerlo.

—¿Cómo está tu hermano?

—¿Ya vas a empezar?

—No busco molestarte, solo quiero saber cómo está.

Dudó.

—Se ha recuperado.

—Perdón por provocar que le dispararan.

Él me miró serio, como si no creyera mis disculpas. Estuvo en silencio unos segundos hasta que habló.

—Perdón por intentar entregarte.

Yo también lo miré seria sin creer sus palabras, aun así, hice un gesto reconciliador y volví a quedarme callada.

—¿Qué harás si no encuentras a tu hermano? —preguntó él.

Agaché la cabeza y quise encontrarle respuesta a una pregunta que nunca me he hecho.

—Será doloroso —admití—. Y no tengo ni la menor idea de lo que haré. Nunca terminaría de resignarme.

Él sonrió triste y no contestó.

—Tú también buscas a alguien, ¿cierto? —inquirí buscando resolver las dudas de mi sexto sentido.

—¿Por qué piensas eso?

—No soy tan tonta como parezco. —reproché sonriendo.

Él me correspondió la sonrisa.

—¿A quién buscas? —volví a cuestionar.

—A mi novia.

—¿Tu novia?

—Hace dos años desapareció, bueno, no desapareció en sí, simplemente decidió ir con Dante y no dejó rastro.

—Lo siento.

—También siento lo de tu hermano.

—¿Seguirás buscándola?

—Lo último que escuché fue que está trabajando con el Coronel. ¿Por qué crees que sigo aquí, junto a ustedes?

—Creí que eras tú quien nos ayudaba...

—Eso sí es una estupidez, se me hacía raro que duraras tanto tiempo sin decir una.

—¡Oye!

—Son ustedes quienes me están ayudando, Mel. Nadie nunca se atrevió a rebelarse ante ese tipo, yo solo dejé que me contagiaran su valentía.

Se me escapó una risa debido a que todo ello era ridículo. Quizá Gabriel sí podría contagiar su valentía, después de todo, siempre tuvo un maldito don de liderazgo.

—Es aquí. —señalé quedando delante de una puerta amarilla.

—¿Es peligroso? Tengo un arma, puedo sacarla.

—No, está bien.

Toqué el timbre y, de inmediato, escuché unos pequeños pasos acercarse.

—¡Melanie! —exclamó Sophia apenas me vio.

Desvió sus ojos a Pipo y estos mismos comenzaron a brillar.

—Debes adivinar por qué estoy aquí.

—Sí —respondió agachándose y tomando en brazos al animalito—. ¿Estás segura?

—Estoy segura.

Vi a Matteo acercarse junto a su esposa hasta quedar frente a nosotros.

—Buon giorno.

—Buenos días, Melanie —me saludó él con un poco más de fluidez—. ¿No quiere quedarse a comer?

Admito que los espaguetis que la madre preparaba eran inigualables, pero sabía que, si permanecía allí, Fabio podría aparecer.

—Se lo agradezco, pero tengo algunas cosas que hacer y llevo prisa, aunque quizá en un par de días regrese y con gusto los acompañaré.

—Claro, no hay problema.

—¡Puedes venir cuando sea mi primer día en la escuela! —Me dijo Sophia.

—¿Irás a la escuela?

—Sí, el señor ayudó a mis padres para que yo pudiera ir a estudiar otra vez.

Su sonrisa era tan grande y llena de la inocencia propia de un niño.

—Sí, vendré ese día y me contarás cómo te fue.

Ella asintió y volví a despedirme.

—Si tienen algún problema llámennos con total confianza. —me dirigí a los padres.

—Grazie.

—Adiós. —articulé con un sabor metálico en el paladar—. Adiós, Pipo.

Les di una última mirada y salí de la casa llegando junto a Culebritas, quien seguía esperando.

—No me creas si no quieres, pero le agarré cariño a ese perro. —se quejó.

—Yo también.

—Ahora, ¿qué?

El ruido de mi teléfono nos interrumpió. Lo saqué de uno de mis bolsillos, viendo que el número era desconocido.

—¿Hola?

—Melanie...

—¡Johnny!

—Te llamé hace un par de días, pero me dijeron que no estabas aquí.

—Sí, es una larga historia. ¿Dónde estás? ¿Podemos hablar en persona?

Se quedó en silencio unos segundos antes de contestar.

—Sí, debemos hablar.

—¿Dónde te veo?

—Estoy en unos columpios, en donde solíamos jugar.

—Ah, sí, lo recuerdo, voy para allá.

—Melanie —me interrumpió con su voz ligeramente triste, siguió en silencio otros segundos más, hasta que continuó—. No te tardes.

—Bien.

Corté la llamada y regresé a ver a Culebritas.

—Debo irme. —le dije despidiéndome.

—¿No quieres que te acompañe?

—No, está bien. Regresarás a casa más tarde, ¿cierto?

—Sí.

—Te veré ahí.

—De acuerdo. —accedió.

Le estiré la mano y me la tomó.

—Respecto al tema de tu novia, verás que la encontraremos, el mundo es pequeño, solo debemos seguir buscando, yo te ayudaré.

—Ayudarás a tu enemigo. Interesante.

—Eso me hace la peor de las enemigas, ¿no es así?

—Te hacer ser la enemiga que todos quisieran tener.

Sonreí y él empezó a alejarse.

—¡Oye! —lo interrumpí.

—¿Sí?

—¿Cuál es tu nombre?

Volteó a verme ya no como a una enemiga sino como a alguien a quien ya no quería matar.

—Santiago. Mi nombre es Santiago.

Asentí y él continuó caminando; sin embargo, después de dar dos pasos se detuvo.

—Pero para ti sigo siendo Culebritas.

Volví a sonreír y él  terminó de irse.

Inicié mi camino. Johnny era el único amigo que me quedaba y aunque nunca fue sincero estaba dispuesta a perdonarlo, después de todo, siempre nos habíamos perdonado mutuamente cada vez que alguien cometía un error.

Pensé también en David. No estaba lista para tener otra pérdida, de hecho, nadie está listo para tener una pérdida. Me ardía el alma de solo imaginar el infierno que podía estar viviendo, mis ojos se inundaban por montones y mi cuerpo parecía entrar en un estado inerte.

—¡Johnny! —le grité viéndolo a lo lejos.

Di pasos largos hacia él y apenas estuve cerca me lancé a abrazarlo. Él me correspondió de mala gana, como si estuviera enojado o resentido.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Decirte qué?

—Que yo... Te gustaba.

Se encogió de hombros, empezando a sonrojarse hasta las orejas.

—¿Yo te gustaba, John?

—Sí.

—¿Por qué no me lo dijis...?

—¡PORQUE ERA INÚTIL! —me gritó sobresaltándome—. Tú eras... Todos estaban enamorados de ti en esa época, podrías tener a quien quisieras, pero no a mí.

Se sentó de golpe en uno de los columpios. Parecía estar abrumado, nervioso, y las pocas miradas que me dirigía no eran amigables.

—Si te lo hubiera dicho, ¿me habrías elegido?

Agaché la cabeza, deseando no contestar.

—Lo supuse. —admitió evidenciando mi silencio.

—Lo siento...

—Todo el mundo sabía que te quería más que a una amiga, Melanie. Todo el mundo a excepción de ti.

—Tú nunca me dijiste nada. ¡Incluso me dejaste en claro que otra muchacha te gustaba!

—¡Para darte celos! —se excusó—. Creí que si notaba tus celos podría saber si me querías, pero tú solo me felicitaste y dejaste el tema de lado.

—¡Porque eras mi amigo! Si eras feliz yo también lo sería...

—¡Esto es una estupidez! —escupió indiferente.

Se puso de pie y comenzó a caminar para alejarse de mí.

—¡No podemos terminar así! —protesté siguiéndolo, logrando detener su paso—. Somos amigos...

—¡Pero me hiciste daño! ¡Los amigos no se hacen daño!

—Los amigos no ocultan sus sentimientos —encaré molesta—. Debiste decirme lo que sentías, debiste ser sincero conmigo y de esa manera lo habríamos solucionado, pero no guardártelo...

Él negó con la cabeza agachada, como si no quisiera escucharme.

—No quiero perderte, John, pero necesito que respetes lo que siento, que sigamos siendo amigos como antes, cuando...

—Cuando me tenías a tus pies.

—No, claro que no.

—Tu disfrutas eso, Melanie. Humillaste a muchos hombres y yo solo soy uno más. —sonrió con desilusión.

—Eso no es así.

—Da igual, no estamos aquí por eso.

—¿Entonces?

—Yo no te guardo rencor, Mel, yo... Te quiero. He aprendido a quererte como a una amiga, pero esto... Es difícil...

—¿Es difícil estar cerca de mí? ¿Quieres que me aleje? Si eso te ayudará a mejorar, puedo hacerlo.

—No, yo solo quiero que esto acabe.

—¿Qué es lo que quieres que acabe?

Me acerqué más, sintiéndome terrible por verlo llorar.

—John...

Toqué su hombro, pero él logró sostenerme por uno de mis brazos con brusquedad.

—¿John?

—Perdóname.

—¿Qué estás haciendo?

Con la mano izquierda mostró un pequeño cuchillo, apuntando mi yugular para dejarme paralizada.

—John... —tartamudeé mientras mis ojos se llenaban de lágrimas en tanto el pánico se apoderaba de mí—. ¿Qué estás haciendo?

—El Coronel tiene a mi madre. Me está amenazando, le hará daño...

—No... —supliqué intentando soltarme, pero la impresión aún me mantenía atontada—. No me hagas esto...

—Perdóname...

—Johnny, somos amigos... Éramos amigos...

—Entiende, Melanie, tienen a mi madre, ella es lo único que me queda.

—Yo puedo ayudarte... Gabriel y yo podemos...

—¡Nadie puede ayudarme!

—John, por favor...

Su voz también se quebró.

—El Coronel dijo que no te lastimaría.

—Va a matarme, Johnny. No puedes dejar que me mate, ¡tú eras mi amigo!

—¡Mi madre, Melanie! Van a matarla si no hago esto.

Todas mis fuerzas se ausentaron.

—Déjala. —Fabio apareció delante de ambos.

—John... —articulé con un hilo de voz casi imperceptible—. Nosotros podemos protegerte, protegerlos a ti y a tu madre.

Él permaneció en silencio, continuando su camino hacia atrás. Fabio, por su parte, fue acercándose sin bajar su arma.

—No seas tonto —reclamó este último—. Antes de que puedas hacer algo estarás muerto. Suéltala. No te haré daño si la sueltas.

Nada parecía hacerlo cambiar de opinión y su paso no se detenía. La mirada de Saravia se iba impacientando cada vez más.

—Johnny, no hagas esto.

—Mi madre, Melanie.

—Yo te ayudaré. Iremos por ella...

Él pareció dudar y sin previo aviso mi cuerpo fue empujado hacia adelante para que fuera sostenido por Fabio, evitando que me lastime.

Cuando regresé la mirada a Johnny me encontré con él en el piso y, encima de él, Santiago.

Este último le quitó el cuchillo para retenerlo. John lloró por montones mientras pedía inútiles disculpas.

—¿Mel? —me llamó Fabio tomando los extremos de mi rostro—. ¿Estás bien? ¿Te hirió?

Aún me sentía débil, la respiración seguía acelerando mi ritmo cardiaco y no podía sostenerle la mirada a quien, creí, era mi amigo.

Pensé que todo había terminado. Y, como siempre, me equivoqué. Eso era apenas la punta del iceberg.

Una furgoneta negra apareció y apenas estuvo cerca abrieron fuego en nuestra contra. Santiago sacó su arma intentando protegerse y Johnny aprovechó aquello para escapar.

Los tipos que bajaron del auto iban portando el uniforme de EEIM, dispuestos a matar a quien sea que se les cruzara en el camino.

Fabio me arrastró hasta un pequeño muro sin dejar de responder a los disparos, mientras que Santiago se acercaba a nosotros, pero en un descuido recibió un balazo en alguna parte del cuerpo que no alcancé a ver, desestabilizándome por completo al verlo caer en la acera.

Un hombre a quien desconocía apareció por detrás para tomarme por la espalda y arrastrarme con él. Fabio se interpuso, pero del vehículo volvieron a disparar.

Grité. Lloré. Peleé.

Y aun así terminé dentro de la camioneta mientras que la imagen borrosa de un Fabio ensangrentado, tendido sobre el pavimento, fue lo último que vi antes de que mi conciencia me abandonara.

***

Todo es relativo, incluso la vida misma. Creo recordar cómo me sentía antes de que todo eso pasara. Solía pensar que era lo suficientemente fuerte para soportarlo.

No era cierto.

Mi cuerpo aún no había experimentado la fortaleza y todo lo que viví solo fue un simulacro. Un ensayo muy bien alineado que buscaba prepararme para lo que venía.

—Buenos días.

La voz de Dante terminó de despertarme por completo.

Estaba frente a la ventana de esa elegante habitación blanca, sosteniendo una taza de cristal, vestido con su usual traje de Coronel mientras admiraba el panorama con un solo ojo ya que el otro lo tenía cubierto por un parche negro.

—Ya era hora. Comenzaba a creer que entraste en coma —bufó—. ¿Cómo dormiste?

Sonrió con levedad al ver mi rostro confundido para continuar bebiendo lo que sea que había en esa taza. Cerró las cortinas y tomó asiento, mirándome fijamente.

—Tu amigo fue de mucha ayuda para encontrarte —admitió haciendo que a mi mente vengan los recuerdos de lo que pasó la última vez que estuve despierta—. ¿Johnny es como se llama?

—Tú tienes a su madre...

—La tenía. Ahora deben estar juntos en casa, como una familia, igual a la que nosotros teníamos, ¿lo recuerdas?

—¿Dónde está David? —le cuestioné colocándome de pie.

—Él está bien.

—¡¿Dónde está?! —Lo tomé del cuello, pero los mareos que tuve provocaron que lo suelte.

—No está aquí.

—¿Qué es esto?

Evidentemente no estaba en la casa que me vio crecer, ese lugar era mucho más lujoso, como si perteneciera a la habitación de un palacio.

—Será tu hogar durante toda esta semana.

—¿Semana? ¿Estaré aquí una semana?

—Si te portas bien, tal vez dos.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —fui contra él—. ¡¿Cómo se te ocurre que estaré aquí una semana?! ¡¿Dónde está David?!

La bofetada que me dio volvió a desequilibrarme, haciéndome caer de rodillas. Fue hasta mí para tomarme por el cabello y tirar de este con el fin de tener la total atención de mis ojos.

—Te conviene comportarte —me amenazó—, de lo contrario, lo máximo que durarás aquí es una hora. Y no hablo solo de la habitación, sino de tu existencia misma.

Me soltó.

Mis párpados volvieron a llenarse de lágrimas, ya no de tristeza sino de desesperación.

—¿Qué quieres?

—¿De ti? Nada.

—¿Entonces por qué estoy aquí?

—Lo sabrás en su momento, ahora ve a...

Le di un golpe en la nariz, haciéndolo caer al piso y aprovechar la puerta abierta para salir.

Corrí hasta llegar a una sala vacía. No me equivoqué cuando dije que la habitación parecía la de un palacio, en teoría, todo el lugar simulaba serlo. Fui a una puerta entreabierta que daba entrada a un jardín enorme lleno de hombres armados. Todos me apuntaron apenas me vieron, dejándome inmóvil otra vez.

Dante llegó a mí para reventarme el labio con un solo golpe.

—Vas a arrepentirte por esto. —me susurró recogiéndome del piso y mostrarme la sangre que cubría su rostro.

Me arrastró a su auto y me aventó ahí, ordenándole a su chofer empezar a conducir.

Limpié mi sangre aún sintiéndome desesperada. Quise abrir la puerta y tirarme de ella sin importarme lo que pudiera pasar después, pero Dante me retuvo de la cintura, evitando que siguiera moviéndome. Continué luchando, golpeándolo, arañándolo, hasta que mis fuerzas volvieron a abandonarme.

No me desmayé, tan solo entré en un estado muy similar al vegetativo.

—¿Qué es lo que me harás? —pregunté con voz baja.

Se negó a contestar. Siguió sujetándome en silencio y yo deseé morir en ese instante.

—Esta vez Saravia no pudo protegerte, ¿eh?

Me encogí de hombros, no diría nada, estaba decidida.

—Es un miserable —sentenció refiriéndose a Fabio—. Después de matar a sus padres escapó de la base traicionando a todos, estropeando varios operativos y logrando que uno de los narcotraficantes más peligrosos escapara.

—Fabio Saravia. El asesino de sus padres.

Recordé lo que escuché antes de desmayarme en Córmac. Aquella mujer no mintió. Fabio era el mismo asesino de sus padres.

Sentí cómo la última parte aparentemente «completa» de mi alma fue sufriendo grietas.

Él mató a sus padres.

¿Por qué los mató?

—Da igual, gracias a los dos tiros que recibió ya debe estar en el infierno junto a ellos —concluyó Dante.

A mi mente regresaron las imágenes de Fabio ensangrentado y era porque le habían disparado, o... ¿Asesinado?

—Nadie sobrevive a eso.

Fabio era un humano más, si lo herían sangraría como todos. Y era probable que, tarde o temprano, ese humano terminara muriendo.

El pecho me dolía con intensidad, no sabía cómo estaba él, no sabía cómo estaba Gabriel ni mucho menos sabía de David.

No sabía si los volvería a ver.

—¿Te asusté? —mofó mi tío esbozando una pequeñísima sonrisa—. Guarda tu miedo para después, niña, te hará falta.

—¿Por qué me odias tanto? Soy tu sobrina... Llevo tu sangre...

—No intentes conmoverme porque no te va a funcionar.

Desvié mis ojos a una de las ventanas, viendo que el lugar que recorríamos era extraño y nuevo.

—¿A dónde me estás llevando?

—A donde te enseñarán a no golpear al Coronel.

—¿Uno de tus cuarteles?

—Jamás saldrías viva de uno de mis cuarteles —comentó sonriente—. Mis muchachos están hambrientos, se volverían locos con alguien como tú entre todos ellos.

Dirigió sus ojos a mí para examinar mi cuerpo, evitó hablar, siguió sonriendo y se ocupó del periódico. No sabía qué era lo que quería darme a entender con eso, pero ninguna opción podría ser buena.

Llegamos a una casa con una fachada grisácea, las puertas marrones y sin ventanas. Parecía ser grande, con un aura tenebrosa.

Dante me tomó del brazo y, a rastras, me obligó a bajar del auto, obligándome a entrar a un cuarto oscuro que estaba dentro de la casa. Me tiró hacia el piso y lo vi despojarse de su saco, empezando a pensar lo peor.

—Las preguntas que tengo son muy fáciles, no sufrirás si las respondes —dijo sentándose frente a mí. —¿Dónde están mis relojes?

—No lo sé...

Chasqueó los dedos y de la oscuridad vi a un hombre acercarse. Me atrapó del cuello y me llevó hasta un enorme cilindro lleno de agua.

—Te doy una última oportunidad —dijo mi tío antes de que sumerjan mi rostro en el líquido. —¿Dónde están mis relojes?

—Yo no...

Sentí mi cuello ser presionado para ser hundido, impidiéndome respirar entre toda el agua.

—Aquí vamos de nuevo. ¿Dónde están esos relojes?

—¡No lo sé!

Volví a ser sumergida, pero esta vez por más tiempo.

Cuando mis ojos se aclararon, vi a un nuevo hombre presente, sosteniendo un objeto extraño con una punta afilada.

—Sé que tu hueca cabeza comprende la importancia de esos relojes. Sé que sabes lo que hay en ellos. ¿Quién los tiene?

—No lo sé. No supe nada de ellos después de lo que pasó en la compañía.

—¿Quién se los llevó?

—No tengo idea. Te lo juro.

—¿Gabriel los tiene? ¿Fabio?

—No sé. No sé nada. Créeme...

—¿Creerte? ¿A ti? —soltó una risa—. Has pasado toda tu vida a mi lado, Melanie. Te conozco, sabes mentir y ahora mismo lo estoy comprobando, pero ¿qué crees? —sostuvo mi barbilla—. Tarde o temprano me dirás la verdad, y aunque no lo hagas, yo la descubriré. Entonces terminaré contigo y con el otro bastardo.

Tragué saliva, siendo liberada por el hombre que me sujetaba para que el recién llegado me sostenga nuevamente.

—No la marquen. —intervino Dante. —No por ahora.

Se puso de pie y caminó hasta la salida.

—No hagas esto. —le supliqué sosteniendo uno de sus brazos—. No me hagas esto...

—¿No quieres esto?

—No...

—Entonces dime, ¿dónde está tu hermano?

Me quedé en silencio, intentando no desbordarme.

—Estoy esperando. —se quejó.

Agaché la cabeza, pero él atrapó mi cuello, volviendo a acercarme.

—Débil. —articuló con enojo—. De nada servirá tu silencio, de todas formas, lo voy a saber.

Me soltó con brusquedad y me aventó hacia el fornido.

—¡DANTE! —comencé a llorar viéndolo alejarse—. ¡NO TE VAYAS! ¡NO ME DEJES AQUÍ! ¡DANTE! ¡REGRESA! ¡NO PUEDES DEJARME!

No hizo caso, le fue muy fácil ignorar mi llanto desconsolado y mis súplicas. Subió a su auto y lo escuché partir.

El hombre me arrastró en medio de un pasadizo, había numerosas habitaciones a ambos lados, de ellas salieron las cabezas de varias muchachas al oír mis gritos. Detuvo su paso frente la última puerta que había, la abrió y me tiró dentro, cerrando casi al instante.

Arañé la madera y la empujé de un lado a otro, pero parecían estar hechas exclusivamente para evitar que alguien intentara derribarlas.

Mis fuerzas volvieron a abandonarme y mi cuerpo pedía el líquido que Leah me había dado en la farmacia. Sentí la boca seca junto con la garganta y, en esa ocasión, el dolor de mi pecho se transformó en ardor.

Percibí claramente el ritmo de mi pulso, no era normal, nada de lo que estaba pasando en mi cuerpo era normal. Un par de manos me tomaron por los hombros para intentar calmarme en tanto me llevaba a la cama que estaba frente a la puerta para acostarme.

Sentí que moriría, pero Dante no iba a permitirlo, no hasta que haya experimentado suficiente dolor. No estaba segura de aguantar lo que me esperaba, lo que estaba viviendo en ese momento era muy parecido a las penitencias que se pagan en el infierno así que, tal vez, la leyenda de mi abuela era cierta.

Hay otro infierno después del infierno.

—¿Estás mejor?

Agaché la cabeza ante su pregunta.

—No te desanimes, Mel. Pronto saldrás de aquí, ya lo verás. —insistió ella.

—¿Qué hay de ti, Aurora? ¿Nunca has intentado salir?

Descubrió la parte izquierda de su cuello para mostrarme una cicatriz.

—Intenté hacerlo una sola vez —contestó—. Es imposible. Detrás de esta puerta ya no hay vida para mí.

—Claro que la hay.

—Yo no tengo una familia. Nadie me está esperando. ¿A dónde iría?

—Con nosotros. Te ayudaríamos a empezar otra vez. —manifesté—. Todos ahí somos una familia y tú puedes pertenecer a ella. No pienses que no tienes nada afuera, porque no es cierto, mi familia puede ser tu familia. Nuestra familia nos está buscando.

Su sonrisa agradecida me reconfortó.

—¿Crees que nos encuentren?

—Son como rastreadores, claro que...

Rastreadores. El rastreador. Mi teléfono.

Busqué maniáticamente mi teléfono en mis bolsillos hasta que un flashback me hizo verlo dentro de los arbustos que estaban en la entrada de la casa grisácea. Se me había caído cuando Dante me adentró a rastras.

Esperaba que siguiera encendido. Esperaba que Fabio pueda rastrearme.

Un hincón dentro del pecho me acortó la respiración al pensar en él, en que tal vez no era inmortal, y, en esos momentos, quizá ya no existía.

No supe cómo, pero me dormí hasta que el tirón que sentí en mi cabello me despertó. Caí en el piso, alcé la mirada y quedé a la vista de una mujer de ojos azules.

De un grito llamó al hombre corpulento para sacarme de la habitación.

—Mabel... —Aurora intentó persuadirla para que, lo que sea que quisiera hacer, no lo hiciera.

La mujer solo empujó a la muchacha y la encerró nuevamente en el dormitorio, quedando los tres fuera de él.

Me tiró en un cuarto oscuro y me estampó contra la pared, asfixiándome.

—Déjala. —oí la voz de mi tío.

Ella me dejó caer y salió.

—Imagino que tu memoria ha sido refrescada.

—No sé nada. Dante... Te lo juro por todo lo que me queda...

—No vas a convencerme.

—Por favor...

Me ignoró y tomó asiento.

—Te ves terrible. Si no te hubiera visto apenas llegaste creería que aquí nadie te está tratando bien.

Imaginé que no mentía. De verdad me sentía débil, así que eso podría reflejarse en mi físico.

—¿Te has estado drogando?

—Déjame ir...

—¿Te has convertido en una adicta? ¿Quieres que te consiga algún antojo?

—¡Yo no soy una drogadicta!

—Luces como una.

—No he comido desde que llegué, ni siquiera me han dado un trago de agua... ¡¿Cómo quieres que esté?!

—Sí, verás, nadie aquí es muy hospitalario, es normal.

—¿Les has ordenado matarme?

—Pronto sabrás que es mejor que te maten ellos a que te mate yo.

Bajé la mirada rehusándome a llorar.

—Regresemos con las preguntas —estableció—. ¿Dónde está tu hermano?

—Dante...

—¿Qué es lo que planean?

—Nada...

—¿Han descubierto más videos?

—Te lo pido...

Me sorprendió que ninguno de sus gorilas estuviera torturándome.

Él se puso de pie y quedó frente a mí.

—Pero qué barbaridad —me susurró—. De verdad te ves terrible. —añadió con una voz... ¿Tierna?—. ¿Qué le pasó a esa carita bonita? ¿Eh?

—Por favor... Quiero irme.

—No llores, se me parte el corazón cuando lo haces.

—Sácame de aquí.

—¿Quieres salir de aquí?

—Sí...

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Eso quieres?

—Eso... Eso quiero...

—¡NO TE IRÁS! —me gritó golpeando mi rostro, haciéndome sangrar otra vez—. Gabriel y tú han arruinado mi vida. Lo que te están haciendo y lo que te harán solo es una pequeñísima porción de lo que te espera, así que acostúmbrate.

Me soltó y se apartó unos cuántos centímetros.

—Regresaré mañana, y si insistes en no hablar volveré el día siguiente y así sucesivamente. No te dejaré tranquila hasta que me digas la verdad, Melanie. ¿Me escuchaste? No te dejaré tranquila.

Se puso de pie y salió.

La angustia poco a poco me consumía. Perdí la noción del tiempo, no tenía idea de cuándo llegué, de cuánto llevaba ahí ni cuándo saldría.

Al anochecer, la mujer y el otro hombre me regresaron junto a Aurora. Esta última se aterrorizó al ver mi rostro, oímos la puerta cerrarse y quedamos solas de nuevo.

Me acostó sobre la cama para permanecer a mi lado.

—Ella es quien nos trae. —dijo refiriéndose a la mujer de ojos azules.

—¿Ella las adentra en esto?

—Nos ofrece trabajo. Pero nunca especifica qué tipo de trabajo.

Aurora y yo continuamos hablando. Nunca conoció a su madre ni a su padre, era incierto saber si tenía hermanos, y pasó más de la mitad de sus trece años en un orfanato hasta que llegó a esa vida.

—¿Qué es esto?

—Le llaman «La Casona». Aquí vivimos y trabajamos. Hay dos entradas, la entrada principal, por donde entran los clientes, está del otro lado, mientras que la entrada secundaria es la que usaste, por esa puerta nos hacen entrar a nosotras.

—¿Alguna vez salen?

—No, esa puerta sólo ha sido vista desde afuera una sola vez, al menos, por mí.

—Volverás a salir.

Ella pareció querer creerlo.

—Te toca.

La voz del hombre corpulento nos sobresaltó.

—Ella no...

Aurora me codeó evitando que yo intervenga. Después de darme una mirada asesina, el tipo se fue.

—No tienes que hacerlo. —dije con rapidez.

—¿Qué otra opción tengo?

Las ganas de llorar volvieron a mi cuerpo, no tenía idea de qué responder.

—Estaré bien —me consoló ella—. Te veré más tarde, iré a cambiarme.

—¿Cambiarte? ¿Dónde?

—Hay un cuarto exclusivo en donde nos preparan para... —se detuvo—. Ya regreso.

No quería dejarla ir, pero tampoco podía detenerla, ella no merecía problemas por mi culpa.

La vi salir aparentando tranquilidad. Permanecí sentada en la cama, viendo transformarse los minutos en horas.

No dormí en toda esa noche, no podía. Me acerqué a la puerta, la abrí ligeramente y noté que ya había amanecido. Vi también al hombre cuidador acompañado de otro, quien cumplía la misma función.

Alguien llamó a la puerta externa. El tipo se levantó del sillón y fue a ella. Sentí esperanza al pensar que era alguien buscándome, me gustaba creer que, al abrirla, entraría mi familia a rescatarme.

Al ver a dos muchachas paradas frente a ella me deshice de tal ilusión.

—Nos dijeron que aquí necesitaban empleadas de servicio.

Los dos hombres se miraron entre sí e inmediatamente mintieron.

—Sí, es correcto, pasen por favor.

Mi cuerpo comenzó a temblar y a causa de mis impulsos terminé en medio del pasadizo, logrando captar la atención de las chicas. Les hice señales para que no entrasen y se fueran, una la entendió; sin embargo, los sujetos también me notaron.

La muchacha salió corriendo, siendo seguida por uno de los hombres mientras que la otra fue retenida por el que me recibió. Fui contra él olvidando mi debilidad y dejando a un lado mis heridas para lograr que ella también se liberara y saliera de esa casa.

Por unos segundos, solo unos segundos, mis pies consiguieron pisar el césped y llegar a los arbustos con el único fin de buscar mi teléfono, hallándolo apagado. Mantuve presionado uno de sus botones esperando prenderlo; sin embargo, antes de ver su pantalla encendida sentí mi cuerpo ser jalado, obligándome a ocultar el teléfono nuevamente entre las plantas.

El tipo me aprisionó dentro de la casa, continuamos peleando hasta que, en una distracción, el otro me dio un golpe. Había regresado sin ninguna de las mujeres y, solo así, pude dejar que mi cuerpo volviera a hacer lo que ha hecho muy bien los últimos tres días.

Desperté de nuevo en el cuarto oscuro. Mis muñecas estaban atadas a dos palos de madera. Mi torso estaba desudo y la única vista que tenía hacia el frente era la pared.

Me dolía la cara, el cuello y las piernas, pero todo eso había valido la pena, lo había valido para mí.

—Siempre he creído que las mujeres como tú son a las que menos debemos temer.

La voz de la mujer de ojos azules indicaba que se encontraba detrás de mí. Paseó unas cuerdas de su látigo lentamente por mi espalda para después golpearme con él.

Sentí mi piel abrirse y arder. Estaba segura que más de uno pudo haber escuchado mis gritos.

—Primero distraes a Aurora de sus obligaciones y ahora dejaste que dos mujeres escaparan.

Apenas terminó recibí otro latigazo que, incluso, llegó a marcar la piel sobre mis costillas.

—¿Te sientes valiente?

El tercer latigazo arqueó mi espalda.

—¿Eh? ¿Debería temer a una zorra como tú?

Siguió marcando mi piel con rabia.

Cuatro, cinco, seis, diez. Perdí la cuenta del número de veces que lo hizo.

Sentí la espalda mojada. Mis brazos querían arrancarse y mi garganta parecía haber sido cortada.

Percibía mi rostro hinchado y húmedo por las lágrimas que había derramado. Mi respiración iba a abandonarme y la desesperación comenzó a apoderarse de mí.

No quería desmayarme otra vez, no quería volver a estar inconsciente. Dante dijo que todo lo que yo sufriría en la casona era solo una parte de lo que sufriría a su lado. No iba a soportar lo que vendría después, así que tomé el rol de terminarlo.

Hice presión en una de mis muñecas para aflojar las ataduras no muy bien hechas. Y cuando estuvo a punto de darme un nuevo latigazo, conseguí liberarme e ir contra ella.

Forcejeamos un par de minutos hasta que le di un golpe en el rostro que la aturdió. Mis heridas siguieron ardiendo y la sangre recorrió verticalmente mi piel, me puse de pie con las piernas temblando, sin poder enderezar mi tronco.

Me arrastré a la puerta para abrirla, notando que la puerta externa también estaba abierta. Fui a ella sosteniéndome de las paredes, pero una mano me sostuvo, más bien, me empujó.

—¡MALDITA! —me gritó ella empezando a patearme.

—¡Déjala!

Aurora intentó ayudarme, no obstante, uno de los hombres la agarró, evitando que interfiera.

—¡Te vas a arrepentir!

Nada la hacía detenerse, ni siquiera la sangre que me brotó por la boca. Me arrastró para dejarme frente a uno de los tipos.

—Es tuya. —le dijo con ira.

El tipo me miró de pies a cabeza.

—Qué asco, está sucia.

Ella volvió a tirar de mi cabello y me dejó frente al hombre que sostenía a Aurora.

—Es tuya. —volvió a decirle.

Este dejó a la muchacha y se acercó a mí viéndome débil.

—¡No! —gritó Aurora al ver que él se quitó el cinturón—. Por favor... Debemos llamar a un médico.

La mujer la hizo a un lado para que no estorbara, susurrándole algo en el oído que la dejó temblando.

El hombre se acercó a mí y dejó mis pechos expuestos a él, lamiendo las huellas de mi sangre.

No podía defenderme. Veía claramente cómo el último rastro de vida iba abandonando mi cuerpo.

—¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁN HACIENDO?!

La voz de Dante fue estremecedora. Ya no me aterró, no había nada que pudiera causarme miedo en ese momento.

Todos se alejaron de mí permitiendo que él se acerque, sujetó mi rostro y lo escuché pronunciar mi nombre. Me cubrió con su saco, llamó a uno de sus escoltas en tanto Aurora llegaba a mí con los ojos estallando en lágrimas.

—Lo siento. —articulé débilmente, evitando que mis párpados se cierren—. No podré sacarte de aquí...

—Está bien. Primero debes mejorarte.

—Eso no va a pasar.

—No, no, no, tú no te puedes morir.

—Estarás bien... —añadí, deseando que un día ella pueda ser libre otra vez—. Prométeme que estarás bien. Tienes que estar bien.

La vi llorar de nuevo, esa no era la última manera en la que quería verla, así que me esforcé en imaginarla de una manera distinta. Me llevaría ese tranquilo recuerdo no solo de ella sino de todos los que formaron parte de mi vida.

Los recordaría en sus mejores momentos, porque, en el fondo, eso eran.

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