17 | Visiones.
Fabio.
—¿Cuánto dura el efecto?
—De cinco a seis horas.
La parte izquierda de mi pecho ejerció presión.
—Sácala de aquí.
—¿Qué hago cuando despierte, señor?
—Protégete la entrepierna porque va a golpearte.
Issac arqueó las cejas y de inmediato obedeció tomándola en brazos para ir detrás de las demás mujeres.
Los vi alejarse, sintiendo una sensación extraña en mi interior. El auto aceleró y me dejó atrás acompañado de la estupidez que sentía por haberla obligado a involucrarse en mis asuntos.
—Señor. —Thomás, otro de mis hombres, apareció detrás de mí, estirándome un arma.
La recibí y me acerqué a la ventana por la que ella miraba, viendo que, tal como lo predijo, intentaban acorralarnos.
Coloqué mi mano en el hombro de mi amigo y ambos salimos de la casa respondiendo a los disparos.
Como siempre, ningún integrante FRYM se haría presente a no ser que ganasen. Vi a todos los míos, estaban dispersados, algunos heridos, pero continuaban.
No estaba seguro de volver a verla, solo estaba seguro de que no me iría hasta haber ganado y darle al menos una victoria a la desdichada vida de mi gente.
Dejé de esconderme y salí, esta vez no para ser cubierto sino para cubrir. Porque eso era lo que ellos necesitaban.
Eran más que nosotros, pero nuestra organización nos favorecía.
Lo que ella dijo se hizo. Creyeron estar ganando, y no sabían que quien estaba conmigo nunca había perdido.
Fabrizio cumplía su palabra, nos ayudaba y ayudaba a su hermano; sin embargo, su pésima forma física lo hizo caer, convirtiéndolo en lo que realmente era, un ser vulnerable.
Uno de los enemigos se acercó a él apuntándole en la cabeza, y antes de que le pudiera disparar, me adelanté.
Este regresó a mirarme con los ojos llorosos e incrédulos.
—¡Señor!
Thomás captó mi atención y me señaló el auto en el que iban las mujeres, ella incluida. Había sido interceptado.
Unos cuantos comenzaron a disparar en la misma dirección, pero no sirvió de nada. La trampa había funcionado a la perfección de tal manera que nadie podría salir de ella con vida.
Busqué formas de no arriesgar a nadie más si salía. Solo había una y era cruzar en medio de los enemigos.
Volví a ver el auto.
Maldita sea.
Empuñé mi arma con fuerza y me abrí paso entre los demás, disparando y golpeando a los que iban contra mí. Nunca me había confiado del chaleco antibalas; sin embargo, en esa ocasión tuve que hacerlo, de lo contrario se la llevarían.
¿Por qué a ella?
—Yo solo he visto esto en las películas.
—¡Thomás! —lo reprendí—. ¿Qué estás haciendo?
—¿Qué le parece que hago?
No contesté, seguí con la mirada al siguiente auto que llegó, en el cual se la llevaron.
—Tienen que pasar por el río. —murmuré, pero él me escuchó.
—Y si no nos damos prisa no los alcanzaremos.
—¿Me cubrirías?
Se llevó los dedos a la frente, imitando el saludo militar en señal de afirmación.
Ambos salimos de donde estábamos, yendo hasta la misma quebrada de la cual la lancé. Tuve la suficiente puntería al disparar para lograr reventar dos de los neumáticos del vehículo, haciendo que se detenga.
Unos cuantos hombres se me unieron, pues también buscaban a sus esposas.
—Fabio Saravia —me nombró la mujer que descendió del auto.
—¿Quién eres?
—¿No me recuerdas?
Dio unos cuantos pasos hacia el frente sin sentirse intimidada por la cantidad de personas que la estaban apuntando.
—Morana. —pronuncié su nombre sin terminar de creerlo.
—Morana Almagro. —reafirmó—. La hija del hombre que te dio su confianza y que tú mataste.
El recuerdo de una niña sensible y afectuosa no se parecía en nada a la mujer que tenía enfrente.
—Lo recuerdas, ¿no es así? —me preguntó sacándome de mis pensamientos—. Él fue una de tus tantas víctimas. Igual que tus padres, igual que tus hombres —regresó hasta Melanie, tomando su barbilla para pegarla a su rostro—. Igual que tu novia.
—¿Qué te pasó? ¿Qué te hicieron?
—¿Por qué involucrar a terceros, Saravia? —encaró—. Fuiste tú quien me convirtió en esto. Mi padre era lo único que yo tenía y me lo quitaste, dejándome a mi suerte. Ni siquiera volviste a llamar. Ni siquiera te aseguraste de que yo estaría bien.
Volvió a sostener a Melanie, quien tenía los ojos ligeramente abiertos.
—Y todo por culpa de ella, ¿no es verdad? —me preguntó con más indignación—. Fuiste a ella apenas supiste que estaba en peligro, ¿pero qué hay de mí? ¿pensaste siquiera en mí por un minuto?
—Las cosas no fueron así, Morana.
Ella sonrió mientras negaba con la cabeza, viendo llegar a otro auto.
Los que estábamos presentes tuvimos que dividirnos, unos apuntando a la mujer junto con su acompañante y los demás apuntando al auto del otro lado, del cual bajaron tres hombres más.
—Mi única intención fue salvarte —continué—. Tu padre estaba dispuesto a matarte, a ti y a todos los que significáramos un estorbo en su negocio. Por eso tuve que huir, pero me aseguré de dejarte al cuidado de tu abuelo, él me prometió que te alejaría de...
—¡Él no era mi abuelo! ¡Él no era más que un maldito violador que abusó de mí cuantas veces quiso!
El mundo se me detuvo.
—Tú me prometiste que todo estaría bien. Dijiste que, aún sin papá, yo podría ser feliz. ¡¿Por qué me mentiste?! ¡¿Por qué no regresaste, Fabio?! ¡¿Por qué no volviste por mí?!
Aquel anciano se adueñó de mi mente. Fue el primero en abogar por ella cuando se quedó huérfana, me juró con su vida que la cuidaría.
¿Por qué no me di cuenta de sus verdaderas intenciones?
Morana dejó a un lado su debilidad y ya no se enfocó en mí.
—Melanie Ávalos, ¿cierto? —la miró fijamente con desagrado mientras la obligaba a ponerse de rodillas—. ¿Por qué esa cara? ¿Eh?
Regresó a mirarme.
—Es curioso que ustedes dos estén juntos. —se burló.
—¿Por qué estás aquí?
—Estoy donde debo estar. Y no me voy a ir hasta que FRYM y yo recuperemos todo lo que le quitaste a mi padre.
—Morana, por favor, esto no está bien. Solo te estás haciendo...
—¿Daño? —completó irónica—. ¿De verdad crees que puedo recibir más daño, Fabio?
—Retira a tus hombres. Tú no eres una asesina. Hablemos.
—No estoy aquí por ti.
Dirigió sus ojos a Melanie y la sostuvo con más fuerza.
—¿Qué le hiciste a esta niña? No se ve para nada bien.
Dio un vistazo rápido hacia la quebrada que estaba a unos cuantos pasos.
—Espero que sepa nadar.
—Morana... —incliné la cabeza—. Te lo suplico.
Ella sonrió y estiró el cuerpo de Mel hasta la orilla.
—A diferencia de ti, yo sí dejaré que te despidas. ¿Algo que decirle antes de que su cuerpo impacte con las rocas y muera? —me preguntó—. ¿Nada? Es una pena.
Melanie me miró por última vez, sus iris marrones estaban debilitados, tanto que ya ni siquiera podían notarse. Y antes de ser lanzada expiró mi nombre:
—Fabio...
—¡NO!
Su silueta desapareció de mi rango visual al mismo tiempo que un helicóptero se acercó, de donde también comenzaron a disparar, acabando con unos cuantos enemigos.
Morana logró defenderse hasta que fue protegida por algunos de sus hombres.
—No olvides mi nombre, Saravia —amenazó ella entre el caos—. Lo volverás a oír.
Subió a uno de los autos y se retiró, dejando que me hundiera en el agua para tomar a mi novia y ver que la puntería de esa mujer había arruinado su propósito. Melanie había caído un par de centímetros fuera de las rocas resultando ilesa, pero apenas llegó a la superficie volvió a desplomarse.
—¡SEÑOR! —Uno de mis hombres vino corriendo hacia mí—. ¡GANAMOS, SEÑOR!
Estaba demasiado feliz, así que no quise decirle la verdad.
Nadie había ganado, no aún. Ninguno de FRYM había muerto; sin embargo, no estaba dispuesto a ordenar que dejaran esa hacienda ni mucho menos dejar que pase a manos de alguien más.
—Redobla la seguridad, busca a más hombres, consigue más armas y averigua todo lo que puedas de esa mujer, qué fue de su vida luego de la última vez que la vi y qué tan cierta es su integración en FRYM.
—No comprendo, señor. ¿Por qué nos atacaría de esa forma para después huir?
—Estoy seguro de que solo quería que sintiéramos temor.
—¿Deberíamos sentirlo?
—Si no haces lo que te ordené, sí.
Issac asintió. Sería difícil darles esa noticia a sus compañeros, pero él era muy persuasivo y yo esperaba que los demás se dejaran persuadir.
—Si algunos quieren irse, deja que se vayan —le pedí—. Y dales dinero a quienes perdieron a sus familiares.
—Sí, señor.
—¿Rescataron a las mujeres?
—Están a salvo dentro de la casa.
—Bien, manténgalas ahí. Llamen a gente para que cure a los heridos, encárgate de esto, yo... Debo irme.
—¿Volverá?
—No estoy seguro. Te llamaré si te necesito.
—Sea lo que sea, estaré disponible.
—Adiós, Issac.
—Hasta pronto, señor.
—¡Saravia!
Fabrizio me alcanzó.
—Gracias. —dijo estirándome su mano intacta, en señal de paz. Paz que yo no quería aceptar.
Recordé a Liliana. Ella merecía ser vengada, él merecía pagar por lo que le hizo, yo debía enmendarme por no haberla protegido.
Pero no es el momento.
Di una mirada rápida hacia el helicóptero en donde Mel me esperaba, no iba a arriesgarla más, aunque eso significara dejar pasar la oportunidad de matar a Fabrizio.
Tomé la mano de este último.
—De nada.
Di media vuelta y seguí caminando.
—¿Volverás?
—Ve haciéndote la idea de que no me verás nunca más.
Él asintió aliviado, olvidando que la sinceridad no era una de mis virtudes.
Llegué al helicóptero y le ordené a Raúl irnos de una vez. De lejos contemplé el recorrido que Fabrizio hizo para encontrarse con Luca, su hermano, quien también me estaba mirando de vuelta. La sed de venganza en sus ojos me fue indiferente, Luca era solo un novato inofensivo, incapaz de atentar contra mí.
Nos elevamos en el aire, vi por última vez a los dos hermanos para después ir con ella.
Melanie estaba sobre una camilla acompañada de Marina, esta última me abrazó con fuerza apenas me vio.
—¿Está herida?
—Solo tiene algunos rasguños.
—¿Cuándo despertará?
—Depende. ¿Hace cuánto le diste el calmante?
—Hace cuatro horas. Fueron tres pastillas, las disolví en jugo de naranja durante el desayuno y...
—¡¿TRES PASTILLAS, FABIO?! ¡ES DEMASIADO!
—¡¿Morirá?!
—Reza, suplica, implora para que no.
—Pero no entiendo, ella estaba despierta y volvió a desmayarse.
—¿Cómo quieres que no despierte con toda la balacera? Y peor, ¡casi la secuestran! ¡¿Cómo se te ocurre armar este plan estúpido?
—¿Raúl te lo contó?
—Sí, y estuvo a punto de contárselo a Gabriel.
—Maldición...
—Te desconozco, Fabio. ¿Por qué la dormiste? ¿Por qué lo hiciste?
—Las visiones volvieron —confesé—. Cada vez que la veía ella tenía sangre por todos lados. La piel marcada. Sin ningún rastro de vida en su cuerpo. La veía muerta en mi mente, Marina. Muerta como...
—Como Liliana. —completó.
—No puedo pasar por lo que pasé con Liliana otra vez, ella era como mi hermana y la perdí. No voy a perder a nadie más, Marina, no tengo la valentía suficiente para hacerlo. Tú sabes bien quién es Melanie, sabes lo que significa para mí, yo debo protegerla de alguna manera, no quiero que me la quiten. No de nuevo. Y el fin justifica los medios. Ella es mi fin. Siempre ha sido mi fin.
—Tus medios fueron cegados por el fin. Melanie fue absorbida por el recuerdo de Liliana. Creo que es momento de aceptarlo, Fabio —sostuvo mis manos—. Te equivocaste.
No dijo más, se puso de pie y me dejó solo.
Apenas llegamos, la sonrisa de Gabriel desapareció al verla inconsciente y lastimada.
—¿Mel?
Fue hasta ella para tomar una de sus manos, creyendo que estaba dormida, pero no consiguió hacerla reaccionar.
—¿Qué le pasó?
Marina y Raúl no contestaron, entonces él dirigió sus ojos a mí.
—¿Qué le pasó? —volvió a preguntar más alterado.
—Está sedada.
—¿Sedada? ¿Por qué?
—Tuve que hacerlo para poder sacarla de donde estábamos.
—¡¿Qué le diste?! —me gritó dándome un empujón, haciendo que Nora intervenga e intente detenerlo.
—Fueron tres pastillas de...
—¡¿TRES PASTILLAS?!
No supe qué decir.
—Un doctor... —pidió desesperado—. ¡TRAIGAN UN DOCTOR!
—¿Un doctor? ¿Estás loco? Nadie puede venir...
No hizo caso a lo que dijo Raúl, tomó en brazos a su hermana y salió de la casa seguido por su novia.
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