16 | Por tu bien.
Melanie.
—¿Tú matarías en defensa propia?
El cangrejo permaneció inmóvil a mi lado, como si le interesara conversar conmigo. Evidentemente no contestó, solo estuvo quieto, compartiendo la vista.
—Imagino que iré al infierno.
De un momento a otro, el animalito salió corriendo, dejándome sola.
—¡Melanie!
—¿Fabio?
Sostuvo uno de mis brazos y siguió la carrera.
—¿Por qué corremos?
—Después te explico.
—¿Quién es esa chica? —le pregunté viendo que una mujer lo seguía.
—Después te explico.
—¿Hiciste algo malo?
—¡Melanie, por dios! ¡Después te explico!
Siguió corriendo y nos ocultamos detrás de un conjunto de arbustos.
Como siempre, tapó mis labios con una de sus manos, asegurándose de que no hiciera ruido para que la muchacha no nos encontrara. Estuvimos así casi diez minutos hasta que ella se fue con un rostro desilusionado.
Me soltó y, con discreción, salimos de nuestro escondite.
Él siguió a la chica con la mirada hasta que la vimos desaparecer.
—Creí que tú eras la única mujer que superaba los límites de la arrogancia.
—No es momento para que me recuerdes mis defectos. Me siento terrible...
No contestó.
—¿Qué le hiciste a esa niña?
—Golpeé a su novio.
—¿Golpeaste a su novio?
—Sí.
—¿Por qué?
—Solo confórmate con saber que lo golpeé.
—¿Y por eso te siguió?
—Sí.
—¿Por qué su novio no te siguió?
—Porque lo golpeé tan fuerte que no pudo levantarse.
Entrecerré los ojos.
—Ve a cambiarte. —me ordenó estirándome un par de bolsas que llevaba consigo.
—Debo bañarme primero.
—No hay ningún lugar en donde puedas bañarte. Cámbiate, iremos a un hotel y lo harás ahí.
No tenía más opciones. Me encerré en una cabina de teléfono que estaba totalmente cubierta y me cambié.
Comprobé que Fabio no tenía mal gusto; había acertado en un noventa por ciento con mis tallas, pero, como lo prometió, todo lo que había comprado era negro.
—Estoy lista.
Ni siquiera volteó a mirarme, solo tomó mi muñeca y cruzamos un pequeño parque para llegar a la recepción de un hotel cuatro estrellas cerca.
—Buenas noches, bienvenidos a...
—¿Tiene habitaciones libres?
—Sí, señor, ¿me permite su identificación?
—Claro. —Fabio fingió buscar en sus bolsillos—. Creo que la dejé en el auto. Ven, cariño, vayamos a buscarla —me dijo. Después se dirigió a la recepcionista—. No tardamos.
—Descuide.
Apenas salimos del sitio apresuró más su paso.
—Ahora, ¿qué?
No contestó y yo no insistí en hacer más preguntas.
Llegamos hasta otro hotel, pero con funciones cuestionables.
—Buenas noches.
—Buenas noches, ¿tiene...?
—Veinte dólares la noche y los preservativos son de cortesía.
—Nosotros no...
—Aquí tiene. —me interrumpió Fabio, dándole el dinero al hombre mientras este le entregaba la llave del dormitorio.
—Es la habitación veinticuatro —dijo el señor—. Buenísima noche. —añadió escaneándome de pies a cabeza.
Fabio le contestó con una mirada amenazante y la media sonrisa del sujeto se esfumó.
—Este es un lugar de mala reputación...
—Mañana estarás sobre una cama tamaño real, pero hoy debes conformarte con esto.
—No me importa la cama, ¿viste cómo me miraba ese tipo? ¿Qué tal si cuando estemos durmiendo abre la puerta y...?
—¿Por qué te preocupas? Yo estaré contigo.
—Eso solo alimenta mi angustia.
Su disgusto apareció de inmediato. Abrió la puerta de la habitación, dejando ver una cama no muy grande, un sillón y una televisión.
—Ve a bañarte.
—No saldrás, ¿cierto?
—No.
—Y no dejarás que nadie entre.
—No.
—Y si grito, ¿irás a ayudarme?
—Sí.
—¿Lo prometes?
Él suspiró.
—Lo prometo.
No hice más preguntas, me dirigí al baño y dejé caer el agua de la ducha. Por suerte estaba caliente, pero eso no ayudó a que mi cuerpo se relajara, lo único que hizo fue aumentar el dolor de cabeza que no me dejaba en paz desde hace horas.
Vi cómo la sangre seca de mi cabello iba deshaciéndose al tener contacto con el agua para luego viajar por todo mi cuerpo hasta llegar a la tubería y mis ojos volvieron a arder a causa de las lágrimas.
Yo no quería eso, nunca quise eso, y no creía poder asimilarlo, mucho peor, no creía poder acostumbrarme a ese tipo de vida parasitaria en la que fui obligada a involucrarme.
Mi odio hacia Dante creció. Imaginé que él me veía. Imaginé que se burlaría de mí al saber todo lo que estaba pasando.
Lloré, y aunque lo hice durante demasiado tiempo, no había logrado liberar ni siquiera la mitad de lo que tenía en mi interior.
Una vez que terminé, volví a cambiarme. Me miré en el pequeño espejo que tenía enfrente, y en esa ocasión solo vi a una Melanie que, aunque no llevaba máscara, tampoco era real, o eso creí.
Fui al dormitorio hallando a Fabio sentado en una esquina de la cama, de igual forma luciendo frustrado.
—No quiero volver con mi hermano.
Al escucharme volteó a mirarme, y antes de que dijera algo me adelanté:
—No puede verme así, de lo contrario insistirá en dejarme atrás y abandonarme.
—Sería lo mejor.
—¡No! ¿Cómo puedes decir eso?
—¿De qué serviría tu presencia si solo huirás?
—Pero yo no quiero matar...
—Tampoco puedes dejar que te maten.
—Tú me cuidarías la espalda.
—¿Yo? —mofó.
Me hizo sentar sobre la cama y se posicionó a mi lado.
—No estaré siempre contigo, Mel. Un día estarás sola, sin nadie que pueda protegerte, o peor, sin nadie que esté dispuesto a hacerlo. Es entonces que deberás intervenir por ti.
—¿Matando?
—Si es necesario, sí.
—No soy capaz...
—Acabas de hacerlo, solo es cuestión de tiempo para que...
—No lo digas.
—Habrá una segunda vez.
—No...
—Debes aceptarlo.
—¡Yo no soy una asesina!
—Matar en una situación muy similar en la que te encontrabas no te convierte en una asesina.
—Acabar con la vida de una persona me convierte en una asesina.
—Ese hombre no puede ser llamado persona si intentó hacerte daño.
—Yo también le hice daño. ¿Cómo merezco ser llamada?
—Sobreviviente.
Me rehusé a creerlo.
—Él quiso atacarte y tú solo te defendiste, eso te convierte en una sobreviviente de ese tipo. ¿Quién te garantiza que tú eras su primera víctima?
Volví a encogerme de hombros.
—Era un sicario, Melanie, tarde o temprano lo iban a matar, y si no lo hubieras hecho tú, su lista de muertes habría aumentado, ¿eso te haría feliz?
Negué con la cabeza al borde del llanto. Él rodeó mi espalda con uno de sus brazos, intentando trasmitirme cierta fortaleza.
—Evitaste la muerte de muchas personas inocentes, Mel, no te sientas mal por eso. Yo no te veo como una asesina, solo eres alguien que defendió su vida y defendió la mía. Y, aunque suene contradictorio, estoy tranquilo de tenerte aquí, conmigo. Ni siquiera puedo pensar en la posibilidad de haberte visto morir.
A mí tampoco me agradaba pensar en qué habría pasado si no hubiera logrado defenderme como lo hice.
—¿De verdad te salvé?
—Dejaste inconsciente a Luca cuando iba a matarme. ¿No lo recuerdas?
Hice un gesto negativo con la cabeza.
—Es normal, estabas en shock.
—¿Él estará bien?
—Por ahora.
—¿Lo matarás?
—No lo sé.
Volví a agachar la cabeza. Si lo mataba o no, me daba exactamente igual. No me interpondría ni haría más reclamos, después de todo, ya no tenía derecho.
—Te devolveré el favor. —comentó soltándome.
Se puso de pie y caminó hasta una de las bolsas que había traído consigo cuando fue a conseguirme la ropa.
—¿Una corona?
—Una corona.
—¿Qué placer te da humillarme así?
—No intento humillarte.
—Sueles burlarte de mi incapacidad al cumplir ciertas «cosas» llamándome «princesa».
—Esto ya no es una burla.
—¿Y qué es lo que buscas?
—Cuando éramos niños te obsesionaste con ser elegida como reina de nuestra escuela.
—Eso fue hace muchísimo tiempo.
—Y sufriste mucho cuando no te eligieron.
—No me afectó tanto.
—No comiste por más de dos días.
—Mientes.
—Es tuya ahora. —me estiró la tiara, esperando que la tomara.
—Ya no soy una niña.
—Pero lo fuiste.
—¿Haces esto para humillarme? Si ese es el caso, no te culpo, créeme.
—No es humillante. —protestó frunciendo el entrecejo—. Es entendible, eras una niña. Una niña a la que nadie eligió.
Auch.
—En ese entonces yo no era valiente. Aún no soy valiente respecto a este tema.
—¿Qué tema?
—La debilidad —articuló—, o el amor. No lo sé. Son cosas muy parecidas.
—El amor... Eso no...
—Déjame terminar primero. —ordenó—. Debo decirte lo que tuve que decir ese día, y lo que tuve que decirte antes de irme, y lo que tuve que decir cuando fingí estar ebrio.
Mis latidos se aceleraron como si lo hubieran adivinado.
—Debí decirte que yo te elijo a ti.
Su voz ronca provocó que todo mi cuerpo comenzara a sufrir pequeñísimas descargas eléctricas.
—Y que después de haber estado en más de un lugar, es aquí en donde sé que pertenezco. Contigo. Porque también eres mi hogar.
Estaba de más decir que la situación ya no parecía ser una más de sus burlas.
Por unos cuantos minutos, mis dolores emocionales y físicos desaparecieron, pero la duda ocupó el lugar de todos ellos.
Tal vez compartí su forma de pensar; sin embargo, no tenía una idea clara sobre ello. Es incierto saber si el amor es quien nos vuelve débiles o es la persona que amamos quien lo hace.
—No estoy seguro de que sea amor, y, si lo es, no deberías tener miedo de él. Del mío.
—Acordamos que tú y yo no...
—Seamos sinceros, Melanie. Si seguimos juntos es precisamente para hacer lo que acordamos no hacer.
—Eso es redundante y...
—¿Pero tengo razón?
—Tal vez... Tal vez un poco.
—No espero que te sientas obligada a compartir esto, lo sabes, ¿no?
—Sí...
—Bueno, ahora que te lo dije me siento mejor. Fue demasiado desgastante auto convencerme de que te odiaba solo por lo que me hacías sentir.
Me quedé sin habla y Fabio dio esa conversación por terminada, al menos para él.
—¿Quieres ver otra película de terror?
—Yo también fingí. —declaré permaneciendo quieta.
No pareció sorprendido.
—Desde hace un par de días me siento...
Oh, dios, ¿qué estoy haciendo?
—Siento que te odio, pero a la vez no, y me esfuerzo inútilmente en aparentar que tu presencia no es significativa. Estuvimos juntos durante bastante tiempo y lo que yo sentía por ti aun siendo una niña no desaparece de la noche a la mañana, ni siquiera en diez años, ¿sabes? Tampoco creo que sea amor, pero eso no quita el hecho de que se sienta bien.
—¿Te sientes bien conmigo?
—Solo cuando abandonas tu faceta sarcástica y psicópata.
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿Tú te sientes bien conmigo? —cuestioné.
—Solo cuando estás dormida y en silencio.
También sonreí. Lo vi acercarse, quedando a centímetros de distancia, sin tocarme, pero con su mirada puesta en la mía.
—Dado el caso de que esto no es amor y no tiene nada que ver con él, imagino que no es malo.
—No considero que sea malo, Mel. Tal vez mañana despertemos y todo haya cambiado.
—Entonces saquemos ventaja de la sinceridad que tenemos ahora.
—De acuerdo, tengo una última pregunta.
—¿Cuál?
—En el hipotético caso de que mañana nada cambie, ¿te quedarías conmigo?
—¿Quedarme contigo? ¿Aquí?
—No hablo de lugares, hablo de mí. ¿Te quedarías conmigo descartando el lugar y las circunstancias?
Tragué saliva y sentí cierta sensación de miedo.
—¿Volverás a irte? —pregunté inconscientemente.
—No hasta que me lo pidas.
—Ya lo hiciste una vez, nadie me garantiza que no vuelva a pasar...
—Deberás aprender a confiar en mí.
—Si me quedo contigo, ¿significa que me adentraré en tu mundo? ¿Haré lo que tú haces?
Él asintió con la cabeza y el miedo se intensificó.
Me estaba invitando a sentarme junto con él al borde del acantilado. Y, por desgracia, yo lo había escuchado.
—Como ya sabemos que no es amor, imagino que no pasa nada si me quedo. —respondí.
Llevé una de mis manos hasta su mejilla derecha viéndolo acercarse, dándome un beso en la frente para después abrazarme, descargando la culpa que sentía y liberándome de todo lo que me aquejaba.
—Ven, es hora de que duermas. Lo necesitas.
Dejé que me recostara sobre la cama y cerré los ojos luego de que me cubriera con las sábanas, pero me levanté de golpe cuando lo vi alejarse para ir hasta el sillón.
—¿Qué haces?
—Dormiré aquí.
—Esta cama es muy grande...
—No lo suficiente para ambos.
—Pero los sillones son incómodos...
—He dormido en peores lugares, descuida.
Excusas. Puras excusas.
—Quiero dormir contigo. —admití.
—Tu hermano no estaría muy de acuerdo con eso, Mel.
Un cierto tipo de tristeza me invadió.
—Buenas noches. —se despidió y me dio la espalda.
¿Buenas noches?
¿Piensas que alguien como yo se rinde tan fácilmente?
Salí de la cama y terminé sobre él, viéndolo dormir tranquilamente.
—¿Mel?
—Te dije que quiero dormir contigo.
—Pero Gabriel...
—No veo a Gabriel por ninguna parte de esta habitación.
Fabio sonrió y durante los segundos en los que lo hizo me sentí intocable, segura.
—Tú ganas.
Rodeó mi espalda con uno de sus brazos y dejó que terminara de recostarme en su pecho. Hasta que se levantó para tomarme en brazos y regresarme a la cama, me aseguré de abrazarme muy bien a su abdomen con el fin de impedir que se fuera si tenía pensado hacerlo, pero verlo cubrir su cuerpo junto al mío con las sábanas me dio tranquilidad, y sólo así pude descansar.
Dormir en ese lugar fue incómodo, sobre todo por algunos de los ruidos que provenían de otros dormitorios. Al amanecer desperté temprano, mi pesar aún no se había ido por completo y el rostro del hombre que maté seguía en mi mente.
Fabio continuaba durmiendo, permitiéndome observarlo.
Lo quería incluso más de lo que le temía, y era escalofriante pensar en que algún día la balanza volvería a desequilibrarse.
—Eres demasiado bueno fingiendo. —le dije al notar que en realidad también estaba despierto.
—Y tú muy astuta.
Ambos sonreímos, aunque él recuperó su seriedad.
—Nada ha cambiado, Mel. No en mí.
Tragué saliva antes de contestar.
—Lo sé.
Él abrió los ojos aún más.
—Yo siento lo mismo. —añadí.
—Oh...
—Pero no es amor.
—No. No es amor.
Ambos asentimos.
—¿Y eso en qué nos convierte?
—¿Amigos?
Comencé a reír después de verlo gruñir mientras volvía a arrastrarme para acercarme más.
—Ayer admitiste no querer ser mi amiga.
—Sí, pero tú aún no me has preguntado nada oficialmente, galán.
—¿Quién me asegura que este no es otro de tus juegos?
—Tendrás que tomar el riesgo.
—De acuerdo. Mel, ¿tú me aceptarías como tu novio?
—Tengo que pensarlo... ¡Sí!
Él solo me devolvió la sonrisa para después besarme.
—Pues ya somos novios.
—Qué emoción.
—Demasiada emoción. Ahora levántate y sácame de aquí.
—¿Eran gemidos los que se escuchaban anoche?
—Haya sido lo que haya sido, no quiero volver a oírlo —aseguré poniéndome de pie para ir por nuestras cosas—. ¿A dónde iremos?
—A una hacienda que está en el campo. Es en donde tienen a Luca.
—¿Lo vas a torturar?
—No creo.
—¿No crees?
Tomó la tiara que había traído consigo y me la puso antes de darme un nuevo beso.
—No creo. —repitió.
Acomodó la cama en la que habíamos dormido, dejándola tal cual la encontramos, seguidamente tomó mi mano y salimos del hotel, hallándonos con unas calles que, a la luz del sol, se veían preciosas junto al mar calmado.
El campo estaba a casi tres horas de la ciudad en auto, así que rentamos uno y nos dirigimos hasta allí.
—¿Cómo se llama la hacienda?
—Tirabante.
—¿Tirabante? ¿Qué se supone que significa?
—El dueño anterior sabía su significado, el actual dueño solo conservó el nombre en honor a él.
—¿Qué pasó con el dueño anterior?
—Murió.
—Murió, ¿pero antes se la dejó al dueño actual?
—Sí.
—¿Su hijo?
—No, uno de sus hombres de confianza. Él no tenía hijos.
—Imagino que debió haber confiado mucho en ese hombre.
—Sí, yo también supongo eso.
—Imagino que es una hacienda legal —Él volteó a mirarme extrañado, como si no entendiera lo que quise decir—. Me refiero a que solo se limitan en el ganado y la agricultura. NADA más.
—¿Por qué dices eso?
—Porque dados tus antecedentes, esa hacienda puede ser un camuflaje de narcotraficantes aliados con la mafia que se dedican a producir cosas ilegales.
—Tienes demasiada imaginación.
—Con eso quieres decir que me equivoco, ¿cierto?
—Sí, te equivocas. Todo lo que hay y todo lo que se hace en esa hacienda es legal.
—Bien, me quedo tranquila.
Estuvimos en silencio siguiendo el camino.
—¿Cuánto falta para llegar?
—Menos de veinte minutos.
—¿No puedes ir más rápido?
—¿Por qué tanta prisa?
—Me gustan ese tipo de sitios. La última vez que visité una hacienda fue la de mi abuela, hace siete años, antes de que muriera. La hubieras visto, era preciosa.
—¿Tu abuela?
—¡La casa!
—Ah...
—Había de todo, cerdos, caballos, pavos reales, incluso un lago con un par de cisnes.
—Sí, la vi.
—¿La viste? ¿Cómo? Nunca has estado ahí.
—Fui con mi padre hace cuatro años.
—Cuatro años. Estuviste cerca hace cuatro años y no te dignaste en visitarme.
—¿Quién me garantizaba que no me echarías a los perros para que fueran por mí? Imaginaba que estabas enojada, no, enojada no, furiosa. No habrías querido verme ni en pintura.
—Aún no quiero verte.
—Pero estás aquí, conmigo, así que gané.
—No ganaste nada.
—Claro que sí. Tengo a una mocosa loca sentada a la derecha.
—Te odio.
—Yo te odio más.
—¿Y por qué somos novios?
—Está de moda.
—Qué gracioso...
Después de varios minutos ya podíamos ver la hacienda. Era grande, con terrenos enormes y animales en cada parcela. Un río pasaba casi a lado y desembocaba en una quebrada que, a medida en que íbamos acercándonos, aumentaba su sonido.
—Quédate aquí. —me pidió él apenas estuvimos frente a la entrada formada por unas cuantas tablas de madera—. No sé por qué me molesto en pedírtelo. —me reclamó al ver que yo ya estaba dando un par de pasos hacia la entrada.
—Ayer te salvé la vida, Fabio Saravia, acabo de recordarlo, aun estando paralizada le rompí la cabeza a ese tipo, así que acepto una hacienda como esta en agradecimiento.
—Ya te lo agradecí.
—¿Piensas que un «gracias» es suficiente?
—No. Pero acabo de recordar que yo evité que los otros hombres te dispararan, así que estamos a mano.
Me crucé de brazos, su respuesta no me tenía para nada contenta. Llegamos hasta la entrada, siendo recibidos por dos sujetos.
—¿Tienes tu arma? —le pregunté, posicionándome ligeramente detrás de él al ver que los otros dos sí estaban armados.
—No.
—¿Cómo que no la tienes, Fabio? ¿Por qué saliste sin ella? ¿Por qué hoy?
—No la tengo desde que llegamos, tuve que tirarla, de lo contrario los detectores de metales nos habrían metido en problemas.
—¡Ahora estamos en problemas!
—Relájate.
—Debes entender que no todo se soluciona con un «relájate», maldición.
—Buenos días. —saludó uno de los hombres acercándose—. ¿A quién buscan?
—Issac Olivera. —respondió Fabio.
—¿Departe de quién?
—Solo díganle que lo buscan.
—Debe darnos su nombre.
Fabio dio un paso más, acercándose al hombre para repetir lo que dijo.
—Díganle que alguien lo busca.
Ellos no siguieron protestando, uno se apartó en busca del muchacho mientras que el otro se mantuvo cerca para vigilarnos.
—Me quiero ir.
—Hace diez minutos estabas ansiosa por llegar y ahora te quieres ir.
—No sabía que había gente armada aquí. ¿Ya viste cómo nos mira ese hombre? ¡Y peor! —golpeé uno de los hombros, manteniendo mis susurros—. ¿Cómo te atreves a hablarle así de desafiante?
—Esta gente no nos hará daño.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque aún nadie les ha ordenado que lo hagan.
—Dijiste que en esta hacienda no se hacían cosas ilegales.
—Ajá.
—¡¿Y por qué demonios hay personas armadas en ella?!
—Simple precaución. La inseguridad está terrible, ¿no lo has notado?
—¿Me quieres ver la cara de estúpida? Eso...
No pude terminar de hablar debido a que vimos al hombre regresar acompañado de Issac, quien apenas vio a Fabio apresuró su paso.
Él se adelantó dándole el encuentro para iniciar una conversación de la cual no pude escuchar nada ya que temía que cualquier movimiento que yo hiciera me costara la vida, o lo poco que me quedaba de ella.
Saravia dio media vuelta y me indicó seguirlo. En un abrir y cerrar de ojos resulté sujeta a uno de sus brazos aparentando tranquilidad, pero él más que nadie podía sentir cómo mi cuerpo temblaba.
Issac nos dio un pequeño recorrido por el lugar. En los alrededores todo era verde, lleno de unos cuantos árboles, plantaciones de maíz, caña de azúcar y más.
En la parte trasera estaban los establos con algunos caballos, frente a ellos había un lugar mucho más cerrado en donde se hallaban seis vacas y dos terneros.
La casa contaba con tres pisos, también había apartados exclusivos para elaborar lácteos y, no conforme con eso, contaban con las siembras en las parcelas desocupadas.
En resumen, ese lugar era enorme.
Bajo mi ingenuidad, supuse que Issac debía ser el muchacho del cual Fabio habló, el mismo que fue el hombre de confianza del antiguo dueño.
No tenía idea de cuántas personas estaban en esa hacienda, pero eran muchas, y el hecho de que algunas estaban armadas me impedía estar tranquila.
Saravia se posicionó frente a la entrada de la casa manteniéndome a su lado en tanto Issac llamaba a todos los trabajadores, haciendo que se reúnan delante de nosotros para darnos la bienvenida, porque, aparentemente, sí éramos bienvenidos.
—Imagino que es hora de devolver lo que no me pertenece —murmuró el joven dejándome helada.
Mi mente lo procesó y cuando tuve la deducción en la boca, él se adelantó.
—Sus llaves, señor. —le dijo a Fabio entregándole un manojo de llaves que él se negó a recibir.
—No he venido para quedarme —le respondió.
Los empleados se mantuvieron ajenos a lo que pasaba.
—Señores —se dirigió a los trabajadores captando su atención—, yo soy Fabio Saravia, el verdadero dueño de estas tierras. Dije que nadie me conocería hasta que esté decidido en terminar con FRYM, así que, evidentemente, el día está cerca.
Los rostros de todos se mostraron alegres, esperanzados.
Entonces, sí. Él era dueño de todo. Era el muchacho que ganó la confianza de su señor. Era quien decidió conservar el nombre de la hacienda en honor a él. Y, para aumentar su soberbia, era el jefe de jefes.
La pregunta era:
¿Qué rayos es FRYM?
—No será fácil. Ustedes saben de primera línea que no lo será —todos asintieron cabizbajos—. A las seis de la tarde hablaremos sobre esto, los quiero puntuales y atentos.
Volvieron a afirmar, Issac les hizo una señal para que se retiraran y lo hicieron.
—Pueden descansar, yo les avisaré cuando la comida esté lista.
—Gracias. Ve a descansar también, te ves cansado, lamento eso.
—Es lo menos que puedo hacer, señor. —le respondió el muchacho.
Abrió la puerta de la casa y se apartó.
Cuando Fabio terminó de cerrar todo y dio media vuelta, se encontró conmigo, mis dos brazos estaban cruzados y mi rostro exigía respuestas.
—¿Señor?
—¿Sí, plebeya?
—¡¿Cuándo ibas a decirme que todo esto era tuyo?!
—¡Sorpresa!
—¡¿Cómo que sorpresa?! ¡Me mentiste!
—Detente, yo jamás dije que esto no es mío.
—¡Pero tampoco dijiste que sí lo era!
—Bueno, ya lo sabes.
Tomé un cojín y comencé a golpearlo con este.
—«Yi li sibis». ¡CLARO QUE YA LO SÉ! ¡TE OÍ DECIRLO!
Él ni siquiera se movía, solo mantenía su rostro divertido al verme alterada.
Lo alejé cuando intentó acercarse y solo me concentré en calmar mi respiración.
—Ordené que prepararan un cuarto para ti. ¿Quieres verlo?
—¿Un cuarto para mí? ¿Nos quedaremos aquí? ¿Habías planeado esto?
—Si no respondo vas a golpearme, ¿cierto?
Asentí.
—Pues ya qué. Golpéame de una vez. —se resignó con calma.
Volví a ir contra él, aunque no estaba segura de que un cojín pueda dañarlo.
—¿Terminaste?
—Por ahora.
—Bueno, vamos a ver la habitación.
—Si está llena de flores te juro que no saldrás vivo de aquí.
—¡Pues mátame de una vez! —volvió a pedir, haciéndome suponer que sí estaba llena de flores.
Continué golpeándolo hasta que las fuerzas de mi cuerpo me abandonaron.
Llegamos al tercer nivel, quedando frente a una puerta color beige. Al abrirla vi que mintió.
—¿Y las flores?
—Allá, ¿no las ves?
—¡Son dos!
—Para decorar el ambiente.
—Creí que habrían más...
—¿Quieres más? Puedo pedir que traigan más. ¡Issac!
—No, no, no. Está bien así. Dejemos a las flores en paz.
—¿Entonces qué me dices? ¿Te gusta?
—Me gusta. Me gusta mucho.
—Bien. Ahora ve a descansar, te despertaré para almorzar.
—Espera, espera, espera, ¿crees que tienes el derecho de irte sin darme mayores explicaciones?
Frotó su rostro con una de sus manos, como si supiera que no dejaría que cruzara esa puerta. Lo llevé hasta la cama y lo hice sentar, me coloqué a su par y, pacientemente, esperé a que me lo explicara.
—¿Por qué les dijiste todo eso?
—¿Y si mejor te duermes?
—¡Fabio!
Dejó caer su cuerpo por completo sobre la cama, colocando los brazos detrás de su cabeza y cerrando los ojos.
—¿Qué quieres saber?
—Todo. ¿Cómo conseguiste este lugar? ¿El hombre que era tu jefe de verdad te lo dio? ¿Vas a matar a Luca? ¿A Fabrizio? ¿Ellos pueden matarte a ti? ¿Quiénes son las personas que están aquí? ¿Trabajan para ti? ¿Eres...?
—Bueno, basta, vamos de a pocos —se quejó abriendo los párpados—. Escoge tu primera pregunta.
Pensé unos cuantos segundos.
—¿Cómo conseguiste esto?
—Cuando estuve infiltrado en la mafia me mantuve a disposición de Almagro, era mitad italiano y mitad latino, da igual, el caso es que depositó su confianza en mí frente a algunas situaciones, y, aunque mi objetivo no era él, tuve que actuar como un verdadero hombre en el que podía confiar y no levantar sospechas.
—¿Él nunca te descubrió?
Volvió a abrir los ojos, se reincorporó a la cama y me acercó más, empezando a susurrar.
—Sí, me descubrió.
—¡¿Y cómo es que no te mató?!
—Porque yo lo maté antes.
—Lo mataste y ¿te adueñaste de todo?
—No, ¿cómo crees? Nada de lo que él tenía me interesaba, fue él quien me regaló esto. Lo hizo antes de saber quién era yo, claro. Cuando me descubrió quiso acabarme, pero ya te lo dije, yo lo hice primero.
—¿Nadie sabe que lo hiciste?
—No.
—¿Ni siquiera esta gente?
—Esta era su gente.
—Y, ¿qué pasa si se enteran de eso?
—Estas personas jamás lo descubrirían, y aunque lo hicieran, no pueden ir en mi contra, yo les he salvado la vida.
—¿Cómo que les salvaste la vida?
—Antes de que Almagro muera me ordenó deshacerme de todos ellos, fueron testigos cuando me lo pidió. Yo no quería hacerlo, después de todo no tenían la culpa de terminar en un lugar como este, ellos solo buscaban un trabajo, tenían familias, ¿cómo iba a matarlos?
—Así que tuviste la idea de matar al jefe.
—No me arrepiento. Estoy seguro de que él también le ordenó a alguien más para que me matara. La confianza no lo es todo.
—Entonces, ¿tampoco confías en los de allá fuera?
—Los de allá afuera son gente agradecida, están aquí porque salvé su vida y no por dinero, ese tipo de aliados son los que necesito, hay menos del uno por ciento de probabilidades para que me traicionen. Así que, ahí tienes tu lección de vida: Rodéate de personas agradecidas en lugar de sanguijuelas interesadas.
—¿No les das ninguna remuneración por su trabajo aquí?
—Claro que sí, ellos se encargan de todo y consumen lo que quieran. Tienen permiso de llevarse algunas cosechas o los lácteos que se produzcan sin ningún tipo de costo, pueden traer a sus familias para que conozcan esto, organizan comidas en conjunto, todos aquí forman una sola familia y cuando me quedé sin nada me incluyeron en ella. Son personas muy buenas si llegas a conocerlos, y, si bien, tarde o temprano descubrirán que yo maté a su señor, no les importaría, no hay nada que deban reclamarme.
—¿Así que Issac solo es una pantalla? ¿Él se hace pasar como el dueño?
—Sí, le pedí que me ayudara con eso. Yo no estoy muy seguido aquí y no es una vida que me agrade.
—Prefieres ir por el mundo matando a diestra y siniestra.
—No es mentira.
Sonreí falsamente y él me devolvió la sonrisa.
—Entonces, ¿estás aquí para acabar con Fabrizio?
—Fabrizio, Fabrizio, Fabrizio. Ese hombre ha sido causante de las peores migrañas que he tenido a lo largo de mi vida.
—¿Qué hizo?
—Fue él quien me delató. Era el enemigo de Almagro y líder de una organización enemiga dedicada al narcotráfico.
—Y, ¿vas a matar a su hermano?
—No, solo voy a proponerle un trato.
—Pero él mató a Liliana. ¿No ibas a vengarte?
—Es el alcalde de esta ciudad, matarlo no es conveniente ahora.
—Entonces, ¿qué harás?
—Ya lo verás, tú solo ten en claro que si te traje aquí fue para que te despidas de tu lado lleno de flores y arcoíris, puede quedarse junto a los caballos, vacas e incluso junto a los cerdos, tú deberás regresar totalmente liberada de tus principios.
—¿Quieres que sea como tú?
—No existe nadie en el universo que sea como yo. Pero puedes intentarlo.
—¿Y qué pasa si no quiero?
—Si te niegas te quedarás aquí hasta que todo termine.
—No puedes...
—Sí puedo.
—Mi hermano...
—Él me apoya.
—Fabio...
Cerró los ojos y me ignoró.
—¡Fabio! —le reclamé acercándome más—. Dijiste que no insistías después del primer «no».
—Eso no aplica en este ámbito.
—¡Claro que aplica!
—Deja de gritar como loca.
—¡No quiero ser una asesina!
—De igual forma todos mueren, tú solo te encargarás de adelantar el día —mofó, y lamento decir que me sacó de mis casillas.
Me puse de pie aprovechando que él seguía intentando dormir, tomé el florero y le tiré el agua.
Dio un salto, quedando frente a mí.
—Vas a arrepentirte.
—No creo que tengas un mejor castigo que convertirme en una psicópata.
—Lo tengo.
—No tengo miedo.
Me dio la espalda para quitarse la remera.
—No me hagas esto —volví a pedir.
—Solo te estoy enseñando a sobrevivir.
—Entonces no quiero sobrevivir.
—Serías egoísta si no lo haces.
—Pero también sería egoísta si le quito la vida a alguien más...
—No si se lo merece.
—¡Nadie merece la muerte!
—¡Pero mueren! —exclamó con voz gruesa y fuerte—. ¡¿No te das cuenta?! Cada día millones mueren por enfermedades, accidentes o simplemente por encontrarse con la persona equivocada. No puedes evitar eso.
Se me acercó más, haciéndome sentar encima de la cama otra vez.
—No puedes condenar a una persona que mató a otra sin saber sus razones —añadió ablandando su tono—. ¿Condenarías a un padre que mató al acosador de su hija solo para que este no la violara? ¿Condenarías a un policía que mató a un ladrón para que este no asesine a un inocente solo porque no quiso entregar el dinero que con tanto esfuerzo consiguió? Piensa en ti. ¿Te condenarías a ti misma por acabar con un hombre que intentó hacerte daño? Esto es el mundo, Melanie, nadie más que tú puede cuidarte en él.
—¿Ni siquiera tú? —cuestioné.
—Mi función no es ser tu príncipe azul, Mel. Mi función es convertirte en tu propio príncipe azul.
Suspiré y sentí un terrible dolor en el pecho.
Sentirse incompetente frente a un conjunto de situaciones que no terminaba de comprender me provocó cierto tipo de angustia en lugares del alma que no tenía idea de que existían.
La insuficiencia es nuestra primera enemiga, la más letal, la más humillante y la sensación más abrumadora que no dejaremos de sentir. Nunca.
***
—Dispara.
Hubo un estruendo que me aturdió por completo y después se hizo el silencio.
—¿Entonces no planeas abrir los ojos?
Levanté los párpados y él fue lo primero que vi.
—¿Le di?
—Si tu objetivo era todo menos esa botella, sí, le diste.
Resoplé.
—Probemos otra vez. —insistió.
Di un par de pasos laterales para repetir la rutina.
Lo hice por tercera vez y volví a fallar. Lo mismo pasó con la cuarta y con la quinta.
—Tienes buena puntería con los tacones, pero no con un arma, ¿cómo es eso posible?
—Zapatos y pistolas no tienen absolutamente nada en común.
—Sigue intentando.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
—Casi tres horas.
—Tengo hambre...
—Si le das al menos a una botella, iremos a comer.
—Estoy cansada...
—Tú puedes.
—Hace calor...
—¡QUE TÚ PUEDES!
—¡BIEN! Pero no me mires.
—¿Te pongo nerviosa?
—No, solo aumentas mis ganas de dispararte.
Entrecerró los ojos y me dio la espalda.
Seguí intentando, y a pesar de no haber tenido ningún acierto, se vio en la obligación de llevarme a comer, después de todo, esa era la única manera de que yo pudiera tener la boca cerrada, él mismo lo dijo.
No habíamos ido muy lejos de la hacienda, al regresar la comida estaba lista. Ocupamos una mesa exclusivamente para dos dentro de la casa. Los demás decidieron comer fuera, como un día de campo, pues además de ellos, sus familiares también llegarían.
Fabio no mintió, yo podía ver la familia unida que eran y lo mucho que todos se querían.
—¿Un día podremos tener una vida tranquila?
—Depende.
—¿De?
—¿Qué es lo que significa «tranquilidad» para ti?
—Esto.
—¿Te refieres a la comida? ¿Al lugar? ¿A Can't Help Falling In Love de Elvis Presley en el tocadiscos?
Ambos sonreímos, pero él volvió a su rostro serio para terminar de preguntar.
—¿A mí?
—Tal vez a todo.
Agachó su mirada, dejando los cubiertos a un lado.
—Quieres una vida tranquila, ¿no es así?
—Quiero una vida en la que no tengamos que pasar por lo que estamos pasando. En la que ni tú, ni mi hermano, ni Raúl, ni Nora, ni Marina y ni yo tengamos que hacer lo que estamos haciendo ahora.
—Quizá solo debas conformarte con tener una vida, Mel. Tú decides si la tranquilizas o no.
No contesté, él tenía un poco de razón.
Terminamos de comer, Fabio me hizo creer erróneamente que nos quedaríamos en la casa para esperar a la reunión con los demás; sin embargo, media hora después estábamos sentados frente a la quebrada que el río formaba, viendo el agua pasar delante de nosotros, haciendo referencia a una metáfora respecto a la vida.
—¿Qué pasa si uno de los dos muere?
—El otro deberá continuar.
—¿Y tendrán que olvidarse?
—Si un día yo muero, si muero de verdad, me gustaría que me olvides —dijo sin mirarme—. Quisiera que borres de tu mente mi existencia y sigas con tu vida, ya sabes, siendo feliz.
Podría sonar egoísta, pero en realidad no lo era.
—Entonces, si mueres ¿debo olvidarte?
—Sí.
Me encogí de hombros.
—¡Ah! Pero antes quiero que vayas a Italia.
—¿Italia?
—Sí, Italia. Pasé varios años de entrenamiento ahí y fue el último lugar que vio morir a un Fabio inocente. Al que quisiste. —se lamentó—. Cuando muera por completo, ve ahí y despídeme. Estoy seguro de que encontrarás muchas pistas sobre mí, oirás muchas de mis historias, conocerás lo que yo conocí.
No me imaginaba hacer eso. Peor, no me imaginaba aceptar siquiera la idea de que él podía morir.
—Nadie puede matar a Fabio Saravia.
Sonrió levemente ante mi afirmación y siguió enfocado en el panorama.
—Si tú mueres primero, ¿qué quieres que haga yo?
—Perdonarme.
La sonrisa se le borró.
—¿Por qué? —me preguntó confundido.
—Por no haberte esperado.
—No hacía falta, Mel. Aún seguimos siendo tú y yo.
Asentí.
Aún quedaban tres horas para que llegaran las cinco de la tarde y él lo sabía.
Sentí sus brazos alrededor de mi cuerpo durante uno de mis descuidos para llevarme junto a él hacia el río.
—¿Qué haces?
—Te dije que lo que me hiciste con el agua del florero no se iba a quedar así.
—¡¿QUÉ?!
A pesar de que no contestó, tuve claro lo que quería hacer.
—¡NO! ¡FABIO! ¡LO SIENTO! ¡LO SIENTO!
—Es tarde...
—¡FABIO! ¡NO!
Terminé en el fondo del río. Volví hasta la superficie encontrándome con él, quien también estaba sumergido, me aferré a su cuello e intenté recuperar la respiración.
—¿Te da miedo el agua? Ahora entiendo por qué no te bañas.
—No mientas, yo me baño todos los días, pero no veo que tú lo hagas.
—¿Quieres verme bañándome?
—Sería interesante.
—Atrevida.
Sonreí y él me respondió la sonrisa para después besarme.
Volvimos a ser un par de niños de ocho y diez años, prisioneros de cuerpos pertenecientes a dos jóvenes con vidas miserables.
Lo miré con detenimiento aprovechando la cercanía que teníamos. Estaba dispuesta a quedarme con él sin tener en cuenta el lugar y las circunstancias, de verdad lo estaba. Pero tuve claro que no tendría tranquilidad a su lado, porque nadie da lo que no tiene.
De todas formas, yo lo tenía a él y era suficiente. Era más que eso.
No tuve idea de cómo es que regresamos a la casa. Tampoco tuve idea de cómo llegamos hasta la habitación que era mía, ni mucho menos cómo resultamos en medio de la cama.
Mi ropa húmeda estaba regada en el piso junto con la suya, evitando estorbar.
Sus ojos negros brillaron al seguir el recorrido formado por las curvas de mi cuerpo desnudo que él sostenía entre sus manos temblorosas.
—¿Estás segura?
—¿Tú estás seguro?
Lo vi dudar.
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—¿Y si no te gusta? O peor aún, ¿y si termino haciéndote daño? Yo jamás he tenido intimidad, Mel. No sé qué hacer. No sé cómo tocarte, dónde tocarte, yo...
—Podemos empezar poco a poco —interrumpí con el fin de evitar que la inseguridad lo hiciera retroceder—. Te mostraré dónde quiero que me toques.
Tomé una de sus manos y la llevé a las distintas partes de mi cuerpo que lo necesitaban. Entonces su respiración recobró la cantidad de excitación que había sido reprimida por los nervios.
—Te tocaré también —expuse haciéndolo sentar en mi lugar para besar sus labios y seguir con besos hasta la parte baja de su abdomen, paseando las yemas de mis dedos por sus múltiples cicatrices.
Lo vi cerrar los ojos mientras arrugaba las sábanas con sus puños, esperando que siguiera.
—Confío en ti, Fabio —me coloqué a horcajadas sobre su cuerpo—, tú no me dañarías.
Él bajó la mirada.
—Quiero hacer esto contigo. Que tú lo hagas conmigo. —persistí—. Pero si no te sientes seguro, lo respeto.
Sujetó mi cintura para evitar que me aleje.
—Jamás he estado más seguro que ahora, Mel.
Rodeé su cuello con mis dos brazos mientras nuestros labios estaban unidos, sentí el viaje de sus manos hacia mis caderas para jalar de ellas y obtener el ansiado contacto que me hizo expulsar un quejido de dolor.
—¡¿Melanie?!
—Sigue —ordené.
—Pero...
Y al entender que no lo iba a hacer, me encargué de ejercer movimientos propios que cortaron lo que iba a decir.
Hundió el rostro entre mis senos, abrazando mi cintura con más fuerza, como si quisiera canalizar todas las sensaciones que, estaba segura, lo atacaban sin ningún tipo de piedad.
—¿Sigo? —pregunté, provocando que su mirada llena de deseo se posara en mí.
—Te lo suplico.
Una sonrisa mía consiguió robarle una a él. Sostuve sus mejillas, le di un beso lento y continué moviéndome en tanto mis manos tomaban las suyas para llevarlas otra vez hacia mis caderas, con el fin de darle la libertad de elegir la rapidez que necesitaba.
Él no se despegó de mis labios hasta que su inseguridad se reprimió a totalidad, la excitación era tanta que se vio en la necesidad de respirar por la boca.
Reunió la confianza necesaria para adentrarse en mí por completo, su abdomen chocaba con el mío, haciendo que mi espalda se arqueara, mis dedos estaban enterrados en su cabello negro mientras que sus labios se habían adherido a mi cuello, dejando besos que descendían hasta mis clavículas.
La tensión en cada uno de sus músculos consiguió contraer mis extremidades.
Sus respiraciones adquirieron tal fuerza que llegaron a convertirse en gemidos. El placer era tan grande que no quería que termine, pero al mismo tiempo era imposible no hacerlo.
El cuerpo entero se me adormeció, y tras un último gemido liberé todo el éxtasis acumulado, un segundo más tarde, él hizo lo mismo dentro de mí.
Después de una exhalación que yo compartí, me hallé bajo su cuerpo. Tenía el cabello despeinado, la piel roja por mis marcas y las facciones cansadas, opacadas por su sonrisa cómplice.
Se tomó unos segundos para recuperar fuerzas, pero lejos de apartarse de mí, recostó la cabeza bajo mi barbilla, hasta que se levantó de golpe para recorrer mis senos con las yemas de sus dedos, inspeccionándolos a detalle como si quisiera grabarlos en su memoria.
—¿Son lindos? —inquirí a modo de burla.
—Son lindos. —me contestó antes de dejar un beso sobre uno de ellos—. Y míos.
Comencé a reír. Él volvió a acurrucarse sobre mí y finalmente dio un suspiro que nos dejó en silencio.
***
El asunto de Fabrizio y FRYM era mucho más complejo de lo que imaginé.
Fabrizio era un político relacionado con la mafia que discretamente se dedicaba al narcotráfico, mientras que FRYM era una organización que también tenía que ver con el narcotráfico, pero era conformado por cuatro personas: Fausto Edquén, Rommel Saavedra, Yakov Romani y un integrante más a quien no se había identificado, pero con seguridad se sabía su inicial, puesto que el nombre había sido conformado por las iniciales de cada uno.
F: Fausto.
R: Rommel.
Y: Yakov.
M: ?
Había más de una razón para ir en contra de todos ellos. Las personas que estaban en esa hacienda no solo estaban trabajando, también buscaban un refugio y sabían que Fabio podía dárselos.
Habían sido dañadas física, psicológica y socialmente por la organización, se involucraron en actos ilícitos que con el tiempo los fue arruinando y de milagro lograron sobrevivir.
Por otra parte, no tenía claro la relación que FRYM y Saravia tenían, según algunas historias, él también perteneció a ellos en su labor de infiltrado y al ser descubierto mataron a sus padres. Según otra versión, se aliaron con EEIM para callarlo, tal como él me lo contó tiempo atrás.
Nuestros acompañantes estaban esperanzados en Fabio, no podía juzgarlos, yo también estaba esperanzada en que él pueda ayudarme con David y con Dante, pero tampoco podía confiarme en su habilidad, porque a pesar de ser muy listo, era humano, y tarde o temprano se equivocaría.
—La idea no es permanecer aquí.
Todos voltearon a mirarme para escucharme con atención.
—La distribución que han hecho es errónea. No podemos quedarnos dentro de la casa porque nos rodearán como si fuéramos un ratón, y a pesar de que este es nuestro territorio, ellos no van a respetarlo, se acercarán más y más hasta el punto en el que nos tengan acorralados, y ¿qué pasará luego? Dos cosas: O nos obligan a rendirnos o nos matan. —continué.
—Entonces, ¿qué propone? —me preguntó uno de los hombres.
Fabio me había dado la libertad de explicarle su plan a la gente que lo iba a acompañar. Me puse de pie para ir al mapa que tenían encima de la mesa y seguí:
—Estoy segura de que todos ustedes conocen este lugar como a la palma de su mano. La magia está en hacer creer al enemigo que estamos perdidos cuando en realidad no es así.
Regresé a ver el rostro de todos, notando su desentendimiento.
—Somos muchos aquí, y si Fabrizio acepta ayudar seremos más. Usaremos eso a nuestro favor, nos colocaremos en puntos específicos, un grupo de nosotros se quedará dentro de esta casa para servir como «distracción», «señuelo» o como quieran llamarlo. Pero habrá otro grupo extra, ellos estarán fuera de aquí, en los alrededores, despejando a quienes se encuentren. El punto es que, cuando el gato crea que acorraló al ratón, el resto de la colonia de ratas se acercará y serán los enemigos quienes tomen nuestro lugar siendo reprimidos aquí. Y fin, ganamos.
—¿Quiere que nos dividamos en grupos?
—¡Dios! ¡Sí! Gracias por entender.
—No es mala idea.
—Pero sí arriesgada, al menos para quienes se queden dentro de la casa.
—Siendo así, nos aseguraremos de que los hombres de Fabrizio sean quienes estén dentro de aquí. —se anunció Fabio entrando en el lugar.
Regresé a mirarlo y cuando tuvo mis ojos sobre él, cerró los suyos con rapidez, como si le hubiera aterrado verme.
—¿Señor? —Issac se acercó a él.
—¿Fabio? —fui con él para recibirlo y que se apoyara en mí—. ¿Estás bien?
Él volvió a mirarme con más detenimiento.
—Sí. —respondió por fin.
—Es mejor no adelantarnos. Fabrizio aún no ha venido por su hermano y tampoco escucha nuestra propuesta. Además, ¿quién nos garantiza que no llegue con la marina y el ejército junto a él? —replicó Issac.
Saravia observó su reloj y regresó a mirarnos.
—Faltan diez minutos para que esté aquí y es poco probable que venga acompañado. He enviado a unos hombres por él.
—¿No es peligroso? ¿Qué pasa si lo rastrean?
Nos ignoró.
Aunque Fabio ya no es virgen, sigue siendo un amargado.
Salió del sitio, no sin antes ordenar a todos que tomen sus armas por si algo pasaba.
No tenía idea de cuántas horas habíamos tardado en planificar todo, pero al salir de la casa ya todo estaba oscuro. A lo lejos vimos las luces de dos autos que iban llegando, él ordenó que los hicieran pasar, así que poco a poco los tuve más cerca.
Continuó su camino acompañado de Issac y dos hombres más. Llegaron hasta la primera camioneta de la cual descendió un tipo de traje plateado con una tela negra en la cabeza, siendo sujetado por un hombre. Todos se dirigieron al granero, una vez que entraron cerraron las puertas, evitando que escucháramos su conversación.
Quienes se quedaron en las afueras me convencieron de entrar a la casa.
—¡Señora! —me detuvo Issac, quien vino corriendo detrás de mí—. Venga conmigo.
Me dio la espalda y caminó hacia el granero.
No quería entrar, sabía que nada de lo que había dentro me agradaría, aun así, seguí caminando.
—Entonces, ¿de esa cabecita salió el «maravilloso» plan? —le preguntó el hombre de traje a Fabio.
Obviamente se refería a mí.
—¿Por qué se sorprende? —cuestioné mientras me sentaba al lado derecho de Fabio.
—No estoy sorprendido —comentó llevándose una copa de licor a la boca—. Con todo respeto, niña, he organizado mejores redadas que esta.
—¿Y cuántas le ha funcionado?
Saravia quiso dejar escapar una risa, pero se contuvo.
—¿Por qué crees que soy el alcalde de aquí?
—Hay dos maneras. La primera: Pudo haber ocupado ese puesto por la fuerza, valiéndose de buenas estrategias y aliados. La segunda: Estupidez. Fue elegido en medio de la ignorancia de esta ciudad, quienes desconocían lo que en realidad era —argumenté viéndolo asesinarme con la mirada—. He oído de usted y en base a eso, estoy segura de que su puesto lo obtuvo valiéndose de la segunda opción.
—¿Quién te crees que...?
—No entiendo, ¿ha venido aquí para subestimarnos?
—¡Estoy aquí por mi hermano! —exclamó alterado, viendo fijamente a Fabio.
—No es tan simple. —dijo este último con tranquilidad.
—¿Por eso lo secuestraste? ¿Para chantajearme?
—Yo no lo secuestré, fue él quien iba por mí, intentó matarme, intentó matar a mi novia. Deberías estar agradecido por saber que aún está vivo.
El hombre adquirió aires de resentimiento.
—Piénsalo bien, Fabrizio, si aceptas dejaremos todo atrás, no continuaré persiguiéndote y te perdonaré por lo que has hecho.
Entonces comenzó a reír.
—¿Tú? ¿Perdonar? ¿Crees que soy idiota?
—¿Quieres que conteste?
—¡Es una locura, Fabio! FRYM ahora es más poderoso, ha firmado alianzas y protección con el mismísimo presidente, ¿crees que podremos ir contra ellos así como sin nada?
—Tengo un informante —lo interrumpió Saravia sin mostrarse asustado por lo que oyó—. Van a atacarnos, tal vez mañana, tal vez el día después de mañana, tal vez hoy en la madrugada, pero está decidido, vienen aquí. Y sería una lástima que tu hermano muera en combate, ¿no es así?
—No serías capaz.
—Hombres y armas, es todo lo que te pido, de esa manera podremos proteger a tu hermano y te lo regresaremos sano y salvo.
Fabrizio vio a todos los que estábamos a su alrededor, como si buscara ayuda, pero estaba más que claro que no la tendría.
—Te lo suplico... —le murmuró a Fabio.
—Hombres y armas. —insistió él mirándolo fijamente—. Ahora.
El tipo inclinó la mirada para pensar un momento y llenar el ambiente con una extrema pesadez. Sabía que Fabio también la sentía, me encontraba tan cerca de él que podía percibir su fastidio, el odio que le tenía a Fabrizio era evidente. Jamás olvidaría que él había matado a Liliana.
Pensar en ella me generaba un sentimiento de tristeza, y podría afirmar con certeza que un simple sentimiento de tristeza no era lo único que atormentaba a Fabio cuando recordaba a Liliana.
Con una mirada rápida visualicé su mano derecha. Estaba sobre una de sus rodillas.
En un movimiento imperceptible cubrí el dorso de aquella mano con la mía, Fabio sintió el contacto de mis dedos con su piel y decidió adueñarse por completo de ellos para entrelazarlos con los suyos.
—Bien. —accedió Fabrizio—. Necesito un teléfono para solicitar todo lo que me pides.
—Aquí tienes —se adelantó Fabio, estirándole un celular desechable—. Harás la llamada aquí y esperarás aquí.
—¡¿Aquí?! Debo ir con mi esposa, ella no sabe...
—Uno de mis hombres hablará con ella.
—Fabio, por favor...
—Se te acaba el tiempo para la llamada.
Fabrizio volvió a mirarme desesperado, pero, aunque quisiera, no había nada que yo pudiera hacer. Tomó el objeto e hizo la llamada, ordenando lo que Saravia pedía, por lo que en menos de diez minutos doce camionetas repletas de hombres armados fueron llegando a la hacienda.
El alcalde estaba muy bien amenazado, así que me gustaba creer que no haría nada en nuestra contra.
Repasamos el plan otra vez, cada quien sabía su función y a partir de esa noche tomarían sus lugares ya que, después de todo, Fabio no mintió al decir que los enemigos estaban en camino.
—Es tarde...
—¿Así que ya te estás despidiendo? —me quejé sin intenciones de soltarme de su cuello.
—Es más que nada una propuesta —desmintió mientras caminábamos hacia mi habitación.
—¿Te quedarás a dormir conmigo?
—Me quedaré contigo, Mel. Pero no necesariamente a dormir.
Abrió la puerta y la cerró de inmediato.
Le quité la remera mientras él desabrochaba mi blusa, pero el ruido de alguien tocando nos interrumpió.
Volvió a vestirse de mala gana y abrió ligeramente para encontrarse con la ama de llaves.
—Lamento molestarlo, señor, pero los muchachos me pidieron entregarle esto —dijo estirándole una radio de comunicación.
—Gracias.
Ella asintió y se retiró.
—Mandaré a hacer un cartel que diga "no molestar".
Él rio en tanto cerraba la puerta otra vez; sin embargo, la sonrisa se le desapareció cuando volteó a verme.
—¿Fabio?
—Estoy bien.
—Empiezo a creer que no es verdad.
Fue hasta el baño y se remojó el rostro.
—¿Soy yo? —inquirí siguiéndolo—. ¿Te estoy dejando de gustar?
—Ni siquiera pienses que existe esa posibilidad —aseveró mientras tomaba mis manos—. Tú nunca dejarás de gustarme, Mel.
—¿Entonces qué pasa? ¿Por qué te aterra mirarme?
Él pareció no querer decirlo.
—Lo hablaremos después, cuando estemos en Hidforth y estemos... En calma.
—Pero...
—Por favor —insistió—. Sabes que no quiero distraer a nadie en situaciones como estas. Ni siquiera a ti. Y si muero...
—Sobreviviste a unas cuantas explosiones, recibiste una ráfaga de balazos y saliste ileso, te torturaron tantas veces y escapaste, ya nada te puede matar, hombre. Raúl no se equivocó con eso de «inmortal».
Volvió a sonreír y no dijo más. Nos metimos en la cama e intentamos dormir aislándonos del miedo, tal vez él no lo sentía, pero yo sí. Sería la primera vez que tendría un enfrentamiento de esa magnitud.
No pude conciliar el sueño en toda esa noche y él tampoco, a pesar de que sabíamos que ciertas partes del lugar ya estaban siendo cuidadas.
Al siguiente día, todos estábamos tensos a excepción de él, quien intentaba actuar con normalidad, esperando calmar a los demás al usar su don de liderazgo. Ese día terminó y creímos que, tal vez, el informante se había equivocado, que en realidad no irían por nosotros, pero Fabio confiaba en él así que esperamos un poco más.
Llegó el anochecer nuevamente. La tensión era cada vez más grande. Hicimos el amor un par de veces esperando que no sean las últimas.
Así pasaron dos días hasta que una mañana, mientras todos desayunábamos, Fabio recibió una noticia por la radio que el ama de llaves le entregó.
—Intentan rodearlos. —Eso fue lo último que el extraño dijo antes de que Saravia lo silenciara, aunque de nada sirvió, todos lo habíamos escuchado.
Estuvimos en silencio, tal vez intentando convencernos de que solo era una falsa alarma. Me vi en la necesidad de tomar el vaso de jugo que Fabio me dio para relajar mi pecho.
—El gato está acercándose, señores. —advirtió Issac haciendo que algunos dejen escapar jadeos mientras se abrazaban entre sí, como si se despidieran.
Fabrizio se persignó y se apropió de un arma, empezando a dirigir a sus hombres.
Unos cuantos muchachos se despidieron de sus esposas, puesto que algunas de ellas estaban embarazadas y no se quedarían. Sacaron a las mujeres que corrían riesgo por un camino oculto en tanto los demás iban a las afueras de la casa, camuflándose en puntos estratégicos.
Busqué a Fabio y la idea de que todo pudiera ser peor de lo que creí me mantuvo intranquila.
—Debo decirte algo. —Lo escuché pronunciar.
Tomó mi mano para llevarme hasta mi habitación. Cerró ambas puertas y me miró con seriedad.
—No quiero que estés aquí.
—¿Qué?
—Vete, Mel. Vete con las demás. Aquí no estarás segura.
—Claro que lo estoy.
—No, no lo estás, si te quedas resultarás herida y yo no puedo ver que eso te pase. No fuera de mis sueños.
—¿Tus sueños? ¿Me has visto herida en tus sueños?
—Haz lo que te digo, Melanie, vete antes de que ellos...
—Puedo hacer esto.
—Podrás, tal vez dentro de unos meses, pero hoy no.
Le di la espalda para ir a una de las ventanas, viendo que aún nadie intentaba acercarse.
—No voy a irme y dejarte aquí —reclamé, recordando y entendiendo las palabras que Nora le dijo a mi hermano hace semanas.
Ella no quería dejarlo solo porque sabía los riesgos. Lo mismo pasaba conmigo, la única diferencia era que entre Fabio y yo no había amor, pero por alguna razón sabía que debía quedarme.
—No puedes alejarme otra vez. —agregué.
—Intento protegerte.
—Y yo intento ayudarte. Desde que te conocí intento hacerlo, aun cuando el peligro también me involucre a mí, intento... Yo... Dije que me quedaría contigo. Tal vez no es mucho lo que puedo...
Mi visión se tornó borrosa y mi cuerpo comenzó a tambalearse. Fabio me sostuvo evitando que cayera dado que toda la fuerza que yo tenía se había esfumado, como si alguien me la hubiera absorbido.
Con dificultad, vi un frasco blanco lleno de pastillas que él guardó en uno de sus bolsillos.
—Fabio...
—Lo siento, Mel. Es por tu bien.
—¿Qué...?
—Estarás bien. Tienes que estar bien.
—¿Qué me hiciste?
—Lo siento. De verdad lo siento.
Y antes de que me desmayara por completo, oí el ruido que causaron los disparos enemigos.
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