Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

12 | Señor y señora Giordano.

—Haremos esto solo una vez. —aclaró mi hermano.

Todos asentimos, dejamos de desayunar y nos enfocamos en solucionar el problema.

—De acuerdo —dijo Nora—. ¿Quiénes están a favor de que Pipo se quede?

Las tres volvimos a levantar nuestras manos, y, sorpresivamente, los hombres hicieron lo mismo.

Nos miramos extrañadas entre sí.

¿Cómo fue que cambiaron de opinión? ¿Por qué?

—Entonces supongo que Pipo se queda —afirmó mi hermano.

Fui feliz y Pipo también, sobre todo porque robó la carne de Raúl.

Terminamos de comer y casi de inmediato recibimos la visita de nuestro queridísimo y apreciado amigo...

—¡Culebritas!

—¡Que no soy Culebritas!

Revolví los ojos sin hacer caso.

—¿Qué haces aquí?

Tomó asiento y posicionó sus brazos tatuados encima de la mesa.

—Es hora de meter presión.

—¿De qué manera?

—La información ya fue extraída de los relojes —manifestó Fabio dirigiéndose al otro—. Imagino que quieres usarla.

—Exacto. Esa información no puede quedarse solo en nuestras manos, debemos usarla en contra del Coronel.

—¿Y cómo?

El trigueño se puso de pie, caminó hasta una de las ventanas y la abrió, dejando a la vista el panorama de un enorme edificio perteneciente a un canal de televisión.

—Divulgándola.

Salimos de casa, Marina insistió en sacar también a Pipo para que le dieran un paseo y no me opuse, después de todo, era un buen día para una salida familiar, o lo que sea que fuésemos.

—Hoy empezaremos a endurecer el algodón que tienes por corazón —Fabio rodeó mi espalda con uno de sus brazos, dejándome helada.

Actuaba normal, demasiado normal, como si, de nuevo, hubiera olvidado lo que pasó la noche anterior entre nosotros.

—¿De qué hablas?

Él se sacó las gafas negras de sol y las colgó en medio del cuello de su remera.

—Te dije que iba a enseñarte a ser dura.

—¿Y qué pasa si no quiero?

—No es cuestión de que quieras o no.

—Son vidas, Saravia. No puedo hacer daño a alguien más, sea quien sea.

—Así que, ¿dejarías que ellos sí se metan contigo?

—No...

—Entonces quítate la tiara de princesa y haz lo que te digo.

—Yo no... —me detuve. Eso no podía estar pasando—. ¿Estás bien?

—Estoy bien, ¿por qué?

—Porque ayer... Anoche... Te embriagaste. ¿No lo recuerdas?

—No. ¿Qué pasó? ¿Hice algo malo?

Te lloré, te sufrí, estuviste a punto de confesarme algo y no lo hiciste.

—Nosotros... —no terminé de hablar, mis pies tropezaron y estuve a punto de terminar en el piso, pero él fue rápido al sostenerme—. Gracias.

—¿Nosotros?

—Nada. No pasó nada.

Él asintió con duda y siguió caminando detrás de los demás.

Se supone que debí mencionarle el tema y esperar a que él lo recuerde, pero ¿qué caso tenía? El hecho de que lo recuerde o no, no solucionaba nada, y, en cierta parte, era desgastante para mí tener que lidiar siempre con eso.

—¡Matteo!

El hombre italiano estaba a una calle, y al ver a Fabio se acercó con un rostro de alegría.

Jamás había visto a alguien tan feliz de tener a Saravia cerca.

—¡Signor! (¡Señor!) —le tomó la mano a mi acompañante—. Piacere di vederla, signora. (Un placer verla, señora) —se dirigió a mí.

—¿Qué dijo? —le pregunté a Fabio.

—Que le da gusto verte.

—¡Ah! —también se la tomé con fuerza—. Igualmente, Matteo.

—Questa è la mia squadra (Este es mi equipo) —nos interrumpió don «completo», señalando a quienes estaban detrás de nosotros—. Raúl, lo conosci già (ya lo conoces), Marina, Gabriel e Nora.

—Piacere di conoscerti. (Un placer conocerlos) —respondió Matteo.

—¿Él vendrá con nosotros? —le pregunté a Saravia.

Este empezó a caminar y fue seguido por todos mientras explicaba lo que había planeado.

—Nadie en ese edificio querrá transmitir ese video.

—Entonces, ¿lo haremos nosotros mismos?

—Sí —respondió Fabio—. Bueno, no nosotros, sino nuestro hacker estrella —palmeó el hombro de Matteo y este asintió—. Nosotros solo nos encargaremos de despejar el perímetro antes, durante y después de que él inicie la transmisión.

—¿Cómo?

—Necesitamos un mapa que detalle a exactitud las instalaciones del programa, o, al menos, que alguien lo recorra por dentro.

—Es evidente que ninguno de nosotros puede ir.

—¡Genial! —exclamó Raúl—. Estancados de nuevo.

—Una vez mencionaste que el padre de Johnny trabajó en ese canal —me dijo Nora—. Tu amigo debe conocer a alguien de ahí, le puede ser fácil entrar.

—¡Claro! ¡Johnny!

Saqué mi teléfono y me aparté del grupo para hacer la llamada.

En la primera ocasión no contestó. En la segunda tampoco. Hasta que, en la tercera, casi al finalizar el timbrado, oí su voz.

—¿Qué se le ofrece, señorita Ávalos?

—Un favor...

—Ya intuía que no llamabas solo para saludar.

—Me haces ver como una mala amiga, Johnny Medrano, y eso es feo.

Él soltó una pequeña risa y accedió a escucharme.

—¿Conoces el canal de televisión que está en el centro del pueblo?

—¿Cómo no lo voy a conocer? Mi padre trabajó ahí antes de morir.

—Necesito que me ayudes con eso.

—¿Haciendo qué?

—Mis amigos y yo debemos hacer algo dentro de una oficina, y no estamos seguros de los obstáculos que vaya a haber en el camino. Nada puede salir mal, tú me entiendes, así que quería ver...

—¿Si puedo ser un agente encubierto? ¡Claro!

—No, no, no...

—Será un honor pertenecer a tu equipo, Melanie.

—Johnny, escucha...

—¿Dónde te veo?

Sentí claramente cómo alguien me arranchó el teléfono. Di media vuelta y vi a Fabio llevar el aparato hasta el extremo lateral de su rostro.

—Yo te mandaré la dirección, Johnny. No te tardes —dijo intentando sonar amable.

Apenas terminó de hablar, colgó.

—¿Qué estás haciendo? —le cuestioné arrebatándole otra vez el celular.

—Si matan a alguien, que sea a él.

—¡¿QUÉ?!

—Estaba jugando —se excusó sonriendo—. Quiero convencerme de que no merece mi desconfianza.

—¿Por qué te cae mal, Fabio? Lo juzgaste desde el primer momento en el que lo viste.

—¿Y?

—¡Que eso no está bien!

—¿Tengo cara de que me importe?

Gruñí.

¿Quién aguantaría a ese hombre?

—¡Ya está aquí la alegría de sus vidas! —Johnny había llegado vestido de negro desde los pies a la cabeza.

—Vaya estilo el de tu amigo —me murmuró Fabio sonriendo divertido.

—A veces pienso que tienes celos de él. —respondí.

—¿Celos? ¿De él? ¿Por qué los tendría? —se defendió con tranquilidad—. No es rival y de serlo ya lo habría exterminado.

Dios bendito.

—Además, él no te gusta, ¿o sí?

Habría querido responder afirmativamente solo para molestarlo, pero eso significaba aventar a John a la boca del lobo.

—No te importa.

—No, no te gusta.

—¿Cuál es mi misión? —preguntó Johnny con cierta emoción cuando se acercó a nosotros.

—Dijiste que conocías el canal —expuso Fabio viendo su reloj—. ¿Lo conoces realmente?

—Estuve ahí hace cuatro años, no estoy seguro de que algo haya cambiado...

—Bueno, el caso es que deberás entrar a ese lugar otra vez. Recorrerás todo, nosotros vamos a monitorear tu camino.

—¿Cómo?

—Sí, ¿cómo?

Fabio regresó a mirar a Matteo y éste colocó sobre la banca un maletín que no noté que llevaba.

—Aquí hay muchas cosas que podemos usar, debemos ir a un sitio más íntimo para prepararte.

—Y, ¿es peligroso? —cuestionó mi amigo.

—Eres un agente, Medrano —le dijo Fabio como si lo animara—. Los agentes no tienen miedo, hacen sacrificios por su equipo, dan la vida por él —añadió intentando ocultar su diversión—. No me hagas creer que eres un cobarde.

—No soy un cobarde.

—Demuéstralo.

Todos seguimos a Fabio.

—Tu novio está como muy amable, ¿no? —me susurró mi amigo posicionándose a mi par.

—Generalmente es así...

—Entonces, ¿no siempre está con la cara de «Si me miras, te mato»?

—No, no siempre.

John sonrió. Yo también lo hice, aunque con incomodidad.

Llegamos hasta un lugar al que no tenía claro a quién le pertenecía, pero supuse que no habría problema. Matteo vació la maleta colocando en fila los artefactos que llevaba, algunos demasiado raros a tal punto de que ni siquiera parecían de la época.

Volvimos a repasar lo acordado. Johnny estaba listo, Fabio se acercó a darle las últimas instrucciones para, finalmente, dejarlo ir.

Todos sabíamos lo que haríamos. Los dispositivos que Johnny llevaba no eran muy llamativos, pero era incierto saber si podrían descubrirlos.

—¿Me escuchas, Medrano? —le preguntó Fabio por medio de un mini micrófono.

—Sí.

—¿Estás cerca del lugar?

—Estoy a dos cuadras.

—¡Date prisa!

—¡No me presionen!

Fabio se alejó del micrófono y golpeó unas cajas de cartón. Seguimos esperando un par de minutos hasta que mi amigo volvió a hablar.

—Estoy frente a la puerta, hay dos personas de seguridad.

—Entra.

Johnny siguió la orden y otra vez lo escuchamos hablar, pero no a nosotros.

—¿Tiene cita? —le preguntó un extraño que, supusimos, era uno de los vigilantes.

—No...

—No puede ingresar sin una cita.

—Dile que el gerente te conoce. —volvió a ordenar Fabio.

—El gerente es mi amigo, él...

—Debe tener un carnet de cita para poder entrar.

—Eso es ridículo...

—Regrese cuando tenga una cita.

—Solo será un momento —insistió Johnny.

—Así sea un segundo no está permitido.

—¡No te atrevas a salir de ahí! —repitió Saravia.

—Disculpe, pero yo debo entrar.

—No puede...

—Con permiso.

—¡Oiga! —fue reprendido por el hombre y, al minuto, escuchamos a mi amigo quejarse, como si le hubieran hecho daño.

—¡Johnny!

La voz chillona de una mujer se escuchó y John siguió en silencio, sin contestar a nadie, activando mi desesperación.

—¿Cómo se te ocurre hacer eso? —reclamó la mujer, probablemente al tipo de seguridad, quien parecía haber golpeado a John—. ¿Medrano? ¿Estás bien?

—Sí, Pilar, tranquila...

—¿Pero qué fue lo que pasó?

—Tu trabajador se rehúsa en dejarme pasar, disque porque no tengo una cita.

—Oh, lo siento, Johnny, eso no está permitido...

—Si no la convences, no te atrevas a regresar aquí. —lo amenazó Fabio.

Lo empujé con uno de mis codos, quitándole el micrófono.

—Debes entrar, John —rogué—. Por favor...

Él guardó silencio por unos segundos, aumentando el nerviosismo entre todos los que estábamos cerca.

—Hoy se cumplen cinco años desde la muerte de mi padre —dijo de repente—. Quise venir a conocer el lugar en donde trabajó, tú un día me ofreciste hacerlo, sería muy especial para mí. No quiero llevarme el recuerdo del golpe en el abdomen que acabo de recibir, al menos no hoy.

No escuché a la mujer hablar, así que volvimos al desesperante silencio.

—Yo misma te daré el recorrido.

Fabio, Marina, Raúl, Gabriel, Matteo, Nora y yo, respiramos aliviados al oír la afirmación.

—Haremos una excepción por esta vez —añadió ella.

—Gracias. —dijo Johnny reiteradas veces.

—Dime lo que ves —habló Raúl.

—A diez pasos de la entrada está la recepcionista —susurró.

—¿Qué dijiste? —le preguntó Pilar.

—Que esto ha cambiado mucho —respondió John con actitud de sorpresa.

—Lo sé. Ha pasado tanto tiempo...

—Pregúntale dónde es el lugar en el que hacen las transmisiones en vivo —pidió Fabio.

—¿Dónde es que hacen las transmisiones en vivo?

—Aquí.

—Claro, eso es obvio, pero imagino que debe haber un sitio en específico para que las hagan.

—Sí, la habitación de allá.

—¿La que está a treinta pasos de nosotros, volteando por el mostrador, de puerta amarilla y con el número doce sobre ella?

Raúl anotó lo más rápido que pudo y pudo ubicar el lugar en el mapa.

—No me veas así —se quejó Johnny hablándole a la muchacha—. Soy muy observador.

—Siempre lo has sido —comentó ella en un tono afable.

—¿Cómo es que todos deben tener un carnet para entrar? —preguntó mi amigo con más curiosidad.

—Es una medida de seguridad nueva. El gerente siempre ha creído que quien no ayuda que no estorbe, así que cualquiera que esté aquí debe ser por una muy buena razón, ya sea una entrevista con él o estén citados para un evento importante. ¡Ah! Aquí tienes un ejemplo —agregó con voz más fuerte—. El señor y la señora Giordano.

—¿Quiénes son?

—Están citados para hoy. Son una pareja italiana que piensan comprar este canal.

—¿Venderán todo el canal?

—Sí. El gerente ha considerado tomarse un descanso y como no tiene hijos, cree conveniente venderlo.

—Y... ¿Esos son los carnets de los señores Giordano?

—Sí, uno de mis pasantes irá a entregárselos, es más, debe ir ahora... ¡Thiago! ¡Thiago! ¿Dónde demonios está ese muchacho? ¡Ah! Thiago, aquí estás...

Fabio miró a Gabriel y él le devolvió la mirada, era de suponer que ambos habían pensado en lo mismo.

—Describe a Thiago —ordenó Saravia hablándole a Johnny.

Gabriel fue en busca de las llaves del auto mientras que Nora tomaba papel y hoja, lista para escuchar.

—Te presento a Johnny, él es hijo de un extrabajador y ha venido de visita.

—Hola, Johnny.

—Un gusto, Thiago.

—Bueno, como verás, estoy ocupada, ¿podrías ir al hospedaje de los señores Giordano y entregarles esto?

—¿Ahora?

—No, Thiaguito, esperemos a mañana a la una de la madrug... ¡CLARO QUE AHORA!

—Sí, señora.

—¡Thiago! —gritó Johnny para después quedar en silencio—. Fue un placer conocerte.

—Igualmente.

—¡ALGO MÁS! —volvió a gritar—. La playera gris que llevas te queda muy bien, combina con tus lentes oscuros.

Nora comenzó a escribir.

—Gracias...

—¡LOS PANTALONES AZULES IGUAL! Y ni qué decir de tus zapatillas blancas y tu cabello negro, son extraordinarios, combinan con tu tez.

—¿Gracias?

—De nada.

Hubo silencio por unos cuantos segundos, pero Raúl no se aguantó la risa.

—Qué raro fue eso —comentó Pilar, captando nuestra atención nuevamente—. Aunque no soy quién para juzgar tus gustos. Thiago es simpático, pero muy torpe, no es tu tipo...

—No, no, no, lo estás malinterpretando —desmintió mi amigo—. Solo fui amable. Mis gustos están enfocados en, ya sabes, el bando femenino.

—¡Ah, claro! —ella rio nerviosa—. Perdón...

—Descuida.

—Entonces, ¿tienes novia?

—Aún no...

—¿No? ¿No estás pretendiendo a nadie por ahora? ¡Caray, niño! Tu padre estaría muy decepcionado.

—¿Mi padre?

—Ese hombre era un rompecorazones, muchas iban detrás de él, pero fue tu madre quien terminó ganando.

—Entiendo... —respondió él con cierta incomodidad.

—Tú deberías seguir sus pasos —añadió Pilar—. Deben perseguirte, no ser tú el perseguidor —rio levemente—. ¿Cómo se llamaba esa niña de la que estabas enamorado?

—¿Q-qué...?

—Me hablaste de una muchacha, ¿lo recuerdas? Era... ¿Mariela? ¿Melania?

—La misión terminó, puedes volver. —interrumpió Fabio con su voz ronca.

—Da igual, solo espero que hayas dejado el gusto por ella. ¿No dijiste que lo único que hacía era usarte? No me agradaba para nada eso y tampoco me agradaba ver cómo ibas tras ella, como si fuera la única mujer en el mundo.

—Pilar...

—¡Ya lo recuerdo! ¡Era Melanie! La sobrina del Coronel. ¿Has oído lo que se habla de ella? Dicen que está involucrada en todo lo que está pasando y la verdad no lo dudo, siempre me dio mala espina.

—¡PILAR! —exclamó Johnny, haciendo que se callara.

—¿Te ocurre algo?

—No... Solo... ¿Dónde está el baño?

—Al fondo, la segunda puerta, a tu derecha.

Lo escuché caminar, manteniendo la respiración agitada.

—Maldición. —susurró para sí mismo.

—¿John? —lo llamé—. ¿Estás bien?

—No podré salir tan rápido de aquí —dijo finalmente, ignorándome—, sería sospechoso.

—Bien, nos servirás de distracción —propuso Raúl—. No llames la atención y continúa con tu paseo. Una vez que empiece nuestra transmisión te quiero fuera de ahí, ¿entendido?

—Sí...

—Cortaremos esta comunicación. Adiós.

Elyar le dio la orden a Matteo y, al instante, dejamos de escuchar a Johnny.

—¿Aún tienes el vestido que usaste para conseguir el anillo? —me preguntó el ruso.

—Sí. —contesté con debilidad.

—Vuelve a casa con Fabio y métanse en el papel de señor y señora Giordano.

—¿Estás loco?

—No, no lo estoy.

—Vámonos. —dijo Fabio.

—Pero... ¿Cómo haremos eso? ¿Qué pasará si llegan los verdaderos?

—Gabriel y Nora se encargarán de ellos, no tienes de qué preocuparte.

—¡Es peligroso! ¿Qué haremos dentro?

—Matteo irá con ustedes, él se encargará de transmitir el video y lo ayudarán cuidándole la espalda.

—No voy a...

—Matteo, andiamo. (Matteo, vamos). —ordenó Fabio.

—Si, signore. (Sí, señor).

—Raúl —me acerqué a él—, estamos poniéndonos en riesgo.

—Marina y yo estaremos cerca de alguna forma, los cuidaremos —me consoló, empezando a guardar los equipos que usamos—. Además, según lo que escuché, por el único problema que debes angustiarte es por tu amiguito.

Me encogí de hombros. Él también lo había oído.

—Estaba jugando. —se excusó.

Lo ignoré, cargué a Pipo y no tuve más remedio que ir al auto. Abrí la puerta del copiloto e iniciamos el camino, no dijimos palabra alguna en todo ese tiempo. Al llegar, Fabio le dio un traje negro a Matteo, indicándole que se haría pasar como nuestro asistente, le encargó también guardar muy bien el archivo que contenía la información que usaríamos.

El hombre asintió fue hasta el baño para poder cambiarse.

Dejé a Pipo en la sala y busqué el vestido guinda, estaba impecable así que, con rapidez, me lo volví a poner. Acomodé mi cabello, me puse los tacones y estuve lista.

Cuando salí de la habitación de mi hermano, Fabio fue lo primero que vi. Estaba sobre uno de los muebles, con un traje negro que le quedaba a medida y lo hacía ver como si fuera alguien realmente importante.

—¿Así te vestías cuando estabas involucrado en la mafia? —le pregunté, acercándome a un espejo para retocarme el labial.

Él seguía observando su reloj.

¿Qué manía tiene ese hombre con el reloj?

—No. Así me vestía cuando estaba a punto de exterminar a mujeres lujuriosas y metiches que entorpecían mis planes. Eran parecidas a ti.

Se puso de pie para posicionarse detrás de mí. Afirmó su espalda en una de las paredes, guardó sus manos en ambos bolsillos y me escaneó.

—No pareces mi esposa. —dijo con frialdad.

—¿Disculpa?

—Te ves muy elegante para una visita a un canal de televisión.

—¿Y?

—¿Cómo que «y», Ávalos? Si haremos este tipo de teatros, debemos hacerlos bien.

—No me digas.

—Acompáñame. —ordenó yendo a su habitación.

Esperé en la puerta, viéndolo buscar en el armario hasta que dio vuelta hacia mí, sosteniendo un vestido crema.

—Usa esto, es a tu medida.

—No debiste... Espera, ¿tú sabías que...?

—¿Que haríamos esto? No, no lo sabía.

—¿Entonces?

—Era un regalo. Para ti.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. Regresé a ver el vestido, el estilo era un punto medio entre lo casual y lo elegante.

—¿Por qué Fabio Saravia me regalaría un vestido?

—Porque quería verte usándolo en eso a lo que los mortales llaman "cita".

—¿Una cita?

Asintió.

—¿Querías tener una cita conmigo?

—Es lo que los novios suelen tener.

Su seriedad indicaba que, en esa ocasión, no estaba bromeando.

—Ve a cambiarte. —pidió mientras él se quitaba la chaqueta.

El habla se me había ido.

Salí de esa habitación y fui a la mía.

Tenía razón, el vestido estaba hecho a mi medida.

¿Cómo sabía mis medidas?

Regresé hasta él ya vestida.

—Todo está listo, señor. —habló Matteo apareciendo frente a la puerta. Sus palabras fueron casi inentendibles, pero valía el intento.

—¿Dónde recogeremos los carnets? —pregunté.

—Nos encontraremos con Gabriel y su novia en el camino —me respondió Fabio.

—¿Tendremos tiempo para eso?

—Nos queda una hora, es suficiente.

Matteo se adelantó, llegando al auto.

—Señora Giordano —me dio el pase al abrir la puerta.

—Gracias. —le seguí el juego.

Detrás de mí entró Fabio y en menos de un minuto estábamos en medio de las principales autopistas del pueblo.

Él iba pensativo. Por mi parte, solo podía recordar a Johnny.

—Hablaba de ti.

Es como si Saravia hubiera adivinado mis pensamientos. Como si los hubiera podido escuchar a la perfección.

—¿Lo usaste de alguna forma?

—¡¿Qué dices?! ¡No haría algo así! ¡Me conoces! ¡Maldición!

—Tranquila...

Agaché la cabeza, cubriéndome el rostro con ambas manos. Eran muchas las emociones que iban consumiéndome.

¿Por qué John no me dijo lo que sentía? ¿Por qué prefirió hablar a mis espaldas?

Jamás lo usé. Jamás noté algún indicio. Él era mi amigo y creí que, a sus ojos, yo lo era también.

—Puede volverse una amenaza.

—¿Johnny? ¿Una amenaza? ¿Por qué?

—Dispetto. —dijo Matteo.

—¿Qué?

—Despecho. —tradujo Fabio.

—¿Puede ir en nuestra contra solo por no haberle correspondido?

—Es probable.

—No, definitivamente no. Esa mujer mencionó que el tema fue hace algunos años, si quisiera vengarse ya lo habría hecho, así que sus conclusiones son erradas —argumenté—. Después de esto hablaré con él.

Matteo se mantuvo al margen y continuó con su función.

—Hablarás con él, y ¿qué es lo que le dirás?

—Le pediré perdón.

—¿Solo eso?

—Solo eso.

—Estoy seguro de que él espera algo más.

—Que le corresponda.

—Sí.

—John no es así, jamás le he dado esperanzas y él sabrá comprender.

—No lo sé...

—No lo conoces como yo, Fabio. John es una buena persona, no me haría daño, va a entender que...

—¿Alguna vez te han roto el corazón? —me interrumpió—. Eso te cambia, y cuando le digas que no hay posibilidades de que entre él y tú ocurra algo, puede pasar cualquier cosa. Te puede pasar cualquier cosa.

—¿Tan peligroso es un hombre despechado?

—Algunos lo son.

—¿Te incluyes?

—No me quieras cambiar de tema, Melanie.

—He rechazado ser tu novia unas cuántas veces, debo estar segura de que no te vengarás de mí.

—Yo sé perder.

—Es un día histórico al escuchar decir a Fabio Saravia que acepta su pérdida. ¡Aplausos, Matteo!

El hombre sonrió y dejó el volante unos segundos para aplaudir también.

—Pero los besos que me diste demuestran que iba ganando por un momento. ¡Aplausos, Matteo!

Matteo siguió divirtiéndose con la situación.

Y antes de que yo pudiera contratacar, el teléfono de Fabio nos interrumpió.

—Gabriel, ¿tienes los carnets? —Aparentemente mi hermano le respondió —Sí, estamos... Un momento —se acercó a Matteo para preguntarle algo y él contestó.

A los dos minutos detuvo el auto y Fabio bajó, alejándose.

—¿A dónde fue? —Matteo no contestó—. ¡Matteo!

—¿Sì, signora? (¿Sí, señora?)

—No podemos seguir así —me quejé consciente de que no me entendía muy bien—. O tú aprendes español o yo aprendo italiano.

—¿Italia?

—Sí, Italia.

Guardó silencio unos segundos, hasta que volvió a hacer el intento.

—Sophia... Hija... Mi hija...

—Sí, tu hija.

—Me enseñó un poco.

—Bien, es un avance, por hoy yo te enseñaré un par de cosas —dije con lentitud—. No quiero que me digas señora.

—¿No señora?

—Yo no soy señora... Soy Melanie. Si me dices señora me haces sentir mayor.

Su sonrisa me indicó que me entendió.

—Mañana lo haré —respondió—. Señora Giordano.

Sonreí también, viendo a Fabio acercarse al auto y a lo lejos, a Nora junto con mi hermano, apartándose.

—Vámonos. —ordenó apenas entró.

Matteo aceleró y de inmediato nos alejamos.

—Comportati normalmente, è pericoloso, troppo, quindi non voglio un solo errore. (Compórtate con normalidad, es peligroso, demasiado, así que no quiero ni un solo error) —articuló Fabio hablándole a Matteo, dirigió sus ojos a mí, los desvió y continuó—. So che lei non mi capisce, quindi prendo questo occasione per dirti che se succede qualcosa, prenditene cura. Concentrati su di lei, lasciami indietro e salva te stesso, salva te stesso con lei. (Sé que ella no me entiende, así que aprovecho para decirte que, si pasa algo, se vayan. Concéntrate en ella, déjame atrás y sálvate, sálvate con ella).

Matteo lo miró con un sentimiento de tristeza que trató de disimular.

—Si, signore. (Sí, señor).

Siguió conduciendo mientras «La Bohemia» intentaba alivianarnos. Era la ópera favorita de Saravia, la de su padre y la de su abuelo, un poco extraño, sí, pero su familia no era de las más ordinarias en el pueblo. Todo habitante en él, con solo escuchar su apellido, mostraba cierto respeto.

El abuelo de Fabio fue un importante miembro del ejército y distintos grupos federales, ayudó a Hidforth a restaurarse después de un terremoto hace décadas y la gratitud había pasado de generación en generación. No estaba segura de que ese mismo sentimiento siguiera presente con Fabio, ya que él era el único que quedaba... Vivo.

Mi firmeza me abandonó cuando estuvimos frente al edificio de televisión. Matteo bajó del auto dispuesto a abrirnos la puerta.

Fabio no dijo nada, yo tampoco, salió y lo seguí. Unos cuantos trabajadores nos recibieron y confié en que mi hermano o cualquiera de nuestro equipo se aseguraría de eliminar algún peligro.

En un acto inconsciente, me aferré al brazo de Fabio como si pudiera hacer mucho para protegerme, o peor, como si estuviera dispuesto a hacerlo.

—Señor Giordano, Señora Giordano. Buenos días.

Pilar fue quien nos recibió. ¿Cómo supe que era ella? Nunca olvido la voz de una persona.

—Oh, mi dispiace, ¿parli spagnolo?

—Sí, descuide, hablamos español. —respondió Fabio.

—¡Excelente! Es un gusto tenerlos con nosotros, síganme por favor.

—Después de ti, cariño. —me dijo él dándome el pase.

Lo odié. Lo odié demasiado. Y no por lo que dijo, sino por sus intenciones de aumentar mi nerviosismo.

Caminé dentro del lugar con más de una mirada encima, Fabio rodeó mi espalda con uno de sus brazos, profundizando su presencia.

—¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó Pilar dirigiéndose directamente a él, aparentando que yo no existía, y la verdad no importaba, lo único que yo quería era transmitir esa estúpida información.

—Bien, muy bien.

—Oí que Italia es preciosa, aún no tengo la oportunidad de visitarla, pero...

—¿Cuándo iniciaremos con el recorrido? —la interrumpió Fabio evidenciando la poca paciencia que lo caracterizaba.

Pilar sonrió avergonzada.

—Sí, iniciemos de una vez —concordó llevándonos hasta un ancho pasillo que estaba a ciertos pasos de la entrada, siguiendo la ruta descrita por Johnny—. Por el lado izquierdo se encuentran las oficinas dedicadas a editoriales, ya saben, escritura, corrección y revisión de noticias. Por el lado derecho están las imprentas conectadas con las editoriales, ambas áreas comparten el mismo trabajo entre el canal de televisión y el periódico. Son siete pisos que hay en este edificio, a partir del tercer piso es en donde están los estudios en los que grabamos los programas de todos los días.

A medida que Saravia y yo íbamos caminando entre algunos trabajadores nos sentíamos ciertamente confiados.

—Como ven, es una compañía muy productiva.

—Si es tan productiva, ¿por qué el dueño la está vendiendo? —cuestioné para después arrepentirme.

—Temas personales.

Fabio apretó mi mano sin soltarla.

—Bueno, continuemos —dijo la mujer—. En las oficinas de al fondo están los estudios de fotografía, en ellos retratamos a personas importantes que se animan a venir... ¡Claro! Acompáñenme. —pidió tomando el brazo de mi esposo para caminar hacia los estudios.

—Qué descaro —murmuró Matteo con dificultad, por un momento había olvidado que él entraría con nosotros también.

Me sentí aliviada al saber que yo no era la única a la que le disgustaba esa actitud, así que no eran celos.

No. No puedo estar celosa.

El italiano me ofreció su brazo y seguimos a la nueva pareja. Llegamos hasta una puerta blanca, Fabio volvió a cubrirme, pero lo rechacé y él lo notó. Entramos encontrándonos con un enorme salón en el que había más de quince personas.

—¡BELLEZZA! (¡BELLEZA!) —Un joven de ojos brillosos se me acercó para mirarme de pies a cabeza con más detenimiento—. ¡Mi piace il tuo stile! (¡Me encanta tu estilo!)

—Ammm...

—Grazie. (Gracias) —intervino Fabio, tomando mi mano.

—Él es Denise y se encargará de capturar su visita como recuerdo. Es uno de los mejores fotógrafos de este pueblo, sus fotografías son impecables y...

—Basta, Pilar, haces que me sonroje —se quejó él—. Síganme.

Denise nos colocó en medio de un espacio ambientado para fotografías con fondo blanco. Corrió a la cámara y empezó su frívola sesión, haciendo sonidos raros cada vez que obtenía una buena toma, pidiendo más, sin control.

—Esas fotos no deben ser publicadas —le murmuré a Fabio.

—Matteo se está encargando de eso.

Dirigí mis ojos al hombre, y, efectivamente, estaba muy cerca de Denise, planteando alguna estrategia para deshacerse de aquellas fotos.

—Nos estamos tardando mucho...

—¿Ya se quiere ir, señora Giordano?

—Sí, esposo mío, me quiero largar de aquí y tramitar nuestro falso divorcio.

—Escúchate —se quejó—, aún no nos hemos casado y ya hasta quieres divorciarte.

—Estamos casados de forma ficticia.

—¿Así que nuestro divorcio también será una mentira, bellezza?

—No te burles.

—¿Por qué piensas que me burlo? Ese desgraciado tiene razón. —admitió mirando al lente de la cámara—. Hoy te ves muy bella.

—¿Solo hoy?

—Ayer igual...

—¿Solo ayer?

Ver a Fabio nervioso es uno de los placeres que no pueden pagarse con nada.

—Cállate y sonríe.

—Pobre de tu futura esposa, Saravia. Tendrá que soportar tu sequedad y el poco amor que estás dispuesto a ofrecer.

—¿Disfrutas hablar sin fundamentos?

—Tengo fundamentos con los que puedo discutirlo.

—Entonces discutámoslo ahora.

—¿Ahora? Estás demente...

—Nadie nos escucha.

—Pero nos están viendo.

—¿Y?

—No es momento. Tal vez podamos debatirlo una hora antes de tu boda, si tienes suerte y llegas a tener una.

—Qué arrogante eres.

—Tú eres el doble.

—Y tú eres el triple.

—Y tú...

—¡Ahora una besándose!

—¡¿QUÉ?!

—¡¿QUÉ?!

Ambos nos exaltamos.

—A la cuenta de tres.

—No es necesario... —intervino Fabio.

—¡Señor Giordano! —lo reprendió Matteo dejándonos sorprendidos—. Bese a su esposa.

Aunque su pronunciación no fue buena, todos lo entendimos. Fabio retrocedió quedando nuevamente a mi par. Denise pidió un momento, pues el rollo fotográfico se había terminado y fue a buscar otro.

—Si voy a besarte, primero debo pedirte perdón —me murmuró Fabio—. Pero no me resigno.

No tenía idea de a qué se refería.

—No me resigno a creer que ya no tenemos oportunidad.

Se me bajó la presión.

—¿Tú...?

—Sospechaba que tú no te habrías atrevido a tocar el tema, y de alguna u otra manera yo debía hacerlo, me intrigaba saber lo que sentías respecto a mí después de lo que pasó.

Él lo sabe.

—Tres cajas de jugo de naranja mezclado con alcohol no son suficientes para mí.

—¿Fingiste estar ebrio?

—Sí.

—¡Pues yo sí estaba ebria! —le reclamé manteniendo mi voz baja mientras los demás se ocupaban en sus asuntos—. Me manipulaste...

—No directamente.

Como escape, dirigí mis ojos hacia quienes nos observaban, encontrándome solo con Matteo ocupándose de las fotos.

—¿Por qué no me lo preguntaste de frente?

—Jamás me lo habrías dicho. Hubieras mentido como hoy hace horas. Dijiste que no había pasado nada anoche y no era cierto, había pasado mucho, algo significativo para ti y para mí.

—No sería la primera vez que tú no recordaras. Era mejor así.

—Evadir lo que pasó no es mejor para nada ni para nadie, Melanie, eso está mal.

—La verdad también nos hace mal. Recordar que te fuiste, hablar e incluso pensar en eso... Duele.

—No puedes huir de ciertos temas solo porque te provocan dolor.

—¿Te has puesto a pensar en que, quizá, yo no soy tan fuerte como tú?

—Empiezas a ser fuerte cuando te atreves a enfrentar lo que, según tú, duele.

—Estoy cansada de tus frasecitas sacadas de libros baratos de superación. No me sirven, no las necesito.

—¿Qué es lo que necesitas?

—No necesito nada de ti.

—Ayúdame a arreglarlo, Mel.

—¿Para qué? Tú y yo seguimos siendo amigos.

—¡Yo no quiero ser tu amigo!

—Es lo único que puedo ofrecerte.

—¡Listo, señores! —exclamó Denise acomodándose nuevamente detrás de la cámara—. Cuando ustedes quieran.

Fabio y yo volvimos a mirarnos. Mis nervios aumentaron al creer que él podía sentir la forma desenfrenada en cómo me latía ese órgano que llaman corazón.

—Voy a preguntártelo después de besarte de nuevo.

—Estás perdiendo el tiempo y me lo estás haciendo perder a mí. El beso no cambiará nada.

Él alzó una de sus cejas, como si acabara de oír un desafío que se tomó muy en serio al sostener mis mejillas y pegarme a su rostro, besándome.

Nadie nos había oído, pero sí nos observaban, sobre todo Pilar, quien no se veía para nada satisfecha con la situación.

—¿Qué me dices ahora?

—Vas a necesitar más que un beso para atraparme en tus redes, Fabio Saravia.

Él sonrió ampliamente.

El rostro de Johnny me abofeteó. Al darse cuenta de que lo noté, cambió la dirección de sus ojos, aparentando no haber visto nada, pero estaba segura de que no era así, él había presenciado más de lo que debía.

Fabio, Matteo y yo seguimos recorriendo el edificio.

—Si adquieren nuestros establecimientos estamos seguros de que...

—¿Ya hemos recorrido todo? —le pregunté a la odiosa mujer.

—Sí, es todo.

Miré a Fabio y él supo que hacer.

—Mi esposa está aquí por una razón —comentó mirando su reloj y regresando sus ojos a Pilar—. Nuestro mayor interés es el lugar en donde hacen las transmisiones en vivo. ¿Está por aquí?

—Claro que está aquí, pero en tres minutos habrá una nueva y no creo que podamos entrar.

—¿Iniciará una transmisión? —pregunté desconcertada.

—Sí. Publicaremos un video que el Coronel Dante Ávalos ha preparado para nuestro pueblo.

Fabio y yo nos miramos, intentando analizar el plan y decidir si cambiarlo o cancelarlo.

Él fue quien decidió.

—Qué lástima... —se lamentó Saravia mirándome—. Imagino que hicimos este viaje en vano.

—Tienes razón, cielo, es una lástima. —le seguí la corriente.

Dimos media vuelta para caminar lentamente hacia la salida.

—Después de todo, los seis millones de tu abuelo pueden ser invertidos en el hogar para perros, ¿quién necesita un canal de televisión al que los futuros dueños no pueden conocer? Es absurdo.

—Nueve millones, amor. Son nueve millones —me rectificó Fabio.

—Ah, lo había olvidado, nueve millones para los perritos más necesitados.

—¡Esperen! —nos interrumpió Pilar—. Podemos ir. Pero solo si prometen estar en silencio.

—Seremos un par de estatuas. —aseguró él—. ¿Cierto, mi vida?

—Estatuas. —prometí también—. ¿Cierto, Matteo?

Él hizo la señal de un cierre en sus labios.

Pilar asintió y se dirigió hasta la puerta amarilla que llevaba colgado el número doce, al abrirla, nos encontramos con computadoras, pantallas y micrófonos instalados perfectamente.

—¿Qué hacen aquí? —se quejó un muchacho viéndonos llegar—. No pueden...

—Son visitantes, piensan comprar este canal y han prometido mantenernos en nuestros empleos —intervino Pilar. Volteó a nosotros y nos abrió el camino—. Pasen, por favor.

Mi querido esposo y yo estuvimos dentro con solo dar dos pasos junto a Matteo, quien esperaba la señal de su señor.

—¿Y sobre qué es ese video que quieren transmitir? —me animé a preguntar.

—Últimamente han ocurrido algunos problemas, así que el Coronel quiere enviar un mensaje de ánimo a todos los pobladores —respondió el muchacho con el rostro disgustado.

Apreté el brazo de Fabio con enojo y él lo notó.

—Imagino que es un mensaje importante. Esta es la hora en la que hay más televidentes. —dijo Saravia.

—Lo es.

Mantuvimos silencio un segundo y la mujer volvió a hablar.

—Esto iniciará en un par de minutos y yo debo dirigir algunas cosas, ¿les molesta si los dejo solos un momento?

—No, ve tranquila —me anticipé.

—Bien. —Pilar me miró con cierto desprecio y salió del lugar, cerrando la puerta.

Matteo se acercó discretamente a ella y colocó el seguro. Los tres discutimos lo que haríamos sin llegar a un acuerdo concreto.

—Empezamos en tres, dos, uno...

Una pequeñísima luz roja se encendió y el video comenzó a reproducirse para mostrar a Dante luciendo su uniforme de gala junto a una sonrisa inocente, adoptando la actitud de buen samaritano. Un buen samaritano tuerto con un parche negro en el ojo.

Me enfoqué en la función que cumplía el muchacho, todo dependía de él, pues se encargaba de que las personas vieran a Dante; sin embargo, en ese mismo lugar también podíamos hacer que vean lo que nosotros queramos.

—Soy un hombre dispuesto a cumplir con su deber a pesar de las adversidades que pueda encontrar. Admito que el tema de lo que está sucediendo en Hidforth ahora no es fácil de tratar, no obstante, es mucho más complicado evadirlo.

Sus palabras parecían estar muy ensayadas.

—La vida es efímera, pero lo suficientemente duradera como para hacernos sufrir de la manera más retorcida existente —agregó sin quitar su mirada de la cámara—. Puedo decir que aún tengo una familia junto a mí, mi pequeño sobrino David. Él me motiva todos los días para no darme por vencido y continuar defendiendo la verdad de todos los que se atrevan a opacarla, sin importar quiénes sean.

Volví a apretar el brazo de Fabio por la rabia que me causaron esas palabras.

—Así que, si tú, Gabriel; o tú, Melanie, me están viendo ahora, solo quiero decirles que no llegarán muy lejos. Los encontraré. Y no tendré consideración alguna.

Al minuto, el cuerpo del joven que monitoreaba la transmisión cayó inconsciente a causa del golpe que Matteo le dio. Este apresuró sus manos y comenzó su trabajo.

Fabio se acercó a la puerta, aunque estaba asegurada él sacó su arma por si alguien llegaba a entrar, mientras que yo permanecí en mi lugar, quieta, inmóvil, sintiendo deseos de ir con esa escoria y acabarlo.

—Debes calmarte. —me dijo Fabio dándose cuenta de mi hiperactividad.

No hice caso.

—Me estás poniendo nervioso.

Seguí caminando de un lugar a otro con el corazón en la garganta y la sangre hirviéndome.

—¡Melanie! —me detuvo sosteniendo mis dos hombros—. Estate quieta.

—¡Mencionó a David!

—Es bueno...

—¡¿Bueno?!

—Si lo mencionó fue por algo, quizá porque de verdad sigue vivo.

Me detuve a pensar. Tenía un poco de razón, pero eso no fue suficiente para tranquilizarme.

Volví a sentirme débil, él lo supo e intentó animarme.

—Mel...

—Quiero irme —rogué recibiendo su abrazo—. Sácame de aquí.

—En tres minutos estaremos lejos.

Matteo transmitió el video intentando infiltrarse en los canales nacionales y Fabio siguió abrazándome, pegando mi rostro a su cuerpo para evitarme ver las pantallas.

Podía oír algunos quejidos, intenté apartarme, pero él siguió presionándome a su torso.

—Ya me puedes soltar. —avisé.

Él fingió pensar.

—No. Me gusta tenerte así.

—¿Asfixiada?

—Protegida.

—No hay nada de lo que debas protegerme en este preciso momento.

—Hay mucho de lo que tengo que protegerte en este preciso momento.

Empujé su pecho con mis dos manos sin tener éxito.

—¿Por qué no quieres que vea eso?

No contestó.

—Fabio...

—Después te explico.

—Después no. Ahora.

—No es apto para niñas de tu edad.

—Niñas de mi... ¡Tonterías!

—¡No es una tontería!

—No es una razón lógica y hasta que me des una... —lo empujé lejos de mí, pero regresó como si fuéramos un par de imanes—. ¿Qué es lo que están transmitiendo?

—Nada.

—Entonces, ¿estamos aquí por «nada»? No seas ridículo —volví a apartarlo.

—¡Melanie! —me apegó otra vez—. Gabriel me hizo prometer que no lo verías.

—Y tú eres muy obediente, ¿verdad? Hazme el favor.

—Melanie —sostuvo mis mejillas para obligarme a ver su rostro desesperado—. Muy pocas personas conservan su humanidad...

No entendí, no me interesaba entender, así que quise evadirlo, pero él me retuvo.

—¡Tú conservas tu fe en los humanos! —se exaltó ansioso para que lo escuchase—. Y eso es estúpido. Pero a lo que voy es que, si ves esto... Si dejo que veas esto... Mataré todo rastro de inocencia que hay en ti.

Si buscaba asustarme, lo logró.

—¿De qué hablas?

—Quédate aquí y quédate tranquila. —pidió de nuevo.

—¿Es muy malo?

—Es más que eso.

—Escucho quejidos de niños... ¿Hay niños?

Él se negó a contestar.

—Hay niños, ¿no es así?

—Sí.

—¿Y qué les está pasando? El alcalde... Está...

—Quédate quieta.

—¡Pero otros pueden verlo!

—Matteo ha censurado algunas partes, nosotros aquí somos los únicos que podemos ver todo por completo.

—Siento que esto no está bien, Fabio...

Él bajó la cabeza y me miró, asegurándose de que no intente liberarme de sus brazos.

—No está bien, pero es necesario. Ahora no te muevas. Tus ojos en donde pertenecen —señaló sus pupilas negras—. Aquí.

—¡Andiamo! (¡Vámonos!) —exclamó Matteo.

Retiró el archivo y se puso de pie, abriéndonos la puerta.

—¡Esperen! Pongan a ese tipo en la silla —ordené, señalando al muchacho que estaba en el piso—. Debe haber un culpable por esto y no seremos nosotros.

Ellos lo entendieron, así que colocaron al hombre en el asiento. Al instante, los tres estuvimos fuera con los nervios de punta, esperanzados en que no nos descubrieran.

—¡Señores Giordano! —La voz de Pilar nos sobresaltó—. ¿Qué está pasando?

—Eso mismo queremos saber —me quejé evitando que Fabio o Matteo hablaran—. Primero no quieres mostrarnos el lugar que queremos comprar, después nos dejas tirados como si no te interesara este negocio, y, por último, tu empleado enloquece sacándonos del sitio para encerrarse y hacer quién sabe qué. ¿Están jugando con nosotros?

—No es...

—¡PILAR! —otra muchacha se acercó hacia ella—. ¡LA TRANSMISIÓN! ¡NO FUE...! ¡SE VIO...! ¡DEBEMOS APAGAR ESO!

—¿Qué?

—¡¿QUÉ HICIERON?! ¡MALDICIÓN! ¡ALLÁ AFUERA HAY UN CAOS! —se quejó otra persona acercándose.

—¡APAGUEN ESO!

—¡ABRE LA PUERTA!

—Todo esto es demasiado. —se quejó Fabio intentando cubrirme de la apretura que se iba formando a causa de los que querían abrir la puerta—. Es mejor que nos vayamos.

—¡ALTO!

De nuevo, la voz de Pilar hizo que nuestra piel se erizara. Se colocó frente a nosotros con la mirada desconfiada, como si lo supiera, y a toda costa impidió nuestro paso.

—¿Considerarán la compra? —preguntó haciéndonos respirar aliviados.

—¿Qué opinas, cariño? —me cuestionó Fabio—. Haré lo que tú digas.

Fue entonces que la mirada altanera de Pilar se redujo a una súplica de compasión y esperanza.

—No lo sé, estoy segura de que podemos encontrar algo más... Decente.

Fabio esbozó una sonrisa.

—Entonces busquemos algo más decente —dijo él.

Se despidió de Pilar y llegamos a la salida.

Salimos del edificio, subimos al auto y nos marchamos. Pasamos frente al departamento policial, viendo el impacto que el video generó, más de treinta personas estaban fuera del lugar esperando explicaciones o, simplemente, ver el rostro de su alcalde como lo que era en realidad, un miserable abusador.

Matteo y Fabio iban satisfechos mientras que yo solo quería olvidar los sonidos que escuché, todos ellos provenientes de ese video.

—Vai in un altro modo. (Ve por otro lado) —ordenó este último.

El hombre asintió y dobló por una calle desconocida. Fabio miraba hacia atrás cada tres segundos, con un sentimiento de incertidumbre, hasta que sacó su arma de nuevo.

—Ve debajo del asiento.

—¿Qué pasa?

Tomó uno de mis brazos y me obligó a obedecerlo, colocándome debajo del asiento en el que íbamos.

—Nos están siguiendo.

—¡¿Qué?!

—¿Fabrizio? —preguntó Matteo, quien aparentemente entendió.

—No estoy seguro...

—¿Quién es Fabrizio?

—Un político aliado con EEIM. Es el mismo que mandó a esos tres hombres con los que nos encontramos —añadió Fabio, refiriéndose al día en que el conocí a Matteo.

—Entonces, ¿es peligroso?

—No —se burlaron mis dos acompañantes—, ese miserable no es peligroso en nada.

Matteo sonrió igual y siguió conduciendo.

—Entonces, ¿puedo sentarme como una persona normal?

—No, quédate ahí.

—Dijiste que no era peligroso...

Él me ignoró y le pidió a nuestro conductor que acelerara. Matteo obedeció y, finalmente, perdimos a quien nos estaba siguiendo.

—Ahora sí, puedes sentarte como una persona normal.

—Gracias.

—De nada, señora Giordano.

Sonrió, yo lo hice también y sentí un cosquilleo dentro de mí.

Él interrumpió mi concentración y volvió a tirarme debajo del asiento, lo siguiente que escuché fue el sonido que emitió el parabrisas al romperse, acompañado de disparos.

Vi a Matteo salir para disparar a quien teníamos detrás, Fabio hizo lo mismo, intentando cubrirse con la puerta del auto. No sabía quiénes eran nuestros enemigos en esa ocasión, no sabía lo que querían ni mucho menos si nos dejarían vivos.

Saravia se acercó a mí, me tomó por un brazo y ambos salimos del auto en dirección hacia un centro comercial con Matteo detrás de nosotros, cubriéndonos la espalda. Todas las personas cerca escaparon al oír los disparos, pero nada detenía a los cinco hombres que, creí, estaban dispuestos a matarnos.

Durante un momento de calma, Fabio habló con Matteo, no tuve claro lo que le dijo, después de escucharlo, él se retiró con la rapidez de un rayo, saliendo por una de las ventanas.

—¿Quiénes son? —cuestioné casi gritando.

—Amigos.

—No me digas, ¿así es como se saludan?

—Sí.

Seguimos corriendo hasta llegar a la parada de autobuses que no estaba muy lejos y que no sirvió de mucho para despistarlos.

—¿Por qué nos siguen?

—¿Por qué siempre me haces preguntas en los momentos más difíciles?

—¿Vamos a morir?

—No. —me respondió luego de recargar su arma—. Bueno, eso quiero pensar.

Mi teléfono comenzó a sonar.

—Gabriel...

—¿Dónde están?

—¡Voy a morir! —le grité con las manos temblando.

—¿Qué?

—¡Que voy a mor...!

—Hay un problema —le dijo Fabio después de quitarme el celular—. No es tan grave.

—¡¿No es tan grave?!

Tapó mis labios con la palma de su mano, evitando que siguiera haciendo ruido.

—Sí, la cuidaré. Bien. No, descuida. Si es así, yo mismo te los mando empaquetados y con hielo. Claro, adiós.

—¿Qué te dijo? —le pregunté apenas colgó—. ¿Vendrán a ayudarnos?

—No hay tiempo.

Dirigió sus ojos a las cartillas de viajes, después a los autobuses y terminó en una recepcionista que estaba cerca.

—Tienes razón. —me dijo—. No podremos salir vivos de aquí, hay muchos más afuera.

—Dios... No puede ser... ¿Ahora...? ¿Ahora qué?

No respondió, se acercó a la muchacha y le habló en voz baja. Tres minutos después, regresó a mí, me tomó del brazo nuevamente y caminamos con discreción hasta la fila de buses que estaban al fondo del lugar.

Robó una chaqueta roja e hizo que me la pusiera mientras que él se deshizo de su saco junto con la corbata, quedando solo con su camisa blanca y sus pantalones negros.

Su mirada estaba alerta a cualquiera que se nos acercara. Hizo que yo subiera al autobús primero y me siguió.

No tenía idea de a dónde iríamos, peor, no tenía idea de si realizaríamos ese viaje o solo era una más de las distracciones que él acostumbraba a usar con sus enemigos.

Y cuando estuve en medio de los asientos con el cinturón puesto, me di cuenta de que no era una distracción, y, por desgracia, los matones lo sabían, así que detuvieron el bus y subieron para inspeccionar todo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro