11 | Sus labios y los míos.
—Marina... —volvió a llamarla él con la voz quebrada, notando que sus párpados aún no se habían cerrado.
—Raúl... Yo... No quería...
—Está bien —la consoló—. Se terminó. Estarás bien.
Unas cuántas lágrimas se resbalaron por las esquinas de sus ojos.
—Estarás bien, Marina. —repitió Raúl, tomándola en brazos mientras sus manos se manchaban de su sangre—. Estoy contigo. Estás a salvo.
Rodeó el cadáver destrozado de Jason e hizo una señal a Gabriel y a Fabio, indicándoles que era momento de irnos.
Saravia cubrió a mi hermano para que pudiera llegar hasta nosotras y sujetar a Nora. La cargó con sus dos brazos corriendo por el camino que Elyar tomó mientras yo le seguía.
Cuando estuvimos en las afueras de la disco, pudimos contemplar que las luces de los carros de policías estaban cerca, en menos de dos minutos ya nos habrían interceptado.
—Llévatela en el auto. Llámame si me necesitas. —le ordenó Fabio a su compañero.
Este último no perdió tiempo, metió a Marina dentro del vehículo y aceleró hacia un lugar desconocido, en donde, aparentemente, la atenderían.
Nosotros volvimos a correr dejando atrás todo el desastre que ese lugar había presenciado y llegamos a la casa. Gabriel se ocupó personalmente de su novia, le enjuagó el rostro, le cambió la ropa y la recostó, recostándose junto a ella también.
—Ve a dormir, Mel, estará bien —me dijo él al ver mis intenciones de quedarme sentada sobre el piso frente a mi cuñada.
—¿Estás seguro?
Sus párpados medio caídos se dirigieron a mí.
—De acuerdo. —accedí—. Pero llámame si pasa algo.
—Lo haré.
Salí de la habitación y llegué hasta la cocina, en donde estaba Fabio con una taza de café encima de la mesa.
—¿Esto siempre será así? —inquirí captando su atención después de un larguísimo silencio.
—¿Así cómo?
—Que aparezcas de la nada en el momento exacto para ayudarme.
Él alejó la taza.
—Es lo que Gabriel me pidió hacer.
No contesté y di media vuelta con la intención de irme.
—Se me hace raro ver que alguien como tú tenga tan buena puntería —En esa ocasión fue él quien habló.
—No tengo puntería...
—¿Y cómo llamas a lo que hiciste con el tacón?
—Estaba enojada. No sabía que podía hacerlo.
—Tal vez deberías practicar.
—Tal vez.
Volvimos al silencio y una tormenta se desencadenó.
—¿Matteo aún no ha encontrado nada en los relojes?
—Apenas se los dieron ayer, debes ser paciente.
—¡No puedo ser paciente! Tú viste a Bryan... Mi hermano puede estar pasando por algo peor.
Él regresó sus ojos a mí sin mostrar lástima ni ningún otro sentimiento.
—Sé paciente. —repitió.
Quise ir y ahogarlo en su propio café, pero reprimí mis deseos al concentrarme en la vista que tenía por una de las ventanas.
La calle estaba solitaria, casi no había personas, solo unos cuantos autos. Y antes de que el silencio se tornara incómodo, mis ojos se vieron atraídos por un pequeño perrito que cruzaba la autopista, y que, luego de ser atropellado, quedó tendido a mitad del camino.
—¡Melanie!
Fabio fue detrás de mí. Abrí la puerta y llegué hasta el animalito para intentar levantarlo.
—¡¿Qué estás haciendo?! —volvió a gritar él manteniéndose distante.
Toqué una de las patitas y esta se movió ligeramente.
—¡Está vivo!
—¡MELANIE! ¡VEN AQUÍ!
Me quité el suéter que mi hermano me había prestado y lo usé para cargar al desafortunado transeúnte.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —volvió a reclamarme cuando estuve más cerca.
—Cosecho tomates, ¿quieres? —ironicé.
—Pues llevas uno muy aplastado.
—Vete al diablo, Saravia.
Me abrí paso e ingresé a la casa medio de las quejas del animal (el de dos patas, vestido de negro) y las del perro.
—Ayúdame —pedí colocando a este último sobre una caja de cartón.
—Estás loca si piensas que voy a involucrarme en esto.
—¡Ay, por favor! Estás involucrado en secuestros, mafias y asesinatos. ¿Ahora resulta que no quieres ser cómplice en ayudar a un pobre animal?
—Tenemos muchas responsabilidades. Míranos, apenas podemos con nosotros mismos.
—Solo quiero curarlo...
—Bien. Cúralo, pero cuando sane —chasqueó los dedos—. Se va.
—De acuerdo.
Él asintió y me dio la espalda para dirigirse a su habitación.
—¿No vas a ayudarme?
—Es tu problema.
Fabio Saravia. Maldito Fabio Saravia.
No estaba segura de qué era lo que debía curar así que lo único que hice fue secarlo, arriesgándome a ser mordida. Cuando terminé, el animal estaba dormido, o desmayado, quién sabe, pero mantenía los ojos cerrados.
Resulté exhausta y con algunos rasguños en mis brazos, fui al baño para lavármelos, lavé también mis dientes y enjuagué mi rostro. Amarré mi cabello y regresé hasta la pequeña caja por última vez antes de ir a dormir.
—Vivirá.
—Ahora resulta que eres doctor.
—¿No querías mi ayuda hace tres segundos?
—¿Estudiaste para eso?
—Sí.
Fabio Saravia: 1
Melanie Ávalos: 0
—No te creo.
—Lo supuse.
De uno de sus bolsillos sacó una pequeña libreta y me la estiró.
—¿Ibas a ser médico? —cuestioné al leerla.
—«Iba».
—¿Por qué no lo fuiste?
—¿No es obvio que desde que dejé el cuartel mi vida se echó a perder?
Me encogí de hombros.
—Perdón...
—Descuida.
Se puso de pie y volvió a acostarse sobre el sillón.
—Entonces, ¿sí vivirá?
—Sí, solo tiene la pata rota.
—¿Puedes vendarla?
Volvió a mirarme, cerró los ojos, suspiró, y, de nuevo, se puso de pie. Sacó un par de vendas que tenía en una mesa y después de diez minutos terminó.
—¿Le podemos poner un nombre?
—No empieces, Melanie.
—Merece tener un nombre.
Resopló llevándose las manos a la altura de su abdomen.
—Bien, elige tú el nombre.
—Pipo.
—¿Pipo? —repitió y asentí—. Qué niñería.
Le di un pequeño empujón.
—No es ninguna niñería.
—Está bien, supongo que esperaba algo mucho más «Melanie» de tu parte.
Ambos sonreímos y volvimos a acomodar al huésped en la caja de cartón. Fabio encendió la televisión y se recostó en el mismo mueble.
—¿Quieres...? Ah, olvídalo.
—¿Disculpa?
—No puedes ver una película de terror completa, así que no tiene caso pedirte que me acompañes, ¿cierto?
—¿Piensas que soy una cobarde?
—¿No es así?
—Por supuesto que no.
Él dejó un espacio libre y con una de sus manos me invitó a sentarme en él, esperando que comprobara lo que afirmé.
Di pasos largos. Mi estúpido orgullo hacía que me involucre en cosas que no quería hacer.
—Puedes irte si no estás...
—No tengo miedo. —lo interrumpí.
¿Por qué lo interrumpí? ¿Por qué no acepté que soy una maldita miedosa?
A él le divertía sentir cómo me reprochaba internamente y le gustaba saber que tenía la razón.
No.
—¡No puedo! —dije escondiendo mi rostro en uno de sus hombros evitando ver más—. Apágalo.
Él obedeció y en un par de segundos ya no hubo ruido.
—Te lo dije.
—¿Y qué quieres? ¿Un aplauso?
—No estaría mal. —comentó dándome una sonrisa genuina—. Pero antes, tengo algo para ti.
—¿Para mí?
—Sí, para ti.
—¿Es un regalo?
—Más que eso, es una devolución.
—¿Devolución?
—Ven conmigo —pidió poniéndose de pie para caminar hasta su dormitorio.
Abrió la puerta, entró, tomó su chaqueta negra y de ella sacó...
—¡Oh, por dios!
—Aquí tienes. —dijo estirándome el pequeño objeto.
—Es... Es... Un momento, ¿por qué tienes mi liga de cabello?
—Tú me la diste.
—¡¿Yo?! ¡Imposible! Jamás te habría dado mi liga favorita.
—Lo hiciste cuando aún me querías. Imagino que no lo recuerdas.
Sentí un nudo en el estómago.
—Creí que la había perdido...
—Sí. Gabriel me contó que el mundo se te vino abajo solo por una liga.
—Exageró.
—No importa. Aquí la tienes, como nueva.
Teniendo en cuenta todos los años en los que él la había guardado, de verdad sí estaba como nueva.
Coloqué la liga en una de mis muñecas y fui paseándome por el dormitorio otra vez mientras él se recostaba encima de la cama, cerrando los ojos.
—Tengo curiosidad...
—¿Curiosidad? ¿Tú? —me interrumpió con sarcasmo—. ¿Sobre qué?
—¿Por qué toda la ropa que tienes es negra? —pregunté viendo cada prenda colgada en el armario.
—Porque es un buen color para ocultar la sangre.
Tragué saliva.
—¿No has pensado en probar otros colores?
—¿Por qué debería?
—Porque con esto pareces la muerte andante —argumenté colocándome una de sus chaquetas, que, por cierto, me quedaban enormes—. ¿Quieres verte como el chico malo? —me burlé—. "No te me acerques porque soy asocial e intento meterme bien en el papel de ser un asesino en potencia y..."
—¡Basta! —abrió los ojos y me observó enojado—. ¿Qué juego es este?
—Imitaciones, ¿quieres jugar?
—Bien. Mi turno —se reincorporó en la cama y afinó la voz—. "Yo no puedo ser una asesina, la vida de una persona debe valorarse, ¿qué importa que esa misma persona haya hecho daño a los demás?"
—Yo no hablo así. —lo reprendí.
—Tienes razón, tu voz es más... Desesperante.
Me saqué la chaqueta y volví a quedarme solo con la remera de mi hermano.
—Se acabó el juego.
—No aguantas nada, Ávalos.
—Te estoy aguantando a ti, eso ya es mucho trabajo.
—¿Tú tienes el trabajo? —rio sin humor.
—No es fácil sobrellevar tus cambios de humor ni tus groserías.
—Soy yo quien debe soportar tus tonterías, debo reírme de tus bromitas estúpidas y debo cuidarte la espalda. Lo que tú haces no es nada comparado a lo que yo hago.
—Nadie te pide que lo hagas.
—Gabriel es quien me lo pidió.
—Puedes desobedecer todo lo que él diga, no es tu jefe.
—Pero es el hombre con el que tengo un trato. Mis principios me obligan.
No hice caso y caminé hasta la salida.
—Además —me interrumpió—, me gusta esto.
Tragué saliva y olvidé cómo hablar.
—¿Te gusta?
—Es divertido. Y el hecho de que seas mi novia, da emoción al asunto.
—No somos novios.
—Y, ¿no quieres que lo seamos?
—No.
—¿No?
—No...
—¿No?
No pude mantenerle la mirada.
—¿Estás segura? —volvió a preguntar.
—Yo... No... Quiero decir, estoy... No estoy... ¡No! Estoy segura.
—¿Puedo saber por qué?
—No nos conocemos...
—Nos conocemos desde los siete años.
—Hasta que te fuiste.
—Continué conociéndote a pesar de eso.
—Permíteme dudarlo.
—No, Mel. No quiero que dudes. Lo que hayamos tenido, fue real para mí.
No supe qué decir y él lo entendió manteniendo silencio.
—¿Qué pasará con Marina? ¿Estará bien?
—No pude ver su herida, pero a juzgar por la cantidad de sangre, confío en que se recuperará.
—Creo saber lo que ella hizo.
—Ah, ¿sí?
—Sospecho que se casó con Jason para ayudarlos a ustedes, en especial a Raúl, es por eso que el tipo mencionó que, como el matrimonio iba a terminarse, él no tendría que seguir cumpliendo el trato. Iba a matarlo.
—Es impresionante, Mel... Eres igual de lenta que Raúl.
—¿Perdón?
—Claro que ella lo hizo por él. Jason estaba tan obsesionado con Marina que ordenó la muerte de Raúl, y ella, para salvarlo, aceptó ser su esposa.
—¿Tú lo sabías?
—Fui el primero. Ella me lo confesó un día antes de la boda.
—¿Y por qué dejaste que Raúl la odiara?
—Raúl se cegó. Sus emociones son el triple de intensas que las de cualquier otra persona, además, ella no quería que él lo supiera, pensaba que era mejor así.
—No imagino todo lo que Marina tuvo que vivir al lado de ese hombre.
—Te soy sincero, tampoco quiero imaginarlo.
Estuvimos sentados sobre la cama durante varios segundos, hasta que volvieron las preguntas incómodas.
—Así que, ¿no somos novios?
—Ya te lo dije, no me conoces y no te conozco.
—Me has conocido durante esta semana y has resumido lo que soy. Asesino, psicópata, intimidante, guapo, brillante, listo. ¿No es suficiente?
—Yo nunca dije que fueras guapo, brillante o listo.
—Pero lo has pensado.
Se me escapó una risita nerviosa.
—¿Cómo...? ¿Cómo puedes saber lo que pienso?
—Tal vez por el sencillo hecho de que he pasado gran parte de mi infancia a tu lado. Sumado a ello, tengo la habilidad de leer a las personas.
—Quien te haya enseñado a hacer eso debería estar decepcionado, porque lo haces mal.
—Oh, ¿tú crees?
—Completamente.
—¿Y por qué te has puesto roja como un tomate?
Fui hasta un pequeñísimo espejo a mirarme el rostro.
Maldición.
—¿Por qué no es suficiente? —volvió a preguntar, pero esta vez con seriedad.
—Escucha, para que dos personas puedan formar... Ya sabes, ser una pareja, tener un vínculo, deben tener a su favor muchos factores.
—¿Cuáles?
—Deben... Deben conocerse.
—Bueno. Tú eres Melanie y yo soy Fabio. Ambos nos conocemos.
—No, no, no. No me refiero a eso, hablo de conocer las cualidades del otro. Por ejemplo, los gustos, las virtudes y la vida en general.
—Bien. Conozcámonos, la noche es larga.
—No puede hacerse en una noche.
—¿En dos?
—¡No, Fabio! ¡Entiende! A veces se necesitan meses, incluso años para que dos personas sientan atracción entre sí.
—Tú me atraes.
El nudo que se me formó comenzó a hacerme percibir un cosquilleo.
—Pero tú a mí no.
Se quedó en silencio y me sentí completamente tonta por mentir.
—Si me conocieras más, ¿podría atraerte? —cuestionó.
—No bastaría solo con eso.
—¿Qué más se necesita?
—Convivencia, amistad...
—Estamos conviviendo, y ¿somos amigos?
—Bueno, hemos hecho cosas de amigos, así que, sí, somos amigos.
—¿Entonces?
—No basta.
—¿De verdad las relaciones son tan complicadas?
—Las buenas, sí.
—¿Quieres decir que hay relaciones malas?
—Sí, las hay.
—¿Cómo sabes que son malas?
Su curiosidad era genuina. Él no trataba de seguir incomodándome con el tema, al contrario, parecía querer saber más y mantenía su rostro atento a mis respuestas.
—Cuando una relación es mala, ambas personas no la pasan bien. Siempre hay peleas, discusiones, desacuerdos, golpes...
—¿Alguna vez tuviste una relación mala?
—Sí. Parecido.
—¡¿Te lastimaron?!
—No, no, no, no llegamos hasta ese extremo.
Él se relajó y miró otra vez hacia el piso.
—Entonces, tú y yo no estaremos juntos, ¿cierto?
No parecía triste, tampoco indiferente. Había adquirido la forma de un niño pequeño que acostumbra a hacer preguntas neutrales para desaparecer su curiosidad.
No quise contestar, ambos nos dedicamos a observar el mismo objetivo: Nuestros pies.
¿Cómo iba a negar algo que deseaba hacer?
Había atracción. Había algo más, no tenía idea de lo que era, pero nos mantenía cerca siempre.
Entonces repetí la pregunta en mi interior:
¿Por qué nos detenemos?
Regresé a mirarlo. Sus ojos me traspasaron y sin darme cuenta la distancia era muy poca. Cada vez que parpadeaba era más y más corta, hasta que la punta de su nariz chocó ligeramente con la mía.
Me aterré.
—Debo... Debo ir a dormir —excusé poniéndome de pie.
Él tomó aire, como si quisiera disimular lo que el contacto le causó.
—Claro.
Salí, llegué a mi habitación solitaria y vi el reloj, eran las dos de la mañana. No tenía sueño, después de todo, ¿cómo podría dormir sabiendo lo cerca que estuve de él?
No debía volver a pasar. De eso estaba convencida.
Abandoné la cama y fui hasta su dormitorio. Antes de abrir la puerta pensé en lo que diría, no sería tan difícil, ambos debíamos acordar que aquello nunca pasó, que éramos amigos porque al final me agradaba como amigo.
Tenía cierta idea de mi plan, ocultaríamos todo y para cuando amanezca continuaríamos como si nada, absolutamente nada, hubiera pasado.
Tomé el manojo, el pecho estaba estallándome a causa de mis palpitaciones. Di un paso dentro y lo encontré, él aún estaba sentado en el mismo lugar en donde lo dejé, con los codos apoyados en sus rodillas.
Alzó su rostro apenas sintió mi presencia, abrió los labios intentando decir algo, pero no pudo, interrumpí su habla al presionarlos con los míos en un acto desquiciado que no correspondió.
No, no, no, este no es el plan.
Me aparté y quise morirme, es decir, mi espíritu murió, dejando a mi cuerpo solo e indefenso en esa batalla.
¿El enemigo? Fabio.
Este último me miró sorprendido, como si no terminara de creer lo que hice, y cuando retrocedí, él volvió a atraparme, pero esta vez correspondiéndome.
Sí y no. Ese era el juego.
Intentamos recuperar el aliento durante unos segundos, pero casi de inmediato retomamos lo que habíamos iniciado.
—Quería... —hablé deteniéndome y, paralelamente, haciendo que él lo haga también—. Quería decirte...
No pude seguir hablando.
—¿Qué querías decir?
—Que no deberíamos.
Evité mirarlo.
—Supongo que tienes razón —afirmó sorprendiéndome—. No deberíamos.
Asentí y él también lo hizo. Me soltó para volver a sentarse sobre la cama, buscando calmar su respiración, pero sin quitarme los ojos de encima.
Resoplé con mucha frustración al darme cuenta de que la lista de mis debilidades iba aumentando y la última que se adhirió tenía nombre y apellido:
Fabio Saravia.
Maldito Fabio Saravia.
Volví a apegarme sin intenciones de cumplir el propósito que tenía antes de entrar a esa habitación. Y él me recibió.
Rodeó mi cintura con sus dos brazos sin querer soltarme y yo sin querer que lo haga. En esa ocasión fue un beso lento, después de terminar, me tomé el tiempo de observar su rostro, viéndolo abrir los ojos con cautela, siendo yo lo primero que vio.
Entonces decidí que mi lista de debilidades estaba completa.
Besos, solo eso. Él a mi lado y yo sobre uno de sus brazos, así pasamos la madrugada hasta que empezaba a amanecer.
—Me preocupa un poco no haber cumplido las expectativas que tenías sobre tu primer beso.
—En mis expectativas solo anhelaba que mi primer beso fuera contigo, Mel.
Mis mejillas se calentaron.
—Iré con Pipo.
—Espera...
—¿Sí?
—¿Me besarías otra vez?
—¿Por qué siento que llevas toda la madrugada esperando pedírmelo?
—La madrugada es corta comparada con el tiempo que he esperado por esto.
Tomé una de sus mejillas e incliné mi rostro hacia él, pero antes de que mis labios tocaran los suyos, oí la voz de mi hermano.
—¿Melanie?
Gabriel estaba en medio de la puerta del dormitorio con Nora detrás de él, y los ojos parecieron salírsele.
—¿Nos das un minuto? —pidió dirigiéndose a su novia.
A pesar de que con la mirada le supliqué a mi cuñada que no me dejara sola, no hizo caso y fue hasta la sala.
Mi hermano entró a la habitación y cerró la puerta. En esos momentos mi mente era muy lenta para inventar alguna excusa que justifique el hecho de que me había encontrado durmiendo junto a Fabio.
—No es lo que parece —hablé con anticipación.
—Es lo que parece. —interrumpió este último, despreocupado.
—No, claro que no.
—Melanie.
—Y sobre la cama... No pasó nada, absolutamente nada...
—Melanie...
—Esto es gracioso desde cualquier punto de vista, pero tiene una explicación. Yo solo... Nosotros... Hablábamos...
Volteé hacia Fabio, esperando que me siguiera la mentira. No lo hizo.
—Mel...
—Solo hablábamos, te lo juro por...
—¡Melanie, cierra la boca! —me gritó Gabriel haciendo que detenga mi paso y me posicione detrás de Saravia.
Muy bien, hasta aquí llegué.
Este último rodeó mi espalda con uno de sus brazos en tanto le estiraba la mano a quien teníamos enfrente.
—Pensábamos decírtelo hoy. —le dijo.
—¡¿Qué?! —me exalté. El rostro de Fabio adquirió un aire divertido al verme tan desesperada—. ¿Decirle qué?
—Melanie...
—No hay nada que decir.
—¡¿Por qué actúas así?! —se quejó mi hermano frunciendo el ceño.
—Porque, tal vez no lo has notado, pero tienes... Tienes un arma en la mano.
Él bajó su mirada y, finalmente, notó que la tenía.
—Ah... Tranquila, está descargada.
No me aliviaron para nada sus palabras.
—Descuida. —le tomó la mano a Fabio, estrechándola.
—No, no, no, espera. ¿No te molesta esto? —me interpuse separándolos.
—¿Por qué debería molestarme?
—Porque... No lo sé... Los hermanos mayores suelen ser celosos.
Él volvió a fruncir el ceño y miró a Fabio.
—¿Yo? ¿Celoso? ¿Bromeas?
—No, ¿tú estás bromeando?
—No es cosa del otro mundo saber que tienes novio, Melanie.
Mantuve silencio mientras pensaba en Nicolás, quien nunca fue aprobado por mi hermano.
¿Por qué Saravia sí?
Cuando volví en mí, ambos estaban hablando amablemente.
—No, no, no. Esto es...
—Desde los siete años, Mel, tú no pierdes tiempo ¿eh? —mofó mi hermano.
Fabio sonrió, ganándose un golpe en el brazo.
—Lo único que diré es que no quiero ser tío aún —advirtió Gabriel y volvieron a sonreír.
¿Qué caso tiene protestar? ¿Qué ganaría si ya perdí todo?
Fabio volvió a rodear mi espalda, pero de inmediato mi hermano tomó mi mano y me acercó a él.
—Y vayan deshaciéndose de la idea de que volverán a dormir juntos.
Mi supuesto novio volteó a mirarlo serio para después regresar a mí y observar mi rostro de: ¡JA!
Gabriel no dijo más, dio media vuelta y se dirigió a la cocina, dejándonos solos de nuevo. Estuve a punto de reírme en su cara, pero él se adelantó.
—William fue hallado muerto.
—¡¿QUÉ?!
—Es mejor que te enteres ahora.
—¿Cómo que fue hallado muerto?
—Aparentemente lo quemaron vivo.
—Dios mío...
—Qué horror, ¿no?
—Y él... Él sabía muchas cosas. Ahora no tenemos nada. Está muerto, carbonizado, eso es una muerte demasiado dolorosa.
—Sí, terrible. ¿Tienes hambre?
El impacto me provocó un dolor en la garganta.
Él salió del cuarto y fue hasta la cocina. Lo seguí después de recomponerme, encontrando a mi cuñada con el desayuno listo mientras mantenía a Pipo a su lado.
—¡Nora!
—Mel... —me recibió abrazándome también.
—¿Cómo te sientes?
—Un poco extraña, pero mucho mejor.
—Yo no sabía lo que contenía esa bebida, te lo aseguro, de lo contrario no te habría dejado tomarla...
—Lo sé, tranquila. Me consuela haber sido yo quién lo hizo y no tú.
La miré con tristeza.
—¿Qué hay con el perro? —inquirió Gabriel, sentándose alrededor de la mesa.
—Su nombre es Pipo y tiene la pata rota. —lo presenté cargándolo—. Lo atropellaron ayer.
—¿Y cuándo se va?
—No se irá hasta que se recupere.
—Primero el escuincle y ahora el perro. ¿Qué sigue? ¿Eh?
—No le hagas caso a tu hermano, Mel —intervino Nora posicionándose al lado de su novio—, sabes que le gusta molestarte.
—Escuchen, lo hablaremos luego, ahora debemos ir con Marina y Raúl, no podemos dejarlos a su merced en estas circunstancias.
—Es lo más humanitario que te he escuchado decir, hermano.
Él entrecerró los ojos, tomó los envases llenos de comida y se dirigió hacia la salida.
***
—Sugiero que sea por votación. —dijo Nora, interrumpiendo la disputa que se había generado al decidir si el perro se quedaba o se iba.
—Bien. Quien quiera que Pipo se quede, levante la mano.
Tres contra tres.
—Así no llegaremos a un acuerdo.
—Nunca llegaremos a un acuerdo si ustedes siguen con esa actitud egoísta —se quejó Marina.
—¿Nosotros? Por favor...
—Piénsenlo bien, si lo entrenamos con dedicación, este perro puede ser el próximo comisario Rex.
—Debes dejar de ver la televisión. —me advirtió Saravia.
—Gracias por la comida. Y, sobre todo, gracias por haber venido —manifestó Raúl mirándonos.
—Es lo menos que podemos hacer. Estamos juntos en esto.
—Yo lamento haberlos expuesto a Jason y sus hombres, no creí que me encontraría tan rápido.
—No pasó nada grave, ahora lo importante es que te recuperes.
Siguieron hablando mientras que Fabio y yo nos mantuvimos callados. Ambos parecíamos avergonzados respecto a lo que pasó entre nosotros durante la madrugada. Él no podía mirarme fijamente y yo no podía mantenerle la mirada.
—Debo irme. Matteo encontró algo. —avisó él de repente al leer un mensaje en su teléfono.
—¿Puedo...?
—No. —me rechazó tajante.
No me quedó nada más que recoger mi vergüenza y volver con mis amigos luego de que él desapareció por completo.
—Así que solo conocidos, ¿eh?
—Nora, ahora no.
—¿Estás bien?
—Sí, yo... ¿Te importa si lo conversamos luego?
—Claro.
Ella se apartó, dejándome sola.
Tengo todo el derecho de ir con él y ver por mí misma el contenido de aquellos relojes.
Derecho que me fue arrebatado.
Lo que sea que ocultes, no podrás ocultarlo por siempre, Fabio.
—¿Mel?
Salí de mis pensamientos.
—Raúl, perdón, estaba... Distraída. ¿Me hablabas?
—No sé qué tan acertado sea pedirte lo que te quiero pedir.
Parpadeé confundida.
—Necesito un anillo. —puntualizó.
Miré cada uno de mis dedos.
—Lo siento, te lo daría si tuviera uno.
—No, no, no, no me entendiste. Necesito que me ayudes a conseguir ese anillo.
—Claro, el centro comercial no está lejos, podemos ir...
—No, Melanie, es que no hablo de «comprar» el anillo.
—¿Entonces?
Hizo un gesto con la mano izquierda, evitando hablar.
—¡¿ROBARLO?!
—¡SHHH!
—Debes estar jugando. ¿Sabes lo que podrían hacernos si nos descubren?
—No tienes que preocuparte por eso.
—Ah, ¿no?
—No. Solo debes saber mentir.
—¿Qué?
De uno de sus bolsillos sacó un anillo plateado con un diamante enorme.
—Estate quieta. —me dio una palmada en el dorso de la mano derecha cuando quise tocarlo—. Lo intercambiaremos.
—¿Intercambiar? Esto es perfecto.
—Esta piedra no es real, aunque parece serlo. El caso es que debemos ir al mismo centro comercial del que hablas y cambiarlo.
—¿Cómo lo cambiaremos?
—Antes de decírtelo, quiero saber si estás dispuesta a ayudarme o no.
Dudé.
—¿Puedo preguntar para qué quieres ese anillo?
—Para Marina. —me contestó con seguridad.
—¿De verdad? ¿Las cosas entre tú y ella ya están arregladas?
—Pasé mucho tiempo despreciando a Marina por mis falsas creencias, Mel. Buscaré enmendarlo con ese anillo. Gabriel y Nora también me ayudarán, se quedarán con ella y la llevarán a casa, espero haber llegado hasta entonces.
Estiré el cuello para mirarla, viéndola junto a mi cuñada y a mi hermano.
—De acuerdo.
—Bien, primero deberás quitarte lo que llevas puesto. Tienes que parecer una mujer de clase, elegante.
—¿Qué me quieres decir?
—No te enfades. Si vamos a hacer un montaje, debemos hacerlo bien.
Él no dijo nada más, tomó mi brazo y me condujo fuera del sitio en el que Marina estaba. Llegamos a las lujosas galerías de vestidos y entramos en una, resultando rodeados de prendas que costaban una fortuna.
—¡Elyar! ¿Cómo estás? —Una mujer se acercó a Raúl para saludarlo con dos besos en ambas mejillas, sin prestar atención a mi presencia.
—Hola, Flavia.
—¿En qué puedo ayudarte?
—Necesito un favor con un vestido —Raúl me acercó más a ella y evitó las presentaciones—. Tenemos prisa, así que muéstranos lo que creas que le pueda quedar a ella.
La mujer caminó por mis alrededores, mirándome de pies a cabeza.
—Sígueme. —pidió.
Ambas avanzamos dentro del lugar, acompañadas de más vestidos y zapatos.
—Date vuelta —me ordenó sosteniendo un vestido verde. Me lo midió y volvió a analizarme—. No, definitivamente no.
Siguió buscando. Pasó media hora hasta que estuve de vuelta con Raúl para mostrarle el vestido guinda que me quedaba a medida.
Flavia comenzó a aplaudir, orgullosa de su trabajo. El ruso fue con ella y le habló en voz baja. Una vez que terminaron de charlar, él volvió, indicándome retirarnos.
No pagó y a la señora no le importó, por lo que supuse que no había problema.
—¿Me dirás qué es lo que tramas?
—Dos cosas —dijo sin quitar su mirada de nuestro camino—. Primera: Debes meterte en el papel de una mujer frívola que quiere un anillo. Y segunda: Deja de mostrarte nerviosa.
—¿Solo eso?
—Por ahora.
—¿Y si algo sale mal?
—Corremos.
—¿Correr? ¿Crees que podría correr con estos tacones?
Él no hizo caso y continuamos caminando hasta llegar al centro comercial. Cuando estuvimos frente a la joyería, él volvió a hablar.
—La gente te tratará como quieres que te traten, y tu apariencia es un factor clave para ello.
—Bueno, con este vestido me veo como la hija del presidente, aunque también puedo hacerme pasar como la hija de un narco o algo así, imagino que los demás sabrán diferenciar.
—No te preocupes por eso, Mel, te ves bien, así que ya tenemos un punto a nuestro favor.
—¿Qué más falta?
—Guarda muy bien esto —dijo dándome el anillo falso—. Y cámbialo por el verdadero cuando tengas la oportunidad.
—¿Qué harás tú?
Él tomó mi bolso y se colocó unas gafas de sol negras.
—Yo soy tu guardaespaldas.
—Dios mío...
—Camina.
—¡Espera! —lo detuve—. Yo nunca he hecho esto...
—¿Nunca has estado en una tienda tan elegante?
—Nunca he robado.
—¡Auch! ¿Acabas de llamarme ladrón?
—Es en lo que esto te convierte.
—Y es en lo que pronto tú también te convertirás.
—Si sigues así, daré media vuelta y tú solito verás cómo te las arreglas.
—No debes tener miedo, Mel, eres una niña muy valiente, esto es pan comido para ti. Además, yo estoy aquí, ¿no es suficiente consuelo?
—Eso ni siquiera cuenta como consuelo, nadie me garantiza que escapes y me dejes.
—Yo no traiciono a mi gente.
—Yo no soy tu «gente».
—Tienes razón, ahora somos familia, y yo jamás traiciono a mi familia. Y, si te tranquiliza un poco, apenas ponga un pie en esa casa sin ti seré hombre muerto, Gabriel me daría dos tiros.
Respiré. Relajé los hombros y volví a mirar el interior de la tienda.
—Insisto, Raúl, esto es robar.
—Los políticos también lo hacen.
—Yo no soy...
—Tú aún eres una bebé, estás dando tus primeros pasos, vale equivocarse. —interrumpió mientras su rostro tomaba aires de inocencia fingida.
—Prométeme que nadie más que los demás se enterarán de esto.
—Lo prometo.
Me estiró el puño y no tuve más remedio que chocarlo con el mío.
—¿Lista?
—Sí... ¡Espera! —volví a detenerlo—. ¿Qué me darás a cambio de esto?
—Ahora veo que hice una buena elección contigo —comentó sonriendo—. Eres interesada.
—Sí, como sea. ¿Qué ganaré yo?
—¿Qué es lo que quieres?
—Quiero que me ayudes a hacer que Pipo se quede y deberás comprarle las croquetas que le gustan durante un mes.
—¡Dios mío! ¡¿Estás loca?!
Di media vuelta, rehusándome a ayudarlo.
—¡De acuerdo! —me detuvo con frustración—. Tú ganas.
—Es un placer hacer negocios contigo, Elyar.
Le extendí la mano, él la recibió de mala gana y volvimos a nuestras posiciones.
Respiré otra vez.
Raúl me abrió las puertas del lugar y entré. Me era difícil caminar con los enormes tacones, aunque no más enormes que mis nervios.
Había una suave música de fondo, como si fuera exclusivamente para engrandecer mi entrada.
—Mi esposo creía que una persona valía más que un diamante —anuncié casi quejándome mientras tomaba asiento frente a una de las vendedoras. Ella alzó su mirada hacia mí, mostrándome una sonrisa—. Hasta que murió y lo convertí en uno.
Su sonrisa desapareció.
—¿Es posible convertir a las personas en diamantes? —me cuestionó.
—¡Claro! ¿No lo sabías? ¡Se pueden obtener siete diamantes de una sola!
—Oh...
—Pero dejemos la charla. Muéstrame tus mejores anillos, hoy tengo la tarjeta de crédito para mí sola.
Ella volvió a sonreír y de inmediato me llevó a un ambiente exclusivo en donde estaban todos los anillos, tanto de compromiso como para otras ocasiones.
—Mira esto, Rodolfo, ¿no es lindo? —me dirigí a Raúl.
Él solo asintió, evitando hablar. Ocupé unos cuantos minutos para probarme un par de anillos y admito que eran hermosos, pero no estábamos ahí por mí.
—¡Oh! ¡Dios! ¡¿Qué es eso?! —le cuestioné a la muchacha mientras señalaba el mismo anillo del cual yo tenía una copia.
—Fue usado por la reina Felicia en la primera asamblea junto con el rey Aarón, hace más de cien años, en la creación de la ciudad de Córmac.
—¡¿Cien años?! Eso es muchísimo tiempo.
—Así es y, cómo ve, sigue intacto. Originalmente era un diamante incrustado en la corona de la reina, pero después, ese diamante fue dividido, formando así más de diez anillos.
—Sorprendente.
—¿Se lo quiere probar?
—¡SÍ! —grité. Unos cuántos voltearon a verme y no pude estar más avergonzada—. Quiero decir, sí, me gustaría.
—Sígame. —pidió ella.
Nos acercamos hasta la vitrina que protegía el anillo, pero al instante un hombre nos detuvo.
—No puede acercarse más de un cliente, señor —le dijo a mi guardaespaldas.
—Ah, no hay problema —intervine—. Espera aquí, Rodolfo —le ordené a Raúl y continué mi camino siguiendo a la muchacha.
Abrió la vitrina y, con cautela, tomó la joya. Me la acercó, dejándome ver que no era muy diferente a la que yo tenía. La coloqué en una de mis manos, alzándola un poco para apreciarla.
Su peso era notorio, pero a nadie le importaría eso. Tenía medio millón de dólares en la mano y me sorprendió no enloquecer.
Los ruidos de Raúl me hicieron despertar, así que tuve que cumplir mi palabra de ayudarlo.
—Cuéntame más de la historia. —le pedí a la simpática señorita.
—Bueno, según dicen, Felicia y Aarón tuvieron una niña a la cual llamaron Grace. Era una muchacha preciosa, con infinidades de pretendientes, pero a ella solo le interesaba un solo hombre: Su padre.
—¿Incesto?
—Algo así. Felicia murió en un accidente, se ahogó en medio de un lago que se encontraba cerca al castillo, y dos años después murió Aarón. Entonces Grace tomó el trono, convirtiéndose en la primera reina que logró ser coronada sin haberse casado. Durante su gobierno, Córmac decayó notoriamente, y ella, para salvar la economía, decidió usar la corona de su madre, partiendo el diamante en diez y vendiéndolos a los mejores postores. Llevó mucho tiempo volver a reunir todas las piezas, ofrecieron recompensas por ello y fue así que muchos elaboraron copias de los diamantes, ¿puede creerlo?
—Qué deshonesto.
—Pero los encontramos, y a la par supimos que la princesa Grace fue la responsable de las muertes de sus padres, por lo que muchos creen que estos diamantes están malditos.
—¡Tonterías!
—Sí, lo mismo digo.
Raúl hizo más ruido.
—¡Ay, no! Olvidé que tengo una cita con Federico Duarte, el hijo del presidente, ¡tengo que irme! —exclamé apartándome—. ¡Ah! Pero, ten por seguro que volveré por ese pobre niño sin hogar —le dije señalando el anillo.
—Claro. —respondió ella sonriendo.
Caminé hasta Raúl, le entregué lo que tenía y fuimos hacia la salida.
Otra vez, la música me hizo sentir poderosa, recordándome haber ganado.
—Disculpe, señorita —nos interrumpió un hombre de seguridad, impidiéndonos salir—. Permítame revisar su bolso.
—¿Perdón? ¿Bajo qué argumento?
—Es la regla, lo hacemos con todos los clientes.
—¡Eso es poco ético!
—Ético o no, es necesario. —ordenó acercándose a Raúl e intentando quitarle el bolso.
—Lo voy a demandar. —advertí interponiéndome.
—Hágalo.
Tras un forcejeo, logró apoderarse de él para revisar cada rincón, provocando que mi cuerpo comience a sudar.
Miré a Raúl, él estaba igual o peor que yo.
—¿Encontró algo? —le encaré viendo su rostro de decepción.
—No...
—Bueno, si me disculpa. —le arranché mis cosas y seguimos caminando.
—Aún no he revisado al caballero.
Volví a helarme. El sujeto se acercó a Raúl y comenzó a tocarlo.
—Tenga cuidado —lo amenacé—, mi guardaespaldas tiene un excelente entrenamiento, así que, si pone sus manos en puntos inapropiados, no me responsabilizo de lo que pueda hacerle.
El hombre solo me miró y continuó revisando a Raúl.
Mi aliento poco a poco iba abandonándome, lo único que quería era salir corriendo.
—Se ve muy joven para ser un guardaespaldas, ¿qué edad tiene? —cuestionó el tipo.
—Eso no es de su incumbencia. —respondí.
—Se lo pregunté a él.
Raúl palideció, pero fue rápido al señalarse la garganta, indicando que no podía hablar.
—Es mudo. —lo excusé.
—El hombre que cuida su vida... ¿Es mudo?
—Sí. ¿Algún problema?
—No...
—Bueno, ¿encontró algo? ¿O ya podemos irnos?
El hombre volvió a mirarnos.
—Pueden irse. Y perdón por las molestias.
—No lo perdono, esto no se quedará así, espere a mis abogados, vendrán por usted y se lo comerán vivo.
Raúl me retuvo por la espalda para que dejara de gritarle a ese tipo. Le di una última mirada amenazadora y continué mi camino.
Salimos del centro comercial, recuperé la respiración y el ruso tomó mi mano, caminando a casa con rapidez.
—¿Cómo lo hice? —le pregunté siguiéndole el paso.
Él solo asintió en modo de afirmación.
—¿Crees que lo descubran?
Negó con la cabeza.
—¡Di algo! ¡Maldición!
Abrió la boca, haciéndome ver que tenía el anillo dentro de ella. Se burló de mi rostro asombrado y siguió caminando.
Llegamos a la casa, abrió la puerta y en un abrir y cerrar de ojos estuvimos dentro, dejando caer nuestros cuerpos en el patio.
—¿Rodolfo? ¿En serio? —me reclamó.
—Fue lo único que se me ocurrió...
—La creatividad no es una de tus virtudes.
—Te ayudé y ¿así me lo agradeces?
Él se puso de pie, me ayudó a levantarme e inclinó la cabeza.
—Gracias, mi señora.
—De nada. Ahora ve y cámbiate, no vas a proponerle matrimonio a Marina con ese aspecto.
Él se me quedó viendo, sintiéndose delatado, hasta que fue a su habitación para seguir mi consejo.
Estuve unos minutos más en el patio jugando con Pipo antes de llegar a la sala principal; no estaba decorada, nada había cambiado en ella y no era raro.
A sus veinticinco años, Raúl no solía ser muy expresivo, no se debía esperar un enorme cartel, flores o algún detalle de su parte, solo había que conformarse con el anillo de medio millón de dólares que estaba dispuesto a ofrecer, humildemente.
—¿No es irónico? —La voz de Fabio me sobresaltó—. Repudias todo acto delictivo, pero acabas de cometer uno.
—¿Qué encontró Matteo?
Él dejó descansar su cuerpo sobre el mueble en el que yo me había sentado.
—Eso solo era una distracción. Raúl me pidió encargarme de las bebidas.
Debí suponerlo.
—¿Por qué me miras de esa manera? —inquirió.
—¿Es normal que ahora mismo desconfíe de ti?
—¿A qué te refieres?
—A que hay algo de ti que no me termina de convencer. Y siento que me estás ocultando cosas.
—¿Cosas como qué?
—Mis padres.
Me reacomodé, buscando sus ojos negros con cierta intriga.
—¿Tú sabes algo de su muerte? —insistí.
—¿Qué podría saber yo? Mi familia renunció a mí por más de nueve años. Estuve ajeno al mundo de ellos y al tuyo.
—¿Nunca te dijeron nada? ¿No hablaste con tus padres sobre eso antes de que ellos murieran?
—No me interesa lo que ellos hayan hecho o lo que hayan sido. Yo soy yo, estoy vivo, aquí, en el mundo, y ellos están muertos. Donde quiera que estén no tienen ni el más mínimo poder.
—No es así, Fabio. Tú sabes lo que significa la Parvada, no puedes ignorar un hecho tan importante como el que nuestros padres hayan pertenecido a ella.
Él se me acercó más.
—Ellos están muertos. Muer-tos. —repitió.
—A los míos los mataron —me acerqué también—. La explosión del yate en el que iban no fue un accidente. Alguien la provocó.
—Melanie —su aliento se cruzó con el mío—. Debes dejar de ver películas de acción.
Lo tomé de la camisa con rabia.
—No me creas si no quieres, pero un día te voy a demostrar que la verdad existe, y por mucho que la escondan, la voy a encontrar.
Él solo esbozó una sonrisa.
—Perderás el tiempo.
—Soy demasiado astuta frente a tus manipulaciones, Saravia, eres tú quien pierde el tiempo al tratar de convencerme de que esto es en vano.
Negó con la cabeza acariciando facciones de mi rostro, y cuando estuvo a punto de besarme...
—¿De verdad piensas que la manipulación es mi arma más peligrosa?
—¿Cómo me veo? —Raúl apareció frente a nosotros, mostrándonos su traje negro.
—Como un hombre que está a punto de perder su libertad. —respondió Saravia—. Claro, si es que ella acepta.
—Guarda bien ese anillo. —le advertí al rubio—. No estoy dispuesta a hacer lo que hice otra vez.
Él asintió y fue hasta un espejo para mirarse de pies a cabeza.
—Y bueno, ¿Melanie Ávalos piensa casarse algún día? —me preguntó el hombre de cabello negro cuando volvimos a quedarnos solos.
—Jamás me casaría contigo si es al punto al cual quieres llegar.
—Ah, ¿no? ¿por qué? ¡Adivino! —exclamó antes de que me animara a contestar—. Piensas que el amor no existe.
Solté una risa.
—El amor existe, Fabio. Pero no a tu lado.
Él también sonrió, imaginaba que era la única forma que encontró para esconder su disgusto.
—¿Qué te hace pensar que yo me casaría por amor? —contraatacó.
—Eres predecible. Tu vida ha sido vacía.
—Tengo suficiente amor propio para darme, no necesito mendigarlo.
—Si es así, entonces, ¿qué razón tendrías para casarte?
—No voy a casarme. Mucho se dice sobre el matrimonio, algunos piensan que es la manera de unirte con quien te complementa —Negó con la cabeza mostrando su desacuerdo—. Yo estoy completo.
—¡Ya viene! —Nora entró a la sala gritando, ocasionando que Raúl comience a sudar.
Fabio se levantó y caminó hacia él, le dijo algo en el oído y ambos se dieron la mano. Después, regresó a mí para dirigirme una mirada triunfante, como si hubiera ganado nuestra discusión.
Pasaron unos cuantos segundos hasta que Marina entró a la sala, encontrándose con Raúl. Ella lo vio con temor, pero aquel sentimiento se le borró al verlo inclinarse sobre la rodilla izquierda, sosteniendo la pequeña cajita negra.
—Se flexiona la derecha, genio. —le susurró Fabio, haciendo que rápidamente cambie de posición.
Marina se petrificó.
—Melanie, pellízcame. —me pidió e hice caso—. Dios, no estoy soñando.
—Sé que es muy pronto. Ambos... Ambos deberíamos hablar de lo que pasó. Pero no puedo seguir un día más sin estar junto a ti, Marina. Dejaré los rodeos y solo... Solo quiero saber si tú quieres casarte con...
—¡SÍ! —gritó ella sin dejarlo terminar ya que se pegó a sus labios.
Todos aplaudimos y las dos parejas iniciaron la fiesta improvisada.
La música era aleatoria, similar a la felicidad.
—Tengo jugo de naranja en una reserva, ¿quieres? —me ofreció Fabio desviando sus ojos de las botellas de alcohol.
—Sí, lo necesito.
Ambos fuimos hasta la alacena, él me alcanzó una pequeña caja de jugo para después sacar la suya y volver al ambiente.
Tomamos asiento en uno de los sillones, observando un espectáculo único y digno de fotografiar. Después de dos horas, Gabriel, Nora, Marina y Raúl continuaban con su celebración en tanto que el señor «estoy completo» y yo jugábamos ajedrez.
—¡Melanie! —mi hermano se me acercó sosteniendo una botella de ron—. ¡Tenías razón! ¡Sometemos se lee igual de derecha a izquierda! —afirmó para después comenzar a reír, haciéndome percibir su aliento a alcohol.
—¿Estás borracho?
—¿Cuál chancho?
Volteé a ver a mi cuñada, quien estaba con un rostro divertido al ver a Raúl en las mismas condiciones junto a Marina.
Obviamente estaba borracho, aquel dato se lo había dado hace varios meses y él recién lo entendía.
—Mi amor... —lo alcanzó Nora—. Ven, déjalos jugar.
—También nos casaremos. Aunque tu madre me rompa diez escobas en la espalda, seré tu esposo. ¿Cierto que me dejarás ser tu esposo?
—Serás mi esposo. El único. Ahora ven conmigo.
La sonrisa de Gabriel se ensanchó y dejó que su novia lo alejara para intentar llevárselo, pero este se detuvo en media sala junto a ella, invitándola a bailar una canción. Nora no tuvo más remedio que aceptar, rodeó el cuello de mi hermano con sus dos brazos y, finalmente, Fabio y yo volvimos a tener a las dos parejas enamoradas frente a nosotros, bailando, o lo que sea que el alcohol les permitiera hacer.
Ambos nos miramos con cierta vergüenza al ver la ridiculez que los demás estaban haciendo, sobre todo mi hermano.
—¡Por siempre joven, quiero ser siempre joven! —cantaba este último sin dejar de sostener a Nora.
Ella solo se dedicaba a observarlo, expresando en sus ojos un sentimiento que, supuse, era amor.
—Me siento mareado. —manifestó mi acompañante.
—¿De verdad?
Él asintió, mostrándome sus ojos medio dormidos.
—¿Cuántos dedos ves? —le pregunté mostrándole dos, ¿o eran tres?
—El jugo tenía algo más que naranja...
—¡¿Qué?!
Alcé mi envase y con dificultad intenté leer el contenido.
No pude.
—Así que, ¿lograste robar medio millón de dólares en menos de media hora? —me preguntó cambiando de tema—. Te has quejado durante mucho tiempo de estar a mi lado por ser un disque «psicópata», yo debería quejarme por estar junto a una ladrona.
—Era por una buena causa, mira a Raúl, está feliz. Y ni qué decir de Marina.
—Solo espero que no necesiten terapia de pareja después.
—No seas pesimista.
—Soy realista.
—Pesimista.
—¡Realista!
—¡Pesimista!
—¡Realista!
—¡PESIMISTA!
—¡REALISTA!
Él se cruzó de brazos con el rostro ligeramente enojado.
—Deja de moverte. —me reclamó.
—¡Deja tú de moverte!
—¡Yo no me estoy moviendo!
—¡Yo tampoco!
—Melanie... —intentó caminar hacia mí para tocar mi rostro—. ¿Tienes una gemela?
—No.
—Entonces, ¿quién está parada a tu lado?
Miré a mis alrededores.
—No hay nadie a mi lado.
—Ah... —siguió estirando mis mejillas en tanto intentaba mantenerme la mirada—. Iré a dormir.
—Yo también.
Él me soltó y caminó tambaleándose hasta su dormitorio. Lo seguí, aunque no había bebido mucho también me sentía mareada por alguna razón.
—No dormiremos juntos, ¿no es así? —me preguntó deteniéndose.
—No...
Asintió e intentó abrir la puerta, pero al hacerlo cayó de rodillas. Con dificultad, lo levanté y lo ayudé a acostarse sobre la cama, le quité los zapatos y también la chaqueta, lo cubrí, y cuando estuve a punto de irme, me detuve a observarlo.
Si le quitábamos la actitud soberbia y ególatra, Fabio era un humano más. Y sospechaba que bajo todo ese narcisismo, habían grietas que podrían reflejar su humanidad, la misma que en más de una ocasión salió a flote, pero siempre era reprimida, provocando cambios de actitud demasiado confusos.
—Si me sigues mirando así creeré que buscas seducirme —advirtió.
—No suelo aprovecharme de hombres ebrios.
Él volvió a reincorporarse, intentando levantar el tronco de su cuerpo mientras me miraba con curiosidad.
—¿Qué es lo que somos? —preguntó.
Pero a diferencia de las anteriores ocasiones en las que me hizo esa pregunta, esta vez parecía ir en serio, como si el tema lo hubiera aquejado durante mucho tiempo.
—Amigos.
Volvió a acostarse y expiró un largo suspiro.
—Los amigos no se besan.
—Algunos sí.
—Bueno, entonces no quiero que seamos ese tipo de amigos.
—Puede solucionarse, solo debemos borrar cualquier tipo de acercamiento entre nosotros y...
—No, así no.
Respiré. Era realmente difícil entender a ese hombre.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunté rendida.
—Quiero estar sobrio —admitió—, porque si te lo digo ahora, no vas a creerme.
—Sobrio o no, jamás te creería.
—¿Por qué no?
Bajé la mirada. Era mi oportunidad de desahogarme, pero algo dentro de mí me pedía no hacerlo.
—Mel —insistió, buscando mis ojos.
—No confío en ti.
—Porque me fui. —supuso él.
—Sí.
Ambos nos quedamos en silencio. El tema no era agradable, al menos no para mí. Había tomado la forma de una espina que se me había incrustado desde hace muchos años y cuando alguien hacía contacto con ella, dolía.
—Te he pedido perdón...
—Y te he perdonado, Fabio.
—¿Qué más hago? —volvió a preguntarme con su mirada triste.
Era difícil creer su interés, y aunque muchos dicen que las personas borrachas suelen mostrar su verdadera faceta, la faceta de Fabio era incierta por completo.
—¿Por qué insistes con esto? ¿Por qué no podemos simplemente terminarlo aquí? Pediste perdón y fuiste perdonado. Después de tantos años merecemos un final.
—¿Por qué quieres terminar lo que no tuvo oportunidad de empezar?
Quise darle la espalda.
—No. No me evadas —reprochó reincorporándose para aprisionar mis hombros y mantenerme frente a él—. Contéstame, Melanie. ¿De verdad quieres un final?
—No solo se trata de lo que yo quiero. Mírate, mírame a mí, lo que sea que tengamos o lo que sea que seamos no es sano para ninguno de los dos.
—No es sano porque TÚ no eres capaz de perdonarme.
—¡No es tan simple! ¡Me abandonaste!
—¡No fue por elección propia! ¡Era un niño, Melanie! Un niño que fue perfectamente manipulado y utilizado por su madre. Pero se acabó, ella ya no está, mientras que yo sí, estoy aquí frente a ti, y si me dieras una oportunidad...
—Lo entiendo, de verdad lo entiendo. Eras solo un niño, igual que yo. No puedo juzgarte ni culparte, no estaba en tus manos, pero...
—Pero ¿qué?
No pude seguir viéndolo a los ojos.
—Ya no hay oportunidad para nosotros.
—¿Por qué?
—No es el momento para...
—No, este es el momento. —me detuvo volviendo a cerrar la puerta cuando conseguí abrirla unos milímetros con la intención de salir—. Dame una razón por la que yo deba ser rechazado. O al menos dame una razón para rechazarte a ti y no molestarte más.
Tragué saliva, y cobardemente opté por cumplir su segunda petición.
—Yo no te esperé, Fabio. Por años te creí muerto, pensaba que tú jamás regresarías. Nadie regresa de la muerte. Así que hubo muchos hombres más después de ti.
—No...
—Di mi primer beso y no fue contigo, tuve mi primera vez y tampoco fue contigo, me enamoré y no fue de ti, porque me resigné a...
—No. Eso no me sirve de nada. El hecho de que yo no sea el primero es insignificante, igual pasa con la virginidad y el beso. No me importa. No me importa en lo absoluto. Y, ¿te enamoraste? Estabas en tu total derecho, así como yo estoy en mi total derecho de no rechazarte por algo así.
Mis ojos se sensibilizaron, pero mi corazón se tranquilizó. Mi alma, por su parte, al no verse juzgada por él, se entregó a la suya.
Sin embargo, le prohibí a mi cuerpo hacer lo mismo.
No era el momento, yo aún tenía miedo. Miedo de que la historia se repitiera otra vez. Miedo de él.
—Deja que me vaya.
—No hubo nadie más después de ti, Mel. No habrá nadie más después de ti. Si tú me aceptas, yo...
—Por favor. —supliqué callándolo—. Quiero irme.
Los ojos se le entristecieron. No lo intentó más.
Abrió los dedos despacio y finalmente me liberó.
Tomé el manojo de la puerta y conseguí abrirla por completo. Quise mirarlo otra vez. Quise retroceder y pedirle que me abrazara, pedirle que me dejara llorar sobre él, pedirle que me quitara esa espina.
Pero él había tenido suficiente. No necesitaba mi dolor.
Continué mi camino y salí dejándolo solo, volviendo a sentirme frágil como no pasaba desde hace mucho. Mis ojos comenzaron a empañarse y no lo entendía, yo no tenía deseos de llorar.
Caminé hasta la sala, estaba vacía, la fiesta había acabado, pero un invitado permanecía alrededor de la mesa.
—No termino de creer que hayas podido intercambiar ese anillo —me dijo mi hermano—. ¿Me ayudarías cuando busque uno para mi Nora? —detuvo su habla al ver mis ojos llorosos—. ¿Estás bien?
Llegué a la silla que estaba cerca de él y me senté. Abrí ligeramente los labios, pero antes de hablar, sentí cómo un par de lágrimas mojaron mi rostro con lentitud.
Agaché la cabeza y me las limpié, intentando disimular, aunque de nada sirvió, Gabriel las había notado.
—¿Mel?
Quise pronunciar al menos una palabra. No pude.
Mi hermano se acercó y me apegó a él, de igual forma, evitando hablar.
Finalmente logré llorar. No solo por Fabio, sino también por mi familia, por mí.
—Lo siento.
—Está bien, Mel. Llora. Estoy aquí.
—No mereces todo lo que te he dicho.
—No es nada.
—Claro que sí. Fuiste tú quien nos cuidó, tuviste que dejar a un lado tu lamento por la ausencia de nuestra familia y encargarte de nosotros...
—Ese era mi trabajo.
—No, no era tu trabajo, tú merecías tener una adolescencia normal, no debiste pasar por una responsabilidad tan grande y tampoco mereces pasar por lo de ahora.
—No digas eso, Melanie, yo no me quejo ¿y tú si lo haces? —me reprochó.
—Me quejo de mí misma, de no ser suficiente para poder ayudarte.
—Mi hermana es suficiente. —estableció demostrando su desacuerdo conmigo—. Me has cuidado, has cuidado a Nora, te has cuidado a ti. Eres valiente y, con o sin mí, te creo completamente capaz de acabar con Dante y su gente.
—Solo lo dices para hacerme sentir mejor... —encaré limpiándome la nariz.
—Confía en mí, Mel. No tienes idea de lo que te puedes llegar a convertir.
Agaché la cabeza para limpiar mis lágrimas.
—Necesito que tú misma lo creas. —dijo buscando mis ojos—. Nadie podrá contigo si te lo propones.
Recibí un nuevo abrazo.
—David no está lejos. Lo traeremos de vuelta y después nos iremos a otro lugar, estaremos bien y verás que, de nuevo, logramos seguir juntos.
Asentí y él depositó un beso en mi cabeza.
Le creí, de verdad le creí.
Ojalá no lo hubiera hecho.
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