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10 | El enemigo de mi enemigo.

Melanie.

—¿No le ha bajado la fiebre? —me preguntó Nora, entregándome las medicinas que ella junto a Gabriel compraron.

—Al contrario, no deja de sudar.

—Eso nos dificulta todo.

—Mel, vámonos —me llamó mi hermano, entrando en la habitación para encontrarme con las manos sumergidas junto a un par de toallas dentro de un recipiente con agua fría—. ¿Fabio sigue mal?

—Cada vez empeora. Lo mejor es que lo llevemos a un hospital y...

—Sabes muy bien que es imposible.

—Pero no podemos dejarlo así.

—Por supuesto que no lo dejaremos así, ¿por quién me tomas? —reclamó—. Hagamos una cosa, Nora se quedará a cuidarlo mientras tú y yo vamos a entregar los relojes al italiano, de regreso y viendo cómo siguen las cosas, evaluaremos la posibilidad de llevarlo a una clínica.

—Gabriel, no dudo de que Nora pueda cuidar a Fabio muy bien, pero quiero ser yo quien se quede.

—Las instrucciones que él te dio fueron claras, Melanie. Matteo accedió a verte solo a ti, eres tú quien debe entregarle esos relojes, si nos ve a nosotros puede haber ciertas consecuencias.

Rodeé la cama y llegué a la pequeña mesita sobre la cual estaba el teléfono de Saravia. Busqué entre sus contactos y batallé en encontrar el número de Matteo debido a que todos ellos estaban guardados solo con iniciales.

—Buona notte, ¿che tipo di pizza vorrai? (Buenas noches, ¿qué tipo de pizza va a querer?)

—¿Matteo?

—¿Signora? (¿Señora?)

—Escucha, necesito que le des el teléfono a Sophia, ¿me entiendes? Sophia, necesito a Sophia.

—¿Sophia?

—Sí. Sophia.

Hubo silencio un segundo hasta que oí la fina voz de la niña.

—¡Melanie!

—Me recuerdas...

—Jamás podría olvidarte.

—Préstame atención, Sophia, quiero que le digas a tu padre que hubo un cambio de planes para lo de hoy. Fabio...

—¡¿Le pasó algo al señor?! —se preocupó ella.

—Fue herido. Sé que el acuerdo era ir yo personalmente con tu padre para entregarle los relojes, pero no puedo dejarlo solo. ¿Podrías hacérselo entender?

Escuché murmullos al otro lado de la línea.

—Mi padre dice que, si no vienes tú, ¿quién vendrá?

—Mi hermano. Su nombre es Gabriel, Gabriel Ávalos. Él y su novia se encargarán de hacerle llegar los relojes.

Oí más murmullos.

—Papá no está tan seguro, Mel, el señor fue claro al decir que mientras menos gente conozca nuestra casa, más protegidos estaremos.

—Lo sé. Lo sé y lo entiendo perfectamente, es por eso que, si a tu padre le parece, la entrega se hará en un punto alejado de su casa.

—De acuerdo, se lo diré.

Regresé a mirar a Gabriel en tanto esperaba la respuesta. Él no parecía muy convencido, pero yo no estaba dispuesta a moverme del lado de Fabio hasta tener aquella conversación que nos quedó pendiente.

—Está bien —dijo la niña—. Él lo estará esperando dentro de dos horas en las coordenadas que te enviará por un mensaje de texto.

Mis extremidades se relajaron.

—Te lo agradeceré siempre, Sophia. A ti y a tu padre.

Corté la llamada y un segundo después recibí el mensaje.

—Está arreglado —le anuncié a mi hermano, estirándole la hoja en la que anoté las coordenadas—. Te verá en dos horas en este lugar.

Él pareció dudar, así que fue Nora quien me recibió el papel.

—Raúl y Marina se ofrecieron en ir con nosotros por si algo pasa, llama al teléfono de cualquiera si nos necesitas —me dijo mi cuñada.

—Gracias.

Ella me dio una media sonrisa y se adelantó, dejándome sola con Gabriel.

—¿Qué día fue en el que te levantaste con intenciones de estar cerca de Fabio?

—El día en el que supe que no estaba muerto.

Él no esperaba esa respuesta. Miró a Fabio inconsciente, luego me miró a mí y sus ojos entraron en un punto perdido.

—Llámame si hay problemas.

Asentí. Fue tras su novia y por una de las ventanas los vi perderse entre las calles, siendo seguidos por Raúl y por Marina, quienes mantenían distancia para no levantar sospechas.

Cerré las cortinas, volví hasta la parte de la cama en la que Fabio estaba recostado y me senté a su lado para tocarle la frente.

—Aunque estés muy débil, sé que me escuchas. —dije.

Él hizo una afirmación con la cabeza.

—No puedes dejarme todo el trabajo, Fabio. Necesito que te recuperes. Necesitamos hablarlo.

No hizo ningún movimiento, provocando que me sintiera tonta al esperar algo que, posiblemente, no obtendría.

—Los paños y la medicina no tardan en hacerte efecto. Estaré en la sala. —avisé desanimada.

Le di la espalda y caminé hacia la puerta.

—No te vayas.

Me detuve de golpe para volver a mirarlo, encontrándome con sus tristes ojos negros.

—No te vayas, Melanie.

Regresé y lo vi con más detenimiento. Estaba cansado, quién sabe de qué.

—Lo lamento.

—¿Qué lamentas? —me confundí.

—Lo lamento, Mel. Lamento tanto no haber estado ahí. Lamento no haber cumplido lo que prometí.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Está bien —me acerqué para calmarlo y se adueñó de una de mis manos al entrelazarla con la suya—. No tienes que disculparte.

—Tú querías que fuera yo. Querías que estuviera ahí. Y yo...

Atesoró la palma de mi mano en su mejilla y me contempló.

—Yo debí cumplir mi promesa.

—Fabio...

—Yo debí tomar todas esas oportunidades que tuve para regresar contigo, Mel. Pero no podía dejar que vieras al monstruo en el que me convirtieron, no podía recibir tu mirada de temor.

Parte de su torso quedó al descubierto para evidenciar sus múltiples cicatrices de combate.

—No soy hombre para ti.

—¿Por qué piensas que no lo eres?

—Porque hice cosas malas. Hice daño sin pensar siquiera que tú pagarías las consecuencias.

—¿Yo?

—Intento arreglarlo. De verdad... De verdad intento arreglarlo. Él prometió cumplir la tregua. Él te dejará en paz. Indiferente a las puñaladas que yo reciba, será así. Quiero que todos te dejen en paz.

—¿"Él" es Manuel Rivas?

No contestó.

—¿Él te hirió? —insistí—. ¿Te hirió por mí?

—Lo lamento, Melanie. No sabes cuánto lo lamento.

Sin darme cuenta, terminé sobre la cama con él aferrado a mi cintura mientras derramaba unas cuantas lágrimas. No pasó mucho tiempo hasta que se durmió, no obstante, me resultó imposible liberarme de la fuerza de su abrazo.

Decidí quedarme unos minutos más a su lado, vi sus facciones con detenimiento y me tomé la libertad de acariciarlas con cuidado de no despertarlo.

¿Por qué nos pasó esto?

Era inútil preguntármelo.

¿De qué otra manera pudo haber sido?

Aunque él se hubiera quedado, existían probabilidades de que, tarde o temprano, lo que sea que hayamos tenido se hubiera acabado.

—¿Fabio? —lo llamé apenas desperté.

Su lado de la cama estaba vacío y nadie contestó. Me puse de pie con rapidez para salir de la habitación con el fin de recorrer toda la casa buscándolo, obteniendo un solo resultado: Él no estaba.

Oh, no.

—¡¿Dormiste con Fabio?!

—¡Shhh! —callé a Nora.

—Afortunada, Melanie, eres una maldita afortunada —me alabó abrazándome—. ¿Se lo dirás a Gabriel? Enloquecerá, pero no importa, Fabio es un buen partido y yo convenceré a tu hermano de...

—¡¿Qué?! ¡No! ¿De qué hablas? Fabio y yo somos conocidos.

—Conocidos que se abrazan, duermen juntos y se acarician deseosos de...

—Me arrepiento de habértelo contado.

—¿Hablas en serio, Melanie? ¿Has visto a Fabio? Es... Es como Hércules en versión moderna.

Perfecto. Dos personas lo habían catalogado con el mismo adjetivo en lo que iba de la semana.

—Ve por él. Conócelo. Aclara tus dudas. ¿Es que acaso no te gusta?

—No.

—No hagas trampa y dímelo mirándome a los ojos —me tomó por los hombros para obligarme—. ¿Fabio te sigue gustando o no?

—Eso no es importante ahora —refuté soltándome—. Le dije a Gabriel que lo cuidaría y cuando sepa que se me escapó va a enfurecer. Ayúdame a encontrarlo antes de...

—¿Encontrar a quién? —escuchamos la voz masculina que erizó mi piel.

Las dos giramos y mis ojos se vieron atraídos por su silueta recuperada.

—¿Fabio?

—¿Qué pasó con los relojes?

Perdí el habla.

—Los relojes fueron entregados a Matteo —le contestó Nora—. Nos llamará cuando encuentre algo relevante.

Saravia asintió.

—Mi novio y yo quisimos traerte más medicinas, unas son para el dolor y otras para la fiebre, espero que te sirvan por si te vuelves a sentir mal —añadió mi cuñada.

—Te lo agradezco.

—Iré con él para ayudarlo con la cena.

Ella me dio una mirada cómplice y nos dejó solos en la habitación.

—¿Cómo estás? —me animé a preguntar.

—Bien.

—¿De verdad? ¿Sigues caliente? Tu herida...

—Te dije que estoy bien, Melanie.

Otra vez, me sentí confundida.

—No te entiendo.

—¿Qué no entiendes? —inquirió arisco.

—Tu comportamiento. Tus cambios de humor tan repentinos. Hace unas horas estabas pidiéndome perdón por desaparecer y ahora...

—¿Yo hice eso?

—¿Piensas que mentiría?

—Lo siento. No lo recuerdo.

—¿No lo recuerdas?

Él negó con la cabeza.

—Pero... ¿No recuerdas nada?

—¿Hice algo que debería recordar?

Tenía cierto sentido, sus niveles de fiebre fueron preocupantemente elevados y que él no recordara lo que pasó no se me hizo extraño. Aunque, por alguna razón, me dolió que no lo hiciera.

—No. —mentí.

Lo rodeé y quise salir de la habitación.

—No olvides tomar las medicinas.

—¿Melanie?

Giré ante su llamado.

—Gracias. —articuló con frialdad.

—De nada.

Cerré su puerta y permití que mi espalda se apoyara en ella.

—No podía dejar que vieras al monstruo en el que me convirtieron.

No dudé de que él fuera un monstruo. A diferencia de ello, sí había algo de lo que podía dudar.

—No soy hombre para ti.

Cerré los ojos sintiéndome sensible.

Tal vez es verdad. No lo eres.

—¿Aliados? —escuché preguntar a mi hermano.

—Al revelar lo que hay en esos relojes, el Coronel y su gente duplicarán la intensidad de su búsqueda, y cuando nos encuentren necesitaremos una fuerza de la cual respaldarnos. —argumentó el Ruso.

—¿Así que debemos aliarnos con gente extraña?

—Ellos no son extraños, Nora —contestó Raúl—. Los conozco desde que éramos unos niños, crecimos juntos y yo más que nadie sabe cuánto odian al Coronel Ávalos. Son a quienes necesitamos. Es necesario ser amigo del enemigo de tu enemigo.

—De acuerdo, ¿cuándo iremos con ellos?

—Hoy mismo si no tienen problema.

Gabriel, Nora y yo nos miramos.

—Estaremos listos en diez minutos —aseguró mi hermano.

—Prepararé el auto. —ofreció Raúl saliendo de la casa.

—Me cambiaré de ropa.

—¿Ya no te quedarás con Fabio? —inquirió Gabriel a lo que dije.

—No.

—¿No?

—Él... Él está mejor, ya no me necesita.

No di más explicaciones y me adentré en la habitación que compartía con Marina, quien no había regresado junto a los demás por alguna razón.

Un suspiro me hizo cerrar los ojos, y antes de que me quitara la blusa, escuché la puerta abrirse.

—¿Qué te hizo?

—¡Gabriel! ¿Es que acaso eres un niño? ¡Aprende a tocar!

Cerró la puerta quedando fuera del cuarto para obedecer y dar unos cuántos golpes.

—Pasa. —accedí.

—¿Qué fue lo que te hizo?

—¿De qué me hablas?

—¿Me crees tonto? El simple hecho de escuchar su nombre te hace bajar la mirada o desviarla hacia la izquierda mientras aprietas los labios y juegas con tus dedos. ¿Qué pasó con Fabio?

—Yo no...

Mis ojos se percataron del jugueteo de mis manos. Gabriel no mentía.

—¿Trató de sobrepasarse? ¿Te insinuó cosas indebidas?

—No hizo nada de eso.

—¿Entonces?

—No imaginas lo extraño que Fabio puede llegar a ser, Gabriel, un día dice algo y al siguiente se pisa en lo que dijo. O muestra una parte de su personalidad y un segundo después sale a flote otra parte con el triple de oscuridad. No sé qué pensar sobre él, no sé siquiera cómo mantener un vínculo armonioso entre ambos, créeme que intento olvidar lo que pasó y aceptar su mentira, pero si él supiera todo lo que yo he sentido y aún siento...

—¿Por qué no intentas solo decírselo? Amárralo a una silla si es necesario.

—¿Piensas que no lo he considerado? Quiero decírselo, pero hay algo dentro de mí que no me deja hacerlo. Quizá sea mi ego, mi orgullo, mi dignidad o quién sabe. El asunto es que mi única intención con él es llevar un compañerismo que no interfiera en la búsqueda de David, y he llegado a creer que es imposible.

Con todo lo que dije y cómo lo dije, Gabriel tuvo la capacidad de percibir el nivel de ansiedad que aquello me producía por lo que rodeó mi cuerpo con uno de sus brazos.

—Siento mucho tener que hacerte pasar por esto, Melanie.

—No es tu culpa.

Dejó de abrazarme, mas no me soltó.

—Yo te prometo que terminará pronto. David, Nora, tú y yo estaremos lejos en poco tiempo.

Asentí sin mirarlo. Él salió de la habitación y finalmente volví a quedarme sola.

No se suponía que debiera ser así. Yo no era quien debía sentirse así, más aún, no debía dejar que Fabio me hiciera sentir así, pues, indirectamente, también afectaba a mi hermano, a Nora y a todos quienes estaban cerca de mí.

Terminé de alistarme y salimos de casa en dirección a la reunión para emplear aquella frase que Raúl recitó.

«Ser amigo del enemigo de tu enemigo».

Pero ¿qué pasa si el enemigo de mi enemigo también era mi enemigo?

—¿Culebritas?

—¡¿Tú?!

—¿Qué haces aquí? Deberías... —recordé lo que pasó días atrás—. Deberías estar muerto.

Culebritas me tomó por la barbilla con odio.

—Eso quisieras. —encaró apretándome cada vez más hasta que nos separaron.

Él regresó a mirar a Elyar con cierta desconfianza.

—¿Es una maldita trampa?

—No, no, no. No tenía idea de que ustedes se conocían.

—Pues vaya que nos conocemos. —dije esbozando una sonrisa—. ¿Cómo está tu hermano?

De nuevo, fue contra mí.

—Basta, los dos. Si estamos aquí es por algo. —reclamó Raúl.

Soltaron a Culebritas y este, aparentemente, se calmó.

—Tienen cinco minutos para convencerme de que esto no es una mentira, de lo contrario, lo único que saldrá de aquí serán sus espíritus. —amenazó.

—Escuchen —El Ruso tomó la palabra—, no tengo idea de lo que haya pasado entre ustedes, pero nada es lo que parece, ¿de acuerdo? Hemos venido a hablar. Todos deben inferir de quién se trata.

—Dante. —complementó Culebritas.

—¿Dante? ¿Qué fue lo que te hizo? —le cuestioné a este último, quien se negó a responder.

—Deben entender que, si estamos juntos, habrá más posibilidades de ir en su contra y salir ganando —dijo Elyar—. Confíen en mí.

—Amigo mío, confío en ti, pero no en esos dos miserables —nos señaló a mi hermano y a mí.

—Al menos estos miserables no tienen tatuajes ridículos —mofé.

—Sí, pero esos miserables están siendo buscados por todo el pueblo. —refutó.

—Oh, pero ofrecen recompensa por nosotros, en cambio a ti te matarían gratis —se defendió Gabriel.

—Yo podría matarte gratis.

—Soy yo quien...

—¡CÁLLENSE! —gritó Nora.

Usualmente ella no gritaba, y cuando lo hacía era aterrador.

—Hablemos como gente civilizada, sin gritos y sin amenazas.

Todos permanecimos en silencio.

—Gracias. —dijo Raúl para después seguir hablando—. Como les decía, estamos aquí y solo hay dos opciones, al menos para ustedes —miró a Culebritas y su clan—. Unirse o irse. Imagino que está de más repetir los beneficios que tendrán al elegir la primera.

No confiaba en él. No esperaba que el arma secreta fuera él. Nos odiaba. Se notaba, y mucho.

—¿Nos das un momento? —pidió Culebritas, sin despegar sus ojos de los de mi hermano.

Raúl asintió y todo el grupo de extraños formaron un pequeño ruedo mientras discutían sobre la decisión que tomarían.

Pasó un minuto, y antes de que vuelva a abrir mis labios, él dio media vuelta hacia nosotros.

—Cuando todo acabe, ustedes y yo volveremos a ser enemigos. —amenazó.

—Seré tu enemiga oficial cuando te borres ese horrible tatuaje. —respondí dirigiendo mis ojos a su cuello.

Él sonrió falsamente, le extendió la mano a Raúl, siguió dudoso a Nora y, por último, llegó a mi hermano.

—Cuida tu espalda, Ávalos, porque uno de estos días...

Gabriel retrocedió un paso, colocándose detrás de mí.

—¿Oíste, Melanie? ¡Me amenazó! ¡Va a matarme! —fingió miedo en el tono de su voz—. Estoy asustado. Me asusté... Me... Mira, imbécil —lo tomó de la chaqueta—. No me des más motivos para desear despellejarte.

—Basta. —interrumpió mi cuñada separándolos.

Fuimos hasta una mesa y hablamos de lo que sabíamos.

—Tenemos que esperar la información de los relojes —dijo nuestro antiguo enemigo—, una vez que la tengamos, lo mejor es filtrarla de a pocos, así el Coronel se verá presionado.

—¿Y si no responde? Ya compraron este pueblo, la policía les pertenece y están pisándonos los talones, cada día es crucial.

—¡Paciencia! ¡Maldición! ¡Solo pido un poco de la maldita paciencia! —gritó Culebritas—. Las personas apresuradas cometen errores, nosotros no lo haremos.

—Pero mi hermanito...

—Yo no soy Superman, Ávalos, no voy por el mundo rescatando niños de diez años. El trato era unirnos en contra de Dante, así que, cuando tengan un plan para ir por él, pueden buscarme.

—Claro, mientras tanto irás a tatuarte otro dibujo, ¿qué será esta vez? ¿una lombriz? ¿una rata?

—Tu cara.

—Escucha, si nos ayudas a recuperar a mi hermano, podremos ir por Dante más rápido, todo acabará, yo encontraré a mi hermano y tú encontrarás tu venganza.

Y un buen tatuador.

—Ustedes son unos niños inexpertos, si me involucro en sus planes tomaré el mismo rol que un maestro de preescolar y es tedioso, sobre todo por ti, ¿cómo era tu nombre? ¿María?

—Melanie.

—Ah, sí, Zorranie. Digo, Melanie.

Resistí las ganas de golpearlo.

—Ahora, si me disculpan, he quedado en verme con otra persona en este lugar. Largo.

—¿Qué persona?

—¿De verdad crees que te lo diría, Malena?

—Mi nombre es Melanie. Me-la-nie.

—Sí, eso. Mariela.

—Desearía arrancarte cada parte de...

—No le hagas caso, Mel. Solo intenta molestar —oí la voz de Marina para luego verla aparecer entre la oscuridad.

—¿Qué haces aquí? —interpeló Raúl con el ceño fruncido—. ¿Nos seguiste?

—¿Seguirte? ¿Yo? —mofó ella haciendo una negación.

—Así que has venido —expresó Culebritas, viendo a la muchacha de nuestro lado.

—Me habrías seguido buscando por cada rincón de no haber accedido.

Él se mostró ciertamente avergonzado.

—¿Qué es lo que quieres? —inquirió ella.

—Encontré una escuela más. Necesito que me ayudes.

Mi mente recordó lo que Marina me contó noches atrás.

—Me llevaron a una especie de escuela, esas que, aparentemente, eran de ética, pero solo se trataba de otro montaje, en realidad era una red de prostitución infantil.

—Lamento haber insistido en buscarte, pero esto... Esto es importante para mí y sé muy bien que los es para ti.

—Sabes mi situación, yo...

—Te pagaré lo que me pidas. —prometió el trigueño—. Haré lo que tú quieras. Por favor.

Marina nos dio una mirada rápida, aunque sus ojos se tardaron más cuando estuvieron encima de los de Raúl.

—Está bien. —accedió.

—No, ¿en qué te estás metiendo? ¿cómo es que ustedes se conocen? Tienen que explicarme...

—Pasé años enteros tratando de explicarte muchas cosas, Raúl —encaró ella—. Se acabó. Me cansé. 

No esperó y nos dio la espalda.

—¿Podemos ayudarte? —pregunté deteniéndola.

De reojo vi cómo Nora y Gabriel regresaron a mirarme con los ojos bien abiertos.

—No lo sé, Mel, yo...

—No puedes ir sola, Marina, al menos no con ciertos... —miré a Culebritas y los otros—. Individuos.

—Estaré bien.

—No quiero parecer amistoso, Melania, pero no nos vendría mal gente como tú. —manifestó el trigueño.

—¿De verdad?

—Podrías servirnos de distracción durante el inicio del plan, el riesgo no es mucho.

Quise regresar a ver a Gabriel, pero me prohibí fomentar la dependencia.

—Bien. —acepté.

Entonces Culebritas dejó ver una fotografía.

—Milton Flores —presentó al tipo de aquella fotografía—, es uno de los hombres más influyentes en el mercado televisivo y dueño de la "escuela" en la que queremos entrar. También es propietario de una disco, va ahí todas las noches, esta no será la excepción.

—¿Y qué haré?

—Eres el tipo de mujer que a él le gusta: Tontas. Buscarás la manera de llevarlo al baño de mujeres y el resto nos lo dejas a nosotros. Al amanecer ya deberíamos haber acabado con su mini imperio.

Dio pasos cortos y se posicionó frente a mí.

—¿Trato? —cuestionó ofreciéndome la mano.

Mi corazón comenzó a palpitar desenfrenadamente, como si supiera lo que pasaría.

—Trato. —la tomé.

—Eso es todo. Nos veremos en esa disco a las diez, ve conforme a la ocasión.

—De acuerdo.

Culebritas se atribuyó el tiempo de escanearme de pies a cabeza y después de eso, se fue.

***

—No te muevas.

—Quiero ver cómo está quedando...

—Se ve bien por ahora, confía en mí.

—Confío en ti, Nora, de verdad lo hago, pero no confío en tu lado psicópata.

—No tengo un lado psicópata.

—Sí, claro.

Escuché a mi cuñada resoplar, era admirable la forma en cómo me soportaba.

—Listo, ahora esperemos cuarenta minutos y después de eso deberás lavarte el cabello.

—¿Crees que funcione?

—De no ser así, será imposible que vayas esta noche a esa disco.

Tragué saliva con un nivel de ansiedad que cada vez iba aumentando. Dejó mi cabeza en libertad para quitarse los guantes y acomodar nuestro desastre.

—¿Qué es lo que piensa Gabriel? —cuestioné.

—¿Quieres que sea sincera?

Asentí.

—Él no está muy de acuerdo. Te has comprometido en un asunto que no nos compete y yo pienso lo mismo.

—Lo sé...

—Aunque reconozco tus intenciones y las intenciones de Marina. Acabar con ese tipo de lugares es un gesto importante para la sociedad.

—¿Ella te contó su historia?

—Sí. Lo hizo la noche en la que estuviste fuera junto a Fabio.

Desvié la mirada.

—¿Cómo están las cosas con él? ¿Han podido hablar?

—Te lo dije ayer, Nora. Fabio solo es un conocido que ya no tiene entrada en mi vida.

Ella quiso contradecirme, pero salí rápido de aquella habitación para adentrarme en la mía y esperar a que los cuarenta minutos se cumplieran. Una vez que pasaron, hice todo lo que tenía que hacer y al cabo de dos horas estuve lista.

Me vi al espejo encontrándome diferente, el tono negro había opacado a mis mechones castaños naturales, dándome una apariencia seria, poco usual en mí. El brillante vestido azul que Marina me prestó se adhirió a mi cuerpo como si estuviera hecho exclusivamente para él, cubriendo desde los pechos hasta la mitad de mis muslos.

Me vi de pies a cabeza. No solo mi mundo había cambiado, mi aspecto también lo estaba haciendo y el sentimiento nostálgico que me provocaba era consumidor.

Regresé al cuarto de Nora sin encontrarla, oí ruidos en la cocina y fui para allá, viéndola besarse con mi hermano en tanto Fabio bebía una taza de café y Marina se mantenía muy atenta a unos planos.

—¿Melanie?

—¿Sí?

—¿Te pintaste el cabello?

—¿Te parece?

Gabriel se me acercó con el rostro curioso, me examinó de pies a cabeza y sostuvo algunos mechones.

—Me gusta. —me dijo.

—A mí igual. —lo apoyó Marina mientras que Fabio se mantuvo en silencio, mirando solo a su taza de café—. Bueno, vámonos.

Sentía miedo de lo que iba a hacer. Quizá porque sabía que tendría que hacerlo sola.

—Te esperaré despierto —me dijo Gabriel cuando estuve frente a él con la intención de despedirme.

Me pegué a su cuerpo, dándole un abrazo.

—Gracias por dejarme hacerlo.

—Cuídate, Mel. No me dejes esperando.

El corazón se me encogió. Recordé a Liliana, sus palabras, su fin.

Marina se posicionó frente a Fabio.

—Cumplí mi parte. No estoy segura de regresar. —manifestó ella.

Él la observó con seriedad.

Le estiró la mano, gesto que ella rechazó al abrazarlo.

—Yo te creo. —lo oí murmurar, correspondiéndole.

Los ojos grisáceos de Marina brillaron.

No articuló ninguna palabra, me hizo una señal para seguirla y así lo hice, dejando atrás la casa.

—¿Estás cómoda?

—Lo estoy.

Ella se mostró convencida de mi respuesta y siguió conduciendo.

—Después de esta noche, ¿no volverás?

—Mi misión se basaba en los relojes, Mel. Ya los tienen, no me necesitan.

—No es verdad, claro que te necesitamos.

—Quieres hacerme sentir menos miserable y te lo agradezco, pero es mejor así.

No insistí.

—¿Cómo conoces a ese tipo? —inquirí—. El del tatuaje en el cuello.

—Era uno de los sicarios del hombre que asesinó a mi madre hasta que se reveló y abandonó todo de la noche a la mañana para venir aquí junto a Rodrigo, su hermano, al cual estoy segura de que tú también conoces.

Una sonrisa nerviosa se me escapó al ser consciente de que ella sabía sobre el percance que mi hermano y yo tuvimos con el trigueño.

Después de varios minutos estuvimos frente a un local del cual se reflejaban múltiples luces de colores.

—Creí que traerías a la enana parlanchina —se quejó Culebritas apenas se acercó.

—¿A quién llamas enana parlanchina, idiota?

Sus ojos me enfocaron exclusivamente a mí.

—No puede ser. Tienes la misma voz que María.

—¿Cuántas veces voy a tener que repetirlo? Soy Melanie. ¡Me-la-nie!

—¿Qué te hiciste, Me-la-nie?

—No me creíste tan tonta de venir a este tipo de lugares sin cambiar mi aspecto antes, ¿o sí?

—No creo que seas tonta —me contestó—. Estoy seguro de que lo eres.

Apreté los puños.

—Flores no tarda en venir —dijo él mientras nos guiaba hacia la entrada de la disco—. Sabes lo que harás, ¿no es así?

—Lo sé. —respondí.

—De acuerdo. Marina y yo estaremos cerca esperando tu señal.

Asentí. Él me dio la espalda y se perdió entre el montón de gente.

—Gracias por esto, Mel. Significa mucho para mí. —me dijo ella.

—No tienes nada de qué agradecer.

Sus labios dejaron ver una sonrisa.

—Estaré pendiente de ti, y si quieres detener todo solo sal de aquí, te seguiré y te regresaré a casa.

—De acuerdo.

Ella me dio un abrazo corto y siguió el camino por el que Culebritas se fue.

Avancé más hasta terminar rodeada de la cantidad de jóvenes que ocupaban cada espacio libre bailando.

—Un pisco. —ordené cuando llegué a la barra.

Volví a observar con detalle el lugar. Era ciertamente espacioso y me fue fácil ubicar los baños a los que llevaría al hombre.

Regresé mis ojos a la barra, encontrándome con mi bebida frente a mí.

¿Qué tan difícil puede ser?

No es por auto adularme, pero los rasgos coquetos me sobraban gracias a que los heredé de mi madre. Por último, ni siquiera sabía qué pensar de ella, había tenido un amante y nos mintió durante tantos años; sin embargo, dado que nunca escucharía su versión, no me atrevería a juzgarla.

Sostuve el licor dispuesta a tomarlo para atribuirme un poco de valor y cuando levanté la mirada, un espejismo me paralizó.

Fabio estaba entre la cantidad de gente, siendo el único de todos que se mantenía estático, con los ojos clavados solo en mí.

—Papá los hacía mejores —oí la voz y giré la mirada para encontrarme con mi cuñada a mi lado, saboreando el pisco que yo había pedido.

—¿Nora?

Ella me dio una sonrisa inocente, dejando ver sus blancos dientes.

—¿Qué estás...?

No terminé de preguntar ya que preferí regresar a buscar a Fabio, pero no lo encontré.

—¿Has venido sola?

—¿Mi Nora? ¿Sola en un lugar como este? —se anunció Gabriel apareciendo detrás de mí—. Primero muerto.

—Se me hacía extraño tanta libertad —me quejé.

—No interferiremos en nada —aseguró la novia de mi hermano, despojándose del abrigo—, solo estaremos cerca por si nos necesitas.

—¿Debo agradecer?

—De rodillas. —bromeó ella.

Se tomaron de la mano y volvieron a apartarse.

Debí imaginarlo.

Estiré el cuello un par de veces con la esperanza de encontrar la silueta de Fabio otra vez, sin éxito.

Quizá, de verdad, sí fue un simple espejismo.

En su lugar, mi campo visual se halló con otro ser de traje negro en el que todo mi interés estaba depositado.

Milton Flores.

Lo seguí con la mirada hasta que se sentó en uno de los sillones reservados solo para personas importantes.

¿Ahora qué?

Los gestos torpes de Nora captaron mi atención.

—¿Estás bien? —le pregunté moviendo los labios.

Ella hizo una señal como quien dice "¡Estoy más que bien!" y volvió a insistir en los gestos, dando respuesta a mi primera pregunta.

Caminé al centro de la pista, a un panorama visible para Flores, la música era sensual y yo estaba temblando por dentro.

—Hazlo, baila —leí en los labios de mi cuñada.

No había más remedio. No para mí.

Respiré e inicié los movimientos con los ojos cerrados, de lo contrario, no habría podido seguir.

Al abrirlos, el asiento de Milton estaba vacío y Nora había desaparecido junto a Gabriel.

Intenté actuar normal y continué bailando sola, frente a algunas miradas.

No estaba bien. Nada iba bien.

Evalué la posibilidad de buscar a los demás y pedir irnos, pero ni siquiera llegué a decidirme ya que sentí un roce en mi cintura que fue subiendo hasta mi abdomen.

Volteé y me encontré con el rostro sonriente que le pertenecía a un hombre de no menos de cincuenta años.

—¿Puedo invitarte un trago? —me cuestionó y no supe qué responder.

—No, estoy bien, gracias.

—Solo uno. —agarró mi cintura con más fuerza, impidiendo que me alejara.

—Mi novio no tarda en llegar, no creo que quiera tener problemas con él —amenacé sonriente, buscando a Fabio con la mirada.

—Si tu novio te quisiera no te habría dejado sola. Yo jamás lo haría.

—Si yo tuviera treinta años más y usted treinta menos, con gusto lo aceptaría, lamentablemente no es así, con permiso.

Di un par de pasos hasta que él volvió a interceptarme.

—La diferencia no es mucha. —afirmó con voz autoritaria.

—¿Todo bien, señorita?

Nunca me había alegrado tanto de ver ese horrible tatuaje de serpiente.

—No. Nada está bien, ¿sería tan amable de pedirle a este señor que me deje en paz?

Culebritas volteó al hombre, viéndolo con seriedad.

—Ya oyó a la dama, caballero, la salida es por allá.

—¿Me estás botando? ¡¿Quién te crees para darme órdenes?!

—Se lo estoy pidiendo con amabilidad, de lo contrario...

El tipo golpeó a Culebritas con todas sus fuerzas, llevándolo al piso. Fui hasta él, queriendo ayudarlo, pero fue más rápido al ponerse de pie y regresarle el puñete.

Ambos comenzaron a pelear. Todo iba de mal en peor.

Intenté separarlos, pero uno me empujó haciendo que caiga en el piso de rodillas. Cuando alcé la mirada, me encontré con una mano estirada en mi dirección, la tomé, recibiendo la ayuda para levantarme y cuando lo hice por completo, tuve a Milton Flores en frente.

—¿Está usted bien? —me preguntó y se me fueron las palabras.

—S-sí... Gracias.

—Venga conmigo. —pidió atrapándome con delicadeza, dejando que los otros dos sigan masacrándose.

Llegamos al asiento que él ocupó minutos atrás y me extendió el brazo invitando a que me sentara.

—¿Desea beber algo?

—No, gracias...

Aparentemente, Culebritas tenía razón, nadie podía reconocerme, al menos Flores no.

—¿Ha venido sola? Lugares como este son peligrosos, sobre todo para una mujer tan bella.

—Se lo agradezco, pero sola o no, sé cuidarme.

Uy, sí, se nota.

—Bueno, ¿me deja hacerle compañía mientras se cuida?

—Nada me daría más gusto.

Desvié los ojos hasta Culebritas, viendo que ya había sido separado de su oponente por Raúl.

¿Elyar también vino?

Aunque la verdadera pregunta era.

¿Vino solo?

—¿Cuál es su nombre? —Flores interrumpió mi concentración, haciendo que regrese a observarlo.

—Ivanna. —fue lo primero que se me ocurrió.

—Ivanna. —repitió tomando mi mano para llevar el dorso a sus labios—. Milton. —dijo después de besarla—. Nunca la he visto por aquí, ¿no viene seguido?

—No, casi no salgo a este tipo de lugares; sin embargo, hoy fue la excepción.

—Yo diría que fue el destino. —argumentó sonriendo.

Le seguí la sonrisa y mantuvimos silencio solo por unos cuantos segundos. Su mirada era intimidante, pero en algunos momentos cambiaba a una mucho más analizadora, como si me estuviera examinando.

Admito que yo hacía lo mismo. Él no parecía ser quien en el fondo era, no podía percibir su verdadera aura, y estaba segura de que, si no hubiera sabido quién es y a lo que se dedicaba, mi intuición me habría jugado en contra.

Hablamos mucho, presumió sus propiedades, presumió todo lo que consiguió gracias a sus negocios ocultos, sin tener idea de quién era yo.

Por mi parte, no di muchos detalles sobre mi vida, aunque a él le interesaba. Sus ojos marrones, casi negros, buscaban los míos cada vez que preguntaba algo, o incluso cuando me mantenía en silencio.

No puedo decir que desperté algo en su interior, porque no lo sé, y si fuera así, no sería bueno.

Detrás de él apareció Culebritas, haciéndome señales de que era hora de llevar a Milton conmigo.

—Debo irme. —dije poniéndome de pie en tanto le estiraba la mano.

—¿Irse? Apenas nos conocemos...

—Tengo muchas cosas que hacer mañana.

Él dejó su copa a un lado y volvió a besar el dorso de mi mano.

—Fue un gusto conocerla, Ivanna.

Se supone que tienes que insistir más.

—Lo mismo digo.

Di un par de pasos y, por arte de magia, mi cuerpo comenzó a tambalearse, yendo de un lado a otro.

—¿Estás bien? —me preguntó, intentando sostenerme.

—Lo siento... Fue un mareo.

—¿Necesitas un vaso de agua?

—Tal vez se me pase, debo ir al baño, quiero mojarme el rostro.

Él asintió y, sin soltarme, caminamos a los baños femeninos.

Pasé cerca de Marina, quien se mantenía distrayendo a los de seguridad, y, con disimulo, alzó los pulgares en señal de que todo lo que iba haciendo estaba bien.

Continuamos hasta que estuvimos dentro del sitio, en donde curiosamente no había nadie. Con torpeza, llegué al lavado, abrí el grifo y mojé mis manos para humedecer mis párpados, intentando mirarme en el espejo, pero me encontré con él detrás de mí.

No dejaba de sostener mi cintura y su cortesía desapareció apenas estuvimos solos.

—¿Mejor? —cuestionó con voz gruesa, clavando sus ojos en mi escote.

—Mejor. —afirmé apartándolo de mí para intentar salir del lugar.

Me cerró el pase con uno de sus brazos y esbozó una sonrisa que me pareció macabra.

En ese instante solo pensaba en una cosa:

¡¿DÓNDE RAYOS ESTÁN LOS DEMÁS?!

—Fuiste muy hábil al llamar mi atención —recriminó aflojando su corbata—. Y ahora que la tienes, ¿te quieres ir?

—¿No puedo hacerlo?

—Solo debo asegurarme de que estés bien —aclaró, acercándose para ver con detenimiento mi rostro.

—Lo estoy. —admití sin apartarme ya que buscaba hacer tiempo hasta que Marina o el otro sujeto llegaran.

—Tienes unos ojos muy bonitos.

No pude seguir mirando la forma en cómo me miraba él.

—Gracias. —contesté agachando la cabeza.

Su mano derecha dejó de acariciar mi mejilla y se deslizó por el largo de mi brazo para posarse en mi cintura nuevamente.

—Me has cautivado, Ivanna.

—Yo...

Atrapó mis labios con los suyos al sostener mi barbilla con fuerza, acercándome más.

—No.

No fue difícil apartarlo, pero lo que sí resultó complicado fue quitar su asquerosa baba de mi boca.

Él regresó a cerrar la puerta y me acorraló contra el lavado, aprisionando mi cuello con una de sus manos.

—Yo no soy un juguete, niña.

—¡Suélteme!

—¡Ven aquí!

—¡No! ¡No quiero!

Una de las tres puertas que estaban dentro se abrió, dejando ver a Fabio.

—¿No la escuchaste? —lo enfrentó—. Te dijo que no.

—¿Y tú quién demonios eres?

Tomó al hombre por la espalda y lo apartó de mí para empezar a golpearlo.

—Soy su novio.

—¡Fabio! ¡¿Qué estás haciendo aquí?!

Dejó caer el cuerpo de Flores para quedar frente a frente conmigo.

—Una explosión es la culpable. Tú y yo aún tenemos una conversación pendiente.

A diferencia de Milton, él sostuvo mi mejilla con delicadeza para ver a más detalle la herida que el hombre me ocasionó en la esquina del labio. Entonces volvió sus ojos furiosos hacia el tipo.

Esquivó el golpe que Flores quiso darle y se lo regresó con el triple de fuerza haciéndolo caer nuevamente, esta vez sin darle oportunidad de levantarse.

Al minuto apareció Culebritas. Tomé mi tacón y lo lancé hasta el bastardo inútil, dejándolo clavado muy cerca de su cabeza.

—¡¿Dónde estabas?! —le grité.

—¿Lo mataron? —preguntó él.

—Solo está inconsciente —respondió Fabio, abriendo uno de los grifos para lavarse las manos.

—¡Te hice una pregunta! —volví a gritarle al del tatuaje.

—¡Algo le pasó a la novia de tu hermano!

—¿Qué?

—Se desmayó.

Me abrí paso entre ellos, no me importó que los demás vieran mi aspecto, aunque, cuando llegué al ambiente principal, casi nadie lo notó ya que todo estaba oscuro y aquella oscuridad también fue aprovechada por Culebritas para sacar el cuerpo de Flores fuera de la disco.

—Gabriel, ¿qué pasó? —interrogué apenas llegué a él, encontrándolo sobre uno de los sillones del sitio con Nora entre sus brazos.

—Está muy pálida —manifestó Marina mientras revisaba a mi cuñada—. ¿Qué fue lo último que comió?

—La cena, pero yo también comí y me siento bien.

—No —intervine—, ella no comió nada más, aunque sí bebió. Bebió el pisco que yo pedí en la barra.

—Entonces ahí está la respuesta.

—¿A qué te refieres?

—Lamento decírtelo, Mel, pero alguien puso algo en esa bebida sin que lo notaras.

Gabriel y yo nos miramos.

—Lleven a Nora a casa. Estará bien, solo déjenla descansar.

Asentí.

—Gracias por tu ayuda, Melanie. Espero que en un futuro nos reencontremos. —se despidió.

—Es algo que también quiero, Marina. Y más que eso, yo espero que en el futuro seas feliz. Completamente feliz.

Ella sonrió triste. Se despidió de mi hermano y fue tras el del tatuaje, pero tanto Gabriel como yo la vimos caer de rodillas debido a un disparo que desató el pánico en medio del lugar.

Mi hermano se refugió bajo la barra sin soltar a Nora y tratando de cubrirme a mí también.

Busqué visualmente a Marina, encontrándola muchos metros lejos de nosotros mientras quería ponerse de pie entre todos los vidrios rotos a causa de los vasos que las personas de la fiesta dejaron caer. De uno de sus hombros brotaban gotas de sangre por el roce de la bala que fue directamente hacia ella.

—¡Cariño!

Su cuerpo se detuvo de golpe ante ese llamado. Dio media vuelta y quedó frente a un corpulento hombre calvo que la sostuvo del mentón.

—¿Por qué me obligas a hacer cosas que no quiero? —le increpó él.

Debido a que ya no había nadie en el lugar, Gabriel me hizo la señal de silencio, colocó a Nora en mis piernas y sacó su arma para luego arrastrarse hasta el otro extremo de la barra, resultando detrás del tipo misterioso y los otros dos que lo acompañaban.

—Jason —le habló ella—. Por favor...

—Al fin te saliste con la tuya —interrumpió él—, agotaste mi paciencia por completo.

Y luego de eso, impactó uno de sus puños contra el rostro de Marina, dejándola caer en el piso.

—¿Es momento de pedirte el divorcio?

Antes de que sus labios formaran una sonrisa, su cuerpo fue empujado por uno de sus hombres para evitar que las cuchillas lanzadas por Raúl se le clavaran directamente en el pecho.

Mi hermano disparó deshaciéndose del segundo guardaespaldas mientras que Fabio apareció caído del cielo, literalmente, para ocuparse del primero, dejando al sujeto totalmente desprotegido.

Elyar aprovechó y dio unos cuántos pasos para quedar más cerca de este último.

—Debí saber que estaría aquí, agente.

—No me trates como si no supiera que allá afuera hay decenas de mercenarios esperando tu orden para entrar —le recriminó Raúl.

—Ellos no van a entrar —aseguró el hombre antes de regresar su mirada a Marina—. No si ven a su señora salir.

Ella lo observó por unos cuantos segundos, se tomó un tiempo para ponerse de pie y cuando estuvo completamente estable, lo miró a los ojos.

—No.

La cara del hombre cambió.

—¿Qué dijiste?

—No te amo, Jason. Nuestro matrimonio es una completa mentira.

—¿De qué hablas, cielo? Eres mi esposa. Te casaste conmigo porque me amas. Usaste tu vestido blanco...

—Sabes bien por qué me casé contigo. Es más, no hay ningún documento que certifique ese matrimonio. El "padre" que nos casó solo era uno más de tus trabajadores. Debes admitirlo.

Él se quedó sin nada que decir.

—Tanto tú como yo merecemos algo más que una mentira, Jason.

Sus puños fueron adquiriendo forma.

—No me amas. —repitió.

Marina negó con la cabeza.

—¿Y a él? —señaló a Raúl, quien se había mantenido en silencio—. ¿Lo amas a él?

Ella se armó de valor y, sin bajar la mirada, contestó:

—Sí.

—¡MALDITA ZORRA!

Raúl quiso interponerse para evitar que él llegara hasta ella, pero fue Marina misma quien se adelantó para darle el encuentro al tipo, iniciando lo que sería la primera pelea a muerte ya que aquellos mercenarios que mencionaron hicieron su entrada.

Gabriel, Fabio y Elyar se encargaron de mantenerlos a raya para darle tiempo a Marina; sin embargo, su enemigo no era fácil de derrotar.

—Te lo pido, Jason, hablémoslo. Esto no tiene porqué ser así.

—Así que quieres terminar este matrimonio —reprochó él con ira—. Después de todo lo que te he dado. Después de todo lo que hice por ti...

—Yo no te amo, entiéndelo. Lo que tú sientes por mí es una obsesión enfermiza, no es sano, Jason, terminará por arruinarte.

Cubrí el rostro de Nora con mi cabeza para protegerla de los vidrios de los licores reventados por unas cuántas balas.

Volví mis ojos hacia Marina, viendo el momento exacto en el que el hombre la tenía contra una de las paredes. Entonces Raúl dejó a sus compañeros y llegó a ambos para liberarla.

—Dado que nuestro matrimonio es una mentira, no tengo por qué seguir cumpliendo nuestro trato, ¿no es así? —manifestó el hombre apuntando a Raúl con su arma.

—Matarme es inútil —pronunció él sin inmutarse—. No cambiará nada.

—Jason, por favor —lo detuvo Marina, posicionándose frente a Elyar—, acabemos con esto sin necesidad de más muertes. Deja que me vaya.

El sujeto agachó la mirada en tanto asentía.

—Te irás, Marina.

Ella pareció creerle.

—Te irás después de él.

Y sin aviso, disparó.

El pecho se me endureció.

—¡Marina! —la llamó Raúl apenas se dio cuenta de que ella se había atravesado entre ambos.

—Mire lo que ocasionó, agente —lo reprendió Jason.

Elyar alzó los ojos inyectados en sangre, viendo a su enemigo sonreír. Dejó el cuerpo de la chica sobre el piso y se puso de pie lentamente.

Los puños le temblaban a tal grado que solo bastó un nuevo gesto del tipo para que Raúl fuera en su contra, iniciando la última pelea.

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