Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

08 | Hay un precio que pagar.

Melanie.

—¿Lo hiciste? —me preguntó Nora.

—Bryan está en casa.

—Como nosotros.

—¿Nosotros? —cuestioné a lo que Marina dijo.

—Viviremos aquí a partir de ahora —estableció Gabriel.

—¿Aquí? ¿No es peligroso? —cuestioné, pero él ni siquiera regresó a mirarme.

—Sólo piénsalo, Mel —me contestó Nora—, si estamos en la superficie seremos vulnerables, sí, podrán encontrarnos, sí, pero podremos movernos mucho más rápido, estaremos informados de lo que pasa en el pueblo, de lo que dicen, de lo que hacen, volveremos al búnker sólo cuando sea necesario y cuando las cosas estén realmente mal. Raúl se tomó la tarea de conseguir esta casa, está en una avenida discreta y no hay muchos vecinos. Estaremos bien.

—Supongo que es lo mejor.

—Lo será, Melanie, no lo dudes, al menos hasta después de lo que haremos mañana —me apoyó Marina.

—¿Mañana?

Gabriel la asesinó con la mirada.

—¿Qué harán mañana?

—Nada —se adelantó él—. Marina se confundió. ¿No es así?

—No, no me confundí —desmintió ella—. Mel tiene derecho a saberlo y, si lo elige, puede ir con nosotros. Fue ella quien nos dio esa pista, conoce el lugar y su ayuda nos facilitará el trabajo.

—Melanie no tiene porqué facilitarnos el trabajo. —protestó Gabriel.

—No. Si hay algo que ustedes quieren que yo haga, lo haré. —establecí—. Sólo necesito saber de qué se trata.

—Nos hablaste de la caja fuerte, ahí es en donde hay más probabilidades de encontrar los relojes. Tenemos los planos de la compañía, existe una forma de entrar en ella, todo está listo, pero el tiempo que cualquiera de nosotros emplee para buscar la lámina que oculta esa caja será vital, ¿lo entiendes, Mel? Tú ya estuviste ahí, confiamos en que recuerdes dónde está la combinación y podrás sacar esos relojes. ¿Estás dispuesta?

—Lo estoy.

Mi hermano no contuvo su molestia y salió del ambiente para encerrarse en la misma habitación de momentos atrás.

—Es todo. Mientras Gabriel se niegue, no podremos llevarte.

—Tengo dieciocho años, soy dueña de mí y de mis decisiones, al diablo lo que piense Gabriel.

—Por favor, Melanie, conoces a tu hermano, sabes bien que no es tan simple —interfirió mi cuñada—. Necesitamos que él esté de acuerdo, que lo esté realmente, de lo contrario, Marina tiene razón, no podremos hacer nada.

Depender de mi hermano mayor no era un acontecimiento nuevo en mi vida. Mi existencia se ha basado en un continuo desequilibrio de carácter, solía tenerlo en algunas situaciones, pero se esfumaba en otras, y era ahí cuando solicitaba la intervención de Gabriel.

Entonces, aunque odiara admitirlo, lo que decían era cierto. De alguna manera, todo terminaba dependiendo de mi hermano.

—Hablaré con él, pero no te prometo nada, ¿eh? —me dijo Nora antes de entrar en el dormitorio.

Marina y yo nos quedamos solas en medio de la cocina, terminando de cenar.

—¿Siempre ha sido así? —preguntó ella, refiriéndose a Gabriel.

—No. Al menos no conmigo.

—Yo no creería eso.

—Créelo, antes de que todo pasara yo ni siquiera existía para él, y quisiera que volviera a ser así, ¿sabes? Su control es molesto y ni qué hablar de sus ataques, por poco y mata a William. Pese a ello, debemos comprobar si él de verdad no tenía pruebas.

—Es inútil, jamás te lo diría.

—Si le insistimos...

—Ese hombre está lleno de rencor por todo lo que la Parvada le hizo, Mel. No es un arma fiable.

—¿La Parvada?

—Es como se autodenomina la organización a la que El Cuervo dirige y la misma a la que tu tío pertenece. A un conjunto de aves se les llama así y ellos... Imagino que quieren darse las de creativos al usar ese nombre.

—Sé que sabes que toda esa red es peligrosa.

—También sé que tu siguiente pregunta será. ¿Por qué estoy aquí aun sabiéndolo?

—Sí —respondí avergonzada.

—Es una historia larga. A mi padre nunca lo conocí. Solo éramos mi madre y yo. Ella trabajaba para una mujer que era miembro de la organización, limpiaba su casa, lavaba su ropa y atendía a sus hijos. Un día, un hombre llegó y puso especial atención en mamá, a la semana siguiente, la mujer le dijo que él quería sus servicios como limpiadora, fuimos a la casa de él y esa fue la última vez que la vi.

—¿La última vez?

—Nos separaron, a mí me llevaron a una especie de escuela, esas que aparentemente son de ética, pero solo se trataba de otro montaje, en realidad era una red de prostitución infantil. Estuve dos años ahí hasta que cumplí catorce, después de eso me escapé, la busqué y la encontré. La habían matado y enterrado en una fosa común.

—Dios mío, lo siento, no quise...

—No es nada.

Dio otro trago y siguió:

—Fue doloroso, ella era lo único que yo tenía aquí en el mundo. Con catorce años me quedé sola, confundida, sin saber a dónde ir o qué hacer. Estudié mi dolor y prometí que, mientras viva, evitaría que todos ellos continuaran haciendo a otros lo que me hicieron a mí. Conseguí ingresar en un pequeño grupo de narcotraficantes que pertenecía a la Parvada. Me convertí en la prostituta más solicitada de los líderes, así que me fue fácil obtener información sobre ellos para llegar a la cúspide y desmantelar todo. Pero pasó algo...

—¿Qué pasó?

—Mientras yo trabajaba individualmente, había otra entidad con intenciones parecidas a las mías.

—EEIM —adiviné.

—Sí. —confirmó—. Tres de sus agentes estaban operando en calidad de infiltrados dentro de la organización. Fabio era el hombre de confianza del jefe, en cambio Raúl y Vidal mantenían perfiles bajos.

—¿Ellos impidieron que continuaras?

—Al contrario, ellos me ayudaron, pero al principio no fue fácil. Fabio supo al instante que yo no estaba ahí solo por un trabajo de "compañía", y yo, de igual manera, sabía que él tenía otras intenciones. Fue una continua lucha interna entre ambos, ¿sabes? Él me amenazaba con delatarme y yo le devolvía las amenazas, hasta que Vidal fue asesinado.

—¿Quién era Vidal?

—Vidal era el hijo de Manuel Rivas, el celador del cementerio de este pueblo. Formó parte del escuadrón muy joven, era apenas un niño en la misión, no tenía más de quince años. Ellos terminaron siendo descubiertos, aunque nadie me quita de la cabeza que fueron delatados. El asesinato de Vidal significó un golpe en la lealtad que Fabio le tenía a su escuadrón. Él creía que sus superiores irían por ellos, que no permitirían que ninguno de los tres saliera dañado, después de todo, eso fue lo que prometieron, pero terminó siendo mentira. La misión terminó bien; sin embargo, ¿a qué costo? Manuel quedó destrozado por la muerte de su hijo y desde entonces ha culpado a Fabio por ello. No se rendirá hasta hacerle pasar por el mismo dolor que él pasó.

—Es ilógico, Fabio tenía igual probabilidad de morir que ese muchacho.

—Manuel piensa otra cosa. Fabio estaba a cargo de Vidal, él tenía que haber sabido lo que iba a pasar, tenía que haberlo protegido, pero la complejidad de situaciones como esas solo causa desesperación, y esa desesperación a veces obliga a tomar malas decisiones.

Entonces lo entendí.

Su nerviosismo cuando describí al hombre que me atacó. Su actitud la última noche.

—Ojo por ojo.

¿Era yo?

—Dejé de ver a Fabio como un enemigo y pasé a considerarlo como un posible aliado cuando percibí dudas en su interior. —siguió Marina—. A cambio de protección, intercambié la información que tenía sobre el grupo de narcotraficantes a los que serví, Fabio prometió no hablar sobre mí con nadie, me consiguió un lugar donde vivir y luego de eso volvió a la base de EEIM, tenía que darse cuenta por sí mismo de cómo era el mundo realmente. Él siempre creyó que estaba en el lado correcto, en el de los buenos. Años después supo que no era así.

—Si fue difícil para mí, no imagino cómo fue para él.

—Estaba totalmente perdido, lleno de rabia, igual a como me sentí yo e igual a como, estoy segura, también te has sentido tú. Quería matar a todo el mundo, era aterrador. Y ni qué decir de Raúl. Aun así, esa ira nos ayudó a desbaratar por completo aquella escuela de ética en la que me encerraron durante mi adolescencia, luego continuamos y... Aquí nos tienes.

—Marina, yo de verdad te agradezco que estés aquí, muy aparte del motivo que tengas.

—Viejos tiempos, Mel. Es lo único que quiero. Recordar viejos tiempos en donde éramos un equipo, pero un verdadero equipo, ¿comprendes? Cuando había lealtad, confianza... Aprecio.

—Nada de eso se puede haber perdido completamente, están aquí, los tres, ayudándose para ayudarnos a nosotros.

—Ya no como una familia. —Bajó la mirada con vergüenza—. Ellos eran mi familia, Melanie. Y fui yo quien destruyó su propia familia al querer, irónicamente, salvarla. Raúl me odia. Estoy segura de que Fabio ya no confía en mí. Estar aquí, con ellos, sin ser lo que antes solíamos ser es una penitencia que me consume.

—Hay errores que se pueden perdonar.

—No sé si quiero ser perdonada.

—Eso no quita el hecho de que lo merezcas.

Alzó los ojos y me sonrió con tristeza.

—Gracias por hacer lo que haces, Marina.

—Gracias por agradecerme. —me contestó.

Alejó su taza para ponerse de pie.

—Iré a dormir, mañana será un día pesado.

—Sí, yo... Espera, ¿por qué esta casa solo tiene tres habitaciones?

—Es la más barata que pudimos encontrar, a menos habitaciones, menos costo.

—Pero somos seis.

—Lo sé. Nos dividimos en parejas. Nora y tu hermano estarán en una, Raúl preferirá darse un tiro antes que compartir la cama conmigo, así que buscaré un buen mueble, y supongo que Fabio y tú...

—Un minuto, Fabio y yo no somos pareja.

—¿No lo somos?

Su voz me sobresaltó, haciendo que voltee y me encuentre con su rostro.

—No. —aseguré mirándolo seria.

—Pero él dijo...

—Nunca insisto después del primer "no", así que dormiré en el sofá si es lo que quieres —accedió Fabio.

—No, señor, el sofá es mío —amenazó Marina.

—Fantástico, al parecer te me adelantaste —se quejó Raúl.

—Solo evito repetir discusiones que no tienen nada nuevo. —le respondió ella, dándole la espalda para recostarse encima del mueble.

—No hace falta tanto drama —se quejó Fabio—. Raúl y yo podemos compartir habitación mientras que Marina y Melanie pueden hacer lo mismo, claro, eso si ninguna tiene problema.

—Por mi lado, no tengo ningún problema. —anuncié.

—Mandaré a construir una estatua con tu rostro, Mel, lo juro —me dijo ella en tanto se encaminaba a la habitación que sería nuestra, sin mirar a ninguno de los dos hombres.

—Al parecer, las mujeres se han unido. —expresó Raúl.

—No quiero meter mi cuchara en donde no me corresponde, pero estamos juntos ahora, conflictos internos es lo que menos necesitamos.

—Déjame hacerte una pregunta, Melanie —pidió Elyar.

—¿Sí?

—¿Te han traicionado alguna vez?

—Bueno... Yo... —De nada serviría mentir—. Sí.

—¿Puedo saber quién?

—Un... Un novio que tuve.

—¿Te fue fácil perdonarlo?

—Claro que sí.

—Es imposible perdonar la traición de alguien a quien amas. Entonces, dime una cosa. ¿Lo amaste realmente?

Mis ojos percibieron que los de Saravia estaban sobre mí.

Raúl no dijo más y se adentró en la tercera habitación, cerrando la puerta con fuerza.

—No lo amaste. —oí la afirmación de Fabio.

—Tenía quince años, no conocía el amor.

—¿Ahora sí? —inquirió con más interés—. ¿Ya has conocido el amor?

—Lo he visto algunas veces.

—¿En dónde?

—En Gabriel y Nora, en mi familia; ayer, en Bryan y su madre. Hay amor en muchas partes.

—No lo entiendo. ¿Cómo sabes que todo eso de verdad es amor?

—El amor es a lo que nos aferramos en momentos oscuros, Fabio. Es fácil de reconocer.

—¿Qué pasa si te confundes y lo que ves en realidad no es amor?

—¿Qué más podría ser?

—No lo sé. Costumbre, obligación, lástima... Obsesión.

—La costumbre, la obligación y la lástima son sentimientos genuinos del ser humano, es inevitable sentirlos. Pero la obsesión... La obsesión es un peligro para el amor. Yo espero jamás confundir a ambos.

Él analizó mis palabras.

—¿Tú no has visto el amor? —le pregunté.

—¿Vas a juzgarme sin contesto?

Negué con la cabeza.

—Jamás he visto amor, Mel. Ni en mi familia.

—¿Y no sientes amor por nadie?

—No puedo sentir algo que no conozco.

No supe qué decir.

—Ve a dormir. Lo necesitas. —me dijo.

—¿Por qué le dijiste a Johnny que eras mi novio? —pregunté deteniéndolo.

—Por la misma razón por la que tú me seguiste el juego.

—Lo hice precisamente por eso, era un juego.

—Pues ahí tienes tu respuesta.

Cretino.

—¿Qué hay de tu puñalada?

—¿Podrías no gritarlo a los cuatro vientos? Lo último que quiero es ser una distracción para los demás.

—¡Por dios, Fabio! ¡Esto está infectado! —me alarmé apenas levanté su remera.

—Para mañana estaré mejor.

—¿Mañana? ¿Piensas que una lesión como esta desaparecerá hasta mañana?

—Escucha, mañana es un día importante...

—Lo sé. Sé todo lo que pasará mañana y con más razón creo que debes decírselo a los demás.

—No es así como funciona, Melanie, el mínimo detalle podría costarnos lo que tenemos. Necesito que ellos se mantengan concentrados, no pueden saberlo.

—Pues lo sé yo. ¿Cómo quieres que me mantenga tranquila durante el tiempo en el que estaremos en la compañía? Puedes desangrarte o tener una infección generalizada o...

—Espera, espera —me calló—. ¿Dijiste "estaremos"?

—Marina me pidió ir. Ella tiene razón, yo conozco la ubicación de la caja fuerte y la combinación, ahorraré tiempo...

Su sonrisa burlona me calló.

—Marina y sus altas expectativas no tienen remedio.

Caminó hacia la habitación en donde estaba Raúl y cerró la puerta.

Me quedé en silencio nuevamente, sin saber qué más pensar a parte de él y lo despectivo que fue conmigo.

Di media vuelta y me dirigí hasta el cuarto, encontrando a Marina dormida. Me quité la ropa, saqué una remera que le robé a mi hermano, me la puse y me metí bajo las cobijas.

Las palabras de William rondaron mi cabeza, impidiéndome seguir maldiciendo a Saravia.

Nada es lo que parece, nadie es quien dice ser.

Cerré los ojos.

¿Qué es lo que hizo mi familia?

Me fue difícil conciliar el sueño.

—Ellos van a arruinarte.

Había cierta posibilidad de que se refiriera a Fabio, Raúl o Marina, después de todo, ellos eran los únicos que se encontraban cerca, pero ¿por qué?

¿Qué hay en ellos?

Más aún, ¿qué había en Melissa?

—Es solo una niña. Te lo suplico, Melissa es solo una niña, ella me necesita.

—Melissa no está aquí —afirmó mi padre dirigiéndose a la desconsolada mujer.

—No puedes quitármela. No puedes hacerme esto, Darío, Alejandro confió en ti, él es tu amigo, por favor.

—Hazle llegar mis saludos a mi amigo.

Mi padre levantó su brazo y direccionó su arma hacia la señora.

—¡Papá! —lo llamé, atrayendo la atención de ambos, especialmente la de ella, quien al verme pareció llenarse de un sentimiento que no identifiqué.

Y cuando la mujer estuvo a punto de hablarme, su cráneo estalló por el disparo de mi padre.

Mi verdadero miedo a las armas había quedado al descubierto. No las temía por lo que pasó con el gato, las temía por lo que pasó con aquella mujer cuando yo solo tenía cuatro años.

—Recuerda bien ese nombre, Melanie. Recuerda a Melissa.

Por más que lo intentaba no podía.

¿Quién eres, Melissa?

Ya había amanecido y mi destino en lo que pasaría ese día debía definirse.

—Estaré afuera, solo grita si necesitas ayuda —me murmuró Nora antes de salir de la habitación—. Y tú —se dirigió a Gabriel—, quiero que me entregues esa taza vacía, pobre de ti si tiras el té porque te van a faltar oraciones para rezar.

Cerró la puerta dejándonos en un tortuoso silencio que temí romper.

—Yo no tenía idea de lo que hubo entre William y mamá.

—Muy bien, haremos una cosa, Melanie —manifestó él sin hacer caso a lo que dije—. Yo olvidaré lo que pasó con William.

—¿Y yo?

—Y tú saldrás de aquí para decir que mentiste, que no estás dispuesta a hacer lo que Marina te ofreció hacer.

—¿De verdad crees que accederé?

—Por favor, Melanie —se acercó a mí, consiguiendo intimidarme—. Hay noventa y nueve por ciento de posibilidades respecto a lo mal que puede salir todo. No voy permitir que tú estés en esto.

—Deja de tratarme como un personaje salido de un cuento de hadas. Sé que hay peligros, sé que existe la muerte y sé que tienes miedo, ¡mírame! Yo también lo tengo, pero de eso se trata, de estar juntos a pesar de los miedos y los riesgos que están detrás de nosotros.

Me dio la espalda, no obstante, me las arreglé para buscar sus ojos.

—Tu sobreprotección no es sana, Gabriel. Soy tu hermana, no me aísles del peligro, enséñame a superarlo.

—Melanie...

—Por favor. Si de verdad me quieres a salvo, déjame hacer esto.

Él lo analizó por unos segundos. Dio un trago de su taza y lo escupió al instante.

—¡¿Qué porquería es esta?!

—¡Te oí! —lo reprendió Nora detrás de la puerta.

—Soy consciente de que te sobreprotejo, Mel. También soy consciente de que la actitud que tuve desde que todo empezó me ha retratado como un imbécil, y quizá lo soy, pero quiero que te pongas en mi lugar. Ya me quitaron a David, me es imposible imaginarme estar separado de ti también.

—¿Eso significa que no te estorbo?

—A ver, te voy a decir algo y quiero que te lo guardes en la cabeza. Tú no eres ni has sido un estorbo, ¿de acuerdo? Me has ayudado decenas de veces y el hecho de que te quiera mantener alejada de ciertos asuntos no significa que te considere como un estorbo.

—Entonces, respecto a lo de hoy...

Él suspiró.

—Tengo razones para seguir negándome, eres terca, obstinada y caprichosa, eso sin sumar la imprudencia que cometiste con William.

Agaché la cabeza sin ganas de insistir.

—Sin embargo —continuó—, los argumentos para acceder y dejar que vayas a esa compañía son significativos.

Mis esperanzas volvieron.

—¿Eso es un sí?

—Sí, Mel. Puedes ir.

—¡GRACIAS!

Me lancé a él para abrazarlo.

—Pero antes —me interrumpió—, debes hacer algo por mí.

—¿Hacer qué?

Sostuvo mi antebrazo y me alejó de la puerta.

—Bebe esto. Bébetelo todo.

Le recibí la taza para dar un sorbo.

—¡¿Qué porquería es esta?!

—Un té de hierbas. Nora sabe que haber visto a William no fue una situación pacífica, así que me lo preparó para relajarme.

—¿Y quieres que me lo tome yo?

—Ya la oíste, esa taza debe regresar totalmente vacía. Mi novia feliz, yo feliz. No quiero más discusiones con ella.

—Pero...

—Es mi única condición, Mel. Tú decides.

Apreté los puños deseando golpearlo, pero invertí mi tiempo en buscar opciones y darme cuenta de que no tenía ninguna.

Sujeté la taza otra vez, cerré los ojos y de un solo trago bebí todo el contenido.

—Muy bien. Andando.

—Espera —apenas tuve oportunidad de detenerlo debido a que mi lengua quedó empapada por el sabor amargo que, sabía, me costaría disimular—. Necesito hacerte una pregunta y quiero, te ruego, que me contestes con la verdad.

Él no se perturbó.

—¿Qué pregunta?

—¿Quién es Melissa?

Su mirada se vio perdida.

—¿Melissa? ¿Mi maestra de ciencias en cuarto año?

—No, no esa Melissa.

—Hay muchas personas con el nombre de Melissa, Mel.

—¿Hubo alguna en nuestra familia?

Entrecerró los ojos para recordar.

—No que yo sepa.

Asentí con desilusión.

—¿Por qué?

—Nada. Solo curiosidad.

Él pareció no sospechar. Me quitó la taza para salir de la habitación y mostrársela a su novia, pero solo nos encontramos con Marina.

—¿Entonces? —preguntó esta última con ansias.

—Lo haré.

—¡Sí!

—Aunque, si soy sincera, he comenzado a tener un poco de inseguridad.

—No tienes de qué preocuparte, Mel, no estarás sola, Gabriel estará contigo desde el inicio hasta el término de esto.

Volteé mis ojos a él y mis temores se redujeron.

—¿Debemos irnos ya?

—Hay que ver un par de detalles antes —intervino ella—. Empecemos por tu ropa...

—¿Qué pasa con mi ropa?

—La única entrada a esa compañía está ubicada por los ductos de ventilación, créeme que un vestido de verano es lo menos apropiado para usar en esas circunstancias.

—Pero esto es lo único que tengo...

—Al parecer alguien necesita nuevamente la ayuda de su hada madrina —se anunció Nora mientras arrastraba una enorme bolsa negra con ambas manos.

—Quiero pensar que no hay ningún cuerpo aquí —le dijo Gabriel luego de ir al encuentro de ella para ayudarla y cargar la bolsa él solo.

—¿Y si así fuera?

—No me sorprendería.

Ella entrecerró los ojos rehusándose a contestar y prefirió ver cómo mi hermano colocó la bolsa ante mí.

—Es justo lo que necesitas —aseguró mi cuñada, deshaciendo el nudo para dejar en evidencia el montón de prendas que había traído—, pantalones, suéteres, remeras, zapatillas, todo está aquí.

—¿De dónde sacaste semejante cantidad de ropa?

—Mejor dicho, ¿a quién se la quitaste? —complementó mi hermano.

—Eso no importa, ve y cámbiate, no tenemos mucho tiempo.

—Nos vemos allá. Cada uno ya sabe lo que hará, ¿no es así?

Todos asentimos a lo que Marina dijo.

—Bien.

Ella tomó una mochila y salió de la casa.

—Así que ya no podemos arrepentirnos —supuso Nora cuando todo se quedó en silencio.

—No, no, no, pueden hacerlo, yo...

—Solo era un decir, Gabriel. Ya es muy tarde para echarnos hacia atrás.

—No es tarde para ninguna de las dos, yo podría responder por ustedes.

—Nora tiene razón —intervine—. Ambas nos comprometimos. No es correcto renunciar a nuestra palabra, eso es lo que siempre dices tú.

Él liberó un suspiro de frustración.

—Date prisa.

Antes de que me fuera por completo, vi a mi hermano cubrir la espalda de Nora con un abrazo que me obligó a regresar para unirme a ellos.

—Nos veremos aquí de nuevo.

—¿Es una orden?

—Es una orden.

Sentí unas terribles ganas de llorar. No quise decir más y me despegué de ambos para ir hacia uno de los dormitorios.

—¿Mel?

—¿Sí? —volteé al oír la voz de mi hermano.

—Un par de detalles cambiaron. Ve al auto que está en la entrada cuando termines.

Accedí y continué mi camino. Escogí colores negros ya que eran los más convenientes, cuando terminé quedé frente al espejo. Sabía el plan perfectamente, a pesar de ello tenía miedo. Pensé en todos los desenlaces que tendríamos e intenté enfocarme en los positivos, pero sabía que no engañaba a nadie más que a mí.

Dante estaba al mando de un ejército y nosotros solo éramos seis.

Con el pecho adormecido, salí de la habitación, crucé el interior de la casa y llegué hasta las afueras de esta, viendo el auto del que Gabriel me habló.

—¿Crees que debo amarrarme el cabello? Aunque si lo llevo suelto me será más útil para cubrir mi rostro...

—Da lo mismo —oí aquella voz que disparó mis latidos—. Te ves bien de cualquier manera.

—Lo siento. Me confundí de auto.

—No te confundiste —me detuvo Fabio, asegurando las puertas para que yo no pudiera salir—. Seré yo quien te acompañará.

—¡¿Tú?! Pero... ¿Y mi hermano?

—Gabriel fue quien me pidió hacer esto.

—No es cierto, él me dijo que me esperaría en este auto.

—Pregúntale si no me crees —ofreció señalándome la dirección en donde estaba mi hermano, quien al ver que lo observaba atinó a asentir con la cabeza, confirmando lo que Saravia dijo y confirmando que esos eran los "detalles" que habían cambiado.

Fabio subió las lunas y un segundo después aceleró.

—¿Dónde te pidió encerrarme esta vez? —encaré cuando tuve el control suficiente en mi voz rota.

Él regresó a mirarme con confusión sin importarle que el auto seguía en movimiento dentro de una vía vehicular congestionada.

—Iré contigo a donde sea que planees llevarme, solo quiero que me respondas. ¿Sabías que él me mintió? ¿Sabías que no me iba a dejar hacer esto?

Al verlo sonreír mi tristeza se convirtió en enojo.

—¿Te burlas de mí?

—Dejaría que me apuñalen otra vez antes de burlarme de ti, Mel.

No supe qué tan bueno era eso.

—No pienso llevarte a otro lugar que no sea esa compañía —aclaró—. Sé que Gabriel debería estar en mi lugar ahora, pero por cuestiones de tu seguridad, acordamos en que estarías mejor conmigo.

—¿Quieres decir que estoy más segura con un hombre desconocido que con mi hermano?

—No es cuestión de confianza.

—¿De qué sino?

—Competitividad. Gabriel ha aceptado que, entre los dos, yo soy el que tiene más capacidad de protegerte.

—O eso es lo que quieres creer tú.

Sus labios mantuvieron su sonrisa.

—También es lo que te conviene creer —contraatacó—, después de todo, tu vida depende de mí.

Tragué saliva y los desenlaces positivos que analicé previamente terminaron de ser descartados.

—Abre las piernas.

—¡Es todo lo que puedo!

—Haz un esfuerzo.

Empleé más flexión en mi cuerpo para obedecer.

—¿Ya estás adentro?

—Tengo una imagen mental para nada inocente ahora mismo. —La voz de Gabriel salió de un pequeño micrófono que Fabio tenía instalado en el oído.

Sus labios, a diferencia de los míos, formaron una media sonrisa. Usó dos de sus dedos para presionar uno de los botones del micrófono y silenciarlo, después de eso y tras varios intentos, finalmente consiguió quedar del otro lado de la malla que protegía el ducto de ventilación.

—Ten cuidado en dónde pones las manos, no querrás que escuchen cosas peores. —me aconsejó, abriendo los brazos para recibirme.

Y antes de que pudiera romperle un par de dientes, me soltó para sacar las herramientas de su chaqueta.

—Todos están de en posición. Permiso para iniciar la cuenta regresiva —oí la voz de Raúl.

—Permiso concedido. —accedió Fabio mientras quitaba los pequeños tornillos del ducto.

—Cincuenta y nueve, cincuenta y ocho, cincuenta y siete...

Las manos me empezaron a sudar.

—Solo voy a pedirte dos cosas, Melanie —me dijo Fabio cuando dejó al ducto completamente libre—. Primero, no te separes de mí.

—¿Y segundo?

—Corre.

—Fabio, yo... Jamás he estado en una situación parecida.

Él se acomodó los guantes y alzó los ojos hacia mí.

—No lo dudo. —me respondió.

—Y esto... Esto no está bien, yo...

—¿Te estás arrepintiendo? —se alarmó.

—Sí. Bueno... ¿Qué pasa si no encuentro la contraseña de esa caja fuerte? ¿O si me ocurre algo antes de llegar a ella? Yo no me considero una ayuda. Ayer, tú... Puede que tengas razón sobre lo que dijiste...

—Yo no tengo razón, Melanie.

Lo observé con confusión.

—Lo que dije ayer fue solo para ayudar a Gabriel y evitar que hagas esto. Pero ya estás aquí y es porque así lo quisiste. Ignoraste lo que dije, ignoraste lo que él dijo, te empeñaste en convencerlo para dejarte hacerlo y mira hasta dónde has llegado. Es muy tarde para que te arrepientas.

—Él dijo que estaba bien si yo...

—Él no está. —me calló—. No hay nadie que pueda dar la cara por ti ahora. Es momento de que afrontes las consecuencias de tus actos. Hazlo y ciérrame la boca. Demuestra que yo y todos los que te han subestimado nos hemos equivocado, estás aquí porque mereces estar aquí. Estoy dispuesto a creerlo si tú lo crees también.

—Siete, seis...

Relajé mis hombros y volví a sentirme pequeña.

—Entrené para esto toda mi vida. No voy a dejar que nada te ocurra, Melanie.

—¿Lo prometes?

Su mirada flaqueó.

—Aunque diga que sí, tú no vas a creerme.

—Tres, dos, uno...

Agaché la cabeza. Él tenía razón.

No dijo más, se adentró en el ducto y me ayudó a seguirlo. Cuando la cuenta regresiva terminó, todos iniciaron el plan, Gabriel y Nora se encargaron de burlar la seguridad para ir a los sistemas de vigilancia y evitar que los demás fuéramos descubiertos. Marina se ocuparía de los tipos que resguardaban los pasillos, deshaciéndose de cada uno con sigilo, mientras que Raúl cuidaría exclusivamente del sótano en el que Fabio y yo entraríamos.

Juntos nos arrastramos por varios metros hasta llegar a una abertura que dejaba pasar una luz diferente a la luz del día, con ello supe que no había vuelta atrás. También supe que el lugar en el que me encontraba en esos instantes ya no me pertenecía, porque, de ser lo contrario, mi entrada hubiera sido distinta.

—¿Estás bien? —me preguntó Fabio.

—Me siento... Extraña. Esta no es la vida que yo quiero.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

Me miró fijamente.

—Yo no tuve oportunidad de elegir, Mel. Solo hay una vida para mí y es esta. No quiero que ocurra lo mismo contigo, no quiero que pases el resto de tus días escondiéndote, eres joven, tienes una familia que te quiere, te tienes a ti. Hay millones de vidas que puedes elegir, pero no esta. Mereces algo mejor.

Sentí una mínima humedad en los ojos. Él no lo notó y continuó avanzando.

—¿Eso significa que, por tu parte, aceptas la vida que tienes? —cuestioné siguiéndolo.

—Estoy resignado. Es todo.

—¿Qué pasaría si tienes la oportunidad de cambiarla? ¿La tomarías?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? —me sorprendí de que su respuesta no fuera inmediata y afirmativa.

—No sé cuál será el precio que deba pagar por tomar esa oportunidad.

—Las cámaras de vigilancia han sido desactivadas —interrumpió de nuevo la voz de mi hermano.

—Los pasillos fueron limpiados —agregó Marina por medio de un nuevo canal.

—Estoy esperando tu reporte, Raúl —anunció Fabio, pero su compañero no contestó—. ¿Raúl?

—Algo anda mal —lo escuchamos finalmente.

—¿A qué te refieres?

Y cuando iba a contestar, un estruendo lo interrumpió.

—¡Están aquí! —pronunció en un hilo de voz lleno de dolor—. Saravia... Ellos están aquí.

El rostro de quien me acompañaba perdió su color por completo.

—¿Ellos? ¿Quiénes? —cuestioné.

—Marina...

—Es verdad —se adelantó la chica a la orden que iba a dar Fabio—. Cuatro agentes sin el uniforme, llevan ropa formal como todos los trabajadores de esta empresa.

—Están mimetizados.

—¿Por qué están aquí? —inquirió Gabriel alterado—. ¿Por qué hoy?

—¿Raúl está herido? —preguntó Saravia.

—No es grave.

—Si EEIM está aquí, solo significa una cosa —interfirió mi hermano—. Dante sabía que vendríamos hoy.

—¿EEIM? ¿El escuadrón de mi padre está aquí? —interpelé, empezando a compartir la angustia de Gabriel.

—¿Pero cómo se enteraron? ¿Quién se los dijo?

—No solo son cuatro —Se escuchó la voz lejana de Raúl por medio del micrófono de Marina.

—Son más, no puedo contarlos —confirmó ella—. Vienen hacia aquí. Vienen hacia el sótano.

—Aborten el plan. Repito, aborten el plan.

—No —se negó la chica—. No tendremos otra oportunidad. Raúl y yo les daremos tiempo. Cortaré comunicación. Dense prisa.

—No, Marina...

Ella ya no contestó.

—Esto de verdad es malo —inferí.

—Lo es.

—¿Ahora qué?

—Yo bajaré primero para asegurar todo, espérame aquí.

—Bien. —terminé aceptando.

Fabio me miró un par de segundos más, haciéndome ver por primera vez la indecisión en sus ojos.

Se deslizó por medio del hoyo y cayó de pie en el piso del sótano. Volvió a abrir los brazos para recibirme, evitando que me lastimara.

—Ahora, Mel.

Recorrí todo el lugar esperando que mi mente atrajera los recuerdos. Las láminas parecían haber sido pulidas y renovadas, lo cual ocasionó que mis nervios me entorpecieran.

—¿La encontraste? —me preguntó Fabio mientras recargaba dos de sus armas.

—Espera.

—No quiero presionarte, pero hay una tropa entera allá afuera que vino a matarme. Por favor...

—Dos, tres... ¡Cinco!

Usé todas mis energías para desprender la lámina de la pared y darme cuenta de que la había encontrado.

Caminé hasta el rincón cuya ubicación sí recordaba y moví la cantidad de cosas con las que la caja fuerte había sido ocultada.

—¿Ya?

—Lo estoy haciendo tan rápido como puedo.

—Por dios, Melanie.

Giré el último dígito y ante mis ojos tuve una simple caja de cartón llena de modernos relojes.

—Los tenemos. —anunció Fabio por medio de su micrófono.

Después volteó a verme. La respiración se me cortó debido a la mezcla de emociones que sentí.

—Vámonos.

Guardé los relojes en la caja y la sostuve en tanto él me llevaba al lugar por el que entramos.

—Tú cuida esto —me dijo alcanzándome la caja cuando estuve dentro del ducto otra vez.

—¿Y tú me cuidarás a mí?

No pude ver su sonrisa debido a la explosión que derrumbó la puerta del sótano.

Asomé la cabeza para encontrarme con el cuerpo de Fabio sobre el piso, intentando ponerse de pie, y cuando estuve a punto de bajar para ir por él, cuatro hombres se hicieron presentes.

—El problema de los líderes, teniente —articuló uno de aquellos hombres, presionando la espalda de Fabio con el pie—, es que tarde o temprano caen.

Entré en un dilema. Si me quedaba existía el riesgo de que los relojes me fueran arrebatados junto a mi vida, pero si me iba tendría un cargo de conciencia con el que no me sería fácil vivir.

—Y le advertí que estaría cerca cuando usted cayera, Saravia. —concluyó el extraño en tanto tiró del torso de Fabio para buscar su mirada.

—La cercanía durante mis caídas es peligrosa, agente. —le contestó él con voz débil. Y en menos de un parpadeo lo vi ponerse de pie para conseguir que el hombre que lo amenazaba ocupara su lugar—. Acostumbro a levantarme.

—Está rodeado, teniente —lo amenazó otro de los tipos cuando vio a su compañero ser encañonado—, es mejor que se entregue. Su cooperación puede interferir en su condena.

—Estuve en tu lugar. También dije esa mentira. —respondió Fabio.

—Entonces es su turno de creerla.

Saravia miró a su aparente enemigo e incrementó la fuerza con la que lo sostenía.

—Por favor —insistió el joven—, en nombre de todos esos años en los que estuvimos a su mando, no nos obligue a disparar.

—Disparen. —ordenó él colocándose al lado del sujeto sin soltarlo para que este no sirviera como escudo.

Todos dudaron.

—Es mejor que se arrepientan por hacerlo a que se lamenten por no haberlo hecho.

Continuaron quietos, pues sabían que al primer disparo no solo moriría Fabio, sino también su prisionero.

Los tres se observaron entre sí y Saravia aprovechó eso para darme una mirada rápida con la que me pidió irme.

—Negociemos —propuso otro—, le damos la libertad de elegir la calidad de su captura. Será discreta, sus derechos prevalecerán bajo cualquier reglamento que exista dentro del escuadrón.

Mi campo visual se redujo específicamente a los movimientos del tipo que Fabio había capturado. Eran lentos, imperceptibles. Como si aprovechara aquella distracción para tomar un objeto que tenía escondido en los pantalones.

—No se admitirá ninguna forma de tortura ya sea física o psicológica. Es todo lo que le podemos ofrecer.

—Es lo mínimo que pueden ofrecer —contradijo Fabio.

—El protocolo rechaza cualquier tipo de negociación —intervino el hombre sospechoso—. Yo hago lo mismo.

—Señor...

—Disparen —les ordenó el jefe—. Entreguen mi cuerpo a mi familia, que sepan cómo morí. Que sepan quién me dio muerte.

Y cuando los muchachos alistaron las armas, un singular miedo se apoderó de mí. Estaban a punto de matar a Fabio frente a mis ojos y él, aun sabiendo su situación, ni siquiera parecía estar perturbado.

Maldita sea, Fabio.

Tomé un tornillo que estaba cerca y lo dejé caer, robándose la atención de todos.

—¿No hemos tenido total privacidad, teniente? —inquirió uno del grupo—. ¿Hay alguien más aquí?

—Algunos sótanos albergan ratas. Ruidosas ratas.

La desconfianza de todos fue evidente.

—Alguien extermine a esa rata. —ordenó el tipo a uno de los agentes.

Oh, no.

Mi cuerpo percibió dolorosos espasmos al verlo dirigirse hacia el agujero por el que entré al ducto.

—Es inútil —interrumpió Fabio apenas vio la diminuta especie de granada que el muchacho iba a tirar en mi dirección—. Esa rata ya debe haber escapado.

—¿Para qué nos arriesgamos? —contradijo su enemigo con una media sonrisa—. Odio a las ratas.

Ahora me odiarás más, maldita sabandija.

Terminé de quitar los demás tornillos, y antes de que el sujeto lanzara la granada, dejé que mi cuerpo cayera sobre él consiguiendo dejarlo inconsciente y ocasionando que Fabio soltara a su rehén para ir por mí, salvándose irónicamente de una nueva explosión provocada por el tipo que hizo caer el sistema completo de ventilación.

Mi cuerpo se perdió entre la cantidad de polvo.

—¡Mel! —oí la voz de Fabio—. Háblame, ¿estás bien?

—Sí...

—¿Sí?

—Estoy bien.

—¿Segura?

—Segura.

—Perfecto. ¡Porque yo mismo te voy a asesinar! —me amenazó furioso—. ¡Correr! ¡Solo te pedí correr! ¡Maldita sea! ¿Qué tan difícil era? ¡¿Eh?!

—¡Te salvé la vida!

—¿Poniendo en riesgo la tuya? ¡Hazme el favor!

—¡No entiendes!

—¿Qué piensas que no entiendo?

—Que no se puede correr dentro de un ducto.

Apenas alcancé a ver que su enojo pareció esfumarse ya que sostuvo una de mis muñecas y tiró de ella para salir entre los escombros mientras me cubría y contestaba a los disparos de sus enemigos.

—Saravia, responde. Maldición...

—Alisten los autos —dijo él por el micrófono en respuesta a mi hermano, sin dejar de correr.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Melanie sigue contigo?

—Por desgracia.

La oportunidad de reclamar me fue arrebatada con la aparición de una enorme silueta entre los pasadizos por los que nos ocultamos.

—Así que es verdad. —El aire escapó de mis pulmones cuando lo escuché—. Has vuelto.

Avanzó más y sus facciones se dejaron ver.

—Dante.

Su mirada acostumbraba a ser fría, pero en ese momento aquella frialdad no estaba en sus pupilas. Ni siquiera lucía como alguien que quería verme muerta.

—Dios mío, Melanie. Estás herida.

Dio un paso más hacia mí, ocasionando que Fabio se posicionara entre ambos.

—Mis hombres no han sido gentiles, es evidente.

—¿Dónde está David? ¿Dónde lo tienes? —interpelé queriendo acortar nuestra distancia, pero Fabio no lo permitió ya que me agarró por uno de mis antebrazos.

—David. —lo nombró—. David no está nada bien. No después de la manera tan horrible en la que lo abandonaron.

—¡Nosotros no lo abandonamos!

—Es lo que él cree.

—¡Es lo que tú le has dicho, maldito mentiroso!

Él no se inmutó.

—¿Por qué? —increpé más calmada—. ¿Por qué nos haces esto? Tú sabes que Gabriel y yo no somos responsables de lo que se nos acusa. ¿Qué de malo te hicimos?

—Oh, por favor, deja el drama. Gabriel y tú son culpables de todo esto y más. Si ustedes no hubieran aparecido...

Presionó sus labios con fuerza, como si intentara calmarse también.

—Te lo suplico —articulé—, di la verdad, entrégame a David, déjame llevarlo a casa y te prometo que desapareceremos. Lo prometo.

—Él no quiere verlos.

—¡Por culpa de tus mentiras!

—Dime una cosa, Melanie. Si insistes en que lo que le he dicho a David son mentiras, ¿estarías dispuesta a ir con él y contarle lo que, según tú, pasó?

La garganta se me secó.

—¿Y luego me asesinarás?

Su rostro se deformó por una sonrisa, confirmando su respuesta.

—Es extraño verlo sin el uniforme, teniente —se dirigió a Fabio—. Más aún, es extraño verlo sin sangre en las manos.

Él le mantuvo la mirada.

—Apenas fue ayer cuando pidió la mano de mi sobrina siendo todavía unos niños.

Avanzó un par de pasos hacia nosotros.

—Es mi turno —anunció mi tío con voz grave—. Entrégame a Melanie.

Mis latidos hicieron que todo mi cuerpo temblara.

—Las alianzas que estableciste con la mafia a espaldas del escuadrón. La cantidad de vidas que entregaste a cambio de salvar la tuya. El que hayas ayudado a escapar a Alejandro Vercelli de prisión. Todo eso y lo demás te es perdonado.

Quise creer que Fabio sería tajante en su respuesta. Pero de sus labios solo salió una nueva pregunta.

—¿Todo?

—Todo.

El pecho se me adormeció.

¿Él lo estaba considerando?

—Hay una pena de muerte pisándote los talones, Saravia. Un agente de tu talla no merece ese tipo de deshonra. —añadió Dante con más ansias al ver detrás de mí la caja de cartón que contenía los relojes.

Miré a detalle el rostro de quien me acompañaba. Estaba segura de que analizaba cada palabra que escuchó mientras yo recordaba las que él dijo.

—Solo hay una vida para mí y es esta.

—¿Qué pasaría si tienes la oportunidad de cambiarla? ¿La tomarías?

—No sé cuál será el precio que deba pagar por tomar esa oportunidad.

—Eres un héroe, Fabio. Salvaste vidas por tantos años, es hora de que salves la tuya. Tendrás la oportunidad de salir a las calles libremente, recibirás protección especial, serás tratado como lo que eres; uno de los mejores combatientes del país. ¿No es lo que quieres?

—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?

—No tiene sentido que continuemos una guerra sin bases. Si mantener a mis hombres ocupados persiguiéndote me es cansado, no imagino cómo lo será para ti. Podrás hacer una nueva vida lejos de aquí y olvidar lo que pasó.

Fabio pensó por un segundo hasta que me enfocó con sus ojos negros.

—Lo siento, Mel. —se disculpó y por fin mis lágrimas salieron.

Quise suplicar. Gritarle. Golpearlo. Pero solo me limité a agachar la cabeza y asentir en señal de aceptación.

No me atrevería a juzgarlo, ambos sabíamos que él anhelaba una vida diferente. Se la mereciera o no, no importaba, después de todo, el precio que pagaría por tenerla no era tan alto.

Cerré los ojos sintiendo sus dedos todavía sobre mi piel. Casi no podía respirar. Aceptaba mi final y estaba agradecida por haber llegado al punto en el que pensé que jamás estaría.

Fabio me llevó consigo para quedar más cerca de Dante.

—Buena decisión. —dijo este último, estirando una de sus manos para recibirme.

Y cuando mi tío estuvo a punto de tocarme, sentí mi cuerpo ser jalado nuevamente para ser envuelto con el de Fabio, quien terminó con las manos ensangrentadas a causa del corte que le generó a Dante en el rostro.

Un minuto después, una ráfaga de disparos proveniente de los agentes cuya presencia no había notado nos obligó a pegarnos al piso y de lejos encontrarnos con Raúl y Marina, cubriéndonos al responder con una nueva ráfaga.

—¡Corre, Mel! —me pidió Fabio arrastrándome hasta uno de los pasadizos que estaban libres—. ¡CORRE!

Antes de que yo pudiera decir algo, vi a Dante lanzarse contra él para iniciar una pelea en el piso empapado de sangre ya que lo que Saravia le generó no fue un simple corte. Él le había reventado el ojo derecho.

—¿Por qué pensé siquiera que merecías una oportunidad? —encaró el hombre con la voz llena de dolor.

Estrelló la cabeza de Fabio contra una de las paredes y avanzó hacia mí, pero antes de alcanzarme fue retenido de nuevo por él.

—¡Vete, Melanie! —ordenó Raúl sin dejar de disparar.

Entonces, entendiendo que todo solo había sido una distracción, corrí dejando atrás a todos junto con la posibilidad de que cualquiera de ellos terminara muerto.

Un hombre se interpuso en mi camino, pero antes de que me animara a apartarlo, lo vi desplomarse a causa de la bala que perforó su frente. Regresé mis ojos y me encontré con Marina, esta hizo una señal que entendí y continué corriendo.

La garganta me empezó a doler debido a la rapidez de mis respiraciones, pero eso ni nada me detuvo, salvo el segundo obstáculo con el que me encontré antes de llegar a la salida.

Se trataba del mismo sujeto que fue encañonado por Fabio.

—Esperaba el día en el que pudiera conocerte, Melanie.

—¡No te acerques! —amenacé tomando una vara de fierro que tuve al alcance.

—No eres tan diferente a las fotografías.

Retrocedí en tanto él avanzó.

—¿Fotografías?

—Todas eran tuyas.

—No entiendo.

—Saravia se obsesionó a tal grado contigo que pagaba miles de dólares cada año solo para verte por medio de fotografías.

Lo alejé con un movimiento al usar la barra y quise volver a correr, pero él consiguió atraparme.

—Y era un total desperdicio —continuó—. Esas fotografías servían para algo más que verte.

—Por favor, déjame ir...

—No las compartía con nadie. —se quejó acercándose más—. ¿Es lo mismo contigo?

Me solté usando una maniobra y gané un par de segundos que me dejaron ocultar los relojes en un montón de escombros sin que él se diera cuenta.

—No te miento, Melanie, mis ganas de matarte son más fuertes que cualquier otro instinto.

—¿Matarme? ¿Por qué?

—El Coronel se equivocó. Todas esas vidas que Fabio sacrificó no fueron para salvar la suya.

Tiró de mi cabello para que lo mirara.

—Fue para salvarte a ti. —concluyó.

—Yo no...

—Tú eres la principal razón de que él esté condenado a muerte. Tú tienes la culpa de que Manuel Rivas haya perdido a su hijo. Siempre fuiste tú y ahora... ¡Tú mereces estar muerta!

El golpe que le di no pareció hacerle daño y solo ocasionó que yo recibiera uno de su parte directo en mi pómulo derecho que consiguió atontarme; sin embargo, y luego del ruido de unos cristales rompiéndose, alcancé a ver la silueta de Fabio frente a mí.

—Me pregunto qué pensaría el Comandante Ávalos si los viera juntos ahora, ¿eh? —encaró el tipo.

—Tuviste la oportunidad de matarme y no la tomaste —le respondió Fabio—. Yo no soy igual de piadoso.

Su enemigo volvió a sonreír, tiró su arma y mostró sus manos libres.

—Máteme, teniente.

Vi a Fabio ir en su contra, iniciando una nueva pelea de la que ya no pude escapar debido a que la puerta estaba obstaculizada.

La ventaja se puso del lado del enemigo cuando este consiguió herir a Fabio en el mismo lugar de su puñalada al usar un vidrio.

—¡No! —me resistí al ver sus intenciones de sujetarme, pero mis fuerzas se ausentaron con otro de sus golpes.

Me capturó por el cuello para que ambos llegáramos hasta los barandales de uno de los pasillos.

—Valoro la privacidad —manifestó él dejando expuestas sus ganas de lanzarme—, la ocasión la amerita.

—No te atrevas. —lo amenazó Fabio.

Su rival jaló mi cuerpo y lo hizo quedar delante del suyo.

—Es un verdadero desperdicio. —Sentí sus dedos descubriendo mi cuello de mi cabello para que su respiración hiciera contacto con mi piel—. No eres muy destacable, Melanie. Pero me atrevería a admitir que una mujer como tú no me es indiferente.

Cerré los ojos asqueada.

—Una sola fotografía de tu rostro me mantuvo satisfecho muchas veces.

Solo con eso, el hombre desató la rabia acumulada de Fabio. Y antes de que este llegara a nosotros, consiguió empujarme fuera de los barandales.

Los brazos se me empezaron a adormecer en tanto se sostenían de los fierros que habían evitado mi caída, no obstante, el peso hizo que las soldaduras se fueran aflojando.

—¡Mel! —oí la voz de Fabio.

Alcé la mirada hacia él y me encontré con su mano estirada hacia mí, pero antes de que pudiera tomarla, vi al otro tipo de pie otra vez.

—¡Está detrás de ti!

Mi advertencia lo hizo dar la vuelta y volver a desaparecer de mi campo visual.

Dupliqué la elasticidad de mi cuerpo para alcanzar un segundo barandal y poco a poco ascender a un terreno firme. Continué esforzando mis extremidades hasta que tuve una visión amplia de la interminable pelea entre Fabio y el otro.

—¿Sabes lo que significa? —inquirió este último—. Manuel volverá por ella. Manuel no descansará hasta matarla.

Ojo por ojo.

Con ello lo confirmé.

Soy yo.

Recobré el sentido de la realidad cuanto el barandal tembló debido a mi peso.

—Al final, será un buen desenlace. —terminé de escuchar al sujeto, viendo que tenía a Fabio completamente reducido, sin opción de defenderse—. Fue un honor, teniente.

—¡Fabio! —lo llamé captando la atención de ambos. Y sabiendo que mi fuerza pronto iba a agotarse, empujé un pedazo de vidrio en su dirección.

No vi lo siguiente ya que mi cuerpo quedó colgado un par de metros más abajo.

Me aferré con todas mis energías a lo que tenía y sentí que el barandal sí terminó de caer, pero, por algún motivo, me mantuve aún colgada.

Escuché su respiración agitada. Entonces lo vi sobre mí, sosteniendo mi antebrazo para regresarme a la superficie.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Sí...

Él asintió antes de arrastrar su cuerpo hasta el cadáver de su enemigo, quien tenía el pedazo de vidrio clavado en la yugular, y quitarle una pequeña mochila que traía alrededor de la cadera con elementos de primeros auxilios en su interior.

Tomé los relojes y junto con ellos regresé a él.

—Déjame ayudarte.

No le di tiempo de negarse. Vacié el frasco de alcohol en la herida, la limpié y envolví todo el contorno de su abdomen con las vendas.

—Apóyate en mí.

—Mel, debo explicarte...

—Tienes mucho que explicarme, Saravia. Pero no ahora.

Rodeó mi espalda con uno de sus brazos mientras que con el otro sostuvo su arma, la cual usó para apuntar a todo lo que se movía. Y un peculiar olor a gasolina se impregnó en mi nariz.

—¿Eso es...?

—Por dios. —expulsó él en un suspiro.

Dejó a un lado su dolor y volvió a tomar una de mis manos para empezar a correr.

—Salgan todos del edificio. Repito, salgan todos del edificio —les habló a los demás.

—¡¿Lo van a incendiar?! —pregunté igual o más aterrada.

—No. No planean incendiarlo.

—¿Entonces?

—Edificios como estos tienen sistemas de autodestrucción. No habrá nada de él después de la explosión.

—¡¿Explosión?! Pero hay trabajadores aquí y Dante... Él...

—El Coronel fue el primero en salir de aquí.

No dijo más y continuó su carrera a la salida de emergencia.

—Quedarán menos de treinta segundos luego de que abra esta puerta, Mel. Ese sistema se activará y necesito que corras tan rápido como puedas hasta los autos, ahí te estará esperando Gabriel. Lleva los relojes con Matteo, él sabe qué hacer y...

—No, no, no, ¿por qué lo haces ver como una despedida?

—Quiero que sepas qué hacer en el caso de que yo no esté.

—No me iré a ninguna parte sin ti, Fabio, soy incapaz de...

—Solo escúchame —pidió con la voz cansada—, estoy herido, me es difícil caminar, me es mucho más difícil correr. Si alguien tiene que salvarse eres tú ¿lo entiendes? Quiero que hagas eso por mí.

—¡Pero tú y yo no podemos terminar así!

—No hay nada que terminar, Melanie.

—¡Claro que sí! Debes decirme lo que pasó, debes decirme la verdad...

Él negó reiteradas veces con la cabeza.

—Por favor. Te lo pido, Fabio. Merezco la verdad, merezco dejarte ir.

—Mel, la verdad es que yo...

Su voz cansada fue lo único que mis oídos se dedicaron a escuchar.

—Yo quería verte una vez más. Y ahora yo...

Agachó la mirada.

—¿Tú qué, Fabio? —interpelé dispuesta a sincerarme también.

—Yo también sé que mereces dejarme ir.

Y luego de decirlo, abrió la puerta de emergencia permitiendo que una alarma suene en todo el edificio acompañada de una luz roja.

—¡Corre!

Mi visión se tornó oscura y solo seguí el impulso de correr tan lejos y tan rápido como él me lo pidió.

Pero cuando estuve solo a unos metros del auto en donde estaban Gabriel y Nora, me detuve. Los dos salieron a mi encuentro. La cabeza me estallaba por todo lo que había pasado, pero eso no impidió que tomara una decisión propia.

Dejé los relojes al alcance de mi hermano y corrí de regreso al edificio, ignorando sus gritos y los de mi cuñada. Lo busqué visualmente, viéndolo avanzar con dificultad mientras se sostenía de algunas estructuras que encontraba a su paso.

—¿Melanie?

—Se trata de mí y de lo que decido, Fabio —fundamenté llevando uno de sus brazos a mi cuello—. Y lo que decido es que esta no es la despedida que quiero. Tú no irás a ninguna parte antes de que me expliques lo que pasó.

Avancé un par de pasos hasta que el ruido de la explosión aturdió mis sentidos y mi espalda fue empujada por él hacia un lugar en el que los escombros que iban cayendo no podrían dañarme.

Lo perdí entre la cantidad de humo.

—¡Fabio! —grité aprovechando el silencio que reinó los siguientes minutos luego de la explosión.

No contestó.

—¡FABIO!

El cuerpo entero me comenzó a doler.

—¡Melanie! —Mis esperanzas revivieron.

—¡Fabio!

Avancé entre el humo y me encontré con un par de manos que sostuvieron mis hombros.

—¿Gabriel?

—¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

Mi aturdimiento se mezcló con la desilusión.

—Ven conmigo.

—No...

—Debemos irnos antes de que la policía llegue. Date prisa.

—¡Debemos buscarlo, Gabriel! ¡Fabio tiene que estar por aquí! ¡Está herido, no lo podemos dejar!

—¡No hay tiempo!

—¡No! ¡Déjame! ¡Yo lo voy a buscar!

Me zafé de su agarre, pero él usó más fuerza para cargarme y llevarme en contra de mi voluntad hacia el auto en el que Nora esperaba.

—¡Melanie! —se acercó esta última con una botella de agua que me hizo beber—. ¿Estás bien? ¿Te lastimaron?

—¿Dónde está? —preguntó Raúl llegando a mí—. Saravia debe estar aquí. ¿Dónde está?

—Raúl... Por favor —supliqué—. Búscalo. Está herido. Se desangrará. Por favor, Raúl...

Marina ni siquiera lo pensó y fue corriendo hasta la cortina de humo que no se había disipado. Al instante, Raúl la siguió.

Pero ambos se detuvieron.

Quise volver a escaparme de mi hermano e ir a averiguar qué pasaba; sin embargo, esa y todas mis ideas se fueron cuando él apareció entre el montón de escombros.

Raúl ignoró sus heridas y corrió hacia su compañero para retenerlo antes de que terminara de desplomarse, mientras que Marina le dio el encuentro con más calma, sujetando ambos lados del rostro lastimado de Fabio para después darle un abrazo que él correspondió.

Fue así que tuve la oportunidad de ver juntos a los tres, tal como Marina quería.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro