05 | Ojo por ojo.
Melanie.
—¿Crees que nos encuentren?
—Lo harán.
Palideció.
—Pero me aseguraré de que me encuentren solo a mí. —afirmé.
—Lamento haber causado esto.
—No, no, no, tú no tienes que disculparte.
—Es que si yo no hubiera salido a jugar solo esa tarde ellos no me habrían encontrado y todo sería muy diferente ahora.
—¿Me estás diciendo que la culpa la tienes tú por haber salido sin compañía esa tarde y no ellos por ser unos depravados?
Sus hombros se alzaron y bajaron.
—Eres un niño, tienes el derecho de salir a las calles sin miedo, así como tus padres, así como yo y así como todas las demás personas.
—¡No es verdad! ¡A los malos no les importan mis derechos ni los derechos de las demás personas!
—Cálmate —lo tranquilicé consiguiendo que se sentara de nuevo—. Sé muy bien que a "los malos" les vale un pepino nuestros derechos, pero el punto al que voy es que esa no es justificación para que nos hagan daño y, mucho peor, no es justificación para sentirnos culpables. ¿Entendiste?
—Lo entendí.
—Ahora termina de comer esa hamburguesa.
—¿Tú no comerás?
Hice cálculos rápidos de mi dinero solo para darme cuenta de que, con suerte, me alcanzaría para regresar.
—No tengo hambre.
Él se me quedó viendo.
—No eres buena mintiendo, Melanie —mofó estirándome la mitad de su bocadillo.
Lo recibí agradeciéndole con una media sonrisa.
—Creo haberte visto antes, ¿cuál es tu apellido?
El bocado se me quedó en la garganta.
—¿M-mi apellido?
—Sí, tu apellido. Yo jamás olvido una cara y quiero recordar en dónde vi la tuya.
—Claro que me has visto, hay un anuncio gigante con mi fotografía que tú mismo notaste.
—No. Yo te conozco desde antes de verte en ese anuncio.
Por un momento se me dificultó respirar.
—A ver, a ver, estás aquí interrogándome y yo ni siquiera sé tu nombre.
—Mi nombre es Bryan.
—Bien, Bryan, ¿cuántos años dijiste que tenías?
—Nueve y tres cuartos.
—Casi diez.
—¿Cuántos años tienes tú?
—Dieciocho y dos cuartos.
—Casi diecinueve.
—No me lo recuerdes.
—Dime, Mel. Puedo llamarte "Mel", ¿no es así?
—Puedes hacerlo.
—¿Qué hay de tu familia? ¿Tienes hermanas igual de bonitas que tú? ¡Y lo más importante! ¿Tienes novio?
—Vamos despacio, galán, entre tú y yo hay más de nueve años de diferencia.
—Papá decía que para el amor no hay edad.
—Espero no conocer a tu padre.
—Tienes suerte. Él nos abandonó hace un tiempo.
—Lo siento...
—Está bien, mamá y yo hemos llevado una vida más tranquila.
—Lo imagino.
—Entonces, ¿qué hay de tu novio?
—Yo... No he tenido buenas experiencias con esos seres llamados "novios".
—¿Te hicieron cosas malas?
—No estoy segura de qué tan correcto sea hablar de esos temas con un niño como tú.
—Soy bueno aprendiendo de fracasos ajenos, Mel. Cuéntame con confianza.
—De acuerdo. A lo largo de mi vida hubo un muchacho que... Ya sabes...
—¿Te movió el tapete?
—Sí —respondí entre risas—. Él era un completo enigma. A mí me fascinaban los enigmas. Me atrevería a decir que encajábamos muy bien.
—¿Y qué sucedió?
—Sucedió que él murió.
Los ojos del niño se entristecieron.
—Pero revivió.
Su rostro se descentralizó.
—¿Tu novio revivió?
—Sí.
—¿Como un zombie?
—¿Zombie? ¡No! Él jamás estuvo muerto. Fue una mentira.
—¡¿Qué rayos?! ¡¿Fingió morir?!
—Exactamente.
—De acuerdo, esto es material para una de esas novelas que mi madre ve todos los días a las nueve de la noche.
Volví a reír.
—¿Lo has vuelto a ver?
Asentí.
—¡¿Y qué pasó?! ¿Te contó por qué lo hizo?
—Fue grosero cuando se lo pregunté.
—Hijo de...
—¡Sin groserías!
—Lo menos que ese tipo se merece es un buen golpe que le haga olvidar hasta su nombre.
Anhelé confesarle que él sí había recibido un golpe de mi parte, aunque existía la posibilidad de que no hubiera olvidado su nombre, lo cierto era que, pase lo que pase, tampoco olvidaría el mío.
—¿No hubo nadie más después de él?
—Sí, hubo alguien más.
—¿Mejor?
—Me fue infiel con una amiga mía y me lo confesó el día de mi cumpleaños.
—¡Me lleva la...!
—Luego de ellos dos nadie más ha tenido entrada en mi vida sentimental. No estoy en un momento estable como para pensar en cosas como esas.
—¿Eso quiere decir que nadie te pretende?
—Nadie me pretende, Bryan.
—¡SÍ!
—Y un niño de nueve años tiene menos posibilidades, ¿oíste?
—¡Voy a cumplir diez!
—Y yo cumpliré una condena no tan corta en prisión si alguien te escucha. Vámonos.
—Pero yo quiero saber más.
—En el trayecto te lo contaré.
Continuó gruñendo por un par de cuadras hasta que un aire de inseguridad me hizo detener el paso.
—¿Estás bien?
—¿Seguro de que este camino nos llevará a tu casa?
—Conozco mi casa, Mel, sé cómo llegar a ella.
Evalué el perímetro y aunque no había nada amenazante, sentía desconfianza.
—Algo anda mal.
—No tengas miedo, estás conmigo —volvió a decir el niño.
—Eso no me consuela.
—¡Auch!
Seguimos caminando hasta que las calles se vaciaron por completo.
—No. —dije convencida de que no solo eran supersticiones mías.
Agarré al niño para dar media vuelta y regresar; sin embargo, una mano robusta aprisionó mi cuello, obligándome a soltarlo.
No era Fabio, estaba completamente segura. Y si me hubieran dado a elegir, habría preferido que ese extraño fuera Fabio antes que cualquier otro posible enemigo.
Lo alejé de mí con un golpe que no sirvió de mucho ya que él volvió a atraparme. Peleé todo lo que pude, consiguiendo herirlo en partes de sus extremidades, no obstante, había pasado mucho tiempo desde que abandoné el entrenamiento en combate, mis músculos estaban frágiles al igual que mis huesos.
—Los años no han pasado en vano —me dijo el dueño de aquella mano cuando consiguió reducirme—, ya eres toda una mujer.
—¿Q-quién es...?
—Mi nombre no te servirá, tú no me conoces. Pero yo... —Aumentó su fuerza—. Yo sí que te conozco, Melanie Ávalos.
No podía respirar y mi voz ni siquiera se escuchaba.
—Es una lástima que él no esté aquí.
—D-déjeme...
—Aun así, hacerle sentir lo que yo sentí cuando me arrebató a mi hijo me será más fácil de lo que pensé.
—Por... Por favor...
—Ojo por ojo, linda. Lo siento tanto.
Levantó el brazo mostrando la hoja filosa de un cuchillo y cuando estuvo a punto de clavármelo, un grito salió de sus labios a causa del mordisco que Bryan le dio en el tobillo, y el que aproveché para soltarme.
No esperé a recuperar mi respiración, sujeté la muñeca del niño y, como horas anteriores, volvimos a correr.
—¡¿Ávalos?! —interpeló Bryan—. ¡¿ERES MELANIE ÁVALOS?! ¡¿LA SOBRINA DEL CORONEL?! ¡¿A QUIEN BUSCA LA POLICÍA?!
—¡Dudo que solo me esté buscando la policía!
Tanto el paso de él como el mío se detuvo al encontrarnos con una nueva figura negra.
—¿Amigo o enemigo? —inquirió el niño con más nerviosismo.
Y cuando analicé a detalle esa figura, sentí que mis plegarias fueron oídas.
—Enemigo. —contesté corriendo en dirección a él.
—¡¿Enemigo?! ¡¿Cuántos enemigos tienes?! ¡¿Por qué vamos hacia él?!
—¡Porque prefiero que sea él quien nos mate y no alguien que ni siquiera conozco!
—¡ESTÁS LOCA!
Él avanzó hasta quedar bajo la iluminación de una avenida y su aparente enojo se disipó al ver mi rostro desesperado.
—¡Fabio! —solté en un suspiro apenas sus brazos sostuvieron los míos—. ¡Hay alguien! Hay alguien allá... Tiene un cuchillo y me quiso... Me quiso...
No escuchó más y dio un par de pasos al lugar que señalé con el fin de buscar visualmente a quien nos perseguía.
De uno de sus bolsillos sacó un curioso objeto, nos indicó cubrirnos la nariz, le quitó el seguro y lo lanzó por el callejón, liberando un gas transparente.
—No hay nadie.
—¡PERO ÉL ESTABA AHÍ! ¡IBA A MATARME EN ESA ACERA!
—¡Te creo! ¡Te creo! —me consoló sosteniéndome por los hombros—. Yo te creo, Mel. Me dirás todo lo que pasó cuando te calmes, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Él analizó mis ojos. Sabía que yo no mentía, su preocupación me lo confirmó.
—Ahora respira, imítame.
Dejé que mi pecho se relajara.
—¿Mejor?
—Mejor.
—Bien.
—¿Cómo me encontraste?
Él dirigió sus ojos a uno de mis bolsillos.
—¿El teléfono que Gabriel me dio tiene un...?
—Un rastreador, sí.
Tapé mi rostro con mis dos manos, intentando calmarme.
—Es peligroso seguir aquí, así que...
—Tiene razón. Vámonos, Mel. —sugirió Bryan sosteniendo mi muñeca izquierda para alejarme del tipo de negro que se adueñó de mi muñeca derecha.
El niño intentó llevarme consigo un par de veces más, sin éxito.
—Ten cuidado, amigo, no querrás recibir una mordida tú también —le amenazó.
—¿Debería aterrarme?
—Fabio, escucha, puedo imaginar la cantidad de problemas que ocasioné, pero mira todo lo que he avanzado. Este niño está cada vez más cerca de su madre, no puedo abandonarlo ahora —intervine.
—No estoy aquí para llevarte de vuelta, Mel.
—¿De verdad?
—No soy el desalmado que tú imaginas. Quieres regresar a este niño a su casa, lo entiendo y voy a ayudarte.
—Mentiroso, mentiroso, te crecerá la nariz como a Pinocho. —se quejó Bryan—. Él solo esperará el mínimo descuido para deshacerse de mí, Mel, no creas en lo que dice.
—Mi política moral me prohíbe dañar niños por muy desesperantes que sean. No tienes de qué angustiarte.
—Yo no pienso ir a ningún lado con alguien como tu amigo, Melanie.
—No. No soy un amigo. —desmintió él y volteó a mirarme—. Yo soy su novio.
—¡¿Novio?! —gritamos Bryan y yo.
—¿Es que acaso lo has olvidado, Mel?
—¿Olvidar qué?
—Que cuando éramos niños yo te pedí casarte conmigo.
—Fue hace muchísimo tiempo...
—Pero aceptaste.
—¡Tenía ocho años!
—¿Entonces solo me ilusionaste? —ironizó haciendo una mueca triste con los labios.
—¿Por qué la insistencia? —intenté ponerlo en jaque.
—Me intriga saber si estoy atado a ti de alguna forma.
Y la que terminó en jaque fui yo.
—Después de lo que me dijiste anoche, es más que evidente que no estamos atados de ninguna forma.
—Solo te pedí olvidar el tiempo en el que estuve ausente. Mi único error fue no hacerlo con amabilidad.
—Con o sin amabilidad, me hiciste entender que todos esos años de tu "muerte" existieron a causa del aprecio que alguna vez te tuve. Aprecio que ya no existe. Por lo tanto... —incliné mi cuerpo hacia su rostro—. No habrá boda.
—Un momento, ¿él es el enigma? —cuestionó Bryan confundido—. ¿Él es quien fingió su muerte y desapareció? ¿De él estuviste enamorada cuando eras niña?
Oh, no.
—¿Así que soy un enigma? —me preguntó Fabio mirándome otra vez.
Tierra, trágame.
—Me es muy injusto no haber estado presente cuando contaste nuestra historia, Melanie.
—No, señor. ¿Sabes lo que es injusto? Qué te hayas dado por muerto sin siquiera dar una explicación. Y con más razón no quiero que vengas con nosotros. —dictaminó el pequeño para soltarse de mi mano y darnos la espalda a ambos.
—Es arisca la oruga.
—Hablaré con él.
—Aprovecha y termina de contarle hasta el más mínimo detalle entre tú y yo. No quisiera que me odiara menos de lo que ya me odia.
—Odio que, sin duda, te mereces.
—Tengo derecho a contar mi versión.
—Te la di hace más de quince horas. Perdiste tu oportunidad.
Le di la espalda y me aparté.
—Bryan.
—No, Mel, con lo que oí, él no me da confianza.
—No lo hagas por él, hazlo por mí.
Lo vi dudar.
—¿Ya olvidaste quién soy? —continué, arrodillándome para quedar a su altura—. Estoy siendo buscada por la policía y por todo este pueblo, eso sin contar al hombre que nos acorraló hace un rato. Necesito acelerar esto y llevarte a casa porque quiero también ir a la mía, estoy segura de que lo entiendes, ¿verdad?
Sus ojitos se lamentaron.
—Fabio puede cuidarnos mientras llegamos con tu madre. No te dejaré solo con él si es lo que te preocupa. ¿Está bien?
Él volvió a dirigir su mirada hacia el tipo de cabello negro.
—Está bien.
Acaricié su cabeza y me puse de pie.
—Oye, Mel. —me llamó antes de volver con Fabio.
—¿Sí?
—¿De verdad hiciste lo que los periódicos dicen?
—¿Tú crees que lo hice?
—No. —contestó luego de un corto silencio—. He conocido a muchas personas malas y tú no eres parte de ellas.
Le di una sonrisa melancólica y reanudamos nuestro camino siendo seguidos por Saravia, hasta que anocheció.
—¡Por aquí!
—No tan rápido, gusano. ¿Ya viste la cantidad de policías? —lo detuvo.
—Pero mi casa está en esa dirección.
—Debe haber otra manera de entrar.
Fabio retrocedió unos pasos y estudió el área para llegar a la conclusión de que lo más conveniente era trepar el muro.
Se posicionó para servir de base. El niño se armó de valor, escaló con todas las fuerzas de su cuerpecito y terminó llegando ileso al otro lado.
—Tu turno —me dijo Fabio ofreciéndome una de sus manos para montarme sobre él.
—Ten cuidado en dónde colocas las manos, Saravia.
De reojo vi lo que sería su primera sonrisa genuina.
Me apoyé en su cuerpo con el fin de tomar impulso, sin dejar de amenazarlo con la mirada.
Resulté al lado del niño y un segundo después, él también estaba junto a nosotros.
—¡Es allá! ¡Allá está mi casa! ¡Mamá! ¡Estoy aquí, mamá!
—¿Bryan? —oímos la voz de una mujer por la ventana de una casita que estaba en medio de un campo.
—¡Mami! ¡Soy yo!
—¡Bryan!
La señora dejó atrás la ventana para salir por la puerta y correr hacia el encuentro con su hijo.
—Míralos, fue un día de tormento y están juntos ahora.
—Sí, qué tierno. Vámonos.
Miré por última vez la escena. Ambos estaban abrazados, ella sollozaba mientras decía palabras que no conseguí entender debido a que los pasos de Fabio me hicieron seguirlo.
—¡MEL! —escuché a Bryan, quien comenzó a correr de vuelta en torno a nosotros—. ¡Mel, espera!
—Quiero creer que no te pedirá matrimonio. —manifestó la sanguijuela negra.
—Por lo visto, no te bastó con el golpe en la mandíbula.
—Me tomaste desprevenido.
—¿Esa es su excusa, teniente? Porque no me quiero ni imaginar lo que hubiera pasado si prevenía el golpe.
Él dio una risa.
—No estoy interesado en prevenir lo que una mujer como tú puede hacerme, Melanie.
Mi corazón se detuvo.
—¡Mel! —escuchamos la voz de Bryan otra vez.
—Y no era una excusa. —concluyó Fabio en un susurro antes de que el niño terminara de acercarse.
—¿A dónde crees que vas? ¿Eh?
—Debemos regresar a...
—¿Ya viste el muro? ¡Está rodeado de policías! ¡Te reconocerán al instante!
—Hallaremos otra salida. —aseguró mi acompañante.
—No, no, no y no. Mi madre está de acuerdo en que se queden aquí por esta noche, a la mañana siguiente quizá los policías ya no estén y puedan irse sin peligro.
Miré a Saravia, encontrando dudas en sus ojos negros.
—Bryan, yo te agradezco mucho, pero no podemos quedarnos, es riesgoso no solo para nosotros sino para tu madre y para ti.
—Mi casa es discreta, Mel, nadie jamás sospecharía que estás dentro de ella.
Fabio volvió a mirar la casita.
—Por favor —insistió el niño—. Déjame ayudarte así como lo hiciste conmigo. Si llegaran a atraparte por mi culpa yo jamás me lo perdonaría.
Vi de regreso a las patrullas reunidas alrededor del muro. Mi campo visual conectó con el de Fabio e, internamente, supe que él esperaba que fuera yo quien decidiera.
—De acuerdo.
—¡Sí!
—Pero solo esta noche, ¿entendiste?
—Lo entendí. Sígueme.
El carraspeo de Saravia le hizo recordar su presencia.
—Quise decir... Síganme.
Los tres caminamos hacia la entrada de la casa en donde esperaba su madre.
—Pasen, por favor —nos dijo ella abriendo la puerta—. Mi hogar es modesto, no tengo mucho con lo que pueda agradecerles por haber salvado a mi hijo, pero...
El rostro de la mujer cambió en cuanto encendió las luces y reconoció mis facciones.
—Mamá, ella es...
—Melanie Ávalos —pronunció la señora.
—Sé lo que puede estar pensando ahora mismo —me atreví a decir cuando noté que su mirada se desvió al teléfono—. Y entenderé si quiere que nos vayamos.
—Ella no es como lo dicen los periódicos ni la televisión, mamá —insistió Bryan—. Mel me ayudó a salir de donde me tenían, gastó su dinero para darme de comer y no dejó de prometerme que yo volvería aquí; contigo.
Por el rabillo del ojo vi a Fabio posar una de sus manos sobre el arma que tenía escondida alrededor de su cinturón cuando notó el lento desplazamiento de la mujer hacia el teléfono que observó previamente.
—Lo mejor es irnos —manifesté llevando la palma de mi mano derecha al dorso de la de él.
—Pero Mel...
—Quiero que te cuides, ¿de acuerdo? —le pedí al niño volviendo a arrodillarme—. No vuelvas a ir por calles que no conoces y trata de no separarte de tu mamá. ¿Lo prometes?
—Lo prometo —me respondió con los ojos llenos de lágrimas—. Gracias por traerme a casa, Mel. No voy a olvidarte.
—Adiós, Bryan.
Sus dos brazos rodearon mi cuello dándome un abrazo corto. Volví a tomar la mano de Fabio y ambos salimos de esa casa.
Caminamos en silencio por varios metros.
Esa mujer creía fielmente lo que se decía de mí.
¿Cuántos más como ella hay aquí?
—Siento mucho que las cosas fueran de esa manera.
—Está bien. Él está a salvo ahora y es lo que importa.
Saravia asintió.
—¿Regresaremos con los demás?
—No.
—¿No?
—Teniendo en cuenta que aquel hombre que quiso hacerte daño sigue por ahí, no es conveniente regresar.
—Pero estás conmigo.
—Y me reconforta que creas que puedo con él. Aun así, si tengo la oportunidad de evitarnos más riesgos, no dudes de que lo haré. Es mejor ir al búnker, está más cerca, mañana temprano regresaremos con... ¿Mel?
Un dolor en la parte baja del abdomen me obligó a sostenerme de un árbol.
—Estoy bien. Quizá recibí un mal golpe.
—Ven, sostente de mí.
Hizo que rodeara su cuello con uno de mis brazos.
—¿Está bien así?
—Sí.
—De acuerdo. Yo... ¿Puedo? —pidió permiso para sujetar mi cintura.
Asentí y él me sostuvo con firmeza para dejar que mi cuerpo quedara más cerca del suyo, dándome la libertad de buscar en su mirada rastros del Fabio que yo conocí en mi niñez y que, estaba segura, no había desaparecido a pesar de los años.
—Tus dedos tiemblan —avisé.
—Perdóname.
—¿Esto es...? ¿Es incómodo para ti?
Él asintió.
—¿Por qué?
—Yo jamás he tenido contacto físico con una mujer.
Mis cejas volvieron a su sitio.
—Está bien, no hacía falta que me mintieras. Puedo hacerlo por mi cuenta —lo reprendí volviendo a tomar distancia.
—No es una mentira.
—Por favor, Fabio, no esperarás que te crea.
—La verdad, me da igual lo que creas.
Siguió caminando, dejándome con mil dudas que estaba dispuesta a resolver.
—¿Cómo que nunca has tenido contacto físico con una mujer?
—¿Quieres que te lo explique con manzanas?
—Tú nunca... ¿Quieres decir que aún no das tu primer beso?
—No.
—Y, ¿no has tenido intimidad?
—No.
—Entonces, ¿eres virgen?
—Ese término no existe.
—Pero... ¿No has tenido novia o algo por el estilo?
—Tú eres la única. —Cerró los ojos con rapidez para modificar lo que dijo—. Novia. Eres la única novia que yo he tenido.
—Es imposible.
—¿Por qué te sorprendes?
—Porque tú debiste tener a alguien. Mírate, debiste gustarle a más de una persona.
—Probablemente. Pero nadie ha vuelto a gustarme, no después de ti.
Me encogí de hombros, evitando que se diera cuenta de que me sonrojé.
—¿Tú estuviste con alguien más? —cuestionó manteniendo su rostro serio desde que iniciamos esa conversación.
Me quedé en silencio y él lo interpretó.
—A eso se le llama infidelidad, Ávalos, y no está muy bien visto.
—Infidelidad mis ovarios, tú y yo no seguimos juntos, ni siquiera éramos una pareja real, solo era un juego... Éramos niños.
—Ahí tienes una nueva contradicción —manifestó—. Ya no somos niños.
—Por lo tanto, ya no somos novios. Con tu permiso.
Entré en el búnker después de que él abrió la puerta y fui hasta el baño solo para comprobar que los dolores no eran provocados por un mal golpe.
¿Por qué, cuerpo? ¿Por qué ahora?
Abrí la cerradura y su rostro fue lo primero que vi, así que volví a cerrar de golpe.
—¿Ahora qué estás haciendo?
—Tengo un... Problema.
—¿Problemas? ¿Tú?
—Si seguirás con tu sarcasmo prefiero que me dejes sola.
Lo escuché exhalar frustrado.
—¿Qué problema tienes?
—No lo vas a entender.
—¿Por qué no?
—Porque es un asunto propiamente de mujeres.
—Sé específica.
—Mujeres, Fabio, ¿qué es lo que les pasa a las mujeres?
—No estoy seguro, ¿tengo cara de ser una?
—¡La menstruación, maldita sea!
—¿Tanto misterio para decirme que te llegó el periodo?
—Es complicado decirlo para muchas.
—Imagino que debo ir a una farmacia.
—¿Podrías?
—No creo que tú estés en condiciones de hacerlo, ¿o sí?
—No...
—De acuerdo. No me tardo.
Lo escuché alejarse hasta que cerró la entrada.
Me quité el suéter, lo amarré alrededor de mi cintura para salir y buscar algo de ropa que Nora pudo haber dejado, hallando uno de sus vestidos.
En tanto Fabio regresaba, me tomé la libertad de recorrer el lugar. El tamaño no era muy grande, pero tampoco muy pequeño, se podría vivir ahí por siempre si se quisiera.
A pesar de tener varias habitaciones, una de ellas se encargó de despertar mi curiosidad.
Quizá lo que quería hacer se podría señalar como una total imprudencia, pero al ser consciente de que Fabio no podía ser un hombre confiable y de que un paso en falso podría costarnos nuestra libertad, aún más, nuestra vida, quise estar segura sobre la decisión de mi hermano al aliarse con alguien que se hizo pasar por muerto durante nueve años.
Empujé ligeramente la puerta de la habitación y quedé ante una cama muy bien tendida, una mesa de noche con tres cajones y varias fotografías enmarcadas en desgastados cuadros encima de ella.
Me enfoqué solo en la mesita, en el primer cajón me encontré con una placa dorada que llevaba su nombre inscrito detrás de ella y el cargo que ocupó durante su servicio en el escuadrón, todo junto a pasaportes e identificaciones falsas con diferentes nombres, apellidos, incluso nacionalidades distintas.
Un sentimiento de melancolía me hizo afirmar lo que supuse desde el principio: Fabio entró a ese escuadrón y dejó de ser él.
En el segundo cajón se encontraban un montón de fotografías y cartas formadas en fila.
Tomé una de estas últimas, era de hace cuatro años atrás.
02/04/...
Las cosas no han cambiado por aquí desde que te fuiste. He llegado a creer que somos parte de una película, ya sabes, como esas de acción que veíamos todos los domingos. Aunque debo confesar que prefiero tomar el papel de quien persigue y no de quien es perseguida.
Tus padres insisten en que no volverás, yo sigo firme al creer que sí lo harás, pero no quiero presionarte porque, al fin de cuentas, sé tu propósito.
He pensado en lo que haré cuando pueda salir por las calles libremente, hay muchos sitios que quiero conocer y personas con las que, por culpa tuya, estoy ansiosa de estar. En especial con ella.
Por cómo la describes he llegado a idealizarla, hasta puedo verla como una amiga, una amiga con la que podría hablar y contarle lo que hemos pasado, lo que hiciste por mí, la cantidad de reglas que rompiste por ella, y aunque existe la posibilidad de que no continúes siendo correspondido, quisiera que existiera una despedida entre ambos. Una verdadera despedida.
Adivino que te preguntarás por tu madre, ella está bien, casi no la veo, se va muy temprano y llega muy tarde. Nunca está en casa y cuando está, se encierra en su oficina, igual a como era cuando estabas aquí.
Me encantaría charlar contigo sobre lo que ha pasado, el colegio es agradable, aunque odio las tareas, me salen ronchas cada vez que tengo una, imagino que es diferente para ti y tu disciplina.
Bueno, eso es todo. Cuídate mucho. Por favor, no me dejes esperándote.
L.
Volví a guardar el papel y saqué el último que había, era de hace dos años.
15/12/...
Vuelve, Fabio. Nada está bien.
El hombre de aquella vez se aparece por aquí de vez en cuando, como si fuera un vigilante. No quiero hacerme falsas suposiciones, pero ya no me siento segura.
L.
Tragué saliva y un escalofrío recorrió mi cuerpo al verlo parado en la puerta de su habitación mientras me miraba en silencio.
—Por lo visto, no te enseñaron a respetar la privacidad. —me encaró.
—Esto...
—Esto no es de tu incumbencia. Sal de aquí.
—¿Qué le pasó a esa muchacha? ¿Dónde está ahora?
—Melanie...
—Ella no quería que la dejes esperando, ella...
—Ella ya está muerta.
Un hincón de dolor perforó mi garganta, callándome.
—La mataron hace dos años. —añadió sin mirarme.
—¿Cómo...? ¿Cómo que la mataron? ¿Quién?
—Las mismas personas que me persiguen.
—¿Quiénes te persiguen?
—Mucha gente.
Un sentimiento de tristeza se alojó en mi interior. Fabio ocultó lo que sea que sintió y continuó recogiendo las cartas después de darme las bolsas que trajo.
—Es demasiado —articulé viendo la cantidad de empaques.
—No sabía cuáles necesitabas.
—¿Y trajiste toda la tienda?
—Quise asegurarme.
No protesté. Fui al baño, me cambié con rapidez y después de diez minutos volví a la habitación, viendo que estaba ordenada y las cartas, otra vez, habían sido guardadas.
—¿Qué estás haciendo?
—La señora de la farmacia me dio un analgésico.
—No era necesario.
—Pensé lo mismo hasta que se tomó la molestia de describirme lo que pasaría en tu interior estos días. Dijo que te apuñalarán el vientre y que eso solo puede controlarse con esta pastilla.
—Ah...
—¿De verdad se siente como si te apuñalaran?
Asentí. Él cerró los ojos y enfocó su mirada en la tasa de agua caliente que me acercó junto a la pastilla.
—¿Cuál era su nombre? —pregunté refiriéndome a la muchacha de las cartas, aprovechando que él me haría compañía hasta terminar la infusión.
—Liliana.
—¿Y cuántos años tenía?
Tragó saliva.
—Trece años.
Inconscientemente, también bajé la mirada.
—¿Cómo la conociste?
—Ella llegó a la base teniendo diez años. ¿Cómo le dices a una niña de diez años que sus padres están muertos y ella tendrá un destino semejante?
—¿La iban a matar? ¿Por qué?
—En esos momentos estábamos en una misión dentro de la selva sur del país. Un grupo de narcotraficantes había secuestrado a una comunidad, la misma comunidad a la que ella pertenecía. Los capturamos, pero fue difícil saber quiénes eran culpables y quiénes no. Debido a que solo se trataba de cuatro familias secuestradas, el Comandante nos ordenó matarlos. Culpables o inocentes, todos debían morir.
—¿Nadie lo impidió?
—¿Cómo podrían impedir las órdenes de los superiores, Mel? Nadie tenía derecho a nada, ni siquiera un teniente de mi rango.
Dio un respiro y siguió.
—Eventualmente, no todos eran unos desalmados, más de la mayoría se rehusó a hacerlo, incluso nos organizamos en secreto para que muchos escapen. Lo hicimos con los niños, con las mujeres ya no hubo oportunidad. Liliana fue la única que lo logró, aunque, en realidad, ese no es su verdadero nombre. Eran comunidades indígenas, tenían su propio idioma, su propia cultura y nosotros... Nosotros les quitamos todo eso. Yo le quité su nombre, temía que la encontraran, la mandé con mis padres, ellos le enseñaron español e intentaron protegerla.
Exhalé con un terrible dolor en el pecho.
—Tuve un año libre, estuve con ella ese tiempo. Cuando oía la palabra «base» o «escuadrón» se ponía como loca, me abrazaba y no se despegaba de mí, no quería que regresara ahí porque sabía que era un infierno. No tuve más remedio que mentirle, le expliqué lo que era una universidad y ella estaba contenta con creer que yo iría a una. Si le hubiera dicho la verdad, tal vez le habría causado más daño.
—¿Ella murió sin saber que tú estabas en la base?
—No, ella lo supo. Raúl descubrió todo y luego mis padres fallecieron, así que él, yo, y unos cuantos muchachos escapamos. Llegué a casa, fui por ella y juntos nos refugiamos en este búnker. Estaba furiosa, pero me perdonó, vivimos así dos años. Sabía que no solo el ejército me buscaba, la mafia italiana también lo hacía, por un descuido se filtraron mis datos personales, el escuadrón me dio la espalda y me calumniaron de traición.
—No tiene sentido, ese escuadrón lo dirigió mi padre, ellos solo se dedican a...
—EEIM no es cualquier cosa, Mel, es un escuadrón élite del gobierno, solo hijos de miembros del ejército pueden estar ahí, nadie más. No hay un límite para describir lo que hacemos.
Sacó una pequeña placa y me la mostró, su color era dorado y tenía como sello una cuerda que terminaba con un triángulo, una clara alusión a la cola del diablo.
—Nos entrenan desde muy pequeños, y, sin importar la edad que tengamos, debemos cumplir cierto tipo de misiones que ayuden a las investigaciones que algunos servicios de inteligencia realizan.
—¿Quieres decir que desde niños los obligan a involucrarse en ese tipo de asuntos?
—Así es. Evalúan la capacidad de los niños durante un año, si ven que uno no tiene la posibilidad de permanecer en el equipo, lo regresan con sus padres, pero sino, ya sabes, ese niño tendrá que pertenecer el resto de su vida al escuadrón.
—Y tú pasaste la prueba.
—Fui demasiado incompetente para pasarla —se reprochó—. Los que no querían estar ahí simplemente fingían ser débiles y de esa forma los hacían regresar, como lo hizo Gabriel.
—¿Mi hermano también pudo estar ahí?
—Era uno de los mejores, pero decidió no continuar. A sus nueve años era muy inteligente, le fue fácil liberarse de todo esto.
—¿Por qué tú no lo hiciste?
—Me gustaba la idea de tener que proteger a los demás. Era interesante pensar que iría por los corruptos y ayudaría a mejorar nuestra sociedad —bufó sin gracia—. Merezco tus mejores insultos.
—Tus intenciones eran buenas, Fabio, no es tu culpa que hayas sido engañado.
—Pero sí es mi culpa haber permanecido ahí.
Me encogí de hombros. No sabía qué más decir ni cómo animarlo, aunque era consciente de que él no lo necesitaba.
—¿Tu primera misión fue eso? ¿La mafia?
—No. La primera misión fue ir por un hombre.
—¿Hizo algo malo?
—Comenzó a divulgar la información de los integrantes del escuadrón, eso estaba prohibido y tuvimos que acabar con el problema.
—¿Lo mataron?
—Sí.
—¿Fuiste tú?
—Sí.
—¿Cuántos años tenías?
—Catorce.
Su voz seguía estando neutra. Era difícil saber lo que sentía, puesto que no se esforzaba en expresarlo.
—¿A cuántas personas mataste? —me animé a preguntar.
—No lo sé.
—¿Son muchas?
—No, claro que no. Solo no las recuerdo.
—¿Qué problemas tuviste con la mafia?
—Yo llegué a ser el hombre de confianza de uno de los líderes más respetados de cierto cartel cuyo nombre no diré...
—¿Por qué no? —me quejé con desilusión.
—Porque todo el que sepa ese nombre terminará muerto.
Se me heló la sangre.
—Tú sabes el nombre, quieres decir que... —Me llevé ambas manos a la boca—. ¿Pueden matarte?
—Ahora mismo mi cabeza tiene un precio al que no cualquiera se niega.
—Entonces no solo los del cuartel te persiguen.
—No.
—Eso es preocupante, Fabio. ¿Por qué estás tan tranquilo? ¡Deberías haberte ido del país! ¡Del continente! Tienes el dinero suficiente para hacerlo.
—El miedo no sirve de nada. Si un día me atrapan, ¿qué más puedo hacer aparte de rendirme? Huir ahora es inútil.
—Pero si te atrapan pueden torturarte...
—No lo harán por siempre.
—Te matarán...
—El ser humano fue creado para morir.
—¡No puedes tener un final así!
—El fin justifica los medios.
—¡Esa frase ni siquiera va al caso!
—Un día la entenderás y verás que sí. —aseguró sin prestar importancia a la gravedad del tema.
Resoplé frustrada.
—¿Cómo conocieron a Liliana? ¿Por qué fueron contra ella?
—Mientras estuve en Italia usé una identidad falsa. Ayudé a que atraparan al enemigo del hombre al cual yo servía, después de eso, me encargué de desaparecer por completo. Pero dentro del escuadrón también estaban pasando cosas, las mismas cosas que Raúl logró saber y que ambos íbamos a revelar. A ellos no les convenía que eso se supiera, así que se encargaron de filtrar toda mi información para que los hombres del tipo al que capturaron vayan por mí.
—El escuadrón te entregó a la mafia.
—Exacto. Fue entonces que se encontraron con Liliana, ella cometió el error de salir de aquí para avisarme de lo que pasaba. A pesar de las torturas que le aplicaron, nunca me delató, por lo que, como no les servía de nada, la mataron.
Seguí guardando silencio.
—Lili era como mi hermana. Yo finalmente tenía una familia, Melanie. Y me la quitaron.
Fue como un amargo golpe de realidad, me atrevería a decir que era una realidad compartida, tal vez en diferente intensidad, pero involucraba a más de uno. Dañaba a más de uno.
—Ahora, ¿quieres contarme lo que pasó con el hombre que quiso dañarte? —cuestionó.
—¿Vas a regañarme?
Negó con la cabeza. Suspiré y extrañamente confié en él.
—No era muy joven. Solo pude verle los ojos y noté que me miraba con... Rencor.
—¿Te dijo algo en particular?
—Él mencionó a su hijo.
Entonces el rostro de Fabio cambió.
—Yo debo morir, así como murió su hijo. —continué—. Ojo por ojo.
Me fijé en la respiración de mi acompañante. Tenía la mandíbula tensa mientras estaba perdido en sus pensamientos.
—Liliana dijo en una de sus cartas que también era vigilada por un hombre. Ella y yo...
—Liliana y tú son distintas. —interrumpió a la defensiva.
Su cambio de actitud me confundió más.
—Es tarde. Ve a descansar, nos iremos mañana temprano.
Dio media vuelta y entró al dormitorio que le pertenecía, dejándome sola.
Llegué hasta el cuarto que había ocupado el día anterior. Me senté sobre la cama, aunque sabía que esa noche no podría dormir, pues Liliana y el hombre misterioso se adueñaron de mi mente, pero en menos intensidad comparado a como lo hizo Fabio.
Fabio. Fabio. Fabio.
¿Qué estás ocultando, Fabio?
Recordé la cantidad de hojas engrapadas que contenían su historial y que yo oculté debajo del colchón la noche pasada.
Escuadrón Élite de Inteligencia Militar.
Constancia de ingreso en la Base Armada.
Fabio Saravia.
Día y mes de nacimiento: Siete de enero.
Apoderado: Agente de primera línea, Alina Saravia (Madre).
Edad: 10 años.
Estatura: 150 centímetros.
Peso: 37 kilogramos.
Día y mes del ingreso en la Base Armada: Catorce de diciembre.
Tiempo de estancia en la Base Armada: Indefinido.
Sin darme cuenta, la garganta se me había secado.
Escuadrón Élite de Inteligencia Militar.
Historial de servicio en la Base Armada.
Fabio Saravia.
Aspirante a miembro oficial de la tropa alfa, un año después del ingreso.
Combatiente en calidad de espía dentro de las organizaciones enemigas instaladas en las selvas sureñas del país, cinco años después del ingreso.
Combatiente en el conflicto armado surgido en la capital del país, seis años después del ingreso.
Combatiente voluntario en el rescate de rehenes durante la toma de la embajada norteamericana, seis años después del ingreso.
Combatiente en apoyo a la Base Naval Armada durante la toma de las costas marítimas por enemigos extranjeros, siete años después del ingreso.
Obtención del puesto como Teniente en la tropa Alfa del Escuadrón Élite de Inteligencia Militar, ocho años después del ingreso.
Agente de inteligencia en apoyo a las Fuerzas Aéreas del país, nueve años después del ingreso.
Agente de inteligencia en calidad de infiltrado dentro de organizaciones vinculadas a mafias provenientes de países vecinos, nueve años después del ingreso.
Agente de inteligencia en calidad de infiltrado durante la captura del narcotraficante más buscado a nivel internacional, Alejandro Vercelli, diez años después del ingreso.
Me salté las siguientes páginas y quedé en la última.
Escuadrón Élite de Inteligencia Militar.
Expulsión del servicio de la Base Armada.
Por romper los tratados establecidos durante los diez años de servicio dentro del Escuadrón Élite de Inteligencia Militar perteneciente a la Base Armada del país, por traición a la Patria, por atentar, conspirar y desarticular la integridad y organización de las Fuerzas Militares, el agente identificado con el código SE1, Fabio Saravia; es, irrevocablemente, destituido de sus funciones como Teniente de la tropa Alfa, así como de las entidades militares tanto nacionales como internacionales. Por tal motivo, se ordena su captura inmediata para el cumplimiento del castigo constitucional correspondiente, siendo este la ejecución.
Era una nueva realidad.
Fabio está condenado a muerte.
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