02 | Sigo muerto para ti.
—¿Por qué no quieres crecer?
—La verdadera pregunta es: ¿Por qué querría crecer?
—¡Porque así serás libre! Harás lo que quieras sin permiso. Y lo mejor... ¡Nadie te obligará a comer las verduras!
—Me gustan las verduras.
—Había olvidado lo raro que eras, Fabio Saravia.
—No eres la más apta para hablar de rareza, Melanie Ávalos.
Cretino.
—El punto al que voy es que cuando crezcas podrás hacer muchísimas cosas que no pudiste hacer siendo un niño —continué.
—No hay ninguna de esas "cosas" que me llame la atención.
—Tal vez tener una casa.
—Te sorprendería saber cuántas tengo.
—¿Tener dinero?
—¿Más?
—¡Ya sé! ¡Un auto!
Una sonrisa burlona se le formó en los labios antes de probar el café que tenía frente a él.
—No.
—¡Podrías casarte!
El trago se le retuvo en la garganta, haciéndolo toser.
—¿No te gustaría? —insistí.
—Quiero dejar en claro que no todos los adultos se casan.
—¿Tú no quisieras hacerlo?
—No.
Retomó sus intenciones en beber el café, aunque renunció a ellas al último minuto.
—A menos que...
—¿Qué?
Sus inexpresivos ojos negros se encontraron con los míos.
—¿Tú querrías casarte conmigo, Mel?
Él estaba ahí. Él seguía ahí.
—Estás vivo.
No se inmutó con el camino que mis dos dedos hicieron por una de sus mejillas.
—¡Ahí están! —escuché la voz de Culebritas acompañado de sus cómplices.
Fabio se soltó de mi tacto dispuesto a enfrentarlos, hasta que oyó los pasos de mi hermano corriendo junto a mi cuñada en dirección contraria.
—Cobarde. —masculló.
Sostuvo mi muñeca obligándome a dejar mi parálisis para seguir el camino por el que Gabriel se fue.
No lo terminaba de creer.
Me está llevando el muerto, literalmente.
Disminuyó su velocidad al ver que no sería fácil dejar atrás a quienes nos seguían, sacó su arma y con un solo tiro consiguió hacer un orificio perfecto en un enorme tanque de agua que se rompió por la presión y, en consecuencia, cortó el paso de Culebritas y los otros al inundar el camino.
Dio media vuelta, recuperó su rapidez para volver a sostenerme y cubrir mi cuerpo del montón de agua que, por desgracia, se había convertido en nuestro nuevo perseguidor.
Aunque los dos resultamos empapados, su plan había funcionado ya que tanto Culebritas como sus secuaces desaparecieron.
—Sí eras tú. —confirmé en un suspiro al tener sus mojadas facciones cerca de las mías, igual a la noche anterior cuando me sacó del risco.
Entonces Nora no había mentido.
—Hola, Mel.
¿Hola, Mel? ¿En serio? Nueve años dado por muerto, ¿y lo primero que me dices es eso?
Parecía temeroso, no por lo que había pasado con los pandilleros sino por lo que pasaba en esos instantes. Después de casi una década, finalmente él y yo estábamos frente a frente.
—Ya la puedes soltar —expresó mi hermano haciendo que los brazos de Fabio dejaran de rodear mi espalda.
Sin embargo, antes de separarse de mí, cubrió mis hombros con su chaqueta que, a pesar de estar mojada también, me serviría para ocultar lo que la transparencia de mi blusa húmeda dejaba al descubierto.
—De esto es de lo que hablaba. —dijo él evitando la entrada de un silencio incómodo—. Los seguirán buscando hasta ubicarlos. Necesitan esconderse.
—Ya lo intentamos y míranos, estamos aquí de nuevo —se quejó Nora.
—Se trata de conseguir un escondite de verdad, no esos cuartos de mala muerte en donde alguien quiso esconderlas. ¿Verdad, Gabriel?
—¿Tienes alguna sugerencia? —cuestionó ella desviando la atención de Saravia de la mirada asesina de mi hermano.
Pasaron alrededor de treinta minutos para estar frente a aquella sugerencia.
—¿En el bosque? —inquirió mi cuñada.
—No solo en el bosque —le contestó Fabio permitiendo que nuestra atención se centrara en un singular pedazo de tierra sintética.
—¿Un búnker?
—Entren si quieren vivir, de lo contrario, aseguraré todo en diez minutos.
No dijo más y se adelantó en descender para dejarnos solos.
—En estas circunstancias no estoy muy seguro de que encontremos algo mucho mejor. —expresó mi hermano.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que no tenemos de otra.
Nora y yo nos miramos dudosas.
—Entren.
Gabriel dio un paso, pero se detuvo al ver que ninguna se movió.
—Él está de nuestro lado. —fundamentó.
—¿Y tú? ¿De qué lado nos quieres luego de lo que piensas hacer con nosotras?
—Del lado seguro.
Una sonrisa carente de humor se me formó en el rostro, eso junto a mis sospechas de que él ya sabía sobre la falsa muerte de Fabio me hizo hervir la sangre.
—Un momento. ¿A dónde creen que van?
—¿Quieres saber a dónde, Gabriel? —lo enfrentó su novia—. A un sitio en el cual no nos consideren como una carga.
—Por favor...
—Por favor nada. Y no esperes postales para navidad, porque no pienso mandártelas.
—Yo jamás las he llamado "cargas".
—Pues tus acciones sí.
—Nora...
—Adiós.
—¡Oigan!
No hicimos caso.
—¡Bien! —lo oímos rendirse y solo así nuestro paso se detuvo—. Lo haremos.
—¿De verdad? —inquirió Nora.
—De verdad.
—No me convence.
—No tengo porqué mentir. A lo mejor es cierto, debemos estar juntos ahora, como una...
—¿Familia? —supuse.
—Como compañeros de equipo.
—Y el equipo es la familia. Nuestra familia.
Él se me quedó viendo.
—Sí. Supongo que aún somos una familia después de todo.
—¡SÍ!
—¡Nora!
—¡Mi amor, yo sabía que ibas a recapacitar!
—¡Me asfixias!
—Lo siento.
Ella dejó de presionar su cuerpo con el suyo, pero sus brazos no lo soltaron.
—Camina, Melanie. —me ordenó él volviendo a mirarme.
—Tú sabías que estaba vivo.
Ni siquiera se molestó en negarlo.
—Que no lo hayas sabido todos estos años fue lo mejor.
—¿Cómo puedes decirme eso?
—Escucha, Mel, la situación de Fabio es complicada, siempre fue complicada, a pesar de eso, es un buen aliado para nosotros, fue miembro reconocido dentro del escuadrón que nuestro padre dirigió, conoce los movimientos, las armas, tiene un excelente entrenamiento, lo necesitamos aquí.
—¿Y qué quiere a cambio?
—¿A qué te refieres?
—No esperarás que crea que luego de hacerse pasar por muerto durante diez años, vino tirando a la basura su propia mentira para ayudarnos sin ningún interés. Debió pedirte algo.
—Eso no importa.
Y en realidad no importaba. Si se trataba de dinero, teníamos más del que me gustaría admitir enterrado en más de un lugar cuya ubicación solo era conocida por Nora y Gabriel.
—Acepté que se quedaran. Sin embargo, tengo una regla en específico. —condicionó este último cuando quisimos entrar.
—¿Cuál?
—No hagan que me arrepienta.
Sabía que lo dijo específicamente por mí, por lo que le dediqué una sonrisa inocente como respuesta.
Me mentiste y esto no se queda así.
Después de entrar y cerrar, los dos hombres se dirigieron a una de las mesas para sentarse alrededor de ella, mientras que, sin notarlo, mis ojos fueron siguiendo la silueta de Fabio.
—Nació en Italia. Veinte años, metro ochenta y ocho de estatura, el negro de su cabello es natural y sus iris oscuros también. —me murmuró mi cuñada dándome un golpecito con el codo, sin intuir que eran datos que yo ya sabía, hasta que continuó—: Fue uno de los mejores agentes que el escuadrón de tu padre tuvo, dedicó más de la mitad de su vida a su servicio y ahora se ha convertido en uno de los hombres más buscados del país porque lo acusan de estar involucrado en crímenes de mafias extranjeras, la mafia italiana es en donde tiene la mayoría de sus antecedentes.
—Imposible.
—Puedo mostrarte su expediente si no me crees.
—¿Tienes su expediente?
Ella dejó ver un conjunto de hojas engrapadas dentro de la mochila que mi hermano había traído consigo.
—¿Pero cómo...?
—Ya me conoces.
Lo retiró cuando quise tomarlo.
—Lo revisaremos luego. —advirtió dejando la mochila en una de las habitaciones—. Ven, prepararé la cena.
—No es bueno.
—Esta vez no quemaré el arroz, he practicado.
—No hablo de tu comida. Hablo de... Él.
—¿El mafioso?
—¿Cómo se te ocurre que vamos a aliarnos con un mafioso?
—Tu hermano lo conoce desde que eran unos niños.
—Hasta que lo declararon muerto. Muerto por nueve años, Nora. ¿Por qué? ¿Para qué?
—No tenemos tiempo para dudas, Mel. Debemos ir por David antes de que algo terrible ocurra.
Un suspiro abandonó mi cuerpo. No tuve más remedio que asentir y resignarme a dejar atrás una mentira no menos dolorosa que su verdad.
Juntas llegamos a la mesa con el propósito de recibir más explicaciones, Saravia estaba frente a mí evidenciando lo mucho que los años lo habían cambiado.
—Es inevitable —anunció él—. Estamos desapareciendo.
Su voz escalofriante me revolvió el estómago.
—Mapas, registros, en donde sea que busquen, este pueblo estará como inexistente.
—¿Por qué?
—Porque así lo quiere él. Este es su lugar de operaciones, no le conviene que el mundo nos enfoque.
—¿Te refieres a ese hombre al que llaman "Cuervo"?
Asintió.
—Pero, ¿qué es lo que hace con exactitud? ¿Por qué aquí?
—El Cuervo es el líder de la organización criminal más grande que ha existido en este continente. No hay límites para describir lo que hacen y pueden hacer. Poco se sabe de él, su rostro no ha sido visto nunca —puntualizó—. Tiene ojos en todas partes, oídos en cada pared y manos en todas las avenidas.
—En resumen, este pueblo le pertenece.
—Exactamente. Hidforth es su matadero, acá comete todo tipo de...
Se detuvo, intentando buscar la palabra correcta para terminar su oración.
—Barbaridades. —definió—. Eso explica por qué nadie se interesa en nosotros. Saben que esta tierra es de su propiedad, solo él tiene el poder.
—Entonces, ¿estamos solos en esto? ¿nadie podrá ayudarnos para recuperar a David?
—Tendremos que hacerlo por nuestra cuenta. —me contestó—. Y lo que sea que hagamos, se debe hacer ya.
—¿Qué tienes en mente?
—Es muy simple, si Dante les quitó algo valioso, quitémosle algo que también sea valioso para él, algo por lo que sea capaz incluso de intercambiar a David.
—Los relojes. —complementó Gabriel.
—¿Qué relojes? —cuestioné confundida.
—Dante ha coleccionado relojes durante toda su vida —me explicó Gabriel—, dentro de esa colección es en donde ha escondido las pruebas que necesitamos para exhibirlo. A él no le conviene tener a este pueblo en su contra. No dudará en intercambiar a David por los relojes.
—¿Información en relojes? —demandó Nora.
—Nadie sospecharía de lo que un reloj puede esconder —fundamentó Fabio.
—Jamás he oído hablar de algo parecido.
—La tecnología no conoce límites.
—Relojes... —repetí trayendo múltiples recuerdos a mi memoria mientras se me formaba una sonrisa.
—¿Qué es tan gracioso, Melanie? —me reprendió Gabriel.
—Hace años hice algo malo, en castigo, papá me ordenó limpiar el sótano principal de su compañía, mientras lo hacía descubrí una lámina de la pared que no iba acorde con las demás, detrás de ella había una especie de caja fuerte. Pasé semanas enteras yendo a la compañía con el único fin de saber quién era el dueño y qué ocultaba en esa caja. Descubrí que era Dante y no solo eso, lo que tenía escondido en esa caja fuerte era una colección millonaria de relojes. Entonces, ¿no es gracioso pensar en que existe una mínima posibilidad de que esos relojes resultaran ser los que estamos buscando?
Ninguno supo qué decir, salvo el tipo de cabello negro.
—No estoy seguro de qué tan distorsionada esté tu percepción sobre la gracia.
Mi disgusto se fue evidenciando en mis cejas ante lo que Fabio dijo.
—Si es una caja fuerte, debe tener una combinación —supuso mi hermano.
—Si me piden la combinación, no la sé.
—Como lo imaginé, era muy bueno para ser verdad. —se quejó.
—Pero sí sé el punto exacto en donde está la lámina.
—¿Y de qué nos sirve la lámina?
—En esa lámina se encuentra tallada la combinación.
Todos se me quedaron viendo en silencio, como si hubieran escuchado puras incoherencias.
—Matteo... —exhaló Fabio.
Se puso de pie con rapidez para dejarnos solos y continuar hablando con el desconocido mediante su teléfono.
—¡Mel! ¡Y yo que pensaba tirarte a los cocodrilos apenas me sacaras de quicio de nuevo! —me alabó Gabriel sosteniéndome por las mejillas—. ¿Por qué rayos no me lo dijiste antes?
—No se me hizo raro en ese entonces, esos relojes son muy costosos, creí que solo quería mantenerlos seguros para evitar que se los roben.
—Ya está arreglado. Tenemos que entrar a esa compañía. —aseveró Saravia regresando.
—¡Eso es imposible! —respondió Nora de inmediato—. Dante ha llenado cada pasillo con sus hombres.
—Hallaremos la forma.
—¿Cuánto tardaremos? —interrogué.
—Días, semanas, incluso meses. Depende del tiempo que nos lleve conseguir lo que necesitamos.
—¿Y qué necesitan?
—Armas. —fue lo que contestó Fabio.
—Vayamos a conseguir esas armas.
—No todas las formas de conseguirlas son sencillas. —explicó Gabriel—. Gentiles o violentas, siempre dependerá de la situación.
—¡¿QUÉ?!
Él volteó a verme enojado por mi escándalo.
—¡¿ESTÁN LOCOS?!
—Cálmate...
—¡¿CALMARME?! Dicen que podrían atentar contra la vida de muchas personas, ¡¿y pides que me calme?!
—Es una posibilidad.
—¡¿CÓMO QUE UNA POSIBILIDAD?!
—No te ofendas, Melanie, pero me caías mucho mejor cuando estabas... Callada. —manifestó Fabio antes de dar un sorbo a su taza de café.
Ni siquiera recibió mi mirada asesina ya que mi cuerpo se sobresaltó al ver a mi hermano y a Nora ponerse de pie con violencia para apuntar directamente al sonriente tipo que, sin ninguna explicación, apareció frente a nosotros, y quien los apuntó de vuelta.
—Tranquilos —los calmó Saravia colocándose delante del extraño—, está conmigo.
—Jamás lo mencionaste. —reclamó Gabriel.
—No creí que sería problema.
—Lo es.
—Bajen las armas. Yo confío en él, nos ayudará.
El brazo de mi hermano no flaqueó y el de su novia tampoco.
—Acordamos que lo haríamos a mi manera —insistió Fabio dirigiéndose a Gabriel—. Esta es la manera. Esta es mi gente. Fue la única condición que tuve para ayudarte y tú la aceptaste.
—Nunca la detallaste.
Fabio intensificó mi miedo al levantar su arma direccionada a él.
—Nunca me pediste que lo hiciera.
—Hicimos un trato —dictaminó mi hermano—, un trato que bajo ninguna circunstancia podíamos romper, salvo que uno de los dos...
—¿Muriese?
Gabriel recargó su arma.
—No me creas incapaz de hacerlo.
Sin miedo, Fabio hizo lo mismo.
—Eres incapaz de hacerlo.
—De lo que son incapaces es de comportarse como personas civilizadas —intervine—. Hay una red allá afuera arruinando la vida de inocentes, entre ellos la de mi hermano de solo diez años, y ustedes están aquí perdiendo el tiempo con tonterías. Los creí más profesionales.
Nadie dijo nada. Nora fue la primera en bajar el brazo seguida por Gabriel, este último sin perder su actitud amenazante con los otros dos hombres.
—De todas las entradas que he tenido, esta se convirtió en mi favorita —reveló el desconocido con la sonrisa que no se le había borrado desde que apareció.
Guardó el arma en su cinturón y con voz firme se presentó:
—Raúl Elyar, mis amigos me llaman «El Ruso», mucho gusto.
—¿Eres ruso? —preguntó mi cuñada intentando aliviar el ambiente.
—No, solo me gustó el seudónimo.
—Ah...
—Raúl está al tanto de todo —explicó Fabio ocultando su arma también—. Ejerció funciones en el comando del escuadrón junto a mí; funciones que no me molestaré en detallar.
—Pues lo hago yo —interfirió él—. Soy considerado uno de los mejores y más letales francotiradores de este lado del mundo.
—No exageres. —protestó Fabio.
—Participé de encubierto en siete misiones, de las cuales todas resultaron exitosas, y tuve a mi cargo el resguardo de más de dos presidentes alrededor del continente.
Quedó frente a mí, tomándome la mano para oír mi nombre:
—Melanie Ávalos.
—¡Así que ustedes son los hermanos Ávalos! —exclamó dejando más en evidencia sus iris pardos—. Un ser inmortal me habló de ustedes, espero no haber llegado muy tarde.
—Descuida. —lo excusó Gabriel sin mostrarse amistoso.
—¿Quién es ese «ser inmortal»? —interrogué curiosa.
—Mi teniente, por supuesto —me contestó—, el que está a mi derecha.
Saravia solo entrecerró los ojos con molestia, confirmando que se refería a él.
—¿Por qué «Inmortal»?
—Porque a este hombre nada lo mata, nada.
Por la cabeza se me cruzó la idea de clavarle a Fabio el cuchillo de cocina y comprobar si era tan inmortal como se presumía.
—Como les decía —repuso este último—, no podemos hacer esto solos. Raúl se ha ofrecido a ayudar.
—Lo correcto sería decir que me has obligado.
—Ofrecido.
—Bien, bien. Si tú lo dices.
Muchas inseguridades se apropiaron de mí. Entendía que aquellos dos hombres no eran mansas palomas, entendía que Fabio ya no era Fabio, al menos no el que conocí cuando era una niña, y entendía que, pese a nuestras intenciones, las cosas que ellos harían no siempre serían de forma correcta.
—Injusticia. Estoy segura de que es una completa injusticia.
—¿Y usted es...?
—¡Mel!
David se abrió camino para correr hacia mí.
—Yo soy la representante de este niño y su segunda hermana mayor. ¿Quiere alguien explicarme por qué no está en clase como los demás?
—Por la preocupante razón de que su hermano golpeó a uno de sus amigos. El pobre muchacho resultó con el labio partido y la nariz rota.
—¿Ah, sí? ¿Al menos ya le preguntó por qué lo hizo? ¿O solo lo ha juzgado sin darle la oportunidad de defenderse?
—Señorita, no es la primera vez que evidenciamos las actitudes violentas de su hermano. No está bien que un niño de su edad tenga ataques de ira solo porque un amigo suyo ocupó su lugar sin permiso.
No tenía más argumentos. Miré de reojo a David y él hizo lo mismo conmigo.
—Él no es mi amigo. —manifestó mi hermanito creyendo que eso serviría.
—El director está de acuerdo en expulsarlo por dos semanas.
—¡¿Dos semanas?! —gritamos tanto él como yo.
Si Dante se enteraba lo iba a masacrar, no existía manera de esconder a David por dos semanas.
—Necesito que firme esta constancia y se lo lleve.
La mujer dejó una hoja junto con un lapicero ante mí para después regresar a su escritorio.
Volví a enfocar a mi hermano, quien permanecía sentado en la esquina de castigo, sus ojos tristes ya habían aceptado recibir el enojo de nuestro tío apenas llegáramos a casa, pero todo ello produjo un efecto inverso en mí.
—La expulsión me parece precipitada, estoy segura de que podemos hallar una solución. —alegué en voz alta haciendo que la secretaria regresara a mirarme.
—¿Hablar con sus padres? ¿Buscar ayuda profesional? Conozco psicólogos excelentes que sabrían cómo tratar a...
—Dígame una cifra. La que sea.
—¿Disculpe?
—¿Tres mil está bien?
—¿Me está intentando sobornar?
—Esa palabra es horrorosa, cambiémosla por "enmendar" —saqué los billetes de mi mochila y se los dejé sobre la mesa—. Es un reconocimiento por las molestias causadas y una garantía de que no volverá a pasar.
Ella vio con detenimiento el dinero. Pareció estar convencida hasta que levantó el teléfono.
—Melanie.
Tanto David como yo levantamos la cabeza al oír la voz de Gabriel.
—¿Qué hiciste?
—Joven Ávalos —lo llamó la desabrida de la secretaria.
Él nos dio una última mirada amenazante y fue con ella para solucionar el nuevo conflicto en el que nos metí.
—Lo siento. —se disculpó mi hermanito.
—Fue mi culpa. Debí ofrecerle más dinero.
—No merezco que me defiendas, yo sí lo golpeé.
—Eres mi hermano, David, te defenderé hagas lo que hagas.
—Dante me da miedo y como tú dijiste que podía llamarte cada vez que tuviera problemas...
—Y es así —confirmé—. Vendré por ti aunque me encuentre al otro lado del mundo, jamás lo dudes.
Cerré los párpados y pensé en él.
No dejes de confiar en que iré por ti.
Conversamos referente a nuestras vidas por un largo rato, no quise hablar mucho, no era importante ni conveniente hacerlo delante de un par de extraños.
—No deseo amargarles la noche, pero debo irme. —anunció Raúl.
—Son las doce, ¿te irás ahora? ¿a dónde?
—Tengo asuntos irrelevantes que hacer.
—Imagino que son irrelevantes teniendo en cuenta todo lo que he escuchado de ti —ironicé.
—¿Siempre eres así de desconfiada?
—Solo con genocidas en potencia.
Raúl posó sus ojos miel en mí y me observó con seriedad.
—Me agradas. —terminó de decir.
Abrí bien los párpados sin saber qué contestar. Elyar volvió a despedirse para desaparecer y dejarme con mil dudas.
—¿Cómo lo conociste? —le consultó mi hermano a nuestro acompañante, refiriéndose al Ruso.
—Estuve a punto de matarlo.
Lo dijo con tal naturalidad que mis articulaciones se helaron.
—¿Lo ibas a matar?
—Ambos pertenecíamos a la tropa élite del escuadrón. —explicó—. Solían llamarle «Vecina», es igual de chismoso que una y su defecto lo llevó a descubrir lo que nos escondían. Encaró a uno de los encargados y esparció la noticia por todas las bases apenas se enteró. Fui yo quien recibió la misión de callarlo.
—Por lo visto, no lo hiciste.
—Le di el beneficio de la duda, a fin de cuentas, también tenía mis sospechas. Con el tiempo descubrí que él decía la verdad, así que juntos escapamos de la base de ese escuadrón, y aquí nos tienen.
—¿Y desde ese momento son amigos?
—No, no se confundan, tarde o temprano uno de los dos traicionará al otro. Raúl y yo no somos amigos.
Nos quedamos sin nada que decir.
—¿Qué fue lo que descubrieron? —me atreví a cuestionar.
Saravia miró a mi hermano por unos segundos, como si necesitara su permiso de contestar, y lo obtuvo.
—Una red dirigida por El Cuervo, varios de sus integrantes estaban dentro de las fuerzas armadas, se encargaban de encubrir asesinatos, redistribuir los cargamentos de droga decomisados, y, de manera más específica, establecer alianzas con traficantes.
Bajé la cabeza, deseando no escuchar más.
—Es su especialidad —añadió—. Secuestran personas y las venden como si fueran un pedazo de carne para fines indescriptibles.
—¿Se lo contaste a alguien? ¿Nadie podía intervenir?
—Había un comandante, él descubrió ciertos temas y se lo comunicó a uno de sus superiores. Pasados tres días lo encontraron muerto.
—Dios mío...
—¿No se supone que ese escuadrón es una organización correcta? —inquirió Nora.
—El problema no es el escuadrón —aclaró Fabio—, sino quienes lo dirigen. Y quienes lo dirigen ahora son personas iguales o peores a Dante.
—¿Ellos también están en nuestra contra?
—Me están buscando, si me encuentran pueden hallarlos a ustedes.
Nora y yo nos encogimos de hombros.
A todas luces, «eso» era mucho más grande que las dos, mucho más grande que todos juntos.
—Fuera de ello, no tienes de qué preocuparte —estableció él enfocándome con sus ojos negros—. Este es un sitio en donde nadie las podría ubicar. Pueden vivir cómodamente aquí en lo que dura el rescate de David.
—¿Me estás diciendo que nosotras...?
—Se ocultarán en este lugar. Sí.
Giré hacia mi hermano, confiando en que desmentiría aquello.
—De eso se trata, Mel —justificó este último—. Dijeron que querían estar conmigo hasta que esto se solucione, ¿cierto?
—Sí, pero...
—Así será. Solo por el pequeñísimo detalle de que ustedes permanecerán acá.
Volteé desconcertada en dirección a Nora, y cuando iba a reclamar, ella me robó la oportunidad.
—¡Nora!
Gabriel la sujetó evitando que se desvaneciera.
—Háblame, ¿estás bien?
—Necesito dormir, tú crees que podamos...
No la dejó terminar debido a que la tomó en brazos para salir de la cocina en dirección a uno de los cuartos. Sin embargo, antes de que desaparecieran por completo, ella me guiñó el ojo.
—Debí saberlo.
—¿Qué él las mantendría aquí? —adivinó Fabio al escucharme pensar en voz alta.
—¿Te dijo que lo haría?
—Las personas como Gabriel son predecibles.
—Ese... Miserable.
—Solo las quiere proteger.
—¿Encerrándonos?
—No lo entiendes.
—Por supuesto que no lo entiendo, y, sobre todo, no lo acepto. Él me necesita.
—Viva. —complementó—. Te necesita viva.
—Viviré.
—¿Cómo estás tan segura?
—Solo lo sé.
—Eso sí es absurdo.
—No puedes ponerte en mis zapatos, Fabio. Morir o vivir, haría ambas cosas por mis hermanos.
Sostuvo su taza de café sin dejar de mirarme.
—No tengo a nadie por quién sacrificarme, ¿eso quieres decir?
Oh, no.
—Bueno... Yo... Supe que tus padres fallecieron hace dos años, ellos eran la única familia que tú tenías... Perdóname, no quise dar a entender...
—Está bien.
No mostró tristeza ni algo parecido o contrario a ella.
Al menos no ha cambiado en ese aspecto.
Pero en el fondo sabía que, aunque algunas actitudes suyas persistían, no quedaba rastro de aquel niño que jugaba conmigo frente al estanque de cisnes. No había ninguna señal del niño de quien estuve enamorada durante toda mi infancia.
—Gracias por haberme sacado del río anoche. —Busqué cambiar de tema.
—No estaba seguro de qué tan certero había sido eso, pero tu agradecimiento me da un indicio.
Sonreí.
—¿Cómo es eso de que nada te mata?
—Vivo con el eterno conflicto sobre si la muerte me odia o en realidad me ama.
—Entonces, si te avientas a una fosa, ¿sales ileso?
—No de ese modo. Me refiero a que muchas veces parecía ser mi hora, estaba a punto de morir y, por alguna razón, no pasaba.
—Puede ser suerte.
—Sí, puede ser.
—¿Desde hace cuánto estás aquí?
—Desde ayer.
—Quieres decir que, después de nueve años, pusiste un pie en Hidforth, ¿ayer?
—No, estuve en este pueblo hace tres años de forma encubierta por una misión, junto a Raúl.
—¿Puedo saber cuál fue la misión?
—Era un trabajo especial. Mataron a la esposa de un comandante, el asesino se escondió en este pueblo por lo cual varios compañeros y yo le seguimos los pasos.
—¿Lo atraparon?
—Sí. —admitió satisfecho—. Lo hicimos el día de tu graduación de secundaria.
Alcé mis ojos a él, sin creerlo.
—¿Qué?
—Lo recuerdo bien. Ocho de diciembre, tú llevabas un vestido azul cielo y diminutas flores blancas en el cabello. Te veías feliz, hasta que miraste por algunos segundos a mi dirección.
—Déjame adivinar: Te escondiste.
—No tuve otra alternativa.
Bebió un poco más.
—Me dio gusto verte a pesar de todo. Estabas muy bonita.
No me importaban sus halagos, no cuando su mentira todavía persistía.
—¿Por qué no te acercaste? —interpelé esperando oír lo que quería oír.
No lo dijo.
—No tenía por qué hacerlo.
Fue como recibir una bofetada llena de indiferencia y eso no pareció importarle. En realidad, nada parecía importarle, solo él mismo.
—¿Has continuado con el ballet?
Un cosquilleo particular recorrió mis extremidades mientras el corazón se me encogió.
—No.
Su rostro se descentralizó.
—¿Cómo es posible?
—Mi padre reemplazó mis ensayos de ballet por horas de entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo.
—Lo lamento. —se inquietó como si no hubiera olvidado lo mucho que el ballet significaba para mí.
No lo observé debido a que no iba a permitir que notara la tristeza en mis ojos.
Alejó su taza de café y se puso de pie.
—Será un día largo mañana. Ven conmigo, te mostraré tu habitación.
Con un solo trago terminé el contenido de mi bebida para seguirlo hacia el oscuro pasadizo por el cual mi hermano llevó a Nora.
—Los cuartos no son tan amplios como se quisiera, pero espero que sirvan.
—De mucho. Gracias.
—Ahora te dejaré descansar. Tanto Nora como tú se quedan en su casa, siéntanse en la confianza de estar aquí, según lo que sé, Gabriel vendrá a verlas cada día, estarán bien.
—¿Y tú? —inquirí apartando mi atención del ambiente—. ¿No vendrás?
—No hay motivo por el que yo tenga que regresar. Acompañar a tu hermano hasta este lugar significaría un riesgo para ustedes.
—Así que vas a desaparecer.
—Es un medio factible para conseguir un fin.
—Como hace diez años. —encaré mirándolo a los ojos.
Ignoró lo que dije con habilidad.
—Cuídate, Mel.
Me dio la espalda y comenzó a alejarse, dispuesto a pasar por alto todas las interrogantes que yo tenía y que, creí, no conseguiría hacer.
Su muerte se convirtió en un trauma que arrastré durante años, me instalé la idea de que jamás volvería a verlo, de que él no era el único que se iría a lo largo de mi existencia y me obligué aceptarlo. Pero en esos momentos me encontraba en un conflicto interno ya que mi creencia se había desmoronado.
—¿Qué pasó? —expulsé por fin.
Las manos me empezaron a sudar al ver que él no siguió avanzando. Regresó a mirarme con su par de indiferentes ojos negros, logrando que por un momento me arrepintiera.
Había una razón que justificara su mentira y yo necesitaba saberla. Necesitaba entenderlo para, finalmente, acabar de soltarlo.
—Fueron diez años. Diez años en los que te creí muerto. ¿Dónde estuviste, Fabio? ¿En qué te convirtieron?
Llegué a refugiarme en la posibilidad de que, en nombre de la amistad que tuvimos, me diría la verdad.
—No dejes de creerlo —escupió sin piedad—, sigo estando muerto para ti.
Continuó su camino y se detuvo en medio de la puerta de la habitación, desde donde regresó a contemplarme.
—Adiós, Melanie. —concluyó.
Fue entonces que al fin percibí la humedad de mi cuerpo debido a que seguía con la ropa mojada. El desconcierto me impidió contestar y solo me dejó quieta, viéndolo perderse en el resto de la oscuridad.
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