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01 | La silueta de tu esencia.

Melanie.

Cuando tenía diez años, me fue formulada la típica pregunta:

¿Cuál es tu propósito en la vida?

Recuerdo bien haber sido motivo de burla por mi respuesta.

—Morir.

Era lo más lógico. Todos los que nos encontrábamos dentro de ese salón de clase íbamos a morir en un determinado tiempo y espacio. Conscientes o no, cada uno compartía el mismo destino.

Sin embargo, podría considerar a mi respuesta como incompleta.

El propósito de la vida es estar listos para morir.

Sabía que yo iba a morir un día, pero no sabía si estaría lista para hacerlo.

Dado que era muy pequeña en ese entonces, mis ideas relacionadas con la muerte dejaron de tener relevancia y dediqué mis pensamientos a otro tipo de cosas, consiguiendo llevar una vida ciertamente ordinaria. Hasta aquella noche, ocho años después, cuando desperté y me encontré en medio de los brazos de un hombre al que nunca antes había visto, ambos estábamos al borde de un risco, bajo por el cual un río pasaba.

Mi cabeza estaba adolorida, mis extremidades habían sido amarradas con una cuerda, y un extraño presentimiento me hacía creer que, por alguna razón, aquel hombre que me sostenía no dudaría en soltarme hacia las aguas del río.

—Gabriel... —llamé a mi hermano apenas pude identificarlo.

Con ambos brazos él cubría a Nora, su novia, del par de sujetos que también los tenían acorralados con sus armas.

—Gabriel, ¿qué pasa?

—Fue lo que ocasionaste —articuló el extraño que me tenía cautiva, dirigiéndose a él—, lo que tú elegiste.

—¡NO! ¡¿QUÉ HACES?! ¡DÉJAME! ¡GABRIEL! —Usé todas mis energías para gritar y patalear en el momento en que el tipo inclinó mi cuerpo al agua—. ¡GABRIEL! ¡AYÚDAME! ¡GABRIEL!

—Despídete, Gabriel. Despídete de tu hermana.

—¡NO! ¡GABRIEL!

Sus ojos verdes no quisieron seguir viéndome pelear y se cerraron con fuerza para luego desaparecer de mi campo visual al ser tirada.

Las palabras de mi padre regresaron a mis recuerdos. Pensé en aquellas aves, en el tiempo que necesitaban antes de salir del cascarón, y luego de tantos años entendí que él solo había complementado mi creencia.

Se trata de sobrevivir mientras conseguimos valor para morir.

Fui arrastrada por las oscuras aguas del río hacia la profundidad de este. La manera en cómo mis manos y pies habían sido atados me imposibilitó intentar liberarme.

El peso me fue hundiendo, era cuestión de minutos para que en medio del silencio mis pulmones se inundaran y mi corazón dejara de latir. Tuve resignación al comprender que no había posibilidad de volver a la superficie, entonces, con humildad, admití lo evidente.

No estoy lista.

Mientras mi vida colgaba de un hilo, vi nuevos movimientos en las aguas. Una silueta desconocida, que parecía ser la de un hombre, también había caído, pero a diferencia de mí tuvo un clavado perfectamente calculado que lo llevó a mi dirección, y antes de que él pudiera tocarme, mi conciencia decidió no acompañarme más.

Mi espíritu, con solo dieciocho años, estaba lleno de sueños frustrados, de ausencias a las que yo no me había resignado, de incertidumbres que no resolví. Aunque todo ello era insignificante para la injusticia de la muerte.

Muerte.

Y antes de al fin conocerla, mi torso se levantó de golpe, haciéndome despertar dentro de una extraña habitación.

No sabía cuánto tiempo había pasado, no sabía dónde me encontraba, y, sobre todo, no sabía si estaba viva o si todo se había tratado de un simple sueño. Mi visión se fue aclarando hasta reconocer el larguísimo cabello pelirrojo de mi cuñada, quien parecía estar peleando a muerte con los huevos pegados en la sartén.

—¿Nora?

—¡MELANIE!

Mi cuñada soltó la sartén y corrió a mí para envolver mi cuello con sus brazos.

—Gracias al cielo —expulsó en un suspiro—. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo están tus heridas?

Descubrió la cama y se paseó por toda mi piel visible.

—He intentado desinflamarlas, es mejor que esperes un tiempo antes de levantarte. ¿Tienes hambre? ¿Sed?

—¿Qué pasó?

No hizo caso y me alcanzó un plato con huevos fritos junto a una taza de café.

—Sabes que no soy muy buena cocinando, pero doy fe de que aún no he matado a nadie.

—Nora —la detuve haciendo a un lado la comida—. ¿Qué pasó?

Un suspiro que no pareció relajar su pecho hizo que no me mantuviera la mirada y con ello confirmé que todo lo que pasó la noche anterior en el risco no había sido un sueño. El tono esmeralda de sus ojos no había perdido el miedo, su blanquísima piel seguía moreteada, era evidente que lo que sea en lo que estábamos involucrados no era un simple problema de adolescentes.

—¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué querían? —insistí—. ¿Dónde está Gabriel? ¿Por qué dejó que me lanzaran a ese río?

—Tranquilízate...

—¡Nos quisieron matar, Nora! No me pidas que me tranquilice. Ese tipo ni siquiera tuvo piedad, y ¿sabes una cosa? Creo fielmente que cualquiera que fuese el motivo que él tenía, fue causado por mi hermano.

—Tu hermano hizo lo que hizo por nosotros —saltó ella a la defensa de su novio.

—¿Y qué fue lo que hizo?

—Él quiso evitarlo.

Evitar. 

Esa sola palabra hizo que mi mente trajera los recuerdos de la conversación que tuve con Gabriel hace ya varios años.  

—Gabriel, por favor...

—No.

—Soy tu hermana, puedes confiar en mí.

—¿Aunque estés drogada?

—No estoy tan...

—¿Cuántos dedos te estoy mostrando?

—Dos. —contesté con firmeza y lo oí resoplar frustrado.

—Ni siquiera he sacado las manos de mis bolsillos, Melanie.

—Siéntate —empujé su cuerpo hacia la cama—. Ahora, dime, ¿qué es eso tan grave que intentas evitar?

—No eres precisamente la persona con quien quiero hablarlo.

—Nunca he sido la persona con la que tú quisieras hablar.

—Escucha, Mel. Esto es malo, muy malo, ¿de acuerdo? Por ninguna razón debes repetirlo ni mucho menos contárselo a alguien más.

—Yo juro por la patria, por mi honor y por...

—Déjate de tonterías. —me calló—. Todo ha sido una mentira. Siempre fue una mentira. Tú y yo...

Desistió en continuar su oración y la cambió por otra.

—Mientras ellos estén cerca, tú y yo corremos peligro. No somos más que seres esperando ser descartados, ellos mismos están esperando el momento indicado para hacer lo que tienen que hacer y no estoy seguro de que yo pueda con ello, no estoy seguro de que tú estés lista hasta ese entonces.

—Eso es... Macabro.

—Me consuela que lo comprendas.

—Solo tengo una pregunta.

—¿Cuál?

—¿Por qué tu cara se está derritiendo?

—Dios mío —cubrí mi boca con ambas manos—. ¡Él me lo dijo!

—¿De qué hablas?

—¡Gabriel me lo dijo hace años, Nora! No lo hizo directamente, pero me dio indicios, y yo... ¡Soy una completa estúpida! ¡Él tenía razón! Olvidé lo que me contó esa noche.

—¿Qué fue lo que te dijo? —interpeló ella acercándose más—. ¿Te confesó que ustedes...?

—Me habló de "Ellos", estaba convencido de que significaban un peligro para nosotros porque querían hacernos daño, pero nunca me mencionó quiénes eran.

—¿Solo te comentó eso?

—¿Debió decir algo más?

—Mel, debes saber...

—Esto ya es lo suficientemente dramático, Nora. Ve al punto.

Ella me observó por varios segundos.

—Debes saber que uno de "Ellos" estuvo más cerca de lo que creíamos. Uno de ellos es tu tío Dante.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste, Melanie, Dante es quien está detrás de todo, él ordenó que nos secuestraran anoche, él ordenó que te tiraran al risco y también ordenó que nos mataran. Todos íbamos a morir esa noche porque él quería que así fuera.

—Pero... ¿Dante? ¿Por qué nos haría algo así?

—Porque Gabriel y yo descubrimos sus secretos, matarnos era su forma de silenciarnos, de esa manera se iba a asegurar de que nadie más que nosotros supiera jamás que las desapariciones de mujeres y niños que ha habido en este pueblo es por él, él los rapta y luego los vende a una red criminal liderada por un hombre al que llaman "Cuervo".

—¿Cuervo?

—Más adelante te hablaré de él. Por el momento te pido que tomes esto con...

—¡¿Estás bromeando?! ¡¿Por qué recién me lo dices ahora?!

—Debí hacerlo hace mucho, lo sé, simplemente pensé que Gabriel y yo podríamos solucionarlo antes de que pasara lo que pasó.

—¿Desde hace cuánto lo sabías?

—Mel, te pedí que mantuvieras la calma.

—¡Al diablo la calma! Decenas de personas han sido raptadas sin dejar rastro y tú jamás te molestaste en decirme que yo estaba viviendo al lado del culpable.

—¡No era tan simple! Estamos hablando de una organización muy bien camuflada en este país. Dante no es el único que pertenece a ella.

—No, no, no... ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta?

—No te martirices, no era tu responsabilidad.

—Unos hombres liderados por mi supuesto tío estuvieron a punto de desaparecernos anoche y yo no pude hacer algo. Claro que era mi responsabilidad, tenía que cuidar de Gabriel y de...

De golpe, el nombre de mi hermano menor se adueñó de mi mente.

—¿Dónde está David? —pregunté.

Los ojos de mi cuñada se cerraron con culpa, dándome un indicio de su respuesta.

—¿Dónde está David, Nora?

—Hubieron... Dificultades.

—¿Qué le hicieron a mi hermanito?

—Te desmayaste. Eran cuatro hombres contra Gabriel, él hizo lo que pudo para protegerte y proteger a David...

—¡¿Dónde está?!

—Dante se lo llevó.

—¡Maldito cobarde! —sentencié refiriéndome a mi tío—. Tuvo que dejarme inconsciente para que yo no lo enfrente, ni siquiera me dio la opción de defenderme ni de defender a mis hermanos.

—No, no, no, vuelve a la cama, todavía estás débil.

—Mi debilidad no es nada si lo comparamos a cómo puede estar David.

—David estará bien.

—¿Cómo estás tan segura? ¿Quién te garantiza que mi hermanito no está muerto ahora mismo?

—¡Gabriel fue por él!

Mi cuerpo se paralizó y no me dejó creer lo que oí.

—¿Qué?

—No podíamos perder tiempo. —se excusó ella—. Todo pasó muy rápido, él solo...

—¿Hace cuánto salió?

—Tres horas —contestó frotándose el codo derecho—, y veintisiete minutos.

No era un sueño, parte de mi piel ya había empezado a sangrar debido a mis pellizcos.

—Me prometió que volvería.

—Gabriel es experto en hacer promesas y nunca cumplirlas, Nora.

—Dijo que se iba a cuidar.

—¿Y eso te basta? Dante es el Coronel de la policía, no permitirá que sus hombres lo dejen vivo. ¡Hasta podría matarlo con sus propias manos!

—Yo confío en Gabriel, Melanie. Él no se dejará matar fácilmente.

Conocía el perfil de mi hermano y a pesar de que sabía a grandes rasgos sobre su habilidad para el manejo de armas, seguía existiendo un factor importante encarnado en un niño de diez años.

—Tenemos a toda la policía de Hidforth pisándonos los talones ahora mismo —siguió ella—, salir a las calles sería como entregarnos a ellos.

—No me importa. —escupí decidida a irme.

—¡Vas a cometer una barbaridad!

—¡Mis hermanos están allá afuera!

—¡Tus hermanos no están solos! —me gritó y, de nuevo, se arrepintió—. Quiero decir... Gabriel... Él no está solo.

—¿Fue con alguien?

—Parecido.

—¿Quién?

—Se supone que no me harías muchas preguntas...

—¿Quién más está involucrado en esto, Nora?

—Un... Un muchacho.

—¿Qué muchacho?

—El que evitó que te ahogaras en ese río.

A mi memoria traje aquella silueta que visualicé cuando me encontraba en el fondo del risco.

Yo lo conocía. Lo había visto en algún lugar. Alguna vez.

—Fue muy extraño —manifestó dándome la espalda.

—¿Extraño?

—Ni siquiera habíamos notado su presencia, él solo apareció y se lanzó detrás de ti cuando te lanzaron al agua.

—Esto no está bien.

—Lo sé, tu hermano y él no parecen tener una buena relación. Temo que se convierta en un nuevo enemigo para nosotros.

—¿Cuál es su nombre?

—¡Esto es increíble!

—Nora, por favor...

—¿Cuántas preguntas me harás? ¿Eh?

—Esta será la última. Necesito el nombre.

—No tiene caso.

—Si no me dices el nombre, voy a...

—Fabio. —pronunció dejándome helada—. Fabio Saravia.

La puerta emitió un ruido debido a que alguien tocó. Ambas nos petrificamos por eternos segundos, dándome la oportunidad para que mi mente se trasladara diez años atrás:

A mis ocho años, amaba el ballet. Las melodías. Los movimientos. Las figuras en donde podía verlo.

—¿Intentas imitarlo?

—Intento ser delicada.

—¿Un cisne es delicado?

—Es la representación exacta de "delicadeza".

—Patético.

Detuve el levantamiento de mis manos para regresar a ver con enojo al dueño de aquellas dos palabras.

—¿Qué acabas de decir? —lo enfrenté.

—¿Esperas que crea que no me escuchaste?

—Espero que seas valiente para repetirlo.

Luego de ello, la imagen de un elegante niño con traje negro se presentó al salir de las sombras.

—Dije que es patético.

Me llevó tiempo entender que nunca antes lo había visto, y solo eso bastó para sentir inseguridad.

—¿Quién eres?

Dio unos cuantos pasos más provocando que yo buscara a mi hermano o a mis padres con los ojos, aunque por la cantidad de personas en esa fiesta no logré encontrarlos.

—Fabio Saravia. Hijo de Eduardo y Alina Saravia, los dueños de esta casa.

Mi pecho se relajó. Conocía a sus papás, eran muy cercanos a los míos por lo que había escuchado aquel nombre un par de veces.

—Melanie Ávalos. —contesté tomando su mano estirada en mi dirección.

—Hija del Comandante Darío y Daysi Ávalos. ¿Correcto?

—Sí.

—¿Qué haces aquí, Melanie Ávalos?

—Tus padres invitaron a mis padres a esta reunión, están celebrando tu décimo cumpleaños y...

—Me refiero al estanque —interrumpió mirando a los cisnes, a diferencia de mí, sin sentir ni el más mínimo asombro—, la fiesta es del otro lado.

—¿Puedo preguntar por qué no estás en ella tú también?

Mantuvo sus ojos lejos de mí.

—No pareces cómodo.

—Estoy cansado.

—¿De la fiesta?

—De existir.

—¿No te gustan los cumpleaños?

—En lo absoluto.

—¿Por qué hiciste una fiesta de cumpleaños si no te gustan los cumpleaños?

—¿Te parece que esto es obra mía? —me reclamó, pero un segundo después su tono de voz se redujo—. Es imposible decirle que no a mi madre.

—Así que tu madre organizó esto.

Él asintió.

—Estoy segura de que lo hizo para que te diviertas. Tus amigos están aquí, anímate, no es tan malo.

—Lo es cuando ella tiene que pagar a esos "amigos" para que accedan a venir.

—No estés tan seguro, a mí no me pagó y he venido.

—Tú y yo no somos amigos.

—¿No quieres que lo seamos?

—Soy lo suficientemente selectivo como para ser amigo de una extraña que se cree un ave.

—¡Estaba practicando!

—¿Quieres ser un cisne en tu próxima vida?

—Seré un cisne la semana siguiente.

Sus ojos negros cambiaron tanto que me hicieron reír.

—En la presentación de ballet —expliqué—, seré Odette; la reina cisne.

—Lo suponía.

—¿Te gusta el ballet?

—¿Tengo cara de que me guste el ballet?

—Tienes cara de que nada en este mundo te gusta.

—Ahí tienes tu respuesta.

—¿Has ido a alguna presentación?

—No.

—¿Quieres ir a la mía?

Su silencio no me importó.

—Traje una invitación. Era para tus padres, pero da igual si te la doy a ti, ¿verdad?

No permití que me contestara debido a que lo hice tomar el sobre.

—Soy la primera niña de mi edad que logra obtener un papel tan importante dentro de la compañía, es mi primer estelar y estoy invitando a todo el mundo. Ve, te va a gustar.

—Por supuesto que no irá —se anunció una nueva voz—, no es lugar para alguien cuyo mayor sueño es ser un agente secreto.

—Gabriel. —reprendí a mi hermano.

—¿Qué? ¿Me he equivocado en algo?

—Tal vez en nacer. —le contestó Fabio despreocupado, sin apartar sus ojos de la invitación.

—Muy bien, es hora de irnos. —ordené sosteniendo a mi hermano por uno de sus brazos cuando este caminó con aires amenazadores hacia el muchacho.

Avanzamos un par de metros hasta que volví a mirar al misterioso niño que habíamos dejado atrás. Levanté una mano en señal de despedida, acto que él no respondió y no me importó, pues, dejando a un lado su seriedad, me agradó.

Tocaron por segunda ocasión.

La cara horrorizada de Nora se interceptó con la mía, como si también supiera que quien estaba tras esa puerta no era un ser inofensivo.

—Sal tú primero. —dispuso mi cuñada luego de abrir una de las ventanas.

—Quizá Gabriel ha regresado.

Ella negó con la cabeza y tomó una de mis muñecas para obligarme a caminar.

—Gabriel tiene la llave. —confesó al borde de la histeria.

—Nora...

Se recogió el cabello antes de inclinarse al piso y mover una de las tablas, dejando expuesta un arma que tenía escondida.

—Adelántate. Yo te cubro.

—¡Pero ni siquiera sabes disparar! —exclamé, y un segundo después dos tipos aparecieron en seguida de romper la cerradura.

Ella se ocultó detrás de un armario contradiciendo mi afirmación y dejándome en claro que sabía usar una pistola incluso sin abrir los ojos.

El sonido de las balas hizo que mi instinto de huir se active para cumplir su petición y usar la ventana como escape.

—¡Corre!

—¡¿A dónde?!

—¡A DONDE SEA!

El aliento me abandonó.

—Me siento ignorado ahora mismo.

—Es lo menos que mereces, Fabio Saravia.

—¿Merezco que me ignores?

—¡Mereces que te odie!

—¿Por qué?

—No fuiste a mi presentación, no me dejaste probarte que el ballet merece la pena. Tenía una lista de razones con las que te podía convencer.

—Me bastó con verte bailar.

—Ah, ¿sí? Pues yo... —me detuve, incrédula—. ¿Qué dijiste?

—Había un conjunto de muchachas vestidas de rosa, tú eras la única que iba de blanco.

Continué observándolo con el fin de encontrar explicación alguna de por qué no lo vi entre las filas.

—No hizo falta que ingresaras al escenario, ya estabas ahí cuando el telón se abrió.

—Tú... ¿Sí fuiste?

Mantuvo sus ojos lejos de los míos, concentrado en evadir mi pregunta.

—Antes de iniciar miraste al público como si esperaras ver a alguien. ¿A quién buscabas?

—A mis padres —mentí con rapidez.

—Por supuesto. Fue una contradicción de mi parte creer que me buscabas a mí.

—¿Por qué lo haría? Apenas te conozco y en la única conversación que hemos tenido no has mostrado nada más que sarcasmo e ironías.

—Sarcasmo e ironías.

—¿Lo ves?

Una sonrisa se dibujó en su rostro, arrancándome una también.

—Empiezo a creer que podría existir un vínculo de amistad entre nosotros, Melanie Ávalos.

—¿De verdad? ¿Quieres ser mi amigo?

—No te ilusiones, solo lo hago por las invitaciones que me darás para tus siguientes recitales.

—Entonces no lo haces por mí sino por el ballet.

—Correcto.

—¿Ya no te parece patético?

—Te encargaste de despertar mi interés en él.

—¿Qué necesitas para no perder ese interés?

Él regresó a mí, y contestó:

—Verte bailar otra vez.

El corazón se me había subido hasta la garganta.

—Fabio Saravia.

Me apoyé en la idea de que Nora se había confundido y quien fuera que me hubiera sacado del agua aquella noche no era Fabio. No podía ser él, porque Fabio llevaba muerto más de nueve años.

—Él no puede estar muerto.

—Mel, yo sé que es duro.

—Lo que este periódico dice es mentira. ¿Cierto que es mentira, papá? Él está vivo. Él vendrá.

—Melanie, linda, es tu turno en el escenario. —me llamó la maestra.

—Fabio sabía que esta presentación era importante.

—Melanie...

—Él solo tiene diez años, no puede morir.

—Necesitas calmarte.

—Él me prometió que estaría aquí, papá, él tiene que estar aquí.

Sus dos brazos rodearon mi pequeño cuerpecito, como si buscara reconfortarme.

—No puedes bailar en estas condiciones, te llevaré a casa.

—No. Yo necesito verlo. Debo saber que es mentira y él está bien.

—Ven conmigo.

—No.

—Vamos.

—¡Suéltame! ¡Debo esperar a Fabio! ¡Suéltame!

—Fabio está muerto, Melanie.

Múltiples sentimientos reaparecieron.

—Fabio está muerto, Nora. No puede ser él.

—¿Crees que es un buen momento para discutirlo? —me reclamó ella con la respiración agitada.

Pese a nuestra rapidez y a la soledad de las avenidas, no podíamos perder a uno de los hombres que teníamos detrás, no obstante, después de un par de minutos, aquel hombre desapareció de forma extraña.

—¿Estás bien? —me preguntó luego de empujar mi cuerpo para refugiarnos dentro de una calle escondida.

Quiso acercarse, pero mi terror se lo impidió. Siguió la dirección de mis ojos y entendió la razón.

—Oh, lo siento —se disculpó guardando el arma.

—¿Quién te la dio? ¿Cuándo? ¿Por qué...?

—Empiezo a creer que es imposible mantener la paciencia contigo.

—¿Cómo es que sabes disparar?

—¿Olvidas quién es mi madre?

—¡Eso es! ¡Tu madre! ¡Vayamos con ella! Es una de las mejores detectives aquí. ¡Nos ayudará!

—¡Espera! —me sostuvo del brazo evitando que empezara a correr de nuevo—. Aún no he terminado de contarte todo.

—¿Hay más?

Ella remojó sus labios y en lugar de responder prefirió llevarme hacia la pequeñísima ventana de una cafetería, desde la cual se podía ver las noticias transmitidas en un televisor.

—Esta tarde, el Coronel Dante Ávalos dio esperanzadoras noticias para el pueblo de Hidforth, pues afirmó que el misterio tras las continuas desapariciones que han perturbado nuestra tranquilidad, ha sido resuelto.

En la pantalla vi su cínico rostro orgulloso. Él era el Coronel de la policía y hermano de mi padre, quedamos bajo su poder después de que este último y mi madre murieran hace más de cinco años, en la explosión de uno de sus yates.

—Gracias a una ardua investigación hemos descubierto a dos integrantes de cierta organización criminal responsable de los secuestros durante los últimos años.

No eres capaz.

—Siento mucha vergüenza, y, de antemano, pido disculpas a todo el pueblo por los nefastos actos cometidos por dos de mis sobrinos, Gabriel y Melanie Ávalos.

Un hincón intensificó mi dolor en la cabeza al sentir toda la presión que él acababa de atribuirnos.

Sí fuiste capaz.

—Tenía a los responsables en mi propia casa y no lo sabía. Nunca lo supe hasta hoy que junto con un par de oficiales entramos a las habitaciones de cada uno —siguió mirando fijamente a la cámara, como si supiera que yo lo estaba mirando también—. En el dormitorio de ella se encontraron diferentes prendas que ciertas víctimas iban usando cuando las raptaron, y en el de él se hallaron direcciones, las rutas que ellas recorrían, etcétera. Todo ha sido enviado al laboratorio, mañana a primera hora tendremos los resultados y de acuerdo a ello tomaremos medidas.

—¿Dónde están sus sobrinos ahora? —le preguntó una reportera.

—Huyeron al verse descubiertos.

Giré hacia Nora, pero su angustia solo empeoró la situación.

—Por favor, mantengan la calma, les garantizo que no llegarán lejos. Pido ayuda a todos ustedes, agradeceré cualquier información que puedan dar y, por supuesto, esta será muy bien recompensada. —terminó de decir Dante.

De inmediato, en la pantalla salieron fotografías de mi cara y la de mi hermano.

—Dios mío...

—Nadie va a poner en duda las palabras del Coronel, Mel, ni siquiera mi madre.

—¿Ella le cree?

La vi asentir.

—¡Es ridículo! ¡Tú eres su hija! ¡Conoce a Gabriel! ¡Me conoce a mí! ¿Cómo va a pensar que...?

—Yo también quiero saberlo.

—Habla con ella, Nora, tal vez si le contamos lo que pasó...

—A mí también me están buscando, Mel, Dante sabe que yo sé todo y le ha llenado la cabeza a mamá de mentiras sobre mí, poniéndola en mi contra. No voy a acercarme a ella sabiendo que pueden hacerle daño si se enteran de que tiene algún tipo de contacto conmigo, es mejor que siga del lado de ese hombre, estará más segura así.

—Entonces, ¿qué haremos?

—El objetivo principal es hallar a David, de ahí juntar las pruebas suficientes para demostrar que el verdadero culpable es el Coronel Ávalos, una vez que lo hagamos su imperio se va a desmoronar, no hará más daño, ella estará a salvo.

—Bien. Vayamos a buscar esas pruebas. —dictaminé dándole la espalda.

—¡¿Pero tú estás loca?!

—Si querer recuperar la vida que tenía hace menos de veinticuatro horas me convierte en una loca, supongo que lo estoy.

—¡No podemos!

—¡Claro que podemos!

—¡Entiende! Nos están buscando para matarnos, acabas de ver las fotografías.

—¿Y de qué sirve eso si no nos dejamos atrapar?

—No puedes hacer que todo se vea como algo simple, Mel.

—Intento hacer ver "todo" como algo posible.

Y al notar que la dejé sin respuesta, volví a acercarme.

—Intento detener lo que sea que esté por venir.

Estiré una de mis manos en su dirección.

—Ayúdame a hacerlo, Nora.

Permaneció quieta, observando mi rostro mientras yo hacía lo mismo con el suyo.

Prescindiendo de que aún estaba asustada, no me atrevería a decir que había perdido la valentía, porque la conocía, su miedo no era suficiente para convertirla en un ser acobardado.

—De acuerdo.

Sostuvo mi mano con firmeza, haciéndome sentir en calma y, más aún, acompañada.

La historia entre mi hermano y Nora podría ser definida como "inesperada". Alguna vez oí que cada individuo tiene una brújula, un hilo rojo establecido por el destino, y bajo esa creencia yo fui la primera en estar segura de que las brújulas de Gabriel y Nora nunca podrían coincidir, de que sus hilos rojos estaban cortados y de que, sin importar cómo fuesen sus destinos, se mantendrían como dos rectas paralelas.

Él no era el tipo de hombre que ella idealizaba y ella no esperaba que lo fuera. Más específicamente, ella no lo esperaba.

—¿Cuál es el plan? —me preguntó mi cuñada siguiendo mi rumbo para dejar atrás nuestro escondite.

—Quizá me dejé llevar por la motivación y se me olvidó que tenía que idear un plan.

—Maldición, Melanie.

—Descuida, siempre se me ocurre algo... ¡NORA!

Su cuerpo fue jalado por un par de brazos que la ocultaron tras una pared. Por impulso, fui en contra de quien la tenía.

—¡No! ¡Es un error! —dispuso ella gritando antes de que yo recibiera un golpe en el pecho proveniente del tipo, lo que le permitió liberarse.

Caí de espaldas vencida por el dolor en todas mis extremidades debido a las peleas de la noche anterior junto con las de ese día.

La silueta del hombre se dejó reconocer al ser iluminada por el sol del atardecer, resaltando su cabello castaño y aclarando sus ojos marrones.

—¿Gabriel?

—¡Tú, maldita sanguijuela! ¡¿Dónde estabas?! —le reclamó Nora abrazándolo antes de empujarlo con violencia—. Dos hombres nos encontraron. ¡Querían matarnos! ¡Uno de ellos nos persiguió por todo el pueblo!

—¿El de allá?

—¡Sí, el de allá!

El enojo de mi cuñada se esfumó al darse cuenta de que el tipo del que ella hablaba estaba inconsciente, encima de una de las aceras.

—¿Cómo...?

—La cuestión es... —Mi hermano estiró una de sus manos para adentrarla debajo de la ropa de su novia, a la altura de su cintura, y sustraer el arma—. ¿Cómo fue que me la quitaste?

Como lo supuse, Nora no tenía respuesta.

—Llegué un minuto después de que ustedes salieran corriendo —señaló él guardando la pistola detrás de su espalda—. Debí saber que las localizarían.

La angustia de ella disminuyó cuando se detuvo a contemplar el rostro de Gabriel.

—¿Estás bien? —le preguntó luego de limpiarle los rastros de sangre.

Él veneró la mirada de su novia, acarició sus manos y asintió como respuesta.

Por ambos me detuve a pensar en lo inútiles que son las direcciones. Una brújula no tiene que coincidir para que dos almas se encuentren, la existencia de un supuesto hilo rojo es innecesaria. No estamos destinados. No estamos conectados. Somos humanos con la capacidad de elegir, de equivocarnos y de sentir.

Nora eligió a Gabriel, Gabriel eligió a Nora, y existía la probabilidad de que sus elecciones estuvieran equivocadas. Lo seguro era que los dos podían lidiar con esa equivocación.

Llevaban juntos cuatro años, habían pasado por una infinidad de situaciones, pero ninguna de ellas se comparaba con la gravedad de lo que sucedía en esos instantes. Sabía que no solo se trataba de mí, se trataba de ellos también. Se trataba de que, aún con todo lo que teníamos sobre nosotros, ellos continuaran sintiéndose.

—Melanie y yo debemos hablar —dijo él de repente.

Ella accedió dándonos espacio.

Gabriel me sostuvo por el antebrazo a fin de incrementar la distancia y llegar a un ambiente desolado. Los golpes en sus facciones eran evidentes al igual que algunas de sus heridas, el suéter no le era suficiente para cubrir su remera manchada de sangre, probablemente su sangre, y bajo ninguna circunstancia me soltó.

—¿Lo encontraste? —pregunté sabiendo la respuesta.

—No existe rastro de David.

El nudo en mi garganta empezó a provocarme dolor.

—No importa —lo consolé con el miedo de verlo rendirse—, no debe estar lejos, podemos seguir buscándolo, yo te ayudaré, bueno, eso si Nora no me asesina antes por ser tan preguntona, y sé que lo haría con justa razón, pero yo...

—Mel...

—Yo solo quiero saber qué está sucediendo, por qué no estoy en el instituto con mis amigos, por qué desperté en ese risco, por qué... —Poco a poco me fui debilitando—. ¿Por qué él nos hace esto?

Mi hermano pegó mi cuerpo con el suyo, dándome un abrazo inesperado. Y lejos de oír que todo estaría bien, fueron otras las palabras que salieron de su boca.

—Debes irte.

De manera inconsciente lo separé de mí.

—¿Qué?

—Un auto te está esperando cerca.

—¿De qué estás hablando?

Tragó saliva con dificultad.

—Hablo de que quien debe estar a salvo ahora eres tú.

—¡¿QUÉ?!

—Te quedarás con una familia que accedió a cuidarte mientras yo me ocupo de esto. Son buenas personas, los conozco, estarás bien con ellos.

—Pero Nora...

—Hallé un segundo sitio para Nora. Es conveniente que estén separadas, así no las detectarán con facilidad.

—No es verdad. Tú no...

—Ve.

—No.

—Por favor.

—Por favor —supliqué yo—, no quiero irme.

Se esforzó en no mirarme porque me conocía, sabía que si dirigía sus ojos a mí vería que los míos ya estaban llorosos.

—Déjame ayudarte.

—Esto representa un riesgo para ambos y soy incapaz de tomarlo, Melanie. Es mejor así.

—No puedes...

—Puedo. No dudes de que puedo.

—Somos hermanos, los hermanos no se separan.

—Lo hacen si es necesario.

—¡ESTO NO ES NECESARIO!

—No te lo estoy preguntando.

—¡¿Con qué derecho?! ¡No puedes tomar decisiones por mí!

—Soy el mayor, intento darte lo que necesitas y necesitas estar protegida.

—¿Lo que necesito? —cuestioné con indignación, dándole un empujón en el pecho—. ¡Tú no estuviste cuando te necesité! Nuestros padres murieron hace años y te encerraste en tu dolor desde entonces. No te importó que David y yo estuviéramos solos, tú cerraste las puertas de tu habitación y te olvidaste de nosotros.

Él no contestó.

—¿Por qué ahora sí te preocupas por mí, Gabriel? ¿Por qué ahora que no lo necesito?

Su silencio fue indicio de que no tenía respuesta. Usé un último empujón para apartarlo y caminé en dirección contraria.

—Melanie —me llamó mi cuñada—. ¿Qué sucede?

—Quiero evitarte más sufrimiento, Mel —se justificó mi hermano yendo detrás de mí—, esa es mi forma de recompensarte por no haber sido bueno.

Su última oración terminó de quebrarme.

—No quiero tu recompensa.

Él iba a seguirme, pero Nora se interpuso atolondrándolo con palabras que me permitieron reanudar mi camino a pesar de mis lágrimas.

La ausencia de mis padres significó un quiebre en mi familia. Aunque pertenecíamos a un sector social respetable y reconocido, todo fue difícil, yo ni siquiera estaba preparada para soportar situaciones mayores a mi pequeñez.

Aún no tenía claro lo que sucedía, solo sabía que mi tío, con el que viví durante mis dieciocho años, era muy cercano a uno de los seres más poderosos del pueblo y que comúnmente era llamado como «Cuervo».

Intentó matarnos por alguna razón y podría jurar que no descansaría hasta hacerlo.

—Melanie Ávalos.

Aquella voz gruesa le pertenecía a un trigueño hombre que llevaba la macabra imagen de una serpiente tatuada en la parte derecha del cuello. Me quitó las posibilidades de evadirlo al cerrarme el paso usando su figura intimidante, sacó el periódico y me mostró la imagen que los noticieros habían difundido, la misma que vi en televisión.

«Recompensa por cualquier información: Quinientos dólares».

Tres hombres más me acorralaron para examinarme de pies a cabeza.

—¿Eres tú?

Tragué saliva intuyendo que nada de ello acabaría bien y convencida de que Dante iba a pagar muy caro por lo que nos estaba haciendo. Así que, armándome de valor para enfrentar lo que me esperaba, respondí:

—Sí, soy yo.

—¡Excelente!

Les devolví la sonrisa y, de nuevo, me aparté.

—¿Cuál es la prisa? ¿No quieres acompañarnos?

—¿A la policía?

—Sí, es probable.

—Quizá mañana.

—No sabía que te gustaba bromear.

—Supongo que tampoco sabes que, si no desapareces, te partiré el trasero.

—En mi opinión, quinientos dólares por ti no es suficiente.

—Mira, Culebritas —hice referencia a su ridículo tatuaje—, son las cinco de la tarde, mi día no ha sido bueno y tengo muchas ganas de golpear a alguien, estoy segura de que tú no quieres ser el afortunado, por lo tanto, hazte a un lado.

—¡Oh, no! ¡Mírame, estoy temblan...!

El impacto de mi rodilla en su entrepierna no dejó que completara su oración.

—Ahora sí estás temblando. —mofé antes de apartarme.

Continué mi camino una calle más, sabiendo que con mi fotografía y la recompensa mi búsqueda por David como lo demás iba a complicarse.

—¡Hazlo otra vez!

Me vi obligada a interrumpir mi paso al escuchar el disparo que el tipo hizo.

Asustada, toqué mi torso con las manos, viendo que seguía completo.

—Llámame "Culebritas" otra vez —me desafió él acercándose—, atrévete y te voy a...

—Culebritas.

El bravucón me dio una bofetada llena de ira, y al ver que iba a darme otra, uno de sus compañeros lo detuvo.

—No será fácil llevarla despierta.

—¡¿Qué?! —me exalté con el rostro ardiéndome.

Él le dio el arma al chico que había evitado que me diera otra bofetada y le pidió que me golpeara con esta, insistiéndole hasta que aceptó.

—Lo siento. —me murmuró.

Alzó el brazo y cuando estuvo a punto de hacerlo, un nuevo estruendo nos sobresaltó.

Vimos caer al muchacho, de inmediato, giramos al lado izquierdo para buscar respuestas.

—Suéltala.

Gabriel empuñaba el arma, con Nora detrás. Culebritas y sus secuaces también sacaron objetos similares mientras que uno de ellos se acercó al herido para auxiliarlo.

—¡Imbécil! —recriminó el trigueño—. ¿Tienes idea de a quién disparaste?

Gabriel no parecía estar arrepentido, así que el del tatuaje volvió a sostenerme del cuello para apuntarme en la cabeza.

—Disparaste a mi hermano. —se respondió a sí mismo.

—¡Ay, por favor! —resoplé—. Solo es una herida en el brazo. Míralo, ya abrió los ojos. ¡Está bien!

—¡Cállate!

Aumentó la intensidad de su agarre.

—No te atrevas —se anunció un nuevo tipo apareciendo detrás de Gabriel e impidiendo que este último apuntara a quien me sostenía.

Entonces tanto mi hermano como yo coincidimos en que estábamos perdidos. Ellos nos superaban en número, en todo.

Uno sostuvo a Nora y otro a mí, obligándonos a ver cómo colocaban de rodillas a Gabriel para, sin aviso, darle un puñete, abriéndole las heridas que le hicieron cuando nos secuestraron.

—¡NO! —se interpuso mi cuñada con el fin de detener los golpes sin piedad que su novio estaba recibiendo al abrazarlo y usar su propio cuerpo como un escudo para él, no obstante, ellos estaban dispuestos a arremeter contra ella también.

—¡Oye! ¡Culebritas! —lo llamé buscando que sus ojos llenos de rabia me enfocaran de nuevo—. Es mi culpa. Si quieres golpear a alguien, hazlo conmigo.

—Sí, mi hermana tiene razón —me apoyó Gabriel después de escupir su sangre—. Es su culpa.

—Un minuto —protesté—. Si no hubieras dicho lo que dijiste no me habría alejado.

—Te alejaste porque eres una maldita histérica, malcriada, engreída y...

—¿Te refieres a mí como una maldita histérica, malcriada y engreída solo por no obedecer tus órdenes?

—Lo dices con tanta naturalidad.

—¡No es natural querer abandonarme!

—¡Te quería poner a salvo!

—¡Yo no quiero estar a salvo si tú no lo estás!

—¡Al diablo! ¡Tú no tienes derecho a preocuparte por mí!

—¡Gabriel, basta! —interfirió Nora.

—¡Soy tu hermana!

—¡TÚ...!

—¡YA CÁLLENSE LOS DOS!

Mi hermano se impulsó contra los tipos que lo sostenían, permitiendo que el muchacho que me sujetaba a mí se distrajera. Como pude, mordí dos de sus dedos y me liberé, empezando a correr.

La corta falda que llevaba puesta fue un obstáculo para ser mucho más rápida y la principal causante de que uno de mis perseguidores me alcanzara en medio de unos callejones, haciéndome caer al piso.

Agradecí haber recibido entrenamiento por parte de mi padre, ya que valiéndome de ello me quité al sujeto de encima con facilidad al usar mis piernas. Volví a ponerme de pie, aunque sin continuar mi camino debido a que uno me había acorralado en una de las paredes húmedas, buscando presionar mi rostro con un pañuelo blanco lleno de cloroformo.

Aguanté la respiración y cuando logré liberarme para ir en contra del que tenía el pañuelo, sentí, otra vez, ser presionada con un objeto similar. Y lo era. El segundo tipo también tenía una tela empapada en esa asquerosa sustancia con la que consiguió sofocarme.

Luego de eternos segundos, una silueta oscura se adueñó de mi cuerpo, jalando de él para arrancarme de las manos de los enemigos y ocuparse personalmente de ellos.

Bajo mi visión todavía borrosa los venció sin mayor complicación, siendo él el único que quedó de pie en medio de las sombras, haciéndome percibir que, desde la oscuridad en donde estaba, me observaba con detenimiento.

—¡Melanie! —escuché la voz lejana de mi cuñada, pero ni siquiera eso logró que mis piernas respondieran.

Él dio un paso hacia mí, y, por fin, mis pies retrocedieron otros dos, obligándolo a detenerse, como si hubiera notado mi miedo.

—¡Mel! ¿Estás bien? ¿Te hirieron? —me preguntó ella al llegar conmigo para revisarme, ignorando por completo la silueta del hombre.

—Nora...

—Vámonos, no podemos seguir en las calles hasta...

—Hasta nada —la interrumpió mi hermano, acercándose después de haberse deshecho de Culebritas y los demás, también pasando de largo la presencia extraña—. Acordamos que las dos se irían cuando Melanie despertara.

—Y cuando lo hizo me ayudó a entrar en razón —refutó su novia—. No podemos dejarte aquí. No podemos separarnos.

—¿Te volviste loca, Nora?

—Oigan...

—Estaba loca cuando acepté irme. Ahora la situación es mucho más grave. ¿Te das cuenta de lo que acaba de pasar? ¿Quieres que yo viva tranquila teniéndote a kilómetros de distancia sin saber si volverás? Repudio la sola idea de pasar por algo así. Lo que vayas a hacer lo haremos juntos.

—Es increíble que a pesar de todo lo que sucedió digas que cambiaste de opinión solo porque una niña de dieciocho años está encaprichada en quedarse.

—A mí también me están buscando, Mel, Dante sabe que yo sé todo y le ha llenado la cabeza a mamá de mentiras sobre mí, poniéndola en mi contra. No voy a acercarme a ella sabiendo que pueden hacerle daño si se enteran de que tiene algún tipo de contacto conmigo, es mejor que siga del lado de ese hombre, estará más segura así.

—Entonces, ¿qué haremos?

—Estás pidiendo que nos vayamos, Gabriel. Estás pidiendo que dejemos a esos miserables matarte. —encaró Nora.

—No siento miedo de ellos ni de lo que puedan hacerme.

—Perdóname, pero yo sí.

—Con más razón.

—No, con más razón no. Yo fui quien insistió en el tema del Coronel, yo quise que lo investigáramos, tengo parte de la culpa y...

—Y yo lo investigué. Yo las involucré en esto. Yo no me di cuenta de que él lo sabía.

—Nadie se dio cuenta.

—Se supone que yo debí hacerlo.

—Deja de lamentarte, ¿de acuerdo? Eso no hará que algo cambie o que David regrese. Pensemos en lo que haremos.

—No hay un «haremos», Nora. Melanie y tú deben irse. ¿Quieres pasar lo que pasaste en ese risco? Te golpearon. Estuvieron a punto de...

—¡Estoy bien!

—Escuchen...

—¡Perfecto! ¡Entonces no lo hagas por ti! —se exaltó él—. Hazlo por mí. Piensa en mí, en lo que siento. ¿Tienes idea de lo tormentoso que es el no haber podido protegerte?

—No soy la damisela en peligro, no necesito ser protegida.

—Debo decirles...

—Yo me quedaré. Por mis valores y por esa niña —me señaló mi cuñada—. No voy a huir y ver de lejos la catástrofe que se aproxima a este pueblo. Es en este lugar en donde están todas las personas a las que quiero, no necesito tu permiso para quedarme a protegerlas.

—Puedes morir antes de proteger a esas personas y tu sacrificio será en vano.

—¡Quiero hablar!

—Así que me consideras débil.

—Tú no eres débil, pero esto no es para ti.

—Tal vez no lo sea, pero es lo que me tocó.

—¡No, maldición! Esto no es lo que te tocó, Nora. Esto es lo que nos tocó a esa niña y a mí, no a ti.

—Tengo dieciocho años, pueden dejar de llamarme niña.

—El que nos hayan descubierto solo fue un tropiezo, un descuido, y sobre el secuestro... Pudimos escapar.

—¿Quién nos asegura que tendremos la misma suerte la próxima vez? ¿Eh? ¿Sabes lo que está pasando allá afuera? Nos están buscando a los tres porque entienden que somos una amenaza. Ellos saben que sabemos que el pueblo está condenado y van a silenciarnos de una u otra manera.

—Ni siquiera te has molestado en pensar que nosotras podemos ayudar...

—La vida ya cambió, Nora, estamos en la mira de toda una mafia, una muy peligrosa. No necesito pensarlo, necesito que las dos se vayan.

—Míranos, Gabriel, estamos juntos, nada ha cambiado para mí. Podemos cuidarnos, eso hacen las parejas —aseguró ella y de inmediato volteó a mí—. ¿Cierto, Melanie? Las parejas...

—Melanie no ha durado más de una semana con nadie, busca a otra persona a quién pedirle consejos.

—No te permito que...

—Cállate.

—Oblígame —lo enfrenté con un empujón.

—¡Oigan!

—¿Eso quieres? —me respondió con un palmazo en la cabeza—. Mocosa impertinente.

Le contesté con uno más fuerte y él hizo lo mismo hasta iniciar una pelea en la que Nora tuvo que intervenir.

—¡Déjame, Nora! ¡Déjame que lo mato!

—Déjala, Nora. Déjame matarla yo mismo.

—¡BASTA! —nos gritó mi cuñada llegando al límite de su paciencia—. Tienes veinte años, Gabriel, ¡veinte años!

—¡Ella empezó!

—Y tú, Melanie —me reprendió sin soltarme—. Este no es el mejor momento para otra más de sus peleas ridículas, es mejor que te comportes. 

—Es mejor que se vaya. 

—Quien se irá eres tú, pero al hospital, y yo te haré el favor. ¡Déjame, Nora!

 —Nadie se irá —impuso mi cuñada aplicando más fuerza para sostenerme—. Nadie.

—No puedo complacerte esta vez, Nora. No es tu decisión.

—Es mi decisión. Yo me quedaré aquí y punto.

—Yo no dejaré que lo hagas.

—Si sigues negándote me veré en la obligación de liberar a Mel.

—No. No pueden quedarse. 

—¿Y qué? ¿Vas a encerrarnos cual ratas enjauladas?

—Yo lo haría. —contestó el desconocido con tono arisco, haciéndose notar finalmente.

Estaba recostado en una de las columnas con la atención centrada en el reloj que llevaba en la mano izquierda.

—Llevan veinte minutos parloteando respecto a cosas sin sentido. ¿Cómo es posible que aún no los hayan capturado? —se quejó.

Me hice espacio detrás de mi hermano, como si este estuviera dispuesto a resguardarme en caso de otro potencial peligro; sin embargo, no me llevó mucho tiempo descartar aquella suposición.

Ese hombre no era un peligro. Es decir, no cuando lo conocí.

—Fabio.

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