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❪3❫ Tatooine

El grupo compuesto por el Almirante; Sabé como Reina Amidala; sus doncellas y Kaia camuflada, se encontraba siendo escoltado por un grupo de droides armados. Al parecer querían que la Reina firmara un tratado con la Federación de Comercio.

Padmé mantenía un agarré firme en la mano de su acompañante; Kaia, quien se encontraba sorprendentemente tranquila y no había mostrado signos de tener miedo. Ambas jóvenes agarradas de la mano se asustaron al ver bajar de uno de los balcones lo que parecían ser dos Jedi.

La castaña y verdadera Reina Amidala se encontraba sorprendida mientras que la peliblanca estaba más fascinada que otra cosa. Durante su educación, Kaia había aprendido muchas cosas, entre ellas parte de la historia de los Jedi. De todas las cosas que pudo aprender de sus libros, la cultura Jedi siempre destacó por ser su favorita.

Kaia interrumpió sus pensamientos al notar que los Jedi ya habían acabado con todos los droides y se encontraban saludando respetuosamente a la "Reina Amidala". Uno de ellos tenía el pelo bastante largo y llevaba una espesa barba, a diferencia del que parecía el más joven, que llevaba el pelo recogido en una coleta y tenía una fina trenza en el lado izquierdo.

Por impulso, la joven peliblanca hizo el amago de acercarse más a los Jedi, pero fue abruptamente detenida por un tirón en su mano por parte de Padmé, quien parecía haber notado sus intenciones.

De un momento a otro todos comenzaron a caminar de nuevo siguiendo a los Jedi, quienes les escoltaron hasta una de las naves del hangar. Kaia subió rápidamente junto a Padmé y ambas observaron la pelea hasta que todos estuvieron a bordo de la nave, la cual se puso en marcha enseguida.

Cuando todo parecía estar bien en la nave, Kaia decidió alejarse para sentarse tranquilamente, mientras Padmé iba hacia el grupo para enterarse de lo que hablaban. La joven huérfana sabía que no debía inmiscuirse en los asuntos de los adultos, al menos si no quería meterse en problemas. Aunque a pesar de ello, Kaia sabía que no sería de mucha ayuda para guerreros experimentados y que seguramente solo sería una carga de la que tendrían que preocuparse. La niña se llevó la mano al cuello para tocar la hermosa gargantilla que le había regalado su madre, la difunta reina. Llevaba tres hermosas y finas gargantillas de diamantes, la de arriba era de perlitas plateadas; la del medio eran perlas blancas y alguna que otra plateada, y la de debajo era igual que la de arriba solo que colgando de ella se encontraba el símbolo de Naboo. Fue un precioso regalo de su madre cuando la adoptó, y antes de morir le prometió que jamás se quitaría ninguno de esos collares. Su madre solía decirle que cuando fuera mayor el collar del medio, el blanco, representaría a la persona que más amara en toda la galaxia. El de abajo estaba reservado para su pueblo, Naboo, por ello tenía su símbolo, y el de arriba, de un plateado sencillo, representaba a su madre, pues ella siempre había sido una mujer sencilla.

—Kaia, ¿estás bien?

La joven levantó la cabeza para encontrarse con los ojos de Padmé, quien se encontraba de rodillas para observarla mejor y asegurarse de que se encontraba bien.

—Sí, sí. Solo estaba pensando —la peliblanca dirigió su mano de nuevo hacia su collar y suspiró—. ¿A dónde iremos?

—A Tatooine —Padmé suspiró y le dio una pequeña sonrisa a la niña—. Es un planeta del borde exterior. No te preocupes, estaremos bien allí mientras buscamos las piezas para reparar la nave

La joven, asombrada, se incorporó y se acercó hacia una de las ventanas para observar que, efectivamente, se dirigían a un planeta desértico, Tatooine.

Una vez en el planeta se detuvieron a las afueras. Padmé se despidió de Kaia y se dirigió fuera de la nave para acompañar al Jedi mayor en su búsqueda de las piezas.

Aprovechando la marcha de Padmé y el descanso que estaba tomándose Sabé, Kaia se dirigió hacia la parte de la nave que poseía los controles. Una de sus ambiciones era aprender a pilotar, además de muchas otras, pues cuando vives encerrada totalmente en un castillo y no puedes hacer nada nuevo, al final de tanto leer deseas experimentar todo aquello sobre lo que has leído.

Una vez que llegó la encontró vacía, para su suerte, y se dirigió hacia los controles, tratando de averiguar para qué servía cada cosa sin tocar nada, por supuesto.

—¿Qué haces tú aquí?

La joven peli-blanca dio un salto del susto al oír una voz a sus espaldas. No era un tono de enfado sino más bien divertido. Kaia se giró rápidamente para encontrarse con el joven Jedi.

—Lo-lo siento, no-no quería molestar —tartamudeó, bajando la cabeza. La joven esperaba que el Jedi la regañara o fuera a comunicárselo al Almirante, pero en vez de eso sonrió y se puso de cuclillas frente a la niña, quién levantó la cabeza sorprendida.

—¿De dónde has salido tú, pequeña? —El joven miró a la niña con sorpresa y dulzura. Le parecía tierna la curiosidad de la joven, pues había sido capaz de desobedecer las órdenes solo por ver unos cuantos artilugios. Le recordaba bastante a su maestro en ese aspecto, y quizás a él cuando era más joven.

—Soy Kaia —el joven Jedi esperó a que continuara, esperando a oír su apellido, lo cual ella notó—. Solo Kaia. No tengo apellido. Espero formarme para ser doncella de la reina Amidala, soy hermana de Padmé, la doncella que se ha ido con el otro Jedi.

La mentira salió de la boca de la niña antes de que pudiera siquiera reparar en lo que estaba diciendo. Decir que era la hermana de Padmé podría ponerla en peligro, teniendo en cuenta de que hablaba de la verdadera reina Amidala.

—Encantado, Kaia, soy Obi-Wan Kenobi, el Padawan de Qui-Gon Jinn, el maestro Jedi que se ha ido con tu hermana —Obi-Wan sonrió hacia la niña y esta se lo devolvió, más relajada.

—El placer es mío, señor Kenobi.

—Oh, por favor, solo Obi-Wan —negó con la cabeza.

La niña le sonrió en respuesta y admiró al Jedi frente a ella. El chico tenía unos bonitos ojos azules y el pelo de un castaño claro, tirando a rubio. A ojos de la niña suponía que era bastante atractivo, estaba segura de que eso era lo que habría pensado de más mayor si lo hubiera conocido en ese entonces; quizás le habría gustado, quién podía saberlo.

—Y dime, Obi-Wan, ¿sabes pilotar? —Los ojos de la niña se iluminaron ante la idea de poder aprender, y él pareció notarlo.

Con una sonrisa levantó a la niña por los aires y la sentó en sus piernas, en el asiento del piloto.

—¿Te gustaría aprender, Kaia? —Habló divertido. La niña le sonrió y dejó que el Jedi le mostrara el nombre de todos los aparatos, mientras la peliblanca mantenía en su memoria cada nuevo aprendizaje, sabiendo que algún día le sería de utilidad.

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