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Capítulo 1



— Nada ha cambiado. — dijo Yongsun, mirando con admiración la gran casa frente a nosotros. Dejó caer al suelo las maletas que llevaba en sus manos y empezó a correr hacia la puerta de la casa al ver como esta se abría con lentitud.

— ¡Gracias por ayudar, Yongsun! — grité en tono sarcástico y miré con fastidio las dos maletas que había dejado caer, tomándolas con dificultad junto a las maletas que yo llevaba. Con algunos tropezones de por medio, empecé a caminar hacia la residencia de mi abuelo, viendo como en la entrada de esta ese hombre que creí no volver a ver nunca abrazaba con fuerza a mi prima y ella correspondía el abrazo con aún más energía.

Al llegar junto a ellos, solté un forzado carraspeo que logró llamar su atención, además de un exagerado intento de recalcar mi presencia al soltar todas las maletas con intensidad, haciendo que Yongsun se sobresaltase y me mirara con el ceño fruncido.

— ¡Taehyung, hijo mío, que bueno verte!

El anciano me estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que sentí que el aire me faltaba por unos segundos. Yongsun recogió todas las maletas con torpeza y se adentró al domicilio, no sin antes darme una mirada asesina.

— ¿Podrías... soltarme... por favor? — hice pausas mientras lo decía debido a la dificultad para respirar, intentando zafarme de su agarre, sin éxito.

— Oh, lo siento, hijo. —soltándome, rió de forma nerviosa y, con un ademán, me invitó a pasar.—Estoy muy feliz de tenerte aquí, Taehyung.

Ignorando su comentario, entré al lugar, examinando de manera detallada cada parte de la casa y sintiéndome como un niño de nuevo. Todo seguía igual, nada había cambiado tomando en cuenta los doce años que había pasado desde la última vez que estuve en ese lugar. Se sentía tan extraño. Sin previo aviso, un nudo se formó en mi garganta mientras el agua se acumulaba en mis ojos con rapidez.

— ¡Tae, tienes que ver esto! — Yongsun bajaba con agilidad las escaleras. Una sonrisa dibujada en su rostro se iba ampliando más cada vez que pasaba al siguiente escalón. — ¡Nuestras habitaciones siguen igual que hace años y... ! — se calló de golpe, un semblante preocupado reemplazando la emoción que expresaba su rostro. — ¿Estás bien? — se acercó a mí y acunó mi rostro entre sus brazos, limpiando con su pulgar una lágrima que caía suavemente por mi mejilla. Sorbí con fuerza mi nariz y asentí frenéticamente, alejándome de ella. — ¿Qué sucede?

— N-Nada, nada. — ni siquiera yo entendía por que había empezado a llorar. Tallé con ímpetu mis ojos usando la manga de mi abrigo, simplemente causando que un sonoro sollozo se escapara de mi garganta.

— Hey, tranquilo. — una sonrisa demasiado falsa como para transmitir tranquilidad se formó en sus labios. — Vamos a disfrutar nuestro primer día aquí, ¿está bien? — eso lo había dicho más para ella misma que para mí. Me dio una última mirada de compasión y volvió a subir al segundo piso, llevando esta vez su respectiva maleta.

— Te mostraré tu habitación, hijo. — dijo mi abuelo, apareciendo detrás de mi y palmeando unas cuantas veces mi espalda antes de empezar a llevarme hacia la que sería mi habitación durante el siguiente año. 

Algo se revolvió dentro de mi al ver que mi habitación no presentaba cambio alguno. Sentí cómo lenta y tortuosamente volvía a la tierna edad de seis años. Incluso juguetes, historietas y libros estaban intactos (tal vez con algo de polvo encima), en el lugar exacto en el que los dejé la última vez que me entretuve con ellos. Recuerdos llegaron a mí cómo un balde de agua fría y, casi sin notarlo, nuevas lágrimas gruesas caían por mi rostro.

— Desempaca y acomódate. Yongsun dijo que quiere conocer la ciudad y sabes lo que es capaz de hacer esa niña traviesa si no la cuidas.

— Tal vez alcoholizarse y terminar embarazada. — dije para mí mismo en un tono burlón y en voz baja, rogando por que el anciano no me hubiera escuchado. Carraspeé y miré a mí abuelo. — Bien, la acompañaré. — fingí una mirada despectiva hacia él, demasiado exagerada como para ser creíble. Él solo sonreía, al parecer su visión y audición estaban lo suficientemente deterioradas como para que no haya notado mi llanto y ni siquiera haya escuchado lo que dije de Yongsun.

No dijo más y se fue, dejándome completamente solo para comenzar a desempacar a gusto. Tiré mi maleta a la cama, notando la gran cantidad de polvo que se encontraba sobre el edredón. A punto de abrir la maleta, escuché varios golpes en la ventana. La miré, pero una vieja tela blanca que hacía sustitución de una cortina me impedía ver cuál había sido la causa de los golpes. Asumiendo que había sido el viento, seguí con mi tarea y empecé a ubicar mi ropa de forma ordenada sobre la cama para luego guardarla en el imponente armario que se encontraba en una esquina del cuarto. Sin embargo, los golpes volvieron, con algo más de fuerza y torpeza esta vez. Eso no podía ser obra del viento. Intrigado, me dirigí hacia la ventana, quité de forma brusca la tela y la abrí, encontrando a un pequeño felino blanco sobre el pie de madera que tenía la ventana.

— ¿Cómo llegaste hasta aquí? — acaricié la cabeza del minino, causando que este empezara a ronronear ante el tacto. Antes de siquiera poder cerrar la ventana, el animal ya había saltado a mis brazos. — ¿Me ayudarás a desempacar, pequeño?

Obtuve un adorable maullido como respuesta.

Lo dejé sobre la cama y empecé a llevar mi ropa hacia el armario mientras el gato me miraba fijamente desde la cama.

— ¡Taehyung! — gritó Yongsun entrando a mi habitación. El animal saltó, asustado por el grito, y corrió hacia la ventana lo más rápido que sus pequeñas patas le permitieron.

Ella se veía... patética. Se había puesto la falda más pequeña que había encontrado, combinándola con una blusa que dejaba expuesta gran parte de sus clavículas. A todo eso le había sumado un exagerado uso de maquillaje y varias pulseras adornando sus brazos.

Además, no había que ser un genio para saber que, bajo el sujetador, traía un considerable cantidad de calcetines.

— Felicidades, Yongsun. — cerré el armario y me apoyé sobre la puerta de este, mirándola con una sonrisa ladina en mis labios. — Lograste verte como una prostituta.

Su nariz se arrugó de forma graciosa mientras su ceño se fruncía cada vez más. Me mostró su dedo medio mientras la ira se acumulaba en su mirada. No pude evitar reír.

— Vámonos... quiero conocer la ciudad. — dijo.

— ¿No quieres decir "Quiero conocer a alguien para fornicar hasta la mañana siguiente por que me de vergüenza llegar virgen a la universidad"? — solté una escandalosa carcajada al ver su enrojecido rostro. Se había avergonzado por que ella sabía que era cierto.

— ¡Sólo cierra la maldita boca y vámonos de una vez! — furiosa, salió del dormitorio mientras me lanzaba una serie de insultos que ni siquiera logré entender totalmente. Me acerqué a la ventana, la cual seguía abierta, y miré hacia abajo: Ningún rastro del animal. Tomé un abrigo y salí corriendo tras ella.














Conocer la ciudad había sido una astuta máscara que escondía un Vayamos hacia algún bar. Sin darme cuenta, Yongsun ya me había arrastrado hacia unos de eso oscuros y asfixiantes lugares y me había dejado sentado en la barra, como un lejano observador en su misión de "seducir a alguien".

Paulatinamente iba hundiéndome en el insufrible cóctel de alcohol y hormonas, cada vez volviendo más incómodo para mi el ambiente y haciéndome desear que Yongsun se rindiera para que pudiéramos volver a casa; pero no, sabía que Yongsun nunca se rendiría y que, gracias a ella, las probabilidades de que permanezcamos ahí hasta la madrugada eran realmente altas.

Y odiaba eso.

— ¿Pedirás algo, muchacho? — preguntó el barman por cuarta vez y, al igual que en las últimas tres veces, yo solo negué y sonreí, algo avergonzado. Él solo me miró, claramente fastidiado, y se alejó para atender a otras personas.

Una chica se sentó junto a mi. Levanté la mirada y la analicé detalladamente: un gorro de lana negro, cabello rubio que caía en forma de cascadas por sus hombros descubiertos, ojos verdes que resaltaban a pesar de la baja iluminación y que se asemejaban a dos brillantes esmeraldas; con una manos, sostenía su pulcro rostro y con la otra, tanteaba con sus dedos la barra, ambas extremidades siendo cubiertas cada una por un guante negro sin dedos, mismo color del esmalte que adornaba sus uñas.

Era hermosa a pesar de su aspecto intimidante.

Alcé la mirada, queriendo apreciar su rostro una vez más, quedando completamente atónito al notar que esas dos esmeraldas estaban sobre mí ahora. Ella me estaba mirando. Levantó sus cejas y me sonrió, como diciendo ¿Es en serio? sin despegar sus ojos de mí, pidió dos vasos de whisky seco, mientras me ofrecía tomar su mano.

— Lalisa Manoban. — titubeé un poco antes de finalmente tomar su mano. Un firme apretón que duró solamente unos cuantos segundos, para que su mano volviese a la tarea de sostener su rostro.

— Taehyung, Kim Taehyung. — dije con voz temblorosa, algo afectado por su electrizante toque. Otra sonrisa escapo desde sus labios. Una sonrisa amistosa, causando que yo imitara su gesto.

— Nunca te había visto por aquí.

— ¿Hablas del bar o de la ciudad en general?

— Ambas.

— Me mudé con mi abuelo. — empecé a juguetear con mis dedos, intentando encontrar algo en lo qué posar mi atención que no fueran sus orbes verdosas. — Llegué esta misma mañana.

— Y, ¿de dónde vienes, niño? — abrí la boca, a punto a responder a su pregunta, pero ella me interrumpió. — Déjame adivinar... ¿Busan?

— No. — respondí, sin poder evitar sonreír. Los nervios que había sentido desde el momento en el que la vi se esfumaron de repente y, en lugar de verla como una inalcanzable chica que conocí en un bar, solamente la vi como una simpática y agradable chica que, tal vez, se convertiría en una amiga.

— ¿Daegu?

— Tampoco.

— Gwangju.

— Te estás alejando. — dije de forma burlesca al ver como ella hacía un tierno e infantil puchero. En voz baja y sonando decepcionada, susurró que se rendía, dejando una imagen muy tierna que resultaba ser el contraste total de su aspecto. — Seúl.

— ¿Seúl? — asentí. — No creí que sería tan obvio, además no te ves como un chico de ciudad, joven Kim. — rió.

Se veía linda cuando reía.

Dos vasos de cristal rebosantes de un — al menos para mí — desconocido líquido de un tono café se posicionaron frente a nosotros, acompañados de un pequeño papel en el que se encontraba el precio de las bebidas.

Nunca me consideré un fan del whisky. Mejor dicho, nunca me consideré un fan del alcohol en general. Sabía por las malas experiencias en mi escaso número de borracheras que mi tolerancia hacia el alcohol era exageradamente débil. Con algo de miedo, tomé el vaso entre mis manos y lo miré con temor. ¿Me haría daño beber solamente un vaso de whisky? Era imposible llegar a embriagarme con un solo vaso, ¿verdad?

Miré con asombro como Lalisa tomaba con agilidad el vaso de cristal y, de un solo bocado, casi lograba acabarse toda la bebida.

Wow, pensé. Mi atención se posó en su mano, la que usaba para sostener el vaso de cristal, notando algo extraño en ella.

— ¿Qué es eso? — señalé sus dedos.

Ella miró sus manos, sin comprender.

— ¿Qué?

— Eso. — titubeé un momento antes de tomar su mano y delinear con la mía los dedos de su mano izquierda.

Volvió a mirar sus manos, esta vez comprendiendo a qué me refería.

— ¡Ah, eso! — dijo. — Sólo es piel endurecida... ya sabes, callos. Por tocar la guitarra.

— ¿Tocas la guitarra? — no pude evitar sonar sorprendido. Me aclaré la garganta antes de seguir hablando. — ¿Tienes un grupo o algo así?

— Se podría decir que sí.

— ¿Cómo se llaman?

— Es un nombre ridículo...

— Vamos, dime.

— Somos Dead Roses. Te lo dije, suena ridículo.

— No es ridículo, es un nombre... genial.

¿Eso crees?

— Sí.

Y después de eso solo hubo silencio.

Silencio que fue bruscamente interrumpido por el sonido de un vidrio rompiéndose cerca de nosotros, seguido de un sonoro golpe y un quejido de dolor.

— ¡La próxima vez sé más discreto, Jungkook!

— Baja la voz, Yugyeom... Llamarás la atención, cálmate.

— ¡Da igual lo que yo haga ahora, Jungkook! — otro golpe, esta vez más fuerte. — Teníamos condiciones, Jungkook. 

A unos cuantos metros de nosotros, pude ver a dos chicos discutiendo junto al baño del bar. El uno se veía realmente indignado, tenía los brazos cruzados y en ningún momento dejó de ver al chico frente a él con odio. Asumí que ese era Yugyeom, y el chico más bajo que simplemente se mantenía cabizbajo sería Jungkook.

¡Tú fuiste el que dijo que quería una relación más discreta! ¡Dijiste que no estabas listo!

Lalisa volvió a hablar, pero yo ya no la escuchaba. Estaba demasiado concentrado en la conversación de esos extraños jóvenes, así que solo podía ver como sus rosados labios se movían sin emitir algún sonido que me pareciera relevante en ese momento. Me mantuve mirando por sobre su hombro, en dirección hacia los baños, de vez en cuando mirándola a ella, sonriendo y asintiendo con mi cabeza, fingiendo que sí le estaba prestando la más mínima atención.

— Lo siento. — escuché la voz quebradiza del supuesto Jungkook. Sonaba como si en cualquier momento se fuera a romper, cayendo en mil pedazos al suelo.

Me sentí mal por él.

Una última mirada de odio por parte de Yugyeom y se fue, sin decir más.

Apenas desapareció entre la multitud, Jungkook había empezado a llorar, adentrándose al baño y saliendo de mi campo visual.

Me sentí... impotente. Quería hacer algo, pero no sabía qué realmente. Igualmente, ¿qué podría hacer? Al fin y al cabo yo solamente era un chico que había metido sus narices en una conversación que no le debería interesar.

Oh, pero sí me interesaba.

Y mucho, sin razón aparente.

¿Taehyung? ¡Taehyung! — regresé a la realidad. Esa realidad en la que tenía una chica linda frente a mí que pasaba una y otra vez su mano frente a mi rostro, esperando a que yo le prestara atención.

— ¿Ah?

— Te dije que intercambiáramos números. Tengo que irme.

— A-Ah, sí. — respondí, tomando su teléfono y escribiendo mi número. Luego ella hizo lo mismo, dejó un billete de ₩1 000 en la barra para pagar las bebidas y se fue.














Ya habían pasado más de cuarenta minutos desde que Lalisa se había ido y Jungkook aún no salía del baño. Un millón de preguntas invadían mi mente: ¿Estaría bien? ¿Seguiría llorando? ¿En serio estaría tan mal por lo que sucedió con ese chico, Yugyeom?

Solamente me había quedado sentado, con el vaso de whisky en la mano y con la mirada fija en la puerta del baño, esperando a que ese chico pelinegro saliera por ahí, completamente bien y con la frente en alto.

Pero eso no pasaba, y, aunque no tuviera nada que ver conmigo, empezaba a preocuparme.

Y, casi sin darme cuenta, mis pies ya me estaban llevando de forma inconsciente hacia el baño, dejando olvidado el vaso de whisky y cualquier recuerdo de Lalisa.

Mi parte racional había desaparecido y ya no tenía claro qué diablos estaba haciendo. Abrí la puerta y me adentré al baño. Acostumbrado a la oscuridad del bar, la blanquecina luz del lugar me cegó durante unos segundos. Parpadeé varias veces, intentando aclarar mi vista. La música ensordecedora ahora llegaba de forma borrosa a mis oídos al ser amortiguada por la puerta cuanto la cerré. Busqué rápidamente con la mirada al chico, analizando con mis ojos el territorio que tenía a mi alcance, sin encontrar rastro del pelinegro.

Entonces una ola de confusión me invadió. Había estado vigilando la puerta todo el tiempo. No había despegado mis ojos ni un solo segundo de la puerta. ¿Se había ido? ¿Acaso había salido del baño sin que yo me diera cuenta? Pero ¿cómo?

Fue ahí cuando, de forma casi inaudible, logré escuchar con dificultad un sollozo quebradizo.

Luego otro.

Otro más.

Y en poco tiempo escuché un llanto desgarrador y doloroso.

Jungkook.

Era él.

Un poco más consciente de mis acciones, me acerqué con pasos lentos hacia el cubículo en el que, asumí, él se había encerrado a desahogarse en forma de llanto.

Inseguro de si estaba haciendo lo correcto o no, toqué la puerta, tomando una gran bocanada de aire antes de hablar.

— Hey, ¿estás bien?

No hubo respuesta.

— No es mi intención ser entrometido, pero te escuché discutiendo con un chico y — me quedé callado, sin saber cómo continuar. "Y, siendo un completo desconocido, quiero saber lo que pasó, por más personal que sea, porque mi vida es aburrida y quiero volverla interesante con tus problemas". Tragué saliva. — quiero ayudarte.

¿"Quiero ayudarte"?

¿Cómo iba yo a ayudar?

Supongo que lo dije sin pensar, solamente con la intención de que él confíe, aunque sea un poco, en mí.

Y al parecer funcionó, porque, tras varios minutos sin ninguna señal de que él fuera a responder y a punto de darme por vencido y salir del baño, la puerta se abrió.

Oh, Dios.

Se veía mal, realmente mal.

Sus ojos estaban rojos e hinchados, el carmesí opacando el almendrado color de sus orbes; un camino de saladas lágrimas seguía cayendo por sus mejillas, acabando en su mentón; sus mejillas estaban sonrojadas, y a ese punto no sabía si era por el llanto o por los golpes que había recibido antes.

— Soy Taehyung. — dije, ofreciéndole mi mejor y más sincera sonrisa.

Se sorbió la nariz y limpió con fuerza sus ojos, causando solamente que el tono rojizo aumentase.

— Soy Jungkook. — dijo, sin mirarme. — Gracias. — añadió, en un susurro.

Entonces, cuando vi que las comisuras de sus labios se levantaban durante unos casi inexistentes segundos, me sentí, después de mucho tiempo, útil.














— ¿Quieres uno? — dijo Jungkook, ofreciéndome un cigarrillo.

Negué con mi cabeza, con una sutil sonrisa en mis labios, y vi cómo se sentaba junto a mi, encendiendo su cigarrillo y dando una larga calada de este.

Habíamos salido del bar, supongo que buscando algo de privacidad — si se le podía llamar así — y la habíamos encontrado en un pequeño parque desolado. Jungkook se había ido por unos minutos diciendo que necesitaba usar el baño, lo cual era extraño tomando en cuenta el tiempo que había pasado antes encerrado en uno. No le tomé importancia y lo esperé sentado bajo un árbol.

Dejó salir el humo directamente hacia mi rostro, llenando mis fosas nasales de ese amargo olor y nublando mi vista por unos segundo. Tosí varias veces y él solo sonrió.

— Así que... — comencé diciendo yo. — ¿Qué fue lo que pasó?

— Aprecio tu intención, chico, pero acabo de conocerte. Lo mejor sería... irnos conociendo, ¿no crees?

Por alguna razón, eso me había dolido. Aunque era lo más lógico.

¿Quién sería tan ingenuo cómo para hablar como si hubiera confianza con alguien a quien conociste hace poco menos de veinte minutos en un bar?

Exacto, nadie.

Porque era absurdo.

Aún así, me dolió.

— Nunca te había visto antes. — otra calada de su cigarrillo. Volvió a soltar el humo en mi rostro, sonriendo de forma prepotente cuando volví a toser. — Y este no es un lugar muy grande... No eres de por aquí, ¿cierto?

— No. Acabo de mudarme. Hoy.

— Es bueno ver caras nuevas. No viene mucha gente. Ya sabes, ciudad aburrida, gente aburrida y ni siquiera hay lugares que atraigan turistas. — dijo, dejando que su mirada se perdiera en el oscuro y estrellado cielo, fumando nuevamente del cigarrillo. — Tal vez tú lo vuelvas más interesante.

Sonreí, avergonzado, mientras bajaba la mirada.

¿Yo, volviendo interesante algo?

Sí, claro.

— ¿Bebiste? Tu cara está roja... — dijo, mirándome con curiosidad y tocando mis mejillas con sus dedos índices.

El contacto solo hizo que sintiera como la temperatura de mi rostro aumentaba con rapidez.

— Ah, n-no, no bebo. Soy muy sensible con el alcohol. — reí nerviosamente , apartando con delicadeza sus dedos y mirando hacia otro lado.

Aún que algo dentro de mi no quería romper el contacto. Quería volver a sentir el calor de las yemas de sus dedos pasar por mi piel.

Porque se había sentido bien.

Pero decidí ignorar aquel sentimiento.

— No fumas, ni bebes... — vi cómo lentamente un sonrisa ladina se dibujaba en sus labios mientras me miraba con diversión. Se acercó a mi a tal punto que nuestras narices se tocaban suavemente con timidez. Mi parte racional decía, no, gritaba que me alejara. Que la cercanía acabaría con mi cordura. Pero no lo hice. — Espero no corromperte, Kim.

Se había visto tan pequeño y vulnerable cuando lo encontré en el bar. Un chico sensible y herido que, tal vez y solo tal vez, necesitase mi ayuda.

Pero ahora era todo lo contrario. Ahora lo veía como algo superior. Un chico alto e intimidante que lograría hacerme temblar solamente usando su profunda voz.

Y eso me asustaba.

Porque él empezaba a tener poder sobre mi.

— Tus ojos son lindos. — susurró, su frío aliento chocando contra mi rostro, enviando un escalofrío a través de toda mi espina dorsal. — Un verde muy oscuro... aunque, ahora que los veo de cerca parecen azules. Verde azulado, tal vez.

— Café. — susurré.

— ¿Ah?

— Mis ojos. Son cafés. Alguna clase de marrón oscuro, supongo.

— Lo sé. — sonrió. — Sólo bromeaba.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios a la par que evitaba su mirada, convirtiéndome rápidamente en un manojo de nervios.

Nunca me había planteado realmente mi sexualidad. Creo que nunca lo había hecho porque nunca me había sentido atraído a alguien de forma emocional. Las chicas eran lindas, pero los chicos también. Tal vez era bisexual. Tal vez, no lo sabía.

Pero ahora, con ese chico a escasos centímetros de mi rostro y con sus ojos mirando ocasionalmente hacia mis labios, estaba completamente seguro de algo.

Definitivamente me gustaban los chicos.

Oh, claro que me gustaban.

En especial el que se encontraba frente a mí.

— Apestas a cigarrillo. — susurré.

— Lo sé. — sonrió. — No es muy buena idea hacer lo que hiciste hoy, ¿sabes?

— ¿Qué?

— Ir a un bar siendo tu primer día en la ciudad. Puede ser peligroso. No conoces a nadie y estás rodeado de tanta gente alcoholizada... Podría haberte sucedido algo. — sonó preocupado. Preocupado por mí. Se preocupaba por mí.

Me sentí importante.

— Estaba con mi prima. En realidad yo no quería ir, no me gustan los bares, pero alguien tenía que acompañarla. — hablé, sin darme cuenta de lo que decía, de forma casi inconsciente.

Entonces la realidad me golpeó.

Yongsun.

La dejé sola.

Mierda.

Mi expresión debió cambiar de repente, mostrando toda mi preocupación de la nada.

— ¿Sucede algo? — preguntó Jungkook.

— Ah, no, no. No sucede nada. — sonreí levemente. — Yo... dejé sola a mi prima. — dije, mientras me alejaba de él.

Me levanté y sacudí un poco mi pantalón, intentando retirar la tierra que había quedado tras haberme sentado en el suelo. Él hizo lo mismo, dándole una última calada a su cigarrillo antes de tirarlo al suelo y pisarlo con fuerza.

Nos quedamos así por un rato, simplemente parados uno junto al otro, mirando al suelo y sin saber qué decir.

— Me tengo que ir. No quiero que le suceda nada a mi prima, mi abuelo me desheredará. — bromeé de forma vergonzosa, intentando volver menos incómodo el ambiente. Él rió nasalmente, metiendo las manos en sus bolsillos y mirando fijamente el pasto.

— ¿Nos volveremos a ver? — dije en un susurro nervioso, arrepintiéndome al instante al darme cuenta del tono desesperado con el que había salido mi voz. Cómo si, de alguna forma, le rogara de forma inconsciente que nos volviéramos a ver. Sonaba necesitado, patético y ridículo. Desvié por completo mi mirada, siendo consumido por la vergüenza y sintiendo como la sangre subía con rapidez hacia mi rostro.

— Eso espero, Kim. — puso su mano sobre mi hombro, causando que volviera a mirarlo y que nuestros ojos se encontraran. Me sonrió. Un sonrisa que causó un escalofrío por todo mi cuerpo, que mis manos empezaran a sudar y que relamiera mis labios. Una sonrisa que me decía que todo estaría bien.

Y, finalmente, se dio el momento que no quería que llegara.

Dio media vuelta y se fue.














No había ido a buscar a Yongsun. Bueno, lo había intentado de alguna manera. Había salido del parque, empezando a caminar por las desiertas calles sin ningún destino al que llegar realmente.

Tal vez mi destino era el bar, pero no sabía donde estaba. No había prestado la más mínima atención cuando salí del bar con Jungkook, me había mantenido absorto en mis pensamientos, sin saber siquiera a donde íbamos. Me había dejado llevar por él.

Y ahora me arrepentía, porque, si tan solo hubiera visto en que calle se encontraba el bar, ahora no estaría completamente perdido, refugiándome entre los pasillos de una tienda que abría las 24 horas.

Dios, ni siquiera recordaba el nombre del bar.

Tomé una Coca-Cola y una barra de chocolate de la estantería, dirigiéndome a pagarlo con pasos lentos y cansados, arrastrando mi cuerpo con la poca energía que me quedaba.

Le di el dinero a la chica frente al mostrador. Vi en sus ojos algo de pena mientras lo tomaba, dándome la espalda un momento para guardar el dinero en la caja registradora y darme el cambio.

Tomé el dinero y lo guardé en el bolsillo de mi abrigo, susurrando un quebradizo Gracias antes de tomar las cosas que había comprado y salir de ahí.

Me senté en la acera, abriendo la Coca-Cola y dándole un largo sorbo.

Estaba perdido, tanto literal como figurativamente. No sabía qué hacer, no sabía a dónde ir. No tenía a donde ir.

Entonces sentí la imponente presencia de alguien frente a mi.

— ¿Te encuentras bien?— asentí con mi cabeza, sin mirar a quién sea que estuviera frente a mi.— Te ves mal... muy mal. — rió.

— ¿Y a ti qué te importa? — respondí, fastidiado. Ya tenía suficiente con estar perdido como para tener que lidiar con un chico extraño que quería burlarse de mi.

Lo miré con el ceño fruncido, encontrando a un chico alto y peligris, con piel pálida como la nieve y labios rojizos como la sangre. Sus ojos verdosos me miraban con diversión mientras un sonrisa brillante y blanquecina se formaba en sus labios.

Entonces, el mundo se detuvo por un momento y, por unos segundos, sentí que todo estaría bien al ver su sonrisa.

Lo que yo no sabía en ese momento era que ese chico se convertiría en mi completa perdición, que llegaría a estar a su completa merced. Si tan solo hubiera escapado de él, nada de esto habría sucedido...














¡Nos leemos luego!

— Noduru.

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