PRÓLOGO
𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞
El rubio acarició la curva de la mujer con la base de su palma. Lento, para sentir su suave piel aterciopelada sobre la suya. Tomándose todo el tiempo que no tenían.
Empujó en ella una vez más, ganándose un gemido de ella. Lamió la base de su garganta hasta su mandibula y mordió el lóbulo de su oreja.
— ¿Acaso mi padre te hace sentir así? —murmuró, con voz ronca.
Ella dejó salir un suspiró de mera satisfacción, el velo del orgasmo posándose sobre ella.
Draco cogió un puñado de su cabello y halo de el con suavidad, para después colar la mano entre sus piernas y rozar levemente su clitoris con la yema de su dedo.
Sintió como la mujer temblaba bajo su cuerpo, y eso lo llenó de satisfacción.
Otro pequeño gemido, sobre la piel de su oreja; provocando que se erizara.
— ¿Mi padre es capaz de follarte de tal manera, Eva? —presionó una vez más, saliendo de ella para volver a penetrarla.
Intentaban —lo hacían, de verdad— ser lo más silenciosos posibles, pues Lucius Malfoy dormitaba en el tercer piso de la mansión y no querrían que los pillara en medio acto.
Puso la mano en alto, para después golpear la suave piel del trasero de la mujer, provocando que el sonido hiciera eco entre las cuatro paredes.
— Draco —gimió ella—. No seas...tan ruidoso.
— ¿Por qué? ¿Huh? ¿Te da miedo que mi padre baje y me encuentre follando a su mujer?
Se inclinó para rozar con los dientes la piel de su mandíbula, con cuidado de no dejar marcas.
Ella habló entre jadeos, con el corazón sumamente acelerado y la piel cubierta de sudor.
— M-me voy a correr.
Esa fue su señal para aumentar el ritmo de sus caderas y de los movimientos que hacía sobre su clitoris.
Una penetrada, dos, tres...cuatro.
La mujer no aguantó más y cayó sobre su pecho, sus piernas temblando y sus labios entreabiertos, intentando respirar.
Draco no se detuvo hasta que encontró su propia liberación. Un minuto después, salió del interior de la mujer y deslizó el condón por su pene, para después tirarlo.
Se acostó junto a Evangeline y cogió una bocanada de aire, mirando a sus ojos azules.
— Espero que no me hayas dejado marcas.
— No te preocupes —le sonrió con inocencia.
— Tu padre estará despierto en —miró al reloj que adornaba la pared blanquecina— treinta minutos.
— ¿Y qué tiene? —preguntó él, acercándose para dejar un beso sobre su hombro.
— Ya sabes que no nos puede ver así.
— Estoy cansado de eso.
— No tenemos nada por hacer —le recordó, lista para ponerse en pie y recoger sus pertenencias—. Así han sido las cosas desde el comienzo y ambos sabíamos que nuestra atracción era prohibida.
Él se dejó caer sobre su espalda, tendiendo los brazos a su alrededor y dejando salir un sonoro suspiró.
— Siempre que me regañas así, haces que me acuerde de la cruda verdad.
— ¿Y cuál es esa? —preguntó ella, mirándolo sobre su hombro.
— Que algún día vas a ser mi madrastra y nosotros estaremos prohibidos de verdad.
Evangeline Dippet, giró y colocó ambas manos sobre el fino colchón; se inclinó un tanto y dejó un casto beso sobre los labios del rubio.
— Cariño, tú y yo estamos prohibidos desde el primer día que cruzamos miradas.
— Quédate —le murmuró sobre sus labios, cogiendola con suavidad del brazo—. Quédate conmigo, por favor...
— Esto es simplemente sexo, Draco. No lo olvides.
Un sentimiento amargo embargó todo su cuerpo, provocando que el hombre se sintiese como un niño acostándose con una mujer mayor.
Prácticamente era eso. Evangeline Dippet era mayor que él por seis años; estaba prohibida para él por varios razones —pero empecemos por la más importante— mantenía una relación romántica con su padre, Lucius Malfoy.
Draco sabía que era un relación por mera conveniencia, pero Evangeline le aseguraba que le tenía cariño a su padre.
Cabe recalcar y dejar muy en claro, que seis años no es nada comparado con veinte. Esa era la suma que, Lucius Malfoy, le llevaba a Evangeline Dippet.
Draco Malfoy le recordaba cada noche a Evangeline que él podía follarla mejor, hacerla sentir más satisfecha que su padre y que, incluso, podía darle una buena vida, al igual que su padre. Sin embargo, la mujer le daba la misma respuesta que siempre: «Si tu padre nos descubre, es probable que te desherede y a mi me mate».
A lo mejor tenía razón, pero Draco se negaba a creerlo.
Él era más hombre que su patético padre, el cual decidió buscar otro coño cuando se cumplieron seis meses del fallecimiento de su madre, Narcissa Malfoy.
La bella mujer —Narcissa Malfoy— fue diagnosticada con un tumor cerebral maligno, a sus cincuenta años de edad. Los médicos muggles trataron de hacerlo todo por ella, pero lamentablemente la enfermedad ya estaba muy avanzada y no tenían nada más que hacer.
Ella murió... su hijo comenzó a ir a terapia y su esposo decidió que era correcto buscar a otra mujer.
Draco juró que odiaría a la mujer que su padre escogiera, pero en cuánto miró a Evangeline Dippet, fue imposible no caer por ella...
Estaba enamorado de la mujer que le pertenecía a su padre.
— Te amo, Eva —le recordó.
— Duerme bien, Draco —dicho eso, la preciosa mujer salió de la alcoba.
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