Capítulo 7
No dormí en toda la noche.
Hay varias razones por las que no suelo conciliar el sueño: pesadillas, fragmentos borrosos que se mantienen presentes en mi memoria, desagradables recuerdos con los que tendré que vivir para siempre.
Todo está fresco aquí adentro, en mi cerebro.
Dos años atrás, los terrores nocturnos me atacaban todas las noches; pero ya no, ahora suele suceder una vez a la semana o tres veces cada mes.
He progresado.
Pero..., cuando se acerca la fecha, me acecha el insomnio.
No he dormido hace dos días. Y no puedo darme el lujo de cerrar los ojos y tomar una siesta de dos horas, porque mi cerebro no me da un respiro con los constantes recordatorios que me ponen en estado de alerta cuando salgo a dar una vuelta.
«Va a venir por mí. Me encontró y va a matarme.»
Me lleno la cabeza de esos pensamientos que me ponen peor durante la noche, y depresiva por el día:
«¿Por qué fui tan estúpida? ¿Por qué no me aleje en cuanto vi las señales? ¿Cómo pudo pasarme esto a mí?»
Pero la terapia me ha ayudado a esclarecer mis ideas, y a no dejar que me ahogue en esas preguntas que me tienen sin cuidado hoy en día. Claro, no es que me haya curado de un día para otro; me tomó dos años salir de ese pozo colmado de mierda, y otro medio año a volver a tener sexo sin presión o manipulación.
Ahora soy yo la que decide las reglas.
Entonces, cuando siento que me asfixio, veo más allá del problema.
Pienso con lógica:
«Está en prisión. Le dieron cuarenta años. Está en prisión. Él ni siquiera sabe en dónde vives. Está en prisión.»
Leo y releo las noticias en mi celular pero..., nada.
«Porque no hay nada, Georgeanne. Te estás poniendo paranoica otra vez.»
Éste es el único mes del año en el que me permito hacer una pausa. Por eso pedí dos semanas en el trabajo. Vera cree que estás son vacaciones pagadas que la escuela está obligada a darme, pero no es el caso. El director para el que trabajo está al pendiente de mi situación, y lo que significa esta fecha para mí. Es indulgente conmigo, siempre ha sido así.
Me gusta venir a la casa de mi hermana porque su estabilidad me mantiene a salvo. Jamás le he confesado la verdad a Vera, y creo que jamás lo haré. La amo y confío en ella, pero no quiero exponerme de esa manera. No es que me avergüence lo que me sucedió, pero pienso que no tengo por qué decirlo si no quiero.
Con eso en mi cabeza, mi celular me recuerda que hoy tengo la maratón de Barbie en casa de Michael. Yo llevaré las donas y los nachos con queso.
A veces, leer estos recordatorios son, de cierto modo, un recordatorio de que mi cerebro está dañado.
Curiosamente, eso es lo único que jamás he olvidado desde los dieciocho años. Tampoco el rostro del cabrón que me hizo esto.
«Lo odio. Lo odio. Lo odio.»
Me jodió mi calidad de vida: ¿Qué chica de dieciocho años se despierta después de cinco días en cuidados intensivos, y le informan que su cerebro no volverá a ser el de antes?
Vivo con miedo de no despertar: esa es la razón por la que a veces no consigo dormir.
Vivo escondiendo este secreto: esa tampoco es forma de vivir.
Vivo rememorando la noche que sucedió el ataque: eso me provoca escalofríos.
Y me engaño incluso sabiendo que no vivo, sino que sobrevivo.
♥︎♥︎♥︎
Desear no despertar no es tocar fondo, es hacer todo lo posible para que tus deseos se vuelvan órdenes.
No me enorgullezco de las decisiones que tomé el primer año después del ataque. Pero tampoco me avergüenza admitir que estuve cinco veces en urgencias por intento de suicidio: me corté las venas, tomé pastillas, me ahorqué, y casi me aviento de un edificio. La quinta vez comí veneno para ratas; creí que eso le daría punto final a mi existencia.
Pero no. Mamá me salvó como hizo desde que recibió esa llamada que sacudió su mundo.
Porque al final, ser Gala tampoco fue fácil. Estuve tan consumida por mi propio dolor que no vi lo que ella debió sufrir cuando recibió la noticia de mi estado y posible vida después de que despertara.
Su peor pesadilla se volvió realidad: alguien me hizo daño.
Siendo Gala Cruz, no se dejó vencer o arrastrar por mi estado. Ella me cuidó, jamás se rindió, nunca me regañó o me gritó o se mostró molesta conmigo por mis intentos de suicidio. ¿Le dolió? Eso no lo supe porque en ese momento no me importaba nada ni nadie, ni siquiera me importaba yo.
Fue buena reprimiendo sus emociones. Tanto, que incluso me ocultó su diagnóstico de cáncer en los huesos por dos años.
Fue el tiempo que pasé en el instituto psiquiátrico al mes de sufrir la golpiza. Dos años desperdiciados sin ella: pude haberla ayudado como hizo por mí. Fui egoísta, y débil. Si hubiera sido mentalmente más fuerte, no hubiese necesitado internarme con profesionales para que me ayudaran, jamás nos hubiéramos separado para empezar.
Si de hay algo que me arrepiento, es de eso.
Pero, bueno, basta de malos recuerdos. Lo que pasó pasó, nada puedo hacer.
Prefiero vivir mi presente que para eso me costó conseguirlo:
Investigué sobre Hudson Taylor después de que me diera Follow en Instagram.
Sus fotos son casi tan buenas como sus ojos violetas.
Debe ser un fotógrafo profesional, porque es mágico lo que logra con la cámara de su celular. También tiene videos editados con canciones y escritos en donde habla de la suerte, el destino y sus películas favoritas.
Es fanático de Tarantino y de Bon Jovi. Le gusta el color rojo, y su autor favorito es Edgar Allan Poe. Tiene muchos seguidores, pero en ninguna foto se le ve con alguien que sea importante para él. En todas está solo.
Me extraña que, teniendo un hermano y una sobrina, no aparezcan en su perfil o en alguna de sus historias junto a él.
—¿Qué tanto ves en tu celular? —me pregunta el esposo de mi hermana.
Bloqueo la pantalla y me dedico a desayunar como él.
—Nada.
—Tenías una mirada extraña.
Ignoro su comentario, y mastico mi pan tostado.
—¿Irás a la casa de Michael? —me pregunta.
—Sí, Judith me pidió ver un maratón de Barbie con ella.
—Es una niña muy dulce. Le agradas. Bueno, le agrada casi todo el mundo, pero tú le agradas mucho. Te ve como a una princesa.
—¿Ah, sí?
«Si ella supiera... Soy una villana perversa, no una princesita.»
—La única persona con la que es hostil es con su abuela materna.
—¿Por qué?
—Los padres de Michael y Hudson murieron, así que a la niña sólo le queda Martha, la madre de la difunta esposa de Michael.
—¿Qué hay con ella?
—Es como Gema, sólo eso te diré.
Suelto una carcajada que lo hace sonreír.
—¿Las víboras se juntan para hablar mal de Michael y de ti?
—Posiblemente.
—Creo que no entiendes el término «retórico», amigo.
Se ríe.
—Eres incorregible.
—Gracias —le respondo igual que una colegiala enamorada.
—No entiendo por qué a Michael le gustas tanto —comenta sin mala intención de un momento a otro.
Casi me atraganto bebiendo mi jugo.
—No le gusto a Michael.
—Te equivocas.
—Es un idiota. Lo único bueno de ese sujeto es su hija.
Jack suelta una risilla, como si se estuviera burlando de mí. Y me molesta porque el ambiente deja de sentirse amigable, a ser algo que me resulta molesto.
—Se comporta como un idiota porque le gustas —dice, empeorando la situación.
—Tremenda estupidez la que acabas de decir, cuñis —me mira—. Cuando a una persona le gusta alguien, no es mala o grosera con ella o él, sino todo lo contrario, te habla de frente, te sonríe, es amable, esquiva tu mirada porque teme que lo o la veas sonrojarse, y hace lo humanamente posible por verte feliz. No existen engaños, no existen los famosos «Ya veremos», o te considera un plato de segunda mesa. Tú significas todo para él o para ella. A la gente que te gusta, no se le hace daño.
Jack se aclara la garganta, y desvía sus ojos de los míos luciendo incómodo de repente.
—Tienes una opinión muy distinta a la de tu hermana. —Sólo eso puede decir, dado que también adormece la lengua y calla sus siguientes palabras.
—Mi intención no es ofenderte, sólo decir lo que pienso. Y con todo respeto, Jack, pero si a las mujeres nos enseñaran antes de amor propio y no de suspirar por niños bonitos, el progreso sería inquebrantable. Es más, no existiría el duelo por un corazón roto.
Mi cuñado juega con el asa de su taza como si le estuviera dando vueltas a algo.
—¿Te has enamorado alguna vez?
—No, ¿pero y eso qué tiene que ver?
No me dice nada.
En ese momento aparece mi hermana con una cara que representa su cruda. Tiene el pelo electrificado, y la nariz roja; lloró hace poco.
—Buenos días, cariño. ¿Te sientes mejor?
No sé si Jack sea la persona menos atenta del planeta, o de plano sea despistado por naturaleza.
Hasta un niño de diez años podría darse cuenta de que Vera no está bien.
Hasta yo me doy cuenta de que mi hermana no está bien. Necesita ayuda. Su depresión por no poder ser madre está acabando con ella.
El intento de sonrisa hacia su marido lo comprueba.
—Sí, ya mejor.
Jack termina su café, y se levanta a darle un piquito en los labios a mi hermana.
—Qué bueno —responde a la mar satisfecho—. Bueno, ya me voy. Tengan un bonito día.
Se va de esta casa.
Mejor dicho: huye de los problemas de esta casa.
«Cobarde.» Ya veo que la plática que tuvimos anoche fue de "gran ayuda".
Sully ladra atrayendo la atención de Vera.
Levanto mi plato, y lo lavo mientras mi hermana continúa en una rodilla cerca de su perrita consentida.
—Creo que esto es lo más cercano que voy a tener a una hija.
—No digas eso, Vera.
—¿Por qué no? Es la verdad.
—En primera: menosprecias a Sully. Segunda: es patético que hables de esa manera. Tercero: no sientas pena por ti.
—Es fácil decirlo para ti —masculla con una nota de desprecio en la voz.
Giro sobre mis talones para verla.
—¿De qué hablas?
—Tú eres joven y bonita. Tienes veintidós años; podrías embarazarte a propósito de cualquier hombre con el que te acuestas, en cambio estás desperdiciando tus mejores años trabajando para esa escuela.
Ignoro su hostilidad porque sé que está deprimida. No debo tomar a pecho su grosería.
—Voy a alistarme. Judith me invitó a ese maratón de Barbie, y aún tengo que comprar las frituras. —«¿O eran donas?», me pregunto.
Agarro el trapo y me seco las manos, lo lanzo a la isleta y mantengo las distancias con ella yéndome de su cocina.
Como me jode que critique mi vida, cuando la suya no es tan perfecta.
Su maldito comportamiento de jueza me harta.
Piso firme para dejar claro mi enfado hacia sus ataques verbales. No esperaba que me siguiera.
—¿Estás saliendo con Michael? —me pregunta antes de que empiece a subir sus pulcras escaleras.
—No.
—Te invitó a su casa.
—Su hija me invitó a su casa —la corrijo.
—Pero vas a ir.
—¿Adónde quieres llegar, Vera?
—¿Sí te pidiera salir con él, aceptarías?
—No.
Vera luce ofendida sin razón.
—¿Por qué no? Es un partidazo.
—Puede que sí, pero yo no le intereso.
—Eso no lo sabes.
—Tienes razón, pero igual no me interesa. No es mi tipo.
Doy media vuelta.
—¿No es tu tipo sólo porque no es un prostituto? —alza la voz.
Detengo mi pasos y la miro.
—Querer sexo no vuelve a una persona pristituta o prostituto, Vera.
—¿En serio vale más el cuerpo que el alma para ti?
—No porque una persona sea buena delante de ti signifique que lo sea todo el tiempo. Entonces, ¿qué más da si en lo que se fija uno sea primero en la apariencia?
Algo dentro de ella hace click con ese comentario.
—Lo tendrás de su hermano, ¿verdad? ¿Lo que estás buscando? —Sus ojos se ponen frenéticos sin razón.
—La verdad, sí. Él y yo estamos en la misma onda.
—No tienes vergüenza, Georgeanne. Después de que te dije que él...
—¿Tiene novia? —la interrumpo.
—No, pero...
—Bien. No le hago daño a nadie. —Retomo mi camino.
—¿Adónde vas? —Me sigue.
—A alistarme. Como ya te dije: Judith me invitó a ver una maratón de Barbie en su casa.
Voy al baño. Cuando quiero cerrar la puerta, la mano dictadora de mi hermana me lo impide.
—¿Vas a engañar a una dulce niña sólo para tener relaciones sexuales de su tío?
—Aquí nadie está engañando a nadie, Vera. Sí voy a lo que te he dicho; sé cumplir una promesa.
No quita su mano de la puerta, y no la obligo. No quiero lastimarla.
—No vayas si tus intenciones le harán daño.
—¿De qué mierda hablas, mujer? Como si fuese a obligar a la niña a vernos. Judith apenas me conoce. Congeniamos muy bien, sólo me ve como una amiga. Además, no tengo ninguna relación con Michael o con Hudson. Sólo quiero divertirme un rato.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—Georgeanne, no puedo creer lo que me estás diciendo.
—No tengo pelos en la lengua, hermana.
—Este comportamiento es inaceptable.
—¿Por qué? Tú tienes tu vida, yo tengo la mía. Mejor que cada quien se dedique a hacer de la suya lo que quiera.
—Haces que parezca imposible defenderte de mi madre.
—Te agradezco el gesto, pero no necesito que me defiendas.
—Espero que no te arrepientas de no darle a Michael una oportunidad por ir de mujerzuela con su hermano —pone una mueca de asco. Me mira con ojos despectivos, y añade—: No tienes clase, tampoco respeto por ti ni por nadie más.
—Ya no tengo nada que decirte. ¿Me dejas cerrar la puerta, hermana? Como ya te dije: Judith me está esperando en su casa.
♥︎♥︎♥︎
Debo reconocer que una parte de mí comprende el enfado de Vera. A mí también me molestaría saber las verdaderas intenciones de mi hermana menor con un hombre.
Pero lo cierto es lo siguiente: quiero divertirme, no busco novios o esposos o hijos, y me gusta la soledad.
No busco al príncipe encantador o a una especie de pretendiente perfecto.
Soy feliz justo así: sola.
Y entiendo que Vera se preocupe por mí; puedo vivir con su manera de demostrarlo. Pero lo que no apruebo es su manía por convertirme en una mujer que no soy.
«¿Qué mal hago yo al acostarme de vez en cuando con un chico?»
Qué suerte que Jack me dio la dirección de la casa de Michael. No recuerdo cuándo se la pedí con exactitud, pero mi celular me avisó que sí lo hice y que no me preocupara por cómo llegar.
Vera no abrió la puerta de su habitación cuando toqué para despedirme. No es que hubiera olvidado la pelea que tuvimos, pero tampoco iba a irme sin decir adiós.
Le dejé una nota con la esperanza de establecer una tregua, pero ni así me dirigió la palabra.
Bien. Tampoco iba a rogarle, ya se me hacía tarde.
Compré rosquillas, nachos con queso y pizzas. Le prometí a Judith que iba a ser una maratón que no olvidaría, e iba a cumplir mi promesa.
Me guío por el Google Maps para llegar a su casa, y quien abre la puerta es Hudson Taylor, mi nueva presa.
NOTA: Aquí estoy. Sigo viva.
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