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Capítulo 4

Reconozco que la estúpida de mí pensó que Hudson se ofrecería a lavar los platos conmigo.

Tonta. Tonta. Tonta.

Pero eso no significa que no aprecie la compañía de la pequeña y de su padre. Son buenos conmigo y con mi mutismo. No me gusta hablar mientras hago las labores de la casa.

Pero tal parece que a Judith sí, por eso soy paciente con ella cuando decide hacer cientos de preguntas arbitrarias que respondo sin problema.

—¿Hablas chino?

—No.

—¿Te gusta el helado?

—¿Y a quién no? —respondo.

—¿Cuáles son tus días favoritos: nublados o soleados?

—Me encanta la lluvia: nublados.

—¿Te gustan tus dedos?

—Claro.

—¿Por qué tus uñas tienen ese color?

—Se llama esmalte, y lo utilizo porque me gusta. Me encanta el color rojo.

—¿El rojo es tu color favorito?

—Varía entre el rojo, negro y gris. Pero sí, el rojo es mi color favorito.

—¿Cuál película de Barbie es tu favorita?

—Mmm... Hay un empate entre La Princesa y la Plebeya, y Barbie en el Cascanueces.

Su boquita dibuja una O de sorpresa.

—¡La mía también!

«Es una dulzura esta nena.»

—¿Quieres ver un maratón conmigo y con mi papi de Barbie en mi casa?

—Me encantaría, cielo. Pero primero pregúntale a tu papi si quiere que los acompañe.

La pequeña no duda en ir con su padre. Michael, sin dejar de fregar los platos, acepta con un asentimiento de cabeza.

—¡Sí! —La dulce Judith se pone a dar saltos de alegría mientras gira sobre su propio eje—. ¡Nos divertiremos un montón!

—Ya lo creo, cielo.

Se va a no sé dónde, dejando a su padre a solas conmigo, ¿o a mí a solas con su padre? ¿Quién sabe? Como sea, ahora los dos estamos solos, cerca el uno del otro, casi pegada a su codo mientras él lava y yo seco los platos que me tiende sin mirarme o dirigirme la palabra.

«Incómodo...»

—Tu hija es un amor —comento como motor para una conversación.

—Es igual a su madre.

Veo su expresión melancólica por el rabillo del ojo.

—¿Qué pasó con ella?

—Se enfermó.

—Mierda, qué mal.

—Sí, mierda qué mal.

Quisiera hacerle más preguntas respecto a la mujer que fue su esposa, pero no quiero agobiar o molestar su paz. Además, el ambiente se ha puesto tenso y sin probabilidades de reanudar el buen humor que antes quería iniciar con él.

—No tienes que ir si no quieres —dice después de un minuto de silencio.

—¿Ah?

—A mi casa —se explica—. No tienes que ir si no quieres.

«¿Me está jodiendo? Relájate, Georgeanne. Quizá sólo quiere darte una salida fácil y respetuosa.»

—Pero, sí quiero ir —digo.

Suspira, como si le pesara la idea de tenerme tan siquiera cerca, y su sonrisa forzada me fastidia.

Me caga este sujeto.

—Okey... —Sin otra palabra que añadir, me retiro de la cocina.

«Qué alguien venga a darme una dosis de paciencia, por favor.»

Michael cae como la puta mierda cuando lo conoces, de eso ya me di cuenta.

Sin duda alguna: hasta aquí llegó lo de intentar conocer a Michael.

Ya me puse de malas.

Se me antoja una verga de tamaño promedio dentro de mi vagina. No soy avariciosa, sé que encontrar una que mida al menos 21 centímetros, es casi imposible en menos de dos horas pero, sin duda, sería una buena recompensa.

Robaría el licor de mi cuñado, pero sus botellas están bajo llave y, además, no puedo beber. Estoy sobria desde hace cuatro años; ni siquiera como alimentos en los que se inyecte o marine la carne usando el vino de marca.

Vera está al pendiente de mi situación, y se asegura de cocinar por aparte para mí. Ella dice que no le molesta y que lo hace con gusto para facilitarme las cosas: es un amor.

Encuentro a la hermosa Judith jugando con Sully en la salita de estar. Es tan bonita esa imagen.

—Georgeanne. —La melodiosa voz de Vera llega a mi izquierda—. Michael está en la cocina.

—Sí, vengo de ahí.

—¿Tienen una cita?

—No realmente. Tengo una cita con su hija. —Tomo nota mental para escribirlo en mi agenda.

—Oh, bueno, qué más da. Irás a su casa, ¿cierto?

—Está implícito —me encojo de hombros.

—Genial —se alegra—. Ponte guapa, pero no te comportes como una mujerzuela en su casa. No quiero que Jack pierda sus amistades, ni yo la oportunidad de formar una familia unida.

Frunzo el ceño con una expresión de «¿Qué demonios?».

—Recuerda: no tengan relaciones la primera noche, sólo comparte un beso con él, y no lo provoques para que pueda invitarte a una segunda cita.

—Seguro —le doy el avión.

Vera besa mi mejilla, y se retira al segundo piso. Vuelvo a vigilar a Judith, y me pregunto si es buena idea dejar a la princesa de Michael en la salita de estar. Me alegra no tener que preocuparme por eso ya que su padre se reúne con ella en segundos.

Cuando me doy la vuelta, descubro a Hudson a medio camino de bajar las escaleras, mirándome con todo menos dulzura en sus ojos color violeta.

«Necesito coger con este sujeto.»

Le sonrío con discreción, pero con hambre.

Él igual.

Soy una depredadora, me gustan los hombres expertos y sus trucos en la cama. Se nota que él es mi tipo de macho alfa.

Sin palabra que decir, camino con calma a la puerta de la cocina, con Hudson a un metro de mi silueta lista para recibir su peso sobre el mío. Abro la puerta del mosquitero, y él viene detrás de mí como si nada, como si ambos caminaramos al mismo destino.

Miro sobre mi hombro al hombre que provoca que mis pezones se pongan duros como balas, le sonrío de medio lado, y él no aparta la mirada de mis ojos.

Camino hacia el cobertizo rosa con una palpitación en la vagina que no me deja pensar.

«Carajo, estoy muy húmeda.»

Mi espalda se recuesta en la madera, y un metro de distancia nos separa de nuestro inminente encuentro.

Pero antes quiero estar segura de una cosa.

—¿Quieres...? —le pregunto, coqueta.

—¿Te gusto?

—Supongo que sí, si te estoy ofreciendo sexo.

Me sonríe con malicia.

—¿Eres dominante o sumisa?

—Un poco de ambas. ¿Y tú? —Necesito saber.

—Un poco de ambas.

—¿Buscas una relación a largo plazo, o... quieres divertirte? —le pregunto. También necesito saberlo a tiempo.

Se aproxima.

—¿Tú qué quieres? —decide preguntar en lugar de responder.

—No lo sé. Me gustas, pero se nota que no te va el compromiso.

Vuelve a sonreír de medio lado.

—Te informaron bien. —Su mirada lasciva me está excitando.

Ya no quiero hablar.

—No me gusta que me aten sin mi permiso —le aviso.

«¿Qué estás haciendo? Sólo cojete a este espécimen.»

—¿Te gusta despertar con una verga entrando y saliendo de ti? —pregunta con voz seria.

—No lo sé. Jamás me quedo a dormir, o, dejo que un chico o una chica se queden a dormir en mi cama. Así que no puedo responder a eso.

Y no pienso responder a esa pregunta, nunca. Echo a mis conquistas de mi casa antes de que la noche se presente. Me veo como una perra autoritaria y vacía cuando eso sucede; pero es mejor así: verme mal, a verme peor con un ojo morado o la mente jodida por una experiencia traumática.

No pienso volver a ese punto del que me tomó dos años salir.

—Bien, podemos averiguarlo.

—No lo creo. No me gusta dormir con extraños. Tampoco suelo ser exclusiva —le aviso.

—Entonces, conozcámonos —propone.

—¿Por qué?

—No lo sé. Me gustas, eres inteligente, atractiva, bonita, tienes un cuerpo que me muero por explorar, y una boquita peculiar que dice cosas raras y divertidas.

Palabras acertadas; pero cualquiera puede decirte lo mismo.

—¿Mi extraño sentido del humor... te parece gracioso?

—Che.

—Vaya...

Me siento cómoda con Hudson, a pesar de nuestra conversación sobre lo que nos gusta encontrar en la pareja que elegimos, es bueno siguiendo mi juego de coqueteo. Me atrevo a decir que es incluso más relajante platicar con él, que mis ejercicios matutinos.

Acorta el espacio que nos separa con pasos metódicos, los ojos fijos en los míos, y exudando un aroma rico y pasional.

—¿Te gusta que te hablen sucio?

Aprieto los muslos como respuesta.

—Sé que sí —musita con voz provocativa.

Su complexión alta, ancha y atlética me invade cuando sus manos encarcelan mi cabeza mareada por su olor. Si me abre las piernas ahora estaré completamente indefensa. Peor aún: accederé a sus órdenes inmorales.

«No puedo dejar que él tome el control de una situación que yo creé.»

La depravación brilla en mis ojos cuando mi mano se dirige a mi escote, y camino por el valle de mis senos usando mis dedos. Voy a uno de los tirantes que sostiene las copas, y lo hago a un lado sin apuro. Bajo la tela hasta revelar uno de mis senos, y el pequeño secreto en mi pezón reluce su diseño.

La lujuria y el deseo queman mi piel mientras detalla mi cutis resplandeciente.

«¿Qué carajos estás haciendo, Georgeanne? ¡Alguien te puede ver!»

Pierdo el pudor cuando su pulgar acaricia el piercing en mi pezón. Sudé gotas frías cuando me lo pusieron; bueno, los dos, porque tengo perforados ambos pezones. Ahora no hay dolor de ningún tipo, pero... Hudson lo hace girar con cuidado para no lastimarme mientras está al pendiente de mis gestos, dándome una atención que desconocía desde hace mucho, haciendo que me sienta venerada pese al lugar en donde nos encontramos.

Yo... Se me corta la respiración, cierro los ojos, me muerdo el labio inferior, y el cielo ve de mí una sonrisa de satisfacción.

Sólo los hombres y mujeres con los que me acuesto saben de la existencia de mis piercings. Él es alguien afortunado.

—Eres preciosa, Georgeanne.

Estoy disfrutando de sus mimos, del sonido de su voz, de sus yemas índice y pulgar cuando tiran del metal que... Gimo en respuesta, y mis muslos se separan. Hudson se aprovecha de mí introduciendo su cuerpo entre mis piernas, dominando el placer que siento.

Mi espalda se arquea cuando se mete mi pezón a la boca, y juega entre sus dientes con mi piercing. Ahogo un jadeo mientras él continúa succionando mi carne. Presiona su dureza contra mi humedad, y me aferro a la tela de su camiseta como método de supervivencia. Muerde mi seno, pero no me hace daño. Reparte besos desde mi pecho, clavícula, cuello y mentón. Me llena las mejillas de besos hasta que finalmente termina en mis labios ansiosos por los suyos.

El roce de su boca es exquisito, me absorbe, y él se deleita con el sabor de mi labial. Nos consumimos lentamente, mis dedos se enredan en las raíces de su pelo y... Oímos que la puerta del mosquitero se abre.

Interrumpimos el beso.

A lo lejos vemos a su sobrina corriendo hacia nosotros con dibujos en sus manos.

Me aparto de sus labios, controlo mi respiración, y me apresuro a acomodar mi vestido.

Actúo como si aquí no pasara nada, y la hermosa Judith llega a nosotros.

—¡Hola! —la saludo con demasiado entusiasmo. Estoy nerviosa; se me nota.

Sus adorables ojos me evalúan y luego a su tío.

—¿Qué hacen? —nos pregunta con curiosidad.

—Hablar.

—Nada —respondemos al unísono.

Sus bucles se mueven cuando su mirada alterna entre uno y el otro.

—No entiendo —dice confundida.

—No es asunto tuyo, mosquita. ¿Qué te dije de andar de entrometida en pláticas donde nadie te menciona? —Se arrodilla ante ella.

Aunque Hudson habla en broma, la pequeña le responde:

—Dijiste: de grande te vuelves una vieja chismosa como las de las esquinas.

Tengo que cubrirme la boca para no soltar una de mis características risotadas.

Hudson sonríe; no sé si por mí o por lo que dijo su sobrina, pero es magnífico verlo divertirse de este modo. No pensé que se llevara así de bien con ella.

—Vaya, mosquita, me citas a la perfección.

Judith sonríe, y unas apenadas chapitas aparecen en sus mejillas.

Hudson la atrapa entre sus brazos, y le llena la carita angelical de besos que endulzan mi corazón. La pequeña grita a carcajada viva cuando la carga, y Hudson se ríe con ella.

Tengo una sensación rara en el estómago.

Noto una conexión más intensa con él que con su papá.

Aunque se ve que Judith tiene una relación con Michael, con Hudson tiene un lazo especial. Quizá porque es su único tío; bueno, eso creo yo.

—Tío, tío, quiero un helado como los que venden los camiones de los vecindarios.

—Yo igual. Lástima que la odiosa de Gema haya prohibido que los camiones de helados pasen por aquí.

Judith hace un mohín con sus labios.

—¡Es la bruja malvada! —exclama la niña, lo que provoca nuestras risas.

—Sí, pero chitón, eh. No hables mal de esa mujer cuando está su hija presente.

Judith asiente con entusiasmo.

—Bien —la baja con cuidado—. Ahora lárgate antes de que el payaso del mal te caze, mosquita.

Se ríe mientras se marcha por donde vino.

Hudson le sonríe con amor, y yo le sonrío a él.




Nota: Continuará...

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