Capítulo 3
Mi pulso se acelera, pero no porque la rodilla de Michael esté tocando la mía —a propósito—, sino por el maldito reino que encuentro en los ojos de Hudson cuando éste me devuelve la mirada a cada nada del otro lado de la mesa.
«¡Esa intensidad, Dios mío!»
Me está sintiendo, siente la atracción que despide mi pecho, boca, y el centro de mi cuerpo. Mis pezones duelen e imagino su lengua lamiendo y chupando mi piel.
Los senos son más sagrados que el pubis. Hay que mantener los pechos voluptuosos y firmes, y esa tarea es complicada pero merecedora cuando un hombre te besa con vehemencia.
Mis muslos se calientan con antelación. Ahora estoy segura de que quiere lo mismo que yo: sexo. Desconozco lo que piensa, pero no lo que percibo. Y me gusta ver que él siente el mismo dolor que yo. Ambos queremos tomar el cuerpo del otro aquí y ahora.
Somos unos extraños que se desean.
No hemos abierto la boca durante la cena, tampoco hemos querido conocer más el uno del otro, o hecho preguntas que contribuyan a la conversación que estén manteniendo los demás.
Ellos no nos interesan. Escucharemos con atención lo que nos importe: saber en qué momento podremos saborearnos a nuestro antojo.
Comería más deprisa para excusarme e ir al baño, pero eso sería arriesgado en casa de mi hermana. Además, la hija de Michael, Judith, está al lado de Hudson, y en el corto tiempo que la conozco puedo asegurar que es muy escurridiza y curiosa. ¡Es un riesgo! Lo que menos quiero es traumar a una inocente. Si nos descubre: Vera me mata.
—¿Georgeanne?
Y hablando de mi hermana...
—¿Sí?
—¿Qué tal el trabajo con tus personitas en crecimiento?
—¿«Personitas en crecimiento»? —pregunta Michael.
—Ah, ¡es verdad! —mi hermana finge sorpresa; es mala mintiendo—. ¿No sabías que Georgeanne es una excelente Pedagoga?
—¿De verdad? —me pregunta Mike.
Me encojo de hombros, restándole importancia al asunto. Pero Vera está empeñada en demostrar quién sabe qué, y no desiste de su nueva labor: dejar en evidencia que soy una prodigio.
—Hermanita, no seas modesta. Cuéntale que tu tesis fue premiada y publicada en una revista social para las mentes juveniles.
—Pues ya lo dijiste todo tú. ¿Qué más puedo agregar?
—No seas grosera, Georgeanne —me advierte.
Ruedo los ojos, y bebo un sorbo de mi agua. No me gusta alardear y tampoco presumir. Mamá siempre me enseñó que tan rápido como uno sube, puede caer.
Duele cuando el orgullo se quiebra, ya no hay de otra que quedarte en donde estás porque..., por mucho esmero que uno empeñe en reconstruirse, ya nada es igual.
Entonces, no. Me valía ser etiquetada como grosera y mal agradecida, yo no presumía ni hasta de los amantes que me regalaban joyas.
Y hablando de nuevos amantes...
Miro a Hudson Taylor, y atisbo una sonrisa escondida en su boca.
Quiero hacer sangrar ese labio.
—No sabía que te gustaran los niños. —La voz de Michael me distrae de mis planes sexuales con su hermano.
—Sí, me gustan los niños.
—¿Quieres hijos?
—Quién sabe —me encojo de hombros.
—¿Eso es un no?
—Si ya aceptaste que es un no, entonces para qué te respondo.
—Te sobrepasas, Georgeanne —Vera se entromete en nuestra conversación.
Sonrío, porque me parece de lo más hilarante que Vera me haya dicho que Gema no iba a venir hoy, porque tal parece que está interpretando su papel a la perfección.
—Creo que hablaría mejor si no estuviera rodeada de tanta... elegancia, manita —suelto al fin, eligiendo una palabra adecuada bajo su techo.
Sé cuánto le molestan las groserías y el lenguaje coloquial que usualmente hablo.
—Lamento que mi elegante estilo de vida complique el tuyo.
—No te va el sarcasmo, Vera.
—Ni a ti el ser sutil, Georgeanne.
—Ni siquiera sé qué estoy comiendo, mujer. Esto parece una cagada de algún duende mutante.
A Vera se le salen los ojos de las órbitas cuando exclama:
—¡No seas insolente, Georgeanne! Hay una niña aquí presente.
—Y es una señorita muy inteligente —respondo con sinceridad.
La pequeña de los bucles me sonríe, y unos adorables hoyuelos aparecen en sus mejillas.
—Papi, ella me agrada.
—A mí igual —le responde como si yo no estuviera presente.
A Vera le sorprende que su intachable Michael, concuerde con su incorregible hermana. Pero, por otro lado, parece alegrarle que a Mike le guste. O eso creo. Y eso es malo, yo no quiero ningún compromiso con él. Es guapo, inteligente, y tiene una bella hija, pero no me gusta... No me provoca nada.
«¡Agh, Vera!»
Pico un trozo de... ¡Sabrá Dios qué mierda es ésta!, hasta que escucho a alguien decir:
—¿Un duende que se cogió a pie grande, quizá? Porque para mí, éste es el resultado.
Me empiezo a reír, divertida ¡y de gusto! Son las primeras palabras que me dirige Hudson desde que nos sentamos a la mesa.
¡Su voz me reactiva!
—No la alientes, Hudson —lo regaña su hermano, pero a él parece darle igual.
Pongo los ojos en blanco por él. Ya sé por qué Vera cree que Michael sería perfecto para mí, ¡porque es igual de rígido que ella! Debe ser porque es un doctor especializado en... en... ¡Quién sabe!
Entonces, me asalta una duda.
—¿En qué trabajas? —le pregunto al chico de los ojos violeta, al único que quiero conocer, con el que quiero coger horas y horas en mi cama o en la suya, o en una esquina, o encima de un lavabo, o hasta en un granero si estuviéramos en una granja. ¡Las posibilidades son infinitas!
Con él me pongo creativa.
La cara dura de Vera la hace envejecer, cuando me mira a mí y luego a su indeseable huésped, quizá advirtiéndole mentalmente que no me responda o se las verá con ella.
Agradezco que sea inmune a esa mirada asesina.
—No trabajo. Tampoco lo necesito.
—¿Por qué?, ¿eres millonario o algo así?
—Tengo una herencia que me mantiene con lo básico.
—¿Qué carrera estudiaste?
—Psicología.
—Yo estuve a nada de estudiar Psicología.
—Y ¿qué pasó?
—Me aceptaron en Stanford —le sonrío, orgullosa de mí misma.
—Genial. —Él también me sonríe.
—¿Georgeanne? —me llama mi hermana—. Michael también estudió en Stanford, ¿lo sabías? —dice, tratando de dirigir mi atención al ejemplar pretendiente—. Y es el mejor neurocirujano del país.
Él me sonríe.
Repito: no me provoca nada.
Le devuelvo la sonrisa por educación, y Judith —su hija— no pierde detalle de cómo me mira su papi.
«Oh, no.»
Esto es justo lo que no quería que pasara. Voy a matar a mi hermana.
Repito: sé cómo me miran los hombres cuando les gusto.
—¡Terminé! —exclama Judith.
—¡Estupendo, nena! —dice mi hermana, recompuesta, cuando mira a la pequeña princesa.
Trato de no sentir pena por Vera cuando se emociona con esa clase de cosas.
Entiendo que quiera tener hijos con Jack, pero no sé por qué. Aunque crea que Jack luce como un marido ejemplar, la verdad es que es muy descuidado; por ejemplo: cuando llega del trabajo no le pregunta a Vera cómo le fue en el día, sé que no tiene por qué dado que es una rutina que hasta yo me la sé de memoria pero... No lo sé, pienso que es algo feo; otra cosa que he notado de "Jack no tan perfecto" es que jamás le atina al gusto de Vera en libros, siempre le está regalando literatura culta o de Harry Potter, pero nunca son las novelas de Alice Kellen o de Jodi Ellen Malpas que hasta yo sé que se devora de una sentada; otro detalle: creo que suele ver la televisión mientras cogen, ¿y que cómo lo sé? Bueno..., una vez en Año Nuevo me emborraché en su casa y, aún no sé cómo, pero terminé encerrada en su armario. El caso es que los caché en el acto y..., digamos que mientras mi hermana estaba arriba y él abajo, y su televisión encendida, Jack... Bueno, prefirió darle lo mejor de sí a la pantalla grande mientras mi hermana no dejaba de moverse.
No sé, esa clase de cosas son las que noto. Me preocupa la vida sexual y sentimental de mi hermana. Creo que merece algo mejor que él. Eso es todo.
—Yo lavaré los platos —les informo a los presentes.
—¿Quieres que te ayude? —se ofrece la pequeña Judith.
—Oh, gracias, princesa. Eres muy amable.
—¿Papá también puede ayudarnos?
—No lo sé, pregúntale a él.
—¿Papi? —Su pequeña lo mira con ojos tiernos—. ¿Puedes ayudarnos?
Michael me mira como si estuviera preguntándome si estoy de acuerdo con que las acompañe.
Asiento en respuesta. Es su hija, y yo soy una extraña. A lo mejor cree que soy una asesina en serie o una loca despellejadora de niños.
«Bueno, quizá no una despellejadora tipo Leatherface, pero sí una demente.»
—Me encantaría, princesa.
Nota: Continuará...
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