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Capítulo 26

NOTA: Por amor también se mata.


Capítulo 26

Su voz se oye tan lejana...

—Te estás quedando dormida.

—¿Mmm?

Su risa es un suave arrullo. No ayuda a mantenerme despierta.

—¿Quieres que me vaya?

Niego con la cabeza mientras me aferro a su torso, uniendo las manos detrás de su espalda.

Ha sido un día largo y de flojera. Pizza, películas, mucho sexo, y una ducha juntos que terminó con una cogida de tetas. Y lo mejor de todo: no olvidé tomar la píldora.

—¿Quieres ir a la cama?

Asiento, restregando la mejilla contra su camiseta.

—Bien. Allá vamos.

Me lleva en brazos a la alcoba y me deposita en la cama con una gentileza extrema. Medio abro los ojos y lo veo desnudarse en silencio, tan calmado, detallando mi figura acostada en las mantas. Cuando está en cueros delante de mis ojos adormilados, levanta su camiseta y la saca por mi cabeza. Ni siquiera me cubro. No tiene caso cuando ya ha visto más de lo que me permito cuando estoy con un hombre. Me despoja de mi calzón, pero no lo veo tirar mi encaje.

—Oye... —balbuceo cuando siento el peso de su cuerpo sobre el mío. ¿Es extraño que mis extremidades no se crispen y no entre en pánico por la invasión a mi espacio?

—Chiss... —Cubre mi boca con la suya en un beso lento y pacífico.

Separa mis rodillas y se sitúa entre mis piernas. Está encima de mí. Su piel y la mía están pegadas y anhelantes de otro tipo de conexión, algo más sexual y menos paulatino de su parte. Algo más «nosotros». Mmm... Me gusta como se escucha eso.

Los besos aumentan su temperatura. Deja un espacio entre nosotros que hiela mi piel al instante. Quiero atraerlo hacia mí, pero no accede. Está lo suficientemente lejos para palpar mi cuerpo y sentir mi añoranza. Cuando creo que no hará nada al respecto para aplacar esta pena, siento las puntas de sus dedos recorrer milímetro a milímetro de mi piel, tomándose su tiempo en memorizar cada partecita de mí. El calor regresa, pero hace falta esa chispa que nos enciende y sólo sucede cuando estamos completamente unidos.

Falta eso. No puedo sobrevivir sin mi dosis.

—Tomame... Tomame ya, Hudson. Por favor.

Me he vuelto dependiente. Soy una adicta al sexo, al que él me da.

—Por favor, mi amor, estoy suplicando...

Su mano viaja a mi pubis y lo manosea en una caricia tentadora, presionando mi intimidad hasta conseguir una reacción de mi parte. Se me escapa un jadeo. Hago a un lado la cabeza e intento recuperar el aliento. Hudson respira en mi mejilla con una pequeña sonrisa en su rostro.

Estoy cerca de sufrir un orgasmo. Me palpita todo el cuerpo. Mi vulva se hincha en un segundo. Sus dedos buscan la raja de mi sexo y se adentran más abajo, mojándose los dedos. Separa mis labios internos para tocarme ahí, donde más caliente me siento.

Me pongo a jadear como una posesa, ayudando a sus dedos a masturbarme, restregando mi sexo para él. Los latidos no cesan. Mis uñas no lo sueltan. Huelo una ligera capa de sudor a nuestro alrededor.

Mis piercings frotan la piel de su pecho. Mis pezones duelen de lo excitados que están. La húmedad es demasiada. Hudson introduce un dedo en mi interior y forma círculos ávidos en mi cueva, dilatando mi entrada hasta... que... La explosión es inminente.

—Eres tan hermosa, Georgeanne. Demasiado mujer. Demasiado para mí.

Sucede en un intercambio de besos y gemidos que tienen como protagonista su nombre. Sufro un hormigueo en el vientre que se extiende, como el rubor de mis senos hasta mis orejas. A pesar del cansancio, no permito que el sueño se apodere de mí y elevo el pecho para juntar nuestras pieles.

Se acabó el maldito: «Tomemoslo con calma». ¡Quiero mi cogida de una hora!

Mis peticiones no se hacen esperar cuando la rudeza de sus envites pone a chillar los resortes de mi cama, y el duro choque de pelvis a golpear la cabecera contra la pared hasta descaraperar la pintura. Una, dos, tres, cuatro, una infinidad de veces... Pena es lo que me va a dar si me encuentro a los vecinos de al lado.

—Estás tan caliente y húmeda, nena. ¿Todo esto es para mí? ¿Me quieres tanto, amor?

Ni me da tiempo a responder. Llego al orgasmo por segunda vez. Tengo las piernas tan ligeras y dormidas, como si hubiera pasado horas con un masajista. El esternón me duele de tanto aporreo. Los gruñidos de Hudson se convierten en un rico aliento contra mi boca, que funciona como un tanque de oxígeno a mis pulmones.

Estamos jadeando, con las pieles abrasadoras y exudando.

—Tengo calor —emito en un suspiro agotado.

Levanta la cara de mi cuello y me mira.

—¿Un baño? —sonríe, pícaro.

—Casi nunca uso la tina. Por lo general son duchas heladas.

—¿El agua no se calienta en tu departamento?

—Sí, pero prefiero el agua fría. Me despierta.

Me da un beso casto antes de salir lentamente de mí. Su verga medio dura hizo fricción contra mi clítoris afectado de tantas horas dándonos placer. Sin querer, mis paredes lo atrapan y retienen, haciéndole daño a su hueso —ahora rígido— en mi interior, robándole un sonido ronco y sensual.

—Dios mío, cielo —respira con dificultad—. ¡Me estás matando!

Un reflejo involuntario que me cuesta otros quince minutos de embestidas, pero que gozo de todos modos pese a mi estado cansado y acalorado.

No me alejé de él al terminar nuestra tercera partida. De todas maneras, le prometí que nunca lo haría. No más. Aunque de nada hubiera servido porque era imposible separarnos de nuestra conexión. Permanecimos así mientras nos dábamos un baño largo y calentito que relajó los músculos de nuestros cuerpos.

Los besos que nos dimos fueron tiernos, no pasionales; pero eso no dignificó el nivel del afecto o el compromiso. Al menos por mí parte, porque cada beso era una promesa, y cada promesa un nuevo juramento silencioso que declarar.

«Hudson Taylor, acabas de ascender de juguete sexual a permitido pretendiente.»

♥︎♥︎♥︎

Me tomo la píldora anticonceptiva en su presencia, con sus ojos imperturbables mirándome desde la cama en donde la sábana cubre el bulto de su virilidad. Expreso mi sonrisa bebiendo un vaso de agua. Desnuda —porque no tengo idea de en donde quedaron mis calzones—, me acuesto encima de su pecho y pongo la oreja en su tórax, escuchando su corazón latir.

«Su bonito corazón.»

—Tengo que cambiar mi método anticonceptivo.

—Mañana te llevaré al hospital.

—No te preocupes. Ya hice una cita. Dentro de tres días me harán una prueba y cambiaré de píldora al implante.

—¿Es efectiva?

—Sí. Pero primero tendrán que hacerme un estudio para ver si no habrá problema con el nuevo método. Sólo tomará una o dos horas.

—Llevaré mi libro.

Beso su pectoral, amándolo más. Pero aún no puedo decirle, es demasiado pronto. Me vería como una loca obsesiva si confieso mis sentimientos ahora. Además, sería demasiado cliché; es decir, los dos aquí desnudos en la cama después de hacer el amor repetidas veces... No, creo que nos merecemos un poco más de drama y de tensión en el ambiente mientras le revelo mis sentimientos.

—También puedo ir sola.

—No. Iré contigo. Y que no se te ocurra dejarme botado, platita —advierte.

—¿Ya me vas a devolver mi broche?

—Sácalo de mi bolsillo.

—¿Lo traes contigo?

—Siempre está conmigo.

—Y también devuélveme mi ropa interior, Hudson.

—Nop, ahora es mía —zanja nuestra conversación con un beso brusco en mi coronilla—. Y tú también, bonita.

Jugamos un rato en la cama. Reímos y traemos los platos a la cama para terminar los últimos pedazos de pizza. Veo a Hudson quitar con disimulo unos cuantos trozos de piña y anchoas de su porción y dejarlas en el plato. No le gusta, pero fingió que sí. «¿Lo hizo para ahorrar? O... ¿Lo hizo por mí, para contentarme o hacerme creer que tenemos cosas en común?».

—¿Qué quieres hacer mañana?

—Ir a la casa de mi hermana. —Su rostro permanece impasible—. Tenemos que hablar. Además, dejé un par de mis cosas en su cesto de ropa sucia y quiero recuperarlas. Conseguí esa camiseta en un concierto de Taylor.

Frunce el ceño, confundido.

—No tiene que ver contigo. Es otra Taylor. Taylor Swift —le explico.

—¿Eres su fan?

—Perla, sí. Compró dos entradas para ella y para su novio, pero terminaron dos semanas antes del concierto y no quería desperdiciarlas. Así que me llevó con ella. Hasta pagó mi comida.

Taylor Swift, eh.

—Ajá.

—¿Y te divertiste?

—Hay una canción que me gustó de ella: Cardigan... Terminé cantando a todo pulmón con Perla.

—¿Bebiste? Perdón por ser chismoso.

—No, y de hecho, ya que tocamos el tema del alcohol, quiero informarte que yo no bebo. Nunca. No después de los dieciocho años, y tampoco desde la muerte de mamá.

Vuelve a enredar las puntas onduladas de mi cabello en sus dedos, haciéndome mimos.

—Espera, ¿estás diciendo que de no ser por el tequila, no te habrías perforado los pezones?

—Yep.

—Bueno, agradezco tu falta de control —bromea conmigo—. Así tengo con qué divertirme.

—Mira el lado positivo: me perforé el ombligo, sobria. Voy progresando, ¿no crees?

—Aún te falta práctica.

Me rio de tal modo que hago vibrar su pecho.

♥︎♥︎♥︎

Se queda dormido, y creo que yo también. ¿Así se siente el descanso, de verdad? ¿Realmente es así de gratificante? ¿O el amor me sienta de maravilla, o, mi cuerpo al fin se rindió ante horas tratando de mantenerse despierto?

No lo sé, pero fue agradable no ver la horrible sonrisa de Justin mientras me golpeaba.

HUDSON TAYLOR

9 de Abril

Hora: 11.30 pm

¿Lo harías tú? Sólo... ¿dejar ir eso que tanto te está carcomiendo?

Porque yo no. No puedo.

Saber que existe alguien por ahí que sostiene una guadaña sobre la cabeza de mi mujer, es... Me tiene jodido, pero no demasiado y no por mucho tiempo. Georgeanne dormirá toda la noche, me aseguré de ello. Necesito que descanse, y no note que me he ido.

No me tomará toda la noche. O eso espero.

Observo la calma que rodea los sueños de Georgeanne. Está relajada. Tiene esa bonita expresión en el rostro que me tienta a descansar el corazón en su reposo. Quiero meterme de nuevo en su cama y despertarla con embestidas suaves a su cálido sexo.

Pero tengo que controlarme y apegarme al plan. No debo, por el momento, sucumbir a mis deseos. Ella merece estabilidad, y eso le daré. Pese a quien le pese. Me llevaré por delante a quien deba con tal de que sus pesadillas desaparezcan.

Beso el broche de plata por última vez, antes de colocarlo en su cabeza con cuidado de no molestarla. Me duele dejarlo, pero tengo que. Es el único y primer objeto en el que pensé para poner el chip de rastreo. Esto calmará un poco mi acelerado corazón.

Memorizo las facciones de mi bella durmiente. Le dejo una nota escrita con mi caligrafía en su mesita de noche. «Estará bien», me convenzo de ello. Y después de esta noche, ninguna otra volverá a ser igual.

«Se acabó el miedo». Al menos el de ella.

Tengo la capacidad de quitar un peso sobre sus hombros. Y es algo que no desaprovecharé.

GEORGEANNE CRUZ

10 de Abril

Hora: 9.22 am

Me despierto boca abajo, envuelta en mis sábanas y adornando las almohadas con mi melena alborotada.

Estoy sola, fría, y notando una sensación extraña en la piel. «¿Abandono?». Tal vez. ¿Esto sintieron mis aventuras pasajeras cuando me veían partir de sus casas? Porque no se siente nada bien. Ni por asomo. Debieron sentirse usados; por un lado negativo y desagradable, la verdad es que sí. Todos ellos y ellas fueron colecciones de las que no me siento orgullosa.

«¿Se fue porque ya se aburrió de mí?». Auch. Es inadmisible. Pero en eso pienso, al menos durante un corto despertar mientras mis ideas se aclaran, y vislumbro un pedazo de papel en mi mesita de noche.

Buenos días, mi amor. Tuve que hacerme cargo de algunos asuntos. Te prometo que volveré.

Un beso.

Siempre tuyo.

H.

«¿Es una nota de despedida por ahora, o es una nota de despedida-despedida?»

No. No puede ser. Dijo que volvería y sé que lo hará. Obligo a mi mente a reconsiderar lo contrario de un abandono. Alejo mis dudas, y me preparo para comenzar mi día.

Extiendo mis extremidades en un estiramiento relajante, sintiendo la magia de una noche de sueño reparador.

Es increíble lo que unas horas de compensación pueden lograr en el cuerpo humano.

Me levanto y voy al baño. Cuando enciendo la luz y me veo en el espejo que está arriba del lavabo, noto algo diferente en mí. Primero: mi sonrisa cínica ha desaparecido. Segundo: mi broche ha regresado.

«Me lo devolvió.»

Regreso sobre mis pasos y vuelvo a leer la nota. No me está mandando al diablo de un modo sutil, ¿o sí? No. Hudson es más directo que esto. Me lo diría. Él siempre me dice las cosas cara a cara. «Total sinceridad», como me gusta llamarlo.

No me abandonó. Lo sé. Quizá se cansó de mis reclamos, y por eso prefirió devolvermelo. Me aferro a ese sentimiento, y me devuelvo a la ducha.

No encuentro mi celular. Lo busqué, pero no estaba en ningún rincón. ¿Lo olvidé en el penthouse de Brown? Espero que no. Lo que menos me apetecía era regresar a ese malvado lugar.

Terminé de alistarme para regresar con mi hermana. Desayuné un cereal y lavé mi plato. Quise prender la televisión, para matar el tiempo mientras seguía buscando mi aparato, pero los canales no servían.

«Qué extraño.»

Me pongo mi broche, me cuelgo la llave en el cuello, tomo mi bolso y apago el televisor. Por suerte, no tengo un incómodo encuentro con los vecinos al salir del departamento. Me sonrojo de camino al ascensor, y el rubor no merma su intensidad ni cuando meto mi trasero al auto o rumbo a la casa de mi hermana.

La estúpida de mí esperó una llamada o un mensaje de Hudson en todo el camino, pero no hubo y no habrá respuesta porque me recuerdo que perdí el maldito celular. Bueno, da igual, dudo que tener el aparato conmigo me ayude a disipar la mala sensación en el pecho. Es más, creo que empeoraría mis nervios y aumentaría el nacimiento de mi mal genio.

¿Esto es la dependencia emocional? ¿Voy a pasar por esto sola? ¿Cómo terminaremos si comienzo a obsesionarme con esta «no relación» en la que estamos?

«¿Así será mi vida si continúo por este sendero?». No estoy segura si vale la pena intentar que funcione.

Amo a Hudson. Ese es el maldito problema. No se supone que deba amar a otro ser humano que no sea yo. ¿En dónde está mi amor propio? Si me entrego por completo me convertiré en Gala Cruz. Y a mi madre le fue de la patada en el amor. ¿Qué sería de mí si repito su historia? No sé si sobreviva al desacuerdo de sentimientos.

Me detengo a llenar el tanque e ir al baño. Odio hacerlo en una estación de servicio, pero no hay de otra. Además, mear en una calle oscura tampoco es muy higiénico que digamos. No pregunten cómo, sólo lo . Me lavo las manos, y le devuelvo la llave al encargado de nombre Travis. La televisión está encendida, pero no le presto atención a lo que dice la mujer del noticiero.

Tengo antojo de un dulce, pero el último chocolate que veo está en manos de una niña que está pagando en caja justo ahora.

«Ni ñoño.»

Centro los ojos en los chicles que están debajo de la caja, pero ninguno luce higiénico. Están empolvados. Lucen como los engranajes de mi cerebro.

—Vaya mierda, ¿no crees? —comenta Travis, rascándose la barriga expuesta debajo de la débil y sucia tela adherida a su piel.

—¿Disculpa?

—Las muertes de la prisión, señorita —se explica—. Vaya mierda, ¿no?

—Hoy no vi el noticiero. ¿Qué sucedió?

—Un guardia enloqueció y empezó a jugar a la ruleta rusa con un par de reos. Después de matar a unos cuantos, él se disparó.

—Qué horror.

—Sí. Hay mucha gente loca por ahí.

—Ni que lo diga.

—Mire por sí misma —dice, subiendo el volumen al televisor—. Ese es el oficial del turno nocturno, y esas son las víctimas.

Dirijo mi atención a la vieja tv apoyada en el soporte. La señal va y viene, pero la transmisión en vivo no pierde las figuras a color de los reporteros que interrogan al jefe de la prisión acerca del ataque.

—Maldita televisión china —farfulla Trav.

Las fotografías censuradas aparecen en pantalla mientras la reportera, Carly Mendez, relata los sucesos ocurridos la madrugada del 10 de abril de 2023.

No saben qué fue lo que ocurrió con exactitud. Las cámaras de seguridad fueron desactivadas a las 3.00 de la noche, y no fueron activadas hasta las 6.22 de la mañana.

El protocolo establece cámaras de seguridad en celdas y pasillos, pero los agentes no comprenden cómo se eliminó dicha información de la base de datos si los encargados de revisar las cámaras aseguran que nunca abandonaron sus puestos o recibieron visitas sospechosas de alguno de sus camaradas. El director de la prisión no quiso hacer comentarios.

De repente se congelan mis articulaciones. Como si un cubito de hielo estuviera diluyéndose en mis venas. Porque el nombre del centro de retención aparece en pantalla, y el director está caminando lejos de las preguntas de los reporteros que alzan sus micrófonos, intentando alcanzarlo. Kevin Forbes tiene la misma máscara calculadora, que esconde su amable sonrisa y mirada inteligente, con la que lo conocí la primera vez que nos presentamos en el Hospital donde atendieron mis heridas físicas y mentales.

Su voz sigue siendo la misma:

—Los comentarios que salgan de mi boca serían suposiciones. No diré nada.

El educado e impecable rostro que luce ante las cámaras es el mismo. Todo en él continúa como hace cuatro años: imperturbable. Siempre envidié eso de Forbes, su cabeza fría y gestos despreocupados. Imitarlo es imposible, especialmente en este caso de obvia alarma donde no debo parecer culpable. Menos si hay policías presentes.

«No. Cálmate y respira. Es sólo una desagradable coincidencia.»

Pero un puñado crudo y asfixiante de masa está atorado en mi garganta. No me deja tranquila. No quiero saber más de mí en este cuerpo que fue víctima de puños manchados con mi propia sangre, pero... me obligo a ver. Tengo que saber si él fue uno de los involucrados que se encargó de arruinar una parte de mi vida.

Y ahí está: presente en pantalla. Como el maldito Terrifier que a veces danza con mis pesadillas.

Los reclusos Mikel Benson, Brian Zayas, Landon Moser y su compañero de celda Justin Miller, fueron asesinados en un escalofriante juego de ruleta rusa por el oficial Austin Porter.

—Oh, Dios.

Justin Miller: psicópata, causante de mi tragedia, culpable de mis pesadillas y traumas con las que aún vivo y no podré deshacerme nunca, está... Muerto. La palabra es la bendita ostia en mi paladar, el fruto más dulce entre mis dientes, el frescor en mi nuca después de un día bajo el brillante sol.

«¿Entonces por qué se siente tan... mal?». La respiración abandona mis fauces, pierdo la energía, el azúcar se desprende de mi sistema. Trato de recuperar el aliento, pero no puedo.

—¿Señorita? ¿Señorita? ¿Se encuentra bien?

No escucho la voz de Travis. Está a años luz de mi cuerpo encorvado junto a la caja registradora. Está perdiendo su potencia cuando noto un dolor desgarrador en el pecho, como un infarto. Está separado por el gran túmulo de emociones que sepulté hasta convertirlas en una enorme montaña de mierda y angustia, recuerdos que me sobrepasan y vuelven a asentarse en la raíz del problema. Como si retrocediera en mis años de tratamiento hasta verme ahí otra vez, en esa maldita cama de hospital manchada de mi orina y heces; demasiado asustada como para abandonar mi lugar seguro después del coma.

De no haber hecho mis necesidades en el baño, creo que hubiera ensuciado los pantalones.

La sangre drena desde mi cabeza a los pies. Estoy fría. Veo manchas por todos lados, en vez de figuras y objetos en frente de mí. Ahora son borrones, como si padeciera una severa miopía, como lentes empañados en plena tormenta sin resguardo del torrente desesperante que golpea mi molleja.

—¡Señorita!

Travis corre hacia mi silueta hecha un ovillo en el piso. Los policías me rodean, pero no me brindan ningún consuelo, sólo me asfixian y empeoran mis nervios desbocados que rasguñan mi garganta.

Cierro los ojos, enterrando las uñas en mi cuero cabelludo, pensando y desapareciendo, hasta que todo se vuelve negro.




Continuará...

Capítulo editado. Agregué y cambié algunas cosas que no me gustaron. Actualizaré pronto. Promesa.

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