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Capítulo 15

NOTA: No existen las mentiras piadosas, o los engaños benignos que no dañen a la pareja. Todo lo que encubres, tarde o temprano termina respirando el alivio de la superficie.




Capítulo 15

El Dr. Morgan, que yo conocí hace cuatro años, no tenía esa barba corta y centrada en su cara cuadrada, o la cicatriz en su ceja izquierda de tres puntadas (que le hizo otra de sus pacientes con una engrapadora). Las canas en sus patillas y cabello engominado siguen como las recuerdo, los ojos marrones que me inspiraron confianza cuando se presentó con la Dra. Vasileva en mi habitación, también son los mismos.

Hace seis meses que no nos veíamos. Y en todos estos años de confidencialidad, jamás lo había visto usando ropa de civil, sólo batas y uniformes quirúrgicos. Pero ahora está frente a mí, vestido como un hombre de cuarenta años elegante, soltero y sin hijos, cuyo departamento ya no huele a sala de urgencias, sino a sexo apasional y caótico.

La escena que vivo es tan surrealista: Hudson no sabe que me está presentando al Dr. encargado de chequear mi cerebro. No sabe que ya nos conocemos.

Esto es tan incómodo como espantoso; ¿qué pasa si a Arthur Morgan se le ocurre soltar algo tipo: «Georgeanne, ¿qué estás haciendo aquí?». Y en un posible escenario, Hudson le preguntaría: «¿De qué hablas? ¿Se conocen?».

Y la respuesta a eso sería mi fin.

Afortunadamente, no sucede. Y no sé si es, o porque el Dr. Morgan ve la súplica en mis ojos cuando me aproximo al lado de Hudson, o porque no me equivoqué al catalogar su palabra de honor en estos cuatro años como algo intachable.

Arthur extiende su mano en mi dirección, como si no pasara nada.

—El placer es mío, ¿señorita...? —me pregunta, interpretando su papel de «no te conozco», a la perfección.

—Georgeanne. —Acepto su mano, y correspondo su apretón formal.

—Es un bonito nombre —dice, viéndome a los ojos.

—Gracias. —Sonrío para relajarme.

Acabadas las presentaciones, el celular de Hudson suena en su bolsillo, lee el nombre en la pantalla, se disculpa con nosotros y se va a otro lado a contestar.

Arthur y yo estamos solos, rodeados por los muebles de su sala gris y pragmática, en silencio. Me siento incómoda y expuesta, casi a la defensiva por si se le ocurre exigir en bajito que me aleje de su amigo. No lo culpo si decide hacerlo; en todo caso, me extraña que aún no lo haya hecho. Está frente a mí, con una actitud reservada y prudente, sin emitir ni un carraspeo.

Animo a mis ojos a abandonar el suelo y lo veo a la cara. No está mirándome, desvía su expresión incómoda a la pared, como si estuviera rezando que Hudson volviera y me llevara lejos de su territorio.

Comprendo que para él esto no es profesional, o no era lo que esperaba descubrir cuando su amigo le dijo que trajo a una chica anoche. Le agradezco la confidencialidad, pero también tengo la necesidad de pedir lo que ya sabe: no contar la verdad. Eso y, hacer de cuentas que este encuentro jamás pasó cuando tenga que volver a verlo en mi cita del Lunes.

—Dr. Morgan, yo...

—No te preocupes, Georgeanne. No voy a decir nada —me tranquiliza, viéndome por fin. No hay signos de reproche o de enojo en sus facciones, sólo una decisión que acaba de confirmar ante mí: silencio.

Tiro al basurero mental mis peticiones, y mi cabeza descansa con la promesa que trae consigo su palabra. Ésta es una carga menos de la que preocuparme.

—Gracias —exhalo en un alivio.

—No me las des, hija. Es mi ética profesional. —Me habla como mi Dr. de antes, como si estuviéramos en su consultorio y yo fuera su paciente.

Vuelvo a sentir esa conexión de confianza entre él y yo.

Miro sobre mi hombro para comprobar que Hudson no esté a unos metros de nosotros. Por fortuna, sigue hablando —con quien sea que lo haya llamado— en otra habitación.

—No sabía que Hudson estaba saliendo con alguien —dice el Dr.

—No estamos saliendo.

—¿Ah, no? —Alza su ceja poblada como un gesto interrogativo.

—No, sí, bueno... Es complicado.

—¿Él no sabe que tú...?

—No. Obvio, no.

—Georgeanne —dice mi nombre, acercándose un paso más—. Escucha, no me quiero meter en donde no me invitan, pero... hija, debes decirle lo que te sucedió, las consecuencias de los golpes que sufrió tu cabeza, y los órganos que te hacen falta.

Tiemblo al imaginar esa conversación. Ni siquiera me veo con fuerzas de soportar el preámbulo porque tendría que contarle todo para que entendiera mi silencio, cómo lo conocí, cómo terminé con él, el acoso que sufrí, las burlas, las amenazas, y lo poco que recuerdo cuando me empezó a golpear.

Cabizbaja, mi barbilla toca mi pecho, sin atreverme a levantar la vista.

—Lo sabe. —Mi voz es un susurro ahogado.

—¿Todo?

—No —niego con la cabeza—. Sabe que me hacen falta dos órganos, sólo eso.

—Bien. —Sus dedos tocan mi mentón y lo endereza. Volvemos a mirarnos a los ojos—. Buen inicio —me sonríe como un papá a su hija, para darle ánimos.

Eso es el Dr. Morgan: el padre que me hubiera gustado tener cuando era una niña. Es como una figura paterna para mí; estuvo ahí, y no creo que la mayoría del tiempo era por trabajo.

Me arden los ojos, y pongo mis manos en posición de penitencia.

—No diga nada, se lo suplico.

—No lo haré —dice, muy decidido a no soltar la lengua delante de su amigo—. Descuida, ¿sí? Te lo prometo.

—Gracias. —Sorbo los mocos de mi nariz, y me limpio los rastros de mi pena debajo de mis ojos—. En serio, Dr. Morgan, gracias.

—Llamame Arthur mientras estemos con él.

—Cierto —sonrío, volviendo poco a poco a la normalidad.

Cambia de tema con su siguiente pregunta:

—¿Hace cuánto lo conoces?

—Unos días. Lo conocí en casa de mi hermana Vera. Es mi hermana mayor, ¿recuerda que le hablé de ella?

—Sí, pero no he tenido el gusto de verla en persona.

—Bueno, quizá la vea por aquí o en reuniones con sus amigos. ¿Es amigo de Michael?

—Así es.

—Entonces debe conocer a Jack. Su esposa es mi hermana.

—¿La rubia que presume fotos de su perrita Sully? —pregunta con horror.

—Sí, qué increíble descripción —murmuro, incómoda, y desviando los ojos del Dr.

—Tu hermana tiene una dependencia emocional con esa perra. —Le lanzo una mirada de advertencia, como diciéndole: «No se pase de listo, Doc.»—. No me mires así, hija —me pide.

—Vera quiere un bebé —la defiendo—. Ser madre, para ella, lo es todo.

—Cada quien a lo suyo.

—Jaja —me rio sin ánimo.

«¿En dónde carajos se metió Hudson?», me pregunto. Lleva hablando por el celular casi media hora.

—¿Y te agrada? —Cambia de tema con su pregunta—. Porque a veces puede ponerse como un...

—Como un, ¿qué? O, ¿de quién estamos hablando?

—Hudson —se refiere—. ¿Te agrada? Porque a veces puede comportarse como un idiota, insensible y patán.

—No —digo—. Quiero decir, a mí no me lo parece. De hecho, es bastante amable, paciente y tierno conmigo. —Recuerdo nuestra conversación de anoche, pero los detalles emocionales y sexuales me los guardo para mí—. Me hace sentir muy bien. Es gracioso, muy lindo, y a veces me trata como si fuera de porcelana.

—¿En serio? —No se lo cree—. ¿De verdad?

—Sí —dubitativa respondo, frunciendo el ceño, un poco confundida—. ¿Por qué?

—Bueno, porque... Bueno, creo que no estamos hablando de la misma persona —se ríe, con la cabeza hecha un lío—. El Hudson que yo conozco no es ninguna de esas cosas.

—¿No? ¿Y cómo es el Hudson que tú conoces?

—Bueno, es... —Se calla de repente, viendo a alguien detrás de mí.

Miro sobre mi hombro como un látigo al Rey de Roma. Está reclinado de costado en la pared más cercana a la puerta, mirándonos con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión impasible en el rostro. En especial a mí.

El ambiente en el que respiramos, se siente tenso. Vuelvo los ojos al Dr. Morgan, y me percato de su cara pálida y postura alerta. ¿Qué mierda...?

Extraña, por la alteración en el entorno, digo lo primero que se me viene a la cabeza:

—¡Hasta que llegas! —Sonrío—. Arthur es un buen oyente, pero no conoce demasiados temas de mi generación. ¿Verdad, compa? —bromeo con él.

Las cuencas receptoras de Morgan se mueven en mi dirección, pero su verdadera atención sigue en Hudson. Sonríe, pero es más una línea tensa que una sonrisa amistosa.

«Misión fallida.»

—Creo que debería irme —digo, y la postura intimidante de Hudson sufre debido a mis palabras.

—Te llevaré a desayunar —demanda.

—No hace falta —le respondo, tomando mi bolso de mano del sofá. Vuelvo la cabeza al Dr. y me despido—: Fue un placer conocerte.

—Igualmente.

Si Hudson no tuviera sus ojos en mi espalda, le daría un abrazo y un beso a mi amigo. Pero como —supuestamente— nos acabamos de conocer, con un apretón de manos me conformo.

Me dirijo a la puerta, y ni me despido de Hudson. Sé que le estoy dando esquinazo, pero no puedo evitarlo. Estoy enojada con él, no sé si es o porque me dejó sola con un extraño —bueno, no tan extraño; pero se supone que eso él no lo sabe— para atender una llamada de varios minutos, o porque después de su llamada adoptó ese aire peculiar y oscuro, o porque... Bueno, creo que sólo fue eso.

Como sea, una parte de mí está molesta con él.

No veo a Jax el musculoso cuando bajo del ascensor y me dirijo a las puertas giratorias de recepción, pero eso no significa que no pueda sentir su atención en mis hombros al caminar a la salida.

¿Quién es él de Hudson? ¿Por qué no le pregunté al Dr. Morgan por Jax cuando estuvimos a solas durante tanto tiempo?

Y hablando de eso... ¿Con quién habló Hudson? ¿Fue con Jax? Quizá le dio un informe del perímetro pero ¿por qué? La frente de ambos (amigos) brilló con los signos de interrogación, pero no creo que hubieran estado dispuestos a soltar las respuestas así nada más.

Distraída con estas preguntas en mi cabeza, no me asusta que las manos —que me desconcierta conocer (en pocos días) como parte de mi cuerpo—, me tomen por los hombros y me den la vuelta para encarar a mi oponente. Es Hudson.

No me dice nada, sólo me observa en silencio desde su altura imponente. Una de sus manos se desliza por mi brazo hasta llegar a mi muñeca y apoderarse de mi bolso. Está atento a mis reacciones. Quizá espere una negativa o que le dé un palmazo en su mejilla. No lo haré.

Tiene mi bolso, y los dedos de su otra mano buscan los míos como pidiéndome permiso. No me opongo. Lo dejo tomar mi mano y llevarme adonde él quiera.

Damos un paseo por la acera con los demás peatones en silencio. Estamos lado a lado, con su mano sujetando la mía en un gesto protector.

«No lo dejes llegar tan lejos. No lo dejes llegar tan lejos», me recuerda mi subconsciente. ¡Pero a la mierda con la voz de la razón!, hace mucho que dejé de oírla y de seguir mis propias reglas. Quizá Hudson sí sea la excepción.

♥︎♥︎♥︎

Llegamos a una cafetería restaurante que no conocía, vemos una mesa y nos sentamos cerca de los ventanales con vista a la calle transitada. Nos atienden de inmediato. Una chica bonita de mi edad nos toma la orden, y se queda maravillada cuando entabla un contacto visual coqueto con Hudson delante de mis narices.

Pongo los ojos en blanco. «Para atraer la atención de un hombre se debe ser más discreta», me encantaría decirle, pero lo reprimo. Además, Hudson puede coquetear con quien le dé la jodida gana, no es mi novio o estamos saliendo. Lo que hay entre nosotros sólo es algo físico.

La camarera se retira con nuestros pedidos anotados en su libretita estilo Steve, de Las pistas de Blue.

Remuevo el culo en el asiento mientras carraspeo. No quiero ser la primera en hablar y menos en mirarlo a la cara. Aunque sienta sus ojos en mí, no me atrevo a levantar la vista para comprobarlo.

Tengo una rara sensación en el estómago.

—¿Y bien? —me pregunta.

—¿Qué de qué? —Juego con mi cubierto.

—¿No tienes nada que preguntar?

—No —niego con la cabeza—. ¿Y tú?

—Sí. ¿De qué hablaste con Arthur?

Ahora sí que lo miro. Tiene los antebrazos apoyados en la mesa, y la mirada penetrando la mía.

Me encojo de hombros, indiferente.

—Nada relevante. —Mi espalda descansa en el respaldo de la silla—. ¿Y tú con quién hablabas? Te fuiste mucho tiempo.

—No era nadie importante. ¿Estás molesta conmigo por eso?

—Tal vez... —dudo.

No hablamos más porque la camarera nos trae nuestras bebidas y platillos. Un fragmento rebelde de mí siente satisfacción por ver a Hudson ignorar el flirteo de la chica.

«Diosss... Es muy pegajosa. ¿Qué carajos hace tocándolo de ese modo?»

—Estamos bien. Vete —dice él, con voz contundente, sin quitarme los ojos de encima.

Casi puedo oír su decepción amorosa mientras se aleja, sin nada que objetar. Escondo la sonrisa en mi boca tomando un sorbo de mi café. «Mmm... Está delicioso.»

Volvemos a quedarnos solos, librando una batalla mental de ojos entrecerrados.

Pasa algún tiempo hasta que Hudson dice:

—No era nadie importante para mí. Te lo prometo.

Vuelve a ser el amable, tierno y paciente hombre que ya conozco. Bien, si sumo este cambio en su actitud como el que acaba de ganar por ignorar a la camarera, quizá tengamos una posibilidad.

—De acuerdo. Te creo —cedo.

—Si te sirve de consuelo, te diré que es alguien que me quiero quitar de encima.

—¿Te está fastidiando?

—Mucho. —Le da un sorbo a su café con dos cucharadas de azúcar.

—¿Forma parte del grupo de entrometidos? —Me mira a los ojos—. Jax me dijo que era mi escolta por esa razón.

—No te equivocas.

—¿Tienes enemigos de los que deba enterarme? —le pregunto medio en broma, y medio en serio.

—Todo está bajo control —dice.

«¿Qué clase de respuesta es esa?»

—¿Qué quieres hacer hoy?

—Pasar un rato con mi hermana. —Como los huevos Benedict de mi plato. «Mmm...» Están deliciosos, igual que el café.

—¿Son muy unidas?

Levanto mi dedo, para que vea que necesito un minuto después de ingerir tremenda exquisitez.

—Me gustaría decir que sí, pero... Tengo algunos secretos que jamás comparto.

—¿Sabe de tus cicatrices?

—No. Ese es un buen ejemplo, de hecho.

—¿Por qué no se lo cuentas? Es retrógrada, pero no creo que sea sinónimo de mala.

—No creo que sea mala persona, sólo es un poco... Bueno, le gusta meterse en donde no la llaman. Y, sólo para que lo sepas, tampoco considero que los religiosos o los ancianos sean malos.

—Es difícil creer eso cuando estamos rodeados de viejas malditas.

—Lo dices por Gema y por Martha.

—Ajá.

Le doy otro mordisco a mi desayuno. Hablamos mientras comemos.

—Si una ya me odia, no me imagino lo que haría la otra.

—Martha odia a todo el mundo.

—Jack me dijo lo mismo. O eso creo, ¿quién sabe?

—¿Te cae bien tu concuñado?

—A veces. Pienso que es un poco... despistado. ¿Tú qué opinas?

—Lo mismo que tú. ¿Quieres algo más?

—No. Estoy bien.

Termino de beber mi taza de café.

—¿Cómo conociste a Jax?

—Me debe un favor.

—Eso no responde mi pregunta.

—Es la única respuesta que te daré.

—Ésta es una de esas conversaciones tipo: ¿«Entre menos sepas, mejor»?

—Me alegra que haya quedado claro.

Suelto una carcajada que dista de ser divertida.

—No le veo la gracia.

—No estoy bromeando, chispita.

Su mirada ceñuda me dice la verdad.

—Mejor llévame de nuevo al vecindario —rompo el contacto visual—. Quiero bañarme y estar con mi hermana.

Por un momento, creo que no me va a contestar, está muy callado y lo siento algo enojado.

Así que me sorprende oír un cooperador:

—De acuerdo.

Termina de beber su café, de su billetera retira el dinero y lo deja en la mesa, se levanta y en silencio se detiene a mi lado. Me mira, y lo comprendo. Arrastro mi silla hacia atrás, toma mi mano y me guía a la salida.

♥︎♥︎♥︎

El silencio reina dentro del auto, pero no es incómodo o pesado. Conduzco yo. Hudson mira distraído por la ventanilla del auto.

—¿Por qué estás tan callado? —le pregunto, mirando al frente.

—No estoy enojado contigo, si esa es la verdadera pregunta que quieres hacerme.

—Sabes que soy directa. Pero admito que tú me pones nerviosa. A veces me da miedo decir algo incorrecto o que te ofenda.

—Nah, da igual. Además, prefiero que seas honesta.

—¿Quieres la verdad, siempre, sin importar lo desagradable que sea?

—Sí.

Quiero creer en su palabra, pero no puedo. «Es más fácil decirlo que hacerlo», esa frase es un impedimento para mi progreso mental. Sé que debo retirarla de mi cabeza, pero es muy complicado. A la fecha, tengo mis batallas perdidas y ganadas. Lo admito: pensar por otros y no tener esperanza en la gente que me rodea... Es una batalla que todavía combato con dientes y garras.

Estaciono mi auto detrás del de mi hermana. Significa que está en casa.

—Hey —me llama mi copiloto—. Sé que te he dicho esto antes, pero...

—¿Qué?

—Te estoy diciendo la verdad: conmigo estás a salvo.

Lo escucho sin interrupciones, sólo somos él y yo con las ventanillas abajo, y la suave brisa mañanera que nos acompaña como ruido de fondo.

—No te miento. Nunca te he mentido. Cada palabra, cada acto, cada mirada, todas las risas y comentarios y momentos que hemos compartido han sido las únicas veces que me he sentido como yo mismo. —Mi silencio no lo desconcierta—. No quiero asustarte, chispita. Sólo pensé que te gustaría recibir algo de honestidad de mi parte.

Desvío mis ojos de los suyos en un intento por tranquilizar los latidos acelerados de mi corazón. Es demasiado para procesar. Dice que no quiere asustarme, pero lo está consiguiendo. No pensé que podría querer algo más de lo que ya poseo, porque mi rutina normal es divertirme día sí y día no con algún hombre o con una mujer; ahora no me imagino estar pasándola en grande con ninguno de los dos sexos, ni siquiera después de varias semanas sin Hudson.

«¿Qué me ha hecho este listo diablo? ¿Qué dejé que me hiciera?»

Mi amante desabrocha su cinturón de seguridad y baja de mi auto. Me imagino que sabe que no puedo corresponder su confesión con otra.

Pero no quiero dejar las cosas así, no cuando me ha visto en mi estado más vulnerable y patético. Le debo una respuesta sincera, aunque no sea la que él espere escuchar.

—Gracias.

Sé que puede oírme. Se inclina y me mira a través de la ventana del auto que tiene el vidrio abajo.

—¿Sabes? —me sonríe—. Aunque no aceptes ser mía, seguiré aquí para ti. Porque has dejado una marca indeleble en mí, Georgeanne. Haré cualquier cosa por verte feliz.




Continuará...

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