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Capítulo 11

NOTA: Las promesas se rompen, mi gente bonita.

Disfruten del capítulo:

Capítulo 11

Si él me conociera, si supiera quién soy y lo que me sucedió... Quizá, sólo quizá... No. No creo que lo entendería. Es más, ni yo misma me entiendo en algunas ocasiones. Aún me queda demasiado por aprender, varias personalidades dentro de mí que quieren salir a la luz, y un sin número de probabilidades que quiero probar antes de morir.

Estar cerca de la muerte, ser tan vulnerable, y recibir la noticia de que tu calidad de vida irá en descenso antes de cumplir cuarenta años... Bueno, eso transformaría la percepción de cualquiera. ¿No? Cambié mi manera de pensar a los dieciocho años, volví a sufrir una metamorfosis en el hospital psiquiátrico y, al final, cuando salí de ahí —con seguimiento de rutina por intentos de suicidio—, me convertí en esta chica de veintidós años que vive como si no existiera un mañana.

Llegará un día que ya no recuerde lo que desayuné ayer, o, incluso en la mañana. Y hasta que ese momento llegue, no me reduciré a ser un vegetal.

Viviré. Le prometí a mamá que viviría, y eso haré.

Y... No creo que atarme a una ilusión sea una buena manera de hacerlo.

Releo el mensaje de Hudson:

Conmigo estás a salvo, si es lo que te preocupa.

Él lo piensa porque es más fácil decirlo que hacerlo. Pero ¿cómo saberlo? ¿Quién me jura que él no es como Justin? Tan sólo pensar en él me pone mal, provoca que mi corazón salte de miedo, que mi piel sude frío, y a mi cabeza embarquen imágenes eclipsadas por el color de mi sangre.

Veo como me golpea, me empuja y me patea. Siento el sabor a cobre en mi boca. Incluso recuerdo el dolor de mis extremidades, la impotencia aporreando mi cerebro hinchado por sus pies, mis huesos rotos, y algunos dientes fuera de lugar.

Perdí un riñón, un pulmón, y casi pierdo el hígado. Algunos de mis dientes son postizos. De hecho, sus patadas quebraron mi mentón y hasta le provocaron una fisura a mi fémur. Aun así, fui muy afortunada. O eso me dijo la Doctora que atendió mi caso. El oficial que me rescató, junto a su compañero, me dijo que le disparó a Justin. La mala noticia es que fue un disparo para inmovilizar, no para matar. Recibió seis puntadas en el hombro, y otras más en la pierna cuando quiso lanzarse sobre los oficiales.

Tuve que testificar cuando me llamaron. Lo conté todo: cómo lo conocí, cuando terminé con él, el miedo que sentí después con su acoso, la hostilidad de sus manos cuando querían tomarme, y la furia en sus ojos la noche que él vino a mi casa para intentar matarme a golpes. Justin no me quitó los ojos de encima mientras hablaba; casi desee que volviera a lastimarme para que la corte viera el monstruo que realmente era. Cuando el juicio finalizó, tuve mi primer intento de suicidio y, bueno, ya conocen el resto.

Me he pasado los últimos años viviendo con el terror de que algún día escape de la cárcel, que venga a buscarme, y termine lo que inició hace cuatro años en mi antigua casa.

No dormí. No pude. Las pesadillas están empeorando.

Sufro escalofríos por cualquier actividad que realice. Me duele la cabeza, y no poder descansar —aunque sea una hora— se está manifestando en mi cara. Tengo unas ojeras de infarto, y los labios secos.

Hace tres días que no duermo. Y eso que estuve a punto de hacerlo cuando Hudson me cogió en su habitación. Dios... Su olor, su cercanía, y la delicadeza con la que me trató están doblegando mis reglas.

«Quiero repetir.»

El sexo me relaja, me pone a dormir, es como una medicina terapéutica. Antes, cuando lo practicaba con Justin, creía que existía una conexión entre ambos que nos unía en cuerpo y alma. Después entendí —a la mala— que esas mierdas no existen, sólo en las novelas románticas.

La ficción no es para mí. Prefiero el amor crudo de una relación maldita por el pasado.

Cuando creces, entendemos varias cosas:

Las personas no cojen con otras porque quieren esa conexión emocional, lo hacen por el placer que les provoca el sexo. El poder que ejercen sobre un cuerpo que se estremece ante el contacto es... indescriptible. El deseo, y sentirse deseada, es una experiencia que toda mujer debería probar sin culpa.

Las cosas pasan, para experimentar algo mejor de lo que ya has probado. Si no fuera por el horror que me hizo pasar Justin, yo jamás pensaría como lo hago ahora. Probablemente me hubiera conformado con la primera opción, o no hubiera salido de mi zona de confort, o me daría miedo romper las reglas o alzar la voz.

Nunca querré estar cerca de la muerte, de nuevo.

Los hombres son eso para mí: peligro. La desesperación que siento al pensar en pasar la noche con alguno me...

—¿Qué haces, cuñada?

Bloqueo la pantalla de mi celular.

—Nada.

—Luces cansada, y suenas algo ronca. —Saca una taza y se sirve su café.

—No he dormido muy bien. —Miento. No he dormido para nada.

—Deberías ir al hospital donde trabaja Michael. Tú sólo diles que lo conoces y te atenderán de inmediato.

—Pero no lo conozco.

—No importa, ya son algo, ¿no? —me sonríe guiñandome un ojo—. Boda a la vista, ¿cierto?

—No. Dios me libre. —Pongo una cara de asco.

—¿Ah, no? —Está sorprendido.

—No.

—Ah... Bueno, Vera me dijo que... —Sacude la cabeza, como si con eso pudiera borrar sus últimas palabras—... Bueno, no importa. Me confundí, quizá.

Veo una manchita en la mesa, y pienso en las palabras de Michael y en las acciones de Vera. Fue como si se hubieran puesto de acuerdo en joderme la noche. Suspiro. Va a ser complicado evitar a Michael porque es probable que pasee por aquí en estas semanas. Después de todo, es el amigazo de Jack.

Me pongo de pie arrastrando la silla, recordar la expresión de superioridad de Michael me pone de peor humor.

—Creo que sólo necesito descansar. —Camino, y él me sigue.

—Oye —me detiene. Miro los dedos que retienen sin presión mi brazo, y él me suelta con las mejillas rosadas—. Am... —Se aclara la garganta, y dice—: Lamento lo de la habitación.

—Ah, no importa.

—¿Cómo que no importa? Ni siquiera puedes dormir.

—Ah... —Oh, pobre inocente, cree que es por eso. Bueno, mejor a que piense que son por mis terrores nocturnos—... Sí, bueno, qué son doce días más, ¿no?

—No es excusa. Te prometo que voy a hacer algo al respecto. —Veo la determinación en sus ojos como parte de su promesa.

—Okey —digo. No creo que vaya a hacer algo realmente, pero ¿quién soy yo para detenerlo?

Me sonríe en un gesto fraternal.

—Tengo una idea. Toma una siesta en nuestra habitación matrimonial. Yo saldré a trabajar, y Vera está en casa de Gema. Tienes la casa para ti solita.

—Oh, qué amable, pero...

—No aceptaré un no como respuesta —me interrumpe—. Además, lo necesitas. Tienes que descansar.

Dormir. Quizá pueda conseguirlo por unas horas; sólo necesito dos.

—Gracias, Jack.

—De nada, cuñada —me guiña un ojo.

♥︎♥︎♥︎

Mi cabeza golpea la almohada, apenas entro en la habitación. «Dios, estoy exhausta.» Necesito desconectar de mis traumas, aunque sea por unas horas. Esta almohada hipoalergénica es mullida; justo lo que necesito para cargar mi batería.

«Paz... Al fin obtengo algo de paz.»

Bostezo, y eso es lo último que recuerdo antes de cerrar los ojos.

♥︎♥︎♥︎

Algunos creen que el cuerpo no descansa si la mente no es estable. ¡Cuánta razón tienen!

Escucho un eco, una voz que me muestra el camino de vuelta a la luz:

—¡GEORGEANNE! ¡GEORGEANNE!

Ahora percibo su miedo, la pena, el tormento en sus gritos:

—¡GEORGEANNE, DESPIERTA!

Está desesperado, suplicando y zarandeándome:

—¡DESPIERTA, POR FAVOR!

Abro los ojos, como si acabara de recibir cargas eléctricas en el corazón, y por poco y salto de la cama cuando me encuentro a un Hudson aterrado encima de mi cuerpo bañado en sudor.

«¿Qué carajos...?»

El alivio surca sus facciones cuando me mira a los ojos.

—Mierda, que puto susto me diste. —Su voz áspera es un indicio de cuánto estuvo gritando. Me atrae a su pecho, aprisionando mi cuerpo aturdido, mientras él respira sacudiendo sus omoplatos. ¿Qué acaba de pasar? Hudson tiembla, y yo sudo como si hubiera estado en un sauna—. Por un momento pensé... —Sacude su cabeza, como si quisiera ahuyentar sus peores pensamientos—... Dios mío, me muero si tú... —se interrumpe.

Mi corazón late con una nueva emoción.

—¿Si yo qué? —Dios, ¡estoy afónica!

Suspira. Besa mi sien, y deja caer el peso de su cuerpo sobre el mío. Siento el pulso desmedido de su corazón atravesar nuestras ropas.

—Olvidalo —me estrecha entre sus brazos con fuerza. Casi no puedo respirar.

—Oye... —Me remuevo, y él cede un poco la presión—. Gracias.

Se despega de mí, y me mira la cara.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué?

—No me jodas, Georgeanne.

—¿Qué? —Frunzo las cejas, confundida. ¿Por qué se molestó?

—Estabas gritando, maldita sea. Te estabas retorciendo como un jodido gusano mientras gritabas que te quitaran las manos de encima, que no te tocaran, que no... No sé qué más dijiste, no lo registré todo como un recuerdo, ¿okey?

«Oh, no.»

—Escuché los gritos cuando abrí la puerta, pensé que alguien había entrado y que te estaban... —Cierra los ojos, los aprieta, no queriendo continuar—... ¿Qué mierda fue eso? Parecía que Freddy Krueger intentaba matarte en tus sueños.

—No fue nada. Ni siquiera lo recuerdo. —Es verdad.

—Una mierda.

—Por lo general no recuerdo mis pesadillas. —No miento.

—¡Esa no fue una puta pesadilla, mujer!

Le pongo los ojos en blanco.

—Calmate. Tampoco es para tanto.

—¿No es para tanto? —Sus ojos destilan un odio feroz—. ¿Es que no te importa tu vida en lo más mínimo?

Lo empujo, sintiendo la rabia bullir en mis venas. Hudson no se lo esperaba, así que aprovecho su confusión para levantarme y poner las distancias. Me alejo de él.

—¿Quién vergas te crees para hablarme de ese modo? —grito.

—Eres una niña irresponsable.

—¿«Niña»? ¡Ja! Pues anoche te cogiste a esta niña.

—Callate —me advierte—. No te cogí, bruta. Te hice el amor.

—No hicimos nada. —Mi pulso se dispara; no sé si de temor o de excitación—. Sólo fue sexo. No fue nada.

—¿Nada? —Sonríe con cinismo—. ¿Y por eso lloraste cuando te penetré?

Mi sangre abandona mis venas.

—¿Qué?

Se acerca a mí, acechándome.

—Anoche, mientras te trataba con todo el cuidado del mundo, tú...

—¡Cierra el pico! —Mis piernas reaccionan y vuelven a alejarse de él.

Considero mis opciones. Puedo huir. Quizá si corro al auto con máxima velocidad, pueda tener una oportunidad.

Intento rodearlo, pero se interpone en mi camino.

«Carajo.»

—¿Qué? ¿Te avergüenzas de lo que hicimos?

—No. Me arrepiento.

Puedo sentir cómo mis palabras lo hieren, pero no permite que eso le afecte.

—No te creo. —Camina hacia mí, queriendo acorralarme—. Es más, siento tu deseo. Me quieres de vuelta, ¿no es así?

Trepo a la cama, pero de nada sirve. Toma mi tobillo, grito, y a él no le cuesta ningún esfuerzo en subir y mantener mi cuerpo prisionero debajo del suyo.

—No. Por favor —pido, y es inútil.

Me somete, apoderándose de mis muñecas, las coloca a cada lado de mi cara, y su autoridad me obliga a mirarlo directo a los ojos.

—Quiero tu cuerpo. Quiero tus ojos. Quiero todo, carajo.

Mi pecho es aplastado por el suyo. Su dureza se posiciona entre mis piernas, y me embiste con todo y ropa. Mierda, es como un animal en celo, y estoy deseando que me coja.

—¿Te lo dije o no, Georgeanne? —Junta mis muñecas en una mano, y la otra desabrocha con habilidad su pantalón—. Eres mía. Mía, maldita sea. Te quiero para mí.

Su erección salta de sus pantalones. «Carajo, sin calzón me excita más.» Mis pezones me delatan. ¿Qué le sucederá a mi cuerpo si presiono un poco más?

—No soy tuya —lo reto.

Se detiene. Me mira con auténtico odio.

—¿Es que quieres que te parta en dos? —Me golpea la entrepierna. Chillo, y su pene brinca ante mis ojos, dándome un espectáculo caliente—. ¿Eso quieres, Georgeanne?

Me arranca los pantalones, y rompe mi ropa interior. Ya me debe dos.

—¡Responde, maldita!

—¡Sí! —grito. Dios, es un alivio que nadie esté en casa.

—Ahora verás, preciosa.

Me penetra de una sola estocada. «Oh, madre de...» Los ojos se me van a salir de las órbitas, la piel va a desprenderse de mis huesos, y mis aros van a ser arrancados por sus dientes. Está mordiendo, pellizcando, sintiendo, y yo estoy recibiendo.

Gimoteo mientras empuja cada vez más y más dentro de mi canal. Mi aliento escapa desde el fondo de mi ser, oigo su respiración acelerada, y sus latidos me golpean las tetas.

—Dios, Hudson —profiero en un gruñido. Me duelen los pezones.

—¿A quién le perteneces?

La fricción de ambos me está matando.

«Dios, estoy a punto.»

—A nadie.

—¡Grita mi nombre! —exige lanzándome por la cama con sus arremetidas violentas.

Carajo, ya estoy. Me tenso, y me aprieto alrededor de él. Mis uñas lo recorren de arriba abajo con dolor, y la pasión que creamos me ordena volver a llorar.

«Carajo, otra vez no.»

—¡Hudson! ¡Hudson!

Me apremia con chorros de su semen que inundan mi estrecha abertura, y yo... Me dejo ir con los ojos cerrados, sintiendo su calor, con mi cuerpo excitado por su placer.

Caigo rendida a sus pies. De nuevo.

Pero por lo que oigo de sus labios, no soy la única.

—Me jodiste, chispita. Estoy jodido.

—No... Tú me jodiste a mí. Rompí mis reglas.

—Los dos lo estamos. Ambos nos arruinamos.

Expongo mi cuello a sus labios. Me mima con dulces besos, mientras forma círculos con su pelvis.

—¿Qué hacemos?

Eso. Buena pregunta. ¿Y ahora qué?

—Me voy en una semana y cinco días —le informo.

Levanta la cara de mi cuello. El pánico se presenta en su rostro bañado en sudor.

—Sólo acuéstate conmigo durante ese tiempo. Por favor, sé que no me debes nada pero, te lo pido, sólo conmigo.

¿Qué hago? En verdad quiero el sexo relax que me ofrece pero... La duda de que tal vez él no quiera lo mismo que yo me pone titubeante.

—Está bien —accedo. «¿Qué mierda acabo de hacer?» Sepa.

La sonrisa que me dedica flaquea mi decisión. ¿Por qué si sabe que sólo quiero algo físico con él entonces...? ¿A menos que no haya sido lo suficientemente sincera? Imposible. Fui clara desde el inicio. Esto no puede seguir si él no es consciente de mi elección al cero compromiso. No quiero romperle el corazón.

—Hudson, sólo quiero una aventura.

«¿Soy egoísta por usarlo?» Sólo él podría decirmelo. Si se va, lo aceptaré. Puedo soportar un rechazo; ya los he recibido antes cuando les digo a mis amantes que sólo será algo casual o de una noche.

Pero Hudson no se aparta o expresa alguna emoción. Me besa, cosa que tomo como una aceptación.

—Todo puede pasar en una semana y cinco días, chispita. Veamos qué pasa.




Continuará...

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