Capítulo 10
NOTA: Dolor, mentiras, engaños y rabia. El amor es una emoción de lo más extraordinaria, ¿no creen?
Disfruten del capítulo:
Abro los ojos, cuando el cuerpo de Hudson deja de moverse. Está dormido, profundamente. El problema es que aún está dentro de mí, laxo y como un muro aplastando mi cuerpo.
«¿Cómo podré irme si me tiene prisionera?»
Bueno, me arriesgaré.
Me muevo con cuidado debajo de él. Su miembro semi duro entre mis piernas estimula mi orgasmo, pero contengo mi conteneo antes de que se despierte y retome sus arremetidas. Inspira, pero no se despierta. Tiene el sueño pesado, por lo que veo. Intento escapar de sus brazos, vuelvo a moverme y a recuperar la fuerza de mis extremidades. Rescato una de mis piernas y un brazo. Trato de quitármelo de encima, con todo el cuidado del mundo, y consigo mi cometido saliendo debajo de su cuerpo aún hirviendo por nuestra aventura de una noche.
Al fin, respiro la libertad. No hago ningún ruido cuando me incorporo y pongo los pies en el suelo frío. «¿Es que no conoce las alfombras?» Estiro un poco los brazos, y camino hacia el baño por mi ropa; al menos, la rescatable. Encuentro mi sostén, pero mi calzón está hecho trizas. Bueno, ¿qué más da? Tampoco es la primera vez que me destrozan la ropa interior. Me pongo mis jeans y mi blusa, y regreso a la habitación en donde Hudson duerme boca abajo, con su culo desnudo como ofrenda. Tiene el trasero más rico que he visto.
Detallo y memorizo la silueta de este hombre que casi noquea mi mente. Por poco y me quedo dormida. Espero que al caer en la almohada del sofá de mi hermana, cuente con la misma suerte.
Eso me recuerda que Vera debe estar de un humorcito..., que sólo pensarlo me provoca dolor de cabeza.
Bueno, ya veré cómo contentarla.
Me despido en silencio de Hudson, dándole las gracias, y aspirando el olor a sexo por última vez. Así pues, sonriente, me doy la vuelta y abro la puerta. Salgo. Cuando la cierro, me encuentro a dos metros de mí a un Michael de aspecto cansado.
«Ups. Atrapada en el acto.»
Sin nada que temer o esconder, porque todos somos adultos responsables con vidas propias —y porque no creo que su hija haya nacido por obra y gracia del espíritu santo—, camino como si nada por el pasillo, acercándome a él.
Está cerca de las escaleras, así que ni modo.
Michael me mira de arriba abajo con un gesto extraño en las cejas. ¿Tristeza?, ¿decepción? ¿Quién sabe? Está petrificado, excepto por sus ojos que hablan por sí mismos. Me gustaría saber en qué piensa mientras advierte mi obvio estado de recién cogida en la habitación de su hermano.
—Buenas noches —lo saludo por educación. No me responde, y no me interesa.
Ahora que estamos frente a frente, me percato de que su saco está arrugado, y su corbata torcida. Lo rodeo, y tomo las escaleras. «¿De qué otra forma iba a bajar, no?» Estoy a mitad del descenso, cuando su voz penetra mis oídos postsexo:
—Te va a joder.
Me detengo. Frunzo las cejas, y giro sobre mis talones. Lo observo sin expresar lo que pienso con la mirada.
—Eres una mujer más en su vida, Georgeanne. Es más, mañana volverá a las andadas.
—Y yo mañana volveré a las mías. —Aunque sé que lo dejé sin palabras, no manifiesta sus emociones—. ¿Crees que ésta es una novela romántica, Michael? Déjame decirte algo: las mujeres también podemos divertirnos. ¿No lo sabías? Pues actualizate: éste es el siglo XXI. Y mejor hazlo rápido, porque tienes a una niña maravillosa creciendo bajo tu techo que descubrirá su propia identidad sin advertencias. Mantén la mente abierta.
Respira hondo, intentando calmarse.
—No hables de mi hija.
—Muy bien, entonces no te entrometas en donde nadie te llama.
Su media sonrisa, eriza los vellos de mi nuca.
—¿No presumes tu título universitario, pero sí el de ser una prostituta?
—Una prostituta es una persona que tiene relaciones sexuales a cambio de dinero, ignorante.
—No soy ningún ignorante —jura—. Soy un neurocirujano, el mejor. De hecho, soy jefe de mi departamento. Soy un Dios. A mí es al que deben alabar, no a mi estúpido hermano y a sus estúpidas relaciones de una noche.
—Para tu tren —le aviso—. No me involucren en sus disputas. No quiero saber quién está celoso de quién, o, quién es el que tiene la mejor suerte. No es mi vida, ustedes no significan nada para mí, y lo que acabo de tener con tu hermano es sólo físico.
—Lárgate de aquí —señala la puerta con su dedo dictador—. No te quiero en mi casa o cerca de mi hija. Vera tenía razón: eres una mala influencia.
—Sí, la mujer independiente que disfruta su libertad es una mala influencia, ¿dónde habré oído eso antes?
—Vete.
Bajo los escalones y abro la puerta de su casa. No quiero problemas con este ignaro.
Conduzco de vuelta a la casa de mi hermana con las ventanillas abajo. El viento de la noche refresca mi cabeza adolorida. Las tonterías que dijo Michael casi arruinan el recuerdo de mi aventura con Hudson.
Y lo que dijo acerca de mi hermana...
—Vera tenía razón: eres una mala influencia.
¿Fue cierto? O... ¿Me mintió para hacerme daño?
Vera nunca diría algo así. No lo haría. La conozco, no es mala persona o una mentirosa. Es mi hermana mayor, y me quiere.
Estaciono mi auto enfrente de su casa. Entro con mi llave, y me recibe una oscuridad impropia de mi hermana, así que espero, y se hace la luz desde una esquina, en donde Vera está sentada en un sillón, con la espalda recta, los ojos serios y rojos, y con las piernas cruzadas y los tobillos juntos. Sus manos están en su regazo, pero advierto un pañuelo usado entre ellas, casi hecho trizas.
Una extraña sensación asciende por mi columna vertebral, y no se va.
—Hola, Vera.
Sus ojos me atraviesan, como si intentara quebrarme.
—¿Te divertiste?
Su postura, su actitud... Me estaba esperando.
—Ah... Sí. Pero estoy agotada, así que...
—¿Agotada?
—Sí. Tengo sueño. Y dormí aquí la otra noche, así que... ¿Podrías irte? Ya hablaremos en la mañana.
—¿Para qué? ¿Para contarme los detalles?
—Ah, no. —Frunzo el ceño, confundida—. ¿Estás bien?
—Claro que sí.
—Te comportas muy extraño. Pareces estar al acecho.
Mis palabras remueven algo dentro de ella. Como si desconectaran a la hermana fría con la que estuve hablando, y regresaran a la vida a la Vera que tanto quiero.
Sonríe al fin.
—Lo siento. Estoy muy cansada.
También sonrío, aunque de alivio. Me asusté por un minuto.
—Okey. Lamento haber tardado. No quería preocuparte.
—Está bien.
Se levanta con elegancia, y camina hacia mí. Pone sus manos sobre mis hombros, y me mira a los ojos.
—Ten una bonita noche, hermanita.
Me abraza con fuerza.
—Te quiero —dice entre dientes.
Le devuelvo el abrazo, pero no la aprieto como ella hace con mi espalda. Siento sus uñas traspasar mi blusa, y una sensación algo similar al miedo inunda mi pecho.
—Am... Vera, me estás asfixiando un poquitín. —Sonrío, nerviosa. Posiciono mis manos en sus caderas, queriendo apartarla con delicadeza de mí—. Vera, Vera...
—Ups, lo siento —dice con fluidez, dejándome ir. Se ríe como si nada malo hubiese ocurrido—. Creo que me emocioné.
No le respondo, pero le sonrío para tranquilizarla.
«No pasa nada. No pasa nada.»
No pasa nada, ¿cierto?
—Buenas noches, Georgeanne. —Besa mi mejilla.
Sube las escaleras corriendo. Oigo el portazo de su habitación, y el tronido me impacta.
«¿Qué carajos acaba de pasar?»
Me quito el sostén, me tumbo boca arriba en el sofá, y mantengo las manos en mi estómago, pensando. Algo muy raro está pasando aquí. Vera no se comporta de este modo. ¿Qué le pasa? Ayer estuvo bien, pero ¿hoy? ¿Qué hice hoy para molestarla de esa manera? Siempre he sido directa, sin escrúpulos, creía que eso le gustaba de mi personalidad. ¿Es porque no le di una oportunidad al cretino de Michael?
Me llega un mensaje desde mi cuenta de Instagram. Es Hudson.
Te fuiste.
«Oh, no.» Ésa es una dificultad que no necesito.
Te lo dije: no duermo con nadie.
Sé que mi respuesta es directa y escueta, pero no voy a adornar la verdad cuando ya dejé claras mis intenciones.
Ya que estamos, también le escribo un recordatorio:
Y no vamos a repetir. Goza de nuestra única vez.
...
Los tres puntitos me ponen de nervios.
Conmigo estás a salvo, si es lo que te preocupa.
Continuará...
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