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06

No sé qué notas poner con este capítulo porque probablemente habrán tres reacciones que simplificaré en: a) nO MAMES NO ENTIENDO NADA; b) QUÉPASÓCÓMOCUÁNDO; c) no. A las primeras dos les diré: puse todo implícito desde el principio porque me gusta el drama y a la última: SÍ. Sí a eso que has pensado al llegar al final. Sí. 

Reacciones simplificadas, están libres de comentar, odiar y ser felices. *lanza besitos mientras todavía es querida*

#PrinceBlackWeek. Sexta palabra: tradiciones.

06

No temas, cariño,

Que nada te ocurrirá mientras seas mío...

¿Quién querría herirte tan intensamente?

¿Quién querría enfrentarse cara a cara a la muerte?

—¿Dónde estabas?

Severus se derrumbó tan pronto cruzar el umbral de la puerta. Regulus se lanzó sobre él a toda velocidad, desvistiéndole las prendas empapadas en nieve para apartarle el abrigo y comprobar las heridas, peores que las de las de los otros días, peores que incluso la peor que había sanado antes, aquella cruzándole el pecho y cubriéndole la piel de turbias marcas en relieve tan sólo el mes anterior, heridas abiertas a un nivel que no alcanzaba a comprender y lo asustaba. Severus parecía haberse enfrentado a una bestia, su piel desgarrada en marcas repetidas y animales que no se comparaban en absoluto a nada de lo que Regulus hubiera visto antes, jamás en su vida. Quería gritar, desesperado, llamar a un sanador, a un médico, llamar a quien sea que pudiera poner un freno a las aberturas cargadas de sangre coagulada y bordes oscuros, sujetarlo y aferrarlo a su vida. No podía pensar en un mundo sin Severus. No podía pensar en un mundo donde Severus no lo tuviera entre sus brazos, donde no lo observara como si valiera la pena, donde no existiera su risa hosca o su sonrisa manipuladora, y nada que decir de esos ojos que podían hablar y explicar más cosas que sus mismas palabras. Severus no necesitaba profesar su amor en palabras si con sólo una mirada lo arropaba en un afecto que jamás había recibido ni esperado recibir.

—Regulus, estaré bien —consiguió hablar Severus, incorporándose y cerrando la puerta tras de sí—. Sólo necesito dormir un poco.

Regulus envolvió su brazo a su cintura, haciéndole cargar su peso en su hombro. Nunca había visto a Severus tan débil y le dolía, quemándole en lo más hondo de sí. Severus, tan poderoso y tan criminal, tan oscuro en cada acción acelerada, cada movimiento hosco, cada caricia tortuosamente hermosa sobre su piel...

Dos meses ya llevaban en esa pequeña casa, en esa preciosa ciudad, rodeados de calles acolchonadas por la nieve, cenas improvisadas y confianzas extendiéndose para menguar con la agonía de pensar en alguna vez volver a la vida en Inglaterra, sin Severus, o morir. Y le gustaría morir. No le gustaría en lo absoluto vivir sin Severus para sostener los lazos de su cordura y atraparlo en un agarre que conseguiría traerle calma, paz, pasión, tranquilidad, hogar.

—Puedo solo —balbuceó Severus, pero sus ojos se cerraban lentamente, sus piernas temblaban, y Regulus siguió guiándolo con toda la fuerza que pudo hasta la habitación. No sabía si era capaz de hacerlo levitar si caía ya que siempre que intentaba aplicarle un hechizo, el más mínimo que fuera, salía rechazado como si su misma magia estuviera cuidándolo, pero intentaba que cada paso fuera firme y certero para evitar la caída, solamente dejándolo caer sobre la cama de edredones azules, arrancándole las telas húmedas en sangre, las botas empapadas en nieve.

Las heridas que le cruzaban cicatrizaban a una velocidad alarmante mientras Regulus las limpiaba y repasaba con sus dedos. Regulus no consideraba que él mismo tuviera que ser un perfecto sanador para saber que aquello no era normal en lo absoluto. Severus siempre llegaba con marcas de peleas, la peor habiendo sido la de justo el mes anterior cruzándole el pecho sin conseguir cicatrizar, perseguido por las grietas opacas. Deshacerse de los aliados de los mortífagos en aquel rincón oculto de Europa debería ser fácil, pero parecía que tan pronto uno moría, otros tres aparecían en su lugar como si cortaran la cabeza de una Hydra. Bajo los dedos de Regulus, la piel enfermizamente febril de Severus fue menguando de temperatura, el calor concentrándose sobre las heridas cicatrizándolas, cerrándolas y cubriéndolas de líneas rosadas de la piel cruzándose, sanándose en sobresalientes marcas que pasaban del más intenso morado al rosa mientras la mañana se transformaba en mediodía. Regulus estuvo a su lado, observándole sanar y limpiándole cada vez que sangraba, entrelazando sus dedos y tendiéndole su magia por si Severus la requería. A veces fue capaz de sentir tirones en su cuerpo como puñaladas mientras sus ojos se cerraban y se dejaba tender, tortuosamente adormilado hasta que su magia se recomponía y era capaz de ir a buscar agua con la que saciar su sed y comida con la que conseguir un poco de fuerzas, ignorando los temblores en sus rodillas e incluso las náuseas de debilidad. Dejó caer gotas de agua fresca entre los labios de Severus para conseguir que los entreabriera antes de cargar agua en su boca e inclinarse para besarlo, dejado el líquido entrar a la boca de Severus para no dejarlo deshidratarse. Lo repitió cada vez que Severus parecía removerse en incomodidad, acunándolo, pasando suaves paños frescos sobre su frente con cariño, murmurando palabras que se entremezclaban con canciones, cualquier cosa que fuera necesaria para que el silencio no los envolviera, no los aplastara y obligara a callar por siempre.

Con el cielo tintándose de negrura Regulus se levantó, dejando a Severus reposar, para preparar algo nutritivo que comer. Su estómago gruñía con la molestia de haber estado a galletas saladas que aún conservaban de la diminuta cabaña, un mes atrás, una sola noche de fuego y dedos entrelazados. Sus dedos temblaban mientras tocaba el recipiente de cuero, una sensación incómoda asentándose en su estómago a la vez de las náuseas olisqueando el recipiente que también tenía tiras de carne seca deshidratada haciéndole salivar asqueado, toda incomodidad muriendo en pánico cuando la puerta se sacudió mientras la golpeaban.

Regulus se mantuvo alerta. Tomó su varita y concentró unos cuantos hechizos para cambiar su apariencia lo suficiente para no lucir como él mismo, aclarando sus cabellos, oscureciendo sus ojos y proveyéndole mayor redondez a su rostro. Sin aplazar más lo inevitable abrió la puerta.

El grito fue silenciado por una mano con velocidad.

—Quédate callado —gruñó Greyback, lanzándose a toda velocidad al interior de la habitación mientras empujaba a Regulus para quitarlo del camino, cerrando la puerta tras él con fuerza—. Este chico es un maldito descuidado. Le dije mil veces que no viniera a Praga porque no encontraría los malditos ingredientes y que la dosis que tenía solamente le alcanzaría para el mes pasado, pero Praga es agradable, Praga es como Inglaterra en cuanto a clima y ambiente, a Regulus le gustará más Praga, se adaptará con mayor facilidad... —Greyback detuvo su perorata de gruñidos mientras se quitaba el enorme abrigo que cubría sus espaldas anchas. Regulus le observó sintiendo el miedo en esencia golpeándolo. Su niñez había estado cargada de historias de terror en la que Greyback era el protagonista. Bestia, animal, amenazas de su madre que si permanecía jugando hasta tarde fuera Greyback se lo llevaría, burlas de su despreocupado hermano gritándole que si hacía algo que no le gustara le diría a Greyback que se lo llevara, que sería un estupendo bocado. Pero ahí estaba, Fenrir Greyback, rebuscando entre los bolsillos del enorme abrigo y desperdigando ingredientes de pociones sobre la mesilla de la sala frente a la chimenea, mueblería que parecía de juguete bajo sus enormes manos y la gran cantidad de elementos que desperdigaba sobre ella. Regulus lentamente se acercó, sin saber qué hacer, hasta que Greyback le lanzó una mirada que lo congeló hasta los huesos—. ¿Te vas a quedar ahí de pie sin hacer nada, niño? ¿Dónde tienen los calderos?

Regulus negó. Greyback bufó con exasperación, todo su cuerpo pareciendo haber pasado una lucha, heridas amarronadas sobre sus hombros expuestos y sobre sus brazos visibles a pesar del frío del exterior, la nieve goteando de sus cabellos recortados y derritiéndose al contacto con su piel.

Greyback era fuego y lobo, poder que lo cegaba hasta lo irrazonable y aflojaba todas sus defensas, dejándolo maleable y flexible. Justo como Severus.

Regulus ahogó un quejido.

—¿Cuándo?

—Lo expulsaron de Hogwarts por eso —Greyback ya estaba cargando los ingredientes y lanzándose sin dudar ni una vez a la cocina. Regulus lo acompañó y le alcanzó una cacerola lo suficientemente grande que Greyback aceptó sin mirarlo mientras desperdigaba los ingredientes sobre la mesa de preparación, cortando con las manos ramas y moliendo semillas entre sus dedos. Regulus conocía la receta, claro que la conocía—. En su cuarto año a tu hermano se le ocurrió decirle de buena gana que pasar por el túnel debajo del Sauce Boxeador sería una buena idea, sin advertir que lo que había esa noche bajo la luna llena era Lupin transformándose en hombre lobo, como todo cachorro salvaje y descoordinado buscando crear una manada, no estar solo. Severus fue mordido.

Regulus cerró los ojos con fuerza, intentando hablar, intentando no gritar hasta romperse si abría la boca. Las imágenes le aparecían con destrozos a todo lo que había creído. Severus, el pensativo y serio Severus, simplemente haciendo pociones, con un carácter rudo, poca paciencia y pocas palabras, expresándose más en maldiciones y golpes que en quejas. Si había algo que pudiera resolver por sí mismo no había nada ni nadie que le impidiera hacerlo.

Regulus tomó varias plantas de acónito del montón que había traído Greyback y comenzó a molerlas con el cuchillo. Aplastó las flores hasta que gotearon en suero que volcó sobre la cacerola al fuego mínimo para acabar haciendo trocitos medidos las ramas y molerlas con unas gotas de agua caliente hasta hacer una pasta que disolver con los agregados de Greyback. Notó con facilidad que la receta estaba un poco alterada en proporciones y materiales, pero Greyback elaboraba una suave poción que ayudaba a contrarrestar la hambruna posterior a la transformación de la luna llena. Regulus simplemente estaba sorprendido cada vez que se daba cuenta que durante todo el día, cada vez que Severus abría los ojos, cada vez que Severus entreabría los labios, había podido atacarlo y desgarrarlo con los residuos de magia animal buscando alimentarse, poderosa en su sangre y en su cuerpo, un cuerpo que había aceptado todo lo que ocurría, una magia que se alimentaba del animal en su interior en reacciones instintivas incluso sin estar en sus ciclos de luna, apegado a los aromas y las sensaciones, la posesividad sobre lo que consideraba suyo y la fuerza de sus movimientos, de sus acciones rápidas como una corriente de aire, de cada uno de sus pensamientos para mantenerlo consigo siempre.

Greyback gruñó frustrado.

―Esto servirá por ahora ―acabó diciendo, terminando de echar en la cacerola y mezclando. El particular aroma de la poción revitalizante se mezclaba con ciertos ingredientes del matalobos para alterarse entre sí, aplicando el poder de una para ayudar a la otra, en las medidas exactas para no resultar tóxica―. No creo que pueda conseguir matalobos en Europa, al menos no lejos de Francia o Portugal.

Regulus removió los ingredientes espesos ayudando a la disolución, mezclándose e hidratándose, hirviendo en burbujas pequeñas alternándose entre sí con chasquidos salpicando cada vez que explotaban. Greyback, a su lado, frotó su cabeza en círculos molestos.

―Lupin estaba en Hogwarts siendo un hombre lobo ―Regulus no contuvo las palabras una vez que Greyback se apartó. Seguía en su campo visual, mirándolo de reojo, inclinado sobre el muro forrado de alfombras persas para mantener caldeada la habitación, pero estaba lo suficientemente lejos y Regulus lo suficientemente cerca de la cacerola hirviente para actuar en defensa si hacía algo. Regulus no había llegado hasta donde había llegado en la vida simplemente confiando en la gente que le rodeaba―. ¿Por qué no dejaron a Severus quedarse?

―Severus mató a varios habitantes de Hogsmeade cuando se escapó, herido y consumido por la maldición. Todos creyeron que quien había producido los gritos todos esos años había sido él, lo juzgaron, y Dumbledore debió hacer lo que consideró mejor ―el tono de Greyback, siniestramente sincero, era una clara burla hosca. Regulus pudo sentir la rabia hervir en su interior―. Si le acusaban de dejar estudiar a un hombre lobo joven, sin manada, sin protección, y dejarlo a la intemperie en sus transformaciones, podría no sólo perder el cargo de director, sino ir Azkabán por poner en peligro a sus estudiantes. Nadie debería enterarse de que Remus Lupin había estado estudiando en Hogwarts por la mismísima admisión de Dumbledore; en cambio, Severus Snape podría haber sido transformado en la luna anterior por el lobo de la casa de los gritos, cuyo paradero seguía siendo desconocido... Excusas tontas, ¿no es así? Pero como fue Dumbledore quien las dijo todos creyeron su palabra.

Regulus apretó con fuerza los dientes y dejó la rabia fluir para que no lo consuma por sí mismo. Greyback se echó hacia atrás, apretándose el pecho, buscando aire mientras caía de rodillas. Regulus ahogó un quejido y trató de contener su rabia, su magia, extendiéndose en negra toxicidad por la casa como si por sí misma no fuera totalmente suya, el fuego en la cocina ardiendo con mayor nivel, las llamas de la chimenea resurgiendo desde las brasas.

Contrólate ―se dijo a sí mismo sujetándose con fuerza de la cabeza, sus dedos temblorosos enredándose a sus cabellos y tirando de ellos mientras inhalaba con profundidad―. Regulus. Contrólate.

―Severus tenía razón ―murmuró Greyback, sentado en el suelo y recargado en la pared a medias, varios minutos después cuando el color asfixiante de su rostro regresó a la normalidad―. Vales la pena.

Regulus arrugó la nariz.

―Claramente valgo la pena, Greyback ―siseó, su voz agravándose por la mueca de desprecio en su rostro. Sus venas parecían arder con el poder desatado. Necesitaba controlarse. Necesitaba controlarse antes de que todo acabara mal, porque la magia que podía sentir era tanto suya como desconocida, deslizándose en sus dedos y su cuerpo como en una danza sincronizada del caos―. No hubiera sobrevivido a un ejército de Inferis si no la valiera. Sólo... necesito tranquilizarme. No hables por unos minutos.

Greyback soltó una carcajada potente, resonando en ecos guturales por las paredes. Regulus estrechó la mirada, sus dedos quemando.

―Los magos puros son tan volubles ―rió, áspero―. Creen que su poder es más poderoso, que tienen el control sobre lo que hacen y lo que dicen. El poder es el que controla al mago, y no al revés. Si tu poder está en descontrol es que tu magia no está siendo usada de la manera que debería. Regulus Black, capaz de hacer hechizos para alterar tu forma física con un par de movimientos, capaz de hacer temblar una casa desde los cimientos sólo con su rabia... ¿qué más eres capaz de hacer? ¿Por qué quieres atar tu poder a un control que claramente no necesitas para llegar a la grandeza? ¿Qué escondes?

―No aspiro la grandeza ―Regulus se aferró a la mesa. Sus dedos temblaban―. Aspiro a tener tranquilidad. No lo pensaba tan difícil. Después de Hogwarts rechazaría mis responsabilidades como Black, sería repudiado de la familia sin ningún tipo de miramientos, conseguiría un trabajo de medio tiempo en alguna tienda del Callejón Diagón o en mal caso del Callejón Knockturn y pagaría mis estudios de sanación y exámenes. Trabajaría en San Mungo y viviría apartado de la sociedad mágica y todas sus absurdas tradiciones, sus malditas costumbres. Sería libre.

Greyback escupió una risa.

―Eres patético incluso para ser humano.

Regulus le expresó una sonrisa irónica, sus labios apenas curvados mientras sus ojos destellaban como la plata al observarlo en aquella posición, aun sin poder levantarse con las fuerzas flaqueando.

―Gracias.

La poción borboteó con fuerza. Regulus apresuró a removerla en círculos hasta menguar el primer hervor, agregando media porción más de ingredientes deshidratados con rapidez, triturando semillas entre sus uñas y esparciendo polvos desde la distancia para la dispersión. No tenían tiempo de sobra, ni tiempo que perder. Severus podría reaccionar en cualquier momento, y mientras más débil estuviera, su magia más pediría alimento. Su cuerpo más podría descontrolarse quedando a merced de lo desconocido.

―Se ha unido a tu manada... ¿no? —preguntó Regulus en un susurro débil. Greyback asintió.

―Cuando apenas era un cachorro necesitaba apoyo, un guía, la posibilidad de aceptar y manejarse con su poder ―resopló con un tipo de burla de la que Regulus desconocía la causa―. Luego de eso ha sido independiente. Su poder se ha incrementado a cada día ya que, sin su varita para canalizarlo, necesitaba fluir de alguna manera. Tengo entendido que ahora tiene una nueva, pero casi no la utiliza. Cuando su magia estallaba... recién me diste un gran deja-vú, niño.

Regulus asintió distraídamente y acabó de agregar la segunda remesa de ingredientes al hervor, disminuyendo el fuego y comprobando por el olfato desde la lejanía que no hubiera tomado matiz de quemado. La poción se espesaba y cambiaba de tonalidades, siendo cubierta por una delgada capa de burbujas plateadas empujándose entre sí entre un humo azul apagado, y abruptamente Regulus se sintió nuevamente en Hogwarts con el profesor Slughorn tras sus espaldas mientras intentaba practicar pociones para obtener algún tipo de beca que le permitiera avanzar de año y estar en el mismo curso que Severus. Sus ojos lagrimearon y echó totalmente la culpa a la toxicidad del acónito entrometiéndose en el aire, no a los recuerdos de su desesperación cuando Severus fue expulsado, los gritos que jamás pudo callar, las lágrimas que no pudo dejar de derramar hasta quedar seco, desprovisto de dolor y a la vez de emoción.

―Gracias ―pronunció Regulus, al final, y esta vez sincero. Greyback ya estaba levantándose, un poco más estabilizado, sus ojos hundidos en sombras de cansancio posándose en él con toda la curiosidad―. Severus... no sé si él me lo hubiera contado alguna vez. No todo, al menos.

―Es un chico tonto ―acabó por suspirar Greyback, empujándolo con un movimiento para seguir mezclando la poción y agregando detalles de su propia receta personal―. ¿Qué creía, acaso? ¿Qué desaparecería una noche al mes todos los meses, justo en luna llena, y tú no te darías cuenta de nada? Hasta el muggle más muggle pensaría que algo extraño pasa allí.

Regulus se encogió de hombros mientras mordía su labio por los nervios. Una noche al mes todos los meses. El mes...

―Supongo que... quería protegerme.

―En lo absoluto ―Greyback alzó las cejas―. Severus quiere mantenerte a su lado. Quizá pensó que si te decía lo que era no lo querrías quedarte con él. Cada una de sus acciones y todo lo que ha hecho ha sido para conseguir algún día estar contigo por siempre. Supongo que ese... ese amor tan extraño incrementó más aún con la distancia, y con su parte animal enfocándole en algo para mantener la cordura. Él no puede ver una vida donde tú estés lejos de él mientras él pueda tenerte cerca, pero tú no puedes condenarlo a una vida de sufrimiento, Black.

Regulus se echó hacia atrás, cruzándose de brazos sobre el pecho con una mueca molesta. Su magia, entrando en tranquilidad, se agitó bajo sus dedos y Regulus los apretó más contra sus brazos. Cálmate.

―No lo estoy condenando a una vida de sufrimiento.

Pero hasta él sabía que mentía. Severus no tenía sus pociones, no tenía su laboratorio, no tenía nada con lo que se había familiarizado... excepto él. Y aunque Severus pareciera pleno a su lado Regulus sabía que no había mucho que pudieran hacer mientras Severus matara a muggles y magos por dinero, mientras él mismo se mantenía encerrado en una casa rodeada de protecciones para evitar su propia muerte. Si eso no era sufrimiento, el sufrimiento de no obtener la libertad anhelada y disfrutar plenamente los días en una comparación tal como morir de sed con el agua a centímetros de distancia y no poder beberla, Regulus desconocía otro significado. Tan cerca y tan lejos.

―Tú sabes que sí.

Asintió con un molesto movimiento que le resultó una derrota. Greyback no sonrió, con su semblante en calma y seriedad mientras la poción alcanzaba su segundo hervor. Faltaba uno más, que el plateado se asiente a gris y la espesura mengue a una media para que esté lista. Regulus suspiró, apartándose los mechones de cabello de la frente, el pecho picándole en agujas de hielo y una molesta sensación de asfixia cerrándole la garganta en un apretado nudo.

―¿Qué debería hacer para...? ―Regulus aclaró su garganta. Su propia voz salió apenas rota―. ¿Qué debería hacer para solucionar todo? Severus no puede vivir así. Yo no puedo saber que él nunca dejará de sufrir.

Greyback le observó con detenimiento. Regulus pudo verse a sí mismo a través de la expresión de Greyback, ver al chico de dieciocho años menudo en su postura, blanco como porcelana agrietada y de negrura de tinta derramándose por la cabeza en un recorte desordenado por haber pasado todo el día junto a Severus, escuchando los latidos de su corazón, limpiando el sudor febril de su frente.

―Alguien debe morir ―Greyback chasqueó la lengua como si la solución fuera sencilla, fácil de digerir―. O tú y dejar a Severus libre, o Voldemort y dejarte libre de ser perseguido. Las tradiciones en los enlaces de los Señores Oscuros con sus seguidores implican que, cuando uno muera, todos sus seguidores morirán consumidos por la magia de sus marcas. Es gracioso, ¿eh? Matas a uno y todos caen. Severus ha estado en busca del secreto de la inmortalidad de Voldemort, destruyéndolo poco a poco, sólo necesitaba dos más según lo que fue capaz de decirme...

Regulus retrocedió, el pánico pintándole el rostro de horror y haciendo tambalearse sin ser capaz de aferrarse a nada sólido, de forma tan abrupta que Greyback dejó la poción y fue a sujetarlo para evitar que cayera.

―Mierda, Black, ¿estás bien? Si te pasa algo Severus va a mat-...

―Mátame ―siseó Regulus, rápido. Su voz, hueca, dura, abandonada de toda emoción, apenas resonó, sus labios repitiendo la palabra hasta que fue capaz de producir sonido nuevamente―. Hazlo ahora. Bórrale la memoria a Severus. Él jamás debe saber que me conoció, que puedo... Mierda, mierda, mierda, sólo mátam-...

Las manos de Greyback lo sujetaron con fuerza, sacudiéndolo, olisqueándolo y retirando un poco el rostro cuando su aroma lo golpeó con el miedo y el dolor, con la sensación de algo afrutado que conocía demasiado bien en su manada.

―Reacciona, crío. Severus no está marcado por Voldemort. Nadie puede marcar a un lobo, ningún tipo de magia cae sobre ellos y persiste ―gruñó. Regulus podía sentir su irritación, el dolor de sus dedos como garras enterrándose en su piel, podía sentirlo todo con una rapidez vertiginosa y el caos desgarrándole el pecho en lágrimas que no derramaría. No sería débil. Debería ser fuerte. Debería serlo. Por Severus. Por ambos―. Es muy probable que Severus quiera matar a Voldemort con sus propias manos. Se ha estado haciendo con su séquito de seguidores europeos. Hay manadas enteras que lo siguen y lleva apenas dos meses aquí. Antes del año próximo Voldemort caerá, te lo aseguro, Severus arrancará el corazón de su pecho con sus propias manos y te lo traerá en una caja de regalo para compensarte por todo.

Regulus inhaló profundamente y tiró de la manga de su camisa. Greyback posó los ojos en el antebrazo blanco que, mientras Regulus acariciaba exponiendo la magia oscura de sus dedos, iba pintándose de negro en sombras oscuras. Greyback se alejó en dos pasos que casi cruzaron la habitación por completo mientras Regulus le exhibía la Marca Tenebrosa en su antebrazo, los ojos grises enloquecidos en el rostro horrorizado, las lágrimas congeladas en su mirada.

―Soy un Mortífago y descubrí el secreto de la inmortalidad de Lord Voldemort ―dijo, fatal, neutral en su tono y postura, el temblor de sus ojos aguándose mientras la serpiente negra parecía sisear sobre su piel escalofríos de fuego―. Conseguí la ubicación de sus Horrocruxes buscando una forma de destruirlo. Si él seguía en el poder cuando yo saliera de Hogwarts mis padres me obligarían a unirme a la causa ―guardó silencio, breve―. Lo hicieron. Me obligaron. Pero yo había destruido unos cuantos trozos de su alma, pequeños fragmentos de una vida para hacerlo inmortal, alojados en objetos que cualquiera consideraría preciados, sólo me faltaba un anillo que sabía bien donde estaba y el guardapelo... y Severus me interrumpió cuando iba de camino a conseguir colmillos de basilisco. Ya tenía la entrega hecha, sólo debía buscarlos ―apretó los labios con fuerza, sus manos temblando mientras regresaba a encantar la zona para hacerla invisible, imposible de hallar ni a la vista, ni al tacto. Con la cantidad de magia oscura sacudiéndose en su cuerpo era imposible detectar que allí había una pequeña concentración más potente que en otros sitios―. No tenía la menor idea de que... Severus se sentirá culpable toda su vida. Si Severus mata a Voldemort, se sentirá culpable toda su vida por matarme también. Y si lo sabe, Severus sufrirá. No puedo dejar que... él no puede siquiera pensar cuando... nosotros...

Greyback gruñó mientras frotaba sus sienes. Temblaba en furia y Regulus era capaz de percibirla sobre él como una nube negra. El tercer hervor de la poción consiguió que las burbujas escaparan por los bordes, pero Greyback ya estaba allí, apagando el fuego y revolviendo la cantidad de veces necesaria para asentarlo todo, volcando con las manos desnudas el interior de la poción en frascos medidores a ritmo lento.

―Severus y tú tienen demasiado de qué hablar ―gruñó―. Yo simplemente me iré y te dejaré estos ingredientes de momento. Cualquier cosa que necesites estaré cerca de Siberia buscando gente que se una a la manada. Hay una guerra en puertas, y no será nada bonito para los nuevos cachorros correteando por ahí, Regulus.

Regulus frotó su frente en círculos, quebrándose en una sensación de llanto que no se transformó en lágrimas, sino en desesperación consumiéndole el pecho, abrasiva como ácido destrozándolo en cientos de fragmentos afilados. Greyback cerró la puerta llevándose su presencia, sus palabras, sus acciones y dejando toda la ayuda que podría proveerles.

 ...

-puede verse a lo lejos una ficker despeinada y muerta de calor huyendo por su vida-

xxx G. 

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