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05

Me demoré siglos en publicarlo. EN MI DEFENSA (debo dejar de decir eso) me entretuve con mi esposa y esas cosas random de mujer casada y muerta de amorsh.  

#PrinceBlackWeek. Quinta palabra: ataduras.

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No temas, cariño,

Pronto serás totalmente mío,

¿qué mejor para ambos

que saber que ni la muerte podrá separarnos?

―¿Otra vez?

Severus suspiró mientras Regulus atraía el alcohol y las gasas. La camisa estaba apegada a su pecho con sangre seca. Severus la retiró arrancando la tela apegada a su piel de a tirones suaves, exponiendo el pecho y los brazos blancos, viejas heridas asomándose en curvas rosadas sobresalientes, heridas cicatrizantes en rosa oscuro que parecían haber cerrado demasiado recientemente. Regulus tragó saliva mientras humedecía un algodón en agua oxigenada para limpiar la herida abierta, el rostro de Severus apenas curvándose en desagrado mientras la sangre era limpiada a lo muggle con un burbujeo acompañado de apretones, y luego la herida era cubierta de un paño humedecido en alcohol para evitar infecciones haciéndole soltar un siseo de ardor. Regulus presionó el paño contra la herida sin mirarle a los ojos, apartándolo unos cuantos segundos después para atraer las gasas y retirar los residuos de todo, examinando la intensidad de la herida.

―Estás muy débil, ¿no?

Severus chasqueó la lengua.

―Sólo fue una maldición muy fuerte.

―No me dijiste que fue una maldición ―murmuró Regulus, inclinándose sobre la herida con ojo crítico, arrodillándose frente al hombre sentado rodeado de prendas cubiertas de manchas sanguinolentas y jirones de ropa que se encargaría de hacer arder luego―, podría tener efectos adversos que...

―Shh ―Severus le calló con un beso mientras le atraía a él con un movimiento rápido, sus labios deteniéndose sobre los suyos durante una fracción de segundo, la necesaria para arrancarle el reproche de la lengua, la mirada enternecida en los ojos negros que conseguía mantener las ataduras de su cordura entre sus dedos, mantenerlo allí siempre con él con una simple mirada, deseando jamás separarse de su lado―. No es nada. Sí, estoy débil. Cúrame.

Regulus apartó el rostro sintiéndole que ardía. Sus dedos apenas temblaban mientras seguía limpiando la herida para decidir que estaba lista. El díctamo, por más poderoso que fuera, sanaba las heridas exteriormente sin importar qué tipo de exposición a infecciones había tenido. Dejó caer unas gotas sobre la piel abierta observando cómo lentamente se cerraba dejando más líneas rosadas mientras esparcía suavemente el díctamo con la punta de los dedos en suaves toques. Sus mejillas habían regresado a un color y temperatura normal cuando alzó el rostro para ver a Severus, encontrándose de rodillas frente a él, con el rostro frente a su pecho mirándolo desde abajo, encontrándose fijos en él los ojos más oscuros del mundo y que a la vez lo observaban con tanta claridad que lo dejaban ciego.

Severus apenas curvó la comisura de sus labios.

―Gracias.

Regulus intentó incorporarse, pero Severus tiró de él hasta tenerlo sobre su regazo, acunándole el rostro entre las manos, sosteniéndolo con el mismo cuidado que si sostuviera el tesoro más preciado, para rozar sus labios con lentitud y detalle. Regulus se amoldó contra él, su piel firme bajo sus dedos, las cicatrices como un mapa extenso de líneas y cruces entre sí, el calor de su pecho y su latido contra el suyo enloqueciéndolo lento.

Suspiró entre sus labios, Severus apenas rozándole el labio con los dientes en un tirón arrancándole otro suspiro, atrayéndole más la cabeza y besándolo más profundo y áspero, jamás alejándose del roce íntimo y pasional de sus dedos sobre el rostro. Dedos tan manchados y a la vez tan limpios. Había herido tantas veces, pero jamás lo había herido de ninguna manera. Sólo podía sentirlo perfecto.

―Sev-... ―Regulus se interrumpió en un quejido cuando Severus le estrechó más contra él, deslizándose en la silla de madera para acomodarlo más sobre su entrepierna, arrancándole otro jadeo con sus manos amplias de tacto jamás dudando sobre su espalda, el mismo calor de ellas erizándole la piel y haciéndolo sentir tan, tan frío.

―Dime ―apenas siseó contra sus labios, lamiendo con la punta de la lengua su labio superior y haciéndolo apartarse para recuperar un control sobre su respiración errática.

Iba a decirle algo así como que acababa de llegar de su... trabajo. Que necesitaba descansar, reponerse, recuperarse. Pero Severus se removió, empujándose con suavidad contra él, casi como un movimiento casual que le cortó todo razonamiento desde raíz.

―Nada ―su propia voz salió ronca mientras Regulus volvía a inclinarse para besar a Severus, lento y pasional, cada segundo valiendo la pena mientras se transformaba en un siglo, a la vez un siglo pareciendo poco tiempo―. Nada, sólo...

Severus apretó sus manos contra su espalda deslizándolas hasta su cintura, sosteniéndolo allí con la misma delicadeza que si fuera lo más frágil del mundo y a la vez la suficiente fuerza que si fuera lo más poderoso. Regulus gimió, un sonido apenas brotando de lo bajo de su garganta mientras los labios de Severus desviaban el camino hasta su cuello, inhalando de su aroma como si fuera el perfume más precioso, de cada roce de sus manos enterradas en sus largos cabellos, cada latido acelerado de su corazón resonando en todo el cuerpo.

―Severus ―susurró Regulus, apartándose, su cabeza girando mientras intentaba conseguir algo de coherencia. No es que no quisiera acariciarlo, pasar sus brazos por cada fragmento de su piel, contar sus cicatrices y sanarlas con caricias, no es que no quisiera descubrir cada sensación, cada textura, cada sabor... simplemente Severus lucía agotado, la herida estaba recién cicatrizada y no quería arriesgarlo a nada―. Severus ―exigió, un poco más firme, intentando no seguir arqueándose ante los labios de Severus deslizándose por su garganta, su lengua sumamente caliente trepando desde su nuez hasta su mandíbula, desviando cada uno de sus pensamientos al sur de su cuerpo y arrojando su lógica a la basura―. Tienes que descansar.

―Luego ―Severus lo amoldó suave, caricias lentas deslizándose desde su cintura a sus caderas, sus manos como caricias de ternura mientras con la punta de los dedos rozaba la tela que envolvía sus piernas, subía con exasperante lentitud hasta la cintura de sus pantalones para aferrarle de las caderas con un poco de fuerza, frotándose contra él y arrancándole un quejido grave mientras cerraba con fuerza los ojos. Todo su rostro ardía. Toda su piel ardía. Estaba en el infierno y no tenía intención de salir de allí.

Regulus se empujó apenas lejos, aclarándose.

―La habitación ―gruñó, tragando apenas saliva en la garganta reseca―. Tú... tienes que descansar.

―Ven conmigo ―Severus le atrajo, sujetándolo de los muslos mientras se levantaba de la silla, llevándolo con él sin hacer el más mínimo esfuerzo, las piernas de Regulus envolviéndole las caderas con desesperada fuerza mientras intentaba no caerse de ningún modo. Severus jamás lo soltaría, pero no confiaba en absoluto de sí mismo y su forma de arruinarlo todo―. Sólo quédate conmigo.

Regulus hundió el rostro en su cuello, el latido de su corazón resonando contra su propio pecho y haciéndole competencia al casi zumbido que le vibraba en todo el cuerpo. Severus era fuerte, poderoso, macizo. Todo lo que él era no era más que firmeza en movimientos ágiles, fuerza en una mirada y la estructura exacta que componía la forma en que su mundo se había estabilizado después de tanto tiempo, pareciendo, siendo y sintiéndose como un lugar que todos los días le daba la bienvenida.

Severus lo aplastó contra la pared del pasillo, todo su cuerpo temblando mientras sentía sus labios tomar el control sobre los suyos, su boca hambrienta besarlo como si le estuviera arrancando la vida a besos. Regulus podría morir así y jamás emitir una queja. Podría vivir así y estar feliz sólo con eso. Severus mordisqueó su labio, lento y rozándole con los dientes en movimientos que le hacían temblar el cuerpo entero, dejándolo hecho una gelatina de temblores, gemidos que desconocía brotando de su propia garganta, caderas moviéndose con desesperación buscando fricción mientras Severus, simplemente apretado contra él, devoraba sus ansias de hacer cualquier otra cosa en el resto de sus vidas que no fuera estar entre sus brazos, en esa posición de vulnerabilidad, con esa boca hambrienta sobre la suya embebiéndose de sus gemidos.

—Te quiero —siseó entre sus labios, incapaz de decir otra cosa, incapaz de sentir otra cosa en cada latido. Severus lo atrapó con más fuerza e igual delicadeza, separándolo de la pared y llevándolo a la habitación como si no pesara más que una pluma, frágil entre sus brazos, firme contra su cuerpo, empujándolo contra el colchón y deslizándose entre su piel con caricias ásperas y lentas, dedos deslizándose debajo de las prendas abrigadas, erizándole la piel con el calor de sus manos, la presión asfixiante de su toque abriéndole el alma mientras sus piernas le rodeaban las caderas.

—Sabes que yo también —murmuró Severus, besándole lento y pausado, sus movimientos deteniéndose en esa fracción de segundo cuando los pantalones de Regulus consiguieron deslizarse bajo, su piel erizada exponiéndose, todo su calor golpeándolo mientras lo acariciaba con dureza. Regulus gimió entre sus labios, su cabeza jamás siendo menos lógica ni menos coherente, sólo necesitando las manos de Severus por todo su cuerpo, su toque y su piel, sus labios y su lengua, sus besos y su aliento, necesitándolo con cada fragmento de su ser como jamás había necesitado el aire, ni el agua, ni la comida.

Los dedos de Regulus temblaron mientras se deslizaban sobre el pecho de Severus en una tenue caricia. Su latido constante y espeso se esparcía con el calor de su piel, todo su poder haciéndole sentir débil como una hoja en una tormenta de otoño, pero con sus ojos siempre negros y siempre sentidos sobre él simplemente no podía no querer tocarlo, tomarlo, tenerlo todo para él, sólo para él, amarlo y ser amado con la misma fiereza, con la misma fuerza, siempre.

Sus dedos tocaron una sección de su pecho más caliente que las otras y su rostro se contrajo.

—Severus, tu herida...

—¿Qué herida? —Severus arqueó una ceja, su voz totalmente irónica—. No siento ninguna herida. Sólo estamos tú y yo en una habitación por calentar. No hay ninguna herida.

Regulus intentó no reír. El beso de Severus sobre su garganta junto con los movimientos rudos de su mano contribuyeron en convertir la risa en un gemido, pero lo empujó con casi fuerza de los hombros sintiendo que empujaba contra una pared maciza. Severus le observó sentado a horcajadas de sus caderas, sus manos aun envolviéndole, su mirada oscurecida.

—Túmbate —gimió Regulus. Severus enarcó una ceja, toda la burla sombría en su expresión resultando inverosímilmente atractiva—. Simplemente no vas a estar haciendo esfuerzos así. Y no me dejarás con las ganas.

La risa de Severus repiqueteó como el eco grave de una cuchilla deslizándose en la carne, un chasquido líquido y claro exponiendo un sonido brutal, pero a la vez artístico, mientras le sujetaba de las caderas e invertía lugares con rapidez, sus cabellos extendidos sobre las almohadas, su piel blanca cruzada con líneas rosadas sobre el edredón azul resaltando junto al destello de sus dientes en su sonrisa.

—¿Necesitas que te de el permiso? —preguntó Severus, su voz enronquecida cuando Regulus se removió sobre su entrepierna para acomodarse e intentar mantener el equilibrio, arrancándole un estremecimiento—. ¿O también que lo haga todo desde esta posición? No puedo estar haciendo esfuerzos.

Regulus quiso golpearlo. Pero se removió, su trasero apretándose contra la erección de Severus mientras se removía con ambas manos sobre el vientre de el hombre bajo él, arrancándole un quejido ronco mientras sus movimientos de roce se transformaban de suaves a lentamente tortuosos.

—Umh, se siente bien —provocó Regulus, deslizando sus dedos por el pecho de Severus, sus propios dedos temblando como si pudieran ser capaces de sentir todo el poder que latía con su sangre, como si su propia magia pudiera sentir una más poderosa y necesitara hacerle reverencia.

Severus se empujó contra él incluso a través de la barrera de su propio pantalón. Regulus chilló dejándose caer sobre su cuerpo, las manos de Severus aferrándose con fuerza a sus caderas y haciéndole frotarse con más rapidez, más violencia mientras desviaba las caricias de su erección del trasero de Regulus a su propia erección descubierta, haciéndole cerrar los ojos con fuerza y jadear en busca de algo más que oxígeno.

—¿Sólo bien? —burló Severus, sus manos bajando por sus caderas hasta apretarle los el trasero con fuerza, arrancándole un quejido entrecortado—. Debo estar haciendo algo mal, entonces.

Regulus quería decirle que estaba haciéndolo bien. Mierda, lo estaba haciendo jodidamente bien, y toda su piel era más que sensible a su tacto o a su roce, sus labios quemaban por buscar su boca y perderse en un beso hambriento, su cuerpo por entero parecía latir y llamarlo como jamás había ocurrido. Como jamás había pensado que ocurriría. Regulus siempre había creído que no habría persona que lo deseara delgado, frágil, efímero como un soplo de cenizas de lo que fue alguna vez fue una hoguera, destrozado en fragmentos de cristales que herirían a cualquiera, roto en tantas partes que sólo acercarse sería peligroso.

Pero Severus siempre había sido diferente. Siempre le había obsequiado todo su interés, observado cada movimiento y ayudado en las caídas. Regulus quizá tampoco había sido una hoguera, pero todo lo que podría haber sido apagó cuando su hermano entró a Gryffindor, cuando su familia apoyó expectativas que él no pudo cumplir, cuando el repudio se limitó a puertas cerradas mientras era perseguido y alabado sol tras sol. Severus tomaba cada uno de sus trozos y los unía, el calor derramándose en las grietas y sellándolas, sus labios arrancándole los pensamientos melancólicos al mismo ritmo de los gemidos de Regulus contra su clavícula, su piel salada bajo su lengua, su risa áspera y sus gemidos enronquecidos.

—Quiero follarte ahora —susurró Severus, lento contra su mejilla, sus palabras extendiéndose en electricidad por cada uno de los centímetros de su piel—. Ahora.

Regulus asintió, su cuerpo temblando mientras se removía para quitarle a Severus los pantalones, sus labios apegados a la piel de su vientre y tomando una probada de su piel mientras iba exponiéndola, arrancándole a Severus sonidos incoherentes mientras jalaba con violencia de su cuerpo, quitándose los zapatos de a puntapiés junto con los pantalones para tocarle apenas lo suficiente para filtrar un hechizo que dejó a Regulus repentinamente jadeante ante su propia humedad, su rostro ardiendo con la sensación fresca y resbalosa contra la punta de los dedos de Severus, observándole desde aquella postura por entero con tanto deseo que Regulus pudo sentir el calor de sus mejillas extenderse por su pecho y hombros, por su piel en una tortura de vergüenza y placer al mismo grado.

Los dedos seguían jugando, distendiéndole y relajándole en movimientos apenas rápidos, haciéndole lloriquear de placer mientras sus caderas temblaban, los dedos de Severus introduciéndose apenas para prepararlo en aquella posición, para moverlo y ubicarlo en la posición exacta, Regulus irguiendo la espalda y mirándolo, Severus sosteniéndole de la cadera y la pierna con los ojos apenas empañados. Regulus inhaló profundamente antes de dejarse caer lentamente, apretando con fuerza los ojos y los dientes ante el dolor, las caricias de Severus de pronto arrancándole un quejido que mezcló la tortura y el placer haciéndolo uno.

Inmóvil, allí, Regulus cerró los ojos y se dejó embeber por las sensaciones, apagándolas y atrayéndolas en espasmos de electricidad por sus caderas, sintiéndose lleno, tembloroso, jadeante, un solo ente palpitante a punto de estallar por completo. Severus le sujetó con fuerza y movió sus caderas arrancándole un quejido sorpresivo mientras le sujetaba para ayudarlo a incorporarse y volver a caer, ritmo al que Regulus se adaptó con tirones en sus piernas, sus muslos escociendo, su rostro ardiendo al ver a Severus devorarle con los ojos, su cuerpo siendo tan sensible que un solo roce de aire le hacía gemir. Severus impulsó sus caderas hacia arriba cada vez que Regulus descendía arrancándole gemidos a ambos, la sensación introduciéndose en sus venas y cada latido repiqueteando en asfixia de sus gargantas cerradas, sus bocas resecas, sus cuerpos sin ser cenizas, sin ser fuerza, sin ser fragilidad y sin ser poder, siendo sólo calor.

Las piernas de Regulus temblaron en espasmos y Severus aprovechó el pequeño signo de debilidad para voltear las posiciones, dejándolo recostado sobre el edredón. Regulus sólo podía mirarlo sobre él, oscuramente hermoso, un juego de sombras brillantes contra la luz mortecina del alba colándose por la ventana, sus labios entreabiertos buscando respirar con más profundidad, sus rodillas hundidas sobre el colchón y sus manos sujetándole de los muslos, maniobrando con la exactitud para embestir contra él en movimientos rudos, lentos, arrancándole gemidos que ya hacía tiempo se habían convertido en gritos mientras el placer trepaba por su cuerpo sin llegar a tomarlo por completo, abrazando con fuerza las caderas de Severus con sus piernas en una férrea atadura totalmente firme cuando lo sintió estar al borde, manteniéndolo allí con una sonrisa cínica y observando el mismo cinismo en Severus, masturbándolo con mayor rapidez y dureza mientras se inclinaba a besarlo, movimientos más hondos y roces con sus dientes sobre sus labios arrancándole el grito final, dejándolo llenarlo por completo, acabando exhaustos ambos enredados como dos piezas de rompecabezas que después de tanto habían encajado.

Fuera, el amanecer pintaba las calles nevadas de Praga con sombras de un rosáceo artístico, purpúreas sombras en lo más alto donde aún escasas estrellas destellaban, una luna radiante delineando un borde negro a su estructura plateada a apenas una noche de cuando su mayor tamaño había dominado el cielo. Dentro, Regulus se acomodaba contra Severus, sintiendo el calor irradiante de su cuerpo bajo los dedos y el rostro, su piel salada contra los labios cada vez que besaba casualmente su cuello o su hombro, Severus acunándole en caricias lentas de promesas sin palabras, declaraciones sin nombre, poemas en dedos hundidos sobre los lunares sombreándole las costillas pintándole constelaciones y suspiros de amor de quien después de tanto tiempo toma lo que ama para no dejarlo ir jamás.

( ... ) 

Si no chillaron, gritaron, fangirlearon o algo así en todo el capítulo, algo he hecho mal.

xxx G ;)

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