04
Amo este capítulo, es más largo de lo que lo planee, pero lo amo *llora y abraza su capítulo*
#PrinceBlackWeek. Cuarta palabra: mascota(s).
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No temas, cariño,
Puede que ser amable no sea lo mío,
Pero nunca has ido verdaderamente al infierno
Si no te has dado cuenta de que en el cielo no se hallaba tu demonio favorito.
―Sev-...
Regulus guardó silencio abruptamente cuando notó las manchas de sangre salpicándole el rostro. Severus se adentró, deshaciéndose de los guantes negros arrojándolos a la chimenea, las llamas devorando con rapidez la prenda en muescas de abrazos anaranjados, calor consumiendo la abrigada tela sintética. Regulus se detuvo allí, en el medio de la sala con la sonrisa congelada mientras Severus avanzó deshaciéndose de las evidencias: la bufanda de lana también fue al fuego al poco de que devorara los guantes, y con las manos blancas desnudas Severus tomó un atizador y acomodó la leña para avivar con mayor potencia las brasas. La lana se consumió con la misma rapidez con la que Severus limpió las manchas de su propio rostro frente a un espejo, colgando el abrigo de trabajo en el perchero de la puerta y regresando al fuego para controlar las llamas.
Regulus esperó. Finalmente, Severus se irguió, suspirando con lentitud antes de dirigirle la primera mirada desde que había entrado, avanzando la distancia que los dividía en pasos rápidos para estrecharlo contra su cuerpo. Regulus se adaptó al abrazo, el aroma salado familiar, el tacto firme y cálido. Severus mismo parecía ser siempre un volcán a punto de hacer erupción, ardiente bajo la nieve, cargado de poder que le quitaba el aliento. Lo había visto matar a un hombre que lo había empujado brutalmente contra el puente de Carlos gritándole lo que Regulus supuso había sido un insulto, sin siquiera sacar su varita ni mover sus manos. Severus seguía allí, envolviéndolo con un brazo, su otra mano ocupada sosteniéndolo del rostro para comprobar que no tuviera heridas, y el hombre a varios metros simplemente había gritado mientras caía de rodillas, su cuerpo convulsionando en un dolor agudo mientras la sangre brotaba de su nariz para no detenerse hasta que su vida dio su última gota. Regulus simplemente no podía comprender cómo Severus podía hacer todo aquello por él, pero de una forma que él mismo consideraba absolutamente enfermiza, estaba agradecido.
―¿Cómo estás? ―preguntó Severus en un débil susurro, su rostro hundiéndose entre sus cabellos recortados inhalando con suavidad. Regulus se apegó más a su cuerpo así fuera posible.
―Bien ―su voz no dejaba de ser un susurro. Aún así supo que Severus le había oído por el movimiento apenas perceptible de su nuez, subiendo y bajando, como si hubiera asentido―. Yo... he preparado algo para comer. No sé si sea muy bueno, pero... quería que cenáramos. En casa. Juntos.
Decir "en casa" era simplemente imaginarse aquel lugar. Regulus no era capaz de asociar otro lugar como su hogar que no fuera los brazos de Severus, la calidez de su cuerpo, la lentitud de sus movimientos frente a él, como si temiera en un segundo simplemente atacarlo y romperlo. Pero eso no quitaban esos momentos sorpresivos en los que la presencia de Severus lo asustaba por aparecer a su espalda, o frente a él, mientras leía un libro o intentaba cocinar algo, sus brazos envolviéndole por la cintura o sus labios rozándole el hueco detrás de la oreja, disfrutando con el aroma de su piel, de su cabello. Regulus sentía sus rodillas temblar, sus tripas retorcerse en ansiedad y sus dedos picar, pero era incapaz de hacer absolutamente nada.
Severus era tan poderoso de tantas maneras diferentes que Regulus sólo era capaz de sentirse pequeño, frágil y débil, enterrarse en sus brazos y desear jamás apartarse.
―Será bueno ―pronunció lentamente Severus―. Si quieres puedo ir a comprar algo de vino.
Regulus mordió su labio, nervioso. Vino significaba cena elaborada, y él sólo había preparado algo de pasta con salsa y ni siquiera sabía si estaba lo suficientemente bien cocida. Aún así asintió, avistando el asomo de una sonrisa en los labios de Severus, antes de observarlo tomar otro abrigo y salir a las callejillas nevadas de Praga. Tan pronto Severus salió Regulus se dejó caer contra la pared, intentando recuperar el aliento, su cabeza girando y zumbando, su pecho retorciéndose.
Severus era tan adictivo de tantas maneras diferentes que Regulus sólo era capaz de desear con todas sus fuerzas sostenerlo contra él para jamás apartarse.
Se movió con rapidez a la cocina comprobando la pasta. Probó y decidió que no estaba mal en lo absoluto, aunque quizá era la euforia que hablaba por él mientras revolvía lentamente la salsa, sus dedos temblorosos envolviendo la cuchara de madera hasta que las burbujas del hervor menguaron lo suficiente para probar apenas un poco luego de templarlo y decidir que no estaba tan acida como hacía minutos atrás, su impaciencia haciéndole suspirar frustrado. Quizá si hubiera cocinado un poco de cordero al horno...
Pero ya era tarde. No tenía idea alguna de hechizos domésticos y a pesar de las semanas que llevaban en Praga desconocía en su totalidad qué lugar era mágico y qué lugar era muggle. Todo era tan antiguo y místico que simplemente se dejaba llevar por las callejuelas para perderse de la mano de Severus, admirándolo, encontrando lugares que jamás volvería a ver como si los cruces de caminos empedrados devoraran las tiendas menos afortunadas para reemplazarlas con cafeterías de moda y nuevos aparadores de ropa.
Suspiró y sirvió los platos en la misma mesa de la cocina. Tal vez no era un lugar muy íntimo, pero, por lo menos, era hogareño y no extremadamente frío. Los muebles de madera clara complementaban bien con los utensilios monocromáticos y Regulus había conseguido unas cortinas verde agua que encajaban a la perfección con el largo de las ventanas de la cocina. Todo era precioso, preciso y justo.
Apagó el fuego y tapó las ollas. No tenía idea de por qué estaba tan nervioso. Severus solía comprar cosas para él, para ambos. No sería la primera vez que compraba algo de vino. No sería, por supuesto, la primera vez que cenaban juntos, aunque solían ir a pequeñas cafeterías con aroma a té y galletas de canela trepando por las paredes amarillentas. El ambiente lúgubre no era algo que Severus admirase, aunque siempre vistiera de negro, y Regulus deseaba no recordar el viejo hogar de los Black jamás. Simplemente se sentían cómodos juntos, pero su pecho enloquecido en latidos que podía sentir hasta las sienes retumbando no parecía concordar con su propia idea de comodidad.
Frotó su cabeza molesto consigo mismo. Todo estaba yendo terriblemente bien. Severus tenía un trabajo... que no acababa de agradarle, y del cual tenía terminantemente prohibido preguntar, pero era feliz. Si Severus era feliz, Regulus también lo era. Podía ver y sentir su magia desplegarse como una caricia tierna a través del pasillo que los distanciaba, y cuando se acurrucaba en su cama casi era capaz de sentirlo abrazarlo como lo hacía durante el día, apartándole los cabellos e inhalando con suavidad, sus movimientos lentos acelerándose mientras los ojos negros le contemplaban con una pequeña insatisfacción que le retorcía las entrañas en expectativa antes de apartarse a buscar un libro o poner algo de música, o simplemente marcharse. Regulus no se consideraba la mejor persona para vivir, pero sabía que sin importar qué cosa dijera o qué rompiera o qué olvidara de comprar Severus estaría ahí, le haría una mueca y lo ayudaría con lo que fuera.
También sabía que Severus no se demoraba más que unos minutos en ir y volver con el vino. Lo compraba en el mismo lugar donde compraba el coñac dulce para que ambos bebieran una copa de trasnoche o el alcohol blanco que aplicaba en sus heridas cuando estaba tan debilitado que no era capaz de sanarlas, un lugar que quedaba a una manzana y media de distancia. Severus no podía demorarse tanto en ir a buscar una botella de vino y regresar.
Tragó saliva y observó por la ventana. Las luces artificiales de los pórticos y los faroles de las esquinas salpicaban el colchón de nieve y le daban una mala sensación en la boca del estómago. Podía ver los pasos de Severus saliendo de su casa y casi podía imaginar su cadencia al caminar por las pisadas entremezclándose con los residuos de otras pisadas cuando la calle estaba más activa horas atrás. Inhaló profundamente antes de envolverse en uno de los abrigos de Severus, tomar su varita y salir de la casa siguiendo los pasos.
El frío le escocía el rostro y los dedos. Las mangas del abrigo le llegaban hasta la mitad de la mano. El abrigo le sentaba grande de hombros, pero era abrigado, suave contra su piel. Aún conservaba el calor de Severus. Aún conservaba su aroma.
Los pasos de Severus se desviaban en suaves y pisadas con otras multitudes. Regulus pasó rápidamente a la tienda de las bebidas, la vendedora sonriéndole.
―Buenas noches, Reg ―saludó ella con un acento americano―. ¿Qué haces por aquí fuera? Es tarde y tu hermano de seguro no querrá que te expongas al frío, siempre se preocupa por ti.
Regulus tragó saliva y se removió, incómodo tanto por las palabras de la mujer como por saber que Severus realmente no estaba en la tienda ni alrededores.
―Él tenía que comprar un vino, pero se está demorando... ―Regulus frunció el ceño mientras observaba la calle. Un poco más concurrida que la que vivían incluso a esa hora, con la nieve aplastándose bajo las pisadas y las huellas curvándose en caminos y confusiones. Su estómago siguió retorciéndose.
―Oh, lo he visto por aquí ―dijo la vendedora rápidamente―. Sí, lo he visto. Se encontró con unos hombres y fue con ellos. Parecía molesto.
Regulus inhaló hasta que sintió que sus pulmones estallarían contra su pecho, su corazón enloquecido en alarma.
―¿Cómo... cómo eran esos hombres?
La mujer sonrió sin comprender nada.
―Parecía conocerlos, si a eso te refieres ―alzó las cejas―. Hablaban en inglés, reconocí el acento, pero no sé si...
―Debo encontrarlo ―mordió su labio con fuerza―. ¿Usted... sabe donde fueron?
Ella negó lentamente con la cabeza.
―Lo siento, Reg. Fueron por el paso de las luces. Quizá Severus sólo estaba acompañándolos a tomar el tranvía ―intentó ser positiva. Regulus sabía que Severus jamás acompañaría a nadie a tomar un tranvía si no fuera para dejar sus cabezas en las vías un segundo antes de que el ferrocarril pasara―. No te preocupes, muchacho. Ven, ¿qué vino querían?
Regulus negó. Apenas fue consciente de las disculpas que brotaron de sus labios mientras seguía el paso de las luces, las farolas resplandecientes cada diez metros en calles y calles y calles de piedra salpicada de nieve, tejados bajos goteando estalactitas de hielo, sombras en cada rincón que se desvanecían con risas infantiles o charlas de típicas familias checas que le ponían a Regulus la carne de gallina. El calor de Severus en el abrigo estaba desvaneciéndose.
Los oyó antes de siquiera saber dónde.
―Te está buscando, Severus.
Regulus se detuvo. No sonaba la voz de alguien que conociera, pero la distancia no era demasiada. El silencio y el viento le atraía los ecos de una conversación que parecía llevar tiempo.
―No me importa ―la voz de Severus seguía siendo grave, negra y cargada de apatía―. Que se canse de hacerlo. No volveré.
―Estamos obligados a decirle que estás aquí ―dijo otra voz, una voz que Regulus sí reconoció. Rodolphus. Iba con él a Hogwarts, su mismo año, una de las escasas personas que luego de una sarta de maldiciones de Severus sobre él había aprendido a comportarse en su presencia―. Estamos obligados a...
―Les cortaré la lengua ―no era un gruñido, ni una amenaza, no era nada más que realidad.
―Severus, tienes que escucharnos. Eres el mejor asesino que tiene nuestro Lord. No es más que regresar... no tienes que matar a ese mocoso si no quieres, podemos hacerlo nosotros. No tienes ni siquiera que saber qué ha ocurrido con él, te prometemos que seremos suaves, sólo una maldición asesina y eso es todo. Nada más.
Regulus esperó, aplastándose contra el hueco entre casa y casa, la piedra húmeda y fría contra su espalda, los latidos de su corazón resonándole con tanta fuerza que creía que hasta aquellos mortífagos podrían escucharlo. Intentó calmarse sin ser capaz de conseguirlo. Todo quemaba en desesperación, dolor y caos, y la respuesta de Severus seguía demorándose.
Regulus enterró los dedos en su cabello. No oía nada. No oía pasos, voces, respiraciones, como si abruptamente el mundo se hubiera quedado en un perpetuo silencio, y no era capaz de detener el latido de su corazón. Severus no había respondido, Severus seguía sin responder, nadie se marchaba, no había un duelo de maldiciones, no había...
―Al parecer los Black no te enseñaron que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, ¿no, Regulus? ―la voz de Severus le arrancó un chillido de sorpresa. Estaba allí, a su lado, como si siempre lo hubiera estado, tendiéndole la mano para ayudarlo a salir del estrecho lugar―. Tranquilo. Ven.
Regulus avanzó dos pasos y desvió el rostro. Severus tomó su mano, entrelazando sus dedos, y lo arrastró a pasos duros, rápidos, hasta la siguiente callejuela. Justo detrás del estrecho callejón donde Regulus se había escondido, justo al final de él, atiborrado con bolsas de basura y la suciedad vulgar de un mundo que avanzaba dejando todo atrás, Regulus observó impactado a Rodolphus Lestrange con su boca abierta, la sangre brotando entre los dientes y goteando a un lado de su boca, derramándose por su barbilla. A su lado Evan Rosier parecía haber tenido un final menos doloroso, pero sus ojos sin vida seguían cargados de terror, como si lo último que pudiera haber contemplado fuera lo peor que pudiera haber contemplado alguien con vida.
―Regulus ―Severus acarició lentamente su mejilla. Sus dedos tenían sangre pintándole manchas suaves contra la piel blanca―, ellos querían tu vida. Ellos, simples magos incapaces de valerse sin su varita y por sí mismos, querían tu vida. ¿Cómo puede alguien querer tu vida si no es más que para atesorarla? Tú vales más que ellos. Tú vales más que nadie en este mundo. Y nadie siquiera pensará en hacerte daño mientras estemos juntos.
Regulus le observó con una sonrisa suave. Severus se inclinaba sobre él, sus ojos negros rodeados de las ojeras de una vida difícil y las pestañas suaves como sangre monocromática sobre el rostro cenizo, y Regulus no pudo hacer más que soltar un sollozo nervioso mientras acariciaba su rostro sorprendentemente suave bajo sus dedos. Las facciones endurecidas se relajaron apenas bajo su toque, pero fue el destello en sus ojos, una fracción de luz y esperanza en ellos, lo que consiguió que se apegara a su cuerpo buscando en él la vida que siempre había soñado, la paz que había anhelado, el amor que jamás había tenido.
―Gracias ―susurró, lento. Severus lo apartó con lentitud, su mano deslizándose por su cuello con un toque cálido hasta posar sus labios lentamente contra su frente, una caricia efímera como el aleteo de una mariposa mientras le miraba, sus labios curvándose en una mueca que casi podría considerarse una sonrisa.
―No agradezcas algo que por ti haría siempre ―murmuró con lentitud―. ¿Quieres hacer los honores, Regulus?
Regulus infló el pecho. Rebuscó su propia varita, madera oscura y firmeza tallada contra sus dedos, magia recorriéndole con el abrazo de Severus, los ojos desesperados de Rodolphus mientras una serie de clavos lo aferraban desde las manos, las muñecas y los brazos, atravesándolos, apegándolo contra los basureros y restos de lo que alguna vez había sido propio de una vida normal y no desechos. Rodolphus también alguna vez había sido, al menos hasta que Regulus alzó su mano.
―Avada Kedavra.
La vida se desvaneció de los ojos de Rodolphus. Severus se inclinó sobre él y dejó otro beso sobre su mejilla, la calidez y el hormigueo extendiéndose por toda su piel en una suave caricia que le llegó hasta los dedos de los pies haciéndolo estremecer. Como si no fuera más que un gatito domesticado Severus acunó su rostro, acariciándole las mejillas con los pulgares e inhalando de su respiración como si fuera el único aire que necesitaba respirar durante toda su vida.
―No deberás hacerlo jamás si no quieres ―susurró―. Pero siempre es bueno saber que uno es capaz. Nunca sabes cuándo deberás alzar la varita y pronunciar el final de una existencia con dos palabras.
Regulus asintió. No podía pensar con claridad. No podía pensar con nada de claridad mientras Severus le observaba, la pasión y embelesamiento en los ojos negros, las pestañas suaves y las cejas rectas sombreándole en ángulos profundos y difusa lógica.
―Severus, yo...
―Vámonos ―murmuró rápidamente Severus, apartándose y tomando su mano, sus dedos moviéndose y la nieve cubriendo sus huellas, todo desvaneciéndose de ellos―. Ya es tarde. Se habrá enfriado la comida.
Regulus tragó saliva, apretó sus dedos y lo siguió. Volvió a intentarlo.
―Severus...
―La señora Mik sigue abierta, al parecer. ¿Te gustaría algo más fuerte, o tal vez algo más dulce? Seguramente...
―Severus...
―Si no quieres algo de alcohol podríamos comprar...
―¡Severus!
Severus se detuvo. Se volteó a mirarlo, su ceja apenas alzada en la punta, sus ojos examinándolo como si debiera encontrarse herido, al borde de la muerte o en peligro para siquiera considerar interrumpirlo, y mucho menos alzarle la voz.
―Te quiero ―pronunció Regulus, al final―. Y no me importa si tú no me quieres o si nunca lo harás, si sólo soy un capricho, una cara bonita o una mascota que te gusta mimar al llegar a casa porque sí. Simplemente te quiero y...
Severus suspiró, poniendo los ojos en blanco.
―Eres tonto, ¿eh?
Regulus apretó los labios con firmeza.
―Yo...
―Las palabras se las lleva el viento, Regulus ―Severus lo atrajo a él en un toque firme apretándolo en un abrazo estrecho. Junto a su oído Regulus sólo podía oír el latido firme y espeso de Severus, cada vez más acelerado―. Tú lo eres todo para mí. Pensé que había quedado claro. No tengo que decirte palabras bonitas ni comprarte cosas costosas para expresarte que estoy enamorado de ti desde la primera vez que me dirigiste la palabra.
Regulus ahogó un débil sollozo, alzando el rostro y observando su expresión. Impertérrito, Severus se inclinó sobre él, Regulus temblando como una hoja.
―Nunca... nunca hiciste ningún avance y no...
―Nunca parecías lo suficientemente relajado. Debes dejar de temerme, Regulus ―sus brazos lo envolvieron con más fuerza, sus manos deslizándose con lentitud por su espalda en una cálida caricia con la punta de los dedos rozando la tela gruesa que lo cubría, pero sintiéndose como si le rozara el alma―. Jamás te haré daño.
―No te tengo miedo ―Regulus inhaló, atontándose por su aroma tan cercano y asfixiante―. Yo...
―Eres frágil, Regulus ―susurró Severus, sus labios rozándole la mejilla, el hueco junto al cuello―. Podría romperte con un solo toque. Podría quebrarte en mil pedazos si sólo lo propusiera. Pero no lo haré. No temas.
Regulus asintió, finalmente, sus manos atrapadas entre ambos trepando con lentitud para abrazarlo del cuello. Severus alzó el rostro dejando suaves roces de sus labios contra el hueco de su cuello, su mejilla, la comisura de su boca y finalmente atrapando sus labios entre los suyos con un toque débil, lento, el momento deteniéndose entre ambos y atrapándolos bajo las luces blanquecinas, la nieve y el frío, el viento golpeándolos con sus toques brutales, áridos en la gélida sensación eléctrica bajo las prendas.
Severus se separó largos momentos después, regresando varias veces más para otro toque, observándolo con los ojos negros explicándole que jamás había visto nada más hermoso que Regulus Black con los ojos maravillados, las mejillas rojas y los labios entreabiertos, el vaho escapando de sus labios atrapándolo en otro beso, y otro, y otro.
La cena se enfriaba sobre la mesa, pero el camino nunca había parecido tan tibio mientras caminaban abrazados bajo el paso de las luces, cada vez más cerca del hogar.
( ... )
Nunca en todo lo que voy escribiendo había fangirleado tanto por escribir un primer beso entre la pareja y yA ME DIO.
xxx G.
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