Capitulo 5
El Expreso de Hogwarts estaba repleto de alumnos deseosos de llegar a casa para pasar las fiestas decembrinas en compañía de sus familiares, pero ese no era el caso de Eva, quien enfundada en un pantalón negro, suéter azul oscuro, botines negros y una gabardina café oscuro, se dirigió hasta el último compartimiento del vagón de Slytherin, conocedora de que todos ya estaban dentro de sus compartimientos y nadie la vería.
Rapidamente identifico el compartimiento y abrió la puerta de golpe. Tom Ryddle levantó la vista de su libro, para enarcar una ceja hacía Eva, quien asintió a modo de saludo.
—Buenos días, ¿Puedo sentarme, mi señor?—pregunto Eva en tono suave.
—Pasa, Eva.—respondió Tom.
La joven se adentró en el compartimiento y con un movimiento de varita, hizo levitar su baúl hasta colocarlo en la repisa correspondiente. Se sentó frente a Tom, quitándose la gabardina en el proceso y ambos se miraron a los ojos. No se habían visto desde anoche, cuando el muchacho la había dejado en la Sala de Menesteres, desnuda y callada, donde ella lloró hasta que no pudo expulsar ni una lagrima más.
—¿Qué haces aquí?—cuestionó Tom.
—He venido para acompañarlo en su viaje, mi señor.—respondió Eva.
—¿No se supone que irías con tu familia como todos los años?
—No hay nada más importante que mis responsabilidades como su pareja, mi señor.—aseguró Eva sin tartamudear y un brillo de satisfacción corrió por los ojos de Tom.
—Muy atento de tu parte, pero no es buena idea. Lo hare solo.—dijo Tom con indiferencia.
—No importa lo que pase, lo seguiré a donde sea.—afirmó Eva.— y-yo...—carraspeó—quizá pueda serle útil en algo. No es conveniente que usted este solo y se supone que ese es mi trabajo, acompañarlo y aconsejarlo lo más posible.
Sacó un libro de su bolso y comenzó a leer, ignorando la penetrante mirada de Tom sobre su persona. La joven Rosier ciertamente estaba volviéndose bastante útil para él, era muy bella, muy educada, estaba aprendiendo a ser firme en sus palabras y no era tonta. La idea de viajar acompañado no le agradaba mucho, pero consideró que la muchacha tenía razón, despues de todo, si no fuera por Theodore, nunca habría llegado hasta donde esta, pero tampoco lo diría jamás en voz alta.
Ciertamente Tom Ryddle tenía el encanto, la apariencia, la inteligencia, la destreza y la astucia para poder hacerse con el mundo mágico sin ayuda, pero incluso el admitía que la arrogancia podía llevarlo a la perdición. Al final, optó por volver a leer su libro y con magia cerro la puerta para que nadie más entrara. No le convenía que lo vieran con Eva.
En un principio, Tom se había enfadado cuando la chica le pidió que de favor mantuvieran su relación en secreto. No es como que el quisiera ir pavoneándose con la chica, no, Eva Rosier lo tenía sin cuidado, ella simplemente era alguien que le servía para conseguir sus objetivos, pero el hacerlo público haría que nadie fuera tan idiota como para querer sobrepasarse con su mujer, pues ella era solo suya.
Al llegar a King Cross, Tom y Eva tomaron sus maletas, pero no salieron del tren como lo hicieron el resto de los alumnos, sino que se quedaron dentro del compartimento. Tom revisó el reloj, asintió y le ofreció su brazo derecho a Eva.
—Sujétate.—le ordenó y ella obedeció.
Una vez lo tomó fuertemente del brazo, Eva cerro los ojos ante la fuerte sensación de presión en todo el cuerpo, como si estuviese siendo aplastada a pasar por un espacio muy estrecho. En cuanto la sensación desapareció, abrió los ojos y Eva no reconoció el lugar, pero no dijo nada y camino junto a Tom cuando este comenzó a caminar.
Estaban en un camino rural bordeado de altos y enmarañados setos. Pasaron por delante de un poste indicador, donde Eva leyó los dos letreros que tenía. El que señalaba el camino por el que habían llegado decía: «Great Hangleton, 8 kilómetros» y el que señalaba el camino que ahora tomaban indicaba: «Little Hangleton, 2 kilómetros».
Avanzaron un trecho sin ver otra cosa que setos, pero al poco rato, el camino describió una curva hacia la izquierda y empezó a descender por la abrupta ladera de una colina para desembocar en un amplio valle. Ahí estaba Little Hangleton, enclavado entre dos empinadas colinas. Al otro lado del valle, en la ladera de la colina de enfrente, se erigía una hermosa casa solariega rodeada de una amplia extensión de césped verde y aterciopelado.
El camino torció a la derecha, alejándose de Little Hangleton. Las oscuras sombras de los árboles se deslizaron sobre sus figuras y de pronto, Tom se detuvo y ella también. Estaban delante de la puerta de una cabaña, donde alguien había clavado una serpiente muerta. Tom abrió la puerta y ambos entraron. Eva deseaba preguntar que estaba pasando, que estaban haciendo, pero considero que era mejor no decir nada.
Estaban en un sucio suelo de piedra en medio de una profunda oscuridad. Las telarañas invadían el techo, una capa de mugre cubría el suelo y encima de la mesa había restos de comida podrida y mohosa entre varios cazos con repugnantes posos. La única luz era la que proyectaba una vela que estaba a los pies de un hombre de cabello y barba tan largos que Eva no distinguía nada de su cara. Estaba desplomado en un sillón, junto al fuego y Eva considero seriamente la posibilidad de que estuviera muerto, si no fuera porque Tom cerro la puerta y el hombre despertó sobresaltado, levantando su varita con la mano derecha y un pequeño cuchillo con la izquierda.
Ambos hombres se miraron unos segundos y entonces el desconocido se incorporó tambaleándose y las numerosas botellas esparcidas chocaron entre sí.
—¡Tú!—bramó.— ¡Tú!— y se lanzó hacía Tom dando traspiés.
—Quieto.—dijo Tom en pársel.
El hombre se detuvo, mirando fijamente a Tom. Reinó un largo silencio mientras se miraban y el hombre dijo en el mismo idioma:
—¿La hablas?
Eva no comprendía nada, pero comprendió que era mejor callar.
—Sí, la hablo.—contestó Tom, mirando con asco y ligera decepción al hombre y al lugar.—¿Dónde está Sorvolo?
—Está muerto. Murió hace años, ¿no lo sabías?
—Entonces, ¿Quién eres tú?
—Yo soy Morfin. ¡Morfin!
—¿El hijo de Sorvolo?
—Pues claro....Creí que eras ese muggle.—susurró Morfin.— Eres igual a ese muggle.
—¿Qué muggle?—pregunto Tom con brusquedad.
—Ese muggle que le gustaba a mi hermana, ese muggle que vive en la gran casa de más allá. Eres igual que él. Ryddle. Pero él es más viejo que tú, ¿no? Sí, ahora que lo pienso, él es más viejo que tú....El regresó, ¿entiendes?
—¿Ryddle regresó?—cuestionó Tom con tacto, pues tampoco estaba bien informado.
—Sí, la abandonó; ¡Y bien merecido lo tuvo por haberse casado con un cerdo! ¡Además, antes de fugarse nos robó! ¿Dónde está el guardapelo, eh? ¿Dónde está el guardapelo de Slytherin?— Tom no contestó. Morfin se estaba enfureciendo.— ¡Esa cerda nos deshonró! ¿Y quién eres tú para venir aquí y hacer preguntas sobre esas cosas? Todo ha terminado, ¿no? Todo ha terminado...
En ese momento, Tom alzó su varita y de un rápido movimiento lanzó un hechizo aturdidor a Morfin, haciendo que este cayera al suelo, inconsciente. Eva jadeó de asombro y Tom se acercó al hombre.
Tomó la varita de Morfin y con un movimiento de cabeza instó a Eva a seguirlo. Salieron de la cabaña y Eva siguió a Tom, quien caminaba firmemente hacía Little Hangleton, cruzando por la calle principal, la cual por la hora de la mañana estaba completamente vacía. De repente, llegaron a la hermosa casa que Eva había visto cuando llegaron. Era prácticamente una mansión con un enorme jardín.
Siguiendo a Tom en silencio, ingresaron a la mansión donde Tom lanzó un hechizo que los guio hasta el salón de la gran casa, donde había cuatro personas: un hombre muy parecido a Tom pero mayor, los padres de este hombre y la versión miniatura de Tom.
—¡¿Cómo entraron a nuestra casa?!—exclamo el adulto, sacando un revolver de su pantalón, pero Tom alzó la varita, que curiosamente no era la suya, sino la de Morfin y con un simple movimiento de muñeca mando a los presentes al suelo y despues los hizo levantar en el aire.
—¿Sabes quien soy?—pregunto al hombre.—Soy el hijo que abandonaste.—informó y los ojos del hombre se agrandaron, al igual que los de Eva, pero ella no se movió ni dijo nada.
—¡Era una bruja! ¡Una maldita bruja!—grito Tom Ryddle Sénior.
—Avada Kedavra.—susurró Tom, asesinando a los dos ancianos. El niño comenzó a llorar y Tom hizo que tanto padre como hijo regresaran al suelo.
Eva cerro los ojos y desvió el rostro, intentando hacer oídos sordos ante los gritos de dolor de aquellos dos varones que ahora sufrían la maldición cruciatus...pero despues de unos minutos, los gritos cesaron. Abrió los ojos y regreso la vista, encontrándose con que el padre había cubierto con su cuerpo al hijo y ahora ambos yacían en el suelo en posición fetal...muertos.
Un sollozo sonó.
El niño estaba vivo. Eva miró confundida a Tom, quien al parecer no había lanzado la maldición asesina al niño y miro a la joven, extendiéndole la varita de Morfin.
—Mátalo.—ordenó.
El corazón de Eva se detuvo. Sabía que era una prueba y que el castigo por no obedecer sería terrible...Tomó la varita con la mano temblorosa y apunto al niño que la miraba completamente aterrado.
—Lo siento...—murmuró Eva, también al borde del llanto.—Avada Kedavra...
Un destello verde impacto en el niño, matándolo al instante. Tom sonrió con satisfacción.
—Bien hecho. Vámonos, Eva.—dijo Tom con frialdad.
De regreso a la casa de Morfin, Tom modificó la memoria del hombre, dejando la varita a un lado y ambos muchachos se desaparecieron. Esa misma tarde, Tom le confesaría a Eva toda la verdad sobre su ascendencia y una sirvienta corría por la calle principal gritando que había cuatro cadáveres en el salón de la gran casa: los de Tom Ryddle Sénior, sus padres y su hijo de seis años. Dos días despues, Morfin Gaunt habría declarado ser el autor de los asesinatos de esos muggles y condenado a Azkaban de por vida.
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