
039| Pánico.
El amor justifica cualquier sacrificio.
Me temblaron los dedos que sujetaban el arma, aún firmemente puesta contra mi piel. Podía percibir cada latido de mi corazón en la yema de estos, regodeándose de que aún continuaba viva.
Tampoco sería para tanto.
Mi padre era un hombre fuerte, podría reponerse del golpe, quizás se aislase en el trabajo durante un tiempo, pero estaría bien. No tenía demasiados amigos, Candace y Stuart también lograrían superarlo, tenían toda una vida por delante para ello.
No sería una gran pérdida en el mundo.
Si apretaba el gatillo no iba a desvanecerse ni una gran mente ni un valioso efectivo de la justifica.
Solo yo: Emma Green.
Tragué saliva, muy despacio y mis ojos se desplazaron hacia Brett.
Dudé durante unos segundos cuando nuestras miradas colisionaron. De nuevo esa electricidad extraña discurrió por mi cuerpo, como una chispa que se negaba a apagarse. Pero... no teníamos otra opción.
Precisaríamos de un milagro para salvarnos.
Y no podía fallarle a Josh.
Me pareció adecuado contar desde cinco hacia atrás, a mi ritmo. Cerré los ojos al llegar al tres y mis dedos se ubicaron en el gatillo al alcanzar el dos.
1...
Iba a disparar cuando, de repente, todo quedó en negro.
No solo para mí. Literalmente todo fue engullido por la oscuridad. Lo capté incluso con los párpados fuertemente apretados.
Me quedé quieta, pasmada por la situación, sin terminar de comprender lo que estaba ocurriendo, hasta que lo oí: un trueno.
Un trueno ensordecedor que pareció haber vibrar la tierra. Había tormenta, una terrible tormenta eléctrica que en esos momentos se encontraba justo encima de nuestras cabezas y había causado una subida de tensión que terminó friendo el sistema.
Durante un lapso impreciso de tiempo, solo hubo silencio.
Luego escuché un chasquido metálico.
Permanecí en el mismo lugar, aún sosteniendo la pistola en mi mano, pero sin apuntarme. Estaba ansiosa, expectante, esperando a que algo sucediese...
Pegué un respingo cuando algo me rozó en el brazo. Quise chillar, pero me grito murió contra la palma de una mano que fue presionada contra mis labios. Mi pecho subía y bajaba debido a mi desbocada respiración.
—Debe existir un sistema auxiliar. Un generador propio, pero tardará unos minutos más en activarse. Hemos de ser rápidos y actuar en silencio.
La voz de Brett fue apenas un susurro sobre los latidos frenéticos de mi corazón, pero escucharla me hizo tan feliz que se me desaflojaron las rodillas y pensé que podría desmayarme en ese preciso momento.
Pero ya habría tiempo después para el alivio y el desorden hormonal.
Asentí, apenas con un gesto imperceptible de la cabeza y él retiró la mano de mi boca. Comenzó a guiarme, manteniéndose en todo momento pegado a la pared, a modo de cautela.
No podía distinguir nada, al estar bajo tierra no existía la más mínima fuente de luz, no obstante, la visión de Brett estaba perfeccionada para moverse con la misma soltura en la oscuridad.
Supuse que sabía con exactitud a donde dirigirse porque no titubeó en ningún momento. El camino se me antojó eterno y no sabría decir cuánto tiempo estuvimos andando, protegidos por el silencio y la falta de electricidad cuando un zumbido llenó el ambiente.
Poco después se encendió una luz rojiza, menos potente que la penetrante luz blanca que anteriormente bañaba las instalaciones.
Brett tenía razón, aquel tétrico bunker blanco disponía de un generador auxiliar de energía.
Mis ojos tardaron en habituarse de nuevo a la claridad y cuando lo hicieron, fui incapaz de retener el jadeo de espanto que escapó de mis labios.
Vi la piel que estuvo en contacto con el metal ardiendo y el término abrasada no terminaba de ser fiel al estado en el que se encontraba. Las quemaduras eran graves, demasiado graves y no parecían curarse a corto plazo.
En el preciso instante que se restauró la electricidad, se detuvo.
—Sensores de movimiento —avisó señalando a puntos concretos de la pared.
No vi nada relevante en ellos, pero no dudaba de la fiabilidad de sus palabras.
—¿Y las cámaras?
—No hay cámaras en todos los puntos, pero sí, también están operativas.
Asentí, despacio, asimilando de manera muy lenta la información.
—¿Y qué vamos a hacer ahora? —pregunté con un hilo de voz, tragándome a duras penas las lágrimas.
Brett suspiró. Parecía completamente exhausto, toda su piel estaba cubierta de sudor, su musculatura tensa debida al dolor y el cabello rubio se le pegaba al cráneo. Podía percibir como su respiración no era regular y expelía un terrible hedor a carne quemada y sangre.
—Tiene sensores y cámaras, pero no armas.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —no podía moverme, pero estuve tentada a girar la cabeza.
Necesitaba mirarle a los ojos.
—Está arruinado. No puede construirse esta instalación. Quiere aparentar que sí, pero no puede. Por eso hay fallas, grietas, en todo esto. Prefiere fingir poder, en lugar de tenerlo. Quizás él crea que me conoce muy bien, pero confía en mí reina, yo no me quedo atrás.
Su voz denotaba una seguridad feroz.
Era evidente que estaba cabreado, y esa ira, en parte, era la que le mantenía moviéndose, la que nutría su cerebro que seguía funcionando a una velocidad vertiginosa y que no alcanzaba a comprender.
—¿Sabes dónde está?
—En una habitación del pánico, escondido como una rata en su escondrijo, revisando los monitores. No sé cómo, ha inutilizado mi sentido del olfato y las paredes de su madriguera son demasiado gruesas como para que capte el latido de su corazón.
Perfecto, le había cegado, reduciendo sus sofisticados sentidos para evitar ser descubierto.
Había que admitir que era inteligente.
Un completo demente, sí, pero cuidadoso al extremo. De no ser por la tormenta ya se habría salido con la suya.
—¿Y cómo vamos a encontrarlo?
Brett sonrió. Fue una sonrisa enigmática, algo fatigada y desentonaba completamente con la situación de peligro de muerte que estábamos atravesando.
—Migas de pan.
Sé que en aquellos momentos mi sistema nervioso central no esta a pleno rendimiento. Seguía demasiado cansada, sorprendida y en estado de shock como para asimilar el significado de sus palabras, pero su respuesta se llevó el premio a lo absurdo.
Me mordí la lengua, reteniendo la sarta casi infinita de preguntas mezcladas con maldiciones.
El rubio detectó mi estado, porque procedió a explicarse:
—Antes, cuando ha matado a Alexander, parte de la sangre del profesor le ha salpicado los zapatos, igual que tu cara y tu ropa. Sin darse cuenta ha dejado un rastro que nos conduce directamente hacia él. ¿Y sabes lo mejor? —soltó una risa—. Que no se ha dado cuenta, porque es tan egocéntrico que esa clase de errores no existen para él. Su soberbia va a ser su sentencia de muerte.
—Sígueme.
Me apagué más a la pared de manera instintiva.
—¿Y los detectores de movimiento?
Brett sacudió la cabeza y se giró para encararme. Tragué saliva como un autoreflejo cuando quedé engullida por sus ojos bicolores. Había demasiadas cosas expresadas en su rostro, algunas que jamás había visto. Clavó su mirada en la mía con tal intensidad que sentí como si mi estuviese abriendo en canal.
—No volverá a hacerte daño mientras yo siga aquí, ¿de acuerdo? Confía en mí y permanece detrás en todo momento.
Quise comentar algo acerca de la eficacia de ese plan en el pasado, pero no me dio tiempo. Me asió de las muñecas con delicadeza y tiró de mí al frente. Trastabillé los primeros pasos hasta que pude estabilizarme otra vez sobre mis rodillas.
Las alarmas se dispararon, pero, tal y como Brett vaticinó, no pasó nada.
Aquella fortaleza inexpugnable parecía no serlo tanto, a fin de cuentas. La primera impresión era aterradora, pero estaba menos equipada de lo que sus puntos fuertes hacían ver. Existían secciones incluso que se encontraban inacabadas, se podía apreciar el hormigón de los antiguos túneles en lugar de las complejas paredes llenas de mortíferas sorpresas.
Morris pasó de ser el depredador para convertirse en la presa.
Y sospechaba que una pantera herida atacaba con mayor intención de matar que una sana.
Llegamos a una puerta que destacaba entre la homogeneidad de la estructura.
—Es aquí —anunció, aunque no fuese necesario.
—No creo que nos abra como si fuéramos un par de niñas scout.
—No necesito que ese cabrón me abra para entrar.
Dicho esto, endiñó la primera patada. Se escuchó un chasquido y del punto que Brett había golpeado surgió una grieta. A la primera patada le siguieron unas cuantas más. Cuanto más golpeaba, más irracional parecía volverse hasta que se tornó literalmente a puñetazos con la puerta.
Se despellejó los dedos y el metálico olor a sangre infestó el ambiente, aún así, no se detuvo hasta que la puerta cedió por completo.
Agitado, con las garras desenfundadas, los colmillos asomando y la mirada de depredador, se adentró en el interior de la sala.
Le seguí, saltando sobre los escombros.
Había mantenido conmigo la pistola en todo momento, así que la sostuve con mayor firmeza y seguridad. Morris quiso añadir un dramatismo inútil dándome como arma para quitarme la vida la misma que empleaba mi padre.
Sin embargo, esto tenía otro significado para mí: sabía usarla. Conocía su retroceso y de qué forma debía recargarla. Comprobé cuantas balas tenía: cuatro en total.
Quizás pensó que malgastaría munición disparando desesperada a las paredes o que cometería alguna locura por... ¿enajenación femenina?
Brett tenía razón, aquel hombre se había escudado en su superioridad tanto técnica como intelectual. Se tenía a si mismo en un pedestal que le impedía ver a sus adversarios con total claridad y aquello lo convertía en alguien imprudente.
La fachada de plan sin fallas solo era eso; una fachada.
El pasillo era muy estrecho y apenas cabía una persona, pero seguimos avanzando sumidos en un denso silencio cargado de tensión y expectación, hasta que el estrecho corredor desembocó en una estancia más grande.
—Ni un paso más, hijo —la voz de Morris retumbó en las paredes con la misma intensidad que el trueno que mandó al garete todo su plan.
Lo distinguí por encima del hombro de Brett, sosteniendo entre sus manos una metralleta y apuntando al híbrido.
Brett hizo caso omiso a su amenaza.
—¿Y después qué? Acepta tu derrota.
El científico negó. Toda esa aura de superioridad que le hacía parecer casi invencible se había esfumado junto a su meditado plan.
—Si tengo que morir, así sea —declaró—. Pero no te dejaré libre, eres un peligro para todos. Igual que ella.
—No la metas en esto —rugió Brett y dio, de nuevo, otro paso al frente.
Morris soltó una risotada histérica y maniática.
—¿Tampoco se lo has dicho?
Alterné la mirada de padre a hijo sin comprender nada, lo que, en sí, no resultaba ninguna novedad destacable. Brett no respondió, de sus labios escapó una especie de rugido de advertencia.
—Está enferma, señorita Green —acotó el hombro, con la templanza de un témpano de hielo—. Tiene el mismo trastorno que su madre y, de hecho, ese es el principal vínculo que le une a mi hijo. Esa locura, esa bomba que no se sabe cuándo estallará.
¿Qué?
Me falló la respiración durante unos instantes.
Morris se deleitó de la conmoción causada y retrocedió un paso. Vi sus intenciones, quería llegar al panel de mandos, seguro que se guardaba un nuevo as bajo la manga, quizás dispusiese de más gas narcótico.
Tanto daba, no estaba dispuesta a permitir que aquello pasase.
Accioné el gatillo y la bala surcó en aire para estrellarse contra el panel. El circuito eléctrico emitió una serie de chasquidos y hubo un resplandor momentáneo antes de que todo quedase frito.
—No me importa lo que diga —repuse. Era la primera vez que hablaba en un tiempo, aún así, la voz me salió con una firmeza inusitada—. Quizás esté en lo cierto o esto sea otra de sus formas de hacerme daño e inestabilizarme. Lo que me importa es el ahora, sacar a Josh de aquí y asegurarme que se pudra en una prisión el resto de su miserable vida.
El cañón de su arma dejó de apuntar a Brett para dirigirse a mí.
Ese fue su segundo error.
Brett terminó de romper la distancia que los separaba en apenas un parpadeo. No fui capaz de registrar todo lo que sucedió a partir de ese punto. El híbrido empujó el arma y esta le golpeó directamente en el rostro. El hombre quedó desarmado y aturdido. La nariz le sangraba con bastante intensidad, lo más seguro es que la tuviese rota.
Las gotas de aquel líquido espeso mancharon su impoluta bata.
El chico no tardó en asir con fuerza la metralleta y endiñarle con ésta en plena cabeza. El ruido fue espantoso y Morris cayó como un peso muerto, derrumbándose contra el suelo como una marioneta a la que le han cortado los hilos.
Pensé que todo acabaría allí.
Que ya estaba, que habíamos ganado.
Pero solo fue un espejismo breve.
Brett cayó de rodillas a su lado. El esfuerzo había agravado sus quemaduras. Se quedó pálido de un momento a otro y terminó por medio desmayarse al lado de su progenitor. Corrí hacia él y me arrodillé a su lado.
De forma instintiva apretujé sus dedos entre los míos.
Pude notar lo frío que estaba, el desastroso estado de sus falanges, cubiertas de sangre y suciedad, también abrasadas, probablemente de cuando se liberó de las cadenas.
—Brett... —se me rompió la voz— ¿qué...?
Apenas lograba mantener los ojos abiertos y cualquier signo de fortaleza y potencia se había desvanecido.
—Aguanta, ¿vale? —las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro—. Sólo aguanta un poco más. No... no puedes irte justo ahora... no, ¡no es justo! Por favor —en ese punto me costaba articular palabra y solo lograba sollozar con desesperación—. Te necesito, Brett... te necesito, no me dejes... resiste.
Cerré los ojos sin dejar de sollozar y no los abrí hasta que noté la presión de una de sus manos sobre mi mejilla. Me miró, exhausto, con la mirada algo vidriosa y una solitaria lágrima descendió por su mejilla.
—Te quiero.
Empleó sus últimas fuerzas en aquello, porque, inmediatamente después, cerró los ojos y su pecho dejó de sacudirse.
Teorías AQUÍ.
ESTE NO ES EL CAPÍTULO FINAL.
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