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Preludio

La sangre se esparcía con lentitud por toda la sala de estar.

Gritando con desespero, aquel hombre sintió como una mano grande y pálida cubría su boca, ahogando sus lamentos y haciendo que se le dificulte seguir tosiendo sangre o respirar correctamente. La desesperación era notoria en sus ojos.

Forcejeando, intentó liberarse, pero solo logró que el chico de cabello negro se ponga encima de él, quedando así sobre su regazo. Y el filo del cuchillo que cargaba la misma persona se presionó contra su cuello, abriendo una nueva herida.

Jadeando, removiendose e incluso suplicando en voz baja, aquel hombre murió al recibir una apuñalada directo en el corazón. Y su sangre ensució las manos ajenas, cubriendo por completo las mismas.

Su estómago quedó expuesto cuando el chico salió de encima suyo, dejando ver todas las puñaladas que tenía, las cuales eran más de seis. Su cuello igualmente tenía un corte, del cual salía sangre en grandes cantidades, y el cuchillo con el que había sido asesinado se mantenía clavado en su pecho.

Levantándose, el pelinegro sostuvo el cuchillo, sacándolo con rapidez, sin ser suave.

Sus ojos oscuros, levemente grandes e intimidantes, observaron el cadáver fijamente por varios segundos. Hasta que alzó la mirada, encontrándose así con aquel chico de cabello castaño y ondulado que se mantenía quieto en un costado de la habitación, mirando todo en silencio.

Alzando el objeto filoso, apuntó con el mismo hacia la dirección del castaño, amenazandolo con una pequeña sonrisa, llena de gracia.

—Será mejor que corras... —Declaró, alzando una ceja. Y ante sus palabras, el chico obedeció, corriendo rápidamente y cerrando la puerta de la sala detrás de sí, huyendo con rapidez.

Sin embargo, el pelinegro no se movió de su lugar, y tan solo se quedó mirando lo que había hecho, con total calma, inexpresivo.

Varios minutos pasaron, y estaba tan perdido en su mundo, que no notó la presencia de alguien más en la sala hasta que sintió como una mano se posaba en su hombro, dejándole varias palmadas llenas de ánimo.

—¡Perfecto! ¡Tu primer asesinato! —soltó la fémina, sonriendo en grande ante su hijo, quien seguía sosteniendo el cuchillo—. Estoy tan orgullosa... Bienvenido, Jungkook. Oficialmente cumpliste con lo acordado, te uniste a la tradición familiar.

Y Jeon Jungkook en ese momento, no pudo hacer más que sonreír, complacido.

La ceremonia había comenzado para él.

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