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—¡No! ¡¿Qué has hecho?! —Gabriel soltó el teléfono, sin pensar en la angustia que había provocado en Shelby al dejarla botada al otro lado de la línea. Corrió hasta Egon y lo sujetó de los hombros con rudeza, tratando inútilmente sacarlo de aquel trance. Lo sacudió con fuerza, una y otra vez, pero Egon ensanchó su sonrisa extraña y puso los ojos en blanco antes de perder la conciencia.
—¡Gabbe! ¿Qué pasa? ¡Gabbe! —gritaba Shelby a través del auricular que estaba en el suelo.
—¡Tienes que despertar, maldita sea! —gritó Gabbe, utilizando toda su fuerza para acostar a Egon en la cama, ya que pesaba mucho. Lo acomodó dificultosamente y se apresuró a recoger el teléfono donde Shelby seguía con los pelos de punta.
—Perdona—se disculpó él—Egon ha cometido la peor estupidez del mundo.
—¡Dime qué sucede!
—Llamó a Blake y lo invitó a venir. Tenemos que largarnos definitivamente hoy mismo.
Mientras tanto, Shelby sintió que una cubeta de agua helada le hubiese caído directamente sobre la cabeza. ¿Qué demonios le pasaba a Egon? ¿Estaba tan delicado, que incluso no se dio cuenta de lo que hizo? Necesitaba verlo, tranquilizarlo y hacerlo volver a la realidad. En cuanto colgó el teléfono, puso al tanto a Kevin, Caroline, Thomas y a Martha de lo que estaba pasando. Se ahorró el detalle de la situación de Egon porque no creyó que era algo que tenía que contárselo a los demás y sobre la llamada a Marlon Blake. Enseguida se alegraron ante la noticia de la muerte de Norman.
—Eso es fantástico. Por fin ha muerto ese bastardo—rio Thomas— ¿y cuándo vendrán los chicos a vernos?
—De hecho, quedé en ir a verlos justo ahora—replicó Shelby.
—¿Ahora? Pero está helando, además no has comido nada—la reprendió su hermana con enfado.
—Entonces comeré algo e iré a verlos. Thomas me puedes llevar, ¿verdad?
Él asintió. También deseaba ver a Austin.
—Me temo que sabes algo más y no quieres decirlo, Shelby—agregó la anciana con un suspiro. La chica se puso lívida, pero se mantuvo callada—no te preocupes. Quizás es mejor que no lo digas.
—¿Tienes algo más que añadir, Cash? —cuestionó Caroline con las cejas arqueadas. Pero Shelby negó con la cabeza y se dedicó a acariciar el anillo de compromiso que descansaba en su dedo. A pesar de que nadie le creyó, no la presionaron. Caroline le preparó una rica sopa caldosa para comer y Shelby no se negó y comió gustosa. Los demás no quisieron sopa y pidieron pizza. Después de comer, Caroline ayudó a vestirla con ropa abrigadora. Y así poder dejarla ir en busca de Egon. Thomas aguardaba pacientemente a que ella saliera de la habitación con Caroline. También él se había puesto una chaqueta y unos guantes para resistir el frío de la tarde.
—Pareces un osito de peluche, Shelby—dijo Thomas riéndose. Ella se ruborizó al darse cuenta que era cierto: traía encima un gran abrigo color rosa que le llegaba a las rodillas y con su abdomen enorme parecía un osito gordo listo para ser abrazado, sin contar el gorro celeste y las orejeras.
—Me he visto mejor otras veces—replicó con una tenue sonrisa.
—Cuídala por favor, Thomas—le suplicó Caroline—si algo le pasa a mi hermana, yo...
—Voy a cuidarla, no te preocupes—sentenció Thomas antes de agarrar a Shelby de la mano. Al salir, él se cercioró de que la nieve del porche no estuviera resbalosa y así Shelby pudiese caminar sin caer.
—¡Quiero ir! —oyeron a Kevin gritar desde el umbral de la puerta.
—No es posible—negó Shelby y al ver la decepción del chico, añadió: —No lo tomes a personal, volveré rápido. Lo prometo.
El pequeño rubio asintió, con un dejo de tristeza en su mirada y se vio obligado a sonreír forzosamente. Shelby apretó los labios con vehemencia y continuó avanzando hacia el Peugeot con ayuda de Thomas. Cuando estuvieron dentro del auto, se despidió de Kevin con la mano y él apenas le correspondió el gesto. Sin embargo, Shelby estaba tranquila de que ninguno de los demás iba a presenciar lo que ella al momento de llegar, solo Thomas. Pero confiaba en que él guardaría el secreto. En el trayecto de la ciudad, fue muy dificultoso. A menudo los neumáticos derrapaban con el hielo fino de las calles y Shelby tenía que aferrarse al cinturón de seguridad.
—Dios. Esto es peligroso—se quejó Thomas, tratando de ir menos rápido posible. El parabrisas limpiaba los copos de nieve constantes que caían al cristal—sujétate bien, ¿okey? Conozco un atajo que nos evitará atravesar estas calles.
—¿Estás seguro que es buena idea?
—Con Austin descubrimos muchos atajos por si algún día teníamos que escapar de emergencia y ahora es el momento porque estás embarazada y no puedo estar tranquilo sabiendo que el auto no puedo controlarse con normalidad.
—De acuerdo. Pero con mucho cuidado.
Él asintió y giró el volante hacia la izquierda, se introdujo a un callejón que aparentemente no tenía salida y luego dobló a la derecha en una esquina y luego a la izquierda, evitando a toda costa derramar por los pequeños montículos de nieve que había alrededor. Poco a poco fueron atravesando las calles por medio de callejones estrechos, pero seguros, hasta que en una vuelta que Thomas dio, llegaron justamente a la parte trasera de la casa de Trenton. Aparcaron detrás del Volvo, el cual estaba cubierto de nieve y era imposible identificar que coche era, pero ellos ya sabían de cual se trataba. Tan solo transcurrieron tres horas y media desde que habían abandonado esa casa y ahora Shelby se sentía extraña, porque al momento que ella entrara a ver a Egon, se iba a topar con un ambiente fúnebre y repulsivo. Adentro se hallaba también el cadáver de Norman White y se horrorizó de solo pensarlo.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —le preguntó Thomas mientras se quitaba el cinturón de seguridad y se ajustaba la chaqueta. Su aliento empañaba los cristales.
—Escucha—dijo Shelby con severidad—Gabbe me comentó que cuando Egon asesinó a Norman, él perdió la cordura. Es decir, entró en una especie de trance traumático.
—¿Qué? —el rostro de Thomas perdió color. Se había olvidado de sus lentes de aumento y sus ojos verdes brillaban de terror— ¿pero está bien? ¿todos están bien?
—No tengo idea. Además, Egon todavía en su trance llamó a Marlon Blake y es probable que venga pronto, así que de verdad nos tenemos que ir esta noche.
—¡Por qué no nos dijiste desde un principio! Pudimos haber traído a los demás para estar juntos y así largarnos sin mirar atrás—espetó; muy molesto. Shelby juntó las cejas y se cruzó de brazos.
—Vaya. Ahora eres tú quién da las órdenes aquí. Fabuloso—repuso con desdén. Se quitó el cinturón con arrogancia y se obligó a abrir la puerta con fuerza para poder salir.
—Aguarda, espera a que te ayude... —balbuceó su amigo, abriendo también su puerta.
—Vete al demonio, Thomas—le ladró ella con furia y se impulsó hacia afuera, deslizándose al exterior. Sus botas quedaron enterradas bajo la nieve y cerró la puerta de golpe. Reunió todas sus fuerzas para poder avanzar en medio de la nieve que le llegaba a la altura de las pantorrillas.
—¡Dios! —exclamó Thomas y avanzó a ella a grandes zancadas—vas a caerte, mujer.
A Shelby le hubiera gustado protestar, pero Thomas fue ágil y la tomó en sus brazos antes de que ella pudiera abrir la boca. Él tenía bastante fuerza para no haberse quejado ni un segundo. Ella lo vio apretar la mandíbula en el breve trayecto hasta el porche. Con sumo cuidado la depositó en el suelo y soltó un gran suspiro.
—No seas tan... Shelby. Te lo ruego—suplicó Thomas—no puedo ser grosero contigo y lo sabes.
—Entonces no seas grosero—añadió ella con una mueca. Thomas suspiró y llamó a la puerta usando el timbre un par de veces. En lo que esperaban, Shelby escrutó a su alrededor con desasosiego. El chico estando a punto de replicar, calló abruptamente cuando Gabbe salió a recibirlos con el rostro lívido. Dentro de la casa se escuchaban voces molestas y objetos cayéndose al suelo y haciéndose añicos.
—¿Qué demonios está pasando allá dentro? —preguntó Thomas, preocupado.
—Es un maldito infierno—respondió Gabbe—que bueno que estás aquí, Shelby.
Gabriel agarró a la fémina de la mano y la deslizó dentro con Thomas pisándoles los talones. La casa estaba patas arriba y Shelby reconoció el grito furioso de Egon en alguna parte de la casa.
—Se ha puesto como un demente, Trenton y Austin trataron de tranquilizarlo, pero fue como prenderle más fuego. Sigue sin reaccionar y temo que se quede así para siempre—explicó Gabbe, retorciendo las manos.
—Llévame con él. Necesito verlo—murmuró Shelby con temor. Él asintió y la instó a que lo siguiera.
—¿No sería mejor que él bajara? —preguntó Thomas.
—Créeme que ese chico que está allá arriba no es el Egon Peitz que conocemos.
—¿Y Austin? —inquirió Thomas, verdaderamente asustado.
—Está deteniendo a ese chico—Gabbe esbozó una sonrisa tras ver la reacción de Thomas. Luego se dirigió otra vez a Shelby y le guiñó el ojo—a ver muñeca, te voy a cargar para evitar la fatiga.
—Peso mucho—protestó ella.
—Pesas como debes pesar—agregó sonriendo y cariñosamente la tomó en sus brazos, disimulando el esfuerzo. Thomas resopló, siguiéndolos y se aclaró la garganta a propósito. Gabbe ascendió con Shelby lentamente por la escalera y al llegar hasta arriba, la volvió a dejar en el suelo con suavidad.
—¡NO ME TOQUEN, IMBÉCILES!
Los tres dieron un respingo y ante el desconcierto de ellos, Gabbe refunfuñó.
—Quédense aquí. Veré si pueden...
De pronto, una de las puertas crujió y Trenton salió disparado a través de ella y colisionó contra la pared. Gruñó entre dientes y Shelby ahogó un grito.
—¡No lo sueltes, Austin! ¡No lo sueltes, maldita sea! —rugió Trenton, sin detenerse a ver a los recién llegados y se adentró de nuevo a la habitación donde reinaba el caos. Gabbe se aventuró a entrar, seguido de Thomas y al final Shelby. En cuanto dieron un paso dentro, a Shelby se le cayó el alma a los pies. La habitación era un desastre y buscó a Egon con la mirada. Lo halló en un rincón hecho un ovillo diciendo cosas incoherentes y temblando. Pero sus ojos estaban cerrados y aferraba con fuerza una camiseta de ella en las manos. Austin se encontraba a unos pasos frente a él con la ceja abierta y la mitad de la cara llena de sangre. Trenton solo tenía el labio partido y ambos tenían la intención de someter a Egon a la fuerza. Thomas corrió hacia a Austin y este lo miró con sorpresa.
—¿Qué hacen aquí? Es peligroso.
—Déjenme a solas con él—ordenó Shelby con los puños apretados.
—Ni loco. Está fuera de control—masculló Trenton.
—Además no es Egon. No es él—repuso Austin.
—Por supuesto que es él. Ahora lárguense de aquí—repitió Shelby sin mirarlos. Sus ojos mieles estaban puestos en el chico que amaba.
—No es buena idea—siseó Trenton—puede hacerte daño...
—¡Cierra la boca y vete! —gritó Shelby. Anonadados, asintieron con el ceño fruncido y abandonaron la habitación con cautela. Sin embargo, se quedaron afuera del pasillo por si algo sucedía. Además, ni si quiera había puerta, lo cual resultaba menos aterrador dejarla a solas con él. A pasos inseguros, Shelby comenzó a caminar hacia ese pobre chico que amaba, sintiendo como sus latidos resonaban en sus oídos. Pensó que su corazón iba a salírsele del pecho en cualquier momento. De pronto se detuvo en seco al notar que Egon abrió los ojos y la miró sin parpadear. Sus ojos oscuros como la noche la contemplaron en silencio. Estrujó la camiseta e inhaló su aroma sin inmutarse— ¿Egon, cariño? —susurró con voz trémula y se arrodilló con dificultad ante él— ¿te encuentras bien?
Alargó con timidez un brazo hacia él y le acarició la mejilla derecha, pero se llevó tal sorpresa cuando Egon colocó la suya sobre la de ella y presionó su cara contra su mano.
—¿Mamá, eres tú? —murmuró. Shelby entornó los ojos, pero no retiró la mano—por favor, no te vayas, ¿sí? Quédate conmigo.
—No me iré. Estoy aquí contigo.
—¿Me das un abrazo?
—Por supuesto.
Entonces Egon se incorporó y la ayudó a levantarse y la abrazó con cariño, pero no con demasiada fuerza.
—Hueles muy bien, mamá.
Shelby no sabía cómo reaccionar o que decir. Se limitó solamente a acariciarle la espalda y la base del cuello con delicadeza.
—Egon, soy yo, Shelby—le dijo, pero él no se inmutó. Por consiguiente, el joven austríaco comenzó a acariciarle los antebrazos con mucha insistencia, llegando al grado de deslizar sus manos hasta sus muñecas y apretárselas con demasiada fuerza—Egon, me lastimas...
—Debo matarte—siseó él en respuesta y luego la apartó bruscamente y en sus ojos centelló un brillo malicioso de una nueva locura. Shelby retrocedió alarmada, en dirección a la puerta.
—Soy yo, Shelby. Reacciona, por favor.
Egon parpadeó confundido y se frotó los ojos. Y Shelby; pensando que tal vez había recuperado la lucidez, se acercó a él con toda la intención de tocarlo. No obstante, cerca de ser recibida por un abrazo, Egon se quedó quieto y entre abrió los labios, mostrándole los dientes como un animal listo para atacar. Gruñó enfurecido y ella echó a correr a la puerta, de donde salieron Trenton, Austin y Gabbe a la defensiva. Thomas jaló a Shelby fuera de la pelea y la cubrió con su cuerpo si en caso Egon lograba derribar a los chicos.
—¡Te voy a matar! —ladró Egon con rabia mientras lo empujaban entre los tres al interior de la recámara. Shelby rompió a llorar entre sollozos y temblores. ¿Qué estaba pasando? Horas atrás Egon era un chico lindo y cariñoso. Y ahora, no había rastro de él. Era como si de nuevo volvieran al principio, cuando él no la amaba y la detestaba; pero con mayor potencia.
—Sácala de aquí—bramó Trenton—llévala a otra habitación.
—¡Detente, idiota! —masculló Gabbe— ¡no queremos lastimarte!
La mente de Shelby estaba en shock. ¡Quería a su novio de vuelta! Se mordió el labio inferior cuando se sentó en la cama en donde Gabbe durmió los últimos meses y no dejó de llorar ni porque Thomas la tranquilizó diciendo tonterías. Aunque deseara tranquilizarse, ¿cómo lo haría, sí a una habitación continua se escuchaban los gritos y maldiciones de su amado tratando de matar a medio mundo?
—Algo debe de haber para que vuelva en sí—insistió, pero fue más para sí misma que para Thomas.
—En mi opinión, creo que Egon ha pasado por mucho y es lógico que alguna vez iba a derrumbarse. Por desgracia ocurrió en un momento crítico y no podemos quedarnos aquí.
—¿Será que Martha puede hacerlo entrar en razón? —soltó un hipido gracias al llanto.
—No lo sé. ¿Y si la golpea?
—Martha le regresaría el golpe de igual manera.
—Supongo que lo noquearía—bromeó Thomas y Shelby esbozó el fantasma de una sonrisa en sus labios.
—¿Podrías ir por ella?
—¿Quieres que te deje aquí sola? —abrió muchísimo los ojos sin dar crédito a sus palabras. Ella asintió—desde luego que no, ¿acaso no viste cómo está? Con trabajo pueden contra él. Alguien tiene que cuidar de ti.
—Tengo veinte años, Thomas. Sé cuidarme sola.
—Ese no es el punto y lo sabes. Estás embarazada, casi al borde del parto y si algo te pasa...
—No me pasará nada. Mientras más rápido vayas por ella, mejor.
Thomas se tomó un momento para reflexionar. Se frotó la barbilla con los dedos y respiró profundamente.
—Debo estar loco por hacerte caso—asintió—pero prométeme que no saldrás de estas cuatro paredes en lo que vuelvo.
—Lo prometo.
—Vendré lo antes posible.
—Explícale a Martha lo que está sucediendo, pero que no lo escuche mi hermana y Kevin, porque es posible que quieran venir y no quiero que corran riesgo.
—De acuerdo—se acercó a la puerta y le envió una mirada llena de desesperación—por favor, no salgas.
—Te lo he prometido. Ahora vete.
Thomas aspiró aire lo más que pudo y dejó escapar un suspiro melancólico.
—Juro que, si sales de esta puerta, me uniré a Egon y entre los dos te mataremos.
Después de que Thomas la dejó sola, comenzó a dar vueltas por toda la habitación, sintiéndose impotente y desolada. De repente, un movimiento dentro de estómago la hizo sobresaltarse y se estremeció. Colocó ambas manos sobre su vientre y trató de arrullar a sus bebés con una canción de cuna que casi no sé sabía. Minutos después, sintió un regocijo grande y se sentó a los pies de la cama, conteniendo las lágrimas. Sus bebés también habían sentido la preocupación y le enviaron una señal como muestra de apoyo...
—Al menos sé que ustedes no me defraudarán.
«Marlon Blake»
—¿Qué sugiere que hagamos, señor Blake?
Marlon tenía la vista fija en el teléfono que había sonado momento atrás en donde Egon Peitz lo había retado y le había informado que Norman White estaba muerto.
—No lo sé—dijo, pero sus palabras apenas fueron un murmuro.
—¿Qué ha dicho, señor?
—¡No lo sé, maldita sea! ¡No lo sé! Egon Peitz asesinó a Norman. Y no sé qué hacer—el rostro del sujeto palideció y retomó la dureza de siempre.
—Usted me había encomendado con anterioridad que asesinara a esa chica y a Peitz, señor. Pero luego me relevó de mi cargo porque necesitaba otras cosas de mí.
—Créeme que no me interesa lo que estás diciendo—se llevó las manos al rostro y ahogó una exclamación— ¡mató a Norman!
—Lo he escuchado—arribó el sujeto—pero no entiendo por qué se pone tan mal, señor Blake.
Entonces Marlon descubrió su rostro y miró furtivamente al sujeto.
—Norman es mi maldito hijo, pedazo de mierda. Eso pasa. Yo no quería que muriera—ladró—ni si quiera supo que yo era su verdadero padre.
Aquella noticia tomó por sorpresa al sujeto y parpadeó, abrumado por la situación.
—Lo siento mucho, señor.
—¡No lo sientas! —gruñó—mejor ve y dile a esa chica rubia, Lola, creo que se llama, que la quiero aquí, ahora.
Tropezando con sus propios pies, el sujeto arrogante salió corriendo por el pasillo en busca de Lola. Mientras que Marlon se desplomó en el escritorio y hundió la cabeza entre sus brazos. De antemano él sabía que era un hombre frío y calculador, y nunca volvió a llorar desde los dieciséis años. Y no pensó que ese sentimiento iba a volver y mucho menos al recibir la noticia de que su único hijo, al que jamás le mostró afecto, había muerto. Norman White resultó ser producto de la aventura que había tenido con Melody Prince mientras mantenía una relación matrimonial con el idiota de "Lion" como se hacía llamar el supuesto padre de Norman para sus trabajos ilícitos. Eran amigos en el mundo de las drogas, pero tiempo después, Lion comenzó a enfrentarse a él y a tratar de convencer a sus hombres de que lo abandonaran. Pero como Marlon era de por sí amante de su esposa, y al estar embarazada, a espaldas de Lion, mandó a que ella se hiciera una prueba de paternidad prenatal y resultó que el hijo que esperaba era suyo, no de Lion. Por lo que esperó a que ella diera a luz y a que el chico creciera unos años, antes de reclamarlo como suyo su primogénito. No pasó tanto tiempo y tampoco esperó demasiado, puesto que el niño asesinó a su madre por un berrinche, dándose cuenta que traía la muerte en sus venas. Años más tarde, al verlo convertido casi en adolescente, comenzó la cacería en contra de Lion y así, lo asesinó y se llevó a su hijo en compañía de su primo para enseñarles a matar. Pensó que en algún momento le diría la verdad, pero la amargura en su corazón se lo impedía. Incluso disfrazó su instinto paternal maltratándolo y prefiriendo a Egon, su "primo" y así orillando a Norman a odiarlo. Y ahora, no podía controlar las lágrimas amargas que se deslizaban por sus mejillas. Sufrió de pequeño e hizo sufrir a su hijo hasta el último día de su vida. Se sentía como una cucaracha. Apretó los dientes de solo pensar en la estúpida cara de Egon y en su maldita novia, Shelby Cash. Y odió con toda su alma a Dorian Tyler, su ex mejor amigo.
—¿Por qué tú sí tienes a tu hija y yo no? —balbuceó al vacío, como si Dorian estuviera frente a él— ¿por qué no puedo ser feliz una vez en toda mi puñetera vida?
En eso, la puerta de su despacho se abrió y se limpió la cara con el dorso de su mano con brusquedad. Fulminó a la rubia cuando esta entró titubeando a la estancia. Su estómago, grande como una pelota, la hacía lucir más indefensa.
—Siéntate—le ordenó él, señalado la silla que tenía frente a su escritorio. Ella obedeció y se llevó las manos al regazo. Sus ojos azules evitaban a toda costa mirarlo a la cara.
—¿En qué puedo servirle, señor?
—¿Amas a Norman? —le soltó Marlon de repente y ella lo miró asombrada.
Se mordió los labios y se acomodó el cabello detrás de las orejas.
—No sé a qué viene esa pregunta, señor—se revolvió inquieta en la silla.
—Solo dímelo.
—Amarlo en el amplio sentido de la palabra no—dijo—pero sí lo quiero. Lo quiero mucho y tengo la esperanza de que él también me quiera.
Aquello dejó vulnerable a Marlon. Y negó con la cabeza. Entrelazó sus dedos entre sí sobre el escritorio y se hundió en su asiento.
—Supongo que esta noticia no te va a gustar en lo absoluto.
—¿Qué noticia?
Marlon se tomó un momento para encontrar las palabras adecuadas y no herir o dañar a la pobre chica infeliz que tenía frente a él.
—Norman ha muerto. Egon Peitz se encargó de asesinarlo—la mandíbula inferior de Lola se desencajó de su rostro y miró boquiabierta a Marlon, quién respiraba con dificultad.
—Está mintiendo—repuso. Sus labios temblaron.
—¿Crees que mentiría con algo así? Norman ha muerto y nunca va a regresar...
Lola sintió por segunda o quizás, por tercera vez, como su mundo se derrumbaba. Primero había perdido a su mejor amiga y a su novio, después había presenciado la muerte de su madre y pensó que había quedado sola en el mundo, pero extrañamente encontró consuelo con Norman, con el sujeto que le desagració la vida y decidió olvidar el pasado para estar con él. Y ahora que una chispa de calor había surgido en su interior y en su vida, Norman se iba también de su lado, dejándola completamente sola. Y una desesperación la inundó en cada poro de su piel.
—¿Cuándo pasó? —logró articular, presa de los sollozos.
—Hace unas horas—contestó Marlon con un nudo en la garganta. A Lola le sorprendió verlo triste.
—¿Le duele que haya muerto? —él asintió sin mirarla.
—¿Por qué?
—Porque era mi hijo, pero nunca pude decírselo—Marlon esbozó una sonrisa demente en sus labios.
«Lincoln, Nebraska»
—Sabía que iba a pasar algo así, tarde o temprano—dijo la anciana Beck en cuanto estuvo al tanto de todo. Thomas se las ideó para no alertar a Caroline y a Kevin, quiénes por gracia divina habían salido a comprar té y algunas golosinas a una tienda que estaba a solo unas calles de distancia, lo que le daba tiempo justo para llevarse a la anciana.
—¿Por qué lo dices? —interrogó, perplejo.
—Si hubieras vivido lo que él vivió, entenderías. Ahora llévame a donde está—se levantó del sillón con las piernas temblorosas.
—Dejaré una nota para que no se preocupen—se apresuró a despegar un papel de la pequeña nevera y anotó rápidamente una excusa—listo, vámonos.
Dentro del Peugeot, Thomas le preguntó qué era lo que ella pensaba hacer al respecto y la anciana bufó.
—Tengo algunos utensilios en el sótano de esa casa. Así que date prisa.
—¿Pero, qué tipo de utensilios? —insistió con las manos nerviosas y frías sobre el volante. A pesar de que llevaba guantes, sus manos estaban heladas.
—Ya sabías que Egon era un asesino a sangre fría, ¿no? —Thomas asintió—bueno, él me comentó que cuando estaba en la prisión de Austria, era un reo de máxima seguridad que estaba recluido de los demás y todos le temían.
—Ajá. Pero, ¿qué tiene eso que ver...?
—... a Egon lo tenían amarrado de los brazos y le colocaron un bozal en la boca para así evitar morder o comer a alguien—continuó diciendo la anciana, ignorando la protesta de Thomas—y yo tengo un bozal en el sótano y unas correas parecidas a las que utilizaban en esa prisión para poder someterlo. Las tenía desde hace mucho y pensé que este día podía pasar, sabiendo que Egon estaba pasando por una inestabilidad emocional muy catastrófica, por lo tanto, vine preparada. Él necesita ayuda—Thomas entornó los ojos y tragó saliva.
—¿Y cómo piensas que lo van a someter? Parece un loco.
—Ya sabremos qué hacer. Ahora date prisa, chico. Porque mis reumas me están matando.
«Shelby Cash»
La puerta de donde Shelby se encontraba resguardada crujió bajo el golpe hacia algo o alguien y ella se levantó rápidamente de la cama con la intención de echarse a correr al baño. Hubo estruendos, gritos y más golpes y de repente todo quedó en silencio. Shelby alcanzó a escuchar el grito apagado de Gabbe justamente afuera de la puerta y luego un silencio sepulcral. El pulso se le aceleró y sintió un dolor en el pecho. Averiguó de inmediato que la persona que trataba exitosamente de derribar la puerta era Egon y la señal de alarma que le envió su cerebro la hizo reaccionar. Lo amaba con toda su alma, pero no iba a dejar que la matara en medio de su trance, por lo que se encerró rápidamente en el baño y aseguró la puerta con el seguro. Con las pocas fuerzas que reunió a causa de la adrenalina, logró mover un taburete para atrancar la puerta si en caso Egon lograba derribarla y se sentó en retrete con el corazón acelerado. No estuvo segura de cuando tiempo transcurrió, pero los golpes se desvanecieron y pensó que se había dado por vencido, sin embargo, tal fue su sorpresa: Egon abrió otra puerta que conectaba con el baño y entró, dejándola completamente petrificada. Shelby se levantó y le lanzó el taburete, pero él consiguió esquivarlo y comenzó a acercarse. Ella trató de abrir la puerta para salir, pero estaba atorada, así que respiro profundo antes de enfrentarlo. Ya había pasado por la misma situación antes y tenía que darle fin a eso.
—Egon—alzó las palmas de sus manos en alto, sin embargo, él no dejó de mirarla con rabia. En sus manos portaba un artefacto afilado: un trozo de vidrio. Su rostro estaba ensangrentado y era más que obvio que no era su sangre— ¡Soy Shelby, maldita sea! ¡Soy yo, la chica que amas! ¡La madre de tus futuros hijos, por favor! —en la negrura de sus ojos no parecía haber ningún tipo de reconocimiento.
—Prometí que nunca te mataría, pero cambié de opinión—le oyó decir.
—¿Qué? Tú no eres así, Egon. Tú eres un chico dulce y tierno—balbuceó. Ahora sí tenía muchísimo miedo. Y sin darle tiempo a ella de defenderse, la arrinconó entre el retrete y la pared y deslizó sus manos a su delicado cuello, comenzó a presionar su tráquea con fuerza y ella le puso las manos en su pecho sin resistencia—Mátame. Hazlo—lo desafió entre jadeos—sé que no lo haces porque quieres. No eres tú.
—Cállate—cerró los ojos y apretó con más fuerza.
—Te amo—gimió, herida. Sus pulmones comenzaron a necesitar aire y cerró los ojos, entregándose a su destino tan desdichado. A medida que su cerebro iba perdieron la razón, dejó de sentir las manos oprimiéndole el cuello y cuando pensó que se desplomaría en el suelo, esas mismas manos que había querido matarla, la sujetaron con fuerza. Abrió los ojos levemente y se encontró con los oscuros de él, mirándola horrorizado.
—¡No! —Shelby parpadeó con debilidad y dolor de cabeza— ¡No! ¡¿Qué está pasando?!—gritó Egon, desesperado y comenzó a besarle la cara y a llorar como nunca había llorado— ¡Shelby!
Pero ella no lo escuchaba. Se había desmayado en sus brazos. Entonces él la cargó y abrió la puerta del baño con una patada. La tendió sobre la cama y se agarró el cabello con nerviosismo. Azotó las paredes con los puños y abrió la puerta para ver al trío de chicos que había noqueado antes de ir por Shelby. El primero que despertó fue Gabbe y se puso a la defensiva.
—¡Tienes que ayudarme! ¡Shelby! Ella no responde... —titubeó, aterrado. Gabbe entornó los ojos y lo siguió hasta la habitación.
—¿Qué le hiciste? —corrió a verla.
—¡Yo no quería! No era consciente de mis actos—balbuceó—sentí como si estuviera en un sueño y cuando desperté, yo tenía mis manos alrededor del cuello de Shelby y se desmayó, ¡ayúdame!
—Tranquilízate—le tomó el pulso y se relajó—fue un desmayo. Ella está bien.
Egon se impacientó y sacudió la cabeza. Gabbe lo miró con extrañeza y se acercó a él.
—¿Ya estás bien?
—Gabriel, ¿qué pasó? No recuerdo nada—el miedo en su voz fue palpable.
—Perdiste la cabeza cuando mataste a Norman—le explicó.
—¿Qué? ¿Maté a Norman? —se quedó perplejo y frunció el ceño.
—¿No lo recuerdas? Le disparaste con la M16 en el sótano.
—No, yo no...
—Lo hiciste y después de eso estuviste en un trance en el que decías cosas incoherentes.
—Cielo santo, no me acuerdo de nada y estoy aterrado—se abrazó a sí mismo.
—También le diste la noticia a Blake sobre la muerte de Norman y bueno, supongo que viene hacia nosotros.
—¿Que yo qué?
—Llamaste por teléfono a Marlon y sinceramente creo que viene por nosotros.
—Mátame.
—Lo haría, pero ahora nuestra prioridad es irnos y saber que estás bien. No queremos que vuelvas a entrar en ese estado de loco.
—¿Te hice mucho daño? —evaluó con la mirada el rostro golpeado de su amigo.
—Nos hiciste daño a todos. Por eso debes calmarte y tratar de no exaltarte.
Egon asintió y se sentó en el suelo, abrazando sus rodillas, pero con la vista fija en Shelby. Gabbe salió al pasillo para reanimar a los demás, pero el timbre de la puerta lo hizo desviarse. Bajó trotando la escalera y al abrir la puerta, se topó con la anciana y Thomas.
—Vengo a hacer entrar en razón a Egon—anunció Martha entrando a empujones.
—No es necesario. Ya volvió en sí.
—¿Cómo pasó? —preguntó Thomas. Gabbe hizo una mueca y cerró la puerta.
—Trató de matar a Shelby estrangulándola y ahí fue donde recobró la cordura. Justamente ahora está allá arriba sentado en el suelo—les informó, exhausto.
—Este chico me va a oír—espetó Martha de mal humor y se dirigió a la escalera.
Thomas se quedó un segundo más ahí y después añadió: —¿Austin dónde está?
—Eh, estaba inconsciente junto con Trenton hace unos segundos, pero supongo que ya despertaron. Egon nos noqueó a los tres y apenas desperté también—se echó a reír, pero Thomas emprendió su trote hacia la escalera sin esperarlo. Ya en la habitación, Martha se situó frente a Egon con las manos en las caderas. El ceño fruncido se intensificó cuando él alzó la vista para verla.
—Egon Allen Peitz—vociferó la anciana—levanta el trasero y sígueme. Tenemos que hablar.
Y como un perrito desamparado, se levantó y la obedeció vacilante. Por otra parte, Austin y Trenton volvieron en sí y casi se desmayaron de nuevo cuando se pusieron al corriente de los hechos. Thomas se encargó de curarle la herida de la ceja a Austin y Gabbe se encargó de Trenton. Los cuatro rodeaban la cama donde Shelby yacía con los ojos cerrados.
—Propongo que le demos una paliza a Egon—sugirió Trenton—solo para darle a entender que debe estar más tranquilo.
—Nadie va a lastimar a nadie—eludió Gabbe—Martha se hará cargo del asunto.
—¿Y qué hacemos ahora? —quiso saber Austin, dejando que Thomas lo abrazara por detrás con cariño.
—Irnos en cuanto Shelby despierte, muy lejos de aquí—respondió el chico de ojos azules y pecas en el rostro—mientras tanto, iré por Caroline y Kevin, ¿dónde están las llaves del Peugeot?
—Aquí están—Thomas se las entregó. A una habitación de distancia, Martha se paseaba de un lado a otro frente a Egon, y este estaba sentando en la cama que había compartido con Shelby los últimos meses y miraba a sus pies, sin tener el valor suficiente de ver a la anciana a la cara.
—¿Sabes lo qué ha ocurrido, verdad, hijo?
—Por lo poco que sé, me he vuelto un demente.
—No exactamente.
—Casi mato a mi razón de vivir—repuso con amargura.
—Te comprendo, hijo.
—No puedes comprenderme.
—Desde luego que sí—tomó asiento junto a él y le agarró la mano, Egon le dio un ligero apretón.
—¿Cómo puedes estar tan segura? No conoces ni si quiera la tercera parte de mi vida.
—Conozco lo suficiente para saber que lo que te ocurrió es simplemente una reacción de tu cuerpo que te está dando a entender que ha llegado al límite. Has soportado demasiado sufrimiento y dolor en tu vida.
—He matado a muchas personas de las maneras más terroríficas que jamás te hayas imaginado y nunca me había puesto así. Es más, ni si quiera recuerdo que hice exactamente o lo que pasó mientras estuve ausente.
—Mataste a tu propio primo. A alguien de tu misma sangre.
—Yo no quería a Norman en lo absoluto, bueno sí, ¡Ya no sé lo que digo! —replicó, nervioso—lo odiaba. Aún lo odio a pesar de que esté muerto.
—Lo entiendo, pero tu subconsciente no lo resistió.
—¡No quiero volverme loco! No quiero hacerle daño a nadie; mucho menos a Shelby y a mis bebés. ¿No sería mejor meterme un tiro en la cabeza y así protegerlos de mí?
—¿Y sabes quién se daría un tiro en la cabeza después de ti? —él negó con la cabeza.
—Shelby. Ella lo haría porque te ama y vivir sin ti no le sería posible.
—Pero tendría a nuestros hijos. Ellos le darían la fuerza para sobrellevar mi muerte—se encogió de hombros.
—Imagínate que ella muriera, ¿podrías sobrellevar su muerte solo con el consuelo de tus hijos? —increpó con voz calculadora.
—¡Demonios, no! Jamás la superaría. Es decir, me volvería loco y quizás me mataría.
—Lo mismo sentirá ella si se te ocurre suicidarte. Además, eres homicida, no suicida.
—Ya. Olvida lo que te dije de matarme, solo quiero estar tranquilo. Temo por mis actos.
—No estás solo. Nos tienes a nosotros y veremos por tu seguridad.
—Lamento tanto esto—se limpió las lágrimas secas de sus mejillas y respiró hondo.
—Mejor ve y cerciórate de que Shelby siga respirando. Te alcanzo luego.
Horas después, Shelby ya estaba despierta y bajo el cuidado de su hermana. Caroline por poco se le fue encima a Egon con la intención de sacarle los ojos con las uñas, pero Gabbe se lo impidió. Pero, de todas maneras, ella ordenó que Egon no se le acercara a Shelby por ningún motivo, e infortunadamente, la ignoraron. Kevin no entendía aun que había pasado, y optó por no acercarse a Egon y quedarse junto a Thomas y Austin, quiénes se encargaron de guardar las maletas de nuevo a los autos. Gabbe se dio a la tarea de detener a Caroline en la habitación de al lado para que Egon y Shelby pudieran charlar. Y la anciana se encargó de aromatizar el ambiente con aerosol de primavera y salió riéndose cuando Egon dio un paso dentro de donde Shelby estaba con el ceño fruncido. Ella se encogió en la cama al verlo entrar y a él se le rompió el corazón al notar el miedo en sus ojos.
—Shelby—susurró—mi bella dama.
—Detente ahí—le ordenó, herida.
—No voy a hacerte daño—alzó las manos y bajó la cabeza como muestra de sumisión.
—Ya no sé si creerte, Egon.
—Yo no era dueño de mi cuerpo cuando te herí y lo sabes. Jamás te haría daño.
—Lo sé. Es solo que temo que vuelvas a entrar en shock y quieras asesinarme a mí o a nuestros bebés.
—Yo... —entonces él alzó la mirada y penetró el alma de su amada con aquellos ojos oscuros que reflejaban arrepentimiento absoluto y ella se quedó sin aliento—te amo—y se arrodilló al suelo—perdóname por favor. Soy un imbécil que se deja llevar por sus emociones. Yo siempre arruino las cosas y daño a las personas que me importan sin si quiera pensarlo. La muerte y el dolor aún me persiguen y no soy tan fuerte como aparento. Mi corazón sangra cada que me miras con decepción o me rechazas, como es el caso de ahora. Eres todo lo que poseo en la vida y no quiero perderte. Si me dejas de amar, simplemente no lo soportaría. En cuanto me dijeras «Ya no te amo», voy por mi arma y me doy un tiro debajo de la barbilla para evitar el vacío de no tenerte.
—Egon, por favor—Shelby apenas podía procesar aquella confesión—no digas eso, tu vida es más valiosa que yo.
—Renuncié a mi vida en cuanto te conocí porque tú te convertiste en ella. Si tú mueres, yo muero. Si tú me dejas, sería como morir también y no tendría caso seguir en este mundo sin tu amor.
—No sigas, por favor...
En eso, Egon se levantó del suelo y se acercó a ella. Buscó sus manos entre las cobijas y las besó con ternura.
—Si me dices que ya no me amas, me iré.
—Sabes que no podré hacerlo porque te amo.
—Entonces, perdóname.
—Me lastimaste. No solo físicamente, sino emocionalmente.
—Soy un idiota, ¿entiendes? Eres la única persona a la que he amado y amaré; y a la que le he puesto el mundo a sus pies. Y quiero que me perdones, por favor.
—Te perdonaré con una condición.
—La que desees, mi bella dama—volvió a besarle las manos.
—Te perdono si a cambio prometes ir a un psicólogo cuando nuestros bebés nazcan y así puedas superar tu pasado—Egon juntó las cejas.
—¿Un psicólogo?
—Sí...
—¿En qué me beneficiará?
—En mucho. ¿Aceptas la condición?
—Por ti, lo que sea. Pídeme lo que quieras y sabes que te lo daré.
Minutos después, Shelby le abrió campo en la cama y Egon la abrazó tiernamente bajo las sábanas.
—Nos marcharemos en media hora—entró Gabbe deliberadamente a la habitación y Egon tensó la mandíbula.
—De acuerdo—gruñó.
—Oye, tranquilo viejo—bromeó Gabriel y a Egon no le hizo gracia, pero, aun así, sonrió—y, por cierto, ya tenemos resuelto el asunto del cadáver de Norman—informó momentos después.
—¿Cuál es el plan? —Egon se puso rígido.
—Vamos a quemar la casa.
—¿Qué? —Egon y Shelby exclamaron al unísono.
—Trenton lo decidió. No quiere dejar rastro y yo lo apoyo.
—Pero esta casa era de su padre—dijo Shelby.
—Por lo mismo fue que lo decidió. Ya que su padre nunca va a volver, pensó que sería mejor acabar con el doloroso recuerdo.
—Bien. Supongo que hay que prepararnos para desalojar la casa cuanto antes—agregó Egon, deslizándose fuera de la cama, pero Shelby lo detuvo del brazo. Gabbe puso los ojos en blanco y los dejó a solas con un pretexto estúpido; acerca de que Martha necesitaba papel de baño. Egon río entre dientes y Shelby lo besó apasionadamente en los labios cuando él metió una de sus manos dentro de su gran abrigo y le acarició los pechos por encima de su blusa—no sabes cuánto deseo que nuestros hijos nazcan ya para tenerte de nuevo entre mis brazos.
—Tendrás que esperar, campeón—rio Shelby y gimió cuando Egon atrapó su labio inferior entre sus dientes y tiró de él con fuerza—no lo hagas, te lo suplico.
—¿Por qué no debería hacerlo? —replicó con picardía, justo al tiempo que pasaba su lengua en el lóbulo de la oreja de Shelby y soplaba para que ella sintiera una sensación fría y placentera. Y retorciéndose, la chica dejó escapar una risita inquieta.
—Aun tienes que hacer muchos méritos para que yo te perdone del todo.
—Entonces voy a esforzarme.
Más tarde, habiéndose extendido la fría noche, todos se encontraban a unos metros de distancia de aquel sitio y dentro de los autos, contemplando como Egon, Gabbe, Trenton y Austin bañaban de gasolina toda la estructura de la casa por dentro y por fuera. Era un gran desperdicio, pero no podían dejar cabos sueltos. Además, iban a irse a un lugar muy seguro: Arizona. Como Norman White ya no vivía, se sentían más tranquilos, porque ese rubio de ojos grises fue el calvario de todos durante mucho tiempo. Y como decía el dicho: Muerto el perro, se acabó la rabia. A decir verdad, necesitaban matar al Alfa: Marlon Blake, quién seguía con vida. Pero por el momento, la única salida era marcharse y quemar la casa. Shelby contempló por última vez aquella cálida residencia antes de que Egon soltara el encendedor al suelo y en un santiamén una ola de fuego se extendiera hacia la casa y comenzara su labor. Parecía como si lengüetazos y extremidades de fuego abrazaran rudamente las paredes y amenazaban con hacer polvo todo lo que estuviera a su disposición. La fémina alcanzó a percibir lágrimas estancadas en los ojos de Trenton y se estremeció. Su amigo estaba sufriendo por su culpa. Es más, todos los que se hallaban a su lado en ese momento estaban luchando en una guerra ajena en la que solamente ella y Egon tenían que vencer. Cuando se cercioraron que no quedaba más que escombros y carbón de lo que había sido la casa, emprendieron la huida. En el Peugeot iba Egon, Shelby, Austin, Thomas y la anciana. Y en el Volvo Trenton, Gabbe, Caroline y Kevin. Nueve personas escapando de una muerte segura. Nueve personas confiando su vida en manos del destino.
«Tiempo después»
El pequeño departamento en el que todos juntos habitaban, situado en Arizona, se respiraba el espíritu navideño. Para Egon, era la primera vez que festejaba la Navidad y se sentía extremadamente extraño sentado a la mesa, rodeado de personas sonriéndole amistosamente y no apuntándole a la cabeza con un arma. Todos yacían sentados en la mesa, cenando animadamente y él no dejaba de observar a cada uno de ellos con singular alegría. Miró a Shelby, quién estaba a su derecha y esta le sonrió tiernamente mientras devoraba su trozo de carne con apetito. A ella le faltaba pocos días para dar a luz y se notaba a simple vista que deseaba con desesperación tener a sus bebés consigo.
—Acérquense todos—Egon volvió el rostro hacia Gabbe, quién se hallaba de pie junto a su silla con una sonrisa de oreja a oreja y una cámara fotográfica en las manos—vamos a tomarnos una selfa.
—Es selfie—le corrigió Shelby, riéndose.
—Da igual—se encogió de hombros y se colocó justamente en el medio—ustedes pongan su mejor cara.
Egon puso los ojos en blanco y le pasó un brazo por encima de los hombros de Shelby para posar con ella en la foto. Kevin y Caroline hicieron muecas, Austin besó a Thomas en la mejilla y Trenton simplemente se quedó algo serio mirando a la cámara. Martha sonrió y mostró el dedo corazón con alegría. Y Gabbe salió con su mejor sonrisa. Pero los que salieron más tiernos fueron Egon y Shelby, ya que, ambos en vez de mirar a la cámara, decidieron mirarse entre ellos con amor. Y aquella foto iba a ser el recuerdo de una hermosa Navidad en familia. No pasaron tantos días para que Shelby comenzara con el trabajo de parto. El 31 de diciembre a las 11 pm comenzó su primera contracción, asustando de muerte a Egon y a los demás.
—¡¿Qué hago?!—gritó horrorizado su prometido, dando vueltas en su propio eje al ver a Shelby gritar de dolor en el sofá— ¡Auxilio! —Shelby, en medio del dolor, no pudo evitar reírse— ¿Por qué te ríes? ¿Estás bien? ¡Caroline! —exclamó Egon con agonía— ¡Maldita sea, Caroline! —la recién mencionada entró corriendo desde la cocina con el rostro perplejo y pálido.
—¡Oh por Dios! —chilló y salió corriendo otra vez. Y Egon perdió la cabeza.
—¡No hay tiempo! Vamos al hospital—masculló y la cargó en sus brazos. Shelby sintió que iba a morirse. Jamás pensó que tener un hijo iba a ser tan complicado y menos sabiendo que eran dos en vez de uno. Egon pasó empujando a todo el mundo y subiéndola con cuidado al Peugeot, se las ingenió para salir a la calle, ya que estaban en el garaje.
—¿A dónde la vas a llevar? —preguntó Gabbe, estampando su rostro al cristal.
—Al hospital que está a cuatro kilómetros. Al que fuiste cuando te dio el resfriado de hace dos semanas—le respondió Egon con incertidumbre—abre la maldita puerta del garaje.
Gabbe se apresuró a obedecer y dejó que Egon se diera a la carrera con Shelby pujando en el asiento trasero. Estando ya en la calle, él aceleró y la miró por espejo retrovisor.
—¿Te duele mucho, mi bella dama?
—D-Demasiado—Shelby apenas y podía respirar. Los dolores punzantes en todo su cuerpo la estaban matando. Las punzadas y toques casi eléctricos estaban alojándose en sus caderas y columna.
—¡Vamos a ir lo más rápido posible!
Como era noche de fiesta, las calles estaban vacías, lo cual facilitó las cosas. La ropa de Shelby se iría al carajo cuando entrara al hospital al igual que la de Egon, pero eso significaba que serían padres dentro de poco. Mientras apaciguaba las contracciones, se dedicó a observar al chico que tenía conduciendo frente a ella. Al chico homicida del que estaba profundamente enamorada. Egon Peitz, el homicida que jamás creyó en el amor, ahora se encontraba conduciendo al hospital porque su novia estaba a punto de hacerlo padre de dos lindos hijos. ¿Ironía de la vida? Llegaron rápidamente al hospital y lo primero que él hizo fue bajar precipitadamente al área de urgencias como un demente, alertando a todos. Shelby se sintió mareada y sintió unas manos agarrarla de la espalda cuando la puerta se abrió y se encontró con tres enfermeras esperándola con una silla de ruedas y detrás de ellas estaba Egon con el rostro pálido.
—¿Ella va a estar bien? —quiso saber él.
—Joven, es un parto—le contestó una enfermera con cara de pocos amigos, al tiempo que empujaba la silla donde iba Shelby agarrándose el estómago y respirando entrecortadamente.
—¿Puedo entrar con ella? —insistió Egon. Su rostro estaba sudoroso y lívido.
—¿Es su novio y padre del bebé?
—Sí y seré padre de gemelos—gruñó, irritado.
—¿Señorita, quiere que él entre...?
—Carajo, sí. No podré hacerlo sin... él—balbuceó Shelby, delirando. Dicho eso, las enfermeras la metieron a urgencias con Egon pisándoles los talones. A él lo mandaron a quitarse la ropa y a ponerse una bata especial, un cubre bocas, guantes y un gorro. Estaba nervioso. Estaba demasiado nervioso. ¿Y si se desmayaba viendo nacer a sus bebés? Sacudió la cabeza y se rio de su mal chiste.
—Vamos. Vamos—lo llamó una enfermera. Y lo condujo a la sala de partos. Y tragando saliva, Egon entró donde Shelby estaba situada de piernas abiertas a una doctora. Al principio se sintió desconcertado, pero se centró en su novia. Shelby al verlo, sintió como si su alma regresaba a su cuerpo y lo llamó con la mano. Él corrió a sujetársela y besársela.
—Eres fuerte, mi bella dama—le susurró. Y cuando Shelby se disponía a responder, un dolor espantoso atravesó su vientre y gritó de dolor. Apretó la mano de Egon y este apretó la mandíbula. Odiaba que ella sufriera.
—Esto va a ser rápido. Estás dilatada por completo, chica. Ahora esfuérzate porque tu bebé ya viene—le indicó la doctora que parecía ser una abuela. Shelby entornó los ojos y gritó.
—¡No puedo! Es demasiado rápido, no estoy preparada.
—Mírame, Shelby—ordenó Egon y ella cerró los ojos. Su frente estaba sudorosa y tenía la cara roja e hinchada por el esfuerzo—mírame—entonces ella abrió los ojos y sintió la calidez de los de él, sobre los suyos. —No sé nada de partos ni mucho menos soy capaz de imaginar el dolor que sientes, pero tienes que ser fuerte. Hazlo por mí, yo estaré aquí en todo momento y calmaré tu dolor—susurró y ella asintió.
—Tienes a un excelente chico contigo, hermosa. Y hoy es año nuevo, así que entre más rápido te des prisa, mejor. Tendrás a tu bebé contigo en poco tiempo.
—Bebés—corrigió Egon y la doctora arqueó las cejas.
—¡Con mucha más razón! —alardeó la doctora y una enfermera le pasó un pañuelo en la frente para quitarle el sudor. Sin embargo, el trabajo de parto duró tres horas. Y en ese tiempo, Egon no dejó de darle ánimos o de darle besos a pesar de que ella estaba hecha un desastre— ¡Ya está! ¡Ahora una vez más! —le instó la doctora. Shelby gritó con todas sus fuerzas, apretando y casi triturándole los dedos a Egon, pero él no se inmutó. Prefería sentir dolor a sentirse un inútil en ese momento. De pronto, un grito ahogado de bebé lo sobresaltó y sintió que no podía respirar. Shelby gritó todavía más y acto seguido otro llanto de bebé llenó la estancia. Ella temblaba y Egon se apresuró a abrazarla con fuerza—son la parejita—anunció, dándoles una nalgada a cada quién y entregándoselos a las enfermeras para que los asearan correctamente. Shelby moría de cansancio y no dejó de sonreír.
—Lo hice bien, ¿verdad? —preguntó ella débilmente y se desmayó. Cuando ella despertó, se dio cuenta que estaba en una cama de hospital, alejada del bullicio. En sus brazos tenía conectado suero y en un dedo tenía un botón para llamar a alguna enfermera. En su nariz tenía unos pequeños tubos para respirar y se sentía muy débil, pero feliz. Escrutó todo a su alrededor en busca de alguien y encontró a Egon durmiendo en una silla plegable que había junto a la cama. Tenía la misma ropa que horas atrás y su rostro tenía un aspecto cansado. Su cabello estaba desaliñado, pero se miraba igualmente hermoso. Intentó moverse, pero una punzada en sus caderas se lo impidió y se dio cuenta que se hallaba vendada en el área abdominal. Dejó escapar un leve gemido de dolor, lo cual ocasionó que Egon despertara instantáneamente. Abrió los ojos desorientado y jadeó.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa? —balbuceó.
—Estoy bien. Es solo que no quería despertarte—él esbozó una sonrisa cansada y se aproximó a ella para besarla en la frente.
—¿Ya te sientes mejor?
—Sí. Mucho mejor—se le iluminaron los ojos— ¿y nuestros bebés? Quiero verlos.
—A las dos en punto van a traerlos, faltan diez minutos—Egon miró un reloj anticuado que estaba en la pared y suspiró—nacieron casi a las tres de la madrugada del año nuevo.
—¿Ya los viste? ¿Cómo son? ¡Quiero abrazarlos!
—Son hermosos. Son pequeñas cositas que se parecen a nosotros dos—respondió con dulzura—la bebé es muy parecida a mí y el bebé a ti.
—¿En serio? ¡Deben ser bellísimos!
—Lo son—le aseguró—¿quieres tomar agua? Debes tener sed.
—Sí, por favor.
Egon se encargó de darle de beber agua pura y de arreglarle el cabello con una liga de Shelby que él llevaba en la mano. La ayudó a levantarse poco a poco para sentarse en espera de sus bebés. Poco después la puerta se abrió y las mismas enfermeras entraron con pequeños bultitos en sus brazos. Estaban envueltos en cobijas de diferente color para diferenciarlos: Azul y Rosa.
—¿Lista para cargarlos y alimentarlos? —preguntó la enfermera risueña y ella asintió. La otra mujer le entregó a la niña a Egon y Shelby se encargó del niño. En cuanto ambos cargaron a sus hijos, estallaron en lágrimas. Y se puede decir que el que incluso sollozó fue Egon. Quedaron a solas y Shelby no podía creer que estaba cargando a su hijo. El bebé tenía la piel tan clara como la porcelana y estaba ligeramente sonrosado. Tenía un mechón de cabello color chocolate y mantenía los ojos cerrados. Se miraba tan tierno y vulnerable.
—Dios, es perfecta—dijo Egon, admirando a su hija—mírala.
Se sentó en la silla y acercó a Shelby la bebé. Su piel era menos clara que la de su hermano, pero igual de hermosa. Ella no tenía ni un solo cabello en su cabeza.
—¿Cómo los llamaremos?
—Deberíamos nombrar a cada uno. Yo le pongo nombre a la bebé y tú al bebé, ¿Qué te parece?
—Me parece justo—corroboró ella.
—Tiene pinta de llamarse Keren—dijo él.
—Y él Adam—repuso ella.
—Entonces serán Keren y Adam.
—Keren y Adam—repitió Shelby, emocionada. Esa misma noche aquella habitación se llenó de felicitaciones y regalos. Caroline rompió a llorar al cargar a sus sobrinos. Gabbe reconoció que Egon tenía buenos genes, lo cual hizo enfurecerlo porque pensó que sería todo lo contrario, pero se relajaron con una cerveza a escondidas. Martha Beck se irritó porque no le dieron la satisfacción de ponerles un nombre, pero quedó complacida al saber que al menos no eran nombres horribles y les regaló un paquete de condones a los padres primerizos para que no tuvieran más hijos en poco tiempo.
—No me miren así—canturreó la anciana, riéndose—sé que en unos meses volverán a tener sexo candente, o probablemente en pocos días, y por eso les estoy dando los condones.
Shelby se ruborizó y Egon sintió demasiada vergüenza porque realmente la anciana tenía razón.
—Keren y Adam—repitió Thomas abrazando a Adam, cambiando el bochornoso tema—bonitos nombres.
—Gracias—agradeció Shelby.
—¿Qué se siente ser madre? —preguntó Austin.
—Se siente agotadoramente bien.
—Algún día nosotros también seremos padres—canturreó Thomas.
—Pensamos adoptar.
—Qué lindura. Tienen mi bendición.
Trenton, por su parte, se dedicó a mirar por la ventana con aire taciturno. Desde que Norman había muerto y había dicho que iba a ser padre, su sueño se convirtió en insomnio. ¿A qué se refería con eso? ¿Acaso Lola estaba embarazada también? «Sería el maldito colmo que Lola estuviese esperando un hijo suyo», pensó. El que notó su preocupación fue Gabbe. Días atrás habían charlado al respecto y Trenton le confesó su calvario.
—Si ella está embarazada de ese estúpido, entonces no vale la pena buscarla.
—Ella no tendría la culpa de absolutamente nada. ¿Acaso no te das cuenta que Norman era un loco y la pudo violar, dejándola embarazada?
—Sea lo que sea, yo no sé qué pensar.
—Entonces no pienses. Tranquilízate, vamos a encontrarla y ya verás que no está embarazada.
Y en ese momento, Gabbe también notó más su inquietud, puesto que era cada vez menos disimulado.
—Cambia esa cara o todos van a sospechar lo que te traes entre manos.
—Nadie va a impedir que yo vaya a Austria—susurró Trenton con irritación.
—No tienes el mismo entrenamiento que Egon y que yo; y si vas solo hasta allá, vas a morir—Gabbe le aclaró con seriedad—espera a que pasen algunos meses para hablar con Egon. Él está feliz ahora y no es justo que su felicidad se arruine pronto.
—Tienes razón—se pasó una mano por el cabello—está bien. Solo unos meses, nada más.
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