82
Inmediatamente, Lola percibió los ojos grises de Norman oscurecerse de ira. A la rubia ni si quiera le dio tiempo de ocultarse, puesto que él ya la tenía sujetada de un brazo y la arrastraba fuera de la habitación. Empero ella no luchó sola contra él, sino que las dos chicas la ayudaron a zafarse. Norman se enfureció todavía más.
—¡Ustedes no se metan, par de zorras! —espetó él, lleno de cólera. Lola temió más por la vida de ellas que de la suya.
—Tienes miedo ahora, ¿no? Norman. Ahora el imbécil que morirá serás tú—se burló Harper.
—Cállate, perra albina—lanzó un rugido y volvió a sujetar a Lola rudamente. Al final de cuentas, él terminó por apoderarse completamente de ella y empujó al par de chicas al suelo. Lola apenas y respiraba de la impresión. Sintió las manos de Norman en su espalda al tiempo que la arrastraba fuera de aquella habitación. Él, con los ojos cerrados por la exasperación, la empujó con fuerza a la pared en un sitio apartado y colocó ambas manos a cada lado de su cabeza, acorralándola—dime, por favor, que esa zorra albina ha mentido—carraspeó con los dientes apretados—dime que no es verdad.
—Es verdad.
—¿Estás loca o qué te pasa? ¿Sabes el problema en el que me has metido? —siseó, mirándola con odio, pero Lola sonrió con orgullo.
—La venganza divina ha llegado. Así que te vas a poder ir al infierno.
—Cállate—le dio una bofetada con tal fuerza que Lola miró todo negro y casi perdió el equilibrio, pero él la volvió a estampar contra la pared. Ella se sujetó la cara, reprimiendo las lágrimas—no te pongas a llorar. Tenemos que solucionar esto—señaló con los ojos el estómago de Lola.
—No pienso abortar para salvar tu trasero.
—Lo harás, aunque yo me muera, ese niño no va a nacer.
—¿Por qué no?
—Porque no y punto.
—No es una respuesta coherente.
—Escucha, Calvin, yo nunca en mi vida pensé en dejarte embarazada ni de lejos, así que no pienso morir solo por un asqueroso feto que hay dentro de ti. O buscamos la solución juntos o yo mismo te meto la mano y saco el producto sin importar que mueras y que se me pudra la extremidad. Tú decides.
—Le tocas un cabello a la chica y te meto esto por donde más te quepa, Norman—ambos volvieron el rostro a Roxanne, quién sujetaba un rifle cargado y detrás de ella estaba Harper sonriendo. El rubio puso los ojos en blanco.
—Tengo una charla pendiente con Marlon, continuaré más tarde contigo—la amenazó Norman y se apartó de Lola. Miró a las chicas y suspiró—a ustedes les hace falta sexo.
Dicho eso, las pasó empujando con el hombro. Cuando por fin lo perdieron de vista, ambas muchachas fueron a auxiliar a Lola. La rubia temblaba de pies a cabeza. La ayudaron a levantarse y la introdujeron de nuevo al dormitorio.
—Norman está más demente que nunca—gruñó Roxanne—pásame un chocolate que está guardado en la nevera y después prepara la bañera.
Harper le pasó el chocolate frío y entró al baño a arreglarlo. Lola le dio un mordisco a la tableta de chocolate y miró a la chica con aire dubitativo.
—¿Cómo saben hablar inglés?
—No soy de este apestoso país, cariño, soy de Florida. Y no hablo alemán, solo un poco.
—¿Y Harper?
—Ella es de Francia, pero domina perfecto el inglés, alemán, ruso e incluso el español y el sueco.
Lola entornó los ojos.
—Es una chica lista—Roxanne le regaló una sonrisa—vivir aquí no es tan malo.
—Entonces, si dices que estuviste embarazada, ¿dónde está tu hijo?
Roxanne aspiró profundamente y se llevó los dedos a las sienes.
—Aaron está por cumplir los diez años—respondió—él no está aquí porque Marlon lo envió a un sitio donde lo están entrenando. Él también formará parte de este escuadrón de sanguijuelas.
—¿Por qué? Él es tu hijo. Debe estar contigo.
—Todos los niños que nacen aquí, son enviados a ese lugar para ser perturbados. Falta alrededor de seis o cinco años para que vuelva a verlo y para ese entonces será un adolescente—había tristeza en su voz. A Lola le entristeció su situación—y el tuyo lamentablemente también irá a ese lugar—continuó diciendo Roxanne con pesar—pero es mejor a perderlo. Aaron me mantiene cuerda, la ilusión de volverlo a ver me hace soportar todo.
—¿A qué edad envían a los niños?
—A los seis años.
—Debió haber sido duro para ti dejarlo ir.
—No tenía opción.
—Ya está listo el baño—anunció Harper. Lola se levantó con ayuda de Roxanne y la condujo dentro.
—Si necesitas algo, grita. Estaremos afuera.
La rubia asintió y cerró la puerta con inseguridad. ¿Y si Norman entraba y la mataba? Le dieron escalofríos pensarlo; así que se aseguró de ponerse pasador y se desvistió. El baño era pequeño, pero bastante amplio para la bañera. No obstante, se dio cuenta que el lujo de tardar media hora metida ahí, no era considerable. Así que se apresuró a quitarse su fétido pantalón y lo lanzó al suelo. Se quitó cuidadosamente el suéter de Roxanne y lo dejó sobre el lavabo. En el despacho de Marlon, que estaba un poco retirado de donde ella estaba, Norman se hallaba inquieto, sin saber qué responder a lo que su jefe le decía. Era como si su mente hubiera abandonado su cuerpo por un largo rato.
— ¿Estás escuchando lo que estoy diciendo? —vociferó Marlon, dando un golpe brusco en su escritorio con el puño, captando la atención del rubio de ojos grises.
—Sinceramente, no.
—¿Qué tienes en la cabeza? ¿Estás loco o qué? —farfulló con rabia.
—Bien—dijo exasperado—repite lo que ha dicho, por favor.
—Por favor ni que por favor—siseó con cólera. Norman alzó las cejas con aburrimiento exagerado—ponme atención, maldita sea.
—Si quieres que te escuche, habla.
«Gabbe McCall»
—¡Dame la mano, Cassandra! —gritó Gabbe a todo pulmón, caminando al borde de una pequeña compuerta que se extendía a cielo abierto. El aire era tan fuerte que apenas lograba respirar y abrió levemente el ojo que tenía sano. Le había proporcionado los lentes especiales a Caroline para que ella pudiese tener mejor visión.
—¡Me llamo Caroline! —chilló ella, aferrada a la puerta sin tener intención de sujetarle la mano. Ambos se habían puesto paracaídas y Gabbe llevaba una mochila extra. Y cómo ya era de noche, no se miraba completamente nada.
—¡Perdón, Caroline! —gritó con más fuerza y sin pensarlo, se inclinó a ella y la jaló a su cuerpo—vamos a saltar juntos, ¿okey?
—¡No! —se negó horrorizada, pero estaba inmovilizada bajo su cuerpo—además mis padres están dentro y...
—¡Ellos pueden sobrevivir sin ti, te lo aseguro! —exclamó él al tiempo que le sonreía y la empujaba hacia adelante. De pronto, un grito de semejante horror y desesperación surgió de la garganta de Caroline, pero se cortó con el aire y la adrenalina. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo que su estómago y demás órganos se proyectaban a su garganta. Y sin previo aviso, las manos de Gabbe se cernieron sobre sus hombros y no se atrevió a abrir los ojos, solo sintió como él la enganchaba a su pecho— ¡no tengas miedo, mira la excelente vista! —le oyó gritar al chico. Ella negó con la cabeza, presa del pánico. Su corazón latía a mil por segundo y sabía que, si abría los ojos, le daría un ataque y Gabbe aterrizaría con su cadáver.
—¡No me hables! —gritó histérica y él rio— ¡vamos de picada directamente al mar!
—¡Santo Dios, el paracaídas no abre!
Aterrada, Caroline abrió los ojos y sintió vértigo. La oscuridad absoluta la mareó y gritó como una niña. Se aferró a las manos de Gabbe y cerró los ojos con fuerza. Iban en caída libre, sin detenerse, sin ningún obstáculo de por medio y ella quería morir. Deseó con todo su ser morir de un ataque al corazón en vez de ser devorada por tiburones o ahogada, pero una sacudida la hizo palidecer. Abrió los ojos con rapidez y notó que estaban a punto de impactarse en tierra firme. No había ningún rastro de agua y eso le aterró más.
—¡No! —chilló.
—Ya abrí el paracaídas, deberías disfrutar de la vista—le aconsejó Gabbe. Ya habían dejado de caer en picada y de moverse. Solamente flotaban en el aire, descendiendo poco a poco.
—Eres un maldito loco—se quejó, estresada y contempló la vista preciosa. Las luces de aquella ciudad les daba la bienvenida. Verdaderamente miró estupefacta el bello panorama, que incluso olvidó en qué situación se encontraba y esbozó una sonrisa involuntaria.
—Si mis cálculos no fallan, creo que estamos sobre Roma.
—¿Roma? —su corazón le dio un vuelco.
—Sí. Muy cerca de Austria; por lo que debemos darnos prisa y tomar el primer vuelo a Norteamérica.
—¿Con qué dinero, listillo? —ironizó la fémina.
—No soy un tonto, cariño. La mochila que traigo conmigo está repleta de euros y dólares, los suficientes para transportarnos libremente y sin necesidad de pasaporte, ya que, con sobornos considerables, todo se puede.
—¿De dónde la sacaste?
—Conozco el jet como la palma de mi mano y sé dónde Dorian guarda algún botín de dinero por alguna emergencia.
—Nos van a matar—siseó, iracunda. Gabbe puso los ojos en blanco y forcejeó con las cuerdas del paracaídas. Se desviaron hacia la izquierda y comenzaron a bajar más rápido. Sacudida tras sacudida, por fin aterrizaron en una zona despejada. Caroline ahogó un grito al sentir precipitadamente el suelo bajo sus pies. Gabbe se encargó de nivelar las cuerdas y empujó ocasionalmente a Caroline en lo que él se deshacía del paracaídas. Ella cayó de bruces al suelo y se quitó los asquerosos lentes y el chaleco. Se arrastró lo más lejos posible de él y comenzó a correr en busca de ayuda. Le dolía las piernas y le costaba continuar corriendo.
—¡Eh! —Gabbe la detuvo justo a tiempo, antes de que ella cruzara una calle de doble sentido sin si quiera poner atención a los coches. Caroline lo empujó lejos y retomó la marcha, ahora poniendo atención a la calle. Sentía el corazón martillándole el pecho y las costillas. No obstante, no sabía a dónde ir. Estaba en Roma. En otro continente, lejos de casa. Y quería llorar. ¿Cómo era posible que Shelby hubiera aguantado todo ese tiempo viviendo al lado de criminales? —Oye, ¿Qué te pasa? —Gabbe posó una mano sobre su hombro en cuanto ella dejó de correr para tratar de ubicarse.
—¡No me toques! —le gritó, atormentada. Pero él no apartó su mano. A pesar de que el desgraciado estaba golpeado, aun portaba energía y fuerza, algo que ella ni si quiera tenía y eso que no había recibido una golpiza.
—Mujer, vas a volverme loco—dijo él, con los dientes apretados—tenemos un objetivo. Salir de aquí y regresar a Nueva York, pero si sigues huyendo de mí a cada minuto, jamás saldremos, además, no lograremos hablar con Shelby.
—¿Por qué te importa tanto mi hermana? —se volvió a él con angustia. Gabbe se ruborizó tenuemente.
—Es mi amiga y me cae muy bien.
—Ella ya me contó que la besaste—dijo con los ojos estrechados—a sabiendas que estaba en una relación con Peitz.
—Por supuesto que estaba enterado de su noviazgo, es sólo que Shelby es única. Es decir, me cautivó desde un principio y yo la quiero.
—La quieres en el ámbito de pareja, ¿no? —arqueó una ceja con determinación.
—Por Dios, sí—asintió y esbozó una sonrisa—pero es más como mi amor imposible y platónico.
—Entonces deberías dejarla en paz. Ella está con Egon y tú debes ver otros horizontes.
Comenzaron a caminar tranquilamente por las calles, metidos en una charla muy interesante. Caroline se olvidó en dónde estaba y con quién.
—No soy un buen partido para muchas; pero, de algunas sí—dijo él, ajustándose las correas de la mochila en sus hombros. Le guiñó el ojo sano y ella meneó la cabeza en negación—solo que ciertamente no quiero tener una relación seria. Tengo veinte años, me falta por vivir.
—Si quieres vivir realmente, comienza por alejarte del mundo de la delincuencia.
—A ver—objetó Gabbe, rascándose el cuello, un tanto incómodo—míralo de otra forma: No me gusta mi empleo, pero tengo que trabajar. Es igual que muchas personas que trabajan en cosas que no les parece y, aun así, lo hacen. Por la necesidad.
—¿Qué tipo de necesidad puede tener un chico de veinte años? —repuso ella, incrédula. Él sonrió con un dejo de tristeza y se dispuso a patear una pequeña piedra mientras caminaba.
—Soy huérfano. Nunca conocí a mi madre y mi padre murió cuando yo tenía diez años. El padre de Shelby me ayudó desde entonces y soy lo que soy ahora gracias a él. Estoy siguiendo los pasos de mi papá.
A Caroline le dio un vuelco al corazón.
—Lo siento.
—No hay problema.
—¿Tu papá era criminal?
—Trabajó para Dorian durante mucho tiempo—se mordió el interior de las mejillas, sin mirarla—y te estoy contando mi vida para que sepas que no soy un mal sujeto—Caroline no supo que decir—a pesar de que no me gusta cometer actos ilícitos ni torturar, soy una persona tranquila, amigable y paciente, pero cuando llego al límite—sonrió—puedo llegar a ser igual o incluso peor que Egon.
—Uhmm... Lo dudo. Egon está loco.
—Yo también lo estoy; solo que mi personalidad amigable me ayuda más que la suya, ya que Egon no puede ser amigable porque la suya se lo impide. Por eso su rostro rara vez esta relajado y cada lluvia de estrellas verás en su boca una sonrisa—Gabbe rompió a reír y ella sonrió ligeramente.
«Egon Peitz»
Un par de días más tarde... pero aquellos cuyos días no los desaprovecharon en lo absoluto. Shelby y Egon se encontraron acostados en la cama de un hotel, muy cerca de Nueva York, pero muy lejos de Atlanta. Austin, Trenton y Martha estaban en otra habitación. La anciana había pedido una para ella sola y los otros chicos tuvieron que compartir una. En cuanto llegaron a ese pequeño hotel, Egon no perdió el tiempo y Shelby río cuando sintió sus manos desesperadas tratando de quitarle tontamente la ropa.
—Eh, tranquilo, cariño. No me iré a ninguna parte—bromeó Shelby cuando él tiró de ella hacia su cuerpo sin dejar de besarla en el cuello.
—No me quiero arriesgar—le respondió Egon, mordiéndole el cuello de la blusa, y tirando de la tela hasta romperla con sus propios dientes. Ella volvió a reír y él esbozó una sonrisa maliciosa. La primera noche apenas y durmieron. Y ahora, dos días después, tenía que hablar sobre la situación en la que se hallaban.
—Tu piel es muy suave, me encanta—Egon recorrió la silueta de la cintura de Shelby con sus dedos, muy lenta y cuidadosamente. Ella, avergonzada, sonrió y ocultó el rostro en el hueco que había entre el hombro y el cuello de Egon. Él no dejó de acariciarla de arriba abajo; con sus ojos negros puestos en ella—podrá pasar mil años y seguirás siendo mi perdición, Shelby.
—¿Por qué? Algún día mi cuerpo va a cambiar y también mi rostro—vaciló ella, mirándolo.
—Admito que al principio me enamoré de tu bella cara, pero al transcurso de los días, me di cuenta que no solo me gustaste físicamente, sino que... eh, me es difícil explicarlo y es vergonzoso.
—Te enamoraste de mi alma, no de mi cara.
—Exactamente. Tu alma es más bella que tu físico.
—No quiero que estos dos días de tranquilidad se esfumen—suplicó Shelby en un hilo de voz. Últimamente había estado demasiado sensible y a Egon se le rompía el corazón al verla triste—no quiero más desgracias. ¿Por qué no nos quedamos aquí para siempre? Podríamos cambiar de nombre y vivir en paz.
—Podemos hacerlo—añadió él con determinación. Shelby miró fijamente a sus ojos negros.
—Pero es complicado, ¿no? —replicó ella, y él asintió con pesar—por Gabbe, y mi familia.
—No quiero que sufras más, sé qué si nos quedamos, estarás triste por el resto de tu vida y yo realmente quiero terminar con todo esto—Shelby le echó los brazos encima y recargó su mejilla en el pecho desnudo de Egon.
—¿Crees que podremos rastrear a mi familia y a Gabbe?
—Explotaron la casa de tu amigo Black, y solamente ese chico tenía la capacidad de ayudarnos, Puppy—hizo una mueca—además, también destruyeron la casa de Martha, pero creo que ahí todavía cabe la posibilidad de encontrar algo útil. Sólo es cuestión de ir y echar un vistazo.
—¿Cuándo?
—Cuando tú lo desees.
—¿Podemos ir mañana?
—Sí, mi bella dama. Mañana iremos—la besó en la sien y ella cerró los ojos. Minutos después, al disponerse a dormir una siesta en plena mañana, un sonido mezquino inundó la habitación, sobresaltándolos a los dos. Egon frunció el ceño y se apartó suavemente de Shelby en busca del aparato que sonaba.
—¿Un teléfono?
—Es extraño. Ha estado apagado desde ayer—arqueó una ceja y comenzó a buscarlo entre su ropa. Sacó el pequeño aparato y en la pantalla decía: Llamada perdida. ¿Encender teléfono? Batería baja.
—¿Y bien? —inquirió Shelby, deslizándose fuera de la cama completamente desnuda al igual que él.
—Tengo que cargarlo para saber quién llamó—Shelby se situó detrás suyo y lo abrazó mientras él conectaba el teléfono.
—¿Quién crees que haya llamado?
—No lo sé—Egon se mordisqueó el pulgar esperando a que la pantalla encendiera—espero que haya sido alguien que esté de nuestra parte.
—¿No pensarás que se trata de Marlon, o sí? ¿O de Norman?
—O de tu padre—repuso él, con ansiedad.
—Supongo que también él pudo habernos llamado—Shelby soltó un suspiro de derrota y enterró su cara en la espalda ancha y firme de Egon para perderse en su aroma tan masculino que tanto amaba. Y cuando él se dio la vuelta para abrazarla, el teléfono comenzó a sonar nuevamente—contesta—le instó Shelby. Egon asintió y de inmediato cogió la llamada.
—¿Diga?
—Hola, Egon—los vellos del cuello se le erizaron al recién mencionado y apretó la mandíbula—tiene días que no nos vemos, ¿verdad, querido primo?
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