68
Shelby entró junto con Thomas a una de las camionetas que les indicó uno de los sujetos y esperó sentada en el interior con los ojos puestos en la calle, en busca de Egon. Sintió que el corazón se comprimía dentro su pecho y sangraba a borbotones. Miró con desprecio a Gabbe mientras se acercaba a donde ellos estaban y cuando se deslizó al asiento de adelante, ella le volteó el rostro cuando él atrapó su mirada.
—¿Por qué demonios Egon nos ordenó venir contigo? —preguntó ella con rabia. La camioneta se puso en marcha y Shelby vio por última vez el Jetta de Egon y el Tsuru de Martha aparcados en el hotel.
—Tengo que llevarte a casa—respondió Gabbe, haciéndole señas a otros sujetos para marcharse lo antes posible. El chico no conduciría, sino uno de los hombres armados.
—¿Mi mamá te contrató para venir a buscarme? —se sorprendió ante la idea.
—Algo así. Lo importante es que estás a salvo—hizo una mueca y se acomodó en el asiento, mirando al frente.
—Ahora entiendo todo. Fue una maldita trampa—gruñó, encolerizada. Thomas había tenido razón desde un principio de no confiar en él. Pero la estupidez ya estaba hecha. No había vuelta atrás, juntó las cejas y suspiró, pensando en Egon y en Austin. Y por supuesto, también en Martha. Sin embargo, Thomas yacía mirando por el cristal oscuro las calles y sujetando a Shelby de la mano con ternura y protección. Todo era tan confuso. Tan estúpido. Tan desagradable. La idea de no ver a Egon le angustiaba. No quería perderlo. No a él. Al fin había encontrado un verdadero motivo para olvidar por completo su instinto suicida..., distraída, mientras sus ojos miraban los edificios y casas de la ciudad de Boston, comenzó a frotarse las cicatrices de las muñecas en las que semanas atrás se había cortado y sintió un ligero ardor y dolor en esa área, pero no le importó, incluso ese malestar ocultaba lo que su corazón sentía en ese preciso momento.
—No lo hagas—dijo su amigo, mirándola con desdén y le apretó la mano para que no siguiera lastimándose—Martha también me contó el accidente y al fin supe por qué faltaste más de una semana a clases. Por favor, no lo hagas más.
—Es inevitable no hacerlo. Yo necesito concentrarme en otra cosa que no sea Egon, no puedo estar sin hacer nada.
—Lastimándote a ti misma no solucionas nada.
—Tal vez no, pero calma mi dolor interno.
Su amigo arrugó el entrecejo y la abrazó con fuerza, teniendo una de las manos de Shelby bajo la suya, evitando que continuara hiriéndose. Y lo que ninguno de ellos se dio cuenta era que, Gabbe, los observaba a través del espejo retrovisor. Sus ojos azules como el cielo, pero con un toque eléctrico, y miraban fijamente a la chica de ojos mieles cristalizados por las lágrimas que él mismo había provocado, con fascinación y que se hallaba en los brazos de un chico con gafas y ojos verdes, quién tenía mejor suerte que él. Apretó los labios y decidió mandarle un mensaje de texto a Dorian Tyler sobre los hechos.
"Sr. Tyler. Su hija ya está conmigo sana y salva. Egon Peitz escapó antes de que pudiéramos atraparlo."
Guardó el teléfono en su chaqueta y recargó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos sin dejar de escuchar la respiración de Shelby Cash, que poco a poco iba disminuyendo y a desacelerarse. Era solo cuestión de tiempo para que esa chica olvidara a ese idiota y viviera la vida normal que se merecía. Él ya sospechaba que ella sufría de algún tipo de trastorno o problema que la había orillado a refugiarse en brazos de un homicida demente. Pero se sorprendió enterarse que la chica sufría instintos suicidas, y que su jefe ni si quiera se le ocurrió contárselo para tener un poco más de paciencia con ella, ya que bien pudo haberse suicidado con tal de que no dañaran a su querido novio asesino. La idea le perturbó y continuó con los ojos cerrados. Pese a saber que ella amaba locamente a ese sujeto demoníaco, Gabbe tenía la corazonada de hacerla cambiar de parecer para que se diera cuenta que no encajaba en ese mundo lleno de sangre, muerte y tortura. Gabriel McCall no la conocía en lo absoluto, pero le resultaba muy guapa y dulce. A pesar de ser hija de su jefe, nada le impedía ser caballeroso y atento con ella. Además, le había dado su palabra a Peitz de no enamorarla, aunque, a decir verdad, era imposible no querer gustarle a esa chica de mirada triste y alma desamparada. Le recordaba con vaguedad a su propia infancia, en el que era totalmente ignorante con respecto al trabajo de su padre y al final de cuentas, resultó trabajar para el mismo jefe narcotraficante al que su progenitor le sirvió durante quince años. Salió de sus pensamientos al sentir la vibración del teléfono en su pecho. Abrió los ojos y leyó el mensaje de texto que Tyler le había enviado.
"Buen trabajo, Gabbe. Ahora dirígete a donde te indiqué hace unas horas. Shelby tiene que seguir pensando que yo no tengo nada que ver. EGON PEITZ no puede ir muy lejos, ahora no te preocupes por él. Lleva a mi hija a salvo, por cierto, ¿Ella está sola o tiene a alguien más consigo?"
A lo que enseguida el chico respondió:
"Está con un chico, dice ser su amigo. Es inofensivo y creo que es homosexual, pero se ve que quiere mucho a su hija. ¿Qué hago con él, señor? ¿Lo mato?"
Dorian Tyler tardó unos minutos en responder.
"No. No lo mates. Shelby necesita compañía en el sitio donde vas a llevarla. Mantenlo vigilado, eso es todo. Me comunicaré contigo en un par de horas."
Gabbe arqueó las cejas y volvió a guardar el artefacto en su chaqueta. Retomó la misma posición y cerró los ojos. El que conducía ya sabía a donde tenían que ir: Atlanta. Y ya llevaban una hora de camino, y para llegar a su destino, eran casi diecisiete horas.
—¿A dónde nos llevan? —la pregunta que hizo Shelby de repente hizo que Gabbe abriera los ojos, desorientado.
—Atlanta—respondió el que conducía con voz dura.
Thomas entornó los ojos y miró a las demás camionetas por encima del hombro, que iban escoltándolos.
—¿Qué? ¿Atlanta? No, yo quiero ir a casa con mi madre. Déjame llamarle—Shelby se inclinó hacia adelante y lo sujetó del hombro con mucha fuerza. Gabbe le palmeó la mano y ella se apartó rápidamente.
—No. Tengo órdenes exactas de llevarte a Atlanta con tu amigo. Allá podrás comunicarte con ella.
—¿Por qué Egon te confió nuestras vidas? —inquirió ella, con desasosiego.
—Hablamos sobre el asunto de tu seguridad y llegamos a un acuerdo—respondió él, sin querer entrar en detalles, ya que el sujeto que conducía estaba muy atento—escapó antes de que yo pudiera apresarlo, y al menos en lo que pudimos hablar, le dije que no saldrías herida con todo esto.
Shelby iba a replicar, pero Thomas le envió una mirada de "cállate, no es el momento de hablar" y después señaló al que conducía con la barbilla. Ella comprendió y cerró la boca. Miró a todos lados y de pronto sus ojos se encontraron con los de Gabbe y bajó la vista enseguida. Dos horas después, cuando ya se hallaban en plena carretera libre, Gabbe se revolvió incómodo en su asiento. Y notó que Shelby se mordía los labios, deseosa de hablar. Pero no podía porque no estaban solos.
—Derek, amigo—dijo Gabbe, acaparando la atención de todos, incluso el sujeto volteó a verlo— ¿por qué no dejas que yo conduzca y te vas en otra camioneta? Es decir, necesito hablar con ellos sobre lo que tú ya sabes que me ordenaron.
—No sé si sea buena idea, puede que su novio homicida lo haya planeado e intenten matarte. Lo mejor es que yo siga aquí, conduciendo y viendo que todo esté bajo control.
Gabbe miró de hito en hito a Thomas y a Shelby y les guiñó un ojo, dejándolos perplejos.
—Derek, se supone que yo encabezo esta misión. Y puedo llamarle a nuestro jefe y contarle que no quieres obedecerme.
—Solo estoy protegiéndote, hijo.
—No lo hagas, puedo yo solo. Además, estrellaré esta camioneta si ellos intentan algo, ya sabes mi lema: "Si he de irme al infierno, los llevo conmigo".
Aquellas palabras hicieron sonreír al sujeto y suspirando, asintió. Comenzó a reducir la velocidad y a orillarse en la carretera.
Las demás camionetas hicieron lo mismo y tanto Derek y Gabbe, descendieron del vehículo para hablar con los demás. Shelby miró preocupada a Thomas.
—¿Qué crees que planea hacer con nosotros? —susurró ella.
—Lamentablemente no tengo idea, pero yo estoy aquí contigo y tendrá que pasar primero por mi cadáver antes de hacerte daño—gruñó y se acomodó los lentes. Sus ojos verdes estaban fijos en la espalda de Gabbe. Shelby aplastó su mejilla en el pecho de su amigo y él la cubrió con sus brazos todo el rato que Gabbe hablaba con los otros sujetos. Ella se atrevió a echar un vistazo después de quince minutos de espera y se percató que Gabbe discutía con todos esos hombres, pero el chico de ojos azules en ningún momento titubeó o se doblegó. Y cuando pensaba que continuarían parloteando, Gabbe negó con la cabeza y se dio la vuelta precipitadamente en dirección a ellos, alzó una mano y la sacudió de un lado a otro. En sus labios había una sonrisa traviesa y maliciosa. Lo observaron subirse al asiento detrás del volante con agilidad. Se abrochó el cinturón y puso en marcha la camioneta sin esperar a los demás.
—¿Se puede saber qué es lo que has hecho? —preguntó Thomas.
—Ahora ya podemos hablar con calma—agregó Gabbe, relajándose en el asiento. La manera en la que conducía la camioneta, era similar a la de Egon. Ambos se relajaban en sus asientos sin despegar el pie del acelerador.
—¿Sobre qué? —siseó con rabia. Shelby seguía demasiado molesta como para hablarle educadamente.
—Egon y yo hicimos un trato—comenzó a decir, dejándola más perpleja. Thomas juntó las cejas con indignación—me pidió que lo ayudara a escapar, pero con la condición de cuidarte. Como a él también lo buscan otras personas, no podía llevarte consigo, por lo que aceptó dejar que vinieras conmigo porque, seamos sinceros, yo puedo cuidarte mejor que él.
Se rio de su propio chiste, sabiendo que a ninguno de ellos le haría gracia. Shelby solo le dirigió una gélida mirada por medio del retrovisor y él ensanchó su sonrisa.
—Me da la impresión que conoces a Egon.
—Conocerlo no, pero ya lo había visto con anterioridad—dijo y se puso serio.
—¿En dónde? —una chispa de curiosidad se plasmó en el rostro de Shelby.
—Solo lo he visto y ya—carraspeó entre dientes y se quedó en silencio.
—Eres un tipo...
—... ¿raro? ¿comprensivo? ¿guapo? —la interrumpió, volviendo a sonreír. Thomas puso los ojos en blanco y se acomodó para echarse a dormir. El sol estaba en su mejor punto y de no ser por el aire acondicionado y los cristales oscuros, se hubieran asado. Shelby bufó y se cruzó de brazos.
—Eres parecido a Egon—observó ella.
—No soy parecido a él—se defendió Gabriel, un tanto molesto—yo no estoy loco. No me da placer matar personas.
—¿Qué sabes tú de eso? —le espetó.
—Deberíamos poner la radio—cambió de tema abruptamente y la encendió.
Manipuló el estéreo hasta que la dejó en una emisora donde justamente comenzaba una canción. Shelby la reconoció de inmediato. Era Everybody's Changing de Keane. Una banda de muy buenas canciones y apretó los labios. Y solo porque esa canción era de sus favoritas; se dispuso a escucharla en total silencio. Le asombró ver que Gabbe cantaba entre dientes la canción y sintió escalofríos. ¿De dónde demonios había salido ese chico? Y quedó lívida cuando él atrapó su mirada de nuevo en el espejo, sin intención de soltarla.
—¿Por qué no te pasas al asiento de adelante? —le preguntó en medio de la canción—me siento como chófer de alguna limusina que lleva a una bella princesa a su destino.
—¿Bella princesa? —él asintió y ella se echó a reír.
—Mal chiste, lo sé, pero como tu amigo ha quedado dormido, no creo que quieras estar ahí sola. Mejor hagámonos compañía mutuamente.
La canción seguía sonando y Shelby se mordió el pulgar, pensando. Si Egon había pensado que Gabbe era de fiar, entonces no tenía nada que temer, además, ella sabía pelear y disparar por si el sujeto quería pasarse de listo. Con ayuda de Gabbe, Shelby se pasó al asiento de adelante y notó que la mano de él aún seguía sobre la suya y se apresuró a soltarlo, pero el chico ni si quiera pareció darse cuenta de ello porque estaba mirando al frente y cantando en voz baja.
—¿Te gusta Keane? —le preguntó Shelby con timidez. Él asintió sin verla— ¿desde cuándo?
—Solo me gusta esta—señaló el estéreo y la canción acabó. El ambiente volvió a tornarse incómodo. Comenzó una canción de Robbie Williams, Tripping. Y también Gabbe comenzó a cantarla con voz un poco más alta y Shelby rodó los ojos sin dejar de mirarlo. Su perfil era distinto al de Egon, más porque la piel de su nariz, mejillas y parte de su cuello estaba teñida de pequeñas pecas cafés, que resaltaban más el color de sus ojos.
—Comienzo a pensar que no es la radio y que has puesto un CD.
—Compruébalo por ti misma. No tengo CD's conmigo—se encogió de hombros—me encanta mucho escuchar música y por lo mismo es que me sé algunas.
Shelby arqueó ambas cejas y asintió sin saber que añadir.
—Necesito ir al baño—murmuró, luego de unos segundos, sin nada de vergüenza. Quería que Gabbe se sintiera mal por haberla raptado. Y cerca de sentirse mal, él sonrió.
—Hay una gasolinera a unos diez kilómetros, ¿podrás aguantar?
—Eso creo—asintió y se cruzó de piernas. El sol seguía en su mejor punto y le quemaba la piel a pesar de estar dentro del auto. Shelby hizo una mueca y chasqueó la lengua con irritabilidad.
—Serán muchas horas de camino, Shelby—le oyó decir y ella sintió raro que hiciera mención de su nombre con tanta confianza después de semejante situación—y será mejor que pongas buena cara.
La canción de Robbie Williams finalizó y enseguida comenzó la de Lean On. Solo conocía el nombre y la música al estilo hindú. Se relajó un momento con el ritmo y por poco se atacó de la risa al ver a Gabbe comenzar a mover los brazos al ritmo de la canción, imitando a las chicas del vídeo. Soltaba el volante con frecuencia y sonreía lobunamente mientras la miraba. Le guiñó el ojo y siguió moviéndose. ¿Acaso ese chico tenía tantos secretos ocultos? No paraba de sorprenderla y eso que apenas acababan de conocerse. Tenía un sentido del humor muy extraño. Y por un momento, se olvidó por completo de Egon Peitz. Lo cual no era buena señal. Gabbe McCall no había aparecido en su vida por casualidad.
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