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64

—¿Qué hicieron todos estos días mientras no estábamos? —preguntó Austin como quién no quiere la cosa. La mirada meticulosa que les envió a Shelby y a Egon fue muy notoria, que incluso Martha rio y Thomas ahogó una risa nasal. Mientras que Shelby permanecía inmóvil con las mejillas sonrojadas, todos se encontraban comiendo un helado en un parque, refrescándose.

—Estuvimos haciendo de aquello, de lo otro y otras cosas más—canturreó Egon, bromeando. Y miró a Shelby con ternura.

—Estuvimos descansando, Austin—respondió Shelby, lamiendo su helado con nerviosismo.

—¿Descansando? —Austin elevó las cejas y sonrió pícaramente—claro, descansando. Solo que no quiero ser tío muy deprisa.

—No, todavía no—le aseguró Egon riéndose y Shelby se dedicó a comer su helado sin levantar la mirada. Martha le dio una palmada en el brazo y sonrió.

—Tenían que ser hombres—dijo. Y Shelby estuvo de acuerdo con su comentario. Regresaron al motel pasada las nueve de la noche. Egon y Martha llegaron a un acuerdo: Tanto la anciana y Shelby dormirían juntas en una habitación a partir de ese momento y Egon, Austin y Thomas en otra. Los tres juntos. A pesar de que Egon sabía la orientación sexual del nuevo miembro de la familia, no le molestaba en lo absoluto compartir la cama con él. A Austin le resultaba un poco incómodo, por lo que se apoderó de una sola cama para él solo. Shelby y la anciana se acoplaron a la perfección; pero como aún era temprano, no tenía sueño. Al menos Shelby no. La anciana sí.

—Voy a dormir, estoy agotada. Este cuerpo ha dado mucho por hoy—informó Martha, presa del sueño.

—Duerme, yo estaré un rato más despierta.

La anciana asintió y se tumbó en la cama, envuelta en sus propias sábanas. Por lo tanto, Shelby encendió la tv a un volumen moderado. De pronto un ligero "Toc, Toc" en la puerta captó su atención. ¿Quién podría ser? Apagó la tv y se puso una sudadera que utilizaba para dormir y abrió una pequeña parte de la puerta sin quitarle la cadena que aferraba la entrada desde el umbral.

—Puppy, sal.

Parpadeó con la cabeza ladeada y miró a Martha, quién ya estaba a punto de entrar a su tercer sueño.

—No quiero dejar sola a Martha—susurró, mordiéndose los labios, pero los ojos de Egon la volvían loca.

—¿Te preocupas por Martha, una anciana que en su juventud fue una asesina serial, muy buena en su labor? Shelby, ella va a estar bien; siempre duerme con un arma a la cintura.

—¿En serio?

—Revisa su cintura si no me crees—la tentó con una sonrisa lobuna.

—Te creo.

—Entonces ven, vamos a dar una vuelta.

—¿Qué hay de los chicos?

—Comparto la cama con Thomas y no tengo sueño, además, no quiero que me abrace, prefiero caer rendido sin saber si formaré parte de su almohada durante la noche—hizo una mueca y la animó a salir con la barbilla—vamos. Estás a salvo conmigo, ya lo sabes.

Una sonrisa brillante apareció en los labios de Shelby y suspiró.

—A ti no te puedo negar nada; sólo dame un segundo para ponerme los tenis—le quitó el seguro y lo dejó pasar. Cuando Egon se deslizó dentro, se sentó a los pies de la cama, mirando dormir a Martha relajadamente—listo, vamos—dijo Shelby y él asintió. Una vez estando afuera, Shelby logró verle el atuendo de Egon: Jeans negros, su chaqueta negra de cuero y por debajo de ella traía puesta una playera gris. Estaba vestido como para posar para una revista de glamour y ella... ella estaba como para pasar de desapercibida en la calle pareciendo una vagabunda— ¿por qué estás vestido así? —preguntó cuándo él la condujo al Jetta, que estaba detrás del Tsuru de Martha.

—Tenía que ponerme algo de ropa, ¿no? —sonrió de lado y le quitó la alarma al coche—sube.

—¿Qué? Espera, ¿A dónde vamos?

—A donde tú quieras, Puppy. Esta noche quiero perderme contigo en la oscuridad.

Shelby sintió una emoción ridícula en su interior. Le gustaba demasiado estar a solas con él; pero ahora que Martha y los chicos habían llegado, estaba segura que no tendrían muchos espacios íntimos, por lo que se apresuró a subir, ignorando por completo el pijama que traía encima. Se abrochó el cinturón de seguridad y mirando fijamente al chico que tenía a su lado, se introdujeron a la oscuridad de la ciudad. Sin rumbo. Sin preocupaciones. Solo con el ahora plasmado en sus mentes. Al día siguiente, Martha despertó con mucha pereza y se percató que Shelby no estaba con ella, pero no se preocupó, después de todo esa muchacha desaparecía siempre de vista y sabía que en donde quiera que se hallara, Egon estaría a su lado; cuidándola. Se levantó de la cama, y rascándose su cabellera cana, entró al baño, pero, alguien llamó a la puerta y miró con irritación la hora del reloj de pared que estaba instalado en la pared: 7:00 am. ¿A quién demonios se le ocurría ir a molestar a esa hora? Fastidiada, se dirigió a la puerta y se encontró con Austin. Sus ojos estaban inflamados y su cabello estaba desaliñado a causa de haber despertado.

—¿Sabes algo de Egon? —preguntó sin darle los buenos días. La anciana se dio la vuelta, dejándolo de pie en la puerta y se dirigió de nuevo al baño—es en serio, Martha. Egon no pasó la noche con nosotros.

—Tampoco Shelby—le informó ella al chico, encogiéndose de hombros. Se dedicó a buscar algo entre sus cosas y entró por fin al baño.

—¿Crees que los dos hayan huido de nosotros? —preguntó Austin, pegando su oreja en la puerta del baño donde Martha estaba.

—Hablaremos de ese asunto como gente civilizada, ahora apártate de la puerta y deja que haga mis necesidades tranquilamente.

Austin; dándose cuenta de su insistencia, se apartó rápidamente del baño y se sentó en la cama a esperarla. Y como la puerta de la habitación había quedado abierta, apareció Thomas con el ceño fruncido. Su cabello estaba extrañamente ordenado, cosa que le perturbó un poco a Austin. ¿Cómo podía tener un cabello tan perfecto?

—¿Qué ocurre? —preguntó Thomas, tomando asiento en el otro extremo de la cama.

—Tal parece que Shelby y Egon no pasaron la noche aquí.

—¿Bromeas? —se mostró sorprendido.

—No. Quizás se fueron de antro.

—Quizás querían pasar un momento a solas—murmuró Thomas y Austin rio. Los dos chicos rieron entre dientes, al tiempo que Martha salía del baño con el rostro húmedo y bien despierto.

—Bien, ahora sí. Díganme que pasa con ese par de tortolos.

—Nada, es que es extraño que ambos no durmieran aquí, es decir, acabamos de llegar nosotros y no es justo que huyan—Austin hizo pucheros y se cruzó de brazos.

—Hemos invadido su privacidad y es lógico que quieran seguir compartiendo las noches juntos—argumentó Martha con seriedad—cuando ustedes encuentren a su pareja, sabrán de lo que hablo.

—¿Y qué pasa si no la encuentro nunca? —interpuso Austin.

Martha miró como Thomas miraba a otra parte con incomodidad y algo de decepción.

—Quizás solo te falta abrir más los ojos, puesto que, es probable que ya hayas encontrado a tu pareja, solo que aún no la has logrado identificar a través de esa maraña de tonterías que posee tu cabeza.

—Si mi pareja estuviera aquí, créeme que ya lo sabría—graznó.

—En fin, cuando abras los ojos, no saldrás de la sorpresa al saber de quién se trata—se encogió de hombros.

—¿Qué chica se fijaría en mí en estos momentos? —preguntó el gemelo, incrédulo.

—¿Y quién te ha dicho que tu pareja es una chica? —le espetó la anciana.

—No puede ser un chico, es ridículo—rodó los ojos con ironía.

—Uno nunca sabe—le advirtió ella y le guiñó el ojo a Thomas, quién la miraba con un dejo de esperanza en los ojos.

—¿Acaso hay una reunión aquí?

Todos volvieron el rostro hacia la puerta y vieron a Egon sonriendo genuinamente con Shelby colgada sobre su espalda. Ambos estaban muy sonrientes y con el cabello despeinado a morir. Egon ya no tenía su chaqueta ni ella su sudadera. Austin estrechó los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándolos acusadoramente.

—¿A dónde fueron anoche ustedes dos? —siseó Austin y Egon frunció el ceño. El tono de Austin no le agradó en lo absoluto. Shelby se deslizó de su espalda y arqueó las cejas.

—¿Tengo que darte explicaciones sobre lo que hago con mi vida, eh, chico? —se acercó a Austin lo suficiente para empujarlo— ¿acaso eres mi padre o qué?

Austin se sobresaltó al retroceder momentáneamente y estuvo a punto de caer, pero Thomas lo sujetó.

—No, yo solo... —balbuceó con nerviosismo. Shelby detuvo a Egon del brazo; ya que se proponía a empujarlo otra vez.

—Egon, tranquilo.

—Hey, tranquilo, Peitz—carraspeó Martha, con los ojos en llamas. Thomas miraba la escena desconcertado.

—Jamás en tu vida vuelvas a referirte a mí o a Shelby de esa manera; ¿okey? —gruñó Egon, fulminando con la mirada al gemelo. Todos, absolutamente todos, excepto Egon y Austin, intercambiaron miradas de desasosiego.

—El chico solo estaba preocupado por ustedes, bájale tres rayas a tu mal humor, bicho—masculló Martha y Egon apretó los puños, apartándose de Austin, quién retenía el aliento.

—Escúchenme con atención, todos—señaló Egon a cada uno de ellos, incluida Shelby—a mí no me hablen con un tono de voz elevado ni mucho menos me pidan explicaciones de mis actos. Soy libre de hacer lo que me plazca y nadie tiene que saber a dónde voy.

—¿Ni si quiera yo? —preguntó Shelby, débilmente.

—Contigo es diferente. Yo no voy a ninguna parte, a menos que sea contigo.

Hubo un momento de silencio. Los ojos de Thomas se movían de un lado a otro, esperando a que alguien se dignara a cambiar de ambiente; ya que era obvio que había comenzado a salir corazones del cuerpo de Egon y Shelby. El amor le picaba en la nariz y sintió ganas de abrazar a Austin y besarlo. Obviamente no lo haría, pero ganas no le faltaban. Además, tanto el gemelo y Martha, se dieron cuenta de las miradas románticas que ambos se dirigían.

—Estoy consciente que lo último que dijo Egon fue muy cursi, ¡Pero vamos! Nosotros somos criminales, no es hora de amor. Es hora de hacer lo que nos identifica—interpuso Martha, con rigidez.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Egon, cortando el contacto visual con Shelby. Ella también prestó atención a la anciana.

—¿Quieren estar unos días tranquilamente aquí? —preguntó Martha y asintieron—bueno, entonces hay que dejar pistas erróneas en otra ciudad para que el jefe de Egon se confunda y no logre encontrarnos hasta cuando estemos muy lejos, ¿qué les parece?

—¿Qué tipo de pistas? —inquirió Austin, muy interesado.

—Cuerpos mutilados, tiroteos, robos, etc. Lo que Egon está acostumbrado a hacer, y vamos a despistar a ese cretino, de tal manera que no sabrá en donde buscarnos—sonrió Martha, fríamente. La idea de volver a matar a alguien la emocionaba— ¿qué les parece?

—¿Cuándo sería eso? —cuestionó Egon con las cejas juntas—no podemos ir todos juntos, además, hay dos de nosotros que no están acostumbrados a ir a ese tipo de cosas y tampoco pueden quedar solos.

—Esta misma noche partiremos—alardeó la anciana—quiero descansar plenamente los próximos días y cuanto antes lo hagamos, mucho mejor—se rascó la barbilla, pensativa—Shelby y Thomas pueden quedarse los dos solos. Regresaremos mañana a primera hora sin ningún problema, aparte ella sabe disparar.

—¿No crees que eso es mucho? Es decir, no hay necesidad de hacerlo...

—Egon, los dos sabemos que ese cretino tiene muchas personas en estos rumbos y pueden atacarnos en cualquier momento, yo sé de eso. Y si queremos despistarlos, debemos usar la estrategia. El camuflaje. La inteligencia que poseemos.

—No quiero dejar a Shelby sola aquí—sentenció Egon.

Shelby entrelazó una de sus manos con la suya.

—Estaré bien, Egon. Thomas y yo estaremos bien—le aseguró la chica—sé defenderme. Ve con Martha y Austin, aquí estaremos esperándolos.

—¿Estás segura que quieres que vaya? —había algo de temor en su voz. Egon sentía un extraño estremecimiento en el cuerpo que lo hizo dudar más.

—Si es lo que puede ayudarnos a estar tranquilos en más días, sí. No quiero que vayas, por supuesto, pero será una noche. Harán lo necesario y volverán.

—La idea no me gusta—contradijo e hizo una mueca.

—A mí me parece bien, me servirá para seguir ideando las maneras de torturar a Norman—terció Austin golpeando su puño con la palma. Thomas solamente lo miró boquiabierto. Egon rodó los ojos y suspiró.

—De acuerdo, bien. Iré a esa "estrategia"—dijo Egon, haciendo comillas con los dedos—pero solo una noche y a pocas personas.

—Yo quiero matar a tres—canturreó la anciana, excitada. Shelby jamás la había visto tan contenta y emocionada. Después de todo, para Martha, matar a una persona era como matar a una hormiga. Nadie lamentaba asesinar a ese diminuto animal. Y ella nunca lamentaría matar a alguien. Degustaron comida tailandesa, idea de Thomas, quién se ofreció a pedirla por teléfono y la recibió en la recepción. Pagó al encargado de la comida y regresó a la habitación donde todos preparaban algunas cosas para la "estrategia".

—Tienen que comer al menos algo antes de salir—dijo Thomas, con precipitación al ver que los planes habían cambiado. Ya no se irían en la noche, sino en ese momento, a las 4 de la tarde. Shelby tampoco estaba de acuerdo, pero no objetó nada, porque ya sabía que contradecir a Egon era como regañar a una bombilla por haberse fundido. Imposible y peligroso. Egon siempre utilizaba ropa extremadamente atractiva que lo hacía lucir el triple de guapo de lo que era y eso significaba que habría otras chicas que lo mirarían con asombro, pero ella confiaba en él plenamente, por lo que no se puso celosa, e incluso le ayudó a ajustar su cinturón. Austin fue el único que se dignó a probar bocado mientras que Thomas le arreglaba el cuello de la camisa gustosamente en la cama. Y Martha.... Martha se había puesto un pantalón negro de cuero que le quedaba sumamente tallado y una capucha del mismo color, pero de poliéster. Se había recogido su pelo cano en una cola de caballo. Se puso maquillaje en el rostro y quedó totalmente irreconocible. Se había quitado alrededor de veinte o treinta años de encima. Parecía una anciana jovial.

—Quedaste muy guapa—la elogió Egon, sonriendo.

—Lo siento, Egon, este cuerpo tan sexy no es apto para ti.

Y todos soltaron carcajadas hasta reventar. Martha eran buena contando chistes sobre su persona y por eso Shelby comenzaba a quererla. Cuando se despidieron de los únicos dos que quedarían, Egon apartó a Shelby de los demás hacia un sitio más privado. Ella quedó hipnotizada por su hermoso cuerpo y sus bellos ojos que la miraban con ternura. No podía creer que antes esos ojos la miraron con desprecio y rabia.

—Mañana temprano estaré de vuelta contigo, Shelby—argumentó en un siseo—hay varias armas en la habitación que puede servir de mucho si algo pasa, ya sabes cómo disparar: respirar hondo y relájate. Dispara primero a los pies para asustarlos y después a los brazos. Con eso bastará para que puedas identificarlos, ¿okey?

Ella asintió.

—No dudes en llamarme si ves algo sospechoso más tarde, ¿de acuerdo?

Ella volvió a asentir.

—Y quiero que...

—Ya entendí. Relájate, Egon. He estado sola y no me ha pasado nada—sonrió y él se inclinó a ella, acunando su rostro en las manos—cuídate tú. No toleraría perderte en una misión tan fácil como esa, ¿bien?

Él asintió y le pasó un dedo por toda su mejilla hasta llegar a la mandíbula.

—Anoche fue una velada hermosa, quiero que se repita—besó ligeramente sus labios y comenzó a caminar de regreso al Jetta donde lo esperaban.

Shelby se reunió con Thomas y juntos vieron el auto marcharse hacia el corazón de la ciudad.

—¿Vamos adentro? —preguntó Thomas—la comida ya debe estar fría.

—Adelántate, voy en un minuto.

—Está bien—asintió y Shelby lo vio dirigirse a la recepción. Se acomodó sobre el cofre del coche de Martha y miró el cielo. Estaba nublado y no había rastro del sol, solo había nubes. Le molestaba mucho no poder formar parte de Martha, Austin y Egon; pero era necesario que no fuera, porque después de todo, ella no estaba realmente preparada para ejecutar los mismos trabajos de ellos y quizás con el tiempo lo lograría. Suspiró contrariada y se levantó del vehículo. Miró una vez más por donde Egon se había marchado y regresó al motel. Comió entre risas con Thomas, mirando la televisión y lanzándose comida a la cabeza a cada minuto. Y, en resumen, casi no comieron, solo jugaron. Su amigo era un amor de persona, no cabía duda.

—De seguro nos extrañan en la Universidad—bromeó Shelby, lavándose las manos.

—Nos aman—replicó él, con orgullo—somos tan deseables que incluso decidieron olvidarnos para no sufrir.

Shelby rio entre dientes.

—Nos desean sexualmente que incluso hicieron muñecos inflables con nosotros para no sentirse tristes por las noches.

Thomas se atragantó de jugo de tanta risa.

—¡Eres excelente! —gritó, eufórico—nada más de pensarlo me provoca arcadas.

—Imagínate que el profesor de Introducción tenga un muñeco inflable con tu cara y se dé placer en la noche pensando en ti... —ambos hicieron muecas de asco y rieron.

—Estamos dementes—dijo él.

—Es un don que casi nadie tiene, deberíamos estar agradecidos—ella se dejó caer en la cama. Thomas asintió y se tumbó a su lado, mirando el techo.

—Shelby—susurró.

—¿Mmm? —suspiró ella con los ojos cerrados.

—¿Podrías enseñarme a besar?

Shelby arrugó la frente y abriendo los ojos, lo miró de soslayo.

—¿Qué?

—No he besado a nadie en mi vida y si beso a Austin quiero hacerlo bien.

—¿Cómo puedo ayudarte?

—No sé, dándome tips de qué debo o no hacer...

—Vaya, eh... —se mordió los labios, insegura. Tenía una idea de cómo ayudarlo sin tantos rodeos, pero temía que Egon apareciera en la puerta en ese instante y matase a Thomas por su estupidez—nunca había dado consejos a alguien sobre cómo besar.

—En Internet no hay repuestas. Ayúdame, tú sí sabes besar—se mostró ansioso.

—Bueno, cierra los ojos.

—¿Vas a besarme? —se le dilataron los ojos.

—Solo hazlo—le pidió y él obedeció. Shelby le quitó los lentes y se mordió el interior de las mejillas, indecisa. Respiró hondo y acercó el rostro al de él, cuyos labios estaban ligeramente entre abiertos. Alejó los malos pensamientos y se repitió una y mil veces que ese chico al que iba a besar era gay y que Egon no tenía por qué enterarse. Presionó los labios sobre los de Thomas y este dio un respingo— ¿lo ves? Solo es cuestión de que juntes tus labios con los de Austin—explicó Shelby después de besarlo, lo cual no fue tan difícil. Thomas abrió los ojos, maravillado.

—¿Así se siente?

Ella asintió.

—Pero no es un beso francés. Enséñame a besar así.

Shelby lo miró extrañada.

—No voy a besarte de esa manera, Thomas.

—¿Por qué?

—Porque no es correcto. Entre amigos no se besa así.

—Soy gay, Shelby. No me interesas como chica, solo quiero tu ayuda—argumentó—si me besas como besas a Egon, ya no te pediré ningún otro favor. Nadie se va a enterar.

—¿Lo prometes?

—Sí.

Y entonces Shelby, se imaginó que Egon estaba frente a ella y lo besó ligeramente con los ojos cerrados. Sintió el movimiento de los labios de Thomas y lo atacó con pasión por casi un minuto. «Egon. Egon...», pensaba. Se separó rápidamente, exhausta. Thomas tuvo que levantarse para recuperar el aliento.

—¡Ha sido increíble! Oh Dios, quiero que Austin me bese así—comenzó a saltar sobre su propio eje, dejando atónita a Shelby. Definitivamente Thomas era gay y en ese instante lo demostró más que nunca, pero después reanudó su personalidad masculina.

—Ahora ya sabes que hacer.

—Gracias—la abrazó—lamento que te hayas prestado para besarme, pero necesitaba ayuda.

—Será nuestro secreto de amigos—alzó el meñique y él estrechó el suyo con el de ella. Más tarde, cuando ya era de noche y seguían viendo la tv, a Shelby le entraron ganas de respirar aire fresco en la calle. Quería mirar los edificios a su alrededor y ver a las personas andar. Así que se puso una blusa manga larga en el baño y se calzó los tenis.

—¿Vas a algún lado? —la cuestionó Thomas.

—Voy a estar un rato afuera—avisó y abrió la puerta.

—¿Te acompaño?

—No. Descuida, volveré en diez minutos.

—¿Llevas... ya sabes, un arma?

—Por supuesto—le mostró la pistola escondida en sus pantalones. Parecía mentira, pero el clima había empeorado. Caían rebeldes gotas de agua del cielo, haciéndola tiritar brevemente de frío, pero era reconfortante. Miró a todos lados y buscó un lugar en la recepción donde instalarse. Saludó al recepcionista y continuó su escrutinio en la calle. Entre más pasaban los minutos, más se aferraba a sí misma, imaginando a Egon, Martha y Austin rumbo a alguna ciudad cercana con la intención de matar personas. ¡Hubiera querido ir! Añoraba tener a Egon a su lado. Añoraba estar entre sus brazos cálidos y protectores. Inhalar su aroma masculino y oír su voz y también su risa exótica.

—¡Maldición!

Gritó alguien, cuya voz era profunda y algo trémula. Volvió el rostro rápidamente hacia esa persona que se hallaba a unos pasos de distancia y que al parecer necesitaba ayuda con algo que tenía en sus manos. Shelby arrugó la nariz, sopesando la idea de ayudarlo o quedarse sentada a observar. Se mordió el labio.

—¡Mis monedas!

Y se oyó un sinfín de fragmentos metálicos esparcirse en la oscuridad. Sumándole la lluvia que comenzaba a agarrar fuerza, a ese sujeto le estaba saliendo realmente mal las cosas. No lograba verle el rostro, pero podía distinguir su complexión y su altura. Su cuerpo era parecido al de Egon; fornido, de espalda ancha y caderas estrechas y lo sabía por el tipo de ropa que vestía. Jeans azules y una chaqueta café. Era alto, pero no como su novio, y su cabello parecía ser oscuro, pero como llovía, no lo sabía con exactitud. El agua se había encargado de joderle la noche. Estaba de espaldas y se había arrodillado a recoger las monedas en plena oscuridad. Se mordió el labio con más fuerza, debatiéndose y al final de cuentas, ya se encontraba caminando hacia él, en medio de la lluvia. Alargó su mano y le tocó el hombro. El sujeto se quedó estático en su sitio.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó Shelby.

—Mi cartera estaba rota y perdí el poco dinero que tenía—respondió con menos rabia con la que había hablado antes, pero no se volvió a verla, solo se incorporó del suelo. Shelby alcanzó a ver tres monedas y se lanzó a recogerlas.

—Aquí hay más monedas—le dijo sonriendo y entonces el sujeto le dio la cara.

Shelby se quedó un poco pasmada. A pesar de la oscuridad, logró escanear cada uno de los rasgos del chico: Piel blanca, nariz perfilada, labios bien definidos, cejas pobladas, pero naturalmente delineadas a la perfección. En el puente de la nariz y parte de sus mejillas había puntos cafés esparcidos por todas partes, pecas, muy peculiares, y sus ojos... Shelby parpadeó, indignada por haberse quedado estupefacta viendo sus ojos azules como el cielo y fríos como el hielo, que la miraban fijamente con sorpresa y a la vez curiosidad.

—Gracias—dijo él y desvió sus ojos a la mano de Shelby donde sostenía el dinero.

—Eh, por nada—susurró ella. El chico curvó las comisuras de sus labios hacia arriba y tomó las monedas—bueno, me voy—anunció Shelby aturdida y se marchó hacia la recepción. Se sentó en el mismo lugar de antes y esperó a que el chico se fuera, pero no sucedió, sino todo lo contrario. Él se aproximó a donde ella estaba, haciendo que su rostro se iluminara a cada paso que daba hacia la luz del motel. Shelby entornó los ojos al darse cuenta que era más guapo de lo que pensó. Verdaderamente sus ojos eran azules como el cielo y muy fríos como un iceberg, pero a pesar de todo, su mirada era amable.

—¿Te hospedas aquí? —le preguntó el chico en tono casual.

—Sí...

—Parece un buen sitio donde pasar la noche.

—Hay muy buenos servicios aquí.

—Ya me di cuenta—miró a su alrededor— ¿no sabes en dónde estoy? Vine de viaje y estaba tan cansado que ni si quiera me di cuenta a que ciudad llegué. Mi auto se quedó sin gasolina y me trasladé a pie desde la carretera.

—Boston, Massachusetts.

—¿Qué? —fingió sorpresa y Shelby rio—estoy en mi destino, ¡Sí!

Hizo un gesto con la mano, celebrando su victoria. Aparte de guapo, gracioso. Ironía de la vida. Ella lo quedó mirando por unos segundos sin ningún disimulo.

—¿Estás sola aquí?

—Eh, no. Con mi familia, pero fueron hacer unas cosas a otra ciudad, mañana regresan.

—Así que estás sola—afirmó.

—No. Un amigo está aquí conmigo.

—Ya veo—algo en su rostro cambió y miró al suelo con dureza y cuando alzó los ojos de nuevo a ella, extrañamente sonrió— ¿cómo te llamas?

—Shelby Cash—titubeó. Pensó en mentirle y decirle un nombre falso porque en los noticieros aún seguían buscándola, pero por alguna razón no lo hizo.

Shelby Cash—repitió él. A Shelby se le erizó la piel al escuchar su nombre salir de sus labios.

—¿Y tú cómo te llamas? —inquirió ella.

—Me llamo Gabriel McCall, pero muchos me dicen Gabbe.

—¿Gabbe? Suena como un apodo que le ponen a los niños pequeños.

—Mi padre me lo puso cuando nací y así quedó. Nadie me dice Gabriel, solo Gabbe—se encogió de hombros. Shelby miró de soslayo al chico, que por muy espeluznante que pareciera, no dejaba de observarla con impaciencia.

—¿Tiene dinero suficiente para alquilar una habitación?

—Supongo que no, quizás me dejen dormir aquí en el vestíbulo—vaciló.

—Puedes quedarte en la habitación que ocupan dos familiares, los cuales regresan hasta mañana. La noche ya está pagada, no tienes nada de qué preocuparte—le ofreció sin pensarlo. Ese tal Gabbe le provocó un sinfín de ternura y desasosiego a la vez. Le recordaba muchísimo a Egon, pero en versión dulce y despreocupada.

—¿Tu amigo no se enfadará si ocupo la habitación?

—No. Es un tipo buena onda, vamos.

Se levantó del suelo con ayuda de él. Shelby saludó una vez más al recepcionista que miró extrañado al individuo caminar detrás de ella con ligereza.

—¿De dónde eres, Gabbe? —ella se atrevió a preguntarle.

—Soy de Los Ángeles, pero crecí en Canadá. Es confuso—no entró en detalles, por lo que ella no insistió y continuó andando hacia la habitación. Le costaba darse cuenta que no debía entablar una conversación con desconocidos, pero, a decir verdad, ese chico no demostraba ser un peligro para nadie. Su mirada era transparente, en lo que cabe de la palabra. No resultaba perturbador escucharlo hablar o simplemente sentir su presencia. Cuando llegaron a la habitación, Shelby abrió la puerta y encontró a Thomas profundamente dormido en la cama con la tv encendida.

—Supongo que no debo despertarlo. La habitación en donde puedes descansar está aquí al lado, espérame aquí; las llaves las tengo adentro de mis cosas.

Dejó de pie a Gabbe y entró con sigilo en busca de las llaves. Suspiró hondo antes de plantarle cara una vez más al chico, quién le sonrió tímidamente. Y con dedos temblorosos a causa del nerviosismo, abrió la puerta de la estancia donde estaban las valijas de los chicos y palideció. Gabbe no podía dormir rodeado de "ese" equipaje que consistía en armas y elementos de tortura que quizás lo aterrarían.

—Las cosas las llevaremos a mi habitación para que tengas más intimidad—repuso ella, al notar el escrutinio de él sobre las maletas que a simple vista se miraban pesadas.

—Claro, no te preocupes—asintió. Y una sonrisa dulce y un tanto traviesa asomó a sus labios.


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