56
«Austin Williams» [PERSPECTIVA NARRADA POR ÉL]
«¡Es un sueño! ¡Tienes que ser un sueño!», grité, una y otra vez en la nebulosa de mi inconsciencia. El último recuerdo que masacraba mi mente era el cadáver de mi hermana caer al suelo. Recuerdo haber sentido ira, frustración y dolor. Aubrey, Aubrey, Aubrey. Mi hermana gemela. Mi otra mitad. Mi todo. Y ahora ella estaba muerta. Reprimí el impulso de recordar cuando le dispararon y sentí que mí cuerpo se contorsionaba y alguien intentaba sujetarme de los hombros.
—¡Austin! —reconocí la voz de Martha.
—¿Se llama Austin? —preguntó otra voz. Era una voz masculina. Forcé a mis párpados abrirse y al hacerlo, una luz cegadora me aturdió y tuve que cerrarlos de nuevo.
—Chico, tranquilo. Todo está bien—me aseguró Martha.
—¡Aubrey! —gimoteé y abrí los ojos, pero no logré mirar nada porque las lágrimas me lo impedían. Cuando decidimos, Aubrey y yo, involucrarnos en el mundo de la delincuencia, juramos jamás volver a llorar, ni si quiera por algo realmente doloroso porque los criminales perfectos no lo hacían. Y en ese momento, rompí el juramento. Rompí a llorar como jamás lo había hecho en toda mi maldita vida. No pensé perderla nunca, y mucho menos de una manera tan fría y sangrienta. Y lo peor es que no pude evitarlo. Murió frente a mis ojos. Vi su cabeza estallar sin miramientos a unos pasos de distancia. Perdí el conocimiento y ahora me encontraba llorando como un bebé la muerte de mi hermana. Luego de un rato de lamentarme en mi miseria, recuperé un poco la compostura y divisé a Martha mirándome fijamente con los ojos llorosos. Estaba tumbado en la cama de un hospital y no estaba solamente con ella, sino con alguien más. Junto a la anciana había un chico. Parpadeé, con la intención de verle más el rostro y reparé en que se trataba del amigo de Shelby, con el que había bailado y junté las cejas, molesto. ¿Qué demonios estaba haciendo ahí?
—Lamento lo de tu hermana—dijo él, mordiéndose el labio inferior. Vi cómo deslizaba una mano hacia la mía y la aparté violentamente.
—¿Quién te autorizó estar aquí? No sientes la muerte de mi hermana, no te conozco y te quiero fuera de aquí—mascullé furioso y Martha me envió una mirada severa. El sujeto titubeó y bajó la mirada a sus manos.
—Austin, Thomas solo quiere ayudar...
—¿Ayudar? —dejé escapar un risa tóxica y careciente de humor— ¿en qué? Él no me devolverá a Aubrey. ¡No lo hará!
—Cálmate—me espetó la anciana, de malhumor—todos sentimos la muerte de Aubrey, pero poniéndote en ese plan de estúpido no vas a lograr nada.
—¡Aubrey no volverá! —grité.
—¡No! ¡No lo hará porque está muerta! —contraatacó ella y yo cerré los ojos, sintiendo una punzada en el pecho—pero hay algo que puedes hacer, Austin, para honrar la memoria de tu hermana.
—¿Qué? ¿Matar a ese imbécil?
—Sí. Mátalo y tortúralo para que desee estar muerto.
El tal Thomas nos miró de hito en hito. Sus ojos verdes, parecidos a los míos, demostraron perplejidad, pero no añadió nada al respecto. Supuse que quizás Martha ya lo tenía al tanto de todo.
—¿Dónde está Egon? —pregunté de repente—¿Dónde está Shelby?
Temía que también ellos hubiesen muerto.
—Huyeron de aquí—me contestó, sonriendo—supongo que no sabremos de ellos en días y creo que es lo mejor. Egon necesita tomarse un respiro con Shelby. Además, el enemigo de él está herido de gravedad y no dará lata en un tiempo.
—¿Cómo estás tan segura?
—Está internado en la habitación continua—rio entre dientes. Entorné los ojos.
—¡Llamemos a la policía!
—Si lo hacemos, nosotros también saldremos perjudicados. Ahora tranquilízate.
Asentí y miré mis brazos, de ellos sobresalían agujas conectadas a tubos de suero y gruñí. Odiaba esas cosas.
—Quiero largarme de aquí—siseé.
—Los médicos dijeron que en la noche podrás irte—interrumpió Thomas, mirándome con timidez. El rostro de ese chico me inspiraba extrañeza y desconfianza. ¿Con qué propósito estaba acompañándome en el hospital? Su amiga era Shelby, no yo. Martha suspiró y se levantó de su asiento.
—¿Tienes hambre, guapo? Porque yo sí—dijo—traeré comida de contrabando, no tardo.
Y dicho eso, abandonó la habitación, dejándome a solas con ese sujeto. Me di a la tarea de observar cada uno de sus movimientos. Se estiró en la silla y se acomodó los lentes. Sus ojos pasaban arriba de mi cara o a los lados, pero en ningún motivo atrapé su mirada. Fruncí el ceño.
—Shelby no está aquí. Puedes irte—le aconsejé de la manera más sutil.
—Eso lo sé; pero no estoy aquí por ella.
—¿Entonces por qué? No te conozco en lo absoluto, además, soy de Londres, no hay manera de conocernos—bufé y él asintió.
—La anciana me ha contado todo sobre ustedes porque fui yo quién los ayudó a escapar de la policía cuando fue el atentado.
—¿Cómo?
—Sí. De antemano iban a ser enviados a interrogatorio; pero ofrecí mi ayuda a la anciana...
—Martha—le corregí—no le digas anciana. Ella tiene un nombre.
—Bien. Martha al principio dudó, pero recordó que yo soy amigo de Shelby y aceptó.
—¿Con qué finalidad nos ayudaste?
—Por curiosidad. Desde que los vi, supe que algo ocultaban, pero no pensé que fueran criminales.
—No te daré las gracias. Puedo matarte si quiero.
—No me asusta morir—inquirió con tranquilidad.
—Eres un sujeto realmente extraño.
—Puedo decir lo mismo de ti, ambos somos personas extrañas—dijo y yo sonreí con desdén. En cambio, él, sonrió genuinamente. Hubo un lapso de silencio incómodo entre nosotros hasta que se me ocurrió romperlo. Necesitaba hablar con Egon. Me importaba un rábano si se encontraba follando con Shelby. Mi hermana había muerto protegiendo su trasero y yo ansiaba contactarlo.
—¿Dónde están mis cosas? —pregunté.
—Aquí—señaló su regazo donde había una bolsa de plástico—¿Qué necesitas?
—Hacer una llamada.
Asintiendo, el chico abrió la bolsa y rebuscó dentro de ella hasta sacar mi teléfono. Cuando tuve el aparato en mis manos, busqué el número de Egon entre mis contactos.
—Esta charla es privada, ¿podrías salir un momento?
—Eh, sí. Claro—titubeó y salió rápidamente. Esperé unos segundos y lo llamé. No me respondió al primer llamado, sino al quinto. Qué estrés.
—¿Austin? —preguntó de inmediato. Su voz estaba agitada y algo apagada. Supuse la razón y sacudí la cabeza con furia. Mi gemela había muerto y el imbécil cogiendo felizmente. Vaya idiota.
—¿Dónde estás? —inquirí con amargura.
—Lejos de Nueva York—replicó, notando la molestia de mi voz—¿Pasa algo? ¿Estás bien? —no dije nada—lamento lo de Aubrey, chico, en serio. Lo lamento tanto—susurró. Y sus palabras eran sinceras, podía sentirlo—yo no pude evitarlo.
—No quiero tus condolencias. Ahora matar a Norman White es personal. Ya no es un trabajo.
—Ese imbécil se ha convertido en un sujeto muy personal a matar. Ahora tengo otra maldita razón para pulverizarlo. Y a todo esto, ¿A dónde fue? No pude matarlo y debe andar a por ahí.
—Estoy en el hospital y él se encuentra de gravedad en la habitación continúa a la mía.
—¿Qué demonios? ¿Cómo?
—El amigo de Shelby, Thomas, influyó mucho en eso. A Martha y a mí nos ayudó a escapar antes de que la policía nos encontrara, aunque yo estaba inconsciente, no me di cuenta, pero es cierto.
—¿Thomas? ¿El amigo de Shelby? ¿Por qué? —gruñó.
—Martha le contó todo de nosotros y parece muy interesado.
—¡Apártenlo de todo esto! Él no tiene nada que ver con nosotros.
—Eso pienso yo; pero al parecer Martha lo está haciendo con toda la intención.
—Hablaré con ella en la noche.
—Sí—tosí falsamente—quiero que me digas donde estás.
—No puedo. Prometí a Shelby unos días tranquilos.
—Murió mi hermana—le recordé con los ojos llorosos y un nudo se formó en mi garganta—no puedo quedarme con los brazos cruzados.
—Norman está a unos pasos de ti, investiga su estado de salud—repuso—si sigue grave, en unos días estaremos de vuelta y entre tú y yo lo mataremos.
—No. Yo quiero hacerlo sufrir.
—Entonces tendremos que esperar a que se recupere para darle el tiro de gracia con tortura—gruñó.
—¡No creo que sea capaz de aguantar mucho tiempo!
—No puedes matarlo—siseó con ira.
—¿Por qué no? Puedo ir ahora mismo y estrangularlo mientras duerme.
—¿No que quieres hacerlo sufrir?
—¡Quiero que sufra! Anhelo matarlo contigo, pero no estás aquí y tengo sed de venganza.
—¡NO VAS A MATARLO! —me gritó enfurecido e incluso me imaginé su rostro contraído de furia—¡YO TENGO MÁS DERECHO QUE TÚ DE MATARLO!
—¡AHORA YO TENGO MÁS MOTIVOS PARA HACERLO! ¡MATÓ A MI HERMANA GEMELA! —grité como un loco, sin darme cuenta que las lágrimas volvían a salir de mis ojos sin control.
—¡Ya lo sé! Sé cómo te sientes.
—¡No! ¡No sabes lo que siento! —contradije.
—Sí, sé lo que sientes a la perfección porque yo también perdí a mis hermanas... —dijo, pero su voz se fue apagando hasta quedar en silencio.
—¿Tuviste hermanas? —pregunté, sorprendido.
—¡Eso a ti no te importa! —colgó.
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