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54

—No estoy segura de querer hacerlo en este momento—Shelby jadeó, tratando inútilmente de deslizarse bajo su cuerpo. Estaba muy nerviosa y casi en shock.

—No importa, Puppy—murmuró él y rodó sobre su espalda, liberándola. Pero sus ojos oscuros seguían sobre ella—el día tiene veinticuatro horas. Almorzaremos, nos ducharemos y después veremos qué pasa.

Ella se ruborizó, pero no dejó que sus palabras le afectasen. De igual manera, ya sabía que algún día tenía que pasar; y que mejor con el chico que le gustaba.

—¿Dónde estamos? —preguntó, para cambiar de tema.

—En un hotel, fuera de Boston—respondió y dejó escapar un bostezo. Cerró de nuevo los ojos y suspiró—aquí estaremos a salvo.

—¿Ya te sientes mejor después de que Norman casi te mata? —aguijoneó, con cierta amargura en su voz. Él asintió y abrió un solo ojo.

—Solo necesito descansar un rato más—dijo él, siendo arrastrado a la deriva del sueño—pero eso no significa que se ha cancelado la esclavitud. No, señorita. En unas horas comenzamos.

Dicho eso, se quedó profundamente dormido y Shelby rio. Aprovechó al verlo dormido y buscó su pequeña maleta en la habitación. Cuando la encontró, sacó unos Jeans, ropa interior y una playera. Se iba a duchar para estar limpia y afrontar lo que le esperaba a manos de Egon. Le ruborizada admitirlo, pero le encantaba la idea de ser esclava de él durante un día. El agua de aquella ducha era tibia y el shampoo y el jabón demasiados perfumados. Suspiró mientras se duchaba y recordaba los sucesos de la noche anterior, los cuales fueron escalofriantes... Aubrey había muerto de un disparo en la cabeza. Norman era un bastardo. Austin iba a estar muy destrozado. Norman era un bastardo. Thomas había corrido con mucha suerte al salir de ahí. Norman era un bastardo. LOLA. De solo pensar en ella sentía ganas de estrangularla. Se había largado como una idiota. La había abandonado. Norman era un bastardo. Trenton. Oh, Trenton. Sollozó débilmente y el agua de la regadera camufló sus lágrimas al acordarse de él. Después de todo, resultó ser un verdadero amigo que intentó ayudarla, pero terminó con un disparo en la espalda por culpa suya. ¡Quería morirse! Nadie más podía morir a manos de un cretino como White. Se mordió el labio inferior con demasiada fuerza, siendo cuidadosa de no lastimarse demasiado. Al menos ese dolor era menos del que sentía dentro del pecho. Se secó con una toalla de ahí y se visitó. Se echó un vistazo al espejo y se asustó al ver su rostro debajo del amasijo de cabello castaño húmedo. Sus ojos mieles estaban llorosos y su labio un poco lastimado. Regresó a la habitación donde Egon aun dormía y sacó un cepillo para peinarse el cabello. Comenzó a desenredar algunos mechones mientras lo miraba dormir. Su rostro relajado resultaba ser dulce y tierno. Continuó peinándose y cuando terminó, se sentó justamente a un costado de él y comenzó a acariciarle el cabello. Le escrutó cada una de sus facciones y cada línea de su perfecto rostro. Le pasó un dedo sobre las cejas, las cuales se juntaron ligeramente y después descendió hasta su nariz y luego a sus labios. Procuró no tocar el inferior y besarle la mitad de la boca, y una parte de la nariz. Él seguía tan dormido que prosiguió su exploración. Egon tenía un maravilloso cuerpo que la hacía pensar en cosas lascivas. Miró a su rostro, que seguía relajado, y luego miró hacia su estómago y un poco más abajo. El oscuro vello que sobresalía de sus pantalones le hizo contener el aliento, porque se perdía mucho más abajo de su vista y se mordió el labio, haciéndose daño una vez más, pero esta vez involuntariamente. Quería acariciarlo, tocarlo y saber que se sentía tener bajo su tacto la piel de aquella zona. Le echó otro vistazo a su rostro y volvió a centrar su atención en su ombligo hasta recorrer un poco más abajo con los ojos. El botón de sus Jeans estaba desbrochado y su bóxer negro salía a la vista, obstruyendo el camino de vello oscuro que tanto quería ver. Reprimió las ganas de bajarle un poco el bóxer y ver lo que se escondía ahí. Y miles de pensamientos promiscuos la acecharon. ¿Y si lo ataba mientras dormía y después lo desnudaba? De pronto, su estómago gruñó y un extraño gorjeo la hizo apartarse enseguida de él. Estaba hambrienta y había ignorado ese detalle por estar mirándole el cuerpo a un chico inconsciente y se ruborizó. Se cruzó de brazos y caminó en círculos unos segundos antes de decidirse y salir a buscar comida. Miró a Egon y suspiró aliviada de verlo tranquilo por más tiempo de lo que algún día esperaba verlo. Solamente dormido era él. El verdadero chico que llevaba oculto dentro de sí y que se negaba a dejarlo fluir libre. Tenía suerte de haber llevado dinero guardado en su mochila, se la colocó en los hombros y salió de la habitación, dejándolo dormir. En el hotel había un restaurant, pero el dinero que portaba no le bastaba, así que buscó un sitio donde comprar alimentos chatarras y nocivos para la salud. Compró en una tienda de 24 horas galletas Oreo, frituras y jugos. Se sentó afuera del local a devorarse una galleta, contemplando la carretera y el hotel muy elegante para su parecer. Podía ver su habitación desde ese ángulo y se estremeció. Detrás de esa puerta, habitaba un chico sexy y malditamente sexual, que la esperaba. Guardó la bolsa con las frituras dentro de la mochila y comiéndose otra galleta, cruzó la calle y se dirigió de vuelta a la habitación. Cuando llegó a la puerta, antes de si quiera agarrar el pomo, se abrió de repente y se encontró con un Egon Peitz sobresaltado. Sus ojos estaban rojos y su cabello revuelto. Y al verla, el pánico en su mirada se transformó en alivio. Sin dudarlo, la abrazó con fuerza, haciendo que Shelby inhalara su aroma a perfume revuelto con sudor. Olía exquisito, tenía que admitirlo.

—¿A dónde fuiste? ¡Maldición! —le oyó decir sin dejar de abrazarla—por un segundo pensé lo peor y estaba a punto de salir corriendo a buscarte.

—Fui por unas galletas—dijo con la voz apagada gracias a sus brazos.

—¿Tienes hambre? —ella asintió y él la liberó, empujándola al interior de la habitación. Cerró la puerta detrás de sí y sonrió—me hubieras despertado. El hotel tiene un restaurant que nos puede traer comida.

—No quería molestarte, además, necesitabas descansar—se quitó la mochila de los hombros y sacó las galletas y los jugos—toma.

—¿Oreos? —ladeó la cabeza, examinado el empaque.

—Son muy buenas—le dio una mordida a una y él juntó las cejas.

—Nunca las he probado—destapó el jugo y bebió un gran sorbo sin dejar de ver el empaque de las galletas. Se sentó a los pies de la cama y las abrió— ¿Qué quieres desayunar?

—Primero pruébalas, te gustarán.

Y haciendo una mueca, sacó una galleta y mirándola con cierta desconfianza, le hincó el diente. Comenzó a masticarla lentamente hasta que poco a poco la tragó.

—No están mal—reconoció, llevándose a la boca el resto de la galleta.

—Son mis favoritas—se sentó junto a él y en silencio comieron las galletas y los jugos. Shelby pensó que sería buena idea guardar las otras frituras para más tarde.

—Entonces—succionó lo que le quedaba de jugo y la miró—¿qué quieres desayunar? —repitió.

Alargó un brazo hacia el teléfono que estaba sobre el buró, muy atento de su respuesta.

—Amm... no sé... huevos revueltos y tocino, ¿tal vez?

—Excelente.

Se dio a la tarea de llamar a la recepción y mientras lo hacía, Shelby aprovechó ese magnífico momento para deleitar sus pupilas con semejante y escultural espalda de Egon. A través de las vendas, su piel lucía bien y muy apetecible. Parpadeó, consciente de lo que hacía y apartó la mirada enseguida.

—Ok. Sí, pero intente darse prisa—dijo él antes de colgar. Se dio la vuelta para verla y alzó las cejas en su dirección. Y algo en el vientre se le contrajo a Shelby al verlo sonreír lentamente. Era una sonrisa seductora, podía jurarlo—Iré a ducharme y quedar listo para comer... te.

El doble sentido de su insinuación, la ruborizó y corroboró el deseo de ese chico para con ella al ver como Egon rebuscaba entre sus cosas un pantalón y una playera con los ojos fijos en los suyos, perforándole cada parte de su ser sin tocarla. Lo vio meterse al baño y hasta en ese momento logró respirar sin dificultad. Sentía su corazón latiendo con fuerza en sus oídos. Al cabo de veinte minutos, Egon salió reluciendo de limpio con la misma toalla que ella había utilizado, alrededor del cuello. Su cabello goteaba y le tapaba la frente, haciéndolo ver adorable, pero su peligrosa mirada contradecía a su aspecto desaliñado.

—¿No han venido con el desayuno? —quiso saber.

—N-No.

Y las comisuras de sus labios se elevaron hacia arriba.

—¿Traes la ropa que usaste para bailar?

La garganta de Shelby se cerró y asintió, titubeante.

—Póntela—dijo, dirigiéndose a la puerta—iré yo mismo por el almuerzo. Cuando vuelva, quiero que lo traigas puesto—la señaló y abandonó la estancia. Se levantó con el trasero rígido de tanto estar sentada y se apresuró a obedecerlo. Sacó las patéticas medias, la falda y la blusa. ¿Qué demonios? ¿Egon acaso estaba loco como para que ella se vistiera así? A regañadientes comenzó a desvestirse y luego se enfundó las medias con irritación y como sus manos estaban sudadas y temblorosas a causa de los nervios, le costó el doble ponerse esa ropa. Optó por quedarse con la blusa que llevaba puesta y no la del concurso porque estaba sudada. Y se sentó de nuevo, esta vez a los pies de la cama, en su espera. Tenía los nervios a flor de piel, casi gritó cuando la puerta se abrió y entró Egon acompañado de una chica con un pequeño carrito donde estaba el almuerzo. La chica se detuvo y dejó de sonreírle a Egon en cuanto la vio. Egon sonreía y ni si quiera le hizo caso a la chica cuando esta salió disparada de la habitación. Él miró a Shelby con cierto brillo malicioso y después le indicó que se acercara para comer. Aturdida por su presencia, comenzó a devorar su parte, siendo presa del escrutinio de Egon. El hambre había abandonado su cuerpo en el momento que él le ordenó que se pusiera ese atuendo. Cuando terminaron de desayunar, Egon empujó con el pie el carrito y se colocó frente a ella con los ojos ligeramente entrecerrados. Se inclinó lo suficiente hasta que terminó recostándola en la cama y él, con un movimiento lento, se cernió sobre ella, sintiendo precipitadamente su respiración que comenzaba a acelerarse.

—Alza las manos—le gruñó, sin parpadear y ella obedeció—ahora, cierra los ojos y quédate quieta, solo un momento.

Shelby cerró los ojos con fuerza y no pudo evitar sentirse intimidada. ¿Qué le haría? ¿La ataría como Norman había hecho y después la violaría? De pronto, dejó de pensar cuando él posó sus labios sobre los suyos con lentitud. Ella le devolvió el beso con mayor intensidad, hasta que ambos comenzaron a besarse con desesperación. Shelby había bajado los brazos y los había alojado alrededor del cuello de Egon, atrayéndolo a su cuerpo. Sintió claramente como una de las rodillas de él, le abría las piernas para tener mejor postura al besarla. La falda se le subió hasta el abdomen y deliberadamente colocó ambas piernas en torno a la cadera del chico. Él sonrió sobre sus labios cuando vio su iniciativa. Egon descendió una de sus manos hasta su cintura y posteriormente, comenzó a tirar de su falda hacia abajo, con la intención de despojarse de ella con rapidez. Shelby, sin dejar de besarlo, se las ingenió para quitársela con una sola mano y luego de lanzarla a alguna parte, volvió a abrazarlo con las piernas. Ahora solamente tenía puesta las medias, su ropa interior y la blusa. Entonces, Egon dejó de besarla solo para pasarse la playera por encima de la cabeza y arrojarla al suelo con un movimiento brusco, de nada sirvió que Shelby lo vendara, porque cuando él se duchó, no se la puso de nuevo. Volvió a besarla con más ferocidad y se las arregló para desabrocharse el pantalón, mientras ella se dedicaba a deslizárselo por el trasero. Y él, cegado por el deseo, gruñó y empezó a arrancarle la blusa con movimientos bruscos hasta que por fin la hizo pedazos, dejando a Shelby sobresaltada. Lo miró con susto y él sonrió pícaramente, haciendo que sus dedos viajaran a su brasier de una manera tan excitante, que ella no pudo evitar gemir ante su tacto.

—Quítalo ya—le urgió y él rio.

—Soy un maldito demente al momento de tener sexo, Puppy; así que por tu bien, no me tientes—argumentó con dificultad. Sus torpes, pero muy exquisitos dedos se tornaron alrededor del broche del brasier y lo quitó fácilmente. Por instinto, Shelby se cubrió el pecho con los brazos y miró fijamente a los ojos de Egon que la observaban con deseo. De repente, sintió la mano de él cogerle ambas muñecas con fuerza y ensanchando su sonrisa, le levantó los brazos de nuevo por encima de su cabeza y ella cerró los ojos para no ver la expresión de Egon al ver su cuerpo. Y sin darle tiempo de nada, su boca fue atacada por los labios de él, dejándola petrificada. Sintió enseguida como Egon frotaba rítmicamente su pecho, así como el resto de su cuerpo, con el suyo, haciendo que sus pezones, la parte más sensible de su cuerpo, se endurecieran bajo su ardiente piel. Entonces él jadeó y le destrozó las medias de un jalón. Se quitó a patadas lo que quedaba del pantalón en sus piernas y no dejó de besarla hasta que ella, con timidez, comenzaba a quitarse la ropa interior. Pero él la detuvo con una sonrisa lobuna—esto lo hago yo—le dijo con voz ronca. Shelby asintió, ahora sin nada de vergüenza y observó el área donde habitaba el Sr. Potato y sintió unos ligeros espasmos en la entrepierna. Egon deslizó sus dedos en el resorte de aquella ropa íntima y tiró de ella hacia abajo, dejándola expuesta. Shelby notó el brillo perverso en los ojos de él y se aventuró a tocarlo donde tiempo atrás no se atrevió hacerlo, atrayendo su atención.

—Esto lo hago yo—sentenció Shelby con firmeza y él asintió, preso de la lascivia. Y mientras ella cambiaba de posición, Egon se acercó lo suficiente para acunarle un pecho con la mano y llevárselo a la boca con tal placer, que la fémina no pudo pensar con exactitud. Se olvidó de lo que iba a hacer y dejó que él volviera a tomar las riendas del asunto.

—Mejor lo hago yo. Es tu primera vez y como tal, debo complacerte.

—Soy tu esclava, debería ser al revés—susurró.

—Cuando haya pasado tu primera vez, podrás serlo, ahora calla.

Con la respiración atascada, Shelby no perdió detalle de como Egon se fue despojando de su bóxer y salía a la luz del sol el tan hermoso y deseado Sr. Potato, claramente despierto. A ella se le secó la boca. ¡Vaya! Qué bien lo había mantenido oculto. Y enseguida notó los tatuajes que él le había dicho que tenía y sintió deseos de acariciarlo, pero se mantuvo serena. ¿Acaso el Sr. Potato iba a quitarle lo virgen? Era demasiado largo y ancho como para poder estar dentro de ella. Dio un respingo cuando sintió los dedos de Egon hurgar en su entrepierna.

—Ya estás preparada, no pensé que sería tan sencillo—le oyó decir y un escalofrío glorioso se apoderó de ella cuando lo vio sonreí y sujetar al Sr. Potato con tal destreza. Lo observó acomodarse entre sus piernas, al tiempo que acariciaba su miembro de arriba abajo—voy a tratar de no lastimarte, pero no te prometo nada.

Shelby sintió el roce de la cabeza del pene de Egon al inicio de su cavidad y pellizcó las sábanas, deseosa de que él la poseyera en ese momento. El ligero roce rítmico de arriba abajo la estaba volviendo loca.

—¡Por favor! —gimió, excitada—hazlo ya o...

Y sin previo aviso, Egon se hundió hasta el fondo de ella en un segundo y Shelby vio estrellas, seguido de un insoportable dolor. Ahogó un grito que fue ahogado por los labios del chico. De pronto, lo sintió afuera de su interior y parpadeó al darse cuenta que se le habían escapado lágrimas. Y otra vez, sin avisarle, la embistió nuevamente. Él se movió lentamente las primeras cinco veces mientras la besaba.

—¿Ya puedes soportarlo? —le susurró con los labios pegados a su cuello.

—Creo... creo que sí—jadeó, aferrada a su espalda y después le plantó ambas manos en su perfecto trasero para sentir el movimiento de sus caderas cuando él comenzó a embestirla con rapidez. Ella sentía como si un enorme animal estuviese a punto de partirla a la mitad, pero le gustaba. El dolor era placentero. Y si ella pensó que eso era lo más rápido y excitante que Egon podría llegar a ser, estaba realmente equivocada. Sintió las manos de él sobre sus pechos, acariciándolos y después besándolos y lamiéndolos antes de que comenzara a moverse con más fuerza dentro de ella. La maldita cama dejaba escapar un estúpido chirrido a causa de los movimientos, pero a ninguno de ellos le importó.

—Date la vuelta—le gruñó él con autoridad, mordiéndole una oreja. Shelby, aturdida, giró sobre sí misma hasta quedar a gatas, queriendo tener a Egon dentro una vez más. Sintió sus masculinas manos agarrarle el cabello y tirar de su cabeza hacia atrás. Él le besó el cuello y después, penetrando de nuevo su feminidad, gruñó entre dientes: —Ya estás preparada para ser mi esclava por completo.


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