51
«Shelby Cash» [PERSPECTIVA NARRADA POR ELLA]
Miré automáticamente hacia él y palidecí. ¿Qué demonios estaba haciendo Egon Peitz en casa de Thomas? ¿Acaso había estado acechándome desde que comencé los ensayos? Era lógico que así fuera, además, ¿Quién más que él, pudo haber estado espiando por la ventana del garaje? Mantuve la compostura, evaluando mis posibilidades de coger a Thomas del brazo y meterlo dentro del escarabajo para protegerlo, pero ni si quiera fui lo suficientemente astuta porque Egon ya se encontraba delante de mí, bloqueándome el campo visual y mirando a mi amigo fijamente. No sabía si llamarlo por su nombre o por Douglas. Me encontraba tan sorprendida que me fue incapaz de articular alguna frase coherente si se diera el caso de estar a la defensiva.
—Eres el sujeto que he visto deambulando por mi casa todos estos días—lo acusó Thomas, con los ojos estrechados. Egon juntó las cejas y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Acaso no puedo ver los ensayos de mi novia? —replicó Egon con dureza.
—¿Es tu novio, Cash? —me preguntó Thomas, estirando el cuello, con la intención de mirarme por encima del hombro de Egon.
—Sí. Soy su novio—respondió Egon por mí, sin darme tiempo a contestar. Hizo énfasis en la palabra "novio" para que Thomas desistiera de alguna idea que pudiese pasarle por la mente. Pero lo cierto era, que mi amigo no se inmutó. Simplemente nos quedó mirando con tranquilidad y luego esbozó una sonrisita.
—Thomas... —comencé a decir, moviéndome de donde me hallaba gracias a Egon y percibí la rigidez de su cuerpo, pero no me importó—no es mi...
—Amigo—interrumpió Thomas mis palabras y me detuve en seco—si lo que quieres es ponerte un cartel en la frente donde diga «Soy novio de Shelby Cash» estás en todo tu derecho, pero no entiendo por qué me lo dices con tal dureza. Es decir, me alegro por su relación y así; sin embargo... no es de mi interés. Ella es hermosa, pero no me gusta de la misma manera que a ti.
—Solamente quiero que te mantengas apartado de ella—gruñó Egon. Y vi que Thomas asentía, conteniendo una risa.
—De acuerdo—alzó las manos en señal de paz y comenzó a retroceder hacia su casa—nos vemos mañana, Cash.
Cuando me vine a dar cuenta, Thomas ya había desaparecido en la puerta de su casa y Egon me miraba sin parpadear, con los labios entreabiertos y respirando a través de ellos, sonando, así como un suave siseo en la oscuridad de la noche. Sus ojos negros estaban ensombrecidos y un músculo en su mejilla palpitaba con fuerza.
—Novios—parafraseé, aligerando el ambiente—dijiste que somos novios, ¿Por qué?
—Solamente para que le quede claro que no tiene oportunidad contigo—respondió, mecánicamente.
—Entonces no somos novios—repliqué, haciéndolo enfadar de verdad, aunque la que estaba encolerizada era yo.
—No.
—¿Y qué demonios haces aquí? ¿Has estado espiándome?
—Espiar es una palabra fuerte, más bien diría que estaba cuidando de ti.
Puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza con ironía.
—Dijimos dos semanas, Egon—le recordé.
—Lo recuerdo.
—¿Y... ?
—Y... vine por ti. Cada noche después de ensayar vendré por ti hasta que llegue el día de tu concurso de High School musical.
—¡No tiene ningún parecido a esas películas! —grazné—ni si quiera cantaré. Es de baile.
—¿Eso importa? Vas a bailar una canción de muy mal gusto y más estudiantes van a estar ahí —repuso, sin expresión alguna en el rostro—eso lo convierte en High School Musical versión 2.0.
Y enseguida caí en la cuenta de algo y rompí a reír histéricamente. Él me miró con el entrecejo fruncido.
—¿Qué es tan gracioso?
—Conoces muy bien en que se basa esas películas musicales y he llegado a la conclusión que eres fan de High School musical.
—No digas ridiculeces. ¿Quién no conoce esas películas patéticas?
—Yo ni si quiera las he visto—me escogí de hombros y él resopló.
—La cuestión es, que vendré a recogerte todas las noches, ¿okey?
—Mañana Thomas se reunirá conmigo en casa. Estaremos ensayando en mi habitación.
La expresión de Egon se tornó más oscura.
—¿En tu habitación? —preguntó, arrastrando cada una de las palabras en un siseo.
—Hay espacio suficiente...
Callé abruptamente al notar que alguien, o más bien Thomas, nos espiaba desde la ventana de su habitación sin ningún disimulo. Me ruboricé por completo y traté de ignorar ese detalle, además, los idiotas éramos Egon y yo, al estar discutiendo en la acera de su casa sin tener la menor intención de irnos.
—Lo bueno es que sé escalar muros y deslizarme por los balcones de las casas—interpuso en un siseo y se pasó una mano por su perfecto cabello bien peinado y me miró a los ojos—mi llave maestra puede abrir todas las puertas y por el bien de ese tipo que está viéndonos como imbécil desde su ventana—se volvió a la casa de mi amigo y lo señaló, haciendo que Thomas cerrara la cortina de golpe—más le vale no hacer nada sospechoso mientras estén ensayando.
Pensé que solamente yo me había dado cuenta del escrutinio de Thomas, pero me equivoqué.
—Me voy a casa, Egon. Estamos dándole un espectáculo—espeté, y rodeé mi viejo escarabajo para largarme, pero Egon me detuvo del brazo antes de que mi mano alcanzara la manija de la puerta.
—No—dijo con voz divertida. Todo rastro de enfado se esfumó y ladeé la cabeza sin comprender—Austin llevará el auto a tu casa y tú vendrás conmigo.
—¿Hoy es el día que elegiste para que yo sea tu esclava? —pregunté titubeante. La mera idea me resultaba inquietante y excitante, aunque también espeluznante. No estaba preparada para su "definición" de esclava y me mordí el labio en espera de su respuesta.
—No. La verdad es que cuando elija la fecha será a primera hora de la mañana para disfrutarte todas las veinticuatro horas del día y no de noche—tiró de mi brazo hacia atrás, alejándome más de la puerta y me situó en la acera junto a él. Egon estaba tan tranquilo diciéndome eso y mis mejillas amenazaban con fundirse en lava por la vergüenza.
—¿Austin? —interrogué— ¿por qué? ¿A dónde quieres llevarme?
—Necesitamos hablar y tenerte a solas conmigo, tiene días que no hablamos y me voy a volver loco.
Involuntariamente sonreí y no dije nada. Tenía fundamento sus palabras, por lo que estuve de acuerdo con él. Aunque yo había sido la primera en distanciarme, también quería tenerlo muy cerca. Lo sé, era una estupidez. No esperamos tanto, porque al cabo de diez minutos, apareció Austin conduciendo el Jetta de Egon y aparcó detrás de mi escarabajo con una radiante sonrisa. Me saludó animadamente y extendió la palma de su mano en mi dirección, en espera de las llaves del escarabajo.
—Lo llevaré sano y salvo a casa—me aseguró—ustedes diviértanse.
Había cierto doble sentido en sus palabras y aturdida le di las llaves. Y ni bien había entrado Austin a mi auto, Egon me jaló hacia su propio vehículo y me instó a deslizarme al interior. Minutos después, nos dirigimos a quién sabe dónde. Recargué la parte de atrás de mi cabeza en el respaldo y suspiré.
—¿Te trata bien ese tal Taylor? —oí la voz de Egon y lo miré con desdén.
—Se llama Thomas. Y sí, me trata bien—respondí.
—¿No te ha tratado mal...?
—Ay, si tan solo supieras como es él—bufé—apenas habla y se queda perplejo o aturdido cuando intento entablar conversación diferente al concurso.
Egon juntó las cejas.
—¿Te gusta? —preguntó con voz dura. Vi que sus nudillos se ponían blancos al aferrar el volante. Había estrechado los ojos mientras miraba al frente y su mandíbula estaba tan apretada que pensé que se le rompería los dientes.
—Es un chico guapo—reconocí—es el tipo de novio que una madre querría para su hija, pero lamentablemente no es mi tipo.
—¿Y quién si es tu tipo?
—No lo sé.
—Yo soy tu tipo, ¿no? —elevó una ceja en mi dirección.
—Lo eres—admití y comencé a jugar con mi pulsera—pero tengo claro que lo tuyo no es el romanticismo ni ese tipo de cursilerías y lo entiendo; así que veré otros horizontes—lo tenté, sabiendo que mi respuesta no le gustaría.
—¿Otros horizontes? —gruñó, enfadado.
—¿Acaso piensas que, porque tú no crees en el amor, yo me quedaré a esperarte para que sientas una pizca de cariño por mí algún día y viva de tus migajas? —repliqué, subiendo el tono de mi voz. Él se revolvió incómodo en su asiento y dobló en una esquina. Egon no respondió y yo supe que había dado en el clavo. Nos detuvimos cerca de la bahía y ninguno de los dos objetó nada al respecto. El silencio era incómodo, decidí abrir la puerta y dejar que el aire fresco llenara mis pulmones y olvidar el asunto. Desde donde nos hallábamos, teníamos una fabulosa vista a la estatua de la libertad que estaba perfectamente iluminada.
—Vamos.
Postré mis ojos en él, interrogante.
—¿A dónde?
—Nunca he subido a la estatua de la libertad y no me atrevo a menos que subas conmigo.
—Yo ya he subido—contesté, tajante—te espero aquí.
—Shelby—carraspeó, molesto—no intentes ser cortante conmigo porque puedo llegar a ser un maldito idiota contigo si así lo deseo.
Negué con la cabeza y crucé los brazos.
—Obedece—me ordenó, colocando una de sus manos en mi hombro y me apretó ligeramente la piel.
—¿Qué? ¿Me asesinarás igual que Evan? —espeté, muy molesta. Nos miramos a los ojos y nos fulminamos unos segundos como reverendos dementes e idiotas. Sin embargo, Egon apartó su mano de mi hombro y la deslizó a la guantera de donde extrajo una pistola con silenciador incluido, vaciló un momento, y lentamente la situó en mi mandíbula, y la fue deslizando hacia arriba, hasta dejar la boquilla exactamente en mi sien izquierda. Hasta ese punto yo ya le había perdido un poco el miedo a Egon y a sus amenazas, aspiré aire profundamente y parpadeé—hazlo. No pondré resistencia—descrucé los brazos y coloqué las manos sobre mi regazo. Ya habíamos pasado por esa situación varias veces, sin armas de por medio, así que lo miré a los ojos fijamente. Él no podía dispararme, aunque quisiera. Jamás me haría daño. O al menos eso pensaba, ya que me había abofeteado cuando prometió no hacerlo.
—Baja del auto. Y no jalaré del gatillo—negoció. El tono de su voz era hostil. Percibí el peligro tardíamente y apreté los labios. Egon no estaba jugando. Estaba hablando muy en serio. Y en ese instante comencé a sentir miedo. Mis piernas comenzaron a temblar y obedecí. Bajé del coche, sintiéndome vulnerable. ¿Cómo era posible que siguiera soportando todo esto? Egon llegó hasta a mí empuñando el arma y sentí una vez más el frío metal en mi piel. La boquilla del arma estaba justamente debajo de mi barbilla y tragué saliva. Cerré los ojos.
—¿En verdad vas a matarme? —susurré. Y sin previo aviso, él quitó la pistola de mi cara y sentí que me alzaba del suelo. Abrí los ojos para darme cuenta que me llevaba en sus brazos en dirección a la orilla de la bahía. Al percatarme débilmente de lo que hacía, comencé a patalear y a gimotear para que me soltara, pero eso provocó que me inmovilizara en su pecho sin esfuerzo—¡Bájame! ¡Sé nadar y no te servirá de nada lanzarme al agua! —sentencié, dándole un puntapié a su pierna, pero él gruñó y siguió avanzando a grandes zancadas. Alcancé a ver el borde del suelo y el inicio del agua. Gemí y ahogué una exclamación. De acuerdo, él era un homicida demente y me gustaba demasiado, pero también quería seguir viva; ya que mi vida era mía y la única persona que decidía que hacer con ella era yo. No él. Me contorsioné violentamente hacia adelante para hacerle perder el equilibrio y pensando que lo había logrado, Egon saltó hacia el agua, arrancando un grito agudo de mi garganta. Me preparé mentalmente para sentir el golpe de agua con los ojos cerrados, pero nunca llegó.
—No exageres. Abre los ojos.
Oí su voz cerca de mi oreja y entre abrí los ojos. Estábamos lejos de la orilla, pero en un lugar sólido. Parpadeé confundida, notando que flotábamos en un pequeño bote salvavidas. Me alejé de él y me incliné hacia adelante para lanzarme al agua y regresar a la orilla nadando, pero Egon volvió a apresarme y a colocar el arma en mi cabeza.
—Ya fue demasiado, Egon. Déjame ir—gruñí. Pero él seguía sin recobrar la cordura—¡No te quedes callado! ¿Qué te pasa? —espeté. Estábamos lejos de la ciudad y poco a poco íbamos avanzando hacia la estatua de la libertad donde no había absolutamente nadie. Quizás algunos guardias de seguridad, pero nadie más. Continuó el maldito silencio por su parte. Como mi cabeza estaba estampada al suelo del bote, me era difícil mirarlo a la cara. La oscuridad obstruía sus facciones. Luego de unos momentos, por fin llegamos ya a la estatua y sentí un escalofrío extenderse por todo mi cuerpo—basta, Egon, deja de jugar.
—Camina—le oí decir. Ya no me apuntaba con el arma, pero sus manos seguían cernidas en mi cuerpo. Me levantó con tal destreza, que sentí que mis pies no tocaron el suelo hasta minutos después, cuando tuve que caminar por mi cuenta. Volví el rostro hacia el bote, pensando en cómo huir, pero de pronto, Egon me jaló de súbdito en dirección a la entrada desierta, a los "pies" de la estatua y me arrastró con él. Forcejeé, pero fue inútil. La dureza en su rostro hizo que titubeara mientras corría a su paso. Abrió la puerta de cristal con su llave maestra y me empujó al interior donde el camino se iluminó gracias a un sinfín de bombillas. Comenzó a cerrar la puerta y yo aproveché a correr lejos de él. Egon gruñó y corrió tras de mí. Giré en una esquina, sonriendo por mi agilidad de haber podido perderlo; cuando, sin si quiera impedirlo, choqué con algo firme y suave. Entorné los ojos siendo consciente que estaba perdida—no puedes huir de mí—murmuró en mi oreja. Y deslizó sus manos alrededor a mi cuerpo.
—No vas a matarme—ladré. Y no era pregunta, era una afirmación.
—No. No voy a matarte—añadió y me quedé boquiabierta, mirándolo. Las comisuras de sus labios se elevaron hacia arriba, señal de una sonrisa fantasma y retuve el aliento.
—¿Entonces...?
—No es posible que todavía pienses que sería capaz de matarte después de todo lo que hemos pasado—meneó la cabeza de un lado a otro y sacó el arma de su pantalón y apretó el gatillo hacia arriba, pero ninguna bala salió de la boquilla—está vacía.
—Estás... ¡Loco! —chillé, tratando de salirme de sus manos, pero él me estampó a la pared con su cuerpo y empujarlo era como querer derribar un muro de concreto.
—Sí. Estoy loco—reconoció lobunamente y sus ojos destellaron—estoy loco por besarte justo ahora.
Entorné los ojos y giré el rostro a otro lado cuando él intentó besarme. Me miró confundido y a la vez molesto.
—¿Qué? —interrogó, escéptico.
—No dejaré que me beses—estiré los brazos, empujándolo lejos de mí y me deslicé a un lado para darle la espalda—me has dado un susto mortal y... ¿piensas que quiero besarte?
—Quieres besarme—repuso y colocó sus manos en mi cintura—solo estaba jugando contigo—sentí su aliento en el cuello y me estremecí.
—No me gusta tus juegos.
—No me gusta que tengas amigos—replicó y comenzó a besar el lóbulo de mi oreja derecha. Mi respiración se precipitó y traté de no perder la cabeza.
—No caeré.
—A qué sí lo harás...
Así como su voz fue un susurro, me hizo girar sobre mi propio eje y me empujó de nuevo a la pared, acorralándome con su fabuloso cuerpo. No había nada que nos separara, tanto su cuerpo como el mío, estaban a nada de fundirse en uno solo. La ropa era incluso casi invisible entre nosotros.
Abrí la boca para protestar, pero él me hizo callar, posando bruscamente sus masculinos labios sobre los míos.
«¡No dejes que te bese!», gritó mi subconsciente racional.
«¡Te gusta que te bese, deja que lo haga, sabes que te enloquece!», gritó otra voz, que era la de la locura dentro de mí, a la cual siempre terminaba obedeciendo.
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