39
Paralizado, Egon miró de soslayo a Shelby, quién le miraba con una expresión horrorizada, tratando de evitar que matara a su cuñado, que se había pasado de listo con él. Egon apretó los puños y se relajó por un instante. Shelby ya había tenido demasiado por ese día y lo que menos quería era volver a lastimarla. Sacudió la cabeza de un lado a otro y se inclinó a recoger su dignidad junto con el libro. Se volvió para verla y esbozó una sonrisa tranquilizadora.
—Te veré luego, Shelby.
Y despidiéndose de ella con la mano, les echó una mirada furtiva a los novios y abandonó la habitación con elegancia que solo él portaba. Los pulmones de Shelby dejaron escapar el aire retenido y fulminó a Evan como jamás lo había hecho con nadie, ni si quiera con Egon.
— ¿Cuál es tu maldito problema, Evan?
Caroline, que tenía afianzada sus manos en el brazo de su chico, entornó los ojos y frunció el ceño cuando él se acercó a su hermanastra.
—Mi maldito problema es que ese sujeto no me da confianza y no me agrada la cercanía que tiene contigo—respondió Evan, haciendo una mueca.
— ¿Y a ti qué te importa mi vida?
—Eres la hermana menor de mi novia y eso te hace parte de mi familia—replicó—y como tal, tengo que cuidarte.
—Caroline, por favor, saca a Evan de aquí—dijo Shelby en un suspiro ahogado.
—Shelby... —comenzó a decirle la chica, pero la recién mencionada se dio la vuelta sobre la cama, indicándole que no quería hablar más.
—Pequeña, yo solo estaba cuidándote—titubeó Evan con decepción—tienes razón, yo no soy nadie para decirte que hacer o decir.
Shelby gruñó, en espera de su ausencia. Escuchó el murmullo entre Evan y Caroline durante un breve momento hasta que la puerta se abrió y se cerró. Al poco rato volvió a abrirse y el suspiro fatigado de su hermanastra le hirvió la sangre.
—Queda prohibido que Evan venga a verme—le siseó.
—Descuida. No lo hará más—espetó Caroline en respuesta. Su voz era filosa e irritante. Shelby cerró los ojos y suspiró con aire despistado. Nunca tendría una vida normal si seguía rodeada de personas más locas que ella. Evan era un buen chico, pero no tenía ningún derecho a ordenarle nada, ni mucho menos tratar como mierda a Egon—aunque se lo merecía—pero solo ella podía retarlo. Nadie más. Además, Evan iba a morir si llegaba a enfrentarse a Egon. De eso no cabía duda.
«Norman White»
La prisión a la que lo habían metido era para atacarse de risa. Los barrotes estaban tan oxidados que incluso acariciándolos podría partirlos en dos. Había actuado como un chico inútil y débil para que no optaran por recluirlo a alguna parte menos fácil de escapar. Deseaba escapar e ir directamente a Shelby Cash y al estúpido de Egon Peitz. ¿Cómo pudo haber sido tan idiota de no darse cuenta antes? Ellos eran amigos o al menos ella confiaba en Egon y viceversa. Algo que jamás pensó que pasaría, teniendo en cuenta que conocía a Egon a la perfección. Quizás también planeaba llevársela a Marlon. Y como esa noche se sentía exhausto; decidió posponer su huida hasta la noche siguiente. Ya que, para escapar, necesitaba tener fuerzas y tener un plan. Había sido tan fácil ponerle un rastreador a Shelby en el collar y engatusar al idiota de Trenton para que le pusiera otro en la piel si en caso se lo quitaba; pero como era de esperarse: Egon logró descubrirlo. Pero gracias al collar; supo su residencia. Atacó como un animal silencioso, empero no contaba con que Egon tuviese a dos personas más con él y que alguien llamaría a la policía. Sus planes se fueron a la mierda dos veces en un día. Lo único que tenía que hacer era llamar a Lola y decirle lo que él era. Amenazarla junto a su novio para que lo ayudasen a atrapar a Egon y a Shelby, con la condición de no matarlos. Ya tenía a la madre de Lola comiendo de la palma de su mano gracias al buen sexo que le había brindado las noches anteriores y la señora ansiaba más de él, así que no dudaba con que lo ayudaría también. Esbozó una sonrisa y se relajó en la angosta cama de su celda, imaginando las gloriosas maneras de matar a Egon. Era su oportunidad. Desde que supo de su existencia, deseó poder probar de que estaba hecho. Pero la rivalidad entre ellos aumentó y no solo deseó pelear con él, sino matarlo. Ahora ya contaba con el permiso de Marlon de matarlo. Aunque bien, también Egon tenía su permiso para llevarle su propia cabeza a Marlon, lo cual nunca iba a suceder. Y era tanta su locura, que se echó a reír como un demente, haciendo que los demás reos lo abuchearan presas del sueño. Alzó sus rubias cejas hasta casi el nacimiento de cabello y resopló. ¿Qué tenía de especial Shelby Cash para que Egon Peitz la protegiera tanto? La imagen de él abrazándola en el estacionamiento del hospital no dejaba de darle vueltas en su cabeza. ¿La estaba protegiendo para que Marlon la recibiera sana y salva? Cuanto más lo pensaba, menos lógico le parecía. Es como si de la nada un instinto protector saltara hacia Lola. Arrugó la nariz de solo pensarlo. Lola, sexy y malditamente tonta, ¿Él podría algún día estar protegiéndola, así como Egon hizo con esa fémina? Quizás era buena idea protegerla, pero de su propia estupidez. No se imaginaba cuidándola como Egon cuidó a Shelby. De solo pensarlo sintió náuseas. Quizás pasaba que Egon se había vuelto demente o que tenía un fabuloso plan. La segunda opción sonaba más razonable.
—Oye, tú—levantó un poco la cabeza y miró al policía que estaba frente a su celda con solamente un ojo abierto—tienes derecho a realizar una llamada.
— ¿Y si no tengo a quién llamar? —dijo con torpeza. Su maldito inglés iba en decadencia.
—Entonces te quedarás aquí por tres días.
Asintió y volvió a cerrar los ojos. El sujeto lo miró perplejo durante un momento, pensando que Norman se pondría a llorar o algo parecido. Tiempo después se fue y volvió a quedar solo con su conciencia y con más hombres a su alrededor que dormían incómodamente.
«Egon Peitz»
—Oh, Egon eres un perfecto idiota y un imbécil en el gran sentido de la palabra—se dijo al salir del hospital con el libro bajo el brazo que con tanto ímpetu había conseguido para Shelby. Su mugrosa mochila había quedado allá, pero le importaba poco. Estaba furioso y necesitaba descargar su rabia con alguien. De no haber sido por ella, en estos momentos hubiera estado desmembrándole las extremidades al noviecito de su hermanastra. Su paciencia había llegado al límite con Norman y no iba a soportar que un imbécil como Evan—sin—apellido, viniera y tratara de darle órdenes o tratar como mierda a Shelby. Esperó un rato fuera del hospital porque sabía que Shelby no iba a quedarse de brazos cruzados, echaría al idiota y él lo tomaría de sorpresa. Cuando se cercioró de que Evan bajaba las escaleras, corrió al Cadillac y aguardó a que él se subiera en el suyo. Miró al chico subirse a su auto y encendió el motor. Cuando Evan salió del estacionamiento, él salió también. Como era de madrugada, las calles estaban desiertas, por lo que decidió ir a una velocidad muy reducida para no levantar sospechas. Y desde donde estaba, lograba verle la cara a través del espejo retrovisor. El idiota iba con el rostro rígido y ensombrecido.
—Hubiera dado mi brazo izquierdo para saber lo que le dijiste, Puppy—susurró Egon, esbozando una sonrisa demente. Aceleró un poco más cuando comenzó a alejarse. Dobló a varias esquinas y luego rodeó Central Park para después regresar por una calle luminosa— ¿Qué carajos haces? —musitó. Apretó el volante y la mandíbula. De pronto, el coche de Evan se detuvo y Egon frenó de golpe antes de incrustarse en él. La puerta del piloto se abrió y el chico salió con el rostro endurecido. Egon lo imitó y ambos se quedaron de pie, frente a frente, fulminándose amenazadoramente con la mirada.
— ¿Por qué estás siguiéndome? —espetó Evan con frialdad. Egon sonrió.
—Vaya que eres listo—recargó un brazo sobre el techo del Cadillac y miró a todas partes para después clavar su oscura mirada en él. Todo rastro de humor se había ido y el brillo de la locura sopló en sus ojos, haciendo flaquear a Evan. Comenzó a retroceder, pero Egon sin si quiera esforzarse, lo embistió hasta su auto y le rodeó el cuello con las manos, apretándolo con mucha fiereza. Evan era más bajo que él, pero también contaba con algo de fuerza, logró patearle la entrepierna a Egon y liberarse. El dolor hizo que Egon trastabillara hacia atrás, pero la demencia y adrenalina fue más fuerte y al tiempo que Evan subía a su vehículo, se le fue encima y lo sacó a rastras del cabello. La calle estaba iluminada, pero no había ninguna otra alma presente.
— ¿Qué te pasa? ¡Suéltame! —vociferó Evan.
— ¡Nadie me da órdenes! —y comenzó a golpearlo en el rostro, una y otra vez, esquivando las manos de Evan que intentaban golpearlo de vuelta. Lo golpeó hasta que sus nudillos se mancharon de sangre, pero no de la suya. Lo golpeó hasta que sus brazos se cansaron. Lo golpeó hasta que Evan dejó de moverse. Lo golpeó hasta darse cuenta que tenía minutos que Evan había dado su último suspiro entre burbujas de sangre que salían de su nariz y boca. Lo golpeó hasta que se percató que su rostro estaba tan desfigurado que era imposible saber su identidad. Lo golpeó hasta saciar su furia. Lo golpeó hasta... matarlo.
«Shelby Cash» [PERSPECTIVA NARRADA POR ELLA]
Me dieron de alta al día siguiente porque vieron que mi herida se encontraba en buen estado y regresé a casa pasada la una de la tarde. Echaba de menos a Egon y a los gemelos, pero estaba lo suficientemente furiosa con mi familia, que mi orgullo impedía que les preguntara por él. A la que noté decaída fue a Caroline, desde que llegamos a casa no paró de ver la pantalla de su teléfono ni un segundo. Por mi parte, estaba segura que se trataba de Evan. Maldito Evan. Me había llegado a agradar tanto, pero su manera de pensar y actuar había echado a la borda mi cariño hacia él. Era estupendo que fuese el novio de mi hermanastra y me viera como su familia, pero no le daba ningún derecho de ordenarme con quién debía de estar y con quién no. Incluso sonreí al ver la expresión devastada de Caroline. No sentía ningún tipo de lástima. A lo mejor él había roto con ella después de nuestro enfrentamiento y yo estaba feliz.
—Deberías dejar un momento ese aparato—canturreé, llena de energía.
—Evan no me ha llamado—contestó con vaguedad.
—No creo que lo haga después de lo que le dije—caminé a la cocina con mi madre pegada a mis talones—mamá, estoy bien, solo quiero un jugo—repetí por quinta vez, azorada.
—Sigues débil y tengo que cuidarte—se defendió. Y fue por mi jugo.
—Mejor deberías acompañar a Charlie a seguir buscando a ese sujeto que desapareció de tu trabajo—bufé y me senté junto a Caroline.
—Ya es caso perdido. Dicen que quizás huyó del país—repuso, dejándome el jugo en las manos y se sentó en el sofá. Abrí el empaque y dándole un sorbo, me encogí de hombros. Al menos Egon ya estaba a salvo.
—Ha ocurrido tantas cosas en la ciudad—resopló mi madre—la supuesta huida de mi amigo, el ataque del robo aquí en la casa, el robo del banco donde murió un policía—tragué el jugo con dificultad y miré a mis pies—y después el ataque en el departamento de tu amigo. Y para rematar, el atentado del hospital.
—Sí, ha pasado muchas cosas—objeté.
—No debiste hablarle de esa manera—susurró Caroline con un nudo en la garganta. Sus ojos seguían fijos al teléfono.
— ¿Qué pasó? —interrogó mi madre.
—Shelby le habló de una manera poco decente a Evan.
—Dile por qué lo hice—espeté, esperando una respuesta y jamás llegó, por lo que me vi obligada a decirlo—sucede que Evan trató como mierda a Douglas. Él me había dado un libro y el novio de Caroline me lo quitó de las manos y se lo lanzó a mi amigo a los pies como si eso tuviera sentido.
Mi madre me miró interrogante y después a Caroline, quién había comenzado a llorar.
—Bueno, no estoy de parte de nadie, porque Evan no tenía por qué hacer eso, y pues... Douglas ya no puede ser tu amigo, Shelby.
— ¡Y vas de nuevo con eso! —salté a la defensiva.
—Ya te dije que no.
— ¿Por qué?
—Es curioso que, a partir de su llegada, ha pasado tantas cosas.
—Solo falta que le eches la culpa del ataque terrorista en las torres gemelas.
—No exageres, pero así lo veo yo y al parecer Charlie, Caroline y Evan lo ven igual. También tu otro amigo, el rubio que conociste en esa discoteca y, además, se parecía mucho al que estaba peleando con Douglas.
—Es buen chico—titubeé.
—Y un galán—admitió mi madre—pero no es para ti. Ahora haz el favor de no sacar más el tema.
—No dejaré de verlo—me crucé de brazos. Mi madre ignoró mi resistencia y resoplando, subí a mi habitación. Desde luego que tenía que verlo, porque aparte de saber cómo estaba, mis cosas estaban en el departamento de Martha Beck. A juzgar por mi ropa, me di cuenta que estaba hecha una basura, así que me duché cuidadosamente para no lastimarme accidentalmente. La mera idea de no ver a Egon me tenía estresada. Me había golpeado una vez, y me había asustado con su temperamento muchas veces, pero, aun así, algo me decía que él necesitaba mi ayuda. Desde mi punto de vista, Egon tenía oculto muchos secretos tormentosos, en los que sólo él era capaz de reprimirlos y ahogarse en su dolor. Mientras me duchaba, mi mente solo estaba con él. Al poco rato cuando ya me hallaba secando mi cabello con una toalla, mi madre entró inesperadamente a mi habitación con un semblante triste y preocupado.
—Evan está desaparecido.
Volteé a verla con los ojos entornados.
— ¿Qué? —logré decir.
—Sí. Encontraron su coche vacío cerca de Central Park. Tu hermana está devastada—apretó los labios.
—Pero, ¿cómo? —sentí náuseas.
—También encontraron algo que no quisimos decirle a Caroline.
— ¿Qué cosa? —sentí que no podía respirar.
—Encontraron sangre en el vehículo, mechones de su cabello y un zapato suyo tirado a dos calles de distancia.
«Egon», fue lo único que pensé en ese momento.
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